Cádiz dormía en aquella cama enorme, como si fuera una tumba, un mausoleo del que nunca podría escapar. Somnoliento, se incorporó al escuchar el sonido de la puerta abriéndose, acompañado de una respiración agitada y temblorosa.
—¡Adelante! —dijo Cádiz mientras se levantaba.
Una chica de piel clara y cabello castaño entró con una bandeja de agua caliente y toallas limpias en sus manos. El rostro de Cádiz y su mirada estaban carentes de emoción, sin siquiera esbozar la más mínima sonrisa.
—¡Buenos días! —saludó la chica con amabilidad al escuchar a su rey iniciar el día con un saludo, no era común de él dirigir la palabra.
Cádiz se quitó lentamente su camisa, dejando al descubierto su cuerpo bien definido y una marca roja con tonos oscuros en su hombro derecho, mientras la chica mojaba la toalla con agua tibia. Con su habitual personalidad sombría, Cádiz rompió el silencio.
—Este no es tu trabajo —comentó, mirándola de reojo.
—Lo sé, pero las sirvientas te tienen miedo—respondió ella acercándose para comenzar a limpiar su piel pálida y brillante.
—No era mi intención. Desobedecieron mis órdenes —dijo él con frialdad, sosteniéndole la mirada.
—Solo querían traerte comida —respondió la chica , colocando la bandeja con el agua sobre la mesa mientras exprimía las toallas.
—Sabes que no me gusta la comida humana.
—Lo sé, el señor Mikhail ya se encargó de hablar con las sirvientas, eso no se volverá a repetir.
—Eso espero, por qué si vuelve a ocurrir, una de las sirvientas será mi próxima comida —dijo con un tono amenazante.
—Está bien...
—rió nerviosamente mientras continuaba con su tarea.
Cádiz suspiró y preguntó con desinterés:
—¿Qué ha pasado en mi ausencia?
La chica dejó de exprimir las toallas y comenzó a doblar unas sábanas en una canasta qué estaba cercana mientras respondía:
—Los soldados han terminado su entrenamiento en la frontera, cerca de Arcai encontramos a una familia de híbridos al borde de la muerte. En total son nueve, cinco de ellos niños. Conan se encargó de curarles las heridas. Rena regresó de su misión, y Lecai nos informó sobre el portal de los demonios. Por ahora, todo está en orden.
Cádiz llevó una mano a su frente, peinando su cabello hacia atrás.
—¿Y Mikhail?
—Regresó ayer.
—Infórmale a Rena que se prepare con los soldados. El portal se abrirá pronto —ordenó con voz firme.
—Entendido. ¿Sabes que hoy es la fiesta del príncipe de Valaquia? —preguntó la chica.
—Sí… ¿y? —contestó sin interés.
La chica terminó de limpiarlo y tocó su frente con preocupación.
—Aún tienes fiebre. Tú ciclo de calor no ha disminuido. ¿Por qué no buscas a alguien que te ayude? —preguntó, titubeante.
—No me importa, no necesito a nadie.
Iré de todas formas y no necesito a nadie —respondió con indiferencia mientras se dirigía al baño.
—Sabes que habrá alfas en la fiesta y, por naturaleza, reaccionarán a tus feromonas si las huelen —dijo ella con los brazos cruzados.
Cádiz no respondió y continuó su camino, ignorándola por completo.
—¡Eres terco! Estás en celo y aun así quieres ir. Entiende, Cádiz, los alfas reaccionarán a su instinto e intentarán marcarte —exclamó con preocupación.
Él se giró levemente y, con una expresión de orgullo, replicó:
—¿Y? ¿Crees que por ser un Omega dejaré que un sucio alfa me toque? Siempre gano con fuerza.
La chica bufó, enojada.
—¿Intentarás controlar tu celo con fuerza? Bien, hazlo. No importa si un alfa te marca y te deja embarazado —respondió, terminando de acomodar las sábanas.
