NovelToon NovelToon

Idealizado

Silencio en casa, ruido en la cabeza

El silencio en la casa Rivas no era casual.

Era una norma. Una costumbre impuesta, como el mantel blanco de todos los domingos o las cortinas que jamás se corrían. No importaba si el mundo se venía abajo: ahí adentro, todo debía parecer perfecto.

Elena bajó las escaleras con la misma cara de siempre. Neutra. Inexpresiva. Con el uniforme del colegio perfectamente ajustado al cuerpo, el pelo lacio recién planchado, y los auriculares colgando del cuello, sin música. Solo por costumbre.

En la cocina, su madre revolvía el café con la mirada perdida en la taza.

—Buen día, má —murmuró.

—Buen día, amor… —respondió ella, bajito, como si tuviera miedo de hablar muy fuerte. Como si todo el tiempo tuviera miedo.

Él ya estaba ahí. Sentado en la cabecera de la mesa como si fuera un rey. El celular en una mano, el tenedor en la otra. Su papá. Héctor Rivas. Empresario, exitoso, siempre vestido como si fuera a cerrar un contrato millonario, incluso un lunes a las siete y cuarto de la mañana.

—Ponete derecha, Elena —le dijo sin mirarla, alzando apenas la voz.

—Estoy derecha.

—No contestés.

—No estoy contestando —dijo más bajo, mirando el plato sin tocar la comida.

Su madre ni se metía. Solo suspiraba. Servía más jugo. Se disculpaba por cosas que nadie le había pedido.

Elena la miró de reojo. Le daba bronca. No su mamá. Su forma de no decir nada. De no defenderla nunca. De hacer como que nada pasaba.

—¿Hoy salís a la hora habitual? —preguntó su mamá, intentando sonar suave.

—Sí.

—Te espero en el auto a las doce y cuarto.

—Lo sé, má.

Él dejó los cubiertos sobre el plato con un golpe seco.

—Podrían hablar menos estupideces y moverse más rápido. Llegamos tarde por tu culpa —le dijo a Elena, ya de pie, ajustándose el reloj carísimo.

Ella se levantó sin responder. Ya había aprendido que discutir con su papá era como escupir al cielo: te volvía.

----------------

La mañana era fría. Cielo gris. De esos días que no sabés si llevar campera o no. Elena se sentó en el asiento delantero del auto, cruzada de brazos, sin mirar a su padre.

Él manejaba rápido, como si le molestara tener que llevarla. Como si el tránsito fuera culpa de ella también.

—Sacate esa cara —le dijo de golpe.

—¿Qué cara?

—Esa. De lástima.

—No tengo ninguna cara, pa.

—No seas irónica, Elena, que te va a ir peor.

No respondió. No valía la pena. Ya no lloraba frente a él. Lo había hecho una vez. Solo una. Y se lo había echado en cara por semanas. “No te hagas la víctima”, le había dicho.

Cuando llegaron al colegio, ella abrió la puerta apenas frenó. Ni se despidió.

----------------

Elena bajó del auto como si escapara de una cárcel. El aire frío le pegó en la cara como una cachetada que despertaba. Recién ahí, al ver a Carla en la entrada del colegio, esbozó su primera sonrisa del día.

—¡Elenita! —gritó su amiga, corriendo hasta ella—. ¿Te olvidaste de mi existencia o qué?

—Perdón, es que... bueno, el viaje con mi viejo.

—Otra vez el ogro, ¿no? Qué hombre de mierda, boluda.

—No digas eso…

—¿Y por qué no? Si lo ves con esa cara de culo que tenés, me dan ganas de putearlo yo.

Elena sonrió. Carla tenía esa magia. Decía todo lo que ella no podía decir.

Caminaron juntas hacia el patio. Las clases aún no empezaban, y el colegio estaba lleno de grupos charlando, compartiendo desayunos improvisados, gritando como si estuvieran en un boliche.

—¿Hoy tenés inglés con la loca de Gómez? —preguntó Carla.

—Sí, y con prueba sorpresa seguro.

—Te banco. Yo tengo educación física, me quiero morir. Encima me bajó, un asco.

Las dos se rieron. Ahí, con Carla, todo se sentía más fácil. Aunque no desapareciera lo que le pasaba en casa, al menos no tenía que fingir. Podía quejarse, mirar el techo, hacer chistes tontos, hablar de nada.

----------------

El día pasó entre clases, fotocopias, risas contenidas y miradas al reloj. Elena sobrevivía así, contando los minutos hasta que volviera a estar sola. Hasta que pudiera irse de nuevo a su cuarto y encerrarse.

