...Hola, mis queridos lectores. Hoy les traigo una nueva aventura y espero que les guste. Agradezco de antemano su apoyo dejando sus comentarios y dándole "like" a cada capítulo. Juntos, podremos construir un escenario que sea del agrado de todos....
Soy Sandra Mehias, una mujer de cuarenta años que se siente afortunada de estar casada con Fabriccio Berlusconi. Quien a pesar de sus cuarenta y cinco años, su atractivo sigue intacto, como el primer día que lo vi.
Mis ojos son café y mi piel es blanca. Tengo el cabello castaño oscuro y una estatura promedio. A pesar de ser madre de dos hijos adolescentes, mi figura sigue siendo motivo de admiración.
Fabriccio, por su parte, es mucho más alto que yo. Su cabello negro, salpicado de algunas canas, le otorga un encanto maduro que solo realza su atractivo. Sus ojos, del mismo color que su cabello, y su cuerpo bien trabajado lo convierten en un verdadero adonis. Sabe que puede cautivar a quien desee, pero tengo la certeza de que solo tiene ojos para mí.
Hoy es un día especial: celebramos nuestro aniversario de bodas. Mientras me arreglo para la recepción que organizamos en casa con algunos amigos cercanos, no puedo evitar sentirme emocionada por los momentos compartidos.
Mi hija entró a mi habitación con una gran sonrisa. "¡Te ves hermosa, mami!" dijo dulcemente.
"Gracias, hija, pero aquí la única hermosa eres tú, mi ángel," respondí acariciando su delicado rostro.
"Tú y papá son tan felices; se podría decir que son la pareja perfecta."
"No existe la perfección, hija. Tu papá y yo solo nos amamos y hemos tratado de darles una familia unida."
Continuamos hablando un rato más antes de salir a recibir a los invitados. Al mirar mi reloj, me extrañó que Fabriccio no hubiera llegado; él nunca había llegado tarde a ningún aniversario. Sin embargo, no quería preocupar a mi hija. Con una sonrisa en el rostro, tomé su mano y salimos a recibir a los invitados. Mi hijo menor ya estaba en la sala recibiendo a los pocos amigos que habían llegado.
"Sandra, te ves hermosa," dijo Amelia, mi mejor amiga, al acercarse para saludarme.
"Gracias, Amelia. Tú también te ves increíble," respondí sonriente.
"Al que no veo es al mal humorado de tu marido. Debe estar muy ocupado para no estar aquí contigo en un momento tan especial." A mi amiga nunca le había caído bien Fabriccio; siempre me decía que había algo en él que no la convencía del todo. Aunque yo creía que no le perdonaba el hecho de que él me hubiera convertido en una 'muñeca de aparador'.
"Deja de pensar mal de mi esposo. Sabes que él es muy trabajador y seguro algo se le presentó," dije tratando de justificarlo.
"A lo mejor tienes razón, pero sabes que no me agrada mucho. Nunca te he ocultado lo que pienso." Amanda era muy honesta; demasiado para mi gusto, pero así era ella.
Los invitados comenzaron a llegar y ahí estaba yo sola recibiendo a cada uno de ellos junto a mis hijos, quienes pronto preguntaron por su papá. Al ver que el tiempo seguía pasando sin noticias de Fabriccio decidí llamarlo; mi preocupación aumentó al no recibir respuesta alguna. Con el teléfono en la mano caminaba de un lado a otro tratando de disimular mi inquietud.
Los padres de Fabriccio llegaron algo tarde al evento, eran personas mayores, pero que aún mantenían impecables. "Sandra, querida tan hermosa como siempre", saludo mi suegra, aunque sabía que era por hipocresía, ya que esa señora nunca me quiso.
"Gracias, señora Beatriz. Usted siempre tan amable", respondí por educación.
Mis hijos al ver a sus abuelos corrieron hasta ellos para abrazarlos. "Mis nietos queridos, cada día se parecen más a su padre", comentó Francesco el padre de mi esposo y por desgracia mi suegro.
"También nos parecemos a nuestra madre", respondió Mariale: mi hija.
"Pero no hay dudas que más te pareces a los Berlusconi", intervino mi querida suegra.
"Niños vayan a hablar con los hijos de Amanda, esta no es una reunión adecuada para dos adolescentes". Aleje a mis hijos de esos dos personajes que siempre han tratado de alejarme de mis hijos.
"No seas mal educada, mis nietos solo quieren pasar tiempo con nosotros, así que deja que estén aquí", respondió Francesco con tono autoritario.
"Estoy en mi fiesta de aniversario, así que no voy a discutir con ustedes. Maria Alejandra, Iker vayan con sus amigos". Dije con firmeza y determinación.
