El silencio en la sala era casi sofocante.
La araña de cristal pendía sobre las cabezas como una cuchilla a punto de caer. Alfombras persas cubrían el suelo de mármol frío, y el olor a cigarro quemado se mezclaba con el aroma amargo del miedo.
Demitre Petrov, con apenas ocho años, estaba de pie al lado de su padre, intentando parecer fuerte. El maxilar tenso, los ojos verdes fijos en el hombre que estaba al frente de la larga mesa de roble macizo.
Al otro lado, sentado como un emperador en su trono, Ivan Mikhailov, el Dom supremo de la mafia rusa, encaraba a Vladimir Petrov con la frialdad de un juez ante un condenado. A su lado, con la postura rígida y la mirada afilada como una cuchilla, estaba Alexei Mikhailov, su hijo único — con dieciocho años, y ya tan letal como el padre.
La tensión era palpable. ¿El motivo? Una traición. Una movilización de armas sin autorización, que había puesto en riesgo el pacto entre las familias.
—Tu error casi nos cuesta la guerra, Vladimir — dijo Ivan, en ruso lento y venenoso. — Pero... no soy un hombre sin misericordia.
Vladimir bajó la cabeza, avergonzado. Su esposa, Elena, sostenía en brazos a la pequeña Aline, entonces con pocos meses de vida. El aire era pesado, y cada palabra parecía sellar destinos.
—En vez de sangre... quiero lealtad — continuó Ivan, antes de levantar la barbilla hacia el bebé. — Su hija... será prometida a mi hijo. Cuando llegue el tiempo, el matrimonio unirá nuestras familias. Una alianza eterna.
Demitre dio un paso adelante, sin pensar.
—¡Ella no es moneda de cambio! — gritó, la voz fina por la edad, pero cargada de coraje.
Un silencio sepulcral cayó sobre la sala.
Todos miraron al chico. Pero lo que nadie percibió fue que Alexei no apartaba los ojos de Demitre. El niño estaba pálido, nervioso... pero desafiante. Había algo en él. Algo raro. Algo... adictivo.
Ivan se rió con ganas, y dijo:
—Interesante. Tienes coraje, chico.
Pero Alexei se adelantó, finalmente hablando:
—Deje que el acuerdo se mantenga. Pero yo elijo esperar. — Sus ojos se clavaron en Demitre. — Hasta que crezca.
Ivan lo miró de lado, curioso.
—¿Quieres a la niña?
—No. — Una sonrisa discreta surgió en los labios de Alexei. — Quiero al hermano.
El silencio volvió, esta vez más helado.
Vladimir abrió los ojos desmesuradamente. Elena apretó a la hija en el regazo. Demitre... no entendió. No completamente. Pero el escalofrío en su nuca le dijo todo: aquel joven hombre, con los ojos de depredador y la calma de un rey, acababa de marcar su destino.
Y Alexei pensó consigo mismo:
"Serás mío. Aunque tenga que destruir el mundo para ello."
El silencio que siguió fue pesado, cargado con algo mucho más profundo que un simple acuerdo. Demitre sentía el peso de aquellas palabras resonando en su mente, pero no conseguía procesar completamente lo que estaba sucediendo. Él sabía que aquel encuentro cambiaría el destino de su hermana, pero algo más le inquietaba. Algo relacionado con aquel hombre, Alexei Mikhailov, cuyos ojos no lo soltaban ni por un segundo.
Alexei permaneció en silencio, los ojos fijos en el joven Demitre, observando cada respiración, cada pequeño movimiento que él hacía. El chico era bonito, pero más que eso, era salvaje — una llama incontrolable en un mundo donde las llamas se apagan rápidamente. Era algo que Alexei deseaba.
Cuando la reunión terminó, las familias se separaron, pero el impacto de aquel encuentro jamás sería olvidado. Aline, aún un bebé en los brazos de su madre, era inocente, no comprendía nada. Pero para Demitre, la promesa hecha a su padre, de proteger a su hermana, nunca tuvo tanto peso. Aline no debería ser forzada a casarse con un hombre que ni siquiera conocía, y mucho menos con Alexei.
