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Mi Harem De Venganza

Capitulo 01:"El Juramento de Sangre"

El sabor del hierro le llenaba la boca, tan amargo como el destino.

La sangre corría caliente por su garganta rota, empapando el vestido de seda carmesí que había elegido para su coronación.

Qué irónico.

El color de la realeza, ahora teñido del rojo más cruel.

Aelina Valemont yacía sobre el mármol helado de la sala del trono, los cabellos oscuros en desorden, las manos arañando en vano el suelo.

Sus ojos, de un violeta profundo, aún no querían cerrarse.

Aún no. No hasta ver su rostro.

Y ahí estaba él.

El hombre que había jurado amarla.

—Mi querida esposa —susurró el Príncipe Heredero, una sonrisa tan falsa como perfecta curvando sus labios—. Hubiera preferido no manchar estas manos... pero eras un obstáculo. Y ya no lo eres.

Aelina quiso escupirle sangre a la cara, pero sus fuerzas se evaporaban como el calor de su cuerpo. El mundo giraba, tornándose opaco, distante.

Los ecos de los gritos de sus padres resonaban en la lejanía: ellos también serían ejecutados antes del amanecer. El decreto ya estaba firmado.

Y junto al príncipe, otra figura avanzó con paso victorioso.

—Hermana... —jadeó Aelina, la garganta desgarrada—. ¿Por qué?

Su hermana menor, Selene, sonrió con una frialdad que helaba la sangre.

—Porque siempre fuiste la estrella. Siempre fuiste la reina. Y yo... la sombra. Pero ya no más. Ahora, yo seré la esposa del príncipe. Y tú... un recuerdo olvidado.

Aelina la miró como si el tiempo se quebrara.

Recordó cuando Selene se escondía entre sus faldas durante los bailes de la corte, temblando entre risas infantiles.

¿En qué momento se había torcido todo?

La oscuridad la devoraba. Las lágrimas ardían como brasas bajo sus párpados.

¿Era este su fin?

No.

No podía ser.

No mientras su corazón ardiera con ese odio visceral. Un deseo tan profundo que trascendía la muerte misma.

Con las últimas fuerzas de su cuerpo destrozado, Aelina juró en silencio, la sangre como testigo:

“Si existe un dios cruel que escucha los gritos de los muertos... que me conceda regresar. Un día. Una hora. Un instante. Juro... que les haré pagar. Uno por uno. Y destruiré todo cuanto aman.”

El frío la envolvió.

El mundo se desvaneció.

Su último suspiro fue un eco de ira y lamento.

---

Oscuridad.

Un vacío helado que parecía eterno. Sin tiempo. Sin nombre.

Hasta que un destello rompió la nada.

Una campana resonó, no en sus oídos, sino en lo más profundo de su alma.

¡Ding!

Los ojos de Aelina se abrieron bruscamente.

Aire.

Calor.

Latido.

—¡Aelina! ¡Despierta!

El rostro pálido de una doncella la observaba entre lágrimas. Aelina jadeó, temblando. Sus manos subieron instintivamente a su cuello… intacto.

No había sangre. No había herida.

El vestido no era el de coronación, sino una simple prenda blanca de lino fino.

Miró a su alrededor, desconcertada.

El mobiliario era antiguo pero familiar. Los tapices aún no desteñidos. El espejo sin la rajadura.

Era su habitación... su cuarto de doncella, de cuando tenía dieciséis años.

—No... —susurró, con un temblor en la voz—. No puede ser...

La doncella, confundida, le tomó la mano con suavidad.

—Mi señora, ¿os sentís mal? Hoy es... ¡el día de vuestra boda con el Príncipe Heredero! ¡Todos os esperan!

Las palabras cayeron como cuchillos helados.

El día de la boda... cuando todo comenzó.

El corazón de Aelina rugía dentro de su pecho como una bestia enjaulada.

Se incorporó de golpe, sintiendo una energía salvaje corriendo por sus venas.

Había vuelto.

El juramento había sido escuchado.