Mis suegros no volvieron a intervenir y simplemente se fueron a seguir hablando con algunos invitados. Mientras yo seguía preocupada por Fabriccio, ya que no me contestaba las llamadas y la noche seguía avanzando.
Salí al jardín a tomar un poco de aire fresco para poder despejar la mente y fue entonces cuando recibí una llamada, al ver el identificador me doy cuenta de que era un número desconocido. "Buenas noches, ¿con quién tengo el gusto?", respondí tranquilamente.
"Buenas noches. ¿Nos estamos comunicando con la señora de Berlusconi?", pregunto la persona al otro lado de la línea.
"Sí, con ella habla. ¿Con quién tengo el gusto?" Pregunté con sigilo.
"Le estamos hablando de la clínica del centro para informarle que el señor Berlusconi tuvo un accidente y necesitamos que venga un familiar", al escuchar la palabra accidente la cabeza me empezó a dar vueltas.
"¿Cómo que un accidente? ¿Mi esposo se encuentra bien?" Pregunte alterada.
"Lo siento señora, pero no puedo darle información por teléfono. La esperamos a la brevedad posible". Indico la mujer muy amablemente antes de colgar.
Por mi parte sali corriendo a buscar a mi amiga Amanda para que me acompañará a la clínica. Me toco ser fuerte para no demostrarle a mis hijos lo que estaba pasando. Amanda me ayufona salir de la casa de tal manera que nadie se dio cuenta de que iba a salir. Amanda al ver mi estado me quito las llaves del auto co diciendo a toda velocidad para llegar rápido a la clínica. El corazón me latía muy rápido presintiendo lo peor.
Luego de un par de minutos, llegamos a la clínica. Estaba tan asustada que mis piernas apenas me permitían avanzar con rapidez. Al llegar a la recepción, me acerqué a la joven que estaba sentada revisando algo en la computadora.
"Buenas noches, señorita. Soy Sandra Mehias, la esposa del señor Fabriccio Berlusconi", dije con voz temblorosa. "Me llamaron de la clínica para informarme que él estaba aquí".
"Buenas noches, señora Berlusconi. Debe hablar con el doctor que atendió a su esposo", respondió la recepcionista, visiblemente nerviosa. Sin detenerme a preguntarle qué le pasaba, seguí sus instrucciones y me apresuré a buscar al doctor. Algo en mi interior me decía que las cosas no estaban bien; normalmente, me habrían enviado directamente a su habitación.
Finalmente, llegamos hasta el doctor lo más rápido que pudimos. "Señora Berlusconi, por favor tome asiento", dijo con un tono grave.
"No es necesario, gracias. Por favor, lléveme con mi esposo", respondí con firmeza.
"Como guste", contestó el doctor mientras guiaba mis pasos hacia una sala privada. "El señor Berlusconi tuvo un accidente en el vehículo que conducía. Los cuerpos de seguridad llegaron al lugar del accidente y le prestaron los primeros auxilios; sin embargo, cuando llegó a la clínica, ya no tenía signos vitales". Hizo una pausa y mi mente se negaba a aceptar lo que estaba escuchando.
"¿Qué me está diciendo, doctor?", pregunté mientras Amanda me apretaba la mano.
"Lo siento mucho. Su esposo llegó sin vida a la clínica y ya no hubo nada que hacer". La noticia golpeó mi corazón como un puño cerrado; el hombre al que había amado durante veinte años y padre de mis hijos ya no estaba conmigo.
"Eso no es cierto; mi esposo no puede haber muerto", insistí descontrolada. "Usted está mintiendo o debe haber un error; Fabriccio está bien", repetía una y otra vez, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí. "¿Qué les voy a decir a mis hijos? Esto no puede estar pasando; debe ser un error".
"No hay ningún error; hemos comprobado que se trata de su esposo", trató de explicarme el doctor.
"Quiero verlo, exijo verlo. Estoy segura de que no es mi esposo".
"Calma amiga; el doctor solo está haciendo su trabajo", intervino Amanda, apretando mi mano con fuerza.
"Esto no puede estár pasando; mi esposo, el amor de mi vida, no pudo haberme dejado". Continué llorando hasta que una enfermera vino a buscarme para ir a reconocer el cuerpo del que ellos decían era Fabriccio.
Aún con la esperanza de que todo fuera un error, llegué a la morgue de la clínica: un lugar frío y lúgubre, con un olor que helaba la sangre. Amanda permaneció a mi lado en todo momento, brindándome el apoyo que tanto necesitaba.
Cuando llegamos frente a una camilla donde yacía un cuerpo sin vida, sentí una opresión en el corazón tan intensa que parecía doler físicamente.
"¿Está lista?", preguntó el doctor.