Poco a poco, las semanas pasaron, pero Demitre no conseguía quitar aquella escena de la cabeza. La frase de Alexei, dicha como si fuera la cosa más natural del mundo, aún resonaba en sus oídos.
"Quiero al hermano."
Era extraño. Pero, al mismo tiempo, había algo en Alexei Mikhailov que lo perturbaba. Un deseo que quemaba, una mirada posesiva y tan cargada de intenciones que Demitre se sentía incómodo incluso en su propia piel. Él intentó ignorar, continuar su vida como siempre había hecho, pero el peso de la promesa que su padre había hecho a la familia Mikhailov pesaba en sus hombros.
Alexei Mikhailov sabía lo que quería. Y lo que él quería estaba en la misma casa que él, en la forma de un joven impetuoso y lleno de odio — pero también de un deseo que él mal entendía.
Mientras tanto, Ivan Mikhailov, el verdadero líder de la mafia rusa, se retiraba de la escena, cierto de que el pacto estaba firmado. La pequeña Aline sería la llave para la alianza, mientras que Demitre… Demitre, él sabía, era la única cosa que Alexei deseaba ahora. E Ivan tenía plena confianza de que Alexei sabría cómo manipular el destino de la familia Petrov, sin que nadie supiera la verdadera extensión de sus intenciones.
Pero Alexei tenía un juego propio en mente. Un juego que, para él, parecía mucho más personal.
Cinco años después…
La casa de los Petrov estaba silenciosa por la noche. Demitre ya no era más el niño de ocho años. Él ahora tenía 13, más maduro, más fuerte, y más consciente de la tela de mentiras que envolvía a su familia. Él sabía que cada día que pasaba, el casamiento de Aline con Alexei parecía más próximo. Y eso lo incomodaba profundamente.
Aquella noche, él estaba en su cuarto, la mirada fija en la ventana, como si esperara algo. Sabía que Alexei Mikhailov estaba por cerca, que en algún momento él tendría que enfrentar al hombre que ya se sentía su destino, pero la rabia y el miedo lo impedían de actuar.
Fue cuando él oyó el sonido de la puerta de su cuarto abriéndose lentamente.
Era Alexei, ahora con 23 años, más imponente, más experimentado. Él había crecido en todos los sentidos — físico, emocional y, claro, en su obsesión.
— Demitre… — su voz grave cortó el silencio de la noche, y el simple sonido de su nombre viniendo de Alexei hizo el corazón de Demitre acelerar.
Alexei se aproximó lentamente, la sombra de él proyectada por la luz flaca del corredor iluminaba el rostro inexpresivo.
— No eres más un niño, ¿no es cierto? — dijo Alexei, con una sonrisa sutil, pero cargada de una intimidad forzada.
Demitre no sabía lo que decir. Sus manos estaban sudadas, y él se mantuvo firme, incluso delante de aquella presencia avasalladora.
— ¿Qué quieres de mí, Alexei? — la pregunta salió más dura de lo que él pretendía, pero Alexei parecía apenas divertirse con la tensión en el aire.
— Lo que yo siempre quise — respondió él calmadamente. — Tú. Pero necesito que entiendas que no estoy jugando contigo como haces con los otros. Yo espero.
Las palabras de Alexei sonaron como una amenaza disfrazada de promesa. Algo en su tono… un tipo de certeza, que no dejó margen para duda. Demitre sintió un escalofrío recorrer su espina.
El juego estaba comenzando. Y Alexei no estaba más dispuesto a esperar. Él no esperaría más.
Demitre sabía que, de ahora en adelante, su vida nunca más sería la misma.
El Lobo en la Puerta
Los años habían pasado como un susurro helado.
Ahora con 26 años, Demitre Petrov era un hombre.
Cabellos oscuros y rebeldes caían sobre sus ojos verdes, heredados de la madre. El cuerpo, forjado en entrenamientos de combate y disciplina mafiosa, exhalaba fuerza y postura. Pero había algo más… algo invisible a los ojos: odio silencioso, miedo disfrazado y un deseo que él se rehusaba a nombrar.
A cada año, la presencia de Alexei Mikhailov volvía a su vida como una sombra que nunca partía.
Él decía que esperaría.
Y esperó.
Pero nunca se alejó.