Cádiz desvió la mirada, mostrando indiferencia. la chica, roja de furia, frunció el ceño y tomó la bandeja con brusquedad.
—¡Adiós! —se giró y salió de la habitación. Desde afuera, su voz aún se escuchaba— Eres un idiota. Ya veremos cuando vengas a decirme que estás embarazado. Te daré mis felicitaciones, porque tú orgullo habrá caído por los suelos.
Cádiz ignoró sus palabras y entró al baño. Se quitó la ropa lentamente, observando su reflejo en el espejo: su piel pálida estaba marcada por pequeñas cicatrices. Se sumergió en la bañera, dejando que el agua fría lo envolviera.
Miró al techo mientras un sentimiento inquietante lo embargaba. Su mente se llenó de recuerdos de un mundo antes de esta supuesta "paz".
Hace quinientos años, incluso antes de que yo naciera, este mundo estaba cubierto por un manto rojo. La guerra entre humanos y criaturas arrasaba todo a su paso. Los gritos y el dolor de los heridos traían consigo una sensación de amargura. La tierra estaba teñida de sangre, seca y gris. La muerte reinaba con deleite, recogiendo cuerpos sin cesar.
Mi padre, el antiguo rey vampiro, luchó en esa guerra. Al final, los humanos se rindieron y firmaron un "Tratado de Paz", aceptando la existencia de los mestizos. Así terminó la guerra.
Años después, nací yo, el fruto del amor entre una mítica demonio y un rey vampiro. Un milagro para mis padres. Un monstruo para todos.
Desde mi nacimiento, fui criticado por los "puros". Me consideraban impuro, un ser maldito. Pero para mis padres, yo era solo su hijo. El primer mestizo en la historia, destinado a ser rey.
A veces me pregunto si los volveré a ver…
La nostalgia me invadió, y mi mente se perdió en el pasado.
Cierro los ojos y no te veo.
Miro al cielo y no brilla.
Trato de traerte a mí, pero no puedo.
Mi corazón duele. Trato de llorar, pero mis lágrimas se secaron desde el día en que te perdí.
Los años sin amor y en profunda soledad me convirtieron en un extraño dentro de mi propia vida. Sé que nunca podré encontrar el significado del "amor". También sé que jamás volveré a ver a mis padres. Pero, en lo más profundo de mi corazón, aún arde la esperanza.
—Nos volveremos a ver…
—susurré con nostalgia.
Finalmente, se preparo para la fiesta. Su vestimenta era elegante y majestuosa: negro y rojo, con encajes exquisitos. Un broche de rubíes adornaba su pecho, y una capa negra cubría su cuerpo. Sus guantes ocultaban sus manos y los anillos que llevaba brillaban con cada movimiento. Su cabello negro caía sobre a quel rostro frío, y sus ojos rojos resaltaban contra su piel pálida.
Rowena la chica de antes esperaba junto a las sirvientas. Al ver al rey, quedaron perplejas. Se inclinaron, mostrando respeto. Un chico llegó en ese momento, es el segundo comandante Bornan Lannister.
—¡Es hermoso! —exclamó, asombrado.
Bornan, un chico de cabello celeste y ojos claros veía con asombró a su rey.
Incluso Rowena, quien minutos antes estaba enojada, sonrió.
—Es espectacular.
Le rey ignora sus reacciones y se dirigió a ellos.
—Los dejo a cargo, el castillo queda en sus manos.
—Sí, mi señor. Espero que tenga un buen día —respondió Bornan, inclinándose.
Subió al carruaje con Rowena. Mientras partían, la gente se ajuntaban en las calles para ver al rey. Sabían que el rey vampiro salía muy pocas veces de su castillo y era extraño que saliera hoy
Desde la distancia, en la ciudad de Valaquia, un joven príncipe de cabello cafés alzó la mirada al cielo y sonrió al ver los cuervos volar en círculos.