A las 12:10, el portón se llenó de autos. Padres esperando, autos tocando bocina, chicos saludando apurados.

Carla la abrazó antes de irse.

—Ey, ¿el sábado venís o no?

—¿A qué?

—¡La fiesta en lo de Vicky! ¡Va a estar todo el mundo!

—No sé, Carla… no estoy para fiestas.

—No seas amarga. Vas a venir y la vas a pasar bomba, vas a ver. Después no me digas que no te avisé.

Elena rió, negando con la cabeza. Dio unos pasos hacia la salida y, justo al girar, ¡pum!, se chocó con alguien de frente.

—¡Uy! Perdón —dijo ella, alzando la vista.

Él era más alto. Tenía el pelo revuelto, una mochila colgada de un solo hombro y unos ojos marrones que se le clavaron en los suyos. Se quedó quieto, mirándola con cara de “¿de dónde saliste vos?”.

—Tranquila —dijo él, sonriendo de lado.

Elena bajó la mirada rápido. Sintió calor en las mejillas. No dijo más nada. Solo se dio media vuelta y caminó rápido hasta el auto de su papá, que ya la esperaba, impaciente, con el motor encendido.

Lucas se quedó mirándola alejarse. No dijo una palabra más. Pero la sonrisa se le quedó un rato.

----------------

En el auto, otra vez el silencio. Otra vez el mismo mundo. Frío. Opaco. Sofocante.

—¿Qué hacías demorando? —preguntó su papá sin sacarle la vista al volante.

—Nada. Me crucé con alguien.

—No me importa con quién te cruzaste. No me hagas esperar más.

Ella no respondió. Apoyó la cabeza contra la ventana. Y pensó en los ojos de ese chico.

----------------

Esa noche, en su habitación, con la luz apagada y la lámpara del escritorio encendida, Elena abrió su cuadernito íntimo. Una libreta vieja con la tapa gastada y el nombre “Eli” escrito a mano.

“Querido cuaderno”, escribió.

Hoy fue otro día gris. Como casi todos. Pero hubo algo raro. No sé cómo explicarlo. Me sentí… vista. Aunque haya sido solo un segundo. Aunque ni lo conozca. Aunque seguro ni se acuerde de mi cara mañana. Pero en ese segundo, fue como si alguien me dijera sin palabras: ‘No estás tan invisible como creés’. Capaz me lo imaginé. No importa. Igual lo escribo. Porque si no lo escribo, siento que desaparezco del todo.

Cerró la libreta y la guardó bajo la almohada.

Y por primera vez en semanas, se quedó dormida con una sonrisa suave en la cara.

Todo lo que callo

Elena despertó sin ganas. Otra vez. El sonido de la lluvia golpeando contra la ventana era lo único que rompía el silencio de su habitación. Abrió los ojos y se quedó mirando el techo, como si esperara una señal para saber si valía la pena levantarse. Se sentía vacía. Como si cada día fuera una repetición exacta del anterior.

Bajó las escaleras con lentitud. Su padre ya estaba sentado en la mesa, tomando café y leyendo el diario. Su madre, como siempre, de pie, sirviendo el desayuno. Nadie dijo "buen día". Nadie preguntó cómo había dormido. Elena se sentó sin hacer ruido.

—No te olvides que hoy paso temprano a buscarte —dijo su padre, sin apartar la vista del diario.

—Sí, ya sé.

—Y quiero que te saques un ocho en la pruebas. Más no te pido. Un ocho. No quiero excusas. No me importa si te cuesta, estudiá. Para eso te pago ese colegio.

Su madre le sirvió una tostada con mermelada. Le sonrió, como si eso pudiera compensar algo. Elena bajó la vista y asintió en silencio. Ya había aprendido que discutir con él era gastar energía en vano.

El celular vibró sobre la mesa. Mensaje de Carla:

💬 "Hoy definimos lo de la fiesta. Te aviso por las dudas, porque sos una escurridiza jajaja"

Elena escribió rápido, con el pulgar:

💬 "Mis viejos no me van a dejar ni loca. Olvidate."

La respuesta de Carla no tardó:

💬 "No me resigno. Hoy hablamos. Teneme fe"

Elena esbozó una pequeña sonrisa, que se borró rápido al sentir la mirada de su padre.

—¿Estás texteando mientras desayunás? ¿Eso hacen las chicas responsables ahora?

—No, ya lo guardé —dijo ella, dejando el teléfono boca abajo.

...----------------...

El viaje al colegio fue igual que siempre: su padre escuchando radio AM, criticando a los políticos, resoplando cada tanto, y Elena con la frente contra el vidrio, deseando ser invisible. Al llegar, ni siquiera se despidieron. Ella bajó del auto como si escapara.