Y en aquella noche lluviosa, al retornar a la mansión de los Petrov después de una reunión con aliados de la familia, Demitre lo vio. De nuevo.
Alexei, ahora con 36 años, aguardaba en el vestíbulo principal, como si fuese el verdadero dueño de la casa. Impecable en el traje oscuro, el cabello peinado hacia atrás, los ojos azul-grisáceos clavados en él con la misma mirada de posesión que cargaba desde que Demitre era apenas un chico.
—Has crecido bien —dijo Alexei con la voz ronca, grave, arrastrando cada palabra como un toque íntimo.
—Aún actúas como si me tuvieras en las manos —respondió Demitre, pasando directo por él.
Pero Alexei dio un paso adelante, interceptándolo con la mano firme en el brazo.
El toque quemó.
Demitre se congeló.
—No actúes como si no sintieras también, Demitre. —La voz de él era baja, ronca, casi cariñosa—. La única diferencia entre nosotros es que yo nunca negué lo que quiero.
Demitre se alejó, la mandíbula trabada.
—Lo que tú quieres es control. Obsesión. Tú nunca quisiste a Aline. Siempre fui yo, ¿no es así? Desde niño.
Alexei sonrió de lado, los ojos brillando como los de un predador delante de la presa que finalmente percibió que está cercada.
—Yo nunca escondí eso. Solo estaba esperando el momento cierto. Y ahora él llegó.
Más tarde aquella noche, Demitre entró en la biblioteca de la mansión, aún con la respiración pesada. Él no quería admitir, pero estaba temblando por dentro. Alexei siempre tuvo aquel poder sobre él. No era solo miedo. Era algo más… perversamente íntimo. Algo que lo confundía.
Fue cuando oyó pasos.
—¿Estás huyendo de mí? —Alexei cerró la puerta atrás de sí.
—Me persigues como un maldito lobo, Alexei. —La voz de Demitre era un susurro rabioso.
Alexei se aproximó, despacio.
El silencio entre ellos era como un campo próximo a explotar.
—Tal vez sea eso mismo. Un lobo. Y tú, mi veneno favorito. —Él paró tan cerca que Demitre podía sentir su respiración—. Tú nunca perteneciste a este mundo, Demitre. Pero yo… puedo enseñarte a reinar en él.
—¿Y a cambio? —Demitre desafía, incluso con el corazón descompasado.
—A cambio… —Alexei apoyó los dedos en el mentón de Demitre, elevando levemente su rostro—. Tú te entregas a mí. Cuerpo, alma… y odio. Quiero todo.
Demitre quedó inmóvil por un segundo. El toque era firme, cariñoso… y terrible.
Pero antes que pudiese responder, la puerta se abrió bruscamente.
Vladimir Petrov, el padre de Demitre, entró con la mirada de un hombre que acababa de oír más de lo que debía.
—Retira las manos de mi hijo, Alexei.
El Don ruso retrocedió un paso, pero mantuvo la postura calma.
—Su hijo ya es un hombre. Y un hombre toma decisiones.
—Esa no es elección de él, es manipulación. —Vladimir gruñó—. El pacto era por Aline, no por él.
Alexei lo encaró con desdén.
—Aline siempre fue solo una cortina. Mi verdadero blanco siempre fue su chico. Y ahora… está en la hora de parar de fingir lo contrario.
La tensión en la sala era insoportable.
Demitre sentía como si estuviese en el centro de un campo minado.
Su padre. Su hermana. El pacto.
Y aquel hombre que, de alguna forma, él no conseguía odiar completamente.
Aquella noche, mientras todos dormían, Demitre encaraba el techo de su cuarto, los labios aún trémulos con lo que casi aconteció en la biblioteca.
Alexei no era solo un mafioso.
Era el caos que el mundo de Demitre necesitaba para desmoronar.
Y tal vez… en el fondo… él quisiese caer.
La Ruptura del Silencio
Aline Petrov siempre supo que algo andaba mal.
Desde pequeña, se sentía como una pieza en un juego que no entendía. Las sonrisas forzadas, las miradas tensas de sus padres, y el modo en que Demitre la defendía con una ferocidad que rayaba en la desesperación. Pero ahora, a los 18 años, ella comenzaba a ver más allá de la cortina.
