Rose abrió los ojos, sintiendo su cuerpo pegajoso y adolorido, y con un dolor monumental de cabeza. Recordaba haber estado bailando y bebiendo champaña en la boda de Dalia quien se casó con ese pintor famoso, habían muchos hombres destacables en el lugar, guapos y ricos, pero ninguno como Silvain James, por el quien había estado suspirando.
Entonces las imágenes de la noche loca y lujuriosa se precipitaron a su mente, descolocándola y haciéndola sentir cierto pánico. Miró a su lado, pero no había nadie. Y no podía decir Rose si se sentía aliviada o decepcionada. Suspiró.
Intentó levantarse cuando sintió sus piernas flaquear y caer de rodillas al suelo. No pudo evitar reírse, porque hacía tiempo que no le daban un buen revolcón, justo cuando se apoyaba de la cama, se escuchó unos pasos acercándose y Rose alzó la vista.
Era Silvain James.
Con esos ojos azules como hielo frío, la cabellera más rubia que el sol, con ese traje azul marino que le quedaba de infarto, quien la miraba con cierta molestia mientras se abrochaba el reloj a su muñeca.
-No creas que sacarás provecho de esto.
Rose no entendía sus palabras, pero tampoco iba amostrarse débil. Se levantó como pudo y se puso la bata que estaba en una silla cerca de la cama.
-Creo que ya aproveché demasiado – sonrió con burla, viéndolo enojarse más – Fue una noche fantástica.
-Y será la única, no acostumbro a acostarme con zorras.
-Pero sí las zorras ricachonas – reprochó Rose molesta. Le podría decir zorra, pero menospreciarla por no tener la alcurnia que muchas de esas frescas, le enojaba – No sé cuál el afán de diferenciar una zorra de otra, al fin y al cabo es igual, de alcurnia o no.
Silvain se sintió sofocado porque muchas de las mujeres con las que se acostó, realmente era mujeres ricas que no buscaban más que diversión y una que otra que quería colgarse de su dinero y apellido.
-Tienes razón, pero no pienso repetir.
Rose sonrió, y empezó a sentirse enojada sin saber la razón.
-No es que me guste repetir el mismo hombre, en eso pensamos igual.
Silvain se detuvo cuando se abrochaba el saco ante las palabras de esa mujer y la miró enojado, sintiendo un golpe certero a su ego porque ella no parecía triste por sus palabras ni tampoco estaba histérica rogándole que no la botara.
Ella simplemente se puso las pantuflas del hotel y se dirigió al baño no sin antes dejarle una estocada más a su ego.
-Por cierto – lo miró por un segundo – Estando ya afuera, no nos conocemos, fue una estupenda noche, pero nada más.
Sin más entró al baño para seguidamente escuchar el ruido de la regadera, dejando a un Silvain con la boca abierta, porque era él quien quería dejarle claro que no eran nada. Sintió que había sido burlado por una mujer que se veía igual que las otras, pero que parecía no importarle su fría indiferencia. Enojado, salió de la habitación rápidamente, intentando alejar los recuerdos de la noche pasada donde se desfogó como nunca lo había hecho.
En cambio, Rose se sentía un poco mejor cuando dijo esa frase, estaba segura que él hubiese querido usar las mismas palabras para humillarla, pero ya conocía a los hombres de su calaña y no dejaría que se sintiera triunfador. Lo había logrado al verlo petrificado y la molestia de llamarla zorra se desvaneció poco a poco, sintiendo el agua tibia lavarle los rastros de la noche llena de lujuria. Pero los recuerdos del intenso ejercicio le llegaban como flechas, sintiendo su propio cuerpo empezar a arder.
Casi sintiendo los besos dominantes y fogosos de él en su labios, pero solo era la sensación que aún permanecían en su boca.
Las caricias, el saqueo a su cuerpo, las palabras sucias que la hicieron temblar y gozar más allá de lo que había gozado con cualquiera, pero el recuerdo fue interrumpido cuando recordó cómo la miraba. Una mirada diferente a la de la noche donde parecía que la veía con adoración.
Ja.
Se burló de sí misma.
Sí, claro, pensó con recriminación. Silvain James viéndola con adoración, no era más que un truco de su mente ante el sexo rudo y duro y sus besos suaves al terminar el acto. Se preguntaba si así también era con sus antiguas amantes de una sola noche, dándoles un beso tierno, haciéndolas confundir que sentía algo especial.
