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Que Empiece Mi Reinado.

capítulo 1

En la habitación iluminada apenas por la tenue luz de una lámpara de escritorio, Lucía parpadeaba cansada. Luego de una semana de insomnio, tazas interminables de café y dolores en los dedos de tanto escribir, había llegado al final. Por fin, después de tantos años, estaba a punto de terminar su saga más ambiciosa.

Leyó en voz baja, con la voz quebrada por la emoción y el agotamiento:

—Y es así que, luego de tanta lucha, el príncipe Jackson logró salir victorioso y por fin gobernar Ungalos junto a su emperatriz… Fin.

El cursor parpadeaba en la pantalla como si también necesitara descansar. Lucía sonrió con satisfacción, aunque sentía que algo dentro de ella se comprimía. Antes de poder cerrar el documento, una punzada aguda la atravesó desde la base del cráneo hasta la frente. La vista se le nubló. Intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondió.

Se desplomó frente al escritorio, inconsciente.

No supo cuánto tiempo había pasado. Lo que para ella fue una noche profunda y sin sueños, en realidad fue un tránsito a algo que superaba su lógica. Cuando abrió los ojos, lo primero que sintió fue una luz cegadora rodeándola, una calidez extraña que no provenía del sol ni de una lámpara.

—¿Dónde...? ¿Dónde estoy?

La luz comenzó a disiparse lentamente, y con ella, la confusión inicial fue reemplazada por una creciente sensación de pánico. Una voz masculina, ronca y débil, se filtró entre los ecos de destrucción.

—Corre... Marion, huye...

Lucía parpadeó varias veces hasta que sus ojos se adaptaron. El lugar era un caos. Columnas derrumbadas, cenizas flotando en el aire, fuego en los extremos de un amplio salón que, de algún modo, reconocía. A su lado, un hombre yacía en el suelo, herido, pero con el brazo extendido hacia ella. Un escudo luminoso, frágil y tembloroso, los protegía… hasta que se resquebrajó como vidrio roto y se desvaneció en una lluvia de chispas.

Lucía, sin comprender cómo ni por qué, echó a correr. Los gritos, los lamentos, el olor a sangre y magia quemada la empujaron a seguir sin mirar atrás. Esquivó cadáveres, ruinas, muebles caídos y corrientes de aire que olían a muerte. Llegó hasta una serie de columnas y se escondió, conteniendo la respiración.

—Te lo advertí, Aurelio —dijo una voz gélida—. Esto no era personal. Si no lo hacía yo, lo haría otro imperio.

Lucía asomó un poco la cabeza. El hombre que la había protegido, el mismo que la había llamado Marion, hablaba con dificultad, su voz apenas un susurro.

—Eras como un hermano para mí… Masacraste a toda mi familia…

—No fue personal —repitió el otro con aparente calma—. Pero pronto te reunirás con todos ellos.

Sin piedad, alzó la mano y disparó un rayo que atravesó el pecho de Aurelio. El cuerpo del hombre cayó sin vida, sus ojos aún fijos en la columna donde Lucía se ocultaba.

—Revisen los cuerpos. Asegúrense de que no quede vivo ningún miembro de la familia imperial.

Lucía sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Si ese hombre la había protegido, debía ser porque ella también era parte de esa familia. Sin pensarlo, echó a correr en dirección opuesta, cruzando pasillos, bajando escaleras, huyendo de una verdad que aún no podía asimilar. Llegó hasta los jardines del palacio, luego al portón trasero, y finalmente al bosque.

Corrió hasta que las piernas no le respondieron más. Cayó entre hojas secas y raíces, jadeando. Entonces, un dolor punzante la azotó en la frente y cayó inconsciente una vez más.

En ese sueño, todo le fue revelado.

Vio recuerdos que no eran suyos, sintió emociones que no le pertenecían. Marion Fleming. Ese era su verdadero nombre en ese mundo. La tercera princesa del reino de Ungalos. Hija de Aurelio. Hermana de los príncipes caídos. Vio la armonía de su imperio, la paz antes de la tormenta. Vio al emperador de Vorlon, enemigo antiguo, lanzando el ataque que lo cambiaría todo. La caída de su imperio. La muerte de su familia. Su propia muerte.

Y luego, la imagen de una niña. Su mirada era como una daga.

