Allison
El calor del sol comenzaba a molestarme, y me maldije internamente por haber olvidado cerrar las cortinas, otra vez.
La peor parte de la primavera, además de volver a clases, eran los pájaros que se posaban en el árbol junto a la ventana, para cantar lo más temprano posible. Como si con el insomnio no tuviese suficiente.
Con un largo bostezo, estiré mis brazos hasta tomar el teléfono, sobre la mesita de noche y observé la hora, somnolienta.
—¡Mierda!— Chillé, mientras daba un salto desde la cama hasta casi la puerta de la habitación, y con paso torpe me tambaleé hasta la puerta del baño, al final del pasillo. - ¡Maldita sea, Kate! Necesito entrar. - Me quejé mientras golpeaba la madera, y casi pude percibir la sonrisa maléfica de mi hermana del otro lado.
—¡Espera tu turno! ¡Tuve que esperar treinta minutos por Arthur, y otros quince hasta que el aire aquí fuera respirable!— Respondió, con desinterés, a los gritos, desde el otro lado, y poniendo los ojos en blanco, dejé salir un resoplido de fastidio, mientras volvía corriendo a la habitación para ponerme el uniforme, optando por dejar la pelea para otra ocasión, que de seguro habría otra.
Todavía no recordaba el instante en el que mi dulce hermana menor se había transformado en la reencarnación de Hitler, y lo que mi padre apodaba como "comportamiento normal de la preadolescencia", yo le llamaba "necesidad desesperada por un puñetazo".
Deslicé la falda roja, con una mano, meneando las caderas de forma ridícula, mientras que con la otra intentaba abotonarme la camisa. Volví a maldecir al universo, por haberme apremiado con un busto exageradamente grande, que hacía que una abertura se formase entre el segundo y el tercer botón. Sabía que mi cabello era una maraña esponjada de rizos rubios, incluso antes de verme en el espejo, pero eso no evitó que me desalentara el reflejo cuando me senté frente a él, y finalmente me encogí de hombros con resignación mientras lo alzaba en una coleta ajustada, y tomaba una nota mental de no volver a acostarme con el cabello húmedo.
—¡Kate, maldita sea, date prisa!— Volví a gritar, desde mi habitación, mientras tomaba mi bolso, sin siquiera cerciorarme de llevar lo necesario, deduciendo que en el primer día no habría mucho para hacer.
—Todo tuyo.— Mi hermana susurró, con el típico tono divertido, que utilizaba para burlarse de mí, y contuve la necesidad de golpearla, considerando que eso me llevaría al menos, cinco minutos que no estaba dispuesta a perder.
Cepillé mis dientes, y lavé mi rostro, renunciando a la idea del maquillaje, y salí disparada, a través de las escaleras, en dirección a la cocina, donde ya había una taza de té de limón esperándome sobre la mesada.
—Buenos días.— Arthur comentó, sin elevar la vista de su periódico, acomodado sus gafas en el cuello de su pijama a rayas. Al tiempo que me atragantaba con una tostada, di un sorbo de té caliente, devolviéndole el saludo con un gruñido nada femenino.
—¡¿Por qué no me has despertado?!— Inquirí de mala gana, y él se limitó a encogerse de hombros, pasando la página con calma.
—No me pediste que lo hiciera ¿o sí?— Esbozó una sonrisa inocente, mientras me miraba de reojo. Puse los ojos en blanco, al recibir la respuesta esperada.
No podía decirse que tenía el padre más estricto del mundo, pero desde el divorcio, el aire de despreocupación que había adoptado, parecía mantenerlo de buen humor, y eso era algo. Además, había recuperado el fastidioso sentido del humor, que no había notado cuanto echaba de menos hasta el momento en el que se había deprimido, eso había vuelto acompañado con la petición de que le llamáramos por su primer nombre, lo que en mi opinión solamente se debía a una tardía crisis de los cuarenta.
—¿Te llevo?— Preguntó, con un ligero remordimiento que me resultó divertido y negué con la cabeza. -Tengo que llevar a tu hermana a su club de drama. -
—No sé por qué molestarse, es dramática por naturaleza. Además, sigues en pijamas.— Dije, señalándole.
—¿Y?— Preguntó, con una sonrisa, encogiéndose de hombros, y el brillo de su mirada verde chocó con la mía, idéntica.
Sí, me alegraba que hubiese vuelto a la normalidad, incluso si eso significaba que tenía que lidiar con un ligero desfasaje de su sentido de la responsabilidad, y es que después de un divorcio tan traumático, él no era el único que necesitaba despejar la cabeza. Además de hacerse cargo de tres hijos, de los cuales dos todavía dependían de él casi tiempo completo.
Reprimí el amenazante recuerdo de las mañanas entre gritos y peleas, llantos y huidas que había vivido más de una vez. En comparación, llegar tarde el primer día, con una tostada en la boca, parecía ser un escenario bastante favorable.
Si, ese era un buen día.
—Tomaré un taxi.— Me limité a responder, mientras agitaba la mano, y salía disparada por la puerta principal, saltando los tres escalones del pórtico de una sola vez.
Hubo una época en la que el primer día me emocionaba, una época en la que volver a clases era sinónimo de diversión, y no por libros precisamente. Esa época había sido la misma la que me había arrastrado al hospital, y que había decidido dejar atrás, por lo que hoy, solamente era otra chica normal, yendo a su último primer día de clases, con el desgano general que provocaba sentarse seis horas a escuchar cada una de las clases con profesores que detestaba.
El taxi dobló en la tercera esquina, y la escuela comenzó a hacerse visible. Desde allí, el enorme cuadrilátero se alzaba en el centro de un mar de césped, rodeado por enormes e impenetrables muros de ladrillos, simulando exactamente lo que en otros tiempos había sido: una prisión. Y aunque eso había sido hace más de ochenta años, todavía me divertía con las leyendas urbanas que rondaban por los pasillos en "Normal High", que siempre aterraban a los de primer año, aunque en realidad esta se limitara a ser una secundaria tan corriente como cualquier otra, haciéndole honor a su nombre.
"Arribando en la cárcel. No sabes de lo que estás perdiéndote."
Tecleé rápidamente, antes de bajar del vehículo, y envié el mensaje, con una sonrisa, esperando por una respuesta momentánea, que no llegó.
Corrí lo más rápido que pude subiendo los dieciséis escalones de la entrada, evitando quedar afuera con los grupos a los que llegar tarde no les interesaba, de los cuales yo había formado parte una vez, y cuando mi pie, finalmente, pisó las baldosas blancas de la entrada, el timbre sonó, ensordecedor sobre mi cabeza. El mar de adolecentes comenzaba a moverse lentamente, como una masa de zombis, en dirección a los salones, mientras las puertas se cerraron detrás de mí.