—Está a punto de llegar…
CONTINUARÁ
El momento fue interrumpido por el sonido de unos golpes en la puerta. Del otro lado, junto a unas sirvientas, estaba el rey Gilh.
Aedus un chico de cabello café ondulado se dirigió a la puerta y abrió, permitiendo la entrada del rey y su séquito.
—Su Alteza, ¿podemos pasar?
Su majestad nos ha enviado para ayudar con su vestimenta —dijo una de las sirvientas con respeto.
—Estoy bien. Puedo vestirme solo, ya no soy un niño —respondió Aedus con firmeza.
—¿En serio?
Sé que ya no eres un niño, pero a veces te comportas como tal —dijo el rey Gilh un hombre duro de cabello café oscuro con una sonrisa divertida mientras entraba con las sirvientas.
El rey se acercó y apoyó una mano sobre la cabeza de su hijo, sonriendo con melancolía.
—Recuerdo cuando solo eras un niño…
—su voz tenía una matiz nostálgica.
Aedus sonrió y tocó la mano de su padre.
—Viejos recuerdos… Pero ya soy un adulto, papá.
Gilh suspiró y asintió antes de ordenar:
—Traigan la capa.
—Sí, su Majestad —respondieron las sirvientas con una reverencia.
Una de ellas entregó una gran capa roja, casi de la misma altura que el príncipe. Gilh la tomó y se acercó a Aedus, observándolo con orgullo.
—Has crecido tanto que mi capa ya no te queda. Por eso mandé hacer esta para ti.
Las palabras del rey lo llevaron a un recuerdo lejano: un campo de narcisos iluminado por el sol, y una figura misteriosa que lo observaba a lo lejos. Aquella sonrisa radiante aún vivía en su memoria.
"Desde el momento en que te vi, supe lo que era el amor…"
Cabello dorado brillando a la luz del sol. Ojos amarillos en los que perderse. Fue en ese entonces cuando conocí el amor por primera vez. Pero también experimenté la tristeza de perderte.
Gilh parpadeó, volviendo al presente. Hoy veía esa misma mirada reflejada en su hijo. Cada sonrisa, cada gesto, cada vez que Aedus lo llamaba "papá", él recordaba… y dolía.
—¿Papá, estás bien? ¿Qué pasa? —preguntó Aedus, notando la expresión distante de su padre.
El rey salió de su ensimismamiento y contestó con torpeza:
—¡Eh! Hijo, e-estoy bien. Solo me distraje… Tengo que ir a ver a tus hermanos.
Dicho esto, se marchó rápidamente, dejando a Aedus confundido.
Las sirvientas terminaron de vestir al príncipe y se retiraron con una inclinación. Ahora, estaba listo para su celebración. Vestía un traje elegante con remaches dorados, una combinación de blanco y dorado. Sobre sus hombros reposaba una capa roja sujeta con un broche de diamante fancy yellow. Un collar de oro con piedras preciosas, guantes blancos y una pulsera dorada completaban su atuendo.
Aedus caminaba de un lado a otro, nervioso.
"Hoy cumplo veinte años y eso significa una cosa: tengo que conocer a un Omega y casarme con él para darle un heredero al reino. Mi padre no ha dicho nada, pero sé que está planeando un matrimonio. También sé que hoy vendrá Nicolás e intentará que bailemos juntos… Pero tengo un plan. Hoy voy a invitar al señor Cádiz. Quiero que vea lo mucho que he crecido. Ya no soy un niño. Pero… ¿cómo haré para que el señor Cádiz acepte bailar conmigo?.Estoy jodido. ¿Y si me dice que no?. Se que es alguien frío, pero vale la pena intentarlo. ¡Aquí voy!"
Decidido, Aedus bajó al salón principal, donde los invitados conversaban animadamente. Sin embargo, algo le inquietó: los cuervos posados en los árboles y un extraño ambiente de tensión.
