Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.
Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.
Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.
🌹🖤
Axel (Joven).
Siento un frío helado comprimiéndome el pecho cuando mis ojos recorren la fotografía que me enviaron junto a otros documentos que desgarran mi alma con su verdad oculta.
Es inevitable que mis párpados no se humedezcan con lágrimas que amenazan con romper el dique de mi contención, y dentro de mí se fragmenta algo irremediablemente al entenderlo todo. Incluso lo que anuncia el papel con su rotunda y desoladora cifra:
Nivel de parentesco: 0,00%
La noticia cae sobre mí como un baldazo de agua helada durante el más crudo invierno. Levanto la mirada, y lo que mis ojos encuentran termina de destrozar mi alma sin piedad.
Los ojos que tanto admiré por su indescriptible belleza... Esos mismos ojos que me contemplaban con un amor silencioso mientras luchaba contra la enfermedad, esos que brillaban con una luz única que nunca supe descifrar...
Ahora están llenos de lágrimas, enrojecidos y cubiertos de una tristeza infinita.
— Todo tiene una explicación, mi amor —, dice mi madre, con voz quebrada.
— Por favor, escúchanos, hijo —, la voz de mi padre se mantiene firme, aunque tras esa firmeza se siente el peso oculto de un dolor profundo.
— No llevas mi sangre, mi amor —, la confesión de mi madre rompe en mil pedazos lo que tanto luchó por proteger: mi corazón
.
— Pero te amo, mi niño, desde el instante en que te sostuve entre mis brazos. Eras tan pequeño... tan frágil... Recuerdo cada detalle como si fuera ayer.
— Y yo también te amé, mi pequeño Axel —, ella se
desprende de los brazos de mi padre y se acerca a mí, y mis pies retroceden con miedo
— Te amo igual que a tus hermanas, no importa lo que diga ese papel. Tú eres nuestro hijo... y yo soy tu madre.
Intenta una sonrisa, pero es una ilusión efímera que se desvanece en un mar de lágrimas.En este momento me aborrezco por causar este tormento en ella, por abrir esta herida que sangra sin cesar. Pero no sé cómo contener la tormenta interna
verdades y secretos que me golpearían con la furia de un huracán desatado.
— No, hijo —, dice mi padre con voz firme, — no la rechaces. A ella, no.
Mis ojos se clavan en los de aquel hombre que me ha guiado durante toda mi vida: el que secó mis lágrimas, limpió mis rodillas cuando caí, me enseñó a andar en bicicleta y a conducir, y que ha estado a mi lado en cada paso titubeante de mi camino.
"Serás más grande que yo."
"Estoy muy orgulloso de ti, hijo."
"Eres mi complemento."
"Papá siempre estará para ti."
Un manto de humedad, nunca antes visto en él, empaña sus ojos.
No puedo soportarlo más. Giro sobre mis talones y, con los papeles aún en la mano, salgo a toda prisa del despacho. Al abrir la puerta, mis ojos se encuentran con los de las tres mujeres que son el corazón de mi existencia.
— No te vayas, hermanito —, solloza Alexa.
No soporto verla así, quebrada en llanto, por eso con todas mis fuerzas continúo mi camino hacia la salida.
Mis pasos se apresuran mientras siento otros tras de mí, pero no quiero voltear. Balanceo torpemente mis manos buscando las llaves, las encuentro en el bolsillo de mi chaqueta, las tomo y me dirijo a mi auto.
— No te dejaré ir solo, hermano —, dice Aithana detrás de mí. Evitar que venga es inútil.
Subimos al auto y aceleramos dejando atrás la villa. Aithana permanece en silencio, seria, pero percibo en ella la misma herida abierta que en mí.
Me incorporo en la autopista; el móvil de mi compañera vibra insistentemente, pero ella ignora las llamadas. Se lo agradezco en silencio.
Pisando el acelerador, me sumerjo en la noche cerrada, como un navegante perdido bajo un manto oscuro. La lluvia comienza a azotar con furia el parabrisas, y siento el peso de un vacío abismal, un manto pesado que amenaza con aplastarme.