Salió del baño, luego de una larga ducha. Salió solo para descubrir que su vestido estaba roto pero no entró en pánico, solo tomó su teléfono y llamó al hotel para que le consiguiera ropa cómoda y que lo pusiera a su cuenta. Pero no tardó mucho cuando le anunciaron una entrega, y era un vestido negro de Chanel. Ella no había pedido aquello y cuando vio la nota, rompió el vestido con indignación.
“Este es el pago por sus buenos servicios”, había dejado en la nota. Ella no necesitaba que le pagaran, era rica, muy rica, solo que no hacía alarde de nada, y si trabajaba como parte del equipo de finanzas, era únicamente para pagar una gracia, porque si por ella fuera, estaría viajando a otros países, disfrutando de su dinero que se había ganado con esfuerzo y astucia.
Pero no pelearía con él, porque eso es lo que quería. Esas provocaciones, esos insultos, él era como un niño llamando la atención. Y no podía negar que le atraía mucho, pero no soportaría su majadería. Era una mujer independiente, no necesitaba nada de él, ni su dinero.
Al fin llegó la ropa que encargó al hotel, se puso la ropa de chándal y se marchó del lugar.
Silvain estaba dentro de su auto cerca de la puerta de hotel, esperando ver que esa mujer haya aceptado el regalo y confirmar que no era más que otra oportunista intentando llamar su atención, pero quedó desconcertado al verla salir con la ropa más simple. Esperaba ver que llevara la bolsa de Chanel, pero ni eso había en su manos. Pronto la vio llamar un taxi y se marchó. Llamó por teléfono a la recepción de hotel, preguntando por su encargo, pero la respuesta que recibió lo descolocó.
La mujer, había destrozado un vestido de cien mil dólares y lo había arrojado a la basura como si nada, dejando al empleado horrorizado por tremenda salvajada al vestido que muchas mujeres morían por tener en su guardarropa.
Rose llegó a su apartamento que estaba en el centro de Nueva York. Tenía el dinero para pagar un departamento dentro de esa zona metropolitana, y se dejó desplomar en su amplia cama en cuanto llegó a su habitación en la segunda planta.
Cerró los ojos tratando de no recordar, pero su mente traicionera, le mostraba las imágenes más vividas de su memoria. Aun no podía creer que se había dejado embaucar por la provocación de ese hombre, tal vez fue debido al alcohol, o que desde hacía tiempo había estado fantaseando con él, en todo caso, terminar enredada entre las sabanas bajo su dominio lujurioso, la dejaba descolocada y ciertamente un poco feliz. Porque el juraba y perjuraba que jamás la tocaría, que no le agradaba, que no la veía con buenos ojos, pero al final se tragó sus palabras. Toditas sus palabras.
Giró sobre su cama sintiendo su sonrisa abarcar todo su rostro y enseguida se reprendió, había pasado una maravillosa noche con él, pero así como él había afirmado, no volvería a pasar. Estaba un poco decepcionada, pero ella no era una rogona, aunque le coqueteó, jamás imploró por algo más, además de que le gustaba sacarlo de quicio con su flirteo. Verlo enojado por algo tan trivial, le hacía sentir un tanto soberbia, pero debía parar. Sabía soltar si no había nada garantizado y Silvain no era nada seguro, su desprecio era una afirmación de su visión y prejuicio hacia ella, aunque no sabía por qué.
En todo caso dejó todo eso al fondo de su mente, las cosas debían avanzar y así debía ser, hasta que se volvieron a ver en la cita a ciegas organizada por el abuelo George James.
James estaba indignado. Fue vilmente engañado que su abuelo estaba enfermo y acudió con prisa para ver cómo estaba el anciano, pero resultaba ser solo una treta para que se conociera con una candidata a esposa. Casi maldice, pero sabiendo el carácter del anciano y el respeto que le debía, se aguantó, mascullando palabrotas.
En cambio Rose estaba desconcertada con la propuesta del anciano, es cierto que le debía la gracia de sacarla de ese lugar horrible, pero hacer una cita a ciegas para su nieto, y que se trataba del mismísimo Silvain, la dejaba incomoda. Luego de haberse jurado no mirar de nuevo a ese hombre, resultaba que el anciano los quería juntar. Debía estar volviéndose senil si no podía ver la cara negra de su nieto de lo enojado que estaba.
El anciano solo sonrió.
Ya sabía de la noche loca de esos dos, y no es por eso que los quería unir, sino que perdía la esperanza que el estúpido de su nieto se casara, luego de haber padecido los horrores familiares y la indiferencia de sus propios padres, esperaba que hubiera alguien que lo quisiera aunque a veces era insoportable. Silvain no era malo cuando era niño, era muy cariñoso con él y con su nana, incluso con las mascotas que tenía, era un niño lleno de luz, pero luego del pleito legal de su custodia, y de haber vivido unos meses con su madre quien lo había secuestrado para sacar más dinero, él se volvió sombrío, indiferente y cínico.
