Alice abrió los ojos hacia un nuevo día, observando las luces fluorescentes del techo blanco de su cubículo. Era como cualquier otro día, sin embargo, hoy era el día en que dejaba la institución de la investigación.
Ella. Un experimento. La dejaban salir.
Por supuesto que estaba algo inquieta y emocionada. Toda su vida había estado encerrada en un lugar lleno de máquinas, laboratorios y personas con batas y tabletas. No conocía otro lugar más que ese, y aunque el Mayor Chang venía a hacerle compañía de vez en cuando ya que era su “padre”, nada podía comparársele como salir del lugar.
Tenía ciertas expectativas de ver el mundo exterior, ya que, hasta donde le habían enseñado tanto los científicos como el Mayor Chang, el exterior se había vuelto frío y hostil. Las imágenes de paisajes con árboles y puestas de sol, eran ahora solo un minúsculo recuerdo de la humanidad luego del estallido de ese virus mortal y peligroso.
Por eso la habían creado. Aunque la modificaron para no poder transmitir el virus, sabía bien que su cuerpo era un cumulo de energía explosiva que se desintegraría si no tuviera el collar restrictivo. El collar no era bonito y le picaba el cuello, pero era la única manera de mantenerla estable. Aun así, no podía entender cómo el exterior podría necesitar a alguien como ella. No conocía nada, salvo las enseñanzas estrictas que recibió durante todo su crecimiento; todo era metódico y plano. Tampoco sabía socializar. Se preguntaba si podría comprender la mente de los humanos que habían vivido afuera.
Entonces un ruido de la puerta deslizándose la sacó de sus pensamientos.
-Mayor Chang. Buenos días.
-Hola, Alice – el mayor se sentó a su lado y le mostró una sonrisa ladeada, aunque con esa enorme cicatriz a un lado del rostro, le restaba amabilidad – En la tarde podrás ser libre.
-¿Libre? No me siento exactamente en cautiverio.
Chang sonrió y acarició el cabello blanco amarillento de la chica. Ver sus ojos purpuras y saber que era la nueva cura del virus mortal le hacía sentir un desgraciado.
Había donado su esperma para estas investigaciones. No tenía hijos propios y tener uno, aunque sea de probeta, le haría sentir que había dejado descendencia. Y aunque sabía para qué usarían su ADN, aun no podía aceptar en lo que habían transformado a su hija. Siempre quiso inmiscuirse en su crecimiento, pero se lo limitaron porque no querían que le llenara la cabeza de conceptos abstractos del honor, la moral o incluso el amor.
Solo podía interactuar con ella una hora al día. Hoy sería el último porque ella saldría al fin de este lúgubre lugar, que aunque bien iluminado y tan blanco como un hospital, solo era la fachada de la monstruosidad que se creaba a diario para estas guerras sin sentidos.
-Tal vez, pero una vez que pruebes el sabor del exterior, jamás querrás volver.
-Lo tendré que hacer – lo miró con curiosidad – Necesitan muestras del exterior y saber sobre mi adaptación en un ambiente estéril.
-Sí bueno – sonrió con desgana y apretó su mano para evitar maldecir – Ya lo verás. Sé lo que te digo.
Alice no lo creyó del todo pero igual nada le quitaba la creciente inquietud de su salida.
-Solo – suspiró Chang – Cuídate.
Sin poder contenerse, la abrazó fuerte, dejando totalmente aturdida a Alice, quien nunca había recibido un solo abrazó en sus veinticinco años de vida, la menos luego de aprender a caminar. Estupefacta correspondió el abrazo con cautela, pero solo hiso que el abrazo se volviera más fuerte hasta casi asfixiarla, pero por alguna razón, no quiso empujar al Mayor Chang. Era su padre, aunque no entendía bien el concepto además de que le proveyó de su código genético para darle vida, pero esta sensación de calor, le hizo pensar que era necesario.
Era extraño pensar en ello, pero no lo rechazó ya que, más probable es que no lo vuelva ver en mucho tiempo, y era la única persona, además de los doctores del centro de investigación, que hablaba con ella.
-Lo siento – al fin la soltó no sin antes volver acariciar su cabello y darle un beso en la frente – No sé cuándo volveré a verte. Eres mi única hija y te aseguro que ningún padre quisiera que su niña saliera a las garras de la vida.