Por dioses, demonios... o tal vez por su propia rabia, que fue tan intensa que rompió las leyes del universo.

Los ojos de Aelina brillaron con una nueva llama.

La doncella retrocedió, asustada por la intensidad de su mirada.

"No me casaré con él. No esta vez. Y no moriré."

Respiró hondo. Su mente giraba con una claridad feroz.

Debía proteger a sus padres.

Debía prepararse.

Pero no podía huir. No como una cobarde.

Los destruiría desde dentro.

Y para ello, necesitaría aliados.

Poder.

Y un rostro que todos subestimaban... podía ser su mejor máscara.

Si los hombres más poderosos del reino podían convertirse en sus peones, entonces serían su escudo. Sus armas.

Y si en el proceso… se enamoraban de ella, que así fuera.

Porque el amor es la fuerza más peligrosa en cualquier juego de poder.

Aelina sonrió por primera vez.

Una sonrisa oscura, sabia, implacable.

"Empecemos."

Capitulo 02: "No me casare contigo"

El vestido pesaba más que una armadura.

Cada pliegue de encaje, cada perla cosida con esmero era un recordatorio cruel de la trampa que la aguardaba.

Frente al espejo, Aelina Valemont contemplaba su reflejo con frialdad.

El rostro de una doncella inocente.

Los ojos de una reina renacida por el odio.

“Hoy no seré un cordero llevado al sacrificio.”

“Hoy seré el lobo que desgarra las máscaras.”

Detrás de ella, su doncella, sin sospechar el abismo que se abría en el corazón de su señora, murmuraba palabras nerviosas.

—Estáis... tan hermosa, mi lady. El Príncipe Heredero quedará encantado.

Encantado de verme morir lentamente, pensó Aelina, con amargura.

Afuera, el carruaje aguardaba. Las campanas de la Catedral de Thalair resonaban solemnes.

En las calles, el pueblo se agolpaba con júbilo. Nadie imaginaba la sangre que mancharía ese trono en los años por venir.

Aelina subió al carruaje.

Con cada sacudida sobre los adoquines, su resolución se templaba como acero al rojo vivo.

Su plan aún era una telaraña incompleta: sin aliados, sin poder real.

Pero hoy debía cortar el hilo del destino antes de que se anudara.

“No me casaré con ese monstruo.”

---

La Catedral estaba colmada.

Nobles, caballeros, damas de la corte… todos se habían congregado para presenciar la unión del futuro rey y su prometida.

En lo alto del altar, el Príncipe Darius Valarion aguardaba.

Alto, apuesto, de cabellos dorados y ojos como hielo. Su porte regio ocultaba un alma corrompida por la ambición.

Aelina lo observó desde el umbral.

“Esa sonrisa... la misma que tenía cuando firmó la sentencia de mis padres.”

Su pulso se aceleró. No por miedo.

Por ira.

Entonces lo vio.

Al pie de la escalinata, un joven caballero vigilaba con expresión severa.

Lucas Drayven. Capitán de la Guardia Real.

En su vida pasada, un hombre justo… que había muerto por protegerla.

“Esta vez, Lucas... tal vez podamos cambiar nuestro destino.”

Sus miradas se cruzaron.

Lucas frunció el ceño, sorprendido por la intensidad en sus ojos.

“Recuerda este momento, Capitán. Hoy, cambiaré la historia.”

---

El órgano comenzó a tocar.

Aelina avanzó.

Pétalos llovían desde las alturas. Los murmullos crecían como una marea.

El príncipe sonreía, seguro de su victoria.

Pero la que subía al altar no era la niña que había esperado.

Cada paso de Aelina era calculado.

Cada mirada, gélida.

Cada pestañeo, una declaración de guerra.

Cuando llegó ante él, Darius se inclinó.

—Estás radiante, mi querida Aelina —susurró—. Hoy sellamos nuestro destino.

“No el mío,” pensó.

El sumo sacerdote inició el ritual. Las palabras flotaban en el aire, vacías.

