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HERENCIA DEL SILENCIO

Importante leer

La herencia del silencio es un spin-off directo de la novela “Rivales de Oficina”, que sigue la vida de Manuelle Moretti, ahora con veinte años, mientras inicia su etapa universitaria en Milán.

Aunque este nuevo episodio en el universo de los Moretti tiene un enfoque más juvenil —con enredos, sarcasmo, emociones intensas y nuevas relaciones— también mantiene la profundidad emocional, las tensiones familiares y la madurez narrativa que caracteriza a la historia original. Veremos a Manuelle enfrentarse a su identidad, a los lazos heredados, al amor y a los secretos que arrastra su linaje.

No es obligatorio haber leído el primer libro para entender esta historia, ya que se sostiene de forma independiente. Sin embargo, si quieres conectar a fondo con el universo y los vínculos familiares, leer la novela anterior enriquecerá mucho tu experiencia.

Prepárate para un viaje lleno de rivalidades, ironía, deseo, verdades enterradas… y sí, una pizca de caos universitario.

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FICHA DE PERSONAJES

A continuación les mostraré a cada uno de los personajes principales e importantes en esta novela. (Los secundarios los descubrirán a medida que transcurra la novela) No es así exactamente como se tienen que ver a los personajes, eso es de la imaginación de cada quien.

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*MANUELLE MORETTI **🖤*

Nombre completo: Manuelle Alessio Moretti Ricci

Apodo(s): Manu

Edad actual: 20 años

Cumpleaños: 29 de octubre

Signo zodiacal: Escorpio

Nacionalidad: Italiana

Lugar de nacimiento: Toscana, Italia(Criado en Colombia desde bebé)

Idioma(s): Italiano, español, portugués e inglés

Ocupación / Estudios: Estudiante de Arquitectura en la Universidad de Milán

Familiares importantes:

- Gael Moretti (padre)

- Susan Ricci (madre biológica)

- Camila Duval (madrastra)

- Angela Moretti (hermanita menor)

Personalidad: Sarcástico, leal, observador, ingenioso, testarudo

Hobbies / Intereses: Dibujo arquitectónico, leer novelas de misterio, tocar la batería, cocinar en secreto, música clásica y de los 80, andar en moto

Relaciones clave en la historia:

- Aina Villanova (rivalidad, interés romántico)

- Elio Ventresca (compañero de cuarto)

- Luca Grimaldi (Amigo y compañero de clases)

- Clarissa Leclerc (ligue casual)

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*AINA VILLANOVA**🤎*

Nombre completo: Aina Estelle Villanova Adébáyọ̀

Apodo(s): Ninguno. Detesta los diminutivos.

Edad actual: 20 años

Cumpleaños: 14 de marzo

Signo zodiacal: Piscis

Nacionalidad: Italiana - Nigeriana

Lugar de nacimiento: Milán, Italia

Idioma(s): Italiano, inglés y francés

Ocupación / Estudios: Estudiante de Arquitectura en la Universidad de Milán

Familiares importantes:

- George Villanova (padre, fiscal reputado en Italia)

- Ireti Adébáyọ̀ (madre, escultora nigeriana reconocida internacionalmente, criada en París)

Personalidad: Crítica, pasional, perfeccionista, comprometida, sarcástica

Hobbies / Intereses: Activismo social, fotografía análoga, diseño urbano, escultura contemporánea, arquitectura brutalista

Relaciones clave en la historia:

- Manuelle Moretti (rival / ¿enemigo íntimo?)

- Clarissa Leclerc (mejor amiga y confidente)

- Vicent Alström (novio actual)

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*ELIO VENTRESCA**🧡*

Nombre completo: Elio Matteo Ventresca Olivieri

Apodo(s): Eli

Edad actual: 21 años

Cumpleaños: 6 de junio

Signo zodiacal: Géminis

Nacionalidad: Italiana

Lugar de nacimiento: Nápoles, Italia

Idioma(s): Italiano, francés y algo de español

Ocupación / Estudios: Estudiante de Artes (especialidad en pintura y fotografía contemporánea)

Familiares importantes: Tiene una relación distante con su familia; no habla mucho de ellos. Hijo único.

Personalidad: Excéntrico, seductor, irreverente, creativo, impredecible

Hobbies / Intereses: Tomar fotografías, tocar la guitarra, organizar fiestas, el cine francés raro, leer poesía, pintar, coleccionar vinilos, meditar descalzo en los tejados

Relaciones clave en la historia:

- Manuelle Moretti (compañero de cuarto / amigo)

- Clarissa Leclerc (coqueteos esporádicos)

- Es el tipo de personaje que siempre tiene una historia que nadie pidió escuchar, pero todos terminan escuchando

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*CLARISSA LECLERC **🩷*

Nombre completo: Clarissa Fiorelle Leclerc Rinaldi

Apodo(s): Clari

Edad actual: 20 años

Cumpleaños: 14 de febrero

Signo zodiacal: Acuario

Nacionalidad: Franco-italiana (padre francés, madre italiana)

Lugar de nacimiento: Marsella, Francia

Idioma(s): Francés, italiano e inglés

Ocupación / Estudios: Estudiante de Comunicación y Moda (doble programa)

Familiares importantes:

- Padre: diseñador de modas con firma en París.