La lluvia había parado, pero el cielo seguía gris. Apenas cruzó el portón del colegio, la encontró Carla.

—Buen día, séptima maravilla del universo emocional —le dijo, con una sonrisa cálida.

—Hola, boluda —respondó Elena, devolviéndole un abrazo liviano.

—Hoy te tengo que convencer, lo siento. La de mañana no te la podés perder.

—Ya te dije que no me van a dejar. No insistas.

—Pero, escáchame, va a estar todo el mundo. Literal. Y confirmó Lucas.

Elena la miró de reojo.

—¿Lucas?

—Lucas. El de la salida de ayer. El mismo que te clavó una mirada de telenovela mexicana. El que casi te tira al piso. Ese Lucas.

—No exageres, fue un choque de pasillo.

—Pero él te miró, Elu. No fue sólo un choque. Te miró como si hubieras salido de un videoclip.

Elena se río, algo sonrojada. Pero no dijo nada. Por dentro, revivía ese momento. La forma en que él la había mirado. Como si realmente la hubiera visto.

...----------------...

Las clases transcurrieron lentas. La profesora de matemática tomó la prueba sorpresa. Elena sintió un nudo en el estómago, pero igual escribió todo lo que pudo. En la clase de literatura, se perdió en un poema de Alfonsina Storni que hablaba de una mujer que quería escapar. Le pareció escrito para ella.

En el recreo, Lucas pasó cerca del banco donde estaban con Carla. La saludó con un gesto de cabeza. Elena sintió que el corazón le latía en la garganta.

—Listo, está. Confirmadísimo. Te registró. Estás en su radar —le susurró Carla.

—Cortala, Carla.

—No, en serio. Vos viste cómo te miró. No es joda.

Elena bajó la mirada y se mordió el labio. Algo en su pecho había empezado a moverse. Un calorcito suave, pero insistente. No era amor. Aún. Pero era algo. Curiosidad. Deseo de ser alguien para alguien. De sentirse vista. Valiosa.

...----------------...

A la salida, esperó a su papá bajo el techito de la entrada. La lluvia había vuelto. Carla se había ido temprano. Elena se abrazó a su mochila y miró al cielo.

Lucas salió del edificio con un grupo de amigos. Reía. Parecía liviano. Feliz. La vio. Le sonrió.

—Ey —dijo, acercándose un poco.

—Hola.

—Te vi en la clase de literatura. Te gusta Storni, ¿no?

—Más o menos. Me gusta la forma en que escribe lo que no se dice.

Lucas asintió. Luego, extendió la mano.

—Yo soy Lucas.

—Ya lo sabía —dijo Elena, tomando su mano con timidez.

—Y vos sos Elena, la de cuarto, que dibuja en los márgenes de los cuadernos y camina con auriculares incluso sin música.

Elena se sonrojó.

—¡Me espiás!

—Un poco. Bueno, nos vemos mañana, en la fiesta, supongo.

—No creo que vaya.

—Ojalá cambies de opinión. Sería una buena noche si vas.

Y se fue. Así, sin más. Elena se quedó paralizada, sin saber si acababa de vivir un sueño o una escena de película.

Su padre llegó, la apuró con bocina, como siempre. Elena subió sin decir nada. No habló en todo el camino. Él tampoco. Solo resopló cuando se metió en un embotellamiento.

...----------------...

La tarde fue un loop de rutina: cambiarse, hacer tarea, responderle un par de mensajes a Carla, discutir con su madre por algo mínimo (el uniforme mal doblado, un plato sin lavar) y encerrarse en su cuarto.

A la noche, cenaron en silencio. Su padre habló más con la televisión que con ellas. Cuando Elena quiso levantarse de la mesa, él la frenó.

—¿Cuánto te sacaste en la prueba de la semana pasada?

—Siete.

—Te dije ocho. No es tan difícil hacer lo que se te pide.

Su madre intentó mediar:

—Pero un siete no está mal, Carlos...

—No te metás vos. Así la criaste, así salió. Mediocre. Como vos.

Elena se levantó de golpe. Subió a su cuarto sin mirar atrás. Cerró la puerta y respiró hondo. Se sentó en la cama. Sacó su cuadernito. Escribió con lápiz:

"Hoy alguien me vio. No como mi papá, que sólo me mira para juzgar. Ni como mi mamá, que me ve pero no me escucha. Lucas me miró y fue distinto. No sé qué espera de mí. Pero por un momento sentí que no soy invisible. Me gustaría que eso fuera real. Me gustaría ser alguien en su historia. Aunque sea un personaje secundario."