—¿Aceptas a Darius Valarion como tu esposo y futuro rey?

El mundo contuvo el aliento.

Los murmullos se extinguieron.

Las manos se entrelazaron.

Los ojos se fijaron en ella.

Aelina entreabrió los labios.

Y por un instante, el tiempo se congeló.

—No.

El silencio se rompió como vidrio bajo un puñal.

Un murmullo denso recorrió las bancas. El sacerdote parpadeó, desconcertado.

—¿Perdón, mi lady?

Aelina alzó la voz.

Firme. Clara. Inquebrantable.

—He dicho que no me casaré con él.

Sus palabras se estrellaron contra los muros dorados y rebotaron como truenos sagrados.

Caos.

Algunos nobles se llevaron las manos a la boca. Otros cuchicheaban con escándalo y rabia.

El sacerdote titubeaba, sudando frío.

Darius, incrédulo, forzó una sonrisa quebrada.

—Aelina… querida. ¿Qué juego es este?

Ella lo miró como se mira a un cadáver que aún no ha caído.

—No es un juego, Alteza. Es una elección. Y ante este reino, la proclamo: no seré tu reina. No seré tu peón.

El rostro del príncipe palideció.

Por primera vez, su máscara perfecta se resquebrajó.

—¡Guardias! —tronó, con rabia.

Los caballeros dudaron.

Entre ellos, Lucas Drayven avanzó un paso, confuso.

—Mi lady... ¿estáis segura?

Aelina lo miró sin vacilar.

—Sí.

Protege a mi familia, si puedes, Capitán. El príncipe buscará venganza.

Lucas asintió, los labios tensos.

—A tus órdenes.

La catedral hervía.

Algunos nobles se alzaban con indignación, otros —muy pocos— contenían sonrisas cómplices.

Los más sabios veían en esa joven no una rebelde... sino una amenaza real.

Aelina descendió del altar.

Cada paso era una herida al orgullo del reino.

Su vestido blanco ondeaba como la bandera de una revolución.

Pasó junto a Darius sin mirarlo.

“Este es solo el principio, monstruo. Pronto, vendrá tu caída.”

---

Fuera de la catedral, el sol brillaba con fuerza.

Los pájaros cantaban. Como si el mundo no supiera que acababa de nacer una tormenta.

Aelina respiró hondo.

Por primera vez en su nueva vida, era libre.

Pero la guerra había comenzado.

Necesitaba aliados. Necesitaba poder. Necesitaba hombres que no temieran a la oscuridad que estaba por desatar.

"Venid a mí, lobos."

"Venid a mí, guerreros y magos. Yo os daré un trono… o la perdición."

Su mirada se perdió en el horizonte, donde el destino temblaba.

La venganza de Aelina Valemont acababa de nacer.

Capitulo 03:"Aliados en la sombra"

El aire de la mañana era un cuchillo helado contra la piel.

Las campanas de la catedral aún resonaban en la distancia.

Y los rumores ya se propagaban como fuego entre paja seca:

"¡Lady Aelina ha roto la boda real!"

"¡Ha humillado al príncipe frente a todo el reino!"

"¿Qué será de la familia Valemont?"

Aelina caminaba con paso firme por los jardines del Palacio del Alba, su refugio temporal.

Cada pétalo que caía marcaba un segundo más en la cuenta regresiva hacia la guerra.

“Mi primer movimiento está hecho.”

“Ahora, necesito aliados. Los correctos. Los leales.”

Pero antes… debía proteger a su familia.

---

El salón de su padre estaba en silencio.

El Duque Renard Valemont, un hombre de honor y temple, la miraba con el rostro sombrío.

—Hija… ¿qué has hecho?

Su madre, Lady Evelyne, se aferraba a un pañuelo de encaje, pálida de miedo.

Aelina sostuvo la mirada de ambos.

—He impedido que me asesinen. Y, por ahora, también a ustedes.

El duque frunció el ceño.

—¿Cómo lo sabes?

“Porque ya lo he vivido.”