- Madre: exmodelo devenida en empresaria de cosméticos. Clarissa es hija única y fue criada entre pasarelas.

Personalidad: Carismática, extrovertida, juguetona, provocadora, segura

Hobbies / Intereses: Coquetear (por deporte), organizar eventos, posar para sesiones improvisadas, crear contenido en redes sociales, asistir a galerías de arte y meterse en problemas por diversión.

Relaciones clave en la historia:

- Aina Villanova (su mejor amiga, aunque a veces le saca la paciencia)

- Manuelle Moretti (Ligue casual)

- Elio Ventresca (compañero habitual en fiestas y planes fuera de control)

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*LUCA GRIMALDI **💚*

Nombre completo: Luca Emiliano Grimaldi Savarese

Apodo(s): Ninguno en particular. Algunos le dicen “Grimaldi” de forma casual.

Edad actual: 20 años

Cumpleaños: 1 de octubre

Signo zodiacal: Libra

Nacionalidad: Italiana

Lugar de nacimiento: Bérgamo, Italia

Idioma(s): Italiano, inglés y algo de español (por una exnovia)

Ocupación / Estudios: Estudiante de Arquitectura (Becado)

Familiares importantes:

- Madre: bibliotecaria

- Padre: panadero

- Hermana menor: Chiara (es su adoración y la razón por la que tiene tanta paciencia con los niños)

Personalidad: Leal, gracioso, sensato, observador, sarcástico light

Hobbies / Intereses: Escuchar música indie, ver documentales, diseñar modelos arquitectónicos con bloques LEGO, buscarle refugio a los animalitos en las calles, leer novelas gráficas, filosofar sobre la vida a las tres de la mañana sin razón aparente

Relaciones clave en la historia:

- Manuelle Moretti (mejor amigo inesperado)

- Aina Villanova (la respeta aunque a veces lo estresa)

- Elio Ventresca (le parece un personaje curioso)

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*VICENT ALSTRÖM **💙*

Nombre completo: Vicent Leif Alström

Apodo(s): Viki

Edad actual: 22 años

Cumpleaños: 4 de enero

Signo zodiacal: Capricornio

Nacionalidad: Sueca

Lugar de nacimiento: Gotemburgo, Suecia

Idioma(s): Sueco (nativo), inglés, italiano (fluido)

Ocupación / Estudios: Estudiante de Derecho Internacional, con pasantía en una firma importante en Milán (Ambición: convertirse en fiscal de la corte europea o política internacional)

Familiares importantes:

- Padre: Magnus Alström, empresario petrolero

- Madre: Helene Bergström, diplomática retirada

Ambos residen en Estocolmo y lo presionan constantemente para mantener el prestigio familiar.

Personalidad: Controlador, carismático, ambicioso, posesivo, estructurado

Hobbies / Intereses: Boxeo, leer teoría política, asistir a eventos diplomáticos, coleccionar relojes caros, controlar todo a su alrededor con una sonrisa

Relaciones clave en la historia:

- Aina Villanova (novia actual — relación tensa, tóxica y posesiva)

- No soporta a Manuelle (aunque aún no lo expresa directamente)

- Cree que Luca es “irrelevante”

Desconfía profundamente de Elio

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*EZEKIEL CONTI **🩶*

Nombre completo: Ezekiel Conti

Apodo(s): Zeke

Edad actual: 22 años

Cumpleaños: 18 de noviembre

Signo zodiacal: Escorpio

Nacionalidad: Italiana

Lugar de nacimiento: Roma, Italia (Criado en distintas casas adoptivas del norte de Italia (últimos años en Milán)

Idioma(s): Italiano, inglés

Ocupación / Estudios: Estudiante de Psicología con énfasis en neurociencia criminal

Familiares importantes:

-Madre adoptiva: Clara Conti (último hogar antes de independizarse)

-Padre adoptivo: ? — (no lo reconoció legalmente)

Personalidad: Manipulador, carismático, narcisista, impulsivo, inteligente

Hobbies / Intereses: Lectura de casos policiales reales, ajedrez, debates filosóficos, observar a la gente en silencio. Secretamente mantiene un diario donde anota lo que considera “debilidades humanas”

Relaciones clave en la historia:

Aún no se integra por completo al grupo central, pero eventualmente cruzará caminos con:

- Manuelle Moretti (rivalidad y resentimiento)

- Clarissa Leclerc (interés romántico)

- Tessa Vescari (la encuentra atractiva)

- Elio (se toleran, pero no se caen bien)

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*TESSA VESCARI **🩵*

Nombre completo: Tessa Vescari Montel

Edad actual: 20 años

Cumpleaños: 26 de febrero

Signo zodiacal: Piscis

Nacionalidad: Italiana

Lugar de nacimiento: Verona, Italia

Criada en: Milán

Idioma(s): Italiano, francés, un poco de inglés

Ocupación / Estudios: Estudiante de Diseño de Moda

Familiares importantes:

- Padre: Alberto Vescari (empresario textil)

- Madre: Isadora Montel, socialité retirada

Personalidad:

Carismática, ambiciosa, posesiva, envidiosa, encantadora

Relaciones clave en la historia:

- Aina Villanova: amiga de la infancia.

- Manuelle Moretti: le atrae desde el primer día que lo ve.

- Clarissa: rivalidad silenciosa; no le cae bien por su cercanía con Aina y su “onda sexy natural”

- Ezekiel: se siente algo intrigada por él.