"No ha venido… Solo veo los cuervos. ¿Por qué? ¿Dónde está?"
De repente, un viento helado recorrió el lugar, erizando la piel de los presentes. Un espeso banco de niebla comenzó a cubrir el castillo, a pesar de que el cielo aún conservaba su azul intenso.
Entonces, un fétido olor se esparció desde la entrada.
—¡Qué olor tan desagradable! —murmuraron algunos invitados con incomodidad.
Las puertas se abrieron de golpe. Los cuervos se dispersaron.
Y entonces, él entró.
El rey vampiro Cádiz Silva apareció junto a la duquesa Lilibeth Mormont.
Los murmullos no se hicieron esperar. Muchos habían imaginado a Cádiz como una criatura grotesca por ser mitad demonio, pero la realidad era muy distinta.
—Es alto y musculoso… ¡Es muy guapo!
—Sí… jamás pensé que sería así.
Cádiz ignoró los comentarios. El olor desagradable desapareció y fue reemplazado por una fragancia dulce, que los presentes asumieron provenía del jardín.
—¡El rey Cádiz Silva ha llegado junto a la duquesa Lilibeth Mormont!
Aplausos y reverencias llenaron la sala.
Aedus, atónito, contempló a Cádiz desde la distancia. Su corazón latía con fuerza. Tan distraído estaba que, sin querer, dejó caer su copa, atrayendo la atención de Cádiz.
Por instinto, Aedus intentó acercarse, pero fue interceptado por Nicolás.
—¡¡Hola!!
Vaya, has crecido mucho. Más de lo normal para un Alfa. Hoy luces radiante… —dijo Nicolás, un joven Omega de cabellos rosados.
Aedus, nervioso, respondió lo primero que se le pasó por la mente:
—¿Eh? Nicolás, ¿qué te trae por aquí?
"Sabía que mi padre lo invitaría."
—El rey me pidió que viniera. Ya sabes, quiere que estemos juntos. ¡Y como es tu cumpleaños, quiero ser el primero en bailar contigo!
Aedus no pudo reaccionar a tiempo. Nicolás le sujetó la mano y lo arrastró a la pista de baile.
"He fracasado."
Sus ojos buscaron desesperadamente a Cádiz, quien estaba junto a la duquesa Rowena. A pesar del bullicio, su rostro permanecía neutro y distante.
—Los humanos son ruidosos —murmuró Cádiz con fastidio.
Rowena sonrió.
—Tienes toda la razón.
Entonces, el rey Gilh alzó la voz para dirigirse a los presentes:
—Damas y caballeros, hoy estamos reunidos para celebrar. Espero que podamos dejar atrás las enemistades del pasado. Agradezco la presencia del rey de Davia y su esposa, así como la del rey de Sylvania y la duquesa. Lamentablemente, el rey de Arcai no pudo asistir, pero su hermano ha venido en su representación. Ahora… ¡todos a bailar!
Los aplausos retumbaron en la sala.
Pero en medio de la celebración, en un rincón de la fiesta, Cádiz se mantenía en silencio.
Los colores y las luces brillaban a su alrededor, pero su expresión seguía siendo gélida.
"Esta es una fiesta llena de alegría… pero yo solo siento vacío."
Un joven Omega de mediana estatura se acercó a Cádiz e hizo una reverencia.
—Buenas noches, su majestad. Mi nombre es Marcus Stroman. Le gustaría hacerme el honor se bailar conmigo, si le complace.
Cádiz lo miró con frialdad y algo de asco.
CONTINUARÁ
Cádiz miró de pies a cabeza a aquel omega. Un pensamiento cruzó su mente, un "pensamiento" sin más. Sin decir nada, Cádiz extendió su mano y agarró a Marcus, dándole un beso cálido en su mano. Luego le dijo:
—Será un placer.
Se dio la vuelta y, mirando a Rowena, añadió:
—Espero que te diviertas. Volveré.