Los recuerdos aparecen en mi mente como una cruel película proyectada sin cortes, ahogándome en lágrimas que anegan mi rostro y formando un nudo imposible de deshacer en mi garganta.
— No caigas, pequeño —, susurra la persona a mi lado, — no puedes hacerlo.
Cuando la tormenta parecía ya inaguantable, la lluvia arrecia y de pronto, una luz cegadora surge de frente: un camión descontrolado acaba de invadir nuestro carril.
Intento frenar, pero el auto no responde, se desliza sin control sobre el asfalto resbaladizo.
— ¡Axel! — grita mi hermana en un grito que perfora el estruendo.
En un reflejo instintivo, me quito el cinturón y me abalanzo sobre ella, protegiéndola con mis brazos justo antes de que todo se sumerja en la oscuridad más absoluta...
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Espero les haya gustado, este pequeño adelanto... Déjenme saber si quieren mas🖤🌹
Una nueva historia.
Meses antes...
Axel (Hijo)
Hundí el acelerador un poco más, sintiendo la adrenalina recorrer mis venas mientras esquivaba el tráfico ajetreado de la ciudad como un piloto experimentado. La vorágine urbana parecía oscilar entre un caos familiar y un ritmo vertiginoso que siempre lograba activarme.
Un rato después, me detuve frente a la clínica y miré a mi hermosa hermana, que se giró hacia mí con una sonrisa dulce, como siempre.
—Gracias por traerme, hermanito —dijo mientras se acercaba para darme un beso suave en la mejilla
—De nada, Cariño, siempre será un placer —le aseguré con ternura. Podría irme a vivir a la luna, pero si ella o alguna de las otras chicas me necesitaban, siempre estaría allí para ayudarles.
—Te adoro —me dijo, liberándose de mis brazos con una sonrisa que iluminó su rostro.
La veo perderse a través de las puertas giratorias y justo cuando estoy por arrancar, algo en el asiento de al lado llama mi atención: su móvil.
Me apresuro a tomarlo y bajar a entregárselo; conozco a mi hermana y sé que lo necesitará.
Apuré mis pasos hacia la entrada, intentando alcanzarla, cuando de repente...
—¡Ay! —chilló una chica al tropezar conmigo, perdiendo el equilibrio.
Gracias a mis reflejos, logré sostenerla antes de que cayera al suelo, y le extendí mi mano para ayudarla a incorporarse.
Una mata de cabello rubio cayó como una cascada brillante frente a mí cuando la chica giró para mirar hacia arriba.
Nuestros ojos se cruzaron y, en ese instante, el mundo pareció detenerse.
Sus ojos eran de un azul intenso y vibrante, que destellaban como zafiros bajo la luz del sol; su rostro parecía perfectamente esculpido por ángeles, una belleza que me dejó sin aliento.
—¿Acaso eres ciego? —preguntó, malhumorada, mientras un suave rubor teñía sus mejillas.
__Me he disculpado, señorita —respondí, aún absorto en su esplendor—. Venía distraído y estaba apurado, eso fue todo
—Bueno, ¡más te vale fijarte la próxima vez! O podrías causar un accidente —se quejó, alisando las arrugas que se habían formado en su vestido rojo vibrante
—Por supuesto que lo haré —le aseguré, aún maravillado por su presencia. Jamás había conocido a nadie así; hasta ese momento creía que la mujer más hermosa del mundo era mi madre.
Sin decir más, ella se dio la vuelta y se marchó, dejándome allí, prisionero de su hechizo.
La voz de mi hermana me sacó de mi ensueño.
—¡Axel! —gritó desde el pasillo—. Me he dejado el móvil.
Sacudí el teléfono para liberarlo de mis pensamientos. Ella se acercó rápidamente, volvió a darme un beso en la mejilla y, con una sonrisa luminosa, giró sobre sus talones y se marchó.
