En la librería más reconocida de la ciudad se llevaba a cabo la firma de libros y el pre-lanzamiento del último tomo de la saga *Un amor a primera vista*. Abigaíl, la autora de la novela, se encontraba sentada junto a su representante en medio del salón, firmando algunos ejemplares, cuando Diana —su representante y amiga— le informó:
—En diez minutos se llevará a cabo la entrevista. Apresúrate con esto y... dime que preparaste tus notas.
—Sí, Diana... tranquila. Hoy me siento bien.
—Eso espero. Quiero que esta vez hablen del nuevo libro, no de cómo se descompuso o se desmayó su escritora.
—Eso fue solo una vez... y creo que fue todo en el mismo evento.
—Lo que sea. Recuerda que este es el último libro y debes intrigarlos para que compren los tomos anteriores también. Por cierto, ¿cómo va la historia? ¿Ya pudiste encontrar el final que deseabas?
—Estoy en eso —respondió Abigaíl, mientras se levantaba para caminar hacia la sala de juntas—. Tengo algunas ideas, aún no me decido por cuál ir...
—Abigaíl, el estreno del libro es en tres meses. Me dijiste que lo tenías casi resuelto.
—Lo tengo, tú no te preocupes...
Diana, al ver la sonrisa nerviosa de su amiga, sintió una punzada de ansiedad. Alzando la voz, soltó:
—¿¡Aún no tienes un final!?
Sin pensarlo, Abigaíl se giró y le tapó la boca, notando cómo varias miradas se posaban sobre ellas.
—¿Qué dices? ¿Estás loca? —Le susurró entre dientes mientras la apartaba rápidamente del público, arrastrándola por los pasillos. Ya en privado, continuó—: ¿A ti qué te pasa? ¿Cómo puedes gritar eso en este momento?
—No me cambies de tema. ¿Aún no tienes el final?
—Bueno... sobre eso...
—Abigaíl, tenemos una fecha de entrega, un contrato. ¿Sabes de cuánto es la penalización?
—Lo sé, aún tengo tres meses para encontrar un final adecuado.
—Dime que por lo menos has empezado...
—Por supuesto que... —Abigaíl vaciló al ver la expresión de indignación en su amiga. Finalmente, suspiró—. La verdad es que no. No sé cómo terminar la historia.
—¿Cómo que no lo sabes? ¡Tú la creaste! Es sobre tus experiencias de vida. Invéntate un final feliz con alguno de tus tantos amantes y punto.
—Vaya, lo haces ver tan fácil. Escríbelo tú al final.
—No puedo. Mi único hombre fue el padre de mis hijos, y créeme, eso de erótico no tiene nada.
—Oye, me haces ver como una mujerzuela... Yo tampoco tuve tantas experiencias íntimas. De hecho... creo que esto nunca te lo dije, pero solo tuve un hombre en mi vida. Y mis libros hablan de él.
Diana la miró sorprendida, viendo el rubor subiendo al rostro de su amiga. Con tono incrédulo, replicó:
—Vaya, debió ser muy bueno en lo que hacía, si no no entiendo cómo pudiste escribir tres libros hablando sobre lo que él te hizo sentir.
—De hecho... fue algo de una noche.
—¿Qué? —Diana casi se atragantó con sus propias palabras—. ¿Dices que escribiste toda una saga erótica basada en un encuentro de una sola noche?
Abigaíl asintió levemente, avergonzada.
—Sí...
—Vaya, esto sí que no me lo esperaba... Espera, ¿entonces dices que Samanta, tu protagonista, eres tú?
—Sí...
—¿Y quién diablos es Eric?
—No creo que lo conozcas...
—Conozco a todos los herederos de este y otros países. Eric, en tu historia, es un joven heredero, alto, de cabello negro y ojos verdes. Si estás tan loca como creo, no creo que hayas cambiado mucho al personaje.
—Diana...
—¿Qué? Solo intento ayudar.
—Pues no me ayudas. Además, ¿de qué sirve que sepas quién fue? Ese hombre seguramente ni siquiera me recuerda.
—Y eso es justo lo que espero. Primero demos la entrevista con los reporteros, y luego hablaremos de cómo encontrar ese final. Ya tengo una idea para inspirar esa imaginación que tú tienes.
Abigaíl no entendía a qué se refería su amiga, pero antes de poder preguntar, Diana volvió a arrastrarla por los pasillos rumbo a la sala de prensa. De camino, le susurró que no diera muchos detalles, pues tenía un plan en mente.