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...Espero que puedan disfrutar de esta nueva lectura. ...

...Nos vemos en el primer capítulo...

...✨Y A Z Z✨...

Bienvenidos al caos

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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...M A N U E L L E...

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Si alguien me hubiera dicho hace cuatro años que terminaría viviendo en una ciudad donde la gente se arregla como modelos de pasarela para ir al supermercado y los perros tienen más estilo que yo… probablemente le habría escupido el café en la cara.

Pero ahí estaba yo, con una maleta roja que había perdido una rueda camino aquí, una mochila y mi chaqueta de cuero favorita, parado frente a los dormitorios de la Universidad di Milano, respirando el glorioso smog urbano con una mezcla de emoción, ansiedad y ganas de vomitar.

—Esto es —dije en voz alta, más para mí mismo que para el trío dramático que venía detrás—. Mi nuevo hogar, donde probablemente me vuelva adulto, arruine mi hígado y, si tengo suerte, me gradúe.

—No digas eso —gimió mi madre, Susan, mientras sollozaba en un pañuelo tan arrugado como sus nervios—. Mi niño, mi bebé… ¡Te estás yendo tan lejos!

—Estoy a dos horas en tren, mamá. No estoy cruzando el Atlántico a remo.

—¡Pero no vas a estar en casa! ¿Quién va a recordarte que no dejes los calcetines mojados en el baño?

—Nadie —respondí con una sonrisa exagerada—. Porque ahora seré un adulto independiente que vivirá entre calcetines mojados, fideos instantáneos y decisiones cuestionables.

Camila, mi madrastra bonita, le daba palmaditas en la espalda a Susan mientras intentaba contener la risa.

—Vamos, Susan, déjalo vivir. Va a estar bien. Tiene veinte años, es inteligente, responsable y sabe cómo hornear sin quemar la casa.

—¡Solo una vez dejé el horno encendido! —protesté.

—Una vez que casi mata a toda la familia —añadió una voz a mi derecha.

Mi padre, Gael Moretti, se había mantenido callado hasta ahora, como buen exmafi… empresario reformado que se reserva sus comentarios para cuando realmente pueden fastidiar. Apoyado contra la camioneta, con los brazos cruzados, me miraba con esa mezcla de orgullo y “no te emociones mucho, aún puedes cagarla”.

—¿Vas a dejar que esta gente dramática entre conmigo a los dormitorios? —pregunté, apuntando con la cabeza hacia mi familia—. ¿O vas a hacerme el favor de despedirte como una persona normal?

—¿Y perder la oportunidad de arruinarte el primer día? Jamás.

¿Hater o padre? Ya ni se…

Me acerqué para despedirme y, por unos segundos, el sarcasmo desapareció. Mi padre me palmeó el hombro, luego me abrazó con fuerza. Fue breve. Suficiente.

—Hazlo bien, hijo —me dijo en voz baja—. No tienes que ser perfecto, pero sí constante y si alguien te toca un pelo, me llamas. Sin explicaciones.

—¿Me vas a enviar a alguien a romperle las rodillas?

—No, claro que no… Lo haría yo mismo. Con mis propias manos.

—Qué consuelo —le respondí, sonriendo.

Después fue el turno de Camila, que me abrazó con ese cariño tranquilo que solo las mamás que también han sido hijas rebeldes pueden tener. Me susurró al oído “Esfuérzate, sé que eres un chico muy listo”. Luego vino Angela, mi hermanita, que me dio una carta, una estrella y un letrero que decía “Hermano favorito”. Me hizo prometer que la llamaría todos los días.

Dato: no lo haré, pero sí dos veces por semana. Soy un buen tipo, no perfecto.

Y finalmente, mi madre. Amante del drama y de las galletas de mantequilla. Me abrazó como si me fuera a la guerra y lloró a cántaros. Camila la tuvo que arrastrar de vuelta a la camioneta mientras me gritaba: “¡No te olvides de quién te parió, Manuelle Moretti!”.

—Nunca lo haría, mamá —murmuré, medio riéndome.

Papá, por su parte, simplemente me miraba con los brazos cruzados y esa ceja arqueada suya, su arma secreta para todo lo que le incomoda. O sea: cualquier cosa que no implique disparos, números o vinos caros.

—¿Tienes todo? —preguntó, por tercera vez—. ¿Documentos, llaves, preservativos…?

—¡Papá! —bufé, rodando los ojos.

—Lo básico —encogió los hombros, impasible—. Nunca se sabe.

Suspiré, recogí mi maleta coja y subí las escaleras del edificio.

La residencia era grande, luminosa y olía a pintura fresca. Mi nuevo hogar. Las habitaciones estaban organizadas en dúos, con pequeños escritorios, camas paralelas, estanterías modestas y, por supuesto, un baño compartido.

Cuando abrí la puerta de mi habitación, ya había alguien allí.

El chico frente al espejo se estaba ajustando la camisa mientras silbaba una canción de los Bee Gees. Tenía muchas pecas en las mejillas, unos rizos despeinados como si los hubiese domado con las manos y no con un cepillo, y una sonrisa de esas que solo aparecen cuando estás demasiado seguro de ti mismo para que te importe lo que piense el resto del mundo.