Principalmente después de oír el nombre Alexei Mikhailov repetido tantas veces por los corredores de la mansión.
Aquella mañana, encontró a Demitre solo en el jardín, la mirada perdida entre las flores rojas que ella misma había plantado años atrás.
—¿Vas a seguir ocultándome la verdad? —preguntó, firme.
Demitre cerró los ojos por un segundo, como si el mundo estuviese a punto de derrumbarse. Se giró despacio.
—Aline…
—¿Crees que soy una niña? ¿Crees que no me he dado cuenta de que todo el mundo actúa como si estuviese a punto de ser vendida?
Él respiró hondo, los puños cerrándose involuntariamente.
—No es venta. Fue un pacto. Hecho cuando aún eras bebé. Por algo que nuestro padre hizo… una traición.
Aline tambaleó un paso hacia atrás.
—¿Un pacto? ¿De matrimonio?
Demitre asintió, tragando saliva.
—Con Alexei Mikhailov.
Ella quedó en silencio por algunos instantes. Y entonces, con la voz más baja:
—Pero tú no quieres que ese matrimonio ocurra, ¿verdad?
Demitre la encaró. Allí estaba la niña que él juró proteger con su vida.
—No, Aline. Yo nunca quise. Y voy a destruir ese pacto, aunque tenga que enfrentarlo a él.
—¿Por qué? —La pregunta de ella fue suave, pero certera—. ¿Es solo por mí?
Demitre se estremeció. Ella lo sabía. Tal vez siempre lo supo. Lo que sus ojos nunca dijeron, lo que su boca siempre calló.
Aquella misma noche, el salón de reuniones de los Petrov estaba en silencio.
Vladimir había convocado un encuentro con los Mikhailov. Los dos patriarcas frente a frente. Un juego de palabras que escondía amenazas, alianzas y años de secretos enterrados.
Alexei entró tarde, como siempre, como si el tiempo lo sirviese. Usaba un sobretodo negro y una sonrisa lenta que solo él conseguía transformar en arma.
—Buenas noches, Vladimir. Demitre. —Su mirada se posó por fin en Aline, al fondo—. Y finalmente… la novia.
Ella desvió la mirada, tensa.
Demitre se puso de pie.
—Vamos a acabar con esta farsa.
Ivan Mikhailov arqueó una ceja.
—Cuidado con tus palabras, muchacho.
—Yo dije lo que dije. Aline no se va a casar con nadie. Este pacto fue hecho con base en una deuda antigua. Ya pagamos con años de servidumbre y silencio. Basta.
Alexei se mantuvo calmo, pero había furia en sus ojos.
—Tú no tienes autoridad para deshacer eso.
—Y tú no quieres a mi hermana. Nunca quisiste. —Demitre avanzó un paso—. Siempre fue por mí. Desde aquel día. Desde que yo tenía ocho años y tú me miraste como si me hubieses escogido.
El silencio cayó como una tempestad.
Aline abrió los ojos desmesuradamente. Vladimir cerró los puños.
Y Alexei… sonrió.
—Finalmente. —Su voz era como veneno dulce—. Lo dijiste en voz alta.
—No me estoy ofreciendo —gruñó Demitre—. Te estoy enfrentando. Y si quieres destruirme por eso, entonces ven. Pero deja a Aline fuera de esto.
Ivan Mikhailov se levantó, exasperado.
—¡Basta! ¡Están transformando un acuerdo de familias en una novela de cama! Alexei, tú me prometiste que cumplirías el pacto.
Alexei no desvió los ojos de Demitre.
—Yo mentí. La niña nunca me interesó. Yo solo acepté para estar cerca. Esperando el momento en que él… —apuntó a Demitre— se volviese mío. Voluntariamente.
Vladimir avanzó contra Alexei, pero fue impedido por los guardias que surgieron rápidamente.
La tensión había explotado. El pacto ahora estaba en pedazos.
Y en medio de todo eso, Demitre temblaba por dentro, no de miedo… sino de otra cosa.
Porque en el fondo, una parte de él quería saber hasta dónde Alexei iría para tenerlo.
Y peor… hasta dónde él mismo iría para no ser de nadie.
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