—Justo a tiempo.— Susurré para mí misma, mientras suspiraba con una pizca de alivio.
—Pero por muy poco Jones.— La tan familiar voz de la profesora Reynolds se oyó a mis espaldas, y el desdén que despedía no necesito que me volteara para ser percibido.
Inspirando una profunda bocanada de aire, articulé la mejor de mis sonrisas falsas al momento de voltear.
—Gusto en verla a usted también profesora.— Dije, mientras en mi mente se traducía como "maldita vieja, aun sigues con vida".
Reynolds, elevó una ceja, y continuó su camino sin volver a decir nada, mientras yo ponía los en blanco, y hacia una mueca infantilmente burlesca. Era inevitable, Reynolds era, sin duda, la peor profesora en toda la escuela, me había detestado desde el primer día que me vio, y lograba sacar el odio más infantil de mi interior. Al menos el sentimiento era mutuo, y lo único bueno que sacaba de su existencia era que, posiblemente, el próximo año se encargaría de hacerle la vida miserable a Kate, por el simple hecho de ser mi hermana.
Me perdí un instante en el placer de ese pensamiento, hasta sentir un fuerte empujón y un golpe en mi cabeza.
—¿¡Cómo puedes llegar a estas horas en el primer día!?— Luzu chilló en mi oído, mientras me daba un abrazo, y el aroma de su colonia inundó mis sentidos, al tiempo que éramos arrastradas por la marea de gente que salía del gimnasio, en donde probablemente había sido la charla de bienvenida que me había perdido.
—Mi despertador no sonó.— Me limité a responder con una sonrisa, evitando mencionar que ella era la que llegaba tarde los otros trescientos días restantes.
Lucia y yo nos conocíamos hacía más de doce años, y toda la vida habíamos estado juntas. No recordaba exactamente el punto en el que había dejado de ser mi amiga, para convertirse en mi hermana, pero ahí estábamos todavía, ella sintiendo que tenía el mundo a sus pies, y yo arrastrándoles los pies a la tierra.
—Si ya lo veo.— Dijo, señalando mi rostro, por mi evidente falta de maquillaje. —Tienes suerte que te aparté un lugar junto a mí.— Habló, orgullosa de su hazaña, mientras se acomodaba el cabello hacia un lado, y observaba sus uñas.
Caminamos hacia el salón donde siempre éramos asignadas, que era el mismo que estaba junto al baño de hombres, y con vistas a las canchas, lo que lo volvía una piscina de testosterona, al que inevitable, después de seis años, ya estaba acostumbrada.
—¿Por qué hay tantas personas en el patio principal?— Pregunté, al dirigir mi mirada curiosa hacia el tumulto de profesores que se arremolinaban frente al mástil.
—Están introduciendo a los nuevos.— Ella me miró, moviendo las cejas, perturbadoramente, de arriba hacia abajo. —Según dicen las porristas, hay un estudiante que es muy sexy.— Me soltó del brazo, para dar un par de saltitos, intentando ver a través del muro de cuerpos que obstruía nuestra visión. —Deberíamos ir a husmear, antes que Regina les orine encima para marcar territorio.
—Me parece estúpido iniciar en un nuevo colegio el último año.— Comenté con indiferencia, al tiempo que jalaba de su brazo en dirección al salón.
—Eres tan amargada, amiga.— Dijo, negando con la cabeza, y me encogí de hombros, restándole importancia al hecho que ya sabía que era una verdad a medias.
No me interesaban particularmente los nuevos estudiantes, o los chismes de último momento que sabía que Lucia ya tenía, y mucho menos iniciar una guerra temprana con la capitana de las porristas, simplemente quería concentrarme en pasar el semestre con el menor número de problemas que me fuera posible.
Poco a poco el salón comenzó a llenarse, con los ya conocidos rostros que encontraba año tras año. Cada uno se abalanzó, esperando llegar al mejor asiento, que en mi opinión eran los de las últimas filas, donde nosotras solíamos estar, mientras que las primeras filas eran constantemente evitadas, por razones obvias.
—No puedo creerme que Leo haya elegido filosofía.— Se quejó, ocupando el lugar a mi derecha, mientras lazaba su bolso rosa sobre el banco con fuerza.
—De haber sabido que Fitz daría literatura, yo también hubiese elegido esa.— Me encogí de hombros, dándole la razón al novio de mi amiga, y ocupé el asiento detrás de Mathew Benson, que aunque todavía estaba de pie, riendo en la puerta, sabía que ocuparía el lugar frente a mí, como siempre.
Leo y Lucia llevaban saliendo un par de meses ya, y hasta a mí me había sorprendido lo rápido que el enamoramiento había transformado a mi amiga fiestera, soltera crónica, y alma gemela, en la futura "señora Thompson". Pero Leo siempre me había agradado, y sabía que a él siembre Lucia le había gustado, solamente había sido cuestión de tener la bolas suficientes para pedírselo, que había demostrado que tenía de sobre, con una declaración en vivo por la radio escolar, frente a todos, que en mi opinión había sido, quizás, demasiado, pero a ella parecía haberle fascinado, y desde entonces era uña y carne.
—No lo hace por Fitz, lo hace porque no quiere estar en esta clase y punto.— Frunció el ceño, y su mirada oscura viajo hasta la pantalla de su teléfono.
De todas formas, tampoco podía culparlo por eso. El aula que nos asignaban cada año siempre tenía la peor reputación entre los maestros, lo que, por consiguiente, nos rotulaba como alumnos problema, lo que tampoco estaba del todo errado, y Leo tenía una reputación de chico bueno que no le convenía perder, no hasta conseguir una beca, al menos.
—Buenos días a todos, espero que hayan disfrutado sus vacaciones porque este año será el peor de todos.— Fitz comenzó a parlotear apenas cruzó el umbral, cargando el viejo maletín marrón de la muerte, en el que llevaba todos los exámenes del año ya programados, y sonrió, en un intento por deprimirnos, como siempre. Al parecer eso le causaba placer.
—Qué manera más alentadora de recibirnos de nuevo.— Exclamé, olvidando las metas que me había propuesto para el año escolar, y todos rieron.
—¡Vaya Jones, podría decir que extrañé sus tan inoportunos comentarios durante el verano!— Respondió, quitándose la chaqueta, y dejando a la vista su enorme estómago redondeado, que apenas podía contener los botones de la camisa juntos. —Pero estaría mintiendo. Espero que este año sea menos charla y más acción.
