El brillo frío de las joyas se reflejaba en los ojos castaños de Arthur mientras escuchaba el torrente de palabras apasionadas de Vivian Miller. Ella era deslumbrante, una socialité con la belleza esculpida y la cuenta bancaria envidiable, el tipo de mujer por la que muchos hombres implorarían una mirada. Pero para Arthur, Vivian era solo otro trofeo, una conquista pasajera en su colección de placeres efímeros.
Vivian provenía de una familia de médicos famosos que construyeron un gran imperio de hospitales y clínicas médicas por todo el país. Un gran imperio en la medicina de varias generaciones.
-- Arthur\, -- susurró ella\, la voz embargada por la emoción\, las manos delicadas buscando las de él sobre la mesa de caoba pulida del restaurante exclusivo. -- Me he enamorado de ti. Completamente.
Una leve sonrisa, más sarcasmo que gentileza, curvó los labios finos de Arthur. Retiró la mano, el toque de ella pareciendo ahora pegajoso e incómodo. -- Vivian, -- comenzó él, la voz un tono por debajo de lo habitual, cargada de un tedio elegante. -- Te has enamorado de la fantasía de Arthur Maldonado, el encantador CEO billonario... No de mí.
Tomó su copa de vino tinto, el líquido rubí girando perezosamente mientras la observaba. Había una tristeza genuina en los ojos de ella, una vulnerabilidad que él invariablemente ignoraba. Para Arthur, el amor era una debilidad, una brecha en la armadura que él cuidadosamente construyó a su alrededor. Las declaraciones apasionadas eran un inconveniente previsible, un efecto secundario tedioso de su riqueza y belleza.
-- No digas eso\, -- insistió ella\, las lágrimas ahora empañando sus ojos verdes. -- Yo te conozco...
Arthur soltó una risa corta y seca. -- Conoces la fachada, Vivian. Aquella que aparece en las portadas de revista y participa en subastas benéficas. El verdadero Arthur Maldonado es un hombre de negocios implacable, con tiempo limitado y cero interés en cuentos de hadas.
Se levantó, la mirada recorriendo el salón con una impaciencia calculada. -- Ha sido agradable, Vivian. Pero tengo compromisos.
Sin esperar una respuesta, se alejó, dejándola sola con el corazón roto y la dolorosa constatación de que, para Arthur, el amor era una palabra vacía, tan insignificante como un cero a la derecha de sus incontables dígitos bancarios. Esa era su rutina, un ciclo vicioso de conquistas y descartes, hasta que la oscuridad repentina y forzada lo confrontara con una vulnerabilidad que nunca imaginó ser posible.
La brisa fría de la noche acariciaba el rostro de Arthur mientras salía del restaurante, el sonido ahogado de la música clásica siguiéndolo brevemente antes de ser sofocado por el ronroneo potente del motor de su McLaren negro. Se deslizó dentro del coche deportivo, el cuero suave del asiento envolviéndolo en un abrazo familiar y reconfortante. La ciudad centelleaba frente a él, un mar de luces que siempre le pareció un testimonio silencioso de su poder e influencia.
Con un leve toque en el acelerador, el coche rugió, impulsándolo hacia la avenida concurrida. Arthur apreciaba la sensación de la velocidad, el viento aullando alrededor del coche, la adrenalina corriendo en sus venas. Era una de las pocas emociones genuinas que aún lo alcanzaban en medio de su existencia opulenta y, para él, superficial.
Sumergido en sus pensamientos, repasando mentalmente los detalles de la adquisición de aquella mañana, Arthur no notó las luces ofuscantes de un camión descontrolado que invadía la pista contraria a alta velocidad. El sonido ensordecedor de la bocina sonó como un grito de alerta en el último instante, arrancándolo de su concentración.
Hubo una fracción de segundo de reconocimiento helado, la constatación tardía del peligro inminente. Arthur intentó frenar, las manos crispándose en el volante, pero era demasiado tarde. El impacto fue brutal, un choque violento que sacudió el coche hasta la médula, como si un gigante invisible lo hubiera aplastado con un golpe.
El sonido de metal retorcido y vidrio astillado resonó por la noche, seguido por un silencio sepulcral y opresor. El cuerpo de Arthur fue arrojado contra el cinturón de seguridad con fuerza lancinante, la cabeza golpeando violentamente contra el airbag que se infló. Un dolor agudo y lancinante explotó en sus ojos, como si agujas incandescentes los perforaran.
Humo acre comenzó a llenar el interior del coche destruido, el olor a gasolina flotando en el aire. Arthur intentó abrir los ojos, pero todo lo que encontró fue una oscuridad impenetrable, un vacío negro que lo engulló por completo. El dolor pulsaba en su cabeza, ondas de náusea lo invadían, y una confusión desorientadora le impedía entender lo que había sucedido.