Rowena no respondió, solo se inclinó. Sabía lo que Cádiz había pensado al ver a Marcus.
En voz baja, Rowena murmuró:
—Hmm, ya encontró nuevo juguete.
De pronto, apareció un joven alfa.
—Hola, buenas tardes mi lady, me presentoi nombre es Jonsh Fargus.
¿Me haría el honor de bailar conmigo?
—se inclina.
—Será un placer.
Rowena y el alfa se dirigieron a la pista de baile.
Mientras tanto, Cádiz agarraba la mano de Marcus con fuerza, y con la otra mano sujetaba su cintura. Este último, feliz, pensaba que tenía posibilidades con el rey vampiro. Estaba convencido de que Cádiz lo estaba acortejando.
El hermoso piso combinaba perfectamente con los manteles de las mesas. Cerca de ellas, Aedus y Nicolás estaban disfrutando de los bocadillos, pero Aedus se dio cuenta de que Cádiz estaba bailando con alguien más. Los celos lo invadieron, pero sabía que no podía hacer nada, pues él y Cádiz no eran siquiera amigos.
"¿Qué? Está con Marcus... ¿qué hace bailando con él? Yo debería estar allí... ¡Marcus, desde hoy serás mi enemigo!"
Entonces, tuvo la idea de ir a bailar con Nicolás.
—Vamos a bailar. Me gusta la música que está sonando—dijo Aedus.
—¡Bien, vamos!
Cádiz bailaba junto a Marcus cuando Aedus, acompañado de Nicolás, llegó. Fue entonces cuando comenzó una batalla silenciosa entre Cádiz y Aedus. Juntos, Aedus y Nicolás se unieron al círculo de invitados que observaban las dos parejas bailar, mientras todos aplaudían. Rowena podía sentir la tensión entre Cádiz y Aedus.
Aedus no dejaba de mirar a Cádiz, quien se sentía incómodo. Marcus, dándose cuenta de la situación, le preguntó a Cádiz:
—¿Por qué el príncipe lo mira tanto?
No ha despegado la vista de usted desde que llego.
—Creo que se le ha perdido algo. Ignóralo y sigamos bailando.
Cádiz apretó la cintura de Marcus con más fuerza.
—Su Majestad, ahora que lo veo bien, sus ojos son hermosos. ¿Puedo verlos más de cerca?.
Las mejillas de Marcus se pusieron rojas.
—¡Adelante!
Cádiz se acercó más a Marcus, como si fuera a besarlo. Sus labios casi se tocaban mientras se balanceaban al ritmo de la música.
Aedus los miraba, con pensamientos que lo dominaban.
"¡No, lo va a besar! Todos mis planes están arruinados... ¿se dejará besar? ¡Está más cerca!" Sus especulaciones lo consumían.
Cádiz sentía la mirada de Aedus en su espalda. Su mente estaba en otra parte, hasta que, por accidente, Aedus chocó contra la espalda de Cádiz, haciendo que su corona cayera. Todos se asustaron, incluso Aedus, quien, nervioso, se disculpó:
—Lo siento, no era mi intención. Yo solo tropecé, lamento que...
—No es para tanto. El que se disculpa soy yo su Alteza. Estaba tan concentrado en el señorito Marcus que me acerqué demasiado a ustedes —respondió Cádiz de manera indiferente.
—¿Cádiz? —preguntó Marcus, mientras sostenía la corona en sus manos.
—Tranquilo, estoy bien.
Cádiz sonrió.
—Le traeré algo de beber.
Marcus se alejó para buscar algo para él.
—¡Gracias! —sonrió Cádiz, pero de manera forzada.
—Lamentamos lo sucedido, Su Majestad —dijo Nicolás al acercarse a Cádiz.
—Está bien, no es para tanto.