Salí lo más pronto que pude, con la esperanza de encontrar otra vez a ese hermoso ángel, pero, por desgracia, ese día no parecía ser el mío.
Con cierto disgusto, volví a mi auto. Al poner el motor en marcha, el móvil comenzó a sonar. Atendí el llamado con el auricular en la oreja.
—¿Dónde carajos estás, Axel? —retumbó la voz de mi querida hermana Aithana, la que parecía desayunarse cada día una canasta entera de limones.
—¿Qué sucede? —pregunté
—Papá no pudo venir hoy, así que tienes que entrar en su representación a la junta —me informa, visiblemente molesta—. Es en diez minutos —se queja.
—Vale, cariño, ya estoy en camino —la tranquilizo, pero eso en ella es algo imposible. Entre ella y papá, no sé quién es más intenso en el trabajo.
Termino la llamada y me apresuro a llegar a la empresa. La estructura de fachada oscura se levanta frente a mí unos minutos después; por suerte, la clínica no quedaba tan lejos.
Al entrar y dirigirme a la sala de juntas, me encuentro con mi hermana. El traje negro que lleva le hace estar muy mona.
—Por suerte llegas a tiempo —resopla. Me apresuro a acercarme y, cuando estoy frente a ella, no puedo evitar apretarle las mejillas, logrando que me dé un manotón en el brazo.
—¡No me gusta que hagan eso! —se queja, y yo solo me río.
—Anda, vamos ya —la tomo del brazo y la hago caminar hasta el interior de la sala de juntas, donde ya están todos.
La reunión inicia poco después. Hago exactamente lo que se supone que haría mi padre, y el hecho de que Aithana me mire como lo hace me deja saber que está conforme. La condenada es tan perfeccionista que mantenerla contenta es algo casi imposible.
Una hora después, todos se retiran satisfechos. Los acuerdos cerrados son nuevos proyectos de mi padre y mi abuelo; la empresa ha crecido a tal punto que nuevos socios han querido unirse.
—¡Eso fue maravilloso! —exclama Aithana—. No puedo decidir quién de los dos es mejor, si papá o tú. __Como cosa rara, una sonrisa le cubre el rostro.
—Creo que soy yo —interrumpe una voz gruesa, llamando nuestra atención.
Ambos nos volteamos y nos encontramos con la figura de Alessandro Al Jaramane, nuestro abuelo. Su cabello oscuro está bañado en canas plateadas, y los rasgos de su rostro están más marcados por la edad, pero eso no le quita que siga viéndose imponente, casi como mi padre.
—¡Abuelo! —dice mi hermana, acercándose a él para abrazarlo—. ¡Qué gusto verte!.
—Lo mismo digo, princesa mía —asegura él—. ¿Cómo están? —pregunta cuando se separan y fija sus ojos en mí.
—Estamos muy bien, abuelo. ¿Y la abuela, cómo ha estado? —pregunta ella.
—Con muchas ganas de verlos. Hemos pensado organizar una cena el fin de semana —dice, y me parece fenomenal la idea.
—Allí estaremos, sin duda alguna —aseguro, y mi hermana asiente.
—¿Qué tal van las cosas aquí? —pregunta.
—Abuelo, me encantaría quedarme a conversar y contarle todo, pero... tengo que ir a reunirme con unos extranjeros —dice Aithana—. Iré a verte muy pronto —asegura, y él asiente. Ella se acerca a él y le da otro abrazo antes de perderse entre las puertas del ascensor.
—Es igual que su padre —dice él—. Así mismo era Axel cuando tenía su edad; solo vivía por el trabajo —recuerda, nostálgico.
—Y por mi madre —le recuerdo.
—Oh, claro, por supuesto, de eso no hay ninguna duda.
Juntos nos dirigimos a mi oficina. Estando allí, comienzo a contarle cómo han ido las cosas. Hablamos de todo un poco durante un largo rato; pasar tiempo con él es algo muy valioso para mí.
