El JARDIN MARCHITO Y LOS SERES MAGICOS MUERTOS
Aquella noche llena de luz
La noche era espesa y húmeda. Las nubes se arrastraban como bestias lentas sobre el cielo, y el viento hacía que las ramas del bosque crujieran como huesos viejos.
En una casa de madera, al borde del bosque rodeada por un jardín que florecía sin permiso. Adentro, una mujer Gritaba de dolor
Abuela de lia
¡Aguanta, Hija, Por favor! -Suplica la madre de la joven, con las manos temblorosas llenas de sangre-
El parto se había torcido. La vida de la madre pendía de un hilo y la niña... la niña aún no respiraba.
Mama de lia
¡No puedo más, mamá...! -Susurro la joven madre, con los ojos apagándose poco a poco-
Papa de lia
¡Elisa, porfavor resiste! -
La abuela de lía, sintió que el mundo se le venía abajo. No podía permitir que su hija muriera. Ni que esa pequeña criatura naciera solo para morir.
Recordó entonces las historias que le contaron cuando era niña.
Abuela de lia
*¡¡ Los espíritus del bosque!!*
Los seres que vivían más allá de la razón
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el bosque, dejando atrás la casa, el dolor y la sangre. El viento parecía guiarla. La tierra temblaba con cada paso.
Al llegar al corazón del bosque, la niebla se volvió más densa. El silencio se volvió antinatural.
Con el corazón hecho trizas y las lágrimas cayendo como lluvia silenciosa. Se adentró en el bosque, más profundo de lo que jamás se había atrevido. Allí donde la luz no tocaba el suelo y el aire olía a cosas antiguas.
Cayó de rodillas frente a un claro húmedo, Temblando.
Abuela de lia
No sé si ustedes existen. -dijo con la voz rota-
Abuela de lia
Pero si existen, si de verdad habitan este bosque… háganme un favor.
Abuela de lia
¡Mi hija va a morir!… y mi nieta también.
Y no puedo... no puedo perderlas a las dos.
El viento se detuvo.
Las hojas dejaron de susurrar
Y entonces, un murmullo se alzó, como si la tierra la estuviera escuchando.
Frente a ella apareció un ser diminuto
y en sus manos sostenía algo extraño: una pequeña raíz con forma humana, retorcida, viva. Una mandrágora.
.
Te hemos escuchado, buena madre -dijo con suave, como crujir de las hojas secas al caer-
.
Tu dolor es fuerte y puro
La abuela lo miró con esperanza y miedo
Abuela de lia
¿Puedes salvarlas?
El duende asintió despacio
.
Si, pero toda vida nueva necesita una semilla.
Y para que una flor crezca en invierno... alguien debe llevar dentro el canto del bosque.
Abuela de lia
¿Qué significa eso?
El duende le sonrió con dulzura
.
Solo su alma, el alma de la Niña -dijo, muy despacio, con un dejó de tristeza- No la perderá... solo vivirá conectada a este bosque, Ella verá cosas que otros no veen. Sentirá lo invisible
Abuela de lia
¿Por qué no piden algo mío? Yo… soy vieja. Tómenme a mí.
El duende se acercó con ternura, y posó su manita en la de ella.
.
Ya diste lo tuyo, cuando cuidaste a tu hija. Cuando viniste aquí, sola, por amor.
Ahora es el turno de la pequeña. Ella llevará la luz de este bosque en su corazón.
Abuela de lia
-la abuela cerro los ojos y asintió-
El duende le entregó la mandrágora, que se acurrucó en sus manos como un animalito dormido.
.
Plántala esta noche, en tu jardín. Riégala con agua limpia antes del alba, cuando está florezca de inmediato todo cambiará
La mujer la tomó entre sus manos. La raíz latía como un corazón diminuto. Corrió de regreso, como si las sombras la empujaran.
Al llegar, el silencio reinaba en la casa. Su hija apenas respiraba. El bebé no se movía.
Papa de lia
¡¡Elisa porfavor!!
Temblando, la abuela corrió al jardín. Cavó con las uñas, con las lágrimas, con la desesperación. Sembró la mandrágora y la regó.
Y entonces, desde el interior de la casa...Un grito de vida.
La joven madre abrió los ojos, pálida pero viva.
Y la niña lloro por primera vez, su llanto resonando como un eco entre los árboles del bosque.
La Raíz que sangra
Desde lo profundo del bosque, entre raíces antiguo y flores dormido, comenzaron a surgir luces. Eran pequeños temblorosos al principio. Algunos tenían formas de mariposas translúcidas, otros eran esferas diminutas. No hacían ruido, pero se entendían sin palabras.
Eran las primeras en siglos en cruzar el umbral hacia el mundo de los humanos.
Uno a uno, entraron por las grietas de la cabaña y flotaron hasta la cuna improvisada.
Allí estaba ella, envuelta en una manta tejida con amor con los ojos cerrados.
Los seres de luz giraron a su alrededor. La tocaron sin tocarla, le ofrecieron sin que ella pudiera entender, algunos lloraron y otros brillaron tan fuerte que dejaron marcas de fuego en el aire. Y uno por uno comenzó a desvanecerse y entonces, el silencio regreso.
Lia tenía 5 años y el mundo todavía era un lugar que podía tocar con las manos.
Jugaba descalza en el jardín, donde el viento olía a tierra húmeda y hojas dulces.
Había un rincón él en jardín donde el sol llegaba más suave, como si acariciara en vez de calentar. Allí entre piedras y raíces antiguas vivía la mandrágora.