—Tú debes ser Manuelle Moretti. El hijo heredero de la fortuna de la corporación Moretti. Él que estudiará arquitectura ¿no?—dijo con un tono burlón pero amigable—. Yo soy Elio Ventresca. Artista, romántico incomprendido, icono en construcción.

—¿Ya habías practicado esa presentación o salió así de natural? —pregunté, dejando mi mochila sobre la cama libre.

—Siempre sale natural, señorito—respondió con un guiño.

Me acerqué a la ventana. Tenía una vista decente de un patio interior lleno de macetas tristes y una bicicleta abandonada que parecía haber vivido tiempos mejores.

—¿Tienes muchas cosas? —preguntó Elio.

—No tantas. Solo las necesarias: lápices, laptop, un buen café y paciencia para convivir con un artista ególatra.

Elio soltó una carcajada.

—Vas a necesitar más que eso. Por ejemplo, tolerancia a los ruidos. A veces traigo compañía. Para… “conversar”.

En ese momento, se escuchó una risa femenina del baño.

—¿Y a veces significa todos los lunes por la mañana? —pregunté, levantando una ceja.

—No, también los martes. Y jueves. Los fines de semana me lo reservo para meditar sobre la vida… o para citas más largas.

—Increíble —murmuré—. Justo lo que esperaba para mi experiencia universitaria: un roomie desordenado y terapia gratuita por traumas sonoros.

Elio me dio una palmadita en el hombro.

—Lo vas a amar y si te molesta, siempre puedes ponerte audífonos o unirte.

Lo miré sin expresión.

—Prefiero pegarme un martillazo en el pie.

Él soltó otra risa.

—Eres divertido, arquitecto. Creo que esto va a ser interesante.

Me reí en voz baja. Y así, entre paredes nuevas, ruido, y un compañero de cuarto que ya me sacaba canas virtuales, empezó el primer día del resto de mi vida.

… Aunque, claro, no sabía que todo estaba a punto de complicarse más de lo que imaginaba.

—¿Tienes hambre? —preguntó Elio, estirándose como si acabara de despertar de una siesta espiritual.

—No especialmente. —la puerta del baño se abrió de repente y una chica de cabello castaño, salió rápidamente haciéndole una seña de despedida a Elio.

—Perfecto, entonces salgamos a comer algo. Porque si no comes, estaras débil y si eres débil, no podrás cargar maquetas. Y si no puedes cargar maquetas, morirás solo y pobre, como un artista maldito.

Lo miré con desconcierto y resignación. Y ya conociéndome, la resignación ganó.

Caminamos por los pasillos de la residencia, donde el sonido de maletas rodando, risas nerviosas y el crujir de papas fritas flotaba en el aire. La vida universitaria. Caótica, ruidosa y profundamente estética si lo mirabas desde cierto ángulo.

—¿Has estado antes en Milán? —preguntó Elio mientras descendíamos las escaleras.

—Solo de visita. Realmente viví en muchos lugares, con mi papá y mi… bueno, con mi familia. Pero hace cuatro años me mudé con mi padre a Lisboa.

—¿Y qué tal Lisboa? ¿La comida, el vino, los pecados?

—Mucho bacalao y colinas. Muchas colinas. Pero está bien, se siente como casa ahora.

Elio me lanzó una mirada rápida, ladeando la cabeza con curiosidad.

—Y tu mamá, ¿vive allá?

Me reí bajito.

—Es una larga historia.

—Soy estudiante de arte, hermano. Vivo para las largas historias.

Me encogí de hombros, sin entrar en detalles. No era que ocultara mi historia. Solo que no estaba acostumbrado a soltarla como si fuera una anécdota de bar.

Salimos a la calle y caminamos entre bicicletas, scooters y estudiantes desorientados. El cielo de Milán estaba cubierto de nubes como si dijera: “Hola, forastero, que tal una refrescante bienvenida.”

—¿Has probado el mejor kebab de la ciudad? —preguntó Elio.

—¿Cuál de los treinta?

—El de la esquina del semáforo rojo que parpadea. Es parte del encanto.

Comimos sentados en un banco, viendo pasar a otros estudiantes, parejas, perros con suéteres y una señora que gritaba por teléfono tan rápido que incluso Elio parpadeó desconcertado.

—¿Te ves haciendo esto por cinco años? —preguntó él de pronto.

—¿Comer kebab en bancos mientras escuchamos a la gente gritar?

—No —rió—. Arquitectura. Todo esto.

Lo pensé un momento.

—Sí. A veces. Otras veces pienso que tal vez termine montando un café en la playa con estructuras hechas de bambú. —dije en broma

—Eso no suena mal.

—¿Y tú? ¿Artes porque no eres bueno con los números?

—Artes porque es lo único que me permite estar loco sin que me internen —dijo con una sonrisa—. Además, me encanta la forma en que la gente reacciona al arte. Se asustan, se emocionan, se preguntan si tienen que entenderlo o solo fingir.

—¿Y tú qué piensas?

—Que el arte no se explica, se siente, como el primer beso o una buena resaca.

Solo reí.

Minutos después volvimos a la residencia y, para mi sorpresa, mi madre estaba en la entrada.

—¿Mamá? ¿No te habías ido?

—Estaba esperando a que te arrepintieras —dijo, limpiándose la nariz con la manga de su abrigo—. No me mires así. Las madres sentimos cosas y yo siento que podrías morir de hambre o frío en esta ciudad sin alma.