—Ve a ver a tu abuela; le hará muy bien tu visita —me dice con una sonrisa cuando lo acompaño a la puerta.
—Iré a la hora de la comida, abuelo —le aseguro.
—Yo iré a ver a tus padres —dice.
—Vale, abuelo, nos vemos luego.
Nos despedimos y yo vuelvo a mi oficina. Me siento detrás de mi escritorio y las dos horas siguientes me las paso inmerso en el trabajo. Pero, estúpidamente, me sorprendo pensando en la preciosa chica de ojos azules.
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Iniciando Historias...
Axel
El sol comienza a esconderse entre las nubes grises que adornan el cielo, evocando la próxima llegada de la lluvia. Apago el motor del auto y bajo, apresurándome a correr hacia la entrada de la casa de mis abuelos cuando siento las primeras gotas de lluvia comenzar a caer.
El guardia que cuida la puerta la abre para que entre. Desde que pongo mis pies dentro del salón y mis ojos se encuentran con los de mi querida abuela, ella dibuja una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Mi niño precioso! —exclama en cuanto me acerco a ella.
Sus cálidos brazos me envuelven como siempre, y en ese abrazo siento la calidez de su amor, un refugio en medio de la tormenta emocional que a veces nos rodea. Me doy cuenta de que este es otro de esos días en los que aún llora la muerte de mis tíos; lo sé porque sus ojos no tardan en llenarse de lágrimas cuando se aparta de mí.
—No, abuela, no quiero verte llorar —le digo, con mis manos limpiándole las lágrimas que cubren sus mejillas apenas surcadas por el tiempo.
Y es que en mi familia, la juventud parece ser algo eterno, pero el dolor de la pérdida siempre deja su huella.
—Tienes razón, mi niño —suelta ella—. No es justo que me veas así. Mejor vamos y te doy unas galletas.
Me toma del brazo y, sin más, comienza a guiarme a la cocina.
—¿Con chocolate? —pregunto, y ella asiente, su sonrisa volviendo a iluminar su rostro.
La veo moverse entre los estantes de la cocina que conozco desde que tengo memoria. Su cabello rubio, ahora bañado en canas, y sus ojos verdes siguen resaltando en ella, aunque a veces sean cubiertos por lágrimas.
El olor a galletas recién horneadas se cuela en mis fosas nasales cuando mi abuela me deja un plato de galletas sobre la barra de desayuno. No tardo en devorarme la mitad; si mis hermanas me vieran, me matarían, ya que ellas las aman igual o más que yo.
—Eran las favoritas de tu tío Addiel —dice con una sonrisa que no se llega a reflejar en sus ojos.
—Y no lo culpo, abuela, son riquísimas —aseguro, acabándome la otra mitad.
Pasamos más de una hora platicando. Le cuento cómo van las cosas en la empresa, cómo están mis hermanas, y me hace guardar una bolsa con galletas para que las lleve a casa.
Para cuando me despido de ella y bajo el umbral del porche, sus ojos vuelven a iluminarse con el brillo de sus lágrimas. Dejo un beso en su mejilla y me dirijo al auto. Ella sacude la mano en mi dirección hasta que cruzo la esquina para salir de la propiedad familiar.
La lluvia ha dejado de caer por el momento, pero el clima sigue estando algo frío. Enciendo la radio y dejo que las notas de "Şımarık" se adueñen del interior del auto mientras me desplazo por las calles de la ciudad hasta la villa.
Aithana
Cierro el ordenador cuando termino de armar y enviar los documentos para el nuevo acuerdo. Me fijo en la hora que marca el reloj en la pared del frente y me doy cuenta de que ya se ha pasado la hora de la comida.
Tomo el móvil y le envío un mensaje rápido a mamá para decirle que lamento no haber llegado a comer con ellos.
Rápidamente obtengo una respuesta llena de amor de ella, como siempre.
No tomo tanto descanso; unos minutos después vuelvo a encender el portátil y comienzo a adelantar todo el trabajo que pueda.