Y cuando llegó a la adolescencia fue un dolor de cabeza, era rebelde, violento, y se metía en problemas, no estudiaba como se debía y todo el tiempo estaba haciendo sufrir a los demás que se veían más felices que él. Intentó que tomara terapia pero solo logró que el mocoso escapara, dejando a todos con la angustia de que le pasara algo grave.
George tenía miedo que alguno de sus tíos intentara lastimarlo, ya que la herencia de las compañías que tenía él en su mano, eran demasiados llamativos como para querer compartir con los demás. Le partía el corazón al anciano tener esa clase de familia pero era su karma por ser un hombre sin escrúpulos e infiel, ahora, pendería una espada en su cabeza si no hubiese amenazado que si moría en una circunstancia sospechosa, todos sus bienes se irían a la caridad. Entonces, todos se portaban “bien”, aunque cabe decir que aun todos parecen lobos hambrientos ante su legado.
Aunque, ya había elegido su heredero y no por favoritismo, sino porque realmente Silvain era un hombre responsable. Luego de su fase rebelde, estudió y salió de la universidad bien preparado. Lo hizo trabajar desde lo más bajo hasta llegar como director de finanzas por su propia cuenta, estaba seguro que se ganaría la dirección general con su astucia, pero no quería que peleara solo. Con una compañera más que capacitada para ayudarlo en momentos y circunstancias difíciles, le vendría bien. Aunque había algo mucho más poderoso para querer unirlos.
-Silvain, ya sabes que estás en edad de casarte y quiero ver mis bisnietos antes de morir.
-Ya tienes cinco, ¿para qué quieres ver los de mi parte? – contestó molesto Silvain.
Odiaba que intentaran obligarlo a hacer cosas que no quería y más aún si se trataba de su matrimonio, cosa que jamás querría ejecutar porque no creía en ello. Era un pérdida de tiempo y energía dedicarse a otra persona que no sabrías si te apuñalaría por la espalda en cualquier momento.
En cambio Rose sentía que era una clase de chantaje por el favor que le debía al anciano. Ya había hecho muchas cosas para él, para su empresa, pensó que era suficiente como paga por haberla ayudado en su momento más difícil, pero parecía que el anciano quería abusar de ello. Quería protestar, pero el anciano dijo sus condiciones, que más parecían amenazas.
-Ya lo decidí – sentenció – Ustedes se casarán dentro de una semana.
-¿Qué?
-¿Pero abuelo?
El anciano emitió golpes con su bastón al piso, y ambos se callaron.
-No estoy preguntando, ya di la orden. La cumplirán o toda mi herencia se irá al gobierno.
-Por mí, hazlo – Silvain giró la cabeza a un lado molesto – tengo mi propia compañía, solo he venido al trabajo para darte gusto y nada más.
El anciano soltó una carcajada.
-Adivina quién es el segundo accionista con más poder dentro de tu empresa – lo miró con burla, – En cuanto sepan que yo tengo bastantes acciones, si yo lo pido, todos me venderán las suyas y seré el dueño de tu pequeña compañía, querido nieto.
Silvain se paró muy enojado y miró a Rose con furia, tenía la sospecha que ella quería amarrarlo.
-¡Lo planeaste! – afirmó.
Rose ni lo miró y no porque le diera razón, sino porque era un pobre diablo que ya la resentía, y jamás entendería razones y menos si ella intentara aclarar que no era así.
-No digas tonterías – dijo el anciano luego de beber un sorbo de su té – Ella tampoco sabía que yo quería que se casara contigo, pero si tu no quieres está bien – miró a Rose con cariño – Hay otro candidato adecuado, no es de la rama principal, pero sería de gran ayuda para ti cariño. Si te casas por un año, tu deuda será saldada.
Rose negó cansada, parecía que el anciano no desistiría en casarla. Quería negarse, pero aún le debía, si con esto saldaba toda su deuda, accedería únicamente si luego del año, podría divorciarse sin escándalos ni impedimentos.
-¿Quién es el otro candidato?
El enojo de Silvain se disipó en cuanto ella preguntó por otro hombre. No podía creer que ella haría lo que fuere para estar casada con un hombre rico.
-Y dices que…
-Zaphyr Diamantis – interrumpió el abuelo antes de que su nieto la cagara – Ya hablé con él antes, está dispuesto si eres tú querida.