—Tengo calefacción. Y kebab —respondí, abrazándola con un suspiro.

Camila apareció detrás de ella con una sonrisa cansada.

—La convencí de que era hora de irnos, pero luego se aferró a una farola y dijo que no sentía que estuviera lista.

—¿Y mi papá?

—Tu padre… está en el carro con Angela, explicándole por qué llorar porque su hermano se fue no significa que es débil. Pero también llorando.

—Perfecto —murmuré.

Mi madre, me sujetó de las mejillas con intensidad.

—Tú llama. Siempre. Para lo que sea. Aunque sea para saber si has comido o si has conocido a alguien o si te rompieron el corazón para que yo pueda venir y partirle la cara.

Dios…que dramáticos son.

—No creo que alguien en la universidad me rompa el corazón en la primera semana.

—Nunca subestimes a la vida —murmuró ella, dramática como siempre—. Te da lo que necesitas… justo cuando no sabes si lo quieres.

Por fin. Se despidieron finalmente. Camila fue la última en soltarme.

—Sé que estarás bien, pero igual te voy a extrañar —me dijo, y su voz tenía ese tono bajo y sereno.

—Te voy a extrañar también, Cam. Pero voy a volver en vacaciones. No exageren.

—Lo sé.

Cuando me quedé solo, subí las escaleras con calma. Elio ya estaba acostado, con los audífonos puestos y una expresión de beatitud absoluta. Probablemente escuchando jazz o una grabación de poesía eslava.

Me senté en la cama, abrí mi cuaderno de dibujo, y comencé a trazar las primeras líneas de lo que no sabía si sería una casa, una torre o simplemente una estructura absurda que no se podría construir jamás.

Pero en ese momento no importaba.

Estaba comenzando algo. Algo mío.

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La primera clase de diseño arquitectónico fue a las ocho de la mañana. Un crimen contra la humanidad, si me preguntaban. Yo apenas había logrado despertarme, vestirme con algo que no pareciera un pijama y arrastrarme con dignidad al salón.

El aula era enorme, con muros de concreto visto, luz natural por ventanales altísimos y el murmullo nervioso de estudiantes nuevos. Todo muy “yo amo el brutalismo”, muy Milán.

Me senté en una de las mesas largas con taburetes incómodos. A mi izquierda se dejó caer un chico alto, con lentes, de cabello castaño.

—¿Primera clase también? —le pregunté.

—Sí. Luca Grimaldi. Vengo de Roma. ¿Estás bien?pareces medio dormido y medio traumatizado.

—Manuelle. Vengo de muchas partes, pero con el corazón fragmentado por la mudanza. Y si, estoy bien. Esta es mi cara y Solo me tengo que acostumbrar al incienso de mi roomie.

Luca se rió.

—Nos vamos a llevar bien.

—Eso espero, Grimaldi. Porque tengo hambre y necesito saber dónde se come sin vender el riñón.

Estábamos en eso cuando la puerta se abrió y el ambiente cambió como si alguien hubiese subido la intensidad del foco dramático. La chica que entró era imposible de ignorar.

Bajita, cabello rizado hasta la cintura, vestida con un conjunto negro de esos que gritan “arte, política y superioridad moral”. Llevaba una carpeta bajo el brazo y caminaba como si flotara entre nosotros, segura, seria, como si estuviera planeando rediseñar el mundo en su primer semestre.

—¿Y esa? —pregunté en voz baja, sin dejar de mirarla.

Luca bajó la voz, encantado de tener el chisme listo:

—Aina Villanova. Su madre es Ireti Adébáyọ̀, la escultora. Sí, la de las instalaciones gigantes que exhibieron en el Palais de Tokyo. Y su padre es el fiscal George Villanova.

Tragué saliva.

—¿Villanova Villanova?

—El mismísimo. El que casi hace caer al alcalde y que lleva años tratando de procesar a… bueno… empresarios muy poderosos. Tiene una guerra personal contra cierto apellido. ¿Te suena “Moretti”?

—Vagamente—dije sarcásticamente, con una sonrisa falsa y el estómago apretado.

Porque sí, claro que me sonaba. Ese era mi apellido, el apellido de mi padre, de mi familia. De la gente a la que el fiscal Villanova llevaba años intentando hundir con investigaciones, reportajes y discursos activos. Era como su misión divina.

Su obsesión.

Y ahora tenía a su hija en la misma clase que yo.

Genial.

—Y claramente estudia arquitectura…

—Sí, y dicen que es brillante. Pero no es solo estudiante: también es activista, y tiene un podcast de crítica urbana llamado “Ciudad en ruinas”. Básicamente, te humilla solo con respirar.

—Perfecto. Maravilloso. Mi nueva mejor amiga —murmuré con ironía.

—No creo que le caigas mal, se lleva bien con todos—dijo Luca encogiéndose de hombros.

Aina se sentó unas dos filas al frente, sin mirarnos, sin mirar a nadie. Sacó su cuaderno y comenzó a tomar notas antes de que el profesor siquiera hablara. Claro, porque seguramente ya había leído el programa, investigado al profesor, y meditado sobre la influencia del diseño urbano en la opresión sistémica o algo así.

Yo solo tenía dos lapiceros, una goma y muchas dudas existenciales.

