La profesora de campo, con su cabello recogido en un moño desordenado y un vestido de algodón desgastado, se movía con gracia entre los niños del pequeño pueblo agrícola. Era una mujer no más de 30 años, con una sonrisa cálida que iluminaba su rostro. Su pasión por la educación la llevó a dedicar su vida a enseñar a aquellos que nunca habían tenido la oportunidad de aprender. En un mundo donde la ignorancia era lo norma, ella se erguía como un faro de enseñanza, impulsando a sus estudiantes a soñar más allá de los límites del campo. Los niños la adoraban, y los adolescentes, que alguna vez habían sentido la desesperanza, encontraban en ella un nuevo propósito.
Cada mañana, la escuela-casa resonaba con risas y el sonido de tiza sobre la pizarra. Las paredes estaban decoradas con dibujos de los alumnos y versos que ella misma había escrito, inspirando a cada niño a soñar en grande. Sin embargo, su dedicación no estaba exenta de dificultades. La pobreza del campo era abrumadora, y la falta de recursos a menudo la mantenía despierta por la noche, pensando en nuevas formas de motivar a sus alumnos. Pero, a pesar de las adversidades, nunca perdió la fe en su misión, apenas era una mujer joven que tenía sueño de darle lo mejor a cada alumnos.
Una tarde, mientras se preparaba para una clase especial sobre la importancia de la educación, la tragedia golpeó de manera cruel e inesperada. Un incendio, originado por un descuido en la cocina, devoró rápidamente la escuela-casa. Las llamas rugían con ferocidad, y el humo negro se arremolinaba en el aire, llenando los pulmones de la profesora mientras intentaba salvar a sus estudiantes. Con cada intento de rescatar a un niño, el calor se intensificaba, y el humo la envolvía, oscureciendo su visión y sofocando su voz. En un acto de valentía, logró guiar a los niños hacia la salida, pero el fuego se propagó demasiado rápido.
En el último momento, mientras esperaba a que todos estuvieran a salvo, la desesperación la abrumó y el humo la atrapó, llevándola a un profundo abismo de oscuridad. Fue un instante fugaz, pero para ella se sintió como una eternidad. Su cuerpo se desplomó, y la última imagen que retuvo fue la de sus estudiantes a salvo, antes de que la oscuridad la reclamara por completo.
Cuando finalmente despertó, la confusión la envolvió. Abrió los ojos y se encontró en un entorno completamente diferente. La luz que entraba por la ventana era brillante y dorada, y el aire olía a flores frescas y a una fragancia dulce que no había olfateado en años. Se incorporó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas alrededor de su cuerpo. Al mirar a su alrededor, vio un lujoso dormitorio decorado con terciopelo y dorados, un espacio que nada tenía que ver con su escuela-casa.
Su mirada se centró en un espejo en la pared. Al acercarse, sus ojos se abrieron de par en par. Frente a ella, en el reflejo, había una hermosa joven de cabello rubio y ojos azules, una figura que parecía sacada de un cuento de hadas. La incredulidad llenó su corazón mientras tocaba su rostro, sintiendo la suavidad de su piel y la delicadeza de sus rasgos. Pero la sorpresa se tornó en horror al darse cuenta de que no solo había cambiado de lugar, sino de vida. La imagen que tenía frente a ella era de una joven que nunca había sido, y en un instante, su mente se llenó de preguntas.
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El shock fue tan abrumador que perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, golpeándose con un mueble de madera que se encontraba cerca. La sensación de dolor la hizo volver a la realidad, pero cuando se sentó, varias sirvientas se apresuraron a su lado, sus rostros llenos de preocupación. La joven se sentía completamente desorientada, como si hubiera perdido toda conexión con su pasado.
Las sirvientas murmuraban entre sí, y una de ellas, con un acento suave y una voz tranquilizadora, se acercó y le dijo.
— señorita Arlette, ¿Está bien?.— ese nombre resonó en su mente, como si fuera un eco perdido en la bruma del tiempo.
La profesora de campo, ahora atrapada en el cuerpo de una joven aristócrata llamada Arlette, sintió que un torrente de memorias comenzaba a inundar su mente. Fragmentos de una vida que no le pertenecía comenzaron a surgir; cenas elegantes, bailes en grandes salones, un mundo de intrigas y traiciones en el que nunca había querido estar.
Una historia en pocas palabras.
