TOKI TOKI: Telo Seli
Episodio: 1
Dos caminos.
Uno mira al frente. El otro también.
No se saludan. No hace falta.
Están hechos para chocar.
Como siempre fue.
Se ven.
El fuego no baja la mirada.
El agua no parpadea.
No se odian.
Pero ninguno piensa dar un paso atrás.
El agua espera. Se adapta. Sabe lo que viene. Piensa en todo. Se calla todo.
Parece en paz. Pero está listo.
El fuego no descansa. No quiere pensar. Solo quiere que llegue el momento.
No hay buenos.
No hay malos.
Hay dos formas de enfrentar al mundo.
Y hoy, se cruzan.
En un bosque envuelto en niebla espesa, reina el silencio. Solo el suelo mojado muestra una huella fresca y una rama rota caída. Se percibe una presencia inminente, una tensión en el aire como si alguien estuviera acercándose.
Telo
«mi wile ala utala.»
"Mi intención no es pelear."
Seli
«Mi wile ala sona e wile sina. Utala li lon.»
“No quiero conocer tus intenciones. La pelea es un hecho.”
Telo medita, sentado en posición de loto sobre una roca en medio del río calmado, con los ojos cerrados. Sin embargo, en la superficie del agua se refleja, distorsionada, la imagen de Seli, aunque no esté allí realmente. Eso hace que abra un ojo, alerta y consciente del peligro
cercano.
Telo
(«Kule suno li awen lon poka. Ona li alasa mi. Mi wile pana e lukin.»)
(“El fuego está cerca. Me sigue asechando. Debo estar atento.”)
Su serenidad es profunda, pero sabe que la batalla se acerca. El agua fluye lentamente a su alrededor y una ligera niebla flota cerca.
En un claro, Seli practica cortes rápidos al aire con su daga curva. Su cabello en llamas se agita, mientras hojas y brasas vuelan alrededor. Cada movimiento refleja su enojo y frustración contenida.
Seli
«<susurrando> mi wile kama pona. mi wile suli. mi wile sike kepeken seli.»
“Quiero ser mejor. Quiero ser grande. Quiero fluir con el fuego.”
Al terminar, deja caer fósforos quemados al suelo con la mano temblorosa. La daga está clavada en la tierra, rodeada de cenizas. Está agotado, pero su obsesión por fortalecerse lo mantiene firme.
Frente a frente, en ruinas antiguas, Seli levanta su daga con furia. Telo permanece tranquilo, inclinando levemente la cabeza. El aire se carga de respeto y tensión; la batalla está por comenzar.
Telo
«utala li lon ala mi.»
"La pelea no está en mí."
Seli
«sina wile toki la toki. taso jan wawa li toki kepeken utala.»
“Si querés hablar, hablá. Pero los fuertes hablan con los puños.”
Sus sombras proyectadas en el suelo casi se tocan, pero no se mezclan. La silueta ardiente tiene bordes como llamas, la de Telo es suave y ondulante. Solo sus pies son visibles. Un instante de equilibrio antes del combate.
Seli ataca, su daga envuelta en energía. Telo esquiva con movimientos fluidos, como olas deslizándose con el viento. El choque es fuerte y rápido, una danza de fuego y agua.
El enfrentamiento termina sin palabras. Telo se aleja, caminando hacia un lago tranquilo, sin prisa. Seli lo sigue, daga en alto, sin rendirse. Sus reflejos se cruzan en el agua, distorsionados por las ondas. La calma del paisaje contrasta con la tensión que permanece. No hay tregua, solo una pausa.
Seli
«tenpo pini li kama sin.»
"El fin es un nuevo comienzo."
Telo
«pini li pini. mun li awen. suno o utala ala e tenpo.»
“El fin es fin. La luna permanece. Que el sol no desafíe al tiempo.”