Obviamente no estaba lista para esto, pero necesitaba salir de dudas lo más pronto posible. "Sí, doctor", respondí con firmeza, aunque las lágrimas amenazaban con caer nuevamente.
El doctor hizo una señal al encargado de la morgue y este destapó cuidadosamente el rostro del cuerpo sobre la mesa. Al verlo, sentí como si mi mundo se desmoronara ante mis ojos: ahí estaba mi esposo, mi Fabriccio tendido en esa fría plancha y sin vida. Me abracé fuertemente a Amanda mientras lloraba sobre su hombro sin consuelo alguno.
"Lo siento amiga", dijo Amanda ayudándome a salir de aquel tétrico lugar.
"Fabriccio no pudo haber muerto, esto debe ser una pesadilla", dije sintiendo que despertaría en cualquier momento.
Amanda me ayudo con algunos trámites en el hospital, mientras que llamaba a la funeraria para que se hicieran cargo de todo, sin nada más que hacer subimos al auto y emprendimos el viaje de vuelta a casa. La noche estaba más oscura que de costumbre, la sensación que sentía era desesperante, de mis ojos salían lágrimas de dolor. Mientras el auto avanzaba los recuerdos de mi vida con Fabriccio llegaron a mi mente como un torbellino descontrolado. Recordé aquella primera vez que lo vi en la universidad. Había entrado a estudiar en la mejor debido a una beca que me gane por ser la mejor de mi clase.
Desde el primer día él se interesó por mí, nos hicimos amigos y poco a poco me fue ganando, al principio no quería nada con él, yo solo me quería enfocar en mis estudios y en hacerme una profesional para ayudar a mis padres. Sin embargo, con su insistencia logro que me fijara en él. Unos meses después mis padres fallecen en un accidente automovilístico: un hombre sin escrúpulos los arrollo dejándolos sin vida y a mi sola en este mundo. Un año después de la muerte de mis padres Fabriccio me pidió que fuera su esposa, al verme sola y desprotegida acepte su propuesta. A pesar de la oposición de sus padres a nuestra boda nos casamos y formamos una hermosa familia donde el amor siempre prevalecía.
La realidad me golpeo en la cara tan fuertemente que me hizo reaccionar, encontrándome frente a la casa en la que por veinte años había compartido con mi esposo, "¿Cómo le diré a mis hijos que su padre ya no está?", lance la pregunta al aire como si el viento me pudiera responder.
"Tienes que ser fuerte, amiga, ahora debes mantenerte firme para tus hijos". Comento Amanda escuchándose abrumada.
"Mis hijos, como me gustaría poder ahorrarles este sufrimiento". Dije con gran pesar.
Sin pensarlo más me dispuse a entrar a la enorme casa, la cual se veía aún más grande en este momento. En la sala se encontraban mis hijos con sus abuelos. "Al fin llegas, ¿cómo se te ocurre dejar la fiesta e irte quien sabe a donde y quien sabe con quién?", reprochó la madre de Fabriccio.
"Abuela, respeta a mi mamá. Algo tuvo que haber pasado para que ella se fuera sin decir nada". Intervino mi amada hija.
Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta impidiendome hablar. Cuando finalmente pude articular una palabra fue para decirle a mis hijos y suegros que su papá, su hijo había fallecido.
El cuerpo de Fabriccio se encontraba en la funeraria. Mis hijos estaban desolados por la pérdida de su padre, mientras yo debía mantenerme fuerte por ellos.
Los padres de Fabriccio se mantuvieron en silencio todo el tiempo, usando lentes oscuros y guardando distancia del resto de las personas. Eran realmente personas muy extrañas.
Amanda estuvo a mi lado durante todo este tiempo, comportándose como una verdadera amiga. "Tus hijos son increíbles; se han mantenido tranquilos todo este tiempo", comentó mi amiga.
"No quieren mostrarse débiles delante de los presentes, según ellos. Pero en la intimidad de nuestra casa, las cosas son diferentes", respondí mientras miraba a mis niños.
Continué hablando con Amanda cuando, de repente, las puertas del salón donde nos encontrábamos se abrieron de par en par, dejando pasar a una mujer acompañada de dos jóvenes. Pensé que se había equivocado de lugar, pero mi sorpresa fue que saludó a mis suegros con familiaridad y ellos la recibieron como si fuera alguien muy querido.
La mujer, un poco más joven que yo, le calculaba unos treinta años. Me miró como si yo no valiera nada. Caminó tomada de las manos con los dos jóvenes idénticos, ya que eran gemelos, en mi dirección y detrás de ellos venían mis suegros. "Hijos, aquí está su padre", dijo en un tono alto para que todos los presentes la escucharan. "Por años les negué la oportunidad de decir públicamente que Fabriccio era su padre, pero creo que ha llegado el momento de que tomen el lugar que les corresponde".