A medida que las sirvientas la ayudaban a incorporarse, Arlette sintió cómo el pánico la invadía. Recordaba momentos de amor y desamor, amistades que habían sido traicionadas, una familia rica pero fría que nunca había ofrecido el calor que ella había conocido en su vida anterior.
Era consciente de que estaba atrapada en una novela de tragedia y engaños, un relato que parecía tan ajeno a su verdadero ser. Cada nuevo recuerdo era como una daga que se clavaba en su corazón, haciendo eco de una vida que no debía ser la suya.
Con cada segundo que pasaba, el susto crecía. Las sirvientas la rodeaban, cada una preocupada, pero Arlette no podía prestar atención a sus voces.
De repente, la realidad se volvió demasiado para ella. La idea de estar atrapada en una trama que no había elegido, en un cuerpo que no era el suyo, la hizo desmayarse una vez más. El mundo se desvaneció, y la oscuridad la envolvió otra vez, llevándola a un lugar donde las memorias de su vida anterior se entrelazaban.
La novela.
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...La astucia de una protagonista...
Arlette, la joven dama de la alta sociedad, se encontraba en el centro de un mundo que giraba a su alrededor. Hija menor de los duques Greshm, había sido criada en la grandeza y el lujo, disfrutando de cada capricho que su corazón deseaba. Sin embargo, su vida no era tan perfecta como parecía. Su hermana mayor, Alejandra, era su polo opuesto; tranquila, reservada y con una gracia que Arlette a menudo envidiaba. La rivalidad entre ambas se intensificaba con cada día que pasaba, especialmente ahora que ambas estaban en edad de casarse.
El duque, su padre, había decidido que solo una de ellas podría casarse con el príncipe. Esta decisión encendió la chispa de la competencia entre las hermanas. Arlette, con su carácter presuntuoso y su astucia, estaba decidida a ganar el corazón del príncipe a toda costa. Sabía que la clave estaba en mostrar su mejor cara, en deslumbrar al príncipe no era con su belleza y su encanto, sino con las buenas acciones que ella realizaba; evento de caridad, ayudar a la orfanatos e iglesias de la comunidad.
Las semanas pasaron, y cada evento social se convirtió en un campo de batalla. Arlette utilizaba su astucia para sabotear los intentos de su hermana. En una ocasión, organizó un baile en el que se aseguró de que Alejandra no tuviera la oportunidad de brillar. Se disfrazó de sirvienta y, en un momento de distracción, derramó vino sobre el vestido de su hermana, arruinando su oportunidad de impresionar al príncipe. La mirada de desdén que Alejandra le lanzó fue un recordatorio de que la guerra entre ellas estaba lejos de terminar.
Finalmente, en una gala deslumbrante, Arlette logró lo que había estado buscando. Con un vestido que acentuaba su figura y una sonrisa encantadora, cautivó al príncipe. Su habilidad para manipular la situación la llevaron a ganarse su favor. Mientras Alejandra, a pesar de su belleza y su elegancia, se veía eclipsada por su hermana. El príncipe, deslumbrado, eligió a Arlette como su prometida, dejando a Alejandra con el corazón desilusionada.
El tiempo pasó, y Alejandra, incapaz de soportar la humillación, se encerró. Su padre decidió casarla con un barón de un país lejano. Era un hombre misterioso, y aunque no conocía mucho sobre él, se aferró a la esperanza de que su nueva vida la alejaría de la sombra de su hermana. Sin embargo, el odio que sentía hacia Arlette creció como una sombra oscura en su corazón. La rivalidad se había transformado en rencor, no obstante, Alejandra juró que jamás quería ver a la arpía de su hermana y continuar con su vida.
Mientras tanto, Arlette disfrutaba de su nueva vida como prometida del príncipe. Sin embargo, su victoria estaba manchada por la culpa. Los trucos que había utilizado para ganar el corazón del príncipe también había llevado a su hermana a un destino incierto. A medida que los días pasaban, Arlette comenzó a sentir que su victoria no estaba completa.
Fue entonces cuando, en un momento de malicia, Arlette decidió tomar medidas drásticas para ya dejar de pensar en ello. Consciente de que Alejandra se había comprometido con un conde, Arlette ideó un plan. Primero arruinó su compromiso, luego se acercó al príncipe y le susurró mentiras sobre su hermana, acusándola de intentar hacerle daño. Le mostró cartas de amenaza que ella misma escribió pero que hizo pasar por la de Alejandra.
— ella ha estado amenazándome.— dijo, su voz temblando con una mezcla de miedo.