La niebla vuelve a apoderarse del bosque. El lago, antes agitado, yace inmóvil, cubierto por un manto blanco que apenas deja distinguir la orilla. Todo parece suspendido, como si el mundo contuviera la respiración. En el centro, las últimas ondas se disipan en círculos perfectos.
Ya no hay figuras en la superficie, solo reflejos deformes que se resisten a desaparecer.
En la orilla, Seli permanece de pie. Su daga, aún empuñada, cuelga baja, empapada por la bruma. Sus ojos han dejado de arder en furia y ahora contemplan el agua con asombro y respeto. El talismán de llamas que flotaba junto a él parpadea débilmente, sin chispa, como si reconociera que la lucha ha terminado… o que apenas comienza.
Al otro lado, donde antes resonaban los golpes de bastones de madera, Telo ha desaparecido. No huye, ni muestra señales de derrota; su partida es silenciosa y calculada, como una sombra que se funde con el lago. Se aleja por elección, no por obligación.
El lago en calma refleja un cielo encapotado. A lo lejos, una llama vacilante brilla por última vez. Bajo el agua, una burbuja asciende… y desaparece.
El conflicto no ha terminado.
Episodio: 1.1
Camina como si el suelo no doliera. Cada paso levanta una brisa mínima de polvo gris que no llega a volar. La tierra está resquebrajada, sedienta, como si hubiera olvidado el agua.
A los costados, lo que queda de estructuras: columnas vencidas, techos caídos que parecen espaldas rotas. Nada se mantiene en pie, pero tampoco cae del todo. El humo cuelga del cielo como un techo que no termina de cerrarse.
Su túnica, rasgada en los bordes, se mueve apenas, aunque el aire esté quieto. El cabello, endurecido por la ceniza, perdió su brillo pero no su forma.
A su lado flota una llama fina, sostenida por un fragmento de papel que no arde. No da luz ni calor. Solo permanece, como un testigo que no interrumpe.
No corre, no busca, no duda. Avanza con la daga baja, sin urgencia. Como si ya supiera a dónde lleva el camino, aunque no haya camino. Como si todo lo que tenía que romperse ya se hubiese roto por dentro.
Seli
(«mi lon, taso mi awen ala.»)
("Estoy aquí, pero no puedo quedarme.")
El silencio no es total, pero lo parece. Lo que queda de la aldea respira apenas: ceniza que se desplaza como si dudara de moverse, piedras que todavía guardan el calor de algo que ardió demasiado.
Se detiene frente a un muro medio caído. No hay nada especial en él, salvo una piedra baja con marcas. Pasa los dedos por encima, como si limpiar fuera un gesto antiguo, aprendido de alguien que ya no está. Bajo la capa gris, los símbolos se asoman, gastados pero tercos. No sabe qué dicen, pero los mira como si pudieran contestarle.
A los lados, sombras finas cruzan entre los restos: no del todo personas, no del todo humo. Solo pasajes breves, como si algo del pasado se negara a quedarse quieto.
No pregunta. No espera. Solo observa.
La daga en su espalda no brilla, no amenaza, no protege. Solo está ahí. Como todo lo demás.
Seli
«<en voz baja> tomo mi li pini. taso mi wile sona.»
"Mi hogar terminó. Pero quiero recordar."
El niño corre.
No sabe si escapa o si simplemente no puede quedarse quieto.
Sus pasos no eligen: huyen por él.
Las casas se derrumban como cuerpos rendidos.
Las llamas no gritan: muerden.
La tierra tiembla con cada crujido de lo que fue un hogar.
El aire está vivo, pero no respira.
Llora.
No porque quiera.
Llora porque el cuerpo recuerda lo que el alma aún no acepta.
Detrás, su madre alarga una mano que ya no alcanza.
El fuego la abraza como si fuera suya desde siempre.
No grita su nombre. Solo lo mira. Y eso basta.
Él no se detiene.
No porque no la ame.
Sino porque ella se lo pidió sin palabras.
Corre con una daga pequeña.
No sabe usarla, pero la aprieta.
No para defenderse.