Alice se llevó la mano a la frente ante el húmedo beso llena de sorpresa y desconcierto, sin embargo no lo limpió ni mostró repulsión, solo un cosquilleo en su frente y en su pecho, una sensación extraña que nunca había sentido, al menos en los entrenamientos de fortaleza mental. Pero aunque parecida, era ligeramente diferente que no le hacía sentir ansiedad, solo…
-Ya me tengo que ir – Chang miró su reloj que se había encendido indicando que su hora de visita se había acabado.
-Ah, está bien – Alice se levantó, y aun confundida que todo, lo acompañó hasta la puerta de su cubículo – Cuídese Mayor.
-Padre o papá.
-¿Eh?
-Dime padre o papá.
Una vez más Alice se quedó estupefacta, pero decidió cumplirle. Llevaría mucho tiempo cuando lo volviera a ver.
-Um… adiós… padre.
Chang sonrió y alborotó su cabello meticulosamente amarrado en una trenza.
-Adiós… mi niña – pero antes de salir recordó algo y sacó una bolsa de dentro de su chaqueta de militar – Casi lo olvido. Toma.
Alice lo recibió confundida.
-¿Qué es?
-Es ropa – ella lo miró dudosa – Vas a salir al mundo exterior, ¿lo harás vistiendo estas ropas?
Alice miró su bata. Una camisa y pantalones blancos con zapatos ergonómicos del mismo color. No tenía queja alguna, todos vestían casi igual. No entendía cuál era el problema, pero ya que su “padre” se había esmerado por cruzarlo de contrabando, lo aceptó con una sencilla sonrisa.
Cuando Chang se fue, puso la bolsa en la cama individual y la abrió. Había un pantalón demasiado corto, una blusa sin mangas, un suéter de color lila, unas zapatillas blancas y una boina lila. Estaba desconcertada, pero no desconocía la ropa, alguna vez lo había visto en videos cortos que le enseñaba el Mayor Chang a escondidas, pero dentro de la institución, todos vestían de blanco, no sintió la necesidad de vestir como la gente del exterior, sin embargo, su curiosidad aumentó en estos momentos con el sutil regalo.
Alice sonrió desde el fondo de su ser, aunque ella no notó ese minúsculo cambio. Sin demorarse más, guardó la ropa y fue a tomar su desayuno, total, que saldría al atardecer, aun había el tiempo suficiente para ponerse el regalo.
Las risas hacían eco por todo el restaurante. Los niños corriendo de un lado a otro mientras sus padres observaban, y las órdenes de comida se paseaban bajo la guía de pequeñas máquinas inteligentes, mientras todo estaba en calma, armonía.
Ryan miró la hora en su SIA (Sistema Inteligente Artificial) y llegaría justo a tiempo de la hora acordada con Janet, su esposa. Volvió la vista hacia el regalo que había comprado para su hijo Ruth, un enorme robot interactivo. Janet lo iba a matar porque habían acordado claramente, que ese juguete no lo comprarían hasta para navidad, y él se había adelantado medio año.
Sonrió pensando cómo podría calmar a la fiera cuando llegasen a casa. En ese instante, ella lo vio desde la ventana del restaurante y Ryan alzó la mano a modo de saludo.
Entonces hubo una explosión. Y todo se derrumbó en el lugar.
Había gritos, llantos y los escombros aun cayendo. Ryan difícilmente pudo mantenerse despierto. La explosión había sido lo suficientemente fuerte como para mandarlo volando y dejarlo aturdido, sin embargo, entre los zumbidos de sus oídos y su vista borrosa, intentó con todas sus fuerzas llegar hasta el restaurante… donde fue la explosión.
Pero perdió la batalla. Hubo una segunda explosión y ya no supo más…
La negrura lo tragó, sumergiéndolo en un silencio abrumador. Casi podía jurar que estaba suspendido en alguna clase de dimensión alterna, pero no. Solo era su conciencia, intentando salvarlo del dolor.
-¡NOOOOOO!
Ryan se despertó en un sobresalto al repetir esa escena más dolorosa de su vida, en donde lo perdió todo, incluso la voluntad de vivir.
Se frotó el rostro, intentando borrar las lágrimas que mojaban sus mejillas, pero era imposible, las lágrimas no cesaban ni tampoco sus sollozos.
-Janet – murmuró con nostalgia – Ruth… lo siento por seguir vivo…
Enterró su rostro en sus manos y lloró hasta que sintió su alma secarse, si no fuera porque lo habían obligado a vivir, hacía tiempo que se hubiera dado un disparo en su cráneo.
De qué le servía tener tantas medallas condecorativas o ser un miembro de las fuerzas armadas secretas si no pudo salvar a su familia. Ni siquiera pudo enterrarlos. Habían volado en pedazos, dispersos junto con el de otras personas que estaban cerca de ellos.