Su flor no era como las demás. Tenía pétalos violetas que se abrían solo cuando lía reía, y sus hojas parecían moverse suavemente, como respirando.
La niña se inclinó sobre ella y Susurro:
Lia
Buenos días, florecita. ¿Dormiste bien?
Y la flor pareció inclinarse hacia ella, como respondiendo.
Lía le acarició las hojas, tarareando una canción que nadie le había enseñado, una melodía antigua que a veces sonaba dentro de su cabeza.
Pero entonces...La voz de su padre caminaba hacia ella con el ceño fruncido con pasos torpes
Papa de lia
¡Te dije que no toques esa maldita planta! ¡Siempre jugando con porquerías raras! ¡Estás igual que tu abuela loca!
Lia
Papá...es solo mi planta...
Papa de lia
¡Esa porquería no sirve para nada! - Gruñó, acercándose a zancadas-
Y antes de que la niña pudiera protegerla, el hombre hundió las manos en la tierra y arrancó la mandrágora de raíz.
Un susurro escapó del suelo.
Un crujido.
Un lamento ahogado que solo el jardín escuchó.
Dentro de la casa la madre de lia cayó al suelo como si algo lo hubiese atravesado por dentro.
Solo dio un grito y se desvaneció
Lia corrió hacia su madre, pero algo se había ido.
como si el viento se la hubiese llevado con la última flor
El viento, que hasta hace un momento jugaba entre las hojas, se detuvo.
Hasta los pájaros parecían contener el canto.
Y en medio de todo, Lía, con su vestido sucio de tierra, temblaba al lado del cuerpo inmóvil de su madre.
Lia
Mamá...-susurro, tocando su rostro aún tibio-
Lia
¿Papa que paso? -dijo en voz baja, mirando a su padre-
El hombre no respondió. Solo se quedó de pie, jadeando, como si el peso de lo ocurrido acabara de caerle sobre los hombros.
Soltó la planta marchita, que cayó al suelo con un sonido seco, como si se partiera un pedazo de noche.
Papa de lia
Yo...No fue... -balbuceo, pero no termino la frase.
Se alejó, tambaleándose hacia la casa, mientras Lía se quedó abrazada al cuerpo sin vida de su madre
en el jardín que ya no volvería a florecer igual
Esa noche, la abuela llegó.
La llamaron con urgencia desde el pueblo.
Y al entrar, vio a su hija tendida, al padre en silencio con la mirada perdida y a Lía sentada en el suelo, con la mirada vacía y con los ojos sollozos.
Abuela de lia
No estas sola, mi amor -Le susurro con la voz quebrada-. No estas sola.
Pero en el fondo, ambas sabían que algo se había perdido.
Esa flor que protegía el vínculo.. ya no estaba
Y lia con solo cinco años comenzaba a entender lo que era el dolor.
Donde florece lo que duele
El tiempo había pasado sin pedir permiso
A los 5 años, lia perdió a su madre
A los 8 años, perdió a su abuela
Y a los 10, ya no esperaba que nadie volviera...
Sus ojos habían cambiado, seguían Siendo grandes y oscuros como el bosque en la noche, pero ya no brillaban como antes, ahora guardaban cosas.
Desde la muerte de su madre y abuela, la casa se volvió gris, su padre hablaba poco, bebía más y rara vez la miraba a los ojos.
Lia, se sentaba a menudo en la ventana. Miraba el jardín marchito, donde antes florecía la mandrágora, ahora solo había tierra dura, pero a veces ella creía ver sombras pequeñas correr entre las raíces...y escuchar susurros cuando el viento pasaba.
Una tarde, mientras dibujaba en su cuaderno durante la clase de ciencias, su lápiz empezó a moverse sin pensarlo demasiado.
Y sin darse cuenta, dibujó un bosque.
No era cualquier bosque.
Era el bosque.
Aquel que a veces aparecía en sus sueños.
Ese donde el aire parecía cantar bajito y las hojas tenían memoria.
Lía trazó un sendero entre los árboles y, justo en el centro, una figura agachada.
Pequeña.
¿Un niño? ¿Un ser mágico? No lo sabía.
Pero mientras lo miraba, algo dentro de ella se removió.
Una sensación tibia.
Como si alguien la estuviera esperando.
Alondra (compañera de clase)
¿Eso que es? -pregunto una voz cerca-
Era una compañera de su clase que rara vez le hablaba.
Lia cerró el cuaderno de golpe.
Lia
Nada, solo garabatos -dijo, bajando la mirada-
Alondra (compañera de clase)
(Que rara)
La niña se alejo sin más.
Lia se quedó sola en su pupitre, con el corazón latiéndole rápido y el dibujo temblando bajo sus dedos.
Esa noche, volvió a soñar.
Pero esa vez, la figura agachada se dio la vuelta.
Tenía ojos como hojas otoñales y una sonrisa leve.
Y le dijo algo, aunque lia no entendió las palabras.
Cuando despertó, sus ojos buscaron el cuaderno de inmediato.
lo abrió con cuidado, página por página.
Solo quedaba la hoja en blanco.
Como si el bosque hubiera regresado a donde pertenece: dentro de ella.
Lia
¿Porque desaparecio..?, estoy segura de haberlo visto -murmuró
Pero en el fondo, algo dentro de ella sabia que ese bosque no se había ido.
solo había regresado donde pertenece.
Y por primera vez en mucho tiempo, Lia no se sintió completamente sola.
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