Rose asintió. Conocía a Zephyr desde hacía tiempo. Era un buen tipo, caballeroso, galante y guapo. No se había acostado con él, pero las oportunidades nunca se dieron. Antes de que ella aceptara, Silvain se interpuso.
-Acepto tu propuesta abuelo.
Ambos miraron con duda al hombre que cambió de opinión.
-¿Por qué cambiaste de parecer?
-Si de todas formas vas a buscar a otra mujer para obligarme a casarme, prefiero a esta, al menos ya conozco sus mañas.
El abuelo sonrió. Rose quería negarse, pero el abuelo George habló más rápido que ella.
-Bien, la fecha de la boda será en una semana como dije. Ya tengo la casa para que vivan juntos.
En cuanto terminó su sentencia, el anciano se puso de pie con ayuda de su mayordomo y entró a su habitación. Hablar con esas cabezas duras lo habían dejado agotado, pero estaba feliz que todo saliera tan bien, conocía al testarudo de su nieto y se daba cuenta que le gustaba Rose, solo que era un imbécil para darse cuenta por sí mismo, así que le daría una ayudadita.
Rose miró a Silvain quien continuaba parado luego de aceptar este absurdo matrimonio. Se sentía contrariada por todo esto, pero mucho más tensa el saber que tendría que permanecer en la misma casa que Silvain mientras duraba esta farsa, porque aunque lo negara vehementemente, le atraía mucho ese hombre. Su porte arrogante, su cinismo, incluso esas rabietas infantiles le atraían, pero sus desplantes y su desprecio le hacían alejarse. No quería admitirlo, pero le hacía recordar su infancia en el orfanato, y parte de su juventud en ese club de acompañantes con esos insultos que salían de esos labios sensuales.
Así que, por su salud mental no quería volver involucrarse con él, la noche anterior había sido un sueño, y no pasaría de nuevo, aun cuando estuvieran casados, vivirían en habitaciones separadas, y estaba segura que Silvain estaría de acuerdo.
-Ya lograste lo que querías – le dijo, haciéndola sentir cansada.
-Piensa lo que quieras – se levantó, tomó su bolso y se dirigió a la salida.
Ya no quería bromear ni tomarle el pelo, no era masoquista. Sus desplantes le cansaban mentalmente al no seguirle el juego. Ahora debía meditar las cosas que sucederían al casarse, porque estaba segura que se desataría el infierno, y no por su boda, sino por todo el complot que se vendría por esa estúpida herencia. Aunque, no sabía si el anciano heredaría en vida y si fuese así, las cosas se mancharían de sangre.
Silvain quiso discutir con esa mujer oportunista, aun se preguntaba cómo conocía a su abuelo, y su mente torcida incluso se inventó un drama de que su abuelo era sugar daddy de esa mujer. Enojado, la persiguió y la jaló del brazo.
-¿te has revolcado hasta con mi abuelo?
Rose sintió que la rabia le nubló la mente. Sin pensarlo dos veces, le propició una cachetada, tan fuerte que lo hizo soltarla.
-¡Eres un idiota! – masculló enojada – ¡No sé qué tienes en el cerebro para pensar en esos dramas! ¡El señor George James es como un abuelo para mí! ¡El abuelo que nunca tuve! ¡No lo calumnies! ¡Estúpido, imbécil!
Se dio la vuelta con el enojo aun reverberando en su interior. Sentía la furia acumularse en sus ojos, pero no dejó que cayeran. No sabía la razón del empeño del abuelo George en hacer que se casara con Silvain, pero el matrimonio estaba condenado desde el principio y no creía poder soportar que Silvain siguiera insultándola. Era un ser humano, también tenía emociones, dignidad y derechos, que ni crea que pasará todo ese tiempo dejándolo ser grosero con ella. Le haría ver, que ella no era una mujer sumisa ni blandengue. Llegó a la puerta y el auto negro del abuelo la esperaba, sin demora alguna, se subió para que la llevaran a su casa.
Silvain se quedó petrificado ante el golpe y los ojos de la pelirroja que escupían fuego. Se dio cuenta que había sido un reverendo imbécil. Cómo podía dudar de su abuelo, él hacía tiempo que se había recluido, casi no salía, estando ya muy anciano no podía estar viajando; además, como Rose había dicho, el abuelo parecía tratarla como una nieta más, aunque parecía quererla más a ella que a sus verdaderas nietas. Pero conociendo a esas arrogantes, malcriadas, entendía que se decantaba por una mujer que no gritaba ni era demandante ni era una grosera con su mayor.