Intentó moverse, pero su cuerpo parecía pesado, extrañamente desconectado. El gusto metálico de la sangre invadió su boca. En medio del caos de su mente aturdida, una única y aterradora certeza comenzó a emerger: la luz, el mundo que él siempre dominó con una mirada fría y calculista, se había apagado. La oscuridad, antes una metáfora para su alma, ahora era una realidad física e implacable.
Cuatro meses después...
La puerta de la habitación crujió lentamente mientras Serena entraba al lado de la enfermera Sabrina Santos.
-- Arthur, hijo. Tu nueva enfermera ha llegado. Por favor, mi bien, no seas ignorante esta vez.
Arthur apenas curvó los labios con sarcasmo. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses desde que él sufrió el accidente y quedó ciego y con dificultad de locomoción.
El sonido suave de los pasos de las dos mujeres resonó en la habitación sumida en penumbra. Arthur, acostado en la cama cómodamente, cerró los puños bajo la sábana de lino. Otra intrusa. Otro par de ojos piadosos para fijarlo en su nueva realidad de oscuridad.
-- Puedes irte, madre, -- su voz ronca y cargada de impaciencia cortó el silencio. -- No necesito a nadie más aquí.
Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto familiar en los últimos meses. -- Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experimentada y fue altamente recomendada. Por favor, dale una oportunidad.
Él giró el rostro hacia un lado, la mandíbula tensa. La idea de tener otra extraña invadiendo su privacidad, presenciando su fragilidad, era insoportable. La independencia que él siempre había apreciado, la capacidad de controlar cada aspecto de su vida, había sido brutalmente arrancada. Ahora, él era dependiente, vulnerable, un fantasma en la propia mansión que antes resonaba con su autoridad.
Sabrina carraspeó suavemente. -- Señor Maldonado, entiendo su renuencia. Pero estoy aquí para ayudarlo a recuperar su autonomía, dentro de lo posible. Soy enfermera, y mi objetivo es hacer su rutina más cómoda y facilitar su rehabilitación.
Arthur soltó una risa amarga, sin humor. -- Mi autonomía se fue en el momento en que aquel camión me golpeó, enfermera. Y en cuanto al confort... bien, la oscuridad no es particularmente confortable.
Él podía sentir la mirada vacilante de Sabrina sobre él, el aura de cautela que la envolvía. Todas las enfermeras anteriores habían demostrado la misma aprehensión inicial, mezclada con una dosis de lástima que él detestaba más que la propia ceguera. Ellas llegaban llenas de buenas intenciones, intentando animarlo, alentarlo. Pero sus sonrisas forzadas y palabras de consuelo sonaban vacías, ecos distantes de un mundo que él no podía ver más.
-- Sé que este es un momento difícil, señor Maldonado, -- Sabrina continuó, la voz calmada y firme, sin el tono excesivamente compasivo que él tanto detestaba. -- Pero la recuperación lleva tiempo y esfuerzo. Estoy aquí para guiarlo en ese proceso.
-- No necesito guías, -- Arthur replicó, el tono cortante. -- Necesito mi visión de vuelta. Y eso, nadie puede dármelo.
El silencio se instaló nuevamente en la habitación, pesado y cargado de tensión. Serena colocó una mano vacilante en el brazo del hijo, pero él se encogió al toque.
-- Arthur... por favor... -- ella imploró, la voz embargada.
Él suspiró, cediendo mínimamente. -- Da igual. Que se quede. Pero que no espere gentileza de mi parte.
Sabrina mantuvo la compostura, a pesar de la hostilidad evidente. -- No espero nada más que cooperación profesional, señor Maldonado. Estoy aquí para hacer mi trabajo.
Arthur se giró nuevamente, dando la espalda a las dos mujeres. La presencia de ellas en su santuario de oscuridad era una irritación constante, un recordatorio palpable de su impotencia. Él podía sentir los ojos de Sabrina en su espalda, pero se rehusó a hablar nuevamente con ella. En su mente, ella era apenas un obstáculo más, otro rostro indistinto en su nueva y sombría realidad. Y él no tenía paciencia para otro espectador de su desgracia.
-- Señorita Sabrina, por favor vamos a la oficina. -- Serena invitó mirando a la enfermera, -- Hijo, en un rato Sabrina regresará, sé gentil mi bien...
Arthur permaneció en silencio escuchando el sonido de la puerta de la habitación cerrándose...
Cuatro meses viviendo en la oscuridad... Cuatro meses sin ver la luz del día... Arthur se rehusaba a pasar nuevamente por el médico. Dos especialistas ya habían dicho que el caso de él era muy complicado y las chances de volver a ver de nuevo eran muy pequeñas. Él convivía con el miedo de tener otro diagnóstico negativo, y así vivía solitario, en su mundo de oscuridad.