El profesor entró y la clase comenzó y aunque traté de concentrarme, no dejaba de pensar en ella. No por atracción —Obviamente no— sino por advertencia. Porque algo me decía que esa chica no solo iba a cruzarse en mi camino. Iba a quemarlo.

Ya de por sí su padre está obsesionado con los Moretti. No me imagino su cara al enterarse de que su hija tendrá a uno cerca y muchas posibilidades de sacar información para hundirnos.

Primer problema, primer trabajo

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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...M A N U E L L E...

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Hay cosas que uno puede anticipar en la universidad después de una semana: el café espantoso de la máquina, la falta crónica de sueño, y que algún profesor con alma de dictador camuflado en mocasines de cuero italiano iba a hacer una de esas jugadas maestras que arruinan el semestre.

Ese día llegó más rápido de lo esperado.

El profesor Romano —cuya voz sonaba como si hubiese sido entrenada para leer audiolibros de arquitectura mientras fumaba dos cajetillas al día— interrumpió su explicación sobre estructuras modulares y dijo con una sonrisa malévola:

—Ahora viene lo mejor: su primer trabajo en equipo.

Las tres palabras más temidas del idioma académico. Y sí, mis esperanzas murieron lentamente mientras él repartía nombres, como quien asigna condenas en un campo de batalla.

Mierda…como odio trabajar en grupo.

—Grimaldi con Moretti… —dijo primero.

—Genial —murmuré, dándole un codazo a Luca—. Te me pegas como una garrapata ahora.

Bueno…al menos no sería tan malo.

Luca soltó una pequeña risa, pero luego frunció el ceño.

—Espera… ¿Moretti? ¿Eres Moretti?

—¿Qué Moretti que? —le respondí, haciéndome el idiota mientras me acomodaba en la silla.

—No jodas… —susurró—. ¿Tú eres Manuelle Moretti? Cómo no me había dado cuenta antes. ¿Verdad que están bajo investigación por…

—Shhh —le interrumpí—. Sí, sí, el mismo y antes de que preguntes: no, no soy parte de ningún cártel, no manejo armas, ni tengo un pasadizo secreto en la biblioteca de mi casa —lo miré fijamente mientras abría la boca para preguntar algo más, pero lo interrumpo alzando un dedo—No, tampoco hay un laboratorio de cannabis en mi casa. Solo tengo el apellido, una carrera que estudiar, y este hermoso rostro.

Luca me miró como si acabara de descubrir que dormía con un oso polar.

—Guau… esto sí que le sube el nivel a la universidad.

—Sí, claro —dije—. Nada como una reputación heredada para incomodar a medio mundo.

Luca me respondió con un pulgar arriba. Íbamos a sobrevivir. Éramos el dream team. Hasta que…

—…y con Villanova.

—¿Perdón? —dije, alto. No lo grité, pero casi.

—¿Algún problema, Moretti? —preguntó Romano, con una ceja arqueada y cara de “haz que te expulse de mi clase”.

Aunque ganitas no le faltaban.

Y, honestamente, esta vez no podía fingir inocencia. Me lo había ganado.

Verán, el fin de semana pasado me encontré con una vieja amiga de Lisboa. Cady. Su nombre suena inocente, lo sé, pero con ella tuve ciertos… roces cuando vivía allá. La típica historia de “éramos más jóvenes, hormonales y con demasiado tiempo libre”. La cosa es que, como supuestos “adultos responsables”, decidimos aprovechar el reencuentro reviviendo nuestros recuerdos… aunque no precisamente hablando.

En su apartamento.

Por horas.

La parte divertida —o trágica, según el ángulo— llegó cuando el timbre sonó y fui yo quien abrió la puerta, en condiciones que dejaban demasiado a la imaginación. Despeinado y sin camiseta. El problema no fue eso. El problema fue quién estaba del otro lado.

Su padre sobreprotector.

El mismo hombre que en este momento me miraba desde el frente del aula con expresión de “te tengo en la mira, mocoso”.

Romano.

También conocido como “el profesor más cuchilla del semestre”.

Dato curioso, por si no se habían dado cuenta: creo que me odia.

No lo culpo. Si yo llegara al apartamento de mi hija, y abriera la puerta un tipo como yo, con la bragueta medio abajo y cara de haber hecho cardio no precisamente en un gimnasio… pues sí, lo reprobaría también.

Solo espero que no se lo tome muy personal.

Aunque claro… eso sería pedirle demasiado a un hombre que probablemente no superó aún la década del 2000.

—¿Va a quedarse callado o tiene algo relevante que aportar, Moretti?

Tragué saliva y acomodé mi silla con disimulo. Una parte de mí quería hundirse en el suelo. La otra parte… bueno, aún se sentía algo orgullosa de la noche del sábado.

—Ningún problema, profesor —respondí con la mejor cara de ángel que pude fingir.

Claramente no funcionó.

Romano asintió con lentitud, como si estuviera evaluando cuánto podía torturarme legalmente sin perder su licencia docente.

—Bien. Entonces, si va a quedarse en clase, le agradecería que mantuviera sus asuntos extracurriculares… fuera del currículo.

Un murmullo se esparció por el aula. Algunos compañeros intentaron disimular sus risas detrás de carpetas. Luca me lanzó una mirada mezcla de “estás jodido” y “luego me cuentas todo”.