En la habitación, todos quedaron en shock. Mis hijos me miraban desconcertados mientras yo no sabía qué pensar.
El silencio en la habitación era palpable. La mujer, con una sonrisa desafiante, observaba a mis hijos como si estuvieran a punto de recibir un regalo que nunca habían pedido. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente mientras intentaba procesar la situación.
“¿Quién es esta mujer?”, me pregunté en silencio. Mis hijos, aún en estado de shock, intercambiaron miradas confusas. El Iker mi hijo menor, fue el primero en hablar: “¿Mamá, quién es ella? ¿Por qué dice que papá es… el padre de sus hijos?”.
Intenté mantener la calma, pero sentí que mi voz temblaba al responder: “No lo sé, cariño. Pero vamos a averiguarlo juntos”. Me dirigí hacia ellos llevando de las manos a mis hijos, buscando darles fuerzas en medio de la tormenta emocional.
La mujer continuó hablando sin esperar respuesta. “Siempre quise que supieran la verdad. Fabriccio y yo… tuvimos una historia desde hace mucho tiempo, nosotros nos amabamos. Pero esa mujer siempre fue una sombra entre nosotros”. Su tono era arrogante, como si disfrutara el caos que estaba causando.
Mis suegros estaban inmóviles, sus rostros ocultos tras los lentes oscuros. No podía creer que no dijeran nada para defenderme o aclarar la situación. Sentí una oleada de frustración y rabia.
“¿Y qué quieres ahora?”, le pregunté con firmeza, tratando de no dejar que mis emociones me dominaran. “¿Venir aquí a sembrar confusión en un momento tan doloroso?”.
Ella me miró con desdén y respondió: “Solo quiero que mis hijos tomen el lugar que les corresponde", respondió con altivez. Es hora de que tengan la oportunidad de ser parte del legado de su padre”.
En ese momento, mis hijos se acercaron más a mí, buscando protección. La tensión en el aire era insoportable. “Mamá”, dijo Mariale, con voz temblorosa. “¿Es cierto? ¿Papá tenía otra familia?”.
Baje un poco la mirada para estar a su altura y le acaricié el cabello. “No lo sé, mi amor. Pero lo que importa ahora es que estamos juntos y nos tenemos los unos a los otros”.
La mujer dio un paso adelante, como si estuviera lista para luchar por su lugar en esta historia desgarradora. “No estoy aquí para pelear contigo”, dijo con un tono amenazante. "Pero si me toca lo hare". Concluyó con una media sonrisa.
Mis pensamientos giraban sin control. ¿Qué significaba eso realmente? Esta mujer estaba aquí por algo que le pertenecía a mis hijos. Pero antes de que pudiera responder algo más, uno de los gemelos se atrevió a hablar: “¿Podemos ver a nuestro padre?". El ataúd de Fabriccio permaneció cerrado durante todo este tiempo, así lo pidió el cómo última voluntad. Pero la mujer se tensó al escuchar a su hijo.
"Tu papá no quería ser visto de esa manera, por eso siempre decía que cuando partiera no dejararon que lo vieran", sus palabras me sorprendieron, Fabriccio nunca había hablado conmigo sobre la muerte y mucho menos sobre su última voluntad. Estaba viviendo una pesadilla la cual estaba segura se volvería mucho peor
Los ojos de las personas presentes se posaron sobre mí, algunos con burla, otros con lástima. Pero yo no iba a permitir que de esta situación se formara una novela y mucho menos quería la lástima de nadie.
"Ya estuvieron aquí, ahora les pido que por favor se retiren", dije manteniendo mi puesto de esposa.
La mujer se volteó a mirarme como si aquí la amante fuera yo y ella fuese la que tuviera el papel de esposa. "Lo siento, pero en eso no puedo complacerte y si a derechos vamos nosotros tenemos más derecho de estar aquí, ya que Fabriccio a mí me amaba, mientras que contigo estaba por obligación".
Mi suegra tomo del brazo a la mujer y muy sutilmente le pidió que mantuviera la compostura. Fue entonces cuando me di cuenta que esa gente lo sabia todo, eran unos traidores solapadores. "Veo que ustedes conocen muy bien a la señora aquí presente", comente llena de rabia, sintiéndome traicionada y burlada por el hombre al cual amaba, al que le entregue mi vida entera, la verdad no quería seguir en ese lugar do de sentía que sobraba, era increíble que esta situación me hiciera sentir como la amante de mi esposo, estaba tan ciega por el amor que nunca vi las señales de su infidelidad, pero ahora las llegadas tardes, las noches sin ir a la casa y los viajes repentinos cobraban sentido, Fabriccio me engaño por muchos años, pero ya es tarde, ya no puedo reclamarle nada.
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