Sabrina entró en la oficina de la mansión donde Arthur vivía acompañada por la madre de él. Serena ahora administraba la empresa, teniendo en sus manos, una gran responsabilidad.
-- Siéntese señorita Santos. Como vio, mi hijo no es un buen paciente. Él siempre actuó de esa manera con todas las otras enfermeras que ya pasaron por aquí. Ninguna de ellas consiguió concluir un mes de trabajo. Pero yo creo que usted sea diferente. Mi hijo tiene una personalidad fuerte y se rehúsa a ser cuidado por alguien, hasta mismo por mí, que soy la madre de él.
Sabrina con sus ojos atentos y oídos aguzados prestaba atención en las palabras de Serena.
-- Sra. Maldonado, en el hospital cuidamos de pacientes con personalidades parecidas con la de su hijo. En realidad, lo que sucede es que él está queriendo vivir en su "mundito" por achar que las personas están al lado de él apenas por lástima. Voy a hacer lo mejor que pueda para conseguir lo que las otras enfermeras no consiguieron.
-- Ótimo, -- exclamó Serena con una sonrisa discreta. -- Como ya sabe, tendrá que vivir aquí y su día libre será el sábado. Recibirá su salario cada quince días. Si necesita salir para resolver algo importante en el horario de trabajo, tendrá que comunicar al menos doce horas antes.
-- Sí, estoy de acuerdo -- respondió Sabrina confiada. -- Mi teléfono estará disponible para cuando necesite llamar para cualquier información. Yo tengo mi casa, pero estoy por aquí últimamente para cuidar de Arthur. Pero las cosas en la empresa se han complicado bastante aumentando mi responsabilidad, y ahora será muy difícil tener tiempo para cuidar de él... Ojalá que usted consiga, -- ella dijo con voz de llanto, -- mi hijo construyó una empresa sólida y bien estructurada, pero sin la administración de él, la empresa ha pasado momentos difíciles.
-- No prometo ser la profesional que cambiará el modo frío del Sr. Maldonado, pero prometo empeñarme mucho para conseguir que él tenga una buena recuperación.
-- Gracias por su coraje Srta. Santos. Ahora voy a llamar a la señora Vera que es la gobernanta de la casa. Arthur es muy apegado a ella. Todo lo que necesite, es solo hablar con la gobernanta Vera.
Sabrina es presentada a la ama de llaves Vera, una señora carismática y muy gentil. -- Mucho gusto, Sra. Vera, soy Sabrina Santos, la nueva enfermera del Sr. Maldonado -- dijo la enfermera con una sonrisa discreta en los labios. -- El placer es mío, señorita Sabrina... Ojalá mi niño acepte su ayuda. Él ha despreciado a todas las otras enfermeras que han pasado por aquí.
-- Sabrina va a esforzarse, Vera. Ella va a hacer un gran trabajo, si no lo consigue, contrataremos a otra -- argumentó la madre de Arthur con un tono de voz un poco áspero.
-- Qué bueno, niña. Arthur es arrogante, pero mi niño no es así con todos. Tenga paciencia y sepa darle el espacio que él necesite. Con el tiempo, él va a reconocer su esfuerzo.
-- Arthur quiere más a Vera que a mí que soy su madre, -- reveló Serena Maldonado con una expresión de resentimiento.
-- No es bien así, señora Maldonado. Arthur te ama como madre, pero como él siempre ha convivido conmigo desde que era joven, está más apegado a mí.
En ese momento, Serena lanza una mirada sombría a la ama de llaves que no pasó desapercibida por Sabrina como queriendo reprenderla. -- Disculpa Sra. Maldonado, hablé de más, -- argumentó la ama de llaves bajando la cabeza, avergonzada.
-- Sí, la señora tiene que saber su lugar. Los empleados no necesitan saber lo que ocurre con sus patrones. Yo necesito ir a la empresa ahora. Vera, cuide de todo lo que Sabrina necesitará para instalarse en la habitación de huéspedes. Y señorita, -- Serena mira a Sabrina de arriba abajo, -- sabe que necesita ayudar a mi hijo a tomar un baño, con seguridad él se negará, pero sea insistente. Arthur puede caer.
-- Está bien, señora. Tendré todo el cuidado. No se preocupe.
La madre de Arthur se despide y sale luego en seguida dejando algunas interrogaciones en la cabeza de Sabrina.
-- Vamos a su cuarto, Srta. -- Vera sale caminando de la sala llevando a Sabrina para la habitación de huéspedes. -- Ya está todo arreglado, señorita Santos. Dejé sus maletas cerca de la cama, dentro de poco voy a pedir a una empleada para que venga a arreglarlas en el clóset, -- Sabrina luego vaciló. -- No necesita señora Vera. Yo misma haré eso, no necesita preocuparse... A mí me gusta organizar mis propias ropas.