—Fuiste cruel con mi familia, autora —dijo con voz triste, pero firme—. Ahora te tocará vivir en el desastre que escribiste.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —preguntó Lucía, aterrada.

—¿No lo sabes? Esta es tu historia. Ahora vive. Sobrevive. Y venga a mi familia. Solo eso te pediré.

—Lo siento —susurró Lucía.

La niña la miró por última vez antes de desaparecer.

—Solo te perdonaré cuando un Fleming vuelva a gobernar Ungalos.

Lucía despertó sobresaltada. El bosque estaba oscuro, solo iluminado por algunas antorchas que danzaban a lo lejos. No sabía quiénes venían, pero sabía que no debía quedarse. Se levantó como pudo y volvió a correr. No era la autora ahora. Era Marion. Y sabía que el mundo que ella había creado era despiadado.

***

Tres días después, en el árido desierto que separaba Ungalos de los territorios de la Torre Mágica, Marion caminaba descalza, sin agua ni comida, con los labios agrietados y los ojos turbios por el sol.

La torre, imponente en el horizonte, parecía alejarse cada vez que ella daba un paso.

Y aunque ella no lo sabía, desde el primer día había sido observada.

—Maestro, si sigue así morirá. Si no piensa ayudarla, ¿por qué no la mata? —preguntó el joven discípulo, irritado y preocupado.

El mago supremo, envuelto en un manto azul oscuro, no apartó la mirada de la esfera que mostraba a Marion colapsando en la arena.

—Cállate. Nadie dijo que no la ayudaría. Solo quería ver cuán grande era su fuerza de voluntad.

—¿Entonces… la ayudará?

—La llevaremos a la torre. Luego decidiré si es digna de ayuda. Recuerda que los magos no debemos tomar partido en las guerras de los emperadores.

El discípulo asintió, respetuoso. Caminó hasta donde yacía la joven desmayada, la alzó en brazos y, con un simple movimiento del dedo del maestro, ambos desaparecieron del desierto.

Y mientras los rayos del sol continuaban castigando la arena, en lo alto de la Torre Mágica, una nueva historia estaba a punto de escribirse. Esta vez, con la autora atrapada entre las páginas de su propia creación.

capitulo 2

En la oficina del mago supremo

En una vasta sala circular repleta de estanterías que llegaban hasta el techo abovedado, donde brillaban tenues cristales flotantes que iluminaban los tomos antiguos, yacía inconsciente una joven de cabellos alborotados y rostro pálido. Lucia llevaba tres días sin despertar desde que fue rescatada del desierto por el mago supremo y su discípulo. El anciano, disfrazado en su forma de niño, se encontraba perdiendo la paciencia.

—Esto ya es ridículo —refunfuñó. Y sin más, tomó una delgada aguja de plata y la clavó sin miramientos en la pierna de la joven.

Lucia despertó de golpe con un grito.

—¡Carajo! ¿Quién mierda hizo eso?

Se incorporó con el ceño fruncido, tocándose la pierna adolorida. Al mirar a su alrededor, sus ojos se posaron en un niño de rostro inexpresivo que la observaba con brazos cruzados.

—¿Oye, niño, tus padres no te enseñaron a respetar a tus mayores?

El supuesto niño frunció el ceño con fastidio.

—¿Cuántos años crees que tengo tú? —replicó, acercándose—. Desde esta forma parezco un niño, sí. Pero tengo más siglos que el imperio al que pertenecías. Me cansé de esperar a que despertaras.

Lucia entrecerró los ojos, escaneando con atención la habitación. Los cristales flotantes, los símbolos mágicos grabados en el suelo, los pergaminos encantados… comprendió entonces dónde estaba.

—¿Esta es… la Torre Mágica?

—Lo es —afirmó él con un deje de arrogancia.

—Necesito hablar con el mago supremo.

—¿Y cómo sabes que no lo estás haciendo?

Lucia lo observó en silencio por unos segundos. Sus ojos se entreabrieron con una mezcla de reconocimiento y sorpresa.

—Claro… cambias de forma. Había olvidado ese detalle.

El mago ladeó la cabeza, intrigado.

—¿Cómo sabes eso? —Intentó invadir su mente con un hechizo menor, pero se encontró con un bloqueo inesperado—. Curioso. No detecto magia en ti, y sin embargo, me resististe.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Lo sabremos más adelante. Por ahora, dime: ¿a qué has venido, humana?

Lucia tragó saliva y bajó la vista un segundo antes de responder.