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La rueda de prensa había salido muy bien. Los fans y periodistas estaban más que expectantes por el último libro, y Abigaíl, al salir de allí, sintió por primera vez la presión real de esa última entrega. La emoción la impulsaba, pero también la ponía nerviosa.
Diana, por su parte, salió con la mente en otra cosa. Apenas subieron al coche que las llevaría al departamento de Abigaíl, tomó su tablet y comenzó a leer algo en silencio. El viaje transcurría tranquilo, cada una en su mundo, hasta que de pronto Diana exclamó:
—¡Lo sabía! Creo que ya sé cómo podemos resolver esto.
El chófer, sorprendido por el grito, frenó de golpe. Ambas mujeres se sacudieron en el asiento, y Diana, avergonzada, se disculpó:
—Lo siento, continúe. No volveré a gritar.
El conductor asintió con gesto serio, retomando la marcha. Abigaíl, aún algo sacudida, preguntó:
—¿Y ahora qué te sucede?
—Te lo diré cuando estemos en tu casa.
Sin entender el misterio, Abigaíl prefirió no insistir. Tenía cosas más urgentes en qué pensar: encontrar el final de su historia.
Media hora después, ya en el departamento, Diana habló mientras dejaba su bolso en el sofá:
—¿Recuerdas cuando te sugerí que el segundo encuentro entre Samanta y Eric debía ser desastroso? Dijiste que era poco creíble, demasiado dramático. Pero gracias a eso ahora podemos arreglar todo este embrollo.
—¿De qué hablas?
—Del accidente del libro uno. Samanta y Eric se reencuentran luego de que él la atropella. De camino a la clínica, él la reconoce.
—Eso fue en las primeras páginas. ¿De qué me serviría eso ahora?
—De que vamos a reescribir toda la historia. —Abigaíl la miró sin comprender, y Diana continuó—: Tú no encuentras inspiración porque todos los libros se basaron en una sola noche. En cada tomo solo reviviste esa noche una y otra vez. Necesitamos más material, un nuevo ángulo... un giro inesperado.
—Diana, no te entiendo.
—Déjame explicarte. Esta historia es tanto tuya como mía. Las dos hemos aportado, y no voy a dejar que la termines de forma mediocre.
—No planeo dejarla inconclusa. Es solo que... los lectores esperan que Eric se enfrente a su familia por Samanta, que rompa su compromiso con Daniela y que por fin estén juntos.
—Sí... bueno, mi idea es empezar de cero.
—¿Estás loca?
—Abigaíl, claramente para ser tu amiga debo estarlo —respondió Diana con una sonrisa traviesa—. Escúchame bien lo que te voy a decir.
Abigaíl suspiró, resignada. Pero a medida que escuchaba la propuesta, su expresión cambió. Sus ojos se iluminaron, y la que parecía una idea absurda pronto comenzó a cobrar sentido.
La propuesta de Diana era la siguiente:
Tras su mágica noche de lujuria y desenfreno, Samanta y Eric no se volvieron a ver por varios días, como en la historia original. Pero, en el nuevo planteamiento, cuando finalmente ocurre el accidente, el conductor no es Eric, sino otro hombre. Samanta sufre heridas graves y cae en coma durante años. Mientras tanto, Eric asume el control de la empresa familiar y se convierte en un CEO poderoso.
Cinco años después, Samanta despierta en la clínica, confundida, sin reconocer el mundo a su alrededor. Al comprender que todo lo vivido con Eric fue un sueño —o eso cree—, se siente devastada. Sin embargo, al recordar cada momento con una claridad casi mágica, decide comprobar si su imaginación supera la realidad. Ya recuperada, inicia una búsqueda para encontrar a Eric... y vivir, esta vez, su historia de amor en la vida real.
Abigaíl, al terminar de escuchar la historia tan fantasiosa que su amiga acababa de inventar, no pudo evitar soltar una carcajada. Al ver el rostro serio de Diana, intentó calmarse y dijo entre risas:
—Espera... ¿Lo dices de verdad?
Diana se cruzó de brazos y asintió con firmeza. Abigaíl, con una sonrisa incrédula, añadió:
—Ay, amiga... lo que tú me pides es algo imposible. No solo cambiaría la historia por completo, sino que llegado el momento estaría en la misma posición de siempre...
—En eso te equivocas. Esta vez, escribirás una crónica de tu vida.
—¿Qué?
