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Embarazo Después Del Adiós.

Capítulo 1.

POV Daniela

Me encuentran sentada en la mesa del restaurante, más que nerviosa. Hoy era el día en que debía confrontar mi pasado, y aunque aún no estaba segura de hacer esto, mi hermano Dylan creía que era lo mejor. Él, más que nadie, conocía a Erick y sabía que mientras más tardara en darle esta noticia, más crecería su enojo hacia mí.

Sin poder controlar mi ansiedad, comencé a devorar mi porción de pastel, hasta que el hombre del que juraba ya no estar enamorada entró por la puerta. Nuestras miradas se cruzaron, y, tratando de controlar mi nerviosismo, me levanté con algo de dificultad: mi vientre, de ocho meses de embarazo, me impedía moverme con rapidez. Tan pronto me incorporé, su mirada se congeló en mi vientre. Su rostro mostraba una mezcla de confusión y asombro... No obstante, se mantuvo serio y continuó caminando hasta quedar frente a mí.

—Buenos días, Erick... —dije.

Lo vi quedarse inmóvil, sin responder a mi saludo, así que añadí:

—Toma asiento...

Él obedeció, y cuando regresé a mi lugar, por fin noté algo más que sorpresa en sus ojos. Mirándome directamente, dijo:

—¿Qué significa esto, Daniela?

—Déjame explicarte...

—Eso espero.

—Muy bien. Como podrás ver... estoy embarazada.

—Eso ya lo noté. Lo que quiero que me expliques es: ¿de cuánto tiempo estás?

—Estoy entrando en el octavo mes...

—Eso quiere decir que...

—Sí. Cuando firmé los papeles del divorcio, ya sabía que estaba embarazada.

—¿Y no se te ocurrió decírmelo en ese momento? ¿Qué intentas con esto ahora?

—¿Qué intento?

—Sí. ¿Cuál es tu plan al aparecerte así, después de tanto tiempo, con esta noticia?

—Erick, no intento nada. Solo quiero que estés enterado antes de que mis bebés nazcan. Cuando firmamos el divorcio, tú dijiste que nuestro matrimonio había sido solo un contrato, y que jamás te habrías casado conmigo si no hubiera sido por nuestros padres. No he venido a reclamarte, ni a reprocharte nada, pero tú no me dejaste otra opción.

—¿Tú me mientes y la culpa es mía?

—No... no estoy diciendo eso. Pero dime, ¿qué habría pasado si en ese momento te decía que estaba embarazada? ¿Me habrías creído? Y si lo hacías, ¿no pensarías que era solo una forma de retenerte? Mira, Erick, no solo tú te casaste por obligación. A mí también me forzaron, pero pensé que ambos pondríamos de nuestra parte para que funcionara. Cuando me di cuenta de que no era así, y que tú solo querías terminar con este “contrato”, decidí dejarte libre.

—No inventes excusas para justificar tus mentiras.

—No son excusas, es la verdad. ¿Acaso tú me preguntaste si yo estaba de acuerdo con el divorcio? No, ¿verdad? Un día llegaste con los papeles y dijiste: “No tenemos por qué prolongar esto más tiempo. Le prometí a mi padre un año de matrimonio a cambio de la empresa, y ese plazo se acaba de cumplir”. Me usaste, todo ese tiempo. Y, sin embargo, aun así estoy aquí. No vine a reprocharte nada. Tampoco a pedirte nada. Solo quería que supieras que pronto serás padre. Ya queda en ti si decides formar parte de la vida de nuestros hijos... o no.

Intenté levantarme de mi asiento, pero Erick habló de nuevo.

—Sigues hablando en plural del bebé...

—Es que son dos. Estoy esperando gemelos.

Al ver su rostro, volví a sentarme. Saqué de mi cartera la última ecografía y la coloqué frente a él.

—Estos son mis bebés...

Erick tomó el papel. Vi que no lograba distinguir bien a los pequeños, así que señalé a cada uno.