—Necesito refugio. El emperador de Vorlon masacró a toda mi familia. Si llego a ser capturada, me matarán sin dudarlo.

El mago la observó con frialdad, calibrando sus palabras.

—Dices eso con demasiada calma. Tu familia fue asesinada ante tus ojos, y no veo dolor en ti.

Lucia apretó los puños.

—Porque no los conocía. Para mí… eran solo personajes. Nunca imaginé que aquello que escribía sería real.

Malik alzó una ceja.

—¿Escribías?

—Olvídalo. No lo entenderías.

El mago supremo cruzó los brazos.

—Quizás no. Pero soy lo bastante sabio como para saber cuándo alguien guarda secretos. Ahora, responde con claridad: ¿por qué debería ayudarte?

—Porque puedo darte algo a cambio —Lucia entrecerró los ojos—. Sé la ubicación exacta de varias grietas de maná en los antiguos territorios de Ungalos.

Malik la observó con mayor interés.

—¿Me tomas por tonto?

—Claro que no. ¿Por qué mentiría si necesito tu ayuda? El emperador de Vorlon nos invadió por eso. Temía que nosotros explotáramos el maná antes que él.

El mago la observó en silencio durante largos segundos, midiendo sus palabras.

—Muy bien. Muéstrame.

—¿Primero un trato?

—Acepto. Si tus palabras son ciertas y existen tales grietas, la Torre te dará protección. Pero si mientes...

—No lo haré —lo interrumpió.

Malik sacó una pequeña daga de plata. Se hizo un corte en el dedo y luego la miró.

—Dame tu mano.

Lucia dudó, pero se la ofreció. Al cortarla, un hilo de sangre se unió al del mago, y este pronunció solemnemente:

—Yo, Malik, mago supremo de la Torre Mágica, juro que, si las minas de maná existen, protegeré a Marion, tercera princesa de Ungalos, en este recinto sagrado. Pero si miente, su muerte será lenta y dolorosa.

Una marca roja brilló en las palmas de ambos. Lucia lo miró, horrorizada.

—Eso fue innecesario.

—Ahora no tienes nada que temer —respondió él con una sonrisa ladina—. Enséñame el lugar.

Malik hizo aparecer un mapa flotante en el aire. Lucia señaló un punto.

—Aquí hay una. Y otras dos aquí y aquí.

—¿No dijiste que había varias?

—Me reservaré algunas. No pienso entregártelas todas.

Malik chasqueó los dedos e hizo aparecer un anillo.

—Un espacio de almacenamiento. Guárdalas allí cuando las saquemos. Pero si mientes…

—No lo haré —aseguró Lucia.

El mago abrió un portal sin mediar palabra. Atravesaron el velo del espacio y aparecieron en los límites de Ungalos. El viento traía consigo restos de cenizas del antiguo conflicto.

—Este lugar… —musitó Malik—. ¿Cómo no lo sentí antes?

De pronto, sus ojos se posaron en Lucia. Su cabello comenzó a brillar tenuemente con un resplandor carmesí, y sus pupilas se tiñeron de un dorado extraño. Fue entonces cuando todo cobró sentido para el mago.

—Están selladas con sangre real.

—¿Qué significa eso?

—Que solo un heredero puede acceder a las minas. Por eso el emperador masacró a toda tu familia. Sabía que sin un Fleming, las grietas no podrían abrirse.

Lucia se quedó muda.

—¿Entonces… soy la única?

—Exactamente. Si te mata y usa tu sangre, puede tomarlo todo. Pero mientras vivas… tiene que encontrar otra forma. Y no la hay.

—¿Qué hacemos?

—Nada por ahora. Volvamos a la torre. Esto requiere preparación.

Lucia asintió con solemnidad.

—¿Me crees ahora?

—Lo hago. Pero recuerda: la torre no se involucra en las guerras de los emperadores.

—No quiero una guerra, Malik. Solo quiero justicia.

El mago la observó por un instante, luego asintió.

—Entonces te daré las herramientas para lograrla.

Lucia bajó la mirada. Recordó el rostro de la niña en su sueño, su mirada triste, su voz severa:

"Te perdonaré cuando un Fleming vuelva a gobernar Ungalos..."

Respiró hondo. Tenía un propósito. Y esta vez, no lo escribiría. Lo viviría.