La puerta de mi oficina se abre y, con el aroma que se cuela por mis fosas nasales, ya sé quién es...
《Reconocería ese perfume donde sea》.
El cabello rubio alborotado hacia un lado,
un par de ojos verdes y una sonrisa pícara. Jared... mi dolor de cabeza con piernas.
—¡Dios santo! —exclama el idiota—. Pero, ¿qué mujer más hermosa estoy viendo?
—¿Acaso mis tíos no te enseñaron a tocar? —pregunto, y él solo se ríe más.
—Eso puedes preguntárselo a ellos —suelta y entra del todo, cerrando la puerta a su espalda.
—¿Qué es lo que quieres? Estoy trabajando.
—Como te conozco tan bien —comienza a decir—, he supuesto que no te has molestado en darle a tu cuerpo nutrientes, así que te he traído algo para que comamos juntos —dice, sacudiendo la bolsa que trae en las manos.
Podría decirle que no y echarlo de aquí, pero desgraciadamente yo también lo conozco y sé que no se irá.
—¿Aceptas? —pregunta como si tuviera otra opción.
—Espero que sea de carne —digo, rendida, y el idiota amplía su sonrisa.
—Con doble carne, tus preferidas —dice y comienza a sacar las hamburguesas y lo otro que ha traído.
Y así es como estar con Jared me toma el resto de la tarde. Pese a que comimos juntos, se niega a irse y dejarme trabajar en paz.
Nuestra relación es un poco extraña; somos nada siendo todo. Desde que tengo memoria, siempre ha sido así, ni siquiera el hecho de que se haya ido a estudiar economía al extranjero ha servido para que dejara de buscarme y perseguirme como lo hace. Pese a que yo aún no me he atrevido a decirle el "sí" que tanto espera.
—Hermosa mía, ¿será que ya nos podemos ir? —pregunta con fastidio, incorporándose en el sillón en el que se había acostado durante las últimas horas.
—Tú puedes irte; mejor dicho, podías haberlo hecho desde hace un buen rato —suelto, y el idiota me saca el dedo corazón.
—¡Ay! —chilla cuando le lanzo el cuaderno que tengo sobre el escritorio y le pego en el pecho—. ¿Estás loca? —gruñe.
—Cállate y déjame terminar —lo reprendo.
Por una vez me hace caso; se calla, solo se planta cerca de mi silla y se asoma a mi lado, viendo lo que hago.
Solo me tomó media hora en terminar de hacer lo que estoy haciendo.
—¡Por fin! —suelta con exageración.
—Date prisa, o te dejaré aquí —lo amenazo cuando me pongo de pie y comienzo a recoger mis cosas para irme.
Suelta una pequeña risa antes de ponerse de pie y seguirme. Salimos al pasillo y ya el resto de los empleados se han ido, y como siempre, soy yo la última en retirarme.
Seguida del rubio, entro al elevador. Me recuesto sobre la fría pared y cierro los ojos con fuerza.
—¡¿Qué haces?! —le pregunto cuando siento su cuerpo contra el mío, aprisionándome contra la pared.
—¿Creías que hoy no lo haría? —tardo unos segundos en reaccionar y, para cuando voy a abrir la boca, el idiota se pega a mí.
Sus labios se posan sobre los míos con claro desespero. Intentar rehusarme es estúpido; dejo que me bese como siempre, sintiendo su pulso acelerarse cuando dejo caer mis cosas en el suelo y le envuelvo el cuello con mis brazos, pegándolo más a mí.
—¿Este es un sí? —pregunta cuando se separa un poco de mí para que tomemos aire.
Sonrío con ganas y él también lo hace, pero...
—No, aún no estoy del todo convencida —respondo, y la sonrisa se le borra. Lo empujo un poco para que se aparte cuando llegamos a planta baja y las puertas se abren.
—¡Eres un maldito demonio! —exclama cuando salgo rápido y lo dejo allí.
Río para mis adentros mientras acelero mis pasos hasta su auto...
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