La bomba fue puesta por unos terroristas en esa época como forma de protesta de la subyugación de un regimiento rebelde de un grupo racial sin especificar; y lograron su objetivo. Los tuvieron en la mira por años antes de que un nuevo fenómeno golpeara al mundo entero.
Ryan peleó contra estos rebeldes, tomando venganza de la muerte de su familia. Él no era culpable de lo que los jefes de gobiernos les obligaban hacer. Ellos solo cumplían con su deber, por qué desquitarse con personas inocentes.
Aún recordaba las palabras de uno de los caudillos… “¿Qué sientes al perder todo por ayudar a personas que no les importas ni un carajo? Mira que has logrado lo que se proponían, pero no podrán devolver a los muertos por muy podridos de dinero estén… es una pena para un soldado como tú… pero ¿estás seguro de que el grupo que defiendes no te traicionó? Piénsalo bien, no creo que seas un estúpido… ”
Tenía razón, pero no dudó en matarlo mientras los recuerdos de su familia lo atormentaban en medio de la lluvia de destrucción, y ni aun con el desastre que se volvió la misión, él no murió. Si acaso tuvo heridas y perdió el antebrazo izquierdo, pero estaba vivo. Lo obligaron a vivir. Le hicieron una de las mejores prótesis biotecnológicas, capaz de hacerlo funcionar como si nunca hubiese perdido esa extremidad, sin embargo, aquello no lo reconfortó ni un poco, solo le hiso querer morirse más rápido.
Al final, su inestabilidad mental terminó por apartarlo de escuadrón antiterrorista y lo encerraron en una institución mental, más que nada para evitar que se suicidara, porque aún podía servir al gobierno y sus guerras sinsentido.
Se dejó caer en la cama mientras miraba hacia la pared acolchada y se perdía en los laberintos de su mente con tal de dejar de pensar.
Entonces la puerta de su habitación se abrió y entró un hombre que ya no reconocía por las cicatrices que cubrían un lado de su rostro, pero las insignias de su traje le dijeron que era un superior de las fuerzas armadas.
-Veo que la está pasando de maravilla coronel Blackwell – caminó erguido por el mullido piso mientras miraba las cuatro paredes desprovistas de alguna cosa personal a excepción de una pequeña frazada envuelta en Ryan – Una habitación de lujo puedo decir.
Pero Ryan lo ignoró y ni siquiera respondió. Se quedó en la misma posición sin prestar atención a lo que hacía o decía ese sujeto, hasta que dijo algo que lo puso nervioso y lo obligó a levantarse de un salto y agarrarle de las solapas de su chaqueta verde.
-¡Deja de bromear maldición! ¡Es que acaso no pueden dejarme en paz!
-Yo no bromeo – a pesar de sus palabras sonrió con burla y cinismo – Y estoy diciendo la verdad. A pesar de lo que intentabas hacerte, nosotros investigamos bien muchas anomalías del caso y estamos casi seguros que tu hijo está vivo.
-¡Solo es un truco para tenerme atado como un perro!
-Es cierto que queremos que aun seas nuestro perro – sonrió al ver cómo Ryan perdía los estribos, estaba preparado y ansiaba para asestarle un golpe – Pero no es un truco. Tenemos imágenes de un chico que trabaja para el grupo Berserke. Y según la computadora, sus rasgos faciales coinciden con los tuyos en bastantes puntos.
-¡Ya basta! – Ryan lo empujó con el afán de darle un puñetazo, no obstante, fue él quien recibió el puñetazo en el abdomen, quitándole el aire, dejándolo tirado en el suelo retorciéndose mientras el otro sonreía con satisfacción.
-Eres un imbécil – una risita resonó – No nos importa si quieres morirte, puedes hacerlo, pero antes debes hacer tu trabajo como el buen perro que eres – Se dio la vuelta para salir – El único incentivo que te daremos será la posibilidad de que tu hijo siga con vida. Si puedes hacer que nos ayude a infiltrarnos en ese grupo, te daremos lo que más quieres.
Ryan lo escuchó reírse mientras la puerta se cerraba, y lo dejaba sumido en su agonía y el enojo.
Apretó los puños con fuerza y los aporreó en el suelo acolchado, mientras maldecía a todo pulmón su desgracia y a los desgraciados que jugaban con él a su antojo solo por tener su única debilidad.
Quería solo tener la libertad de quitarse la vida para evitar más este sufrimiento, pero lo habían atrapado una vez más. No podría estar seguro si sus palabras eran ciertas o solamente una forma de manipulación; así que no tenía más remedio que verificarlo. Si decía la verdad ese bastardo, haría lo que habían pedido, pero lo estaban subestimando si creían que lo volverían a encadenar y condenar a seguir siendo su mascota por su beneficio. Primero los mataría, para dar el ejemplo de que meterse con él, era sentencia de muerte.
Cerró los ojos y de nuevo se derramaron lágrimas.
Si Ruth estaba vivo, tenía un motivo para seguir vivo, al menos de momento. Se levantó, se secó las lágrimas y miró hacia la cámara que se encontraba en una esquina de la habitación.
-Quiero hablar con el Mayor Chang.
Alice se miró al espejo que estaba en su habitación, y observó todo el atuendo que vestía. Si no supiera ella misma que tenía veinticinco, supondría que aún era una adolescente en sus diecisiete.
No era demasiado alta, las caderas eran un poco estrechas y los senos simplemente parecían converger bajo el enorme suéter para que no se notara nada. Se veía extraña, ya que había estado vistiendo solo batas blancas y tener color sobre su piel demasiado pálida le hacía sentir rara, sin embargo, rápido lo pasó al fondo de su mente en cuanto vio el collar casi escondido en el pantalón corto que Chang le había dado. Si no tuviera el enorme collar en su cuello si hubiera querido ponérselo, pero solo quedaría guardado en sus bolsillos.
De pronto la puerta corrediza se abrió y entró una mujer madura con bata blanca y una tableta traslúcida llena de datos.
La miró de arriba hacia abajo como siempre lo había hecho, pero esta vez mostró una sutil arruga en su entrecejo.
-No sé cómo seguridad puede ser tan laxo – suspiró pero, no dijo nada de su atuendo – Alice, llegó la hora. Sígueme.
-Sí, doctora.
En el recorrido, había gente subiendo y bajando pisos, sus batas blancas ondeaban y algunos miraron en su dirección para mostrarse un tanto sorprendidos por su atuendo, sin embargo, Alice solo asintió en reconocimiento y continuó detrás de la doctora a cargo del proyecto.
Pasaron por varias puertas que Alice conocía y casi al final, pasaron por pasillos que ella nunca había cruzado. Llegados a una puerta de metal, esa mujer puso su mano en un lector dactilar, luego tecleó un código, por último dijo una palabra en un idioma que no reconoció bien y la puerta se abrió con una ligera presión.
Cuando al fin la puerta llegó a la altura de su rostro, una luz la dejó cegada por un instante. Siempre estuvo rodeada de luz artificial, así que fue bastante impactante para sus ojos púrpuras y su imaginación. Así que cuando salió hacia un pasillo iluminado naturalmente con la luz del sol, se quedó maravillada de lo que veía más allá de una ventana.
El cielo que alguna vez había visto a través de fotografías y hologramas, no se comparaban con lo real. Era tan azul, pincelado con algunas nubes blancas, todo bañado con la luz del sol tan brillante. Se suponía que se había vuelto gris, pero ¿cómo podía resplandecer tanto ahí afuera? Sus ojos purpuras se deleitaron de cada imagen del paisaje exterior y casi podía jurar que había edificios a lo lejos. Dio un paso en dirección de aquella ventana, pero fue detenida por la asistente de la doctora Feith.
-¿A dónde vas? – Alice al fin salió de su estupor y miró a Lucy – La doctora no tiene tanto tiempo.
-Sí – apenas gesticuló y continuó su camino, aunque por algunos momentos miraba por las ventanas, aun maravillada por lo que veía.
Llegaron a un vestíbulo, adornado con una mesa de cristal, un estante con libros, tal vez como decoración, unos ventanales mirando hacia la ciudad y unos muebles grises en donde estaban tres personas sentadas, todos hombres al parecer.
Suspiró internamente mientras Lucy la presentaba.
-Caballeros – los tres hombres que parecían que hablaban de algo, levantaron su cabeza con la presencia de esa mujer – Lamento la demora – miró en dirección de la doctora, ella le asintió y prosiguió con la presentación – Soy la asistente de la doctora Feith, encargada de la gestión de los poderes del arma cuasi perfectum; Alice Chang.
Alice entendía el concepto de arma, y aunque sabía que era casi como un arma biológico, aun le intrigaba la forma de presentarla, y casi al instante vio la mirada de los tres hombres. No pudo negar que sintió cierto nivel de estrés por conocer gente del exterior, pero habiéndola capacitado para aguantar la tensión bajo casi cualquier situación, rápidamente se calmó y solo asintió en dirección de ellos.
-Es una niña – dijo uno.
-¿Es acaso una broma del cuartel? – preguntó otro algo enojado.
-Es una daimon modificada – dijo el último que no parecía asombrado de su aspecto. Los otros sujetos se quedaron mudos ante las palabras del aparente líder – O me equivoco.
-Está en lo cierto – respondió Lucy – Es una daimon no solo modificada, sino que nació en una probeta. Logramos una estabilidad de los poderes psíquicos con los físicos sin que sufra alguna metamorfosis causada por el virus Delta-101. Es el mejor trabajo hecho en el centro de investigación Vitae.
-Seguro que sí – el hombre de cabello negro y algo desaliñado se levantó con cierta desgana y miró directamente a los ojos de Alice, dejándola sin aliento por un momento – ¿Hay algo que Vitae quiera advertirnos?
-Sí, se lo diré en privado, también acerca de ciertas… disfunciones.
-De acuerdo.
Con un ademán de ese hombre, los otros dos salieron, luego ella fue despedida para que Lucy y la doctora Feith pudieran hablar en privado con ese hombre.
Fuera de esa oficina, había un pasillo que conducía a otra sala, con otra mesa de cristal que ocupaba una mujer rubia con un traje gris pulcro. Los hombres se sentaron sin ceremonias en el sofá y ella ocupó silenciosamente el otro sofá, del otro lado de la pequeña mesa central.
-¿De verdad eres una daimon? – preguntó uno de ellos. Alice alzó la cabeza y pudo notar que este era un hombre joven, tal vez de su edad o un poco menos – No tienes alguna señal que lo diga así.
Alice decidió quitarse la boina para mostrar su físico; el físico de los daimon, al menos de los más estables en el planeta. Su cabello era rubio platino, prácticamente blanco, al igual que sus pestañas y cejas; sus ojos eran purpuras oscuros casi morados, y su piel era tan pálida como papel. El hombre quedó asombrado y se calló por un rato, mientras que su compañero solo sonreía, tal vez burlándose de él. Viendo su reacción, se colocó de nuevo la boina. Aún estaba confundida con su pregunta, cuando abrió la boca para preguntar algo, se escuchó un ruido estrepitoso alertándolos a todos; cuando los hombres se levantaron de sus asientos, su líder se asomó algo alterado y sin mediar palabra se dirigió hacia la salida. Sus compañeros lo siguieron sin argumentar nada, mientras que Alice no sabía si seguirlos, sin embargo, pronto escuchó que aquel hombre la llamaba, instándola a seguirlos.
No dudó ni por un segundo más y caminó hacia ellos. Al salir del enorme edificio, se encontró con un paisaje casi paramo al menos por unos kilómetros antes de admirar el comienzo de una ciudad. Alice estaba confundida, porque claramente había visto la ciudad un poco más cerca de la ventana, ¿cómo es que en realidad no había nada alrededor?
Vio a los hombres subir en un auto todo terreno con seis puertas y sin pensárselo dos veces, subió por el asiento trasero. Nadie preguntó nada, ni comentaron acerca de lo sucedido en esa oficina, y la verdad no es como si a Alice le importara lo que había pasado ahí, no había ningún apego a ese lugar ni a nadie en particular. Aunque muchos eran agradables con ella, la inmensa mayoría la trataban como lo que era, un experimento y tampoco sintió que fuera injusto.
Pronto se dedicó solo mirar por la ventanilla. Solo había desierto, sin un árbol a la vista, justo como Chang le había narrado; una tierra fría y hostil. Sin embargo, después tal vez de dos horas viendo el mismo paisaje muerto, al fin hubo indicio de vida; arbustos, árboles y pronto más y más árboles, incluso la vista cambió de una monocromática a una con cierto color brillante. Al final, la ciudad se hiso visible, y para su sorpresa era enorme, ruidosa, llena de gente y coches por doquier. Sus ojos no se cansaban de mirar por doquier, emocionándose más y más de lo que veía. Al final, sin poderlo resistir, abrió una ventana, aspirando la combinación de olores, asaltando su nariz acostumbrada al olor del desinfectante y aromatizantes sintéticos.
Aspiro, y sonrió por segunda vez de verdad; y se preguntaba si la libertad de la que hablaba Chang, era esta que sentía ante tanto color que abrumaba sus pupilas y todo su cuerpo.
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