Malik abrió el portal y, en un parpadeo, regresaron a la torre. Allí comenzaría el verdadero entrenamiento. La historia de Marion Fleming apenas empezaba. Y Lucia… ya no era solo su autora.

Era su legado.

capitulo 3

En Vorlon, el emperador Cristian estaba más que furioso. La ira le consumía desde hacía semanas, alimentada por una frustración que no lograba comprender. Él mismo había masacrado a toda la familia imperial de Ungalos, orquestando una brutal y despiadada campaña para tomar posesión de las legendarias minas de maná. Era un recurso tan poderoso como escaso, y dominarlo habría significado la consolidación absoluta de su imperio. Sin embargo, para su sorpresa y creciente desesperación, las minas seguían selladas.

Cada día que pasaba sin poder acceder al maná, su rabia aumentaba. Cristian estaba seguro de haber eliminado hasta el último descendiente de la familia real de Ungalos. Aun así, los sellos mágicos que protegían las minas seguían intactos, como si alguna voluntad superior se negara a permitirle acceder a ese poder. Incapaz de encontrar una solución entre sus propios magos —todos inferiores, cobardes y mediocres, según él—, decidió tomar una medida desesperada.

Vestido con su túnica imperial, acompañado solo por dos guardias, marchó hacia la torre mágica. Iba a hablar directamente con el mago supremo. Si alguien podía resolver su problema, era él.

Sin embargo, cuando Malik —el mago supremo— se enteró de que el emperador lo estaba buscando, no tardó en tomar precauciones. Ordenó que Marion fuera trasladada a un nivel oculto de la torre, uno al que ni siquiera los magos regulares podían acceder. Solo entonces se presentó ante el soberano.

El mago ingresó a la gran sala donde Cristian esperaba desde hacía más de media hora. Su andar era sereno, su rostro sereno, pero en sus ojos brillaba una chispa peligrosa.

—Majestad —saludó con una reverencia apenas inclinada.

Cristian lo miró con el ceño fruncido y respondió con tono molesto:

—¿Qué clase de falta de respeto es esta? ¡Llevo mucho esperando que me atiendas!

Malik se encogió de hombros con indiferencia.

—Si le molesta esperar, la próxima vez puede enviarme una carta con anticipación. Así estaré disponible a su llegada.

El mago se sentó tranquilamente en medio de la sala, desafiando la autoridad del emperador con una calma arrogante. Por un momento, Cristian se sintió intimidado, aunque no lo dejó notar.

—Vengo a proponerte un negocio —dijo el emperador, cruzando los brazos.

—¿Negocio? Le escucho.

—Como sabrás, me he apoderado de Ungalos. En ese imperio hay una grieta de piedra de maná, un acceso único a una fuente antigua. El problema es que está sellada. Mis magos no han podido romper el bloqueo. Si tú me ayudas a abrir la entrada, te daré el diez por ciento de lo adquirido.

Malik dejó escapar una risa baja y burlona.

—La torre no interfiere en los asuntos privados de los emperadores.

—Esto no es un asunto privado. Es un negocio —insistió Cristian, con un deje de impaciencia.

—Sería un negocio si yo me quedara con el sesenta por ciento y usted con el cuarenta —replicó Malik, entrecerrando los ojos—. Después de todo, yo haría todo el trabajo y usted solo miraría. Además, si el sello es tan fuerte, solo puede significar dos cosas: o fue sellado por un pacto de sangre o por un espíritu protector. En ambos casos, romperlo me debilitaría seriamente. Solo lo haría por una recompensa acorde, y diez por ciento no lo es.

Cristian se levantó bruscamente.

—¿Estás loco? Me habían dicho que eras razonable en los negocios, pero esto...

—Entonces siga intentando con sus propios magos —interrumpió Malik con desdén—. Como verá, no necesito lo que me ofrece.

—¿Sabes quién soy y lo que puedo hacerte a ti y a tu torre?

En ese instante, el aire pareció desaparecer de la sala. Cristian comenzó a jadear, llevándose una mano al cuello. Malik, sin moverse de su asiento, lo observó con una sonrisa helada.

—No, majestad. Quien vino a amenazarme sin saber con quién trata es usted. Será mejor que se marche y no intente nada contra la torre ni contra mis magos. Porque si me entero de que ha movido un solo dedo contra ellos, no tendré piedad. Acabaré con usted... y con toda su estirpe. ¿Ha quedado claro?