—Este es comilón. Mira, esas son sus patitas, sus manos... su cabeza. Y esta es dormilona, siempre está chupándose el dedito y se mueve muy poquito.

—¿Son niño y niña?

—No... no lo sé aún. Quería que fuera sorpresa. Pero cuando leí en un libro que debía hablarles para que reconocieran mi voz, empecé a decirles así.

—Vaya... esto es mucho que procesar. ¿Quién más lo sabe?

—Bueno... solo lo sabe Dylan. Se enteró cuando llegué hace dos semanas. Él fue quien insistió en que te lo contara antes de que nacieran. No es que no pensaba decírtelo... pero quería hacerlo una vez que ellos ya estuvieran aquí.

—¿Por qué me lo ocultaste? Pudiste decírmelo...

—¿Y quedarnos juntos por obligación?

—No... bueno, sí. Los niños...

—Pueden tener a ambos padres igual. Puedes verlos cuando quieras, y cuando crezcan podrán venir a visitarte, o tú a verlos.

—¿Cómo que podré ir a verlos? ¿Dónde estás quedándote?

—Quería que mis hijos fueran norteamericanos como nosotros, pero en cuanto podamos viajar, volveré a Italia. En este tiempo retomé mi carrera, estoy diseñando otra vez. Abrí mi propio taller y me va muy bien. Pronto sacaré una colección en sociedad con una marca prestigiosa, y espero que eso haga despegar mi nombre. Tal vez no lo recuerdes, pero siempre soñé con ser una gran diseñadora. Y en estos meses he trabajado muy duro para lograrlo.

—Lo recuerdo... me alegra que te haya ido bien. Aun así, deberíamos buscar una solución antes de que los bebés nazcan. Mi familia no va a estar nada contenta con esta situación...

—¿Y crees que la mía sí lo estará? Dylan está furioso por haberlo ocultado, y mis otros hermanos seguramente también lo estarán. Pero asumiré la responsabilidad. Por eso estoy aquí, dándote la cara.

—Eso es lo que aún no logro comprender. ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque de los dos, el único que quería separarse eras tú. Tú decidiste alejarme cuando notaste que me estaba enamorando. —Vi cómo sus ojos se clavaban en los míos.— Tal vez no quisiste lastimarme, pero lo hiciste. Si sabías que esto acabaría en unos meses, no debiste enamorarme. Pensé que los dos queríamos un futuro juntos, por eso me entregué a ti... No busco que sientas pena. Fui ingenua, y esa fue mi parte en todo esto. Creí que si te lo decía, no me creerías. Y si lo hacías, me obligarías a quedarme a tu lado solo por los bebés. No quería vivir bajo esa presión. Decidí darte tu libertad... e ir en busca de la mía. En Roma he cumplido mis sueños, y aunque no lo creas, soy feliz. Tal vez estos bebés no llegaron como siempre soñé, pero estoy agradecida con la vida por darme a estos dos angelitos, que me acompañaron en los momentos más duros.

Erick se veía enojado, pero no parecía tener el valor de reprocharme. Sabía, en el fondo, que esta situación también era consecuencia de sus decisiones.

—Entiendo tu punto de vista, pero no lo comparto. Deberías haberme dicho esto en cuanto lo supiste. Podríamos habernos ahorrado muchos problemas...

—Tú también ocultaste tu acuerdo con tu padre, ¿lo recuerdas? Estamos a mano. Mira, nadie te está culpando. Si no quieres hacerte cargo de los niños... está bien. Yo puedo con esto sola. He podido todo este tiempo sin ayuda de nadie, y...

—No estoy diciendo eso. Compréndeme tú también. Después del divorcio desapareciste. Te busqué, pedí explicaciones... y nada. De pronto reapareces, pides una reunión y me dices todo esto. ¿Y se supone que debo aceptarlo de la noche a la mañana? Tú has tenido ocho meses para asimilar que serás madre. ¿Podrías darme aunque sea dos minutos para aceptar que seré padre... de dos?