Aelina respiró hondo.

—Confíen en mí. No puedo explicarles todo aún, pero les prometo esto: no permitiré que nada ni nadie les haga daño.

Su padre asintió con gravedad.

—Haré preparar nuestras defensas. Pero el príncipe...

—Se moverá pronto. Y buscará a quién quebrar primero. Por eso... yo debo moverme antes que él.

Su madre la abrazó, temblando.

—Ten cuidado, hija.

Aelina apretó sus manos.

Por primera vez en esta vida, podía protegerlos de verdad.

“No repetiré mis errores.”

---

La tarde llegó bajo cielos grises.

La ciudad hervía. Los nobles se reunían en consejo. Los soldados eran movilizados. Y el príncipe… seguramente ya tejía su represalia.

Desde su balcón, Aelina observaba los muros de Thalair cuando oyó un golpe en la puerta.

—Mi lady —anunció la doncella—. El Capitán Lucas Drayven solicita audiencia.

Aelina sonrió, apenas.

“El primero ha venido a mí.”

—Que pase.

---

Lucas entró con la armadura reluciente y el rostro severo.

—Lady Aelina.

Se inclinó. Había en él más distancia que en vidas pasadas. Más cautela.

—He venido a escoltaros. El príncipe podría intentar un movimiento… inesperado.

Aelina lo estudió con atención.

Alto. Firme. Con una lealtad que antes le costó la vida.

“No dejaré que mueras por mí esta vez, Lucas.”

—Gracias, Capitán. Pero he de pediros algo más... personal.

Lucas alzó una ceja.

—¿Personal?

Aelina dio un paso hacia él, su voz baja como un juramento.

—Necesito aliados, Lucas. Hombres de honor. Hombres que no teman a la corona. Y necesito saber...

¿estás dispuesto a proteger no solo mi vida, sino también mi causa?

Lucas entrecerró los ojos, midiendo sus palabras.

—¿Qué causa, mi lady?

Aelina no apartó la mirada.

—La caída de un tirano. La salvación de este reino. Y la protección de aquellos que amo.

Un silencio denso cayó entre ambos.

Lucas respiró hondo.

—No sé qué habéis visto… ni cómo lo sabéis. Pero os he servido desde que era escudero.

Y siempre he creído en vos.

Se arrodilló.

—Si vuestra causa es justa… contad conmigo. Hasta la última gota de mi sangre.

El corazón de Aelina latió con fuerza.

“Lucas… esta vez no morirás solo por lealtad. Esta vez, lucharás a mi lado.”

Le tendió la mano.

—Entonces, Capitán, os nombro mi primer caballero.

Lucas alzó la mirada, sorprendido. Sus dedos rozaron los de ella.

Un leve rubor cruzó su rostro impenetrable.

—Será un honor, mi lady.

Por un instante, la conexión fue palpable.

Un lazo sellado no solo por deber… sino por algo más profundo. Algo que, con el tiempo, podría convertirse en otra clase de vínculo.

“Uno de cinco.”

---

La noche cayó.

El príncipe no había enviado aún un ataque directo.

Aelina lo conocía bien: tramaba algo más sutil. Más venenoso.

Sentada en su escritorio, trazaba nombres en un pergamino. Nombres de hombres con poder… y alma.

“Necesito más que un caballero.”

—Mi lady —dijo Lucas desde la puerta—. Ha llegado un mensajero secreto. Un tal Aurelian... archimago de la Torre Negra. Dice que desea veros.

Aelina sonrió.

“Perfecto. El segundo lobo viene hacia mí.”

Se levantó con elegancia.

—Decidle que lo recibiré de inmediato.

Lucas asintió. Su mirada ya no tenía duda. Solo devoción.

Aelina se volvió hacia el espejo.

El reflejo le devolvió una mirada de fuego.

“Vengan a mí, guerreros y magos. Os daré un propósito. Os daré un corazón que conquistar.”

“Y juntos… destruiremos el imperio de sangre que se alza sobre mis cenizas.”

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