Vera asintió: -- todo bien, mi querida. Espero que Arthur acepte su ayuda profesional. Pero como dije antes, tenga paciencia con él. Al principio, Arthur con seguridad la tratará mal, pero después que vea su disposición y su esfuerzo para ayudarlo, él va a actuar de forma diferente.
Sabrina sujetó firme en las manos de Vera. -- La señora está muy apegada al Sr. Maldonado. Voy a esforzarme para soportar el mal humor de él.
Vera abraza a Sabrina emocionada.
-- Gracias mi querida por comprender. Siento que esta vez será diferente. Arthur es muy especial para mí.
-- Ahora voy a ver cómo él está, con licencia. -- Sabrina salió en dirección al cuarto de Arthur. Al llegar al cuarto, abrió la puerta lentamente, procurando no hacer ruido. Ella caminó hasta la cama y observó que él estaba durmiendo.
El rostro de Arthur, aun envuelto en la sombra del cuarto, exhibía trazos fuertes y definidos. Los cabellos oscuros estaban desalineados en la almohada, y la respiración era lenta y acompasada. Sabrina observó la línea de su maxilar, la curva de los labios cerrados, imaginando el brillo que sus ojos castaños deberían tener antes de la tragedia. Era innegable la belleza máscula que emanaba de él, aun en su estado de vulnerabilidad.
Sabrina se sentó en el sillón al lado de la cama. Sus pensamientos de cierta forma estaban tumultuados.
Ella se acordó de los comentarios susurrados en el hospital, antes de aceptar el caso. "Un hombre encantador", "un tipo arrogante", "un empresario de éxito que perdió la visión", "un verdadero galán, pero no quiere saber de amar o casarse con alguien". Ahora, la belleza permanecía, pero envuelta en un aura de sufrimiento y aislamiento. Sabrina sintió una punzada de empatía, una comprensión de la frustración y de la rabia que lo consumía. Perder la visión, la independencia, debía ser una prueba terrible para un hombre acostumbrado a tener el control.
Sus dedos trazaron el contorno de la propia mano, imaginando la sensación de no poder más ver los colores, las formas, el mundo a su alrededor. La oscuridad debía ser avasalladora, un peso constante sobre los hombros. Ella admiró la fuerza que él demostraba, aun en su hostilidad, una resistencia terca contra su nueva realidad.
Un leve suspiro escapó de los labios de Arthur, quebrando el silencio del cuarto. Sabrina contuvo la respiración, observándolo atentamente. Sus ojos se movieron levemente bajo los párpados cerrados, como si estuviese soñando. Por un instante, la enfermera se permitió imaginar al hombre por detrás de la máscara de sarcasmo y amargura. ¿Quién era Arthur Maldonado antes del accidente? ¿Un hombre alegre? ¿Apasionado por la vida? ¿Por su trabajo?
La puerta rechinó suavemente, y Vera espió para dentro del cuarto. Al ver a Sabrina sentada allí, observando a Arthur con una expresión serena, la ama de llaves sonrió discretamente e hizo un gesto silencioso de aprobación antes de retirarse, cerrando la puerta con cuidado.
Sabrina volvió su atención para Arthur, sintiendo una mezcla de desafío y determinación. Ella no sería apenas más una enfermera a desistir. Ella se esforzaría para romper la barrera de su dolor, para encontrar una manera de ayudarlo a reconstruir su vida, aun en la oscuridad.
Sabrina se quedó allí por algún tiempo, pero al percibir que Arthur podría demorar en despertar, resolvió volver para su cuarto y guardar sus ropas en el clóset.
Al levantarse, ella tropezó en la pierna del sillón. -- ¿Quién está ahí? -- Preguntó Arthur despertando rápidamente. -- Sabrina tragó en seco sintiéndose intimidada. -- Soy yo Sr. Maldonado, la enfermera Sabrina Santos.
Arthur abrió los ojos, aun sin poder ver podía oír la respiración jadeante de la enfermera al lado de la cama.
-- ¿Qué está haciendo aquí? -- Pregunta nuevamente con tono de desagrado. -- Vine a ver cómo estaba y acabé tropezando en el sillón, me disculpe por estorbar su descanso.
Arthur se quedó en silencio por un momento. -- Salga de mi cuarto, si fuese preciso la llamaré. -- Él habló con arrogancia. -- Sabrina mordió los labios imaginando cómo responderlo.
-- No puedo salir ahora, necesito darle su medicación marcada para las dos horas de la tarde. -- Sabrina luego se acordó del medicamento de Arthur.
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