Tras ese arrebato, pasó la mano por su cabello y miró alrededor, como queriendo comprobar que nadie notaba su alteración. Sin poder evitar sonreír, le tendí mi taza de chocolate caliente.

—Toma, te ayudará. A mí me ayuda. Antes de venir aquí me comí tres porciones de torta, un hot dog y dos tés de manzanilla. La comida ha sido mi gran apoyo emocional durante todo esto. Incluso aprendí a cocinar... ¿puedes creerlo?

Vi cómo miraba la taza. Dudó un segundo, pero luego bebió un sorbo. Y después, uno más largo. Al terminar, tomó una servilleta, se limpió los labios, y volvió a recuperar la compostura.

Erick se quedó en silencio. Mantenía la taza entre sus manos, como si el calor del chocolate le ayudara a ordenar los pensamientos. Yo lo observaba, sin presionarlo, consciente de que todo esto era demasiado.

—¿Aprendiste a cocinar? —preguntó al fin, con una leve sonrisa incrédula.

—Sí, aunque mi repertorio se limita a lo básico... y a muchos postres —respondí con una sonrisa cómplice—. Pero oye, nadie nace sabiendo, ¿no?

—Nunca pensé que tú... —Hizo una pausa, buscando las palabras correctas— volverías y me dirías algo así. Cuando te fuiste me di cuenta de que...

— No por favor. No quiero hablar del pasado, tuviste tus razanes y yo tuve las mias para irme. No pensenmos en ello y mejor hablemos de como continuaremos de ahora en adelante.

Veo como su mirada se agudiza y agrega.

— Pero esto también es importante, cuando te fuiste me di cuenta del error que había cometido. El no verte... no tenerte, me hizo pensar en si lo que había hecho fue lo correcto. Sabía que estabas conmigo por obligación, no quería retenerte a mi lado así...

– No quiero hablar de eso, tú tomaste tu decisión y yo la respete. No vine aquí para torturarte, ni tampoco para que te sientas culpable. Solo quiero que podamos llevarnos bien por los niños, en el pasado fuimos muy buenos amigos, intentemos serlo nuevamente para que nuestros hijos crezca en un ambiente sano. No por que estemos divorciados debemos llevarnos mal. Erick yo no te guardo rencor, si ese fuera el caso no estaría aquí diciéndote todo esto.

— Sigues diciendo lo mismo, yo quería terminar con ese matrimonio acordado para poder comenzar una relación verdadera... pero tú huiste, te fuiste y no me dejaste explicarte nada.

veo que en sus ojos hay sinceridad pero aun así contesto.

— No me interesa, no quiero tus explicaciones, es más no me importa como haya sido. Desde el momento que me utilizaste para ganar el liderazgo de tu empresa, mi confianza y amor ti se rompió y eso es algo que no se puede cambiar. No quiero decirte o hacer algo que nos lastime a ambos. Hoy solo vine con el propósito de contarte sobre la llegada de nuestros bebés. Ahora si me disculpas debo irme, tengo una cena en casa de mi padre a la que no puedo faltar.

Me levanté del asiento sin querer escuchar más sobre su verdad, pero pronto sentí como Erick tomó mi mano con delicadeza y pregunto.

— ¿Qué piensas decirles? Digo no puedo permitir que te juzguen por toda esta situación a ti sola. Gran parte de todo este enrriedo es mi culpa.

— Tranquilo Erick, no tienes de que preocuparte, mi familia no es tan mala como piensas. Si, se sorprenderan al principio, pero estoy segura que lo entenderán. Además, creo que nunca les caíste muy bien...—

Veo como su rostro se frunce y agregó — Tranquilo, es broma.

—Déjame ir contigo... no puedo dejarte con todo esto a ti sola.

Lo miré sorprendida. Durante meses había imaginado este encuentro, pero nunca pensé que él se ofrecería a acompañarme, mucho menos frente a mi familia.