Yo sólo asentí con una sonrisa tensa, tragándome el orgullo y también los recuerdos gráficos del fin de semana.

—Claro, profesor. Me concentraré.

—Qué bueno. Porque en esta clase no hay espacio para la holgazanería. Solo entregas. Puntuales. —Remató, y siguió su explicación sobre estructuras arquitectónicas como si no acabara de lanzarme un ladrillo simbólico en la cara.

Yo intenté seguir tomando apuntes, pero la presión de su mirada ardía en mi nuca. Sentí que cada línea que trazaba en el cuaderno tenía que estar tan perfecta como un plano de Gaudí o me haría repetir el semestre por “fallas morales en la perspectiva”.

Y pensar que solo era lunes.

Aina, dos mesas más allá, ni parpadeó. Solo cerró su libreta con calma y me miró por primera vez.

Fue breve, pero suficiente. Una mirada como de “te tengo calado”, con un toque de “tú respiras y yo ya estoy harta”.

Maravilloso. Ya éramos almas gemelas del odio.

Luca, por supuesto, estaba intrigado.

—Bueno, esto va a estar interesante.

—Interesante es que te pongan anestesia antes de la cirugía, Luca. Esto es castigo celestial.

—¿Y tú qué hiciste para merecerlo? —me preguntó, divertido.

—Nacer, aparentemente.

Al finalizar la clase, nos reunimos los tres a las afueras del salón, entre estudiantes ansiosos y el perfume persistente a café quemado.

—Bueno —dijo Luca, sacando su agenda como si realmente la usara—. ¿Cuándo nos vemos?

—Yo puedo ahora —dije. En parte porque quería deshacerme del mal rato lo antes posible.

Aina no respondió de inmediato. Nos miró con una expresión neutra y elegante, como si estuviera decidiendo si realmente quería exponerse a dos simios socialmente funcionales.

—Tengo una reunión del colectivo de estudiantes en unas horas. Podemos avanzar algo mientras tanto.

—Perfecto —respondí—. ¿Dónde te queda más cómodo? ¿En la terraza de tu superioridad moral o en la cafetería comunista?

Luca se atragantó de la risa. Aina me fulminó con la mirada.

—Mira, Moretti…

—“Manuelle”, si no te molesta. Aunque “Moretti” también funciona si te quieres sentir en una novela de crimen.

—No necesito sentirme en una —dijo—. Vivo en una con usted cerca.

Touché.

Nos sentamos en una mesa en el patio trasero de la facultad. Luca sacó su portátil. Yo, mis anotaciones. Aina abrió su carpeta perfectamente ordenada por colores. Yo no entendía por qué me irritaba tanto que alguien tuviera tanto control sobre su vida.

—El proyecto es diseñar una vivienda modular para comunidad rural —dijo Aina—. Lo lógico sería pensar en zonas como Calabria o Basilicata, donde el acceso es limitado pero el clima favorece materiales sostenibles. ¿Qué opinan?

—Opino que suenas como si ya hubieras hecho el proyecto, presentado la tesis y ganado un premio novel por eso —respondí.

—Gracias —contestó ella, sin una pizca de ironía

—. ¿Y tú? ¿Qué aportarías?

—Sarcasmo, carisma y conocimiento enciclopédico de “cómo no hacer las cosas”. Pero también sé construir y tengo buenas ideas. Cuando quiero.

—Lo cual suena a “casi nunca”.

—Mira quién habla. Ni siquiera me conoces.

—No necesito conocerte para saber lo que representas.

—¿Una amenaza al sistema opresor capitalista?

—Un criminal.

Me reí. No lo pude evitar.

—Eres tan boba —la mire fijamente—¿Puedes comprobar que he cometido algún crimen, como para tener el derecho de llamarme criminal?

—Tu familia ha hecho muchas atrocidades y han salido impolutos gracias a la corrupción.

Luca aplaudió como si estuviera viendo una obra de teatro.

—¿Pueden parar el coqueteo hostil? ¿O tengo que pedir que se casen ya y me inviten?

Los dos lo ignoramos.

Seguimos discutiendo. En realidad, trabajamos. Discutiendo. Provocándonos. Midiéndonos. Aina era brillante, sí, pero también mandona y con ese aire de “te perdono por ser tan mediocre”. Y yo no era exactamente el tipo de persona que se dejaba intimidar por discursos hipócritas y postureos éticos.

Y sin embargo… algo me intrigaba de ella. Su intensidad, su convicción, sus contradicciones.

Porque claro, era activista y todo, pero llevaba un iPhone y bebía agua embotellada y aunque odiara mi apellido, no podía evitar discutir conmigo.

Como si… como si algo le picara por dentro y no sabía si era odio, duda o curiosidad.

Y a mí… bueno.

No me pasaba nada.

O eso quería creer.

Luca se fue unos minutos después, porque tenía una clase. No llevaba ni media hora soportando a Villanova en completo silencio cuando el universo decidió ponerle salsa picante a la escena. Un tipo alto, de mandíbula cincelada por los dioses nórdicos, pelo rubio y risa perfecta apareció en nuestra mesa.

No exagero. Parecía sacado de un catálogo de publicidad para relojes suizos.