—Abigaíl, es obvio. Te enamoraste de ese hombre aquella noche. Escribiste tres libros fantaseando con una vida a su lado, e incluso puedo asegurar que lo has investigado para que Eric fuera lo más parecido posible a él.
—Diana, ¿pero qué dices? Eso es una locura. Sabes en lo que me convertiría si lo que dices fuera cierto.
—En una mujer enamorada. Tal vez algo loca, no digo que sea lo más normal del mundo, pero eres una buena persona, amiga.
Abigaíl no sabía si sentirse ofendida o halagada por las palabras de su amiga, pero antes de que pudiera replicar, Diana continuó:
—Lo que quiero decir es que tienes que dejar de escribir sobre lo que pudo ser y empezar a escribir sobre lo que realmente sientes. Tal vez, al hacerlo, te enfrentes a una verdad dolorosa y descubras que tu hombre ideal no era tan perfecto como creías. Pero eso también te va a ayudar a soltarlo... y a seguir con tu vida.
—No lo sé, es mucho que procesar... Además, los lectores no estarán nada felices si cambio todo tan de golpe.
—Yo opino lo contrario. Le daría un toque de realismo a toda la saga. Ahora, dime: ¿quién es Eric?
—No estoy segura...
—Dímelo.
—Eric Black...
—¿Eric Black? ¿El multimillonario playboy y mujeriego Eric Black?
—Te lo dije. No creo que sea buena idea...
—Ese tipo, amiga... ¿cómo pudiste fantasear tanto con alguien como él? ¿Cómo terminaste una noche con él?
—Oye, sé que no es perfecto... pero sí sabe cómo tratar a una mujer en la cama.
—Eso no lo dudo. Has escrito tres libros reviviendo una sola noche... me puedo imaginar lo bien que te trató.
Abigaíl frunció el ceño al ver la sonrisa burlona de su amiga. Diana, sin perder el tono juguetón, añadió:
—No voy a negar que es todo un adonis, pero ese hombre se va a morir soltero. Su vida entera gira en torno a mujeres hermosas, fiestas y mucha, pero mucha, noche. ¿Qué pasó? ¿Cómo terminaste con él?
—Esa noche había bebido mucho. Estaba muy deprimida. Mi ex prometido me había dejado porque ya no quería esperar más...
—Espera, ¿no era mentira lo de que solo estuviste con un hombre en tu vida?
—Sí... siempre creí que debía llegar virgen al matrimonio, y que el hombre que me amara debía esperarme.
—¿Y cuánto te esperó Eric? ¿Media hora?
—Oye, no bromees con eso. Aún me siento mal por lo que hice. Le fallé a mi padre, a Dios y a mí misma. Fui criada en un hogar estrictamente religioso. Cuando conocí a Mateo, le conté mi decisión y él prometió esperarme. Pero lo que no sabía era que, mientras me respetaba a mí, se acostaba con cuanta mujer se le ofrecía. Cuando me enteré, lo enfrenté, y me dijo que ya no quería esperar más. Que si no teníamos sexo, él no se quería casar.
—Maldito manipulador... ¿Después de cuántos años juntos te dijo eso?
—Después de tres...
Diana se quedó en silencio. Ella también era católica, pero había tomado un camino muy distinto: rompió esa promesa con su esposo y se casó embarazada. No podía decir que entendía completamente a Abigaíl, pero sabía que no todos los hogares religiosos eran iguales. Y el de su amiga, claramente, había sido mucho más estricto.
—La noche que lo enfrenté, rompimos el compromiso. No quería ir a casa... tenía miedo de ver el rostro de decepción de mi madre y el de mi padre. Así que fui a un bar y empecé a beber. Era la primera vez que lo hacía y, pronto, empecé a marearme. Salí a tomar aire y entonces lo vi. Él estaba allí, fumando un cigarrillo, vestido de negro. Sus ojos verdes brillaban bajo la luz de la luna, y su traje... su traje ajustaba sus músculos como si hubiese sido hecho a medida, como si fuera un guante.
—Así, tal cual lo describiste en tu historia...
—Es que así fue como lo viví... Recuerdo que él me miró luego de unos minutos de haber llegado y, al ver que no me acercaba, volteó a verme y directamente me preguntó…**
**Flashback**
**Hace cinco años...**
Abigaíl…
Luego de pasar varios minutos tomando aire, esperando que el malestar se me pasara, escuché la voz ronca y grave del hombre que estaba a mi lado.