Sino para no soltar lo último que le queda.
Las lágrimas caen. No suavizan nada.
Son parte del fuego ahora.
La cueva lo traga, piedra tras piedra, sombra tras sombra.
Seli está en cuclillas.
No corre. No grita.
Solo mira.
Una llama brota de su mano como si recordara algo que él aún no puede nombrar.
Es pequeña.
Frágil.
Pero no duda.
El fuego no ruge aquí.
Susurra.
Lo observa a él como si esperara una decisión.
Su rostro está cansado, más de dentro que de fuera.
El temblor en sus dedos no es de miedo, sino de saber.
Sabe que eso —esa chispa— también lo vio todo.
Que quemó.
Que quedó.
Que sigue.
Y ahora lo acompaña, aunque él no lo haya invitado.
El cielo ruge.
La lluvia cae como si quisiera borrar el mundo.
Y sin embargo, el fuego arde.
Un círculo de llamas lo rodea.
¿Lo protege? ¿Lo encierra?
No lo sabe.
El anciano se acerca, paso lento, bastón firme.
No teme al fuego.
Tampoco lo evita.
Lo entiende.
El niño aún aprieta la daga.
Como si al soltarla, soltara todo.
Dentro, el temblor persiste.
Pero algo se ha detenido.
El anciano le extiende un pergamino.
Su mirada no busca consolar.
Solo dice la verdad.
Anciano
«suno li wawa li moli, taso sina wile lukin ala e ni.»
"El fuego quema y destruye, pero no puedes negarlo."
La mano se alza.
Toma lo ofrecido.
No con esperanza.
Con decisión.
La tormenta no apaga las llamas.
Solo las vuelve más nítidas.
Y por primera vez, no retrocede.
El pergamino ya no está en su mano.
Ahora es la daga la que brilla, curva, firme.
El viento corta la noche, pero no más que su mirada.
La luna lo observa desde lo alto, inmensa, silenciosa.
No hay fuego a su alrededor. Solo dentro.
Y late. Y arde.
Seli entrena al filo del abismo.
Cada paso es control.
Cada giro, contención.
Cada golpe, una respuesta a algo que aún no ha dicho.
El acantilado no lo amenaza.
Lo espera.
Y él no tiembla.
Seli
«<en voz baja> mi wile utala e suno, taso suno li insa mi.»
"Quiero pelear con el fuego, pero está dentro de mí."
La daga descansa.
El cuerpo también.
Pero en los ojos, algo sigue ardiendo.
Frente al fuego, en silencio.
La tormenta ruge allá afuera, lanzando ceniza como si quisiera tapar el cielo.
Adentro, todo es más simple: madera, piedra, brasas.
No tiembla.
No huye.
Solo observa.
Como si por fin pudiera mirar el fuego sin miedo.
El humo se enrosca en el aire como antiguos pensamientos.
Ya no queman.
Solo pasan.
Seli
«<bajo, casi un suspiro> tenpo pini li toki, taso mi lukin e suno sin.»
"El pasado habla, pero yo busco un nuevo sol."
El viento ya no ruge.
Solo respira.
El cielo, todavía cubierto, se abre en una grieta de luz.
No es claridad plena, pero basta.
De pie sobre la tierra agrietada, la silueta se recorta contra el horizonte.
No es la de un niño que huye, sino la de alguien que ha dejado de mirar atrás.
El pergamino, aún en su mano,
no pesa como antes.
Ya no es una promesa, ni una carga.
Es lo que eligió conservar.
Su túnica, rota y chamuscada, no oculta lo que arde por dentro.
Pero ahora, ese fuego no lo quema.
Lo sostiene.
Da un paso.
No hacia el sol, sino hacia sí mismo.
Seli
«<voz firme, sin prisa> suno li insa mi. mi ken awen»
"El fuego está dentro. Yo decido quedarme."
El desierto, que fue prueba, ahora es inicio.
Ya no es ceniza.
Es hogar posible.
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