Aina levantó la vista de su libreta y sonrió y sí, lo vi. Sonrió de verdad. A ese sí le activaba el modo amable, al parecer. Él se inclinó con toda la confianza del que sabe que es guapo y le plantó un beso en los labios. Así, sin aviso. Como si no estuviera ahí. Como si fuera una planta o peor, una silla.

—Hola, amor —dijo él, con acento ligeramente extranjero. ¿Francés? ¿Suizo? ¿Sueco?

—Vicent, pensé que tenías clase a esta hora —respondió ella, aún sonriendo.

Genial. Tenía nombre de tipo elegante. Por supuesto.

Me recosté un poco en la silla y los miré como quien ve una obra de teatro sin haber pagado la entrada.

—¿Qué pasa, no hay reglas de espacio personal en Suecia? —pregunté, medio en voz baja, medio para fastidiar.

Aina me fulminó con la mirada. Vicent, en cambio, me dedicó una sonrisa pulida, de esas que dicen “no sé quién eres ni me importa”.

—¿Y tú eres…?

—El castigo divino que le asignaron a tu novia —respondí, extendiéndole la mano con fingida amabilidad—. Manuelle Moretti. El placer es todo tuyo.

Vicent estrechó mi mano sin entusiasmo. El tipo tenía un apretón de manos tan firme como un pan tostado remojado.

—Bueno, no quiero interrumpir su trabajo —dijo él, dejando otro beso rápido en la frente de Aina

—. ¿Nos vemos esta noche?

—Sí. Te escribo cuando termine.

—Chau, Vicent —dije, sin mirar a Vicent. Solo por molestar.

Él no respondió y cuando se fue, la tensión en la mesa podía cortarse con una espátula de cocina.

—¿Terminaste? —me dijo Aina, cruzándose de brazos.

—¿De respirar o de incomodar? Porque lo primero no, y lo segundo nunca.

Ella rodó los ojos y volvió a lo suyo. Yo también, aunque confieso que dibujar líneas rectas cuando estás irritado no es tan fácil como parece.

Así pasamos la siguiente hora: fingiendo profesionalismo, intercambiando ideas en monosílabos y con cada lápiz que compartíamos como si nos lanzáramos armas de guerra y en el fondo de mi mente, no podía dejar de pensar en algo molesto.

¿Por qué demonios me irritaba tanto esta enana?

Cuando el estudio terminó, recogí mis cosas con una lentitud que rozaba lo patético. Aina ya se había marchado, seguramente a encontrarse con el dios vikingo que tenía por novio. Yo me fui directo al café del campus, donde sabía que Luca solía ir después de clase y como buen reloj suizo, ahí estaba, con su croissant mordido y un capuchino.

—¿Sobreviviste al primer round? —me preguntó en cuanto me vio.

—Técnicamente sí, pero tengo una úlcera nueva.

Me dejé caer en la silla frente a él, dejando caer mis cosas.

—¿Qué pasó? —insistió con una sonrisita de sabelotodo—. ¿La Villanova te hizo tragar un compás?

—No. A parte de pelear por quién tiene la razón, todo bien. Pero luego apareció su novio rubio de comercial de perfumes y la besó como si yo no estuviera en la misma maldita mesa.

Luca dejó de masticar. Literalmente se detuvo con el croissant a medio camino.

—¿Tiene novio?

—Sí. Se llama Vicent. Habla como si hubiera nacido en una viña francesa y camina como si el campus fuera suyo.

—Guau. Se que te sonará raro pero…pareces ¿celoso?

Lo miré sin pestañear.

—Estoy celoso, pero del nivel de bronceado natural que tiene ese tipo, si eso cuenta.

Luca soltó una carcajada.

—Tienes problemas, Moretti. Te asignan una compañera y ya estás armando una telenovela en tu cabeza.

—No estoy armando nada. Además no estoy celoso, por alguien que acabo de conocer. Por si no te has dado cuenta, ni siquiera me gusta esa chica. Solo digo que es complicado trabajar con alguien que te mira como si hubieras pateado un cachorrito y encima su novio me dio una mirada de diez mil amenazas, como si yo fuera un peligro nacional para su relación.

Ese tipo, es el verdadero peligro…

—¿Y qué esperabas? Eres un Moretti. La mitad de Italia cree que son empresarios de lujo, la otra mitad cree que tienen túneles secretos bajo Milán llenos de oro.

Me encogí de hombros y robé un pedazo de su croissant.

—Que se decidan entonces o somos mafiosos o somos empresarios. Pero esto de estar entre las dos cosas no es sano.

Luca rió.

—Bueno, si te sirve de consuelo… Villanova no parece el tipo de persona que se deja impresionar por rubios genéticamente bendecidos. Esa relación debe ser un milagro. Apostaría que si ese tipo no supiera conjugar “fiscalidad ambiental” ni siquiera lo miraría.

—Sí, claro. Igualito que yo, que no me importa en absoluto. Cero.

—¿Cero?

—Cero coma cinco.

Nos reímos, y por primera vez desde que llegué a esa clase sentí que estaba en el lugar correcto.

Luca era ese tipo de amigos que sabías que no solo se iba a quedar en tu vida, sino que probablemente terminaría haciéndola mucho más soportable.

Y aunque no pensaba admitirlo todavía… ese primer choque con Aina Villanova había dejado una pequeña marca. Molesta. Curiosa. Casi magnética.

Y eso, lo sabía bien, solo podía significar problemas.

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