Los ojos de Malik brillaban con un fulgor psicópata, su rostro desprovisto de cualquier humanidad. El emperador, tembloroso, asintió con dificultad. Solo entonces el mago le permitió respirar con normalidad.

Al recuperar el aliento, Cristian dio unos pasos hacia atrás. Malik, con una sonrisa ahora casi dulce, agregó:

—Qué bueno que nos entendamos, majestad. Ahora puede irse. Vuelva cuando quiera... con una mejor oferta.

Sin decir una palabra más, el emperador salió apresurado de la torre. En cuanto la puerta se cerró, la sonrisa de Malik desapareció. Caminó hacia la ventana y murmuró:

—Odio a los abusivos... ¿Diez por ciento? Ja.

***

Diez años después…

En el campo de entrenamiento de la torre, una joven de cabellos negro como como la noche y ojos rojos como el rubí se movía con agilidad sobrehumana. Su nombre era Lara, y era un torbellino imparable en combate. Siete magos intentaban enfrentarla al mismo tiempo, pero ninguno lograba ni tocarla.

Desde la ventana de su oficina, Malik la observaba con orgullo. Había crecido. Había sobrevivido. Y estaba lista.

—Ve a buscarla, dile que venga a verme —ordenó al discípulo que lo asistía.

—De acuerdo, maestro —respondió Lion, quien salió inmediatamente.

En el campo, Lara reía mientras apuntaba su espada de entrenamiento a uno de los magos que yacía en el suelo.

—¿Alguien más quiere probar suerte?

—Lara… —llamó Lion, acercándose con cautela.

—¿Lion? ¿Vienes por otra paliza?

—¿Qué? No, vine a buscarte. El maestro quiere hablar contigo. Además nunca me has ganado.

—¿Cuándo te he ganado? ¿Quieres que te lo recuerde?

—Cállate y sígueme —dijo él, medio sonrojado.

Lara soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro antes de seguirlo.

—Está bien, solo bromeaba.

Al llegar a la oficina, Malik levantó la mirada.

—Retírate, Lion. Hablaré solo con ella.

El joven salió, desconcertado. Lara se sentó con gesto relajado, aunque su instinto le decía que algo no estaba bien.

—¿Qué sucede? ¿Por qué tan serio?

—Es momento de que te vayas —dijo Malik sin rodeos.

Lara dejó de sonreír. Hubo un largo silencio.

—¿Por qué?

—¿Ya olvidaste nuestro trato? Te protegería hasta que dejaras de estar en peligro. Ese momento ha llegado. Te he entrenado, te he enseñado a defenderte. Ahora tienes algo que hacer. Es momento de que tomes el lugar que te corresponde.

Lara bajó la mirada, y en sus ojos apareció la sombra de otra alma. La promesa que le había hecho a la verdadera dueña de ese cuerpo aún vivía en su corazón.

—Tienes razón —dijo en voz baja—. Olvidé por un momento mi promesa.

—¿Tomarás venganza por lo que pasó con tu familia?

—Eso haré. Gracias por...

Malik se acercó a ella, puso una mano en su mejilla y dijo con voz suave:

—La torre no puede interferir en los asuntos de los emperadores... pero tú no eres un asunto. Eres mi amiga. Si me pides ayuda, iré por ti hasta el fin del mundo.

Lara sonrió con tristeza, apoyó su mano sobre la de él y murmuró:

—Jamás te pediría algo así. Ya te debo demasiado. Es más importante que sigas cuidando de todos ellos.

Iba a soltar su mano, pero Malik la sostuvo con firmeza. Sus ojos se encontraron. Él preguntó:

—¿Si pruebo tus labios, te enojarás?

Lara lo miró en silencio y respondió:

—No lo sé. Primero deberías probarlos.

Malik no dudó. La besó con suavidad, pero con una profundidad que hablaba de todo lo no dicho entre ellos. Cuando se separaron, ella acarició su rostro con ternura.

—Recogeré mis cosas y me iré. No soy capaz de despedirme... así que hazlo por mí.

Se levantó y salió sin mirar atrás.

Malik la siguió con la mirada, sin decir palabra. Una vez que la puerta se cerró, murmuró:

—Buena suerte… princesa de Ungalos.

Luego se volvió hacia su escritorio, con el corazón apretado, y volvió al trabajo. Pero sabía que nada volvería a ser igual.

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