Cádiz pensó para sí mismo:
"Malditos bastardos. los materia en este momento pero mejor me retiro, tengo algunos asuntos que resolver con Marcus"
Dijo Cádiz, mientras miraba fijamente a Aedus, quién estaba estremecido y con las mejillas rojas como un tomate.
Aedus estaba nervioso, quería pedirle a Cádiz que bailaran juntos, pero sus pensamientos lo dominaban.
"Estoy nervioso, algo inquieto y ansioso... Quiero bailar con él. Hoy es mi cumpleaños, pero eso no me importa. Lo que me importa es estar con él. Cuando le comenté a mi padre sobre invitar a los Reyes de toda la región, no se negó. Solo quería ver al rey Cádiz y bailar con él... Ser tan cercano que quizás él podría abrir su corazón para hablar de cualquier cosa. Tengo que pedirle que baile conmigo... pero... ¡Tengo miedo!"
Nicolás observaba la situación, algo confundido. Su atención estaba completamente en Cádiz, su belleza y seriedad lo habían cautivado.
Aedus, decidido a actuar, dio un paso al frente, pero un grupo de omegas, desesperados. Se acercaron a él como si fueran hormigas a un terrón de azúcar, aprovechando que Marcus estaba lejos. Incluso Nicolás se unió al grupo. Aedus, viendo la situación, no pudo quedarse quieto y actuó.
"Ya es suficiente"
—¡Su Majestad! —dijo con firmeza.
Cádiz volteó con su típica mirada sombría.
—¿Qué...? —se dio cuenta, y su expresión se volvió seria.
—¿Acaso no le incomoda estar rodeado de esta manera?
—¿Por qué habría de incomodarme?
Ellos solo buscan compañía —sonrió de forma siniestra.
—No solo compañía buscan.
Aedus estaba empezando a enfurecerse.
—¿Estás celoso? —dijo Cádiz, mirando fijamente a Aedus. Este sintió una punzada en su corazón, y las palabras no salieron como esperaba.
—No, al contrario... únicamente...
—quedó en silencio.
Se acercó a Cádiz, quien pensaba en lo que sucedía a su alrededor.
"¿Qué? ¿Por qué viene hacia mí con esa cara roja, tan enojado está? ¿Quiere pelear? Ahora que lo pienso, no sabía que el príncipe tenía este lado tan tosco. ¿Se habrá puesto celoso solo porque los omegas me están rodeando?
Bueno, sea lo que sea, no me importa este lugar, estas personas, estos omegas y este bastardo. Me tienen asqueado. Incluso el olor repugnante de los alfas me da ganas de vomitar. No se si sea por el celo pero el aire esta denso."
"Me siento ligero. Desde que llegué, todas las miradas han estado puestas en mí. Los omegas desesperados por tener relaciones sexuales con alfas, pero lamento decirles que soy omega con complemento alfa. Me gustaría divertirme con ellos, pero la verdad no estoy de humor. Solo ignoraré a este bastardo."
Mientras Aedus seguía acercándose, nervioso, sus piernas parecían temblar.
"¡Bien, aquí voy! ¡Siento que me tiemblan las piernas!"
—¡AUCH! —se tropezó y cayó al suelo.
—¡Ah!
El príncipe se ha caído.
Todos quedaron boquiabiertos al ver al príncipe caído en medio del salón.
—¿Su Alteza está bien? —preguntó alguien.
—¿Aedus, estás bien? —preguntó Nicolás.
—¡Lo siento, estoy bien!
Mis piernas me fallaron. Lo lamento.
"No puedo creer que me haya caído frente al rey Cádiz. Qué vergüenza, quisiera desaparecer..."
Aedus, aunque avergonzado, no dejaba de luchar por seguir adelante para pedirle a Cádiz que bailaran. Era amable, pero se volvía torpe cuando estaba cerca de él.
Cádiz observaba el espectáculo con desdén. Aquel comportamiento infantil de Aedus lo disgustaba. Pensaba: No puedo creer que él sea el sucesor del rey. Es alguien tonto. Cádiz se dio la vuelta para ir a buscar a Marcus, cuando...