—También lo extrañé profesor.— Me limité a sonreír, y siguió con su discurso sobre nuestro inminente fracaso en este año escolar, mientras yo ponía los ojos en blanco.
La mata de bucles oscuro se acomodó delante de mí, cubriendo gran parte de mi visión, y en cualquier otro año ni siquiera me hubiese molestado, pero en ese instante comenzaba a preguntarme cómo demonios tomaría mis notas, con él enorme cuerpo frente a mí.
—¡Ally! Me alegra verte.— Matt se volteó, con su enorme sonrisa de comercial de pasta dental, y sus ojos azul celeste brillaron, con una energía que a estas horas de la mañana era imposible que los humanos normales tuvieran. —Has estado perdida durante el verano, comenzaba a pensar que te habías mudado a Japón o algo.
—Estuve un poco ocupada, supongo.— Me encogí de hombros, restándole importancia al hecho que había sufrido la crisis familiar del siglo. —¿Entras al equipo este año?— Le pregunté, señalando su bolso de deportes en el suelo y el asintió.
—Por supuesto, voy por todo. Quarterback y capitán.— Se encogió de hombros, tratando de disimular el orgullo que sentía y fallando rotundamente. —Tienes que venir a los partidos, la última vez que estuviste ganamos por mucho. Sin duda eres el amuleto del equipo.— Dijo con ese encanto natural del que gozaba, y asentí, ya acostumbrada a todo esa energía que desprendía.
—Cuenta con ello. Pero no planeo repetir lo del carnaval de agua de la última vez.— Articulé una mirada divertida, que el solo recuerdo me recordaba, y el dejó salir una carcajada.
—Sí, tuvimos algunos problemas después de eso.
—Algunos más que otros. -Lucia agregó, con una mirada todavía acusadora, dirigida hacia mí. Me encogí de hombros.
—Al menos fue divertido, ¿no, Luzu?— Le dije, en tono inocente, mientras ella negaba con la cabeza, mirando el techo.
—Sí que lo fue.— Matt consideró, más para sí mismo, mientras se volteaba ante el aplauso que Fitz propinaba para que enmudeciéramos, como si fuésemos perros.
Era innegable lo divertido y problemático que el año anterior había resultado, pero después de tantas risas, habían venido las sanciones, los castigos, y los ataques de nervios no solo de Arthur, sino de Ángela, la madre de Lucia, que por poco y tuvo que ir a terapia, después de habernos encontrado con las botellas de tequila en la habitación de ella, lo que le quitaba un poco de diversión a todo.
El murmullo generalizado cesó en cuanto Mitman apareció en la puerta, y aunque le conocía desde hace siglos, y sabíamos que era tan duro como un pedazo de malvavisco, le gustaba mantener la fachada de director estricto con el resto, lo cual estaba bien para mí, mientras continué perdonándome por el incidente en el laboratorio de ciencias.
—Lamento interrumpir.— Dijo, después de carraspear sonoramente, con su voz de locutor de radio, y se rascó la piel de su cabeza calva, oscura como el chocolate. -Vamos a darle la bienvenida a un nuevo estudiante. - Habló, mientras mi celular comenzaba a vibrar contra mi estómago, y lo tomé, perdiendo totalmente el interés en Mitman y él nuevo, al ver el nombre de Ethan en la pantalla.
<<"Tengo una materia en la que tallamos madera, Madera. Necesito un poco de Normal Hight, nena. Vivir en las montañas está matándome." data-tomark-pass >>
Sonreí, sin poder evitarlo, mientras leía cada palabra con su voz reproduciéndose en mi cabeza, e inmediatamente comencé a teclear.
<<"Tállate algo bueno, da Vinci, pero por favor, no uses sombreros vaqueros." data-tomark-pass >>
Respondí mientras sentía como un silencio se elevaba a mí alrededor, y Lucia me dio un golpe en el brazo el cuál ignoré.
<<"La moda de Tennessee supera fronteras, no hay nada que hacer. No puedo esperar a verte, y al dolor de culo de Lucia también. Xx" data-tomark-pass >>
Leí y releí el mensaje, mientras me invadía una extraña mezcla de culpa, nostalgia y ansiedad, que me provocaba saber que mi amigo estaba en otro estado por mí culpa, y no sabía si algún día iba a volver verle. Ethan y Lucia habían sido mis amigos toda la vida, y el hecho que alguno estuviese lejos, era como si me hubiesen arrancado el brazo derecho, incluso me incomodaba no ser capaz de oír las peleas que ellos dos tenían a diario.
Luzu continuaba su parloteo a mi lado, sobre Leo, y Mitman continuaba el suyo sobre la importancia de hacernos sentir integrados, todavía sin presentar al sujeto él cual debía de estar acalambrándose fuera, pero a mí no me interesaba. Todavía me carcomía la conciencia que, quizás, si el año pasado me hubiese llegado la iluminación y decidido tener un cambio de actitud, probablemente no hubiese metido a Ethan y Lucia en tantos problemas, y él todavía estaría aquí.
—¡Ally!— Mi amiga susurró, dando un golpe más fuerte, e inmediatamente alcé la vista, de un salto.
—¿¡Qué!?— Le miré, con el ceño fruncido, y ella dio un golpe en la mesa.
—¡Tengo una crisis de relación! ¡Sería lindo que me dedicaras la mitad de la atención que le das a Ethan!— Dijo en un susurro frenético, agitando la cabeza, y puse los ojos en blanco.
—¡Está en medio de las montañas por nuestra culpa!— Le susurré una especie de grito, girando completamente para verla. —Y que tu novio quiera estar en otra clase no es una crisis, reina del drama.
—Le daremos la bienvenida ahora al señor Miller.— Oí al director presentar, finalmente al tipo, mientras mi amiga articulaba una mueca de inconformidad.
—Pero...— Mientras su susurro amenaza con transformarse en un chillido, puse la mano abierta entre nosotras para que se detuviera y continué escribiendo. —¡Dame eso!— Se abalanzó sobre mí, estirándose sobre su pupitre para alcanzar mi teléfono, en un movimiento inesperado.
—¡Déjame, demente!— Dije, sin soltar el aparato y ella comenzó a jalar en su dirección.
Rápidamente los susurros se transformaron en gritos, mientras Lucia empujaba mi cara, en un intento desesperado por quitarme el móvil, que iba y venía con el intercambio de fuerzas, y la discusión, a la que el resto de la clase se había habituado, hizo que Mitman frunciera el ceño de una forma tan profunda, que esbozó arrugas que no sabía que tenía.