Se sobó la mejilla mientras la veía entrar al coche lujoso de su abuelo y se sintió perdido. Ya de por sí tenían ciertos roces, ahora podría complicarse todo. Sin embargo, no se disculparía, su orgullo no le dejaba.
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Rose estaba cansada mentalmente con lo de la boda, no habría banquete ni nada por el estilo, ni invitados, solo una boda civil, pero el abuelo quería verla con un vestido blanco y un intercambio de anillos. El anciano, aunque terco, aun le hacía ceder, solo por el hecho de quererlo como un abuelo. Fue la única persona que la trató como un ser humano con dignidad, y que le procuró cariño que ni siquiera recibió en el orfanato. Así, como su único pariente, aunque postizo, cedía ante sus demandas, si eso lo hacía feliz y creer que ella estaba entusiasmada, lo haría.
Ya eran las cinco, necesitaba marcharse para empezar a empacar su ropa para cuando se casara. Ya le había informado a Dalia sobre su matrimonio. Dalia se quedó con la boca abierta ante la noticia.
-¡¿De verdad?! – sus ojos casi se le salían del rostro por la increíble noticia – Creí que no querías casarte.
-Bueno – desvió la mirada avergonzada – Las cosas se dieron y quiero que seas testigo en el registro civil.
-Oh, por supuesto – Dalia parecía feliz – No me perdería este evento.
-Sí…
Rose suspiró. Al menos de su lado habría una amiga, quien sería testigo del inicio de su ruina.
Pero saliendo del edificio un auto Lincoln se estacionó cerca de ella, el chofer se bajó para abrir la puerta y ver dentro a Silvain. Rose quería ignorarlo, pero Silvain la detuvo.
-El abuelo sugirió que compremos los anillos juntos.
Rose se detuvo y se resignó a la tarea, mientras más rápido terminara todo, pronto podría regresar a su casa. Sin más demora, se metió al coche, dejando un gran espacio entre ella y Silvain.
Silvain observó a la mujer, quien parecía querer estar lo más lejos posible de él, como si él fuese el que la obligaba a casarse.
-¿No estás feliz?
Rose lo miró confundida.
-¿Sobre qué?
-De casarte conmigo.
Rose soltó una risa burlona.
-Ay dios, no – negó – Si por mi fuera, jamás me hubiese casado, me va bien sola y podía tener al hombre que quisiera sin deberle nada a nadie.
Silvain apretó la mandíbula, pero esta vez, se aguantó de soltar una de sus tantas frases sarcásticas.
-Entonces tendrás que decepcionarte. Aun cuando esto sea un matrimonio de apariencias, no quiero tener los cuernos hasta los cielos.
-Lo mismo digo señor James – lo miró a los ojos con firmeza, como una dama bien educada de la alta sociedad – Si voy a sufrir la abstinencia, espero que mi querido esposo me acompañe.
Silvain sonrió y se acercó a ella y rápidamente la sentó en sus piernas, dejando a Rose sorprendida. No demoró en pasar su mano debajo de la falda de ella y tocar sus muslos, sintiendo cómo temblaba por su toque. Silvain sonrió con complacencia.
-Por supuesto que no voy a tolerar la abstinencia si tengo una flamante esposa a mi disposición.
Rose quería protestar y golpear su mano atrevida, pero Silvain sostuvo con firmeza su pierna.
-Piénsalo, ni tu ni yo podremos resistir la necesidad sexual de nuestros cuerpos, no le veo lo malo desfogarse entre nosotros si estamos casados.
Rose quería negarse. Él estaba jugando con ella, y eso le enojaba, pero lo que le enojaba más era que su cuerpo traidor se estremecía por las caricias de él. Apretó los labios, no queriendo ceder, pero fue besada con tanta pasión, que olvidó su convicción de no claudicar.
El calor en el auto rápidamente escaló, de solo un beso a devorarse y pronto a deleitarse con los senos rubios de la pelirroja, y la misma Rose no evitó su atrevimiento, dejó que la sentara a horcajadas en su regazo, sintiendo la protuberancia dura entre los pantalones de él. El centro de su deseo se estremeció ante el roce, empapándose.
-No creo resistir más – murmuró Silvain.
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Hola!!!
Soy Koh, y aquí les traigo la historia de Rose y Silvain. No odien tanto a Silvain, es un tonto pero se redimirá.
En este capítulo se describe una escena hot, pero saben de la censura y lo subiré en facebook. Encuentren el grupo privado que se llama "Erika Koh escritora".
No olviden dar me gusta y gracias por acompañarme en esta nueva historia.
Besos.
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