Afuera, se escucharon gritos. El tono seco y violento de su padre, la voz débil y temblorosa de su madre.

—¡Siempre lo mismo! ¡No hacés nada bien! —la voz de su padre retumbó por el pasillo.

—¡No me hables así delante de tu hija! —respondió su madre, aunque ya sabía que no tenía sentido.

Elena cerró el cuaderno, se puso los auriculares sin música y se acostó de costado, abrazando el cuaderno contra el pecho, como si con eso pudiera protegerse.

La oscuridad llenaba la habitación, pero sus ojos no cerraban. Los gritos bajaron de intensidad, luego cesaron. Solo quedó el silencio. Ese silencio pesado, familiar, que ya conocía demasiado bien.

Finalmente, después de unos minutos, se quedó dormida. Con el corazón agitado, pero con el alma un poco más liviana. Al menos, por hoy, alguien la había visto.

UNA NOCHE, UNA VERSIÓN DE MÍ

La mañana del sábado se sentía extrañamente larga. El cielo, nublado pero sin lluvia, dejaba colar algunos rayos de sol tibio entre las nubes, como si el día también dudara de su rumbo. Elena despertó temprano, no por entusiasmo, sino por costumbre. Abrió los ojos y se quedó un rato mirando el techo. No había sueño, sólo un nudo en el estómago. Recordaba los mensajes con Carla de la noche anterior, ese plan casi imposible de ir a la fiesta. Y también a Lucas, Su cara, Su voz, Su sonrisa.

Se levantó y caminó descalza hasta la cocina. Su mamá estaba lavando los platos, en silencio. Su papá miraba la tele en el living, con una cerveza ya abierta. Eran apenas las diez de la mañana.

—Buen día —dijo Elena, apenas audible.

—Buen día, amor —respondíó la madre con una sonrisa cansada.

El padre ni se inmutó. Apenas subió el volumen. En la pantalla, un partido viejo de fútbol. Elena se sirvió un café con leche y unas tostadas, y se sentó en la mesa. Nadie hablaba.

—Má —rompió el silencio Elena—, hoy hay una fiesta. ¿Puedo ir?

La madre bajó la mirada. Dudó. Luego miró al padre.

—Hablá con tu papá.

—Olvidate —soltó él desde el sillón, sin mirarla siquiera—. Acá no hay fiestas ni jodas. ¿Estamos?

Elena no dijo nada. Sólo tragó saliva y volvió la vista a su taza. Su mamá siguió lavando platos como si no hubiera pasado nada.

...----------------...

A las doce del mediodía, Carla la llamó por videollamada. Elena se encerró en su cuarto para contestar.

—¿Y qué te dijeron? —preguntó Carla, acomodándose el flequillo frente a la cámara.

—Que ni en pedo me dejan ir. Mi vieja hizo lo de siempre, pero mi viejo se puso re loco y dijo que no, que no me va a dar permiso para ir a “esas porquerías”.

—Boluda, te escapás, eh. No me podés dejar sola. Esta fiesta va a estar buenísima, todos van.

—No sé, Carla. Mi viejo está re loco hoy. Abrió una birra a las diez.

—No importa, hacete la dormida, meté la ropa en la mochila y salís cuando se duerman. Te paso a buscar a las diez clavadas. No te lo podés perder.

Elena dudaba, pero por dentro quería ir. Necesitaba escaparse de esa casa, de ese ambiente. Y había algo más.

—Che... ¿Lucas va?

Carla se río con picardía.

—Obvio, te vas a integrar, boluda, posta.

...----------------...

Durante la tarde, Elena armó su mochila en silencio. Jeans negros, top rojo, campera de jean y perfume. Algo sencillo, pero que la hiciera sentir bien. Su mamá la vio y no dijo nada. Le sostuvo la mirada un segundo, pero después la bajó.

La cena fue como siempre. Su padre haciéndole preguntas para molestar, su madre intentando mantener la paz, y Elena masticando cada bocado como si fuera vidrio. Cuando finalmente pudo encerrarse en su cuarto, se vistió en silencio, se maquilló un poco y esperó el mensaje de Carla.

"Ya estoy en la esquina 💃", decía el WhatsApp.

Elena se calzó la mochila y salió por la ventana del fondo, pisando con cuidado las baldosas sueltas. Cuando subió al auto, Carla le dio un abrazo fuerte.

—Estás hermosa, boluda.

—Me siento una criminal —dijo Elena, sonriendo nerviosa.

—Esta noche sos libre. Eso es lo que sos.

...----------------...