—¡Jones, Reeds, dejen de comportarse como un par salvajes, ahora!— Bramó, haciéndonos saltar con el estruendoso grito que se oyó hasta el complejo deportivo probablemente. Lucia giró la cabeza al frente, y ante una repentina mueca de sorpresa y un ligero susurro de "santo cielo", soltó el aparato de golpe, haciéndome tambalear hacia atrás.
Antes de darme cuenta, estaba en el suelo, con los pies debajo de mi banco, y el cuerpo desparramado en medio del pasillo, sobre los bolsos que bloqueaban el camino que los pupitres individuales formaban. Mi cabeza se coló, debajo del banco vacío junto a mí, mientras observaba como mi supuesta amiga ni siquiera volteaba a verme, y la voz de Matt se oía preguntando si estaba bien. Al tiempo que Lucia, y todas las demás, hacían un gesto con la boca abierta, en dirección al frente, mi mirada le siguió, abriéndose poco a poco ante la imagen del nuevo alumno, que emprendía camino, calmadamente en mi dirección.
Oí a Mitman suspirar con resignación, mientras probablemente intercambiaba una mirada con Fitz, sobre el caso perdido que era, pero mis ojos solamente estaban fijos en el par de zapatos que se detuvieron junto a mi rostro.
—¿Está ocupado?— Una voz se oyó, desde arriba, y mi mirada recorrió todo el cuerpo, elevándose hasta la altura de su rostro.
Un par de ojos azules, los más azules que jamás había visto, se clavaron en mí, dando un ligero recorrido, sin disimulo, por mi cuerpo tendido en el suelo, y por el banco libre, hasta volver a mi rostro, como un océano helado. La clase enmudeció por un par de segundos, que resultaron eternos, al tiempo que él articulaba una mueca de ligera diversión, mientras yo yacía debajo. Podía sentir como mi rostro comenzaba a acalorarse, mientras negaba con la cabeza, y me movía ligeramente del espacio, para permitirle el paso.
—Por favor, ubíquese en el lugar, señor...— Fitz movió las manos, tratando de recordar el nombre, con evidente hartazgo en la voz.
—Jayson Miller.— Le interrumpió, sin apartar la mirada, que se clavaba en mí como una daga, y arrojó su bolso sobre la mesa, al tiempo que extendía una mano frente a mí.
Miré alrededor, encontrando varios rostros confusos, y la boca abierta de Luzu, que observaba la escena con una mueca desencajada, mientras tomaba su mano, y con un firme apretón me impulsó hacia arriba con rapidez, dejándome a unos centímetros de su cuerpo, tan cerca, que el aroma a menta y colonia masculina chocó contra mi rostro.
Así fue como comenzó...
Allison
Sus facciones articularon una sonrisita ladeada, apenas perceptible, al tiempo que me soltaba la mano, y rodeaba el banco para ocupar su lugar detrás de él.
Me quedé de pie un instante, mientras mi mano se enfriaba al separarse su tacto del mío. El director se despidió, y una extraña sensación me contrajo el estómago al intentar recordar la última vez que había visto una mirada semejante. No recordé nada.
Lucia me jaló por la espalda, hasta que volví a mi lugar, robóticamente, y la clase inició otro murmullo generalizado, dejando el embarazoso episodio atrás, momentáneamente.
— ¿Estás bien? — Mi amiga me preguntó en un susurro, y asentí, mientras la clase iniciaba. —Entonces quita la cara de idiota, parece que sufriste de una contusión cerebral. — Dijo, y le regalé una mirada amenazante, mientras la voz del maestro comenzaba a presentar una obra de Shakespeare.
Mi cabeza giraba noventa grados en oposición al nuevo estudiante, pero todavía era capaz de percibir sus movimientos, como si ojos quisieran voltear en contra de mi voluntad. Negué con la cabeza, tratando de comprender como alguien podía ser tan estúpida como para avergonzarse en el primer día, y comencé a rebuscar mi lápiz dentro de mi bolso.
El sonido de las hojas removiéndose, y los útiles sobre la mesa, inundó el lugar. Por supuesto que en el primer día íbamos a tener una tonelada de área, si era Fitz el que dictaba la clase, y por un instante envidié a Leo y su acertada elección, que probablemente le tenía haciéndose presentaciones, y hablando de sus metas ahora mismo, mientras yo adoptaba el papel del payaso de la clase, y tenía al centro de atención sentado justo a mi lado.
Lucia tomó una goma de mascar y se internó en la pantalla de su teléfono, cuando casi me había provocado una parálisis por hacer lo mismo. Suspiré frustrada al ver que no había traído nada más que un cuaderno, semi escrito y dejé el bolso en su lugar, al tiempo que un brazo se estiraba frente a mi rostro, con un lápiz en mano.
Un calor comenzó a recorrerme el cuerpo, mientras sentí que mis orejas quemaban, a sabiendas a quien le pertenecía, y contuve la respiración mientras volteaba, para encontrarme con una expresión divertida, y una ceja alzada de Jayson Miller, mientras descansaba una mejilla sobre su puño cerrado.
No me costaba trabajo comprender porque llamaba tanto la atención. Era increíblemente alto, tanto que sus rodillas tocaban el banco al sentarse, y su cuerpo atlético, ligeramente bronceado, despedía un aire de masculinidad sensual, que entremezclado con el brillo sagaz de sus ojos y su pose relaja, hacía pensar que acaba de salirse de una revista.
—Gracias. — Dije, tomando el objeto entre mis dedos, y nuestros dedos se encontraron una vez más.
Un par de ojos, dispersos de forma arbitraria en el aula, parecían casi demasiado interesados en nuestra pequeña interacción. El miró alrededor de forma fugaz, y las curiosas se voltearon, mientras el volvía la mirada hacia mí, todavía con el brazo extendido sobre mi mesa.
— ¿Qué? — Pregunté, con la mirada fije en su brazo, tendido frente a mí.
—Estoy esperando que escribas tu número. — Comentó, tan repentinamente y con tanta natural, que creí haber oído mal.
— ¿Cómo dices? — Volví a preguntar, mientras la mirada de Luzu se disparaba como flecha hacia nosotros, y observaba como Matt giraba la cabeza con disimulo.
— ¿Cómo pensabas que iba a llamarte? — Sonrió, con que probablemente era su sonrisa ganadora, mostrando sus dientes blanquísimos y un par de encantadores hoyuelos. Lo miré incrédula.
—Creo que estás confundido. — Empujé su brazo sobre la madera, hasta quitarlo de encima.
Su brazo colgó en el espacio vació entre nosotros, mientras su mirada, lejos de parecer ofendida, o captar el menaje, se elevó en una desafiante ceja arqueada.
— ¿Eso crees? Porque me pareció que, hace un momento, intentabas ocultar el rubor de tu cara. — Dijo, girado ligeramente el banco hacia mí, bloqueando el pasillo completamente. —Estoy haciéndotelo fácil, Faroles. — Habló, e instantáneamente un golpe helado me atravesó el pecho, al traer los recuerdos infantiles que veían pegados a ese sobrenombre.
Lo miré fijamente, con incredulidad, por un par de segundos, mientras en mi cabeza comenzaba a hilar sucesos que me parecían absurdos.
— ¿Por qué me llamaste así? — Inquirí, con severidad, pero no me importó, y a él tampoco pareció hacerlo. Se encogió de hombros.
—Porque no me has dicho tu nombre. — Habló sin quitar la mueca de diversión, y pareció que cada cosa que le decía le divertía más, haciendo que yo me fastidiara en consecuencia. —La verdad es que tienes una mirada increíble. —
—Ni siquiera lo intentes. — Le corté, finalmente, mientras colocaba el lápiz de nuevo sobre su mesa. —Ya me sé de memoria a los de tu tipo. — Continué, mientras su mirada ni siquiera se percataba del lápiz devuelto.
Era verdad. Dos palabras habían bastado para leerlo completamente. Tan predecible como cualquier otro playboy con el que me había cruzado miles de veces: clásico egomaníaco, con delirios de grandeza, acostumbrado a tener a una docena de porristas rubias y delgadas a sus pies, las cual probablemente se llamaban Ashleys.
— ¿Y de qué tipo sería? — Respondió a mi desafío colocando los brazos sobre la mesa, e inclinándose hasta invadir mi espacio personal.
—De los que no me interesan. — Resumí, encogiéndome de hombros. —No voy a acostarme contigo, así que ya déjalo. —
Era consiente que Lucia estaba tan prendada de la conversación, como otro número de alumnos, pero no me importaba. De repente, todo el magnetismo que me había despertado por un ápice de segundo, se había esfumado tan rápido como apareció, en el instante en el que abrió la boca, y dejó en claro que pensaba que el resto de la mujeres eran el prototipo que a él le gustaban, el cual yo había pasado toda mi vida criticando.
Sin embargo, se limitó a sonreír de nuevo, y sentí como poco a poco estaba empezando a hacerme enfurecer.
—Yo no te he pedido que duermas conmigo. — Se carcajeó. —Aún. —
—Imbécil. — Me limité a decir, mientras me volteaba en dirección a mi amiga, y hurgaba en su cartera para sacar un lápiz cualquiera.
—En ese caso deberías replantearte tus gustos. — Susurró. —No es bueno que te gusten los imbéciles, Faroles. — Volvió a hablar, al tiempo que le daba un golpe a mi mesa, volteándome rápidamente, para dar cuenta que su rostro estaba ahora a apenas un par de centímetros del mío.
—Eres lo más humanamente alejado a alguien que podría gustarme. No soy una descerebrada que puedes convencer con ese intento de ligue barato, no seré otra de tus conquistas, y, definitivamente, no pienso seguir teniendo esta ridícula discusión. — Le dije, medio susurrando, medio gritando, mientras continuaba acercando mi rostro, ya rojo de impotencia contra el suyo, impasible.
— ¡Eh, ya cálmate! — Lucia me jaló hacia atrás, hasta tomar mi hombro. —No empieces. — Me susurró, tratando de contener la explosión que sabía que estaba a punto de ocurrir, y asentí.
Le di una última mirada de advertencia, antes de volver a voltear.
—Es que no desayuné bien. — dije a mi amiga, mientras ella me miraba con un gesto de reprimenda.
—Puedo darte una galleta, pareces un chihuahua rabioso. — Oí a mis espaldas, y Lucia cerro los ojos, al tiempo que me ponía de volteaba mi cabeza, con tanta rapidez que pareció una película de miedo, mientras colocaba ambas manos sobre su pupitre.
—Escúchame, idiota...— Comencé, pero un carraspeo desde el otro lado del salón me interrumpió.
— ¡Jones y Miller! Si ya acabaron con su coqueteo, ¿les importaría responder lo que acabo de preguntar? — El maestro preguntó, con una sonrisa de suficiencia, y treinta pares de ojos se clavaron sobre nosotros.
—La razón por la que este año será un inminente fracaso ¿Quizás? — Respondí, con la esperanza de apelar a su lado humorístico, del cual carecía, y cuando su gesto de póker se transformó en un ceño fruncido, negando con la cabeza, supe que había fallado.
—Graciosa como siempre, Jones. Usted y su humor pueden ir de la mano a la oficina del director. — Habló, tomando en sus manos el listado, probablemente para marcar una cruz roja junto a mi nombre. Lucia suspiró, mientras Jayson dejo escapar una risita entre soplidos. —Me alegro que le divierta, señor Miller, porque va a acompañarla. — Dijo, borrándole la sonrisa y formándome una a mí.
Cualquiera habría pensado que era natural para mí terminar con el director, incluso el primer día de clases, pero es que me había esforzado tanto el último tiempo para abandonar los hábitos problemáticos, que me fastidiaba que hasta Lucia se lo tomase como algo esperado.
Caminé lentamente, por el pasillo principal, con la mirada fija en el suelo, a sabiendas que los ojos de Jayson todavía estaban sobre mí, a mis espaldas, usándome de guía. Su cuerpo me seguía como una sombra despreocupada, mientras mi caminata tensa se limitaba a echarle un par de miradas furtivas de vez en cuando.
Es que no podía evitarlo. Las personas que se creían superiores estaban en la cima de mi lista negra, y el hecho que él me haya arrastrado hasta la dirección, lo ponía a la cabeza con mayor rapidez.
El sol ya estaba en lo más alto del cielo, y los de preescolar habían salido a jugar al patio, junto a los columpios, mientras sus gritos y risitas eran el único sonido de fondo. Él se detuvo un momento, y colocando las manos en sus bolsillos, se recostó sobre una de las columnas de concreto.
—Aquí me quedo. — Dijo, a modo informativo, mientras detuve mi paso a menos de dos metros de él.
— ¿Es una broma? — Le miré con el ceño fruncido, pero por primera vez no me devolvió la mirada, centrando toda su atención en la diversión infantil del exterior.
Su perfil miraba directamente hacia el cielo despejado del patio, mientras que sus ojos recorrían a cada uno de los infantes, con cierto tinte misterioso que no era capaz de descifrar. Tenía los labios ligeramente separados, como si se estuviese preparando para un suspiro de pesadez, y su pose relajada indicaba que estaba lo suficientemente cómodo como para permanecer ahí el resto del día.
Por supuesto era capaz de ver el evidente atractivo físico que tenía, sin embargo, todo en él gritaba que no pertenecía a una escuela como esa. Desde sus costosas zapatillas, hasta el llamativo reloj e su muñeca, y me pregunté qué rayos estaba haciendo ahí.
— ¿Admirando la vista? — Habló de nuevo, todavía sin establecer contacto visual, y puse los ojos en blanco. — ¿No tienes que ir a dirección?
—Tenemos. — Corregí, mientras inspiraba profundamente en busca de paciencia. Él pareció percibirlo y divertirse con la idea de fastidiarme. —El llamado es para los dos, si no vas, me meterás en más problemas, Miller. — Dije, y al oír su nombre volteó ligeramente, con una ceja arqueada.
— ¿Más?
—Sí, es tu culpa que estemos aquí para empezar. — Espeté, cruzándome de brazos, y el hizo lo mismo, pero con un gesto entretenido.
—Dice la comediante que hizo que nos echaran de clases.
— ¡Porque estabas molestándome!
— ¿Te molesta ser lo suficientemente atractiva como para llamar mí atención? — Preguntó, como si ni siquiera fuese necesario preguntar y dejé escapar un quejido de resignación, al ver que, en realidad, estábamos en páginas completamente distintas.
—Me molesta que pienses que por decir que soy atractiva, voy a acostarme contigo. — Expliqué, con toda la calma que pude recolectar en ese lapso de tiempo, y lo consideró.
—También dije que tenías lindos ojos. — Hizo memoria, con la vista fija en algún lugar y negué la cabeza, con hartazgo, emprendiendo camino hacia la puerta oscura que me llevaba a la oficina de Mitman.
—Sí, eso es suficiente para abrirme de piernas. — Mascullé, rebosando ironía.
—Suele serlo, sí. — Respondió al instante, y no hizo falta voltear para saber que volvía a sonreír.
Leerlo me resultó excesivamente simple: era el peor tipo de petulante. No solo por ser consciente de su atractivo, sino por estar sumamente acostumbrado a sacar provecho de ello.
—Cuidado, vas a aplastarme con tu ego. — Le dije, mientras volvía a acercarse, y rio.
—Eso por estar tan enana.
—En verdad ¿qué clase de atarantada caería por tus idioteces? — Pregunté y el volvió a reír.
—Te sorprenderías. — Hablo mientras aceleraba el paso, y se posicionaba frente a mí, bloqueando el paso, a pesa de faltar apenas un par de centímetros para la entrada. — ¿Qué problema tienes, Faroles? ¿Eres una odia pollas en general o solo es conmigo?
—No soy una odia pollas. — Me defendí. —Pero tampoco soy un prototipo de desesperada, con el autoestima tan bajo que espera al menos cumplido de algún buenote para caer rendida. — Expliqué, mientras el articulaba un pequeño gesto pensativo, y se quedaba serio, por primera vez. —No me interesan tus intentos de meterte en mis bragas, ni mucho menos impresionarte. — Concluí, bordeándolo y aproximándome al umbral de la dirección,
—Ya estoy bastante impresionado. — Resumió, encogiéndose de hombros y tocó la puerta.
Allison
Ya era bastante malo tener que notificarle a Arthur sobre "mi cuestionable modo de responder en el salón de clases", a eso, el tener que sumarle pasar el fin de semana en la escuela, colocando la decoración para la bienvenida, convertía mi día de bastante malo a completa mierda, en poco tiempo.
El evento de bienvenida se celebraba todos los años, una semana después del inicio de clases, y aunque en realidad resultaba divertido perder todo un día solamente para realizar actividades de los diferentes clubes, a los que jamás me unía, no significaba que quería desperdiciar mi sábado haciendo el trabajo pesado, y mucho menos con Jayson Miller.
—Pudo haber sido peor. — Me convencí frente al espejo del baño de mujeres, después de cerciorarme de estar sola, y acomodé mi cabello, suspirando.
Me froté el rostro con el agua helada de la canilla, y mientras tomaba unas toallas de papel el timbre sonó, indicando la hora del almuerzo.
El baño de mujeres era el único lugar en toda la escuela en el que sentía la mirada del imbécil nuevo lejos de mí. No sabía que era lo que había ocurrido ni como, pero él hecho de tenerle tan cerca me perturbaba, y lo último que necesitaba este año era otro idiota problemático. De esos ya había tenido suficiente.
— ¿¡Donde diablos te habías metido!? — Lucia entró, chillando, y cerró las puertas a sus espaldas.
—En mi cita con Mitman. No me apeteció volver a literatura después. — Le dije, terminando de secar mis manos. — Ni a historia. — Sonreí, y negó con la cabeza, tomándome del brazo y jalándome hacia afuera.
— ¡Tengo la información! — Dijo, mientras se enroscaba en mi brazo, y nos uníamos a la masa de alumnos que se dirigía al comedor.
— ¿La información? — Repetí, con el aire agotado que me causaba la misma charla de siempre.
—De Jayson Miller. No me mires así, no quiero un sermón de invasión a la privacidad. —
— ¿De verdad? Porque de tanto que me haces repetirlo, juraría que te encanta. —
— ¡Concéntrate, Ally! El caso es por alguna razón el tipo se me hacía conocido, y no solo porque está que arde, sino porque podía jurar que lo había visto antes. — Comentó, ahora en un susurro, para que nadie más pudiese oír. Fruncí el ceño.
— ¿Ah, sí? — Pregunté, y ella articuló una mueca orgullosa al saber que, por primera vez, me interesaba en su información.
Luzu manejaba tanta información en la escuela como la CIA. Decía que su vocación era el reportaje, y necesitaba practicar. Sabía el rollo de todos y cada uno en Normal Hight, lo que la convertía en lo que coloquialmente se conocía como metiche fastidiosa, también en alguien bastante peligroso para enemistar, y una aliada bastante poderosa a la hora de buscar bajo la alfombra de los demás.
—Expulsado del instituto Saint Claire. Parece que es uno de esos pijos del barrio alto. — Informó, todavía más bajo. —Su familia es multimillonaria, según sé. —
— ¿Entonces que hace en Normal Hight? — Pregunté, al tratar de comprender porque alguien con una posición social privilegiada, escogería enviar a su hijo a una escuela pública de educación mediocre, y con políticas cuestionables.
—Yo que sé, quizás le gusta el rollo de pez grande en estanque pequeño. Ya has visto el solo revuelo que armó con solo aparecer. — Comentó, mientras entrábamos al amplio salón, y el barullo se intensificó instantáneamente con el eco del lugar. —Según sé ha salido primero de la clase casi todos los años, tal parece que es una especie de geniecito. —
— ¡Imposible! — Negué con la cabeza, articulando una sonrisa incrédula, y ella me miró, con ofensa fingida.
— ¡Eh, mis fuentes son confiables! — Se defendió con una mano en el pecho.
Los gritos y carcajadas se oían en todas direcciones, y casi consideré que había extrañado ese barrullo constante durante las vacaciones.
La comida del menú seguía siendo igual de asquerosa. Y sonreí al ver que la carne especial seguía como menú favorito, aunque todos sabíamos que la única especialidad en ella eran los microbios.
— ¿Quién es la fuente esa? ¿Acaso te has robado su diario íntimo? — Bromeé, mientras nos colocábamos detrás, en la fila kilométrica, con las bandejas en mano.
—Ahí viene lo mejor. — Dijo, haciendo ese movimiento de cejas que me indicaba que era algo grande. —Leo me la dicho todo. — Comentó, con una ligera emoción que no comprendí.
—Me parece que hay algo que no entiendo. — Me limité a decir, mientras saludaba al grupo de teatro que pasaba en pandilla, como siempre.
La cafetería era el lugar donde era evidente que posición ocupabas en la escuela. La parte de adelante siempre era la ocupada por los de primero, no podían culparlos, ser nuevos y vulnerables a las bromas de primer año les quitaba las ganas de caminar frente a toda la gente, y se decidían por los lugares más cercanos. El club de drama y el de música compartían los laterales de las ventanas, que daban al campo, y por supuesto toda la parte posterior era de los deportistas, a los que les iban pegados las animadoras, por consiguiente. Cerca de la puerta estaban los que se preparaban para huir en cualquier momento, en general los campeones de las olimpiadas matemáticas, que tenían un imán el rostro a la hora de recibir golpes. Y por supuesto, la zona neutral, que era mi lugar favorito, la única mesa que mezclaba un poco de todo.
Desde que Ethan y Leo habían entrado al equipo de fútbol, y Lucia era encargada de la radio, la mesa central se había convertido en una combinación extraña de todo tipo. Era un lugar privilegiado, que incluso causaba decepción a aquellos que se quedaban sin un lugar ahí. No podía decir que no éramos populares, ya que con los últimos incidentes nuestros nombres se habían hecho conocidos por todos los alumnos con más rapidez de lo que me hubiese gustado.
—Te digo que el tipo se me hacía conocido, ¡y era porque lo había visto con Leo un par de veces! Son mejores amigos desde los siete o así, algo como nosotras supongo. De locos, ya sé. Nunca había hablado con él directamente, supongo que porque se rodea de otros pijos como él, pero Leo había mencionado un par de veces a este "amigo" suyo, y ha resultado ser Miller. —
— ¿Cómo es que Leo se rodea con gente de Saint Claire? — Pregunté, todavía sin poder creérmelo, considerando que el solo instituto era como un mundo aparte.
—Cosas del trabajo de su padre, creo. ¡No se detalles, mujer! — Suspiró exasperada, como si yo tuviese que seguirle el ritmo a su información. — ¡El punto es que podemos tener una cita doble! — Chilló, mientras yo dejaba salir una risa.
—Sí, creo que paso en esa.
— ¡Por favor! Es obvio que le gustas, además, recuérdame cuando fue tu ultima cita. — Preguntó, e inmediatamente abrió los ojos y su rostro palideció un tono al darse cuenta lo que había dicho.
—Creo que te acuerdas. — Dije con naturalidad, y rápidamente pasé de tema. —Además, un idiota como Miller...
— ¿Qué pasa con los idiotas como Miller? — La voz masculina resonó en mi oído, haciéndome dar un respingo, que me abalanzó sobre mi amiga.
Jayson me observaba, conteniendo una sonrisa, mientras se detenía junto a la fila, con Leo.
— ¡Cariño! — Lucia se abalanzó sobre el rostro de su novio, haciendo que esté retrocediera un par de pasos ante el impacto.
— ¿Es qué no puedes dejarme tranquila? — Pregunté, mientras la fila avanzaba con lentitud. Él se encogió de hombros.
—Tengo que comer, Faroles.
— No me llames así — Dije, mientras le echaba una mirada a la fila detrás de nosotros, que ya se había vuelto a formar. —Si estas esperando que te dé mi lugar, será mejor que te vayas yendo al final. — Hablé, mientras Leo y mi amiga separaban, finalmente, sus labios. —Hola, Leo. — Le salude, y el correspondió agitando una mano, mientras ella volvía a pegar sus bocas, como si no se hubiesen visto en lo que duraba la Guerra Fría.
—Yo no hago filas. — Jayson habló, mirándome de pies a cabeza, con una mirada de superioridad, y fruncí el ceño.
Casi de inmediato, un par de rubias, una con un uniforme de porrista, y otra con menos tela en su cuerpo aún, salieron de la fila con un par de bandejas en la mano, mirando hacia nosotros.
— ¡Jay, tengo tu almuerzo! — Una de ellas chilló, con una vocecita infantil y él les hizo una seña con la mano, antes de volverse a mí.
—Nos vemos en la mesa, Allison. — Dijo, inclinándose ligeramente hasta mi rostro, antes de darme la espalda.
— ¡Tú ni creas! — Luzu dijo, señalando a su novio con el dedo, mientras observaba como el rubio se alejaba, con una chica a cada lado, perdiéndose entre las mesas. Él se encogió de hombros.
—Ojalá tuviese un par que me comprara el almuerzo. — Comentó, con diversión y Lucia le dio una mirada iracunda.
—Pues aquí tienes un par que va a dejarte estéril. — Habló, y yo reí. El hizo el intento, pero se lo pensó mejor.
— ¿Cómo es que no nos hablaste de Miller? — Pregunté, mientras me tocaba el turno de pedir el menú, y señalaba la ensalada con pollo, que parecía lo menos toxico. Ambos se apuntaron a lo mismo.
—También me sorprendió que escogiera Normal. — Confesó, mientras los tres tomábamos las bandejas. —Pero es buen tipo, les va a gustar. — Dijo y puse los ojos en blanco, al tiempo que mi amiga me daba "la mirada", que preferí ignorar. —Además es el mejor en fútbol americano, se los digo, en las prácticas incluso hasta el entrenador se impresionó. Seguro apunta para Quarterback.
—Pero Matt quería esa posición. — Recordé lo que me había dicho, hace unas horas.
—Pues va a tener que aguantarse. — Leo rio. —El cabrón es imparable. Seguro nos llevamos la copa este año. — Comentó, emocionado, mientras caminábamos en dirección a la mesa de siempre.
—Para mí tú siempre serás el mejor. — Lucia le dijo, con tono acaramelado, y él sonrió.
—Gracias nena.
Era el primer año que el aire acondicionado, de hecho, funcionaba, así que el ambiente era bastante agradable, a pesar del ligero aroma a frituras y aderezos, que hacía parecer al lugar una casa de comida rápida.
La atmosfera, ligeramente satisfactoria, que se había creado, se esfumó rápidamente, cuando a un par de metros de nuestra mesa me detuve en seco, ante el amontonamiento de cuerpos que la rodeaban. Presioné el plástico de la bandeja con fuerza, al ver como las porristas se arremolinaban, sentándose sobre la mesa, y con los pies sobre el regazo de otro par de chicas que reían, mientras sorbían de sus popotes de forma extraña, riendo con vocecitas chillonas, de algo que presentía que ni siquiera era gracioso.
Inspiré profundamente, dispuesta a dejarlo pasar, cuando un par de ojos azules, ya bien conocidos, se alzaban sobre el amontonamiento, mirándome fijamente.
Jayson sonreía, ligeramente, mientras una morena le hablaba, casi demasiado cerca, y otro par seguía la charla, que el parecía ignorar por completo, mientras nuestras miradas se encontraron. Y con una mueca de satisfacción evidente, su sonrisa se amplió mostrando sus dientes, cuando Leo se aproximó a él.
— ¡Ally! ¿A dónde vas? — Lucia gritó, sobre el montón de voces, mientras emprendía camino a la salida.
Matt estiró la mano, desde la mesa del equipo, pero no me molesté en volver, considerando que un almuerzo al aire libre tampoco sonaba mal, si no tenía que soportar una escena más protagonizada por Jayson.
El resto del día no fue muy diferente. Jayson Miller estaba en boca de todas la chicas de la escuela, y de alguno de los chicos también, aunque de una forma a la cual si podía compartir opinión. Incluso cuando no estaba en el mismo que yo, lo único que podía hacer era escuchar su nombre, una descripción sobre exagerada de su cuerpo, y los "encantadores comentarios que había hecho" los cuales, en mi idioma, se traducían como flirteo básico.
La gota rebasó el vaso con la discusión de Lucia, tratándole de dejarle en claro que, sin importar cuales eran sus fantasías, no iba a salir con él, a pesar de haber oído un discurso, bien elaborado, con más de diez razones por las cuales un par de mejores amigas y un par de mejores amigos, harían la cita doble ideal.
—Si vuelvo a escuchar mencionar a Jayson Miller otra vez, te juro que voy a lanzarme bajo el próximo auto que pase frente a mí. — Dije, mientras atravesábamos él estacionamiento, y mi amiga sonrió. —Hablo en serio. —
—Entonces ten cuidado con la pintura, Faroles. — La voz de Jayson se oyó, mientras el convertible oscuro se detenía frente a nosotros. Lucia lo miró fascinada.
— ¿Qué quieres, Miller? — No me preocupé por intentar ocultar el fastidio, mientras Luzu hacia otro movimiento de cajas y se acercaba para darme un abrazo.
— ¡A por él! — Me susurró, antes de alejarse. — ¡Te llamo esta noche! — Chilló, mientras trotaba hasta la salida, y puse los ojos en blanco.
— ¿Necesitas un aventón? — Preguntó, con la misma encantadora sonrisa que le había adornado el rostro todo el maldito día, y, mientras se colocaba las gafas de sol, pude concluir su perfil completo: prototipo de niño rico y mimado, con delirios de grandeza y exceso de confianza.
—No, voy a tomarme el autobús. — Me limité a responder, haciendo el intento de rodear el vehículo, pero él lo adelantó al instante. — ¿¡Estás loco!? — Chillé, pero su mueca petulante no se quitó mientras estiraba la mano, imponiendo distancia mientras rodeaba el lujoso vehículo. El rio y negó con la cabeza.
— Ya sé cuál es tu problema. — Comentó, apoyando ambos brazos en la ventana, como un niño burlón y me volteé instantáneamente, cerrando las manos en un par de puños bien apretados.
— ¿Ah, sí? — Pregunté, cruzándome de brazos, a un par de centímetros de la puerta, y se limitó a encogerse de hombros, saliendo del vehículo con calma. Le miré con el ceño fruncido, mientras colocaba las manos en sus bolsillos y se posicionaba frente a mí, inclinándose ligeramente para acercarse a mi rostro. No me moví, ni siquiera pretendí verme intimidada por sus aires de superioridad, que solamente estaban en su cabeza.
—No has tenido un buen polvo hace tiempo. — Se limitó a decir, con el encanto natural que desprendía, al tiempo que su aliento a menta fresca chocaba contra mi rostro, y, sin poder evitarlo, supe que me había sonrojado.
—Cerdo. — Murmuré, alejándome en dirección a la salida, sin siquiera verle el rostro, para evitar que mi cara pasara, de rosa, a rojo tomate, pero aun así, presentía que estaba sonriendo.
—Sabes que estoy dispuesto a solucionarlo. — Gritó a mis espaldas, pero no volteé.
Cuando me senté en la banqueta de la parada del autobús, todavía sentía las orejas calientes de la vergüenza, y eso solamente me enfurecía más. Jayson Miller había propasado límites evidentes, que un desconocido no debía cruzarse bajo ningún motivo; no solo por la obvia invasión del espacio personal, sino por la mención de una invitación sexual que, si esperaba que aceptara, probablemente me veía como a otra de sus chicas cualesquiera, y eso volvía a fastidiarme.
Inspiré profundamente, tratando de dejar atrás el comentario, que me había molestado tanto no solo porque a pesar de ser virgen, él me veía como un plato fácil, sino que la sola mención de una invitación de encuentro casual solamente para sexo, me rememoraba una etapa de mi vida que creía haber dejado atrás. Ya no me rodeaba de ese tipo de personas, ni era la misma chica tampoco, y no había forma humanamente posible que volviera a enredarme por un playboy.
EL autobús llego, mientras me unía a la cola de personas que ingresaban, y el aroma a encierro y humo de automotor que inundaba el interior se sintió, de nuevo, como algo familiar, y seguro.
Me perdí, momentáneamente, en la vista del paisaje de siempre. Hacía seis años que veía el mismo recorrido, las mimas casas de colores, y el mismo parque, ahora semi abandonado, donde había pasado horas jugando durante mi infancia. Lo único que había cambiado es que ahora en lugar de juegos había lodazales, y en vez de una bonita vista al lago, la parte trasera estaba restringida.
Si le ponía atención ahora era todo un poco más deprimente, generalmente hablando.
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