—¡Rey Cádiz! ¡¡¡Espere, por favor!!!
Aedus lo siguió corriendo.
Cádiz se volteó, mostrando su desagrado hacia Aedus.
—Lo... siento. No era mi intención ser tan grosero. Sé que mis actos fueron groseros, pero... por favor, ¿me haría el honor de bailar conmigo?—elava su mano y agacha su cabeza.
—¡No! —respondió rápidamente, con la mirada sombría.
—Pero... yo solo...
—sus ojos estaban fijos en Cádiz.
—No tengo tiempo para esto.
—Espere, yo solo...
De pronto, un grito interrumpió a todos, proveniente de una mujer alterada. Todos se volvieron hacia ella, observando cómo maltrataba a un niño indefenso que solo quería ser amable. Los murmullos comenzaron.
—Esa es la esposa del varón del este.
—¡Es un niño del orfanato!
—Ese niño luce andrajoso.
—¿Quién aceptaría la flor de ese niño sucio?
Es un plebeyo.
—¡Es huérfano!
—¡Yo no sería capaz de acercarme a ese plebeyo sucio y andrajoso!
¿quien trajo a esos niños sucios?.
—dijo la mujer con desprecio.
En ese momento, el ambiente se volvió tenso. Una aura oscura envolvió a todos, proveniente de Cádiz. El niño, que había escuchado los comentarios crueles, sus ojos se llenaron de lágrimas. La mujer, riéndose, lo ridiculizaba.
—HAHAHA
¿En serio estás llorando?. Qué plebeyo tan molesto. Yo no aceptaría una flor de un niño como tú.
—Waaah... Lo siento, solo quería dárcela por que me parecía alguien linda—los ojos del niño estaban húmedos, su voz quebrada.
Todos miraban, inmóviles, como si fuera un espectáculo. Los de la alta sociedad no hacían nada, solo observaban.
"Así es este mundo. Algunos sufren mientras otros lo ven como un espectáculo."
Cádiz camino firmemente, pasó entre la multitud
La mujer levantó su mano para golpear al niño, pero una mano la detuvo con fuerza.
—¡ALTO!
—dijo Cádiz con voz firme y ronca.
La dama se sobresaltó, y los invitados guardaron silencio. Nadie se atrevía a moverse.
—Sueltame... me lastimas. ¿Cómo se atreve a tocar a una dama?
La ira se apoderó de Cádiz. Su rabia se convirtió en ácido, recorriendo sus entrañas. Sus ojos brillaban con furia, y sus manos se cerraban en puños. Con voz dura y clara, dijo:
—¡Su conducta es imperdonable!
¡Estás siendo grosera!
¡Tus actos me están agotando la paciencia!
La mujer no dijo nada, paralizada por el poder de Cádiz. Todos los presentes quedaron inmóviles, aterrados por la fuerza que emanaba de él.
Cádiz, con los ojos llenos de furia, se acercó al niño. A pesar de la tensión, el niño lo miraba con confianza.
Cádiz se arrodilló y, con suavidad tomó la mano del niño.
—Nunca permitiré que nadie maltrate a un niño como tú.
—¿Señor? —preguntó el niño, con los ojos llorosos.
Era la primera vez que un rey sentía empatía por él, jamás nadie lo había defendido así.
—Tranquilo, ¿estás bien? ¿No te duele nada?
—Muchas gracias mi señor, estoy bien. Sabe, usted es muy hermoso. ¿Aceptaría esta flor? Bueno, está rota, pero iré a buscar otra.
El niño sonrió.
—Está bien. Tomaré esta. Agradezco tú generosidad.
Cádiz aceptó la flor, que solo tenía tres pétalos. Sonrió al niño, cuyos ojos brillaban como luciérnagas.
CONTINUARÁ
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