— ¿Te encuentras bien?
Sin levantar el rostro, asentí levemente y respondí:
— Sí… es solo que allí adentro no podía respirar.
Escuché sus pasos acercarse. Luego, con un tono más suave, dijo:
— ¿Necesitas que te traiga agua?
— No, estoy bien. Se me pasará —agregué con una sonrisa débil, aún sin creer que estaba hablando con él—. Tal vez… no lo sé. Es la primera vez que bebo y empecé a sentirme mareada. ¿Eso es normal?
Levanté el rostro para mirarlo. Sus ojos verdes brillaban con intensidad bajo la tenue luz exterior, y una sonrisa se asomó en sus labios antes de responder:
— Es normal. Con el tiempo, te acostumbras.
Solté una risa nerviosa.
— ¿A quién le gustaría sentirse así? Siento que todo se mueve… O soy yo la que está dando vueltas.
El joven se acercó aún más y, con una sonrisa tranquila, me tomó suavemente del brazo.
— Ven, siéntate aquí. Se te pasará pronto. ¿Cuánto bebiste?
— Eso es lo más loco. Solo una copa… Mi tolerancia al alcohol es cero.
Él soltó una risa leve mientras me guiaba con cuidado hacia un banco cercano.
— Entonces quédate tranquila. Pronto estarás mejor… ¿Quieres que le avise a alguien que estás aquí?
— No… nadie puede saber que vine a este… antro de perdición.
Su risa fue más fuerte esta vez.
— ¿Antro de perdición? Vaya, ese sí que es un buen nombre. Pero me refería a si adentro hay alguien que pueda acompañarte hasta que te sientas mejor.
— No. Vine sola. No quería volver a casa...
Se sentó a mi lado, sin invadir mi espacio, pero cerca, como si supiera que necesitaba compañía.
— Hay días en los que yo tampoco quiero volver. Pero dime… ¿por qué no quieres regresar? Digo, si quieres hablar, soy bueno escuchando.
— Porque soy una decepción —dije con la voz baja, casi en un susurro—. Mi familia cree que todo lo que hago está mal. A veces desearía haber nacido en otra familia… o ser huérfana. Tal vez así no me preocuparía tanto por el qué dirán y podría vivir libremente.
— Oye… ¿estás hablando de ti o de mí? —respondió con una sonrisa leve, pero sus ojos tenían un matiz oscuro, casi dolido—. Mi familia es igual. Hay días que me siento como tú, pero luego recuerdo que gracias a ellos estoy vivo y soy quien soy. En esos días solo respiro profundo y aguanto. No sé cuál es tu caso, pero… a menos que hayas matado a alguien, todo tiene solución.
— Mi prometido acaba de romper nuestro compromiso… a un mes de la boda. Mis padres ya lo consideraban parte de la familia, y estoy segura de que mi madre me culpará.
— Vaya… eso sí que no tiene solución fácil. Yo también rompí un compromiso una vez. Matrimonio arreglado. No quería que mis padres decidieran con quién debía pasar mi vida, y casi arruino una amistad por ello. Mi padre dejó de hablarme por meses.
— Mi prometido rompió porque no quise acostarme con él —dije en un hilo de voz. Vi cómo su expresión cambiaba—. No es que no quisiera. Solo quería cumplir mi promesa… llegar virgen al matrimonio.
— ¿Todavía se usa eso? —preguntó sin burla, solo con curiosidad—. No estás mal. Pero el sexo es parte fundamental de una pareja. Tal vez él ya no podía esperar…
— No fue solo eso. Mientras decía que esperaría… él se acostaba con otras. Me engañaba, y luego quiso hacerme sentir culpable por no ceder.
— Eso es peor. Él sabía desde el principio en qué se estaba metiendo. Faltó a su promesa y luego quiso culparte por sus errores.
— No quería enfrentar la decepción en los ojos de mis padres. Por eso vine aquí.
— Si les cuentas la verdad, puede que no te culpen…
— Tal vez mi padre no… pero mi madre seguramente sí.
— Ese tipo era un idiota. Si les cuentas lo que me contaste a mí, seguro te entenderán.
— No entiendo por qué se comportó así…
— Porque él ya era activo y tú le pediste algo que implicaba cambiar su forma de vida. Si fuese al revés… tal vez tú hubieras hecho lo mismo.
— No puedo saberlo. Nunca he estado con nadie...
— No entiendo por qué se le da tanta importancia a eso…
— Porque nuestra religión lo dice…
— Créeme, no te irás al infierno por tener relaciones antes del matrimonio. Eso es una mentira que muchos padres les dicen a sus hijas para que se guarden para hombres que ni siquiera lo merecen. En lo personal, no me importa con cuántos hayan estado antes… a mí me importa que puedan encenderme.
— ¿Encenderte…? ¿Qué es eso?
— ¿Quieres que te enseñe?
Aunque aún estaba mareada y nerviosa, asentí. Su mano se posó en mi nuca y me atrajo con suavidad. Al principio no supe qué hacer, pero cuando su lengua rozó mis labios, me dejé llevar. Abrí levemente la boca, y su lengua exploró la mía con intensidad.
Sus besos descendieron a mi cuello, lentos y húmedos. Luego, con voz grave, cerca de mi oído, susurró:
— Dime qué estás sintiendo ahora…
Mi respiración se agitó. Sentía un cosquilleo recorriendo cada centímetro de mi piel. Sus manos se deslizaban por mis brazos, mi espalda, como si ya conocieran mi cuerpo. No podía articular palabra.
— ¿Quieres que me detenga? —preguntó con los labios rozando los míos.
— No… —susurré apenas.
Era la primera vez que me besaban así. Sus labios devoraban los míos como si lo necesitara. Cuando se separó buscando aire, sentí un vacío repentino que quise llenar de nuevo, pero me detuvo.
— Eso es encender. Si quieres que continúe, ya no podré detenerme.
Sabía lo que estaba diciendo. Pero no podía detener lo que sentía. Mordí mi labio, llena de nervios y deseo, y rompí el silencio:
— Está bien… quiero aprender más.
Su mirada se volvió más intensa. Me besó con fuerza, como si mi consentimiento lo hubiera liberado por completo. Estaba perdida. No sabía qué estaba haciendo, pero no quería que dejara de besarme.
Me tomó de la mano, y llevándome hacia unas escaleras, dijo:
— Ven… vamos a mi oficina.
Y sin más, me arrastró con él. En cuanto cruzamos las puertas, me acorraló nuevamente y se apoderó de mis labios… como si esa noche fuera nuestra única verdad.
Presente.
Han pasado cinco años… y todavía recuerdo esa noche como si hubiese ocurrido ayer. A veces me convenzo de que fue un sueño, de que nada de eso fue real. Pero entonces cierro los ojos… y puedo sentirlo. Su voz ronca, sus labios explorando los míos, sus manos rodeando mi cuerpo con una seguridad que me desarmó.
Esa noche no fui yo. O tal vez sí… tal vez fue la versión más libre —y más perdida— de mí misma. La que no pensaba en promesas, ni en culpas, ni en lo que diría mi madre al enterarse. Solo quería dejar de sentirme sola… aunque fuera por unas horas.
Nunca volví a verlo. Nunca supe quién era realmente. Y sin embargo, lo convertí en mi personaje perfecto. En cada página lo reescribí, lo idealicé, lo amé con palabras que nunca se dijeron en voz alta. Lo volví mío… en papel.
A veces me siento ridícula. ¿Cómo pude obsesionarme tanto con alguien que apenas conocí? Pero luego pienso en todo lo que representó para mí: fue consuelo, fue escape, fue fuego en medio del hielo. Fue el único que no me pidió explicaciones… ni me exigió nada.
Y sin embargo, también fue el comienzo de una culpa que nunca he sabido enterrar. Porque rompí mis promesas, traicioné mis principios… me traicioné a mí misma.
Pero si cierro los ojos y dejo que el recuerdo me envuelva, no hay arrepentimiento. Solo hay nostalgia. Y un deseo silencioso de volver a sentirme así… viva.
No sé si lo amé. Tal vez no. Tal vez solo amé lo que me hizo sentir por un instante. Pero esa noche… esa noche sigue siendo mi secreto más sagrado. El único que nadie me ha podido arrebatar.
—Nena… Abi… ¡Abi! —
El chasquido insistente de unos dedos frente a su rostro la sacó de su ensoñación. Diana la miraba con los ojos muy abiertos y una ceja arqueada.
— Vuelve a la tierra, amiga… Estabas mirando la nada con esa cara de “acabo de besar a un dios griego”.
Abigaíl parpadeó, tragó saliva y bajó la mirada, sintiendo el calor subirle por el cuello.
— Lo siento… me fui un segundo.
Diana sonrió como si supiera exactamente a dónde se había ido.