—No es necesario, en serio. Yo puedo...

—Pero no tienes por qué hacerlo sola —me interrumpió, con una expresión serena, pero decidida—. Sé que lo nuestro terminó mal. Sé que herí tus sentimientos. Pero también sé que no quiero seguir cometiendo los mismos errores. Si voy a ser padre, entonces debo empezar por estar. Y esta es una buena forma de hacerlo.

Lo miré en silencio. Por un momento, volví a ver al chico con el que alguna vez me reí por horas, al que conocía más allá de ese matrimonio impuesto. No sabía si podía volver a confiar en él, pero tampoco podía seguir viviendo con miedo.

—Está bien —dije finalmente—. Pero solo si prometes comportarte... nada de dramas.

—¿Yo? Jamás —dijo con una sonrisa ladeada que conocía muy bien.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.

—De acuerdo, nos vamos en media hora. Pero antes, necesito pasar al baño y arreglarme un poco. Siento que tengo pastel hasta en las cejas.

—Te espero aquí —contestó, levantándose apenas para abrirme paso.

Mientras caminaba hacia el baño, no podía dejar de pensar en lo irónico que era todo. Lo había enfrentado con la idea de cerrar un capítulo, y sin embargo... algo estaba empezando a abrirse de nuevo. No un romance, no aún. Pero sí una oportunidad. Una nueva historia. Una donde quizás, esta vez, podríamos escribir nuestras propias reglas.

POV Erick

La sigo en silencio mientras salimos del restaurante. Va unos pasos delante de mí, con una mano sobre su vientre y la otra sosteniendo el abrigo que apenas cubre su figura. Daniela… tan distinta, y a la vez tan igual.

En estos siete meses imaginé muchas veces este momento, pero siempre creí que sería yo quien tendría que buscarla, no al revés. Y ahora que está aquí, que me ha dicho todo de golpe, siento como si el mundo que había construido tras su partida empezara a tambalearse.

Jamás me imaginé que me ocultaría algo así. Ni siquiera sabía que era capaz de hacerlo. La Daniela que yo conocía era frágil, impulsiva, incapaz de guardar secretos… ¿o acaso nunca la conocí de verdad?

Cuando me dijo que no quería escuchar mis explicaciones, sentí el mismo rechazo que aquella noche en que se marchó. Yo también tuve miedo. Miedo de lastimarla. Miedo de enamorarme de ella sin poder admitirlo. Miedo de que lo que empezó como un acuerdo se convirtiera en algo que no supiera manejar.

Pero ahora que la veo así… fuerte, decidida, hermosa con esa ternura nueva que le dan los bebés que crecen dentro de ella, no puedo dejar de preguntarme en qué momento la dejé escapar.

—¿Estás bien? —pregunto, rompiendo el silencio mientras entramos en el auto.

—Sí —dice sin mirarme—. ¿Estás seguro de querer venir? Todavía estás a tiempo de echarte atrás.

—Ya tomé demasiadas malas decisiones como para seguir huyendo. Además, si tu padre es como recuerdo, más vale que no llegues sola. Podría usarme como escudo si las cosas se ponen feas —intento bromear, pero apenas obtengo una sonrisa forzada.

El camino hasta su casa se siente más corto de lo que imaginaba. El silencio entre nosotros no es incómodo, pero sí tenso. Hay tanto que quisiera decirle... y sin embargo, callo. No es el momento. No todavía.

Miro por la ventana mientras nos acercamos a esa enorme casa que alguna vez fue nuestro escenario de guerra fría. Pienso en los bebés, en lo que significan, en lo que implican. Siento miedo, claro que sí. Pero también una responsabilidad que nunca antes había sentido.

—Daniela —digo justo antes de que abra la puerta—. Pase lo que pase allá adentro, gracias por decírmelo. No sé si merezco estar aquí, pero me alegra que me hayas dado la oportunidad.

Ella asiente con la cabeza, sin decir nada. Pero por un instante, sