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El Eco De Tu Nombre

La Huella Imborrable de un sueño.

Han pasado algunos años, y aquí me encuentro de nuevo, en este mismo lugar. Mis sueños, esos que con el tiempo se han vuelto más reales que la propia vigilia, me aseguran que fue aquí donde te conocí por primera vez.

Recuerdo la suavidad de tus labios, el sabor dulce de aquel beso que me dejó extasiado, con una sonrisa que se dibujó en mi rostro y que parecía no querer borrarse.

He vuelto, impulsado por una necesidad que roza la obsesión, solo para revivir esa experiencia, para sentir de nuevo el cosquilleo eléctrico que tus besos grabaron en mí. Sé que podría ser una locura, una pérdida de tiempo irrecuperable, pero el simple hecho de estar aquí, respirando el mismo aire que quizás tú respiraste, me da una extraña esperanza. Porque, a pesar del implacable paso de los días, las semanas, los años, no he logrado olvidarte. Tu presencia, o la idea de ella, se ha aferrado a cada fibra de mi ser, negándose a desaparecer.

Hay momentos en los que he llegado a pensar que la cordura me ha abandonado. Mi mente es un torbellino de preguntas sin respuesta. No tengo un recuerdo claro de ti, tu rostro es un lienzo en blanco en mi memoria. Lo único que me queda son esos sueños vívidos, tan intensos que me hacen dudar de la realidad misma.

¿Fuiste solo una ilusión, un espejismo de mi subconsciente, o realmente te conocí?

La línea entre el sueño y la realidad se ha vuelto difusa, casi imperceptible. Todo es confuso, un laberinto de anhelos y fantasmas que me persiguen en cada esquina de mi mente. Y aun así, sigo volviendo a este lugar, esperando que, de alguna manera, el eco de aquel beso me traiga de vuelta la verdad, o al menos, una pizca de claridad.

Pido una copa en la barra, y antes de que el líquido llegue a mis labios, el sabor de los tuyos se proyecta vívidamente en mi memoria, una dulce y persistente huella.

Instintivamente, mis dedos se elevan hasta mi boca, recorriendo el contorno donde una vez se encontraron nuestros besos. Un suspiro escapa de mi pecho, profundo y cargado, mientras le doy un buen trago a la bebida, buscando en ella un efímero alivio.

"¿Qué más da...?", susurro, casi inaudiblemente, una resignación que intenta disfrazar la melancolía.

Mi mirada recorre el lugar, un torbellino de recuerdos que se agitan en el aire. Este sitio, tan familiar y a la vez tan distinto, me transporta a una época en la que era casi un niño, un joven inexperto que frecuentaba estos pasillos. Ahora, a mis 24 años, la vida me ha sonreído.

Soy un hombre hecho, un profesional exitoso, y no tengo quejas. La fortuna me ha sido propicia, pero hay algo que ni el éxito ni el tiempo han logrado borrar.

Contemplo mi copa vacía, una sonrisa agridulce se dibuja en mis labios. El cristal cortado, los intrincados detalles que percibo en su diseño, me hacen pensar en la dedicación y el esmero de quien lo creó. En esa perfección silenciosa yace una extraña comodidad, un recordatorio de que incluso en la ausencia, la belleza y la intención persisten.

¡Qué ridiculez! ¿En qué estoy pensando? Me frustra la idea de ser como el vaso "perfecto", pero vacío.

Es una idea modesta, sí, pero real. He salido con tantas mujeres que siempre escucho las mismas palabras, recibo los mismos tratos.

Tengo la juventud de mi lado y, a decir verdad, soy bastante atractivo. Alto, encantador, con rasgos masculinos bien marcados que me dan un toque de misterio y sensualidad. Mi piel clara contrasta con mis ojos verdes, y mi cuerpo trabajado son solo algunas cosas que puedo presumir.

He vivido tanto tiempo rodeado de mujeres bellas que me he vuelto selectivo; con el paso del tiempo, descubrí que eso las vuelve locas, prácticamente pelean por llamar la atención.

Sonrío vanidosamente mientras pido una botella de brandy. No suelo beber temprano, pero supongo que hoy será una ocasión especial. ¿A quién engaño? En realidad, solo quiero obligar a mi mente a recordar, es tan excitante la idea de una mujer misteriosa.

Los últimos dos años han sido un torbellino de actividad, una carrera constante para evadir cada suceso desalentador que se cruzaba en mi camino.

Quizás sea la nostalgia de este regreso lo que me empuja a buscar más, a sumergirme en lo que yo mismo he aprendido a llamar egocentrismo. Es una presión que me acompaña día y noche, una sombra persistente de la que no puedo escapar.

Ni siquiera la distancia ha logrado borrar tu recuerdo. Despierto con una extraña sensación de satisfacción que me lleva a preguntarme una y otra vez si realmente existes. Podrías ser ese accidente que anhelo repetir, esa experiencia que quiero llevar a un nuevo nivel. Me burlo de mí mismo con sarcasmo: ¿cómo es posible que una pesadilla me haya tenido pensando en ella durante tantos años?

Mis relaciones siempre han sido fugaces y pasionales. Nos entregamos al placer sin reservas, disfrutando al máximo de las salidas, el sexo y todo lo que se nos presenta. Pero este es un juego en el que mi atención es el medidor: una vez que la magia se desvanece, mi interés decae y mis ojos se posan en alguien más. Así funciona este ciclo, siempre en busca de la siguiente chispa.

Mi existencia es una sinfonía de plenitud y despreocupación, una danza sublime sin las cadenas de compromisos o expectativas. Algunos me tildan de Casanova, pero yo no me reconozco en esa etiqueta; simplemente soy un hombre que saborea la vida en sus términos, libre de las ataduras que atan a otros. Mis gustos son, sin duda, exquisitos, y el mundo se me revela como un vasto jardín repleto de bellezas tentadoras. Son ellas, con su encanto irresistible, quienes me invitan a sus efímeros paraísos, y ¿quién soy yo para rechazar tal ofrecimiento?

En este juego de encuentros fugaces, la honestidad es mi única moneda. Jamás he pronunciado una mentira, ni he tejido promesas vacías. Lo que compartimos es un instante robado al tiempo, un espacio sagrado que no le pertenece a nadie más que a nosotros en ese preciso momento, un efímero momento que se disuelve en el olvido tan pronto como la bruma del presente se disipa.

No hay espacio para rencores, ni para el dolor que a menudo sigue a las despedidas. Las lágrimas y las discusiones son ajenas a mi mundo. A veces, un vago recuerdo persiste, como una melodía lejana, pero, a decir verdad, la mayoría de los nombres se desvanecen como el eco de un sueño.

La idea de una discusión, el drama inherente a las relaciones convencionales, me resulta profundamente repulsiva, prometernos cielos y tierras, un sinfín de fantasías que, en el fondo, ambos sabemos que nunca se materializarán.

Esas largas listas de promesas incumplidas son la antesala de un final anunciado, un epílogo predecible antes incluso de tachar la mitad de ellas.

Ni hablar de los juramentos y las palabras rebosantes de esperanza que, en última instancia, solo sirven para encadenar a las almas rotas a una terapia interminable tras la inevitable ruptura.

Yo, en cambio, me dedico a disfrutar y a ser feliz, sin más pretensiones; no hay tesoro más preciado que la libertad absoluta, no exijo nada a cambio, y mis entregas se limitan a lo que es justo y recíproco. De esa forma, cada encuentro se transforma en un carrusel de momentos maravillosos y deliciosos, desprovistos de expectativas y resentimientos. Soy un ave que vuela alto, un espíritu indomable que se niega a que su vuelo sea interrumpido por la trivialidad de las ataduras.

Sin embargo, en medio de esta perfecta armonía, ha surgido una inquietud, una sombra que amenaza con perturbar mi perfecta existencia.

He llegado a contemplar la posibilidad de una enfermedad, algo de gravedad, como una explicación lógica para esta incómoda persistencia. Sería una falsa esperanza, lo sé, pero ¿cómo más podría justificar este maldito sueño recurrente? Esa visión me asalta una o dos veces por semana, sin cesar, sin piedad, y no puedo sacarlo de mi cabeza. Es una discordancia en mi sinfonía de libertad, una melodía disonante que me persigue, y me pregunto, con creciente zozobra, ¿qué significa esta recurrente intromisión en mi perfecta realidad?

Tengo un don, o tal vez una maldición, para olvidar; el compromiso, para ser honesto, nunca ha sido lo mío, verme en esta situación atado a una mujer sin rostro, una figura recurrente en mis sueños que me persigue con la pregunta: "¿Por qué estoy soñando contigo, mujer fantasmal?".

No puedo volver a dejar todo en el aire, aunque parece que esa es mi naturaleza. Regresé a este lugar con un solo propósito: romper este hechizo. Debe haber una forma de aclarar mi mente y poner fin a esta serie de eventos que me persiguen.

Esperaba no volver a mirar atrás, sin embargo, volver aquí no es del todo malo. Aquí está ella, una chica real que capta mi atención de una manera impresionante.

Toda una vida de conocernos, y aún no consigo descifrar qué es lo que tienes, pero algo en ti me hace querer volver a escuchar tu voz.

Con dificultad admito que sigo tan enganchado a ti como el día en que te vi por primera vez, cuando éramos niños. ¡Es una tontería! Ni siquiera debería estar pensando en esto ahora mismo.

Observo la botella casi vacía, debería parar de beber. Mi auto está aparcado afuera y no quiero tener que pedir un taxi por no poder manejar. Así que pido la cuenta y me levanto, no sin antes echar un vistazo a mi alrededor. Esa extraña sensación me recorre de nuevo, la misma que me atormenta desde hace nueve años. Mientras camino hacia mi auto, me siento en paz. Esta ciudad es acogedora. Quizás en unos días visite a algunos amigos.

Estaba a punto de meter la llave en el auto cuando, de pronto, sentí una mano sujetar mi hombro y otra cubrir mis ojos.

—Elean, no sabía que andabas por aquí. ¿Cuándo regresaste?

Como si de una pesadilla se tratara, mi cuerpo se puso rígido y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. ¡Esa voz! La reconocería en cualquier lugar del mundo. ¿Qué clase de brujería era esta? Toqué gentilmente sus manos, cálidas y suaves, y recuperé el aliento.

—¡Carter! —respondí.

Ella rio y me abrazó, su fresco aroma inundó mi nariz; ese exquisito perfume lo recordaba como si fuera la primera vez; impulsivamente, la abracé con una energía y un cariño que me sorprendieron.

—Ha pasado tanto tiempo —dijo Carter—. ¿Cuándo volviste?

—Regresé hoy. Quería tomar una copa, relajarme y ver la ciudad de noche.

—¡Qué gusto que hayas regresado! Te extrañé como no tienes idea.

Carter sonrió y volvió a abrazarme. Al sentir su frágil cuerpo, me fue imposible no sentirme atraído hacia ella. Carter siempre ha tenido el talento para embelesarme sin que yo pueda resistirme.

Caminamos juntos, poniéndonos al día sobre nuestras vidas y todo lo que habíamos hecho en esos dos años sin vernos. Carter es la única mujer, aparentemente viva, que habita en mi cabeza además del fantasma.

La conozco desde la infancia; la he visto crecer y madurar, y en verdad es muy bella.

Bajo el efecto del alcohol, sentí mi corazón palpitar acelerado, aunque no le presté demasiada atención y continué la conversación.

De repente, Carter se detuvo. Por primera vez al mirarla, me sentí intimidado.

—Elean, ¿estás bien? —preguntó ella.

—¿Por qué debería estar mal?

—Me estás mirando muy extraño, y no me estás prestando atención, ¿verdad?

—Tomé un poco, así que supongo que no estoy del todo consciente.

—Entonces debería llevarte a casa.

—Soy yo quien debe hacerlo.

—¿Lo harás?

—Por supuesto.

—Entonces, caminemos. Hace calor, así que toma mi chaqueta.

Carter sonrió, lanzándome su chaqueta, la atrapé con facilidad y la acerqué a mi nariz, efectivamente, seguía usando el mismo perfume que recordaba.

—¿Huele mal? —preguntó.

La miré perplejo; hice el movimiento sin pensar que ella me estaría observando. Al mirarla, ella se sonrojó avergonzada.

—Huele bien —respondí.

Carter bajó la mirada y observé sus largas y rizadas pestañas, sabía que al crecer, ese sería uno de sus grandes atractivos. No ha cambiado en nada; sigue siendo la misma niña que conozco, y yo sigo siendo el mismo chiquillo que no deja de mirarla.

Me acerqué a ella y tomé su barbilla. No esperaba que, al mirarla y sonreír, sus ojos me paralizaran, ella notó mi expresión y me empujó mientras echaba a correr.

—¡Elean, no te quedes atrás! —gritó Carter.

Di unos cuantos pasos hacia atrás mientras Carter tomaba ventaja. Me acomodé el cabello mirando a mi alrededor. ¿En serio iba a correr tras ella? La silueta de Carter, alejándose delante de mí, me impulsó a correr para alcanzarla. Ella volteó sonriendo, y al percatarse de que estaba a punto de alcanzarla, corrió aún más rápido.

Verla de esa forma despertó en mí el instinto de alcanzarla, qué ironía de la vida, correr detrás de ella podría marcar el inicio de una contienda, una carrera que no estoy dispuesto a perder.

Sin imaginarlo Carter dió el primer paso y con ello está inquietud por poseerla

Un giro inesperado.

El alcohol, ese viejo engaño, o quizá mi mejor aliado esa noche. Verte tan cerca encendió un deseo irrefrenable de probar tus labios. Corrí a tu lado, sintiéndome libre, como un niño, despojado de apariencias, de modestias, de ese maldito ego que siempre me persigue.

Te alcancé, te abracé por la cintura desde atrás y besé tu hombro antes de darle una pequeña mordida. Esto se sentía increíble, me dije, pero mi felicidad duró poco.

Cruzar la línea entre lo correcto y mis deseos, estando ebrio, no era algo que pudiera justificar. Me detuve.

Caminamos por el parque, junto a las bancas. Miré mi reloj: era tarde. El tiempo se había esfumado.

 Regresamos al bar por mi coche para llevarte a casa. El trayecto se convirtió en una inmersión nostálgica, un mar de recuerdos, historias y anécdotas compartidas.

Al llegar, reconocí la fachada al instante, el color había cambiado, pero seguía siendo la misma casa acogedora que ahora albergaba a ese pequeño ser malévolo que me ponía los nervios de punta.

—Gracias por traerme, ¿te gustaría pasar a saludar?

—Por supuesto. Le sienta bien ese azul a la fachada

—Es lo que dicen. Mi padre quedó satisfecho

Te detuviste un momento bajando la mirada.

—. Permíteme, iré a avisarles.

Ambos bajamos del auto, te esperé recargado en el capó. Entraste saludando:

—Buenas noches… ¿Papá?

Un silencio ensordecedor siguió a tus palabras. Asumí que no había nadie en casa. Regresaste al auto con una expresión avergonzada.

—Disculpa, parece que aún no han llegado.

Normalmente, que no hubiera nadie sería una ventaja, pensé, sonriendo con un nerviosismo que me delató.

 Claramente soy un degenerado, pero esta vez, la incomodidad y la inquietud me obligaron a retirarme. Me despedí como un caballero.

—No te preocupes, tendremos tiempo para volver a salir .

—Es una pena, me hubiera gustado que estuvieran aquí. Esperaba que te quedaras a cenar.

—¿Cenar? —Esa idea me tentó demasiado. Quizás podría… No. Tenía que irme—. Salúdame a tus padres, pero recuerda que me debes una cena.

—De acuerdo, vete con cuidado.

Subí a mi auto. Tú seguías en la puerta, mirándome con una sonrisa mientras agitabas la mano en señal de despedida. Conduje despacio, incorporándome a la carretera. Todavía podía verte por el retrovisor, y traté de grabar tu imagen en mi mente antes de que se desvaneciera.

¿Por qué no insistí en quedarme? ¿Por qué rechacé la idea de estar a solas contigo? Bah, demasiadas preguntas para un solo día.

Al llegar a casa, un mar de recuerdos me golpeó bruscamente. El recuerdo vívido de aquel día se hizo presente, como si lo estuviera reviviendo. Han pasado dos años desde la última vez que estuve aquí.

Recuerdo un momento en el que decidí salir contigo; sin embargo, el desgraciado de Matías se te declaró antes que yo. Agradezco que me haya ahorrado la tragedia, aunque al recordarlo me molesta un poco.

Ese maldito día, leías como de costumbre, sentada en el césped, bajo un árbol.

Ese día lucías más hermosa que nunca, con tu cabello largo cayendo como una cascada. Mi interés hacia ti no era romántico en absoluto. Más bien, había estado preparando un discurso bien estructurado que me hiciera sonar interesante sobre las razones por las cuales yo era el mejor partido para cualquiera. Tuve la brillante idea de usar psicología para declararme sin tener que decirlo tal cual, pensando como un chiquillo lleno de hormonas. Me había organizado de tal forma que todo saliera de acuerdo al plan. Di varias vueltas, asegurándome de que nadie me viera.

Cuando por fin me decidí, me llevé la infame noticia de que Matías se me había adelantado. Recuerdo verte con una expresión de sorpresa. Quise hablar, pero mi incontrolable carácter me lo impidió. Solo me quedé mirando como un simple espectador que recorría el lugar. Después de eso, se corrió el rumor, y por supuesto, ya eran pareja. Matías era un tipo bien parecido, sin virtudes notables ni algún rasgo sobresaliente.

Ese día me sentí un completo imbécil, decidí marcharme sin más, enterrando ese desagradable suceso. Aquel día hice y pensé cosas debido a mi falta de madurez, pero sobre todo por el ego de conquistar a todas. En ese momento, mis hormonas no distinguían entre el bien y el mal que pude haberte ocasionado. ¡Aj! Incluso pensar en ello me avergüenza. ¿Cómo pude hacer tal estupidez por sumar una mujer más a mi lista? Jajaja, no puedo con esto…

He llegado a la entrada de mi hogar, aún con estos pensamientos en mi cabeza. Don Genaro, el vigilante, me reconoció de inmediato. Su cara mostró algunas arrugas cuando me sonrió.

—¡Joven, qué milagro que ha vuelto! —exclamó Don Genaro, sonriendo mientras abría la reja.

—Extrañaba estar en casa… —respondí.

—Bienvenido, es un gusto tenerlo de vuelta por aquí. ¿Vienen también sus padres?

—No, solo he venido yo por algunos asuntos personales.

—En ese caso, disculpe mi atrevimiento y nuevamente bienvenido. En un momento le envío a alguien para que se encargue de su equipaje.

—No es necesario Don Genaro, puedo hacerlo solo. Déjeme sentirme útil siquiera esta noche.

Don Genaro sonrió nervioso mientras avancé. Me estacioné de frente, mirando la casa, el lugar era increíblemente bello. Bajé mis maletas según el contenido. Traté de no pensar en nada más y me concentré en acomodar las cosas, alistándome para meterme a la ducha.

Un pensamiento vago vino a mí: "Después de todo, su relación no funcionó", sonreí. Realmente, casi ni tomé, pensé. Volver a la ciudad me hace creer que lo hice con un propósito en mente. "Estoy delirando," susurré. Mis únicas metas y proyectos son alcanzar la cima. Sin embargo, debo aclarar esto para concentrarme en mis objetivos sin distracciones.

Regresé para tener libertad, no para recordar viejas historias. No esperaba encontrarme con Carter así de repente; siempre ha sido una excelente compañía, es una mujer que sabe escuchar y decir las cosas más extrañas en el peor momento.

Quizás el destino me esté dando una segunda oportunidad, sonreí.

"¿Será acaso que volví por ti?" "¿Por tus ocurrencias?"

Jajaja, por supuesto que no volví por esa razón, este tipo de juegos es algo para entretenerse más no para quitar el sueño.

Es completamente normal que sienta un cariño especial, ya que nos conocemos de toda la vida.

Aunque sí debo admitir que su belleza incrementó. Por ahora, me tomaré el tiempo para disfrutar de lo que la vida me ofrezca.

Ha sido una noche larga, apenas logré conciliar el sueño, escasas tres horas de un descanso intranquilo.

Mi mente, una vorágine de pensamientos, se negaba a apagar el interruptor; era innegable la emoción que sentí al verla de nuevo. Cubrí mi cara con la almohada, deseando hundirme de nuevo en la inconsciencia.

"Estoy demente," mascullé, "necesito alejarme de todo esto".

El estridente sonido de mi celular me sacó bruscamente de la cama. Era Nelly, mi amiga y confidente de toda la vida.

Nelly (📱): ¿Cómo estás? ¿Llegaste bien? ¡Vamos, dormilón, despierta!

Elean (📱): El día es para dormir. Y tú, ¿desde cuándo das los buenos días? Además, no dormimos juntos.

Nelly (📱): ¡Jajaja, qué asqueroso eres, buenos días, señor modales! ¿Cómo te fue? ¿Ya te instalaste? ¿O te fuiste de fiesta anoche y no me invitaste?

Elean (📱): Me conoces bien. Sabes que ya no salgo tanto.

Nelly (📱): Sí, tienes razón. Te volviste un anciano en cuerpo de joven. Lo olvidé, jajaja.

Elean (📱): Qué pesada. No tengo ánimo de discutir después de no haber dormido bien.

Nelly (📱): ¿Te ocurrió algo?

Elean (📱): Nada relevante.

Nelly (📱): ¿Volviste a tener esa pesadilla, cierto?

Elean (📱): ¿Pesadilla...? —Una risa amarga escapó de mis labios—. No solo volví a soñar lo mismo, sino que además me encontré a alguien que importante.

Nelly (📱): ¿Ah, sí? ¿A quién?

Elean (📱): A una vieja amiga. Ya te la he mencionado.

Nelly (📱): ¿Quién? ¿Tu amiga de la infancia, Carter?

Elean (📱): Así es.

Nelly (📱): ¿Y? ¿Te le lanzaste?

Elean (📱): Jajaja, no es para tanto.

Nelly (📱): Qué aburrido... me dio sueño solo de leerte. Hablas de esa chica como si te gustara todo el tiempo.

Elean (📱): ¿Qué? Jamás he dicho algo similar. Me conoces.

Nelly (📱): Eres obscenamente atractivo. ¿Tanto te cuesta admitir que posiblemente tienes, no sé, esa cosa que late, jajaja, corazón o como sea que se llame? Es ridículo, un hombre como tú, en su mejor edad, no debería preocuparse por esas cosas.

Elean (📱): No tengo tiempo para complicarme la vida. Ya tengo suficiente con mis pesadillas, jajaja.

Nelly (📱): Romeo, date la oportunidad. Quiero verte con esa cara de bobo.

Elean (📱): Primero necesito averiguar quién es ella. Es por eso que volví. No necesito distracciones, a menos que sean placenteras.

Nelly (📱): Está bien, me voy a preparar para ir a trabajar y tú también deberías hacerlo.

Elean (📱): Claro, si a eso se le puede llamar trabajar. Te escribiré más tarde.

Nelly (📱): Para mí es un trabajo. Escríbeme solo si es algo interesante o me aburrirás...

Ya es tarde. Me levanto y me doy una ducha prolongada. El agua caliente golpea mi piel, liberando la tensión de la noche, devolviéndome la energía para comenzar el día.

Todo esto es tan confuso, mis manos tiemblan al tocarte, mi respiración se agita, llevo en mi mente la imagen distorsionada de lo que puede ser y lo que no.

Atrapado en un abismo en donde la perfección no da cavidad a un tropiezo, las cosas son así de simples, las aves son libres, libres para volar...

El Mundo de Elean Leroux:

Mi historia comienza en una cuna de oro, pero no por nacimiento. Soy el hijo adoptivo de una familia adinerada, de una posición tan alta que basta con mencionar mi apellido, Elean Leroux, para que todas las miradas se giren. Irónicamente, disfruto pasar desapercibido, esquivando a la prensa que siempre busca una nueva primicia.

Mis padres adoptivos, Don Augusto y Doña Martha de Leroux, son increíblemente cálidos; me han dado una familia, un hogar, una vida. A decir verdad, no recuerdo gran cosa de mi infancia antes de ellos.

Algunos recuerdos borrosos, a medias son todo lo que persiste de esa vida previa.

Debo admitir que han sido unos padres increíbles; desde que me adoptaron, nunca me trataron con indiferencia. Siempre se han preocupado por mí, por mi educación y mi bienestar. Pareciera que realmente me amaran como a su propio hijo, a pesar de mis defectos y mi innata soledad.

De mi querida madre, Martha, recibí una educación llena de ternura, comprensión y amor. Mi padre, por su parte, cimentó mis objetivos, un digno ejemplo de fortaleza y crecimiento. Me ha formado con sus experiencias y conocimientos para ser el heredero y tomar su lugar cuando él lo decida.

Debo admitir que el crédito también es mío. Siempre he sido una persona perseverante, cumplida, honesta y, sobre todo, poseo un don innato para los negocios.

Tengo la capacidad de liderar y llevar al éxito lo que me propongo. Tal vez por eso ahora poseo gran parte de una reconocida empresa. Comenzó como un proyecto cuando aún era joven, pero resultó tan bien que terminé asociándome para construir un imperio que aún va camino a la cima.

Me gusta decir que tengo el mundo en la palma de mi mano, aunque, siendo sincero, es solo la forma en que me gusta alardear.

Trabajo al lado de grandes empresarios; solemos compartir la carga y ha resultado beneficioso, al menos para mí. De eso no puedo quejarme.

Hasta ahora me he mantenido en el anonimato, tratando de pasar desapercibido. Es por eso que casi nunca menciono mi apellido. Si bien es cierto que soy una persona exitosa, también es cierto que tengo una debilidad por aquellos "deleites visuales" llamados mujeres. La apariencia y la buena reputación son imprescindibles, por lo que mantengo un perfil bajo cuando salgo de "cacería". No obstante, algunas veces es imposible negar quién soy, así que solo sigo la corriente.

Soy autosuficiente, sé valerme por mí mismo. No tengo dotes de chef, pero al menos tengo noción de todo un poco. Siempre he pensado que uno debe estar preparado para todo; el aprendizaje nos engrandece y favorece, por lo que hago del conocimiento un pasatiempo.

Bajo a la cocina y preparo algo rápido para desayunar. Don Genaro ya se ha encargado de tener todo impecable. Me siento honrado por tener a mano atenciones que no cualquiera merece. Don Genaro, por ejemplo, trabaja arduamente, más de lo que muchos hacemos. Mis padres lo conocen y estiman no solo como un buen trabajador, sino como un amigo. Cuando partimos de vuelta a Francia, le dejaron a cargo la casa y las responsabilidades, con la misma confianza a ciegas que hoy en día yo lo haría.

Esta fue la casa donde pasé gran parte de mi niñez. Solíamos viajar seguido, de un lado a otro, sin embargo, en esta casa viví los mejores momentos y etapas de mi infancia. Pero no todo quedaría ahí. Mi madre es dueña de una cadena de hoteles, por lo que tuvimos que volver a su país natal para continuar con el desarrollo.

Así que regresamos a Francia. Exactamente hoy se cumplen dos años de nuestra partida, dejando la casa vacía. Recuerdo haberlo dejado todo atrás después de la estupidez que estuve a punto de cometer con Carter.

Ha sido mi amiga desde la niñez, y las cosas siempre deberían continuar de ese modo.

Es irónico que uno de los recuerdos que conservo es precisamente cuando otro chico se te declaró. Me sentí feliz por tu felicidad y me di cuenta de que yo no tenía ningún motivo para quedarme. Ahora que lo pienso, supongo que exageré. Decidí que lo mejor era alejarme de ti; de haberme quedado, estoy seguro de que hubiera sido un desastre. Hoy, más que nunca, estoy convencido de que hice lo correcto. Después de todo, el tiempo lo cura todo.

Miro la casa, espaciosa, llena de silencio. Desde que nos mudamos, el personal se redujo a unas cuantas personas: Don Genaro, el jardinero y alguna mucama para mantener las cosas libres de polvo. Las habitaciones están tal y como las dejamos, pareciera que el tiempo jamás pasó.

Termino de desayunar. He preparado mi propia comida y ahora también tengo que lavar y limpiar todo, lo que además de ser tedioso, absorberá gran parte de mi tiempo. Estoy considerando volver a contratar personal para la casa; después de todo, esta es mi casa y pretendo quedarme aquí por un largo tiempo.

La Noche de la Verdad:

Al llegar a la oficina, todos me reciben con cordialidad, amabilidad e interés. Es lo que normalmente provoca el dinero. La mayoría piensa que tengo este puesto gracias a mi padre, pero lo que no saben es que esta empresa no tiene nada que ver con sus negocios. Soy uno de los cofundadores y un experto en lo que hago.

Algunos envidiosos han codiciado el patrimonio de mis padres, esperando ansiosos la caída de su imperio. Por ese motivo he preferido quedarme en anonimato y dejarlos ahogarse en su miseria.

El día pasa sin ninguna novedad. Me siento eufórico por lo acontecido. Le encargo a mi asistente, Roger, la difícil tarea de contratar al personal mientras yo continúo con mi arduo trabajo. Finaliza el día y me decido a hacer cambios en mi vida; las palabras de Nelly aún daban vueltas en mi cabeza. "No soy un viejo aburrido", murmuro.

Es cierto que no me engancho en las relaciones y no pretendo formar una familia en estos momentos. Las salidas salvajes a bares, antros o burdeles se mantendrán en espera por al menos unas semanas. He salido tantas veces a todos los lugares de siempre que es inevitable perder el interés.

Al salir del trabajo, decido llamar a Nelly para quedar de vernos en el antro de moda.

Nelly: Elean, qué guapo te ves.

Elean: Es muy temprano para comenzar a adularme, ¿no crees?

Nelly: Muy gracioso... ¿Y bien? ¿A qué se debe esta salida tan repentina?

Elean: Tenía ganas de salir, ¿acaso no puedo hacerlo?

—Le dirigí una mirada fría pero seductora, y ella solo sonrió.

Nelly: Está bien, te creeré. ¡Vamos a divertirnos!

Nelly se acerca a mí seductoramente, riendo. Siento su aliento cálido en mi cuello. El juego ha comenzado. Había olvidado lo bien que se siente divertirse. En estos últimos dos años me volví adicto al trabajo, dejé de salir, al menos a los lugares concurridos. Ambos bebimos y bailamos sin importarnos absolutamente nada. Me sentí relajado por un momento, hasta que Nelly, con el alcohol fluyendo, se puso un tanto "divertida" y me cuestionó.

Nelly: ¿Por qué el galán no va de una vez por todas y se le declara? ¿A qué le tienes miedo, Elean? Es solo una niñita.

Elean: No sé de qué hablas...

Nelly: Oh, vamos, ambos sabemos que esa chica te hizo algo.

Elean: Lo dices tan convincente que me aterra.

Nelly: Sácate la espina de una vez por todas. Mira cómo te tiene.

Elean: ¿ Cómo me tiene ?

Nelly: ¿A qué le tienes miedo?

Elean: No creo que debamos estar hablando de esto.

Nelly: ¿Te gusta?

Elean: Es linda, pero no lo suficiente como para hacer una estupidez.

Nelly: Convenceme.

Elean: No es del tipo de un momento.

Nelly: Demuestralo, si es así la cacería será interesante, ¿Imagina? "La mujer inalcanzable" Suena bien para un casanova como tú.

Elean: ¿Estás sugiriendo que la busque para completar mi lista?

Nelly: Será solo un beso, un inofensivo beso.

Elean: Supongamos que sigo el juego ¿Qué gano con eso?

Nelly: ¿Acaso alguno gana algo con lo que hacemos?

Elean: Touche.

Nelly: Elean, ¿qué estás esperando?

La miré. Su mirada retadora se clavó en mí, un desafío que, tal vez por las copas, me pareció irresistible. Sin pensarlo demasiado, le dije:

Elean: ¡Hagámoslo!

Nelly se echó a reír a carcajadas. Dio un trago a su vaso, agarró su chaqueta, bolso y corrió hacia el baño.

Nelly: Espero que no estés mintiendo o te haré pagar caro.

Elean: Nunca miento.

Nelly: Lo haces cuando se trata de ella.

Tomé de golpe mi copa para no perder el valor y pagué la cuenta. Caminamos apoyándonos el uno en el otro, riéndonos de cualquier incoherencia que se nos ocurriera, mientras planeábamos la absurda misión.

Estábamos tan ebrios que no fuimos capaces de subirnos al auto decentemente. Entre carcajadas, decidimos tomar un taxi. Nada iba a impedir que esa noche le robara un beso a la chica que se me escapó.

Ya en el taxi, los nervios comenzaron a traicionarme. Supe que no podría hacerlo. Tenía muchas cosas en juego, pero principalmente su amistad.

Dudé un par de veces, sin embargo, aún me sentía alcoholizado y con un poco de valor, así que pensé: "Tengo que hacerlo". Nelly reía y, sin saberlo, me daba las fuerzas para lograr mi cometido.

Al llegar a la casa de Carter, nos bajamos del taxi. No sin antes pedirle al chófer que nos esperara quince minutos; si no volvíamos, podía irse. No era que esperara que sucediera algo malo, pero preferí mantener cerca mis salidas alternativas.

Una vez fuera del taxi, mi mente me traicionó. "¡No puedo hacerlo! ¿Qué rayos estamos haciendo aquí? ¡Ya no soy un chiquillo para hacer estas cosas!".

Tal parece que mientras mi mente se aclaraba, mi cuerpo seguía sin responder e, irónicamente, no podía ni mantenerme de pie. Nelly se reía y se burlaba de mi forma de caminar, aunque ella estaba igual o peor que yo.

Elean: ¡Deja de reírte! Tenemos una misión.

Dudé en hacerlo una vez más. Ya no tengo la edad para comportarme así y, evidentemente, no sé si esto es realmente lo que quiero hacer. Estoy bajo los efectos del alcohol, por lo que en su momento consideré esta tontería como la mejor idea del mundo. No quiero desistir, no delante de Nelly. Sé bien que la burla no pararía hasta el final de mis días si me echaba para atrás.

Elean: Vinimos por algo, ¿lo recuerdas? —dije entre dientes, aferrado a la idea de algo simple.

Nelly: Por supuesto que lo sé, solo no hagas mucho ruido, ya es de madrugada. —Decía tratando de contener la risa.

Elean: ¿Yo? ¡Pero si eres tú la escandalosa!

Nelly: ¡Esa chica conocerá de lo que es capaz mi león! —Gritó, con la voz rasposa por la risa.

Elean: Baja la voz —susurré, mirando a mi alrededor.

A unos dos metros de la puerta, mis piernas se debilitaron, temblaban como las de un animal recién nacido. Mi garganta y boca se secaron; el valor que tenía se desvaneció. Tal parece que el efecto valiente del alcohol se había terminado en cuestión de segundos. Me giré perplejo. Nelly se encontraba sentada en el piso, burlona, gritando descaradamente:

Nelly: ¡Hazlo, maldito cobarde!

A punto de tocar el timbre, la luz de adentro se encendió. No tuve ni siquiera tiempo de pensar en nada cuando escuché una voz decir: "¿Quién eres y qué escándalo es este?".

En ese momento, mi dignidad se cayó al suelo, la vergüenza inundó mi cara. En cuestión de milésimas de segundos, los pensamientos me invadieron: No puedo presentarme así.

¿Qué van a pensar de mí sus padres, que me conocen desde siempre, al verme completamente ebrio?

Rápidamente, me di vuelta para correr junto a Nelly, la levanté con tanta rapidez y, entre risas ahogadas, nos subimos al taxi que aún nos esperaba. El chófer nos miró como si de dos delincuentes escapando se tratara. Sin hacer una sola pregunta, nos marchamos lo más rápido posible.

Nelly: Ese era su papá, ¿verdad? —Decía entre risas.

Elean: Sí —respondí, casi sin aliento.

Nelly: Fuiste muy valiente y muy tonto. ¿A quién se le ocurre molestar a estas horas de la noche y luego completamente ebrio...? Jajaja. ¿Te vio su papá?

Elean: No lo sé. ¿Cómo diablos se me ocurrió hacer eso?

Nelly: Tranquilo, no pasa nada. Fue muy divertido verte correr. No sabes la vergüenza ajena que estoy sintiendo en este momento. Jajaja.

Elean: Basta de tonterías, esto nunca sucedió, ¿está claro?

Nelly: Clarísimo... Jajaja.

Dejamos a Nelly en su casa, aún reía y se burlaba de nuestro tremendo desacierto. Una vez que la dejamos, me dirigí a la mía, arrepentido de tan mala decisión. De camino a casa, me sentía tan avergonzado y mareado que todo el tiempo me mantuve en silencio. El chófer me miraba de cuando en cuando por el retrovisor.

Al llegar, Don Genaro se sorprendió de verme bajar de un taxi. De inmediato me ayudó, verificando que estuviera bien.

Con total vergüenza, me encaminó hasta la entrada de la casa. Agradecí torpemente por su amabilidad. Tomé una ducha, reprochándome por haber hecho semejante barbaridad. "¡Tremendo show acabo de dar!"

Salí de la ducha. Estaba a punto de recostarme cuando la pantalla de mi celular se iluminó mostrando un mensaje.

Era de Carter...

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