— Un segundo muy largo… ¿Acaso estás escribiendo en tu mente o recordando a tu “personaje misterioso”?
Abigaíl sonrió, apenas.
— Un poco de ambas cosas...
— Está bien... bueno, escucha, mientras tú estabas en tu mundo, yo me puse a investigar un poco… y lo tengo.
Abigaíl frunció el ceño.
— ¿Qué tienes?
— La entrada. En la empresa de tu adonis están buscando secretaria.
Abigaíl la miró como si hablara en otro idioma.
— ¿Qué? ¿Cómo sabes eso? ¿Y cómo se supone que eso me ayudaría?
— El cómo no importa —Diana hizo un gesto dramático con la mano—. Lo importante aquí es que ese es tu pase directo a él.
— Ay, Diana, no te estoy siguiendo. Sé más clara.
Diana se inclinó hacia ella con los ojos brillando de emoción.
— Abi, escucha. Mi idea es esta: imagina que Samanta —tu protagonista— después de despertar del coma y darse cuenta de que todo lo que vivió con Eric fue solo una ilusión… decide buscarlo. Porque necesita saber si la realidad puede superar a su fantasía. Así que, ¿qué hace? Se postula para un trabajo en su empresa. No para espiarlo, no para forzarlo… solo para estar cerca. Para ver si lo que sintió en sueños tiene eco en la vida real.
— ¿Y luego?
— Luego… no sé. Ahí es donde tienes que poner a trabajar esa cabeza loca de escritora que tienes. Yo ya hice mi parte.
Abigaíl se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior. Diana la conocía demasiado bien. Sabía cómo tocar sus hilos sin que pareciera manipulación. Y lo peor… es que lo que proponía no era una locura. O sí lo era, pero de esas que tentaban.
— No lo sé, Diana. Aún no estoy segura de todo esto…
— No tienes que estar segura, Abi. Solo tienes que estar viva. Y hace años que te veo respirando, pero no viviendo. Tal vez… este sea el primer paso.
Abigaíl bajó la mirada. Su corazón latía con más fuerza de la que estaba dispuesta a admitir. ¿Y si tenía razón?
— Es una locura —susurró.
— Todas las buenas historias lo son.
Luego de estar escuchando la insistencia de su amiga por un rato más, Diana por fin se despidió, pero antes de irse le hizo prometer a Abigaíl que lo pensaría. Su idea era algo descabellada, pero aun así, ella buscaba no solo que su amiga terminará el libro, sino que por fin pudiera cerrar ese capítulo en su vida o comenzar una nueva historia, pero en la vida real.
***
La pantalla de su laptop iluminaba la habitación en penumbra. El cursor parpadeaba sobre el formulario digital como si también dudara. Nombre completo, dirección, referencias... todo era tan normal, tan frío. Nada en ese formulario parecía preparado para el verdadero motivo por el que estaba allí.
Abigaíl respiró hondo. Sus dedos flotaban sobre el teclado, temblorosos. Su corazón latía con esa mezcla de miedo y adrenalina que sólo se siente antes de hacer una locura… o de enamorarse.
"Esto es ridículo", pensó.
Y aun así, ahí estaba.
Había buscado el nombre de la empresa dos veces. Había leído y releído los requisitos del puesto. No era nada fuera de su alcance. Era un simple empleo administrativo, uno que podría desempeñar sin problemas. Lo había hecho antes. Pero esta vez... el trabajo no era el objetivo.
El objetivo tenía un rostro difuso en su mente, una voz grave atrapada en su memoria, y un recuerdo tan vivo que dolía.
¿Y si no me reconoce?, pensó.
¿Y si sí lo hace?
Se levantó de la silla y empezó a caminar por la habitación, como si el movimiento pudiera calmar su mente. Diana no dejaba de insistir: "Hazlo por ti, no por él". Pero eso era una mentira piadosa. Lo estaba haciendo por ambos. Por lo que podría haber sido. Por lo que aún —quizás— podría ser.
Volvió a sentarse. Sus dedos tocaron las teclas, una a una. Completó el formulario sin mirar atrás. Cuando llegó al final, solo había un botón: **Enviar solicitud**.
Cerró los ojos. Por un instante, solo escuchó su respiración.
Y luego… hizo clic.
El silencio de la habitación fue absoluto. Abigaíl apoyó la frente contra la mesa y sonrió, nerviosa.
—Dios mío… ¿Qué acabo de hacer?
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