El príncipe, cegado por el amor que sentía por Arlette, no dudó en actuar. Convocó a Alejandra y, tras escuchar las acusaciones de su hermana, decidió encarcelarla por traición. Ni siquiera quiso escucharla. Arlette observó desde la distancia, sintiendo una mezcla de triunfo y alivio. Había logrado deshacerse de su rival.
Alejandra fue encerrada en una torre del castillo, y su vida se convirtió en un ciclo de desesperación y odio. Arlette, por su parte, se sumergió en la vida de la corte, disfrutando de los lujos y la atención del príncipe. Ni siquiera la culpa afrontó. Ya que para la protagonista, Alejandra siempre fue la villana de su historia.
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Presente. Hoy.
Después de nuevamente despertarse. Ahora la nueva Arlette se frota la cabeza. Sin mencionar la jaqueca que tenía. Su mayor preocupación es haber sido Arlette. Una protagonista malvada y mala que oculta su bondad con su astucia.
Arlette, se sentía distante y surrealista. Ella, aún atrapada en la confusión de su reciente reencarnación, se encontraba en un cuerpo que no reconocía del todo, luchando con pensamientos ajenos que la atormentaban.
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Días después. En una cena familiar. Arlette no tenía apetito. No lo ha tenido desde que despertó. El duque quien, con un tono amable pero insistido, la había interrumpido en sus divagaciones.
— ¿Estás bien, Arlette? No has comido nada.— preguntó, su mirada directa y preocupada.
Su voz parecía familiar, casi reconfortante, sin embargo, lo que él no sabía era que la mente que ocupaba este cuerpo era una mezcla caótica de recuerdos y emociones no procesadas. Arlette, al escuchar su nombre y ser llamada por su padre, sintió una punzada de invasión. Se disculpó en un murmullo apenas audible y, avergonzada, se levantó de la mesa con la cabeza gacha. Sus pensamientos eran un torbellino de confusión. La idea de haber muerto y haber "tomado prestado" este cuerpo era demasiado para asimilar. Cada rasgo que contemplaba en el espejo era un recordatorio de lo que había perdido; su hogar, sus estudiantes, su vida entera. Y ganado una vida como está. Aunque comida, y techo no le faltaba, ocupa el cuerpo de alguien no es algo más que una usurpación sin su consentimiento.
Mientras caminaba hacía el pasillo alejado del comedor, su mente se llenaba de los ecos de risas infantiles, el aroma de libros viejos y el calor de pequeños abrazos. Pero ahora, todo eso había desaparecido, y lo único que tenía era este nuevo lugar, este nuevo cuerpo, y unas expectativas que no sabía si podría cumplir.
Su hermana, Alejandra, que la observaba con discreción, notó algo extraño en su comportamiento. Sin embargo, decidió permanecer en silencio por el momento, analizando a su hermana mientras se desviaba a su habitación.
Arlette se encontraba sentada en la cama, el sol de la mañana se veía tan cálido que provocaba sentarse y recibir un poco de la luz solar. A pesar de la belleza del día, su corazón estaba pesado. Había pasado días en este estado de confusión, atrapada en una historia que no había elegido pero que si leído en su tiempo libre cuando era profesora. Su mente divagaba entre los recuerdos de su vida anterior y la extraña realidad en la que ahora se encontraba. ¿Cómo había llegado a reencarnarse en el cuerpo de una joven noble en un mundo de fantasía? No lo sabía, y en ese momento, no le importaba. Lo que realmente le preocupaba era el futuro que se le presentaba; un matrimonio por obligación, una competencia con su hermana, y la presión de cumplir con un destino que no deseaba.
La historia que la rodeaba era clara; dos hermanas compitiendo por el amor del príncipe, un matrimonio que aseguraría su estatus y el de su familia. Pero Arlette no quería ser parte de eso. No quería ser la rival de su hermana, ni la futura esposa de un hombre al que apenas conocía. En su corazón, sabía que debía tomar una decisión, y esa decisión era rechazar el matrimonio. No iba a ser una pieza más en este juego de poder y ambición.
Mientras reflexionaba sobre su situación, un suave toque en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era la voz de Alejandra, su hermana mayor. Arlette se sorprendió al escucharla, pero, por cortesía, le permitió entrar. Alejandra era una mujer de apariencia elegante, con su cabello rubio perfectamente peinado y unos ojos rubí que parecían brillar con determinación. Sin embargo, Arlette podía ver más allá de la fachada de confianza de su hermana; podía notar la presión que también pesaba sobre ella.
— Arlette, padre nos llama a una reunión familiar — anunció Alejandra, con un tono que intentaba ser casual, sin quitar la serenidad al ver a su hermana desarreglada y con el rostro pálido.
Arlette asintió. Sabía que la razón de la convocatoria era el compromiso con el príncipe, y que su padre esperaba que ambas hermanas compitieran por su mano. Sin embargo, no podía soportar la idea de ser parte de ese espectáculo. Alejandra, al ver que su hermana no se movía, se retiró, dejando a Arlette sola con sus pensamientos, no si antes de mirarla de reojo para seguir analizándola.
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Suspirando, Arlette se levantó de la cama y se arregló lo mejor que pudo. No tenía ganas de hacerlo, pero sabía que debía presentarse ante su padre. Al llegar al salón, su padre, el gran duque, la recibió con una mirada de preocupación.
— te he visto muy triste estos días, Arlette —dijo él, con un tono paternal— creo que tengo la solución perfecta para ti... He oído que el príncipe Murphy está buscando una prometida para que se convierta en su reina una vez suba al trono. Así que con mi influencia, hice que solo se fijará por mis hijas.
— matrimonio... Un matrimonio hará que tú cabeza y pies estén estable en el piso de la vida.— anunció la madre.
Ambos padres parecían la perfecta pareja de aristócratas.
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Arlette sintió que su corazón se hundía. No podía creer que su padre y madre estuvieran hablando como si nada sobre comprometer a dos personas que no se conoce, pero así era la vida en esta época. Sin embargo, él continuó, como si no hubiera notado su desdicha.
— podrías competir con Alejandra por su mano. Sería un gran honor para nuestra familia —añadió, con una pequeña sonrisa.
Arlette, con una determinación renovada, levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
— no quiero casarme con el príncipe —declaró, su voz firme y clara.
El salón se llenó de un silencio tenso. Su padre se quedó boquiabierto, y Alejandra, que había estado a su lado, se sorprendió visiblemente. Arlette sintió que el aire se volvía denso a su alrededor, pero continuó.
— le dejaré el camino libre a Alejandra para que se case con él. Ella es la que realmente lo desea, y yo no quiero competir con ella por algo tan estúpido; un hombre no es motivo para pelear.
Alejandra, aún en estado de shock, logró recuperar la compostura y, con una voz templada, dijo.
— yo también lo rechazo.— ahora es Arlette que se asombra.
Las palabras de su hermana resonaron en el aire, creando una atmósfera de incredulidad. El gran duque miró a ambas con una mezcla de asombro y frustración.
—¿Qué están diciendo las dos? —preguntó, incapaz de entender la decisión de sus hijas— ¡Es una oportunidad única para nuestra familia!
Arlette sintió que la presión aumentaba, pero se mantuvo firme. No iba a dejar que su vida se definiera por un matrimonio forzado. No iba a ser un peón en el juego de su padre.
— padre, por favor, entiéndelo. No somos objetos para ser intercambiados. No quiero que mi vida dependa de un príncipe. Quiero vivir por mí misma, tomar mis propias decisiones.
Alejandra, aunque aún sorprendida, se unió a su hermana.
— sí, padre. No podemos ser forzadas a hacer algo que no queremos. Merecemos la libertad de elegir nuestro propio camino.
El gran duque se quedó en silencio, mirando a sus hijas con una mezcla de molestia y de no entender su actitudes. Sabía que sus palabras eran valientes, pero también sabía que desafiaban las expectativas de la sociedad.
— esto no es lo que esperaba. Las conozco y se que ambas querían casarse. ¡Lo habían dicho el mes pasado!... No comprendo.— suspiró, levantándose. Continuó.— deben entender que la familia necesita este matrimonio. No tenemos problemas económicos. Ni mucho menos social. No será bien visto rechazar a alguien de la realeza ¿Que dirá la sociedad de ustedes por rechazar esto?
— no importa lo que la sociedad espere. Lo que importa es lo que nosotras queremos. No seremos parte de este juego, padre.
— estoy de acuerdo.— mencionó Alejandra.
El gran duque se quedó en silencio, sopesando las palabras de sus hijas. Arlette sintió que había dado un paso importante, pero sabía que el camino por delante no sería fácil. La historia en la que se encontraba era compleja, llena de engaños y una pelea absurda por un hombre, pero estaba decidida a forjar su propio destino, sin importar los obstáculos que se interpusieran en su camino.
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