La fiesta era en la casa de un chico de 6to, en un barrio privado. Luces de colores, humo, reggaetón sonando a todo volumen. Había chicos de todos los cursos, la mayoría con algo de alcohol en la mano y ropa chillona. Elena entró pegada a Carla, sintiéndose fuera de lugar pero emocionada.

Lucas estaba apoyado en la barra, riéndose con un par de amigos. Daiana, una rubia de rulos, también estaba con ellos.

—Ahí está otra vez, tu amor platónico —señaló Carla, siguiéndole la mirada.

—Cállate —susurró Elena, aunque no pudo evitar sonreír.

—¿Quién es ella? —preguntó Elena bajito.

—Daiana. Es su mejor amiga, van juntos desde primero

—respondió Carla. Se notaba que sabía todo lo que pasaba en el colegio.

Cuando vieron a Carla, la saludaron con una seña.

Lucas giró y miró a Elena. Se le iluminó la cara.

—Hola, Elena —dijo acercándose—. No sabía que ibas a venir.

Elena se quedó quieta, casi sin saber qué decir.

—Carla me convencó. No era el plan, pero bueno...

—Me alegro de que viniste. Che, querés tomar algo?

—No tomo mucho.

—Hay jugo también —dijo él, sonriendo.

Caminaron hasta la barra juntos. Daiana saludó a Elena con un beso en la mejilla.

—Así que vos sos la amiga de Carla. Mucho gusto, linda. Soy Dai.

Lucas le sirvió un vaso de jugo y se lo alcanzó. Hablaron un rato de la música, del colegio, de profesores que tenían en común. Elena se sentía cómoda, por primera vez en mucho tiempo. Lucas tenía una manera suave de hablar, y cada vez que le sonreía, ella sentía un cosquilleo raro en el pecho.

En un momento, sonó una canción que a todos les encantaba. Carla la arrastró a bailar, pero Elena no dejaba de mirar de reojo hacia donde estaba Lucas. Y él también la buscaba con la mirada.

Pasadas las doce, Daiana se acercó y le dijo al oído:

—Le gustás, eh. No se te despega.

Elena sintió las mejillas calientes. Se río sin saber qué decir. En ese instante, Lucas se acercó de nuevo y le dijo:

—Voy afuera un segundo a tomar aire. ¿Venís?

Ella asintió. Salieron juntos al patio trasero, donde había menos ruido. Se sentaron en el borde de la pileta, con los pies colgando.

—Pensé que no te iba a venir —dijo Lucas, acomodándose la gorra hacia atrás con una sonrisa tímida.

—¿Por qué decís eso?

—No sé... casi nunca salís —respondió, encogiéndose de hombros.

Elena bajó la mirada, con el corazón a mil. No sabía si estaba flasheando o si de verdad eso estaba pasando. Él la mirabA con ternura. No como otros chicos. Con algo distinto. Por un segundo se olvidó del ruido, de la música, de todo lo que no fuera ese momento.

—¡Eeeeh, Elena! —interrumpió Carla, apareciendo de repente—. Dale, boluda, es hora de irnos.

Elena pegó un respingo y se alejó medio paso de Lucas, incómoda.

—Uy, perdón —le dijo a él, apenas esbozando una sonrisa.

—Tranquila. Me encantó que vinieras —dijo Lucas con sinceridad, y Elena sintió que se le aflojaban las piernas.

Mientras caminaban hacia la salida, Carla la miró de reojo con una sonrisa cargada de intención.

—Che... ¿te gusta, no?

—¿Qué? No, o sea... —Elena balbuceó, mirando al piso.

—Daaaale —Carla se rio—. Es obvio que sí. Y a él también, te re clavaba la mirada, nena.

...----------------...

Cuando volvió a su casa, eran cerca de las tres de la mañana. Subió por la misma ventana, con el corazón lleno de adrenalina. No había luz en la casa. Nadie la había notado. Se sacó los zapatos y se tiró en la cama, con el celular en la mano.

Lucas le había escrito: "Gracias por venir. Me alegraste la noche :)"

Abrió su cuadernito, ese que escondía bajo la almohada. Y escribió:

"Esta noche fui otra. Me vi linda. Me habló. Me miró. Me hizo sentir cosas que nunca sentí. Lucas tiene algo... algo que me calma. Algo que me hace sentir viva. No sé si esto es amor, pero sé que quiero volver a sentirme así."

De repente, desde la cocina se oyó un portazo. Y gritos. Su padre. Otra vez. Su madre, llorando. Las mismas peleas. Las mismas heridas.

Elena cerró el cuaderno, se puso los auriculares y apretó play en su playlist favorita. Cerró los ojos. Y se durmió con la sonrisa más triste del mundo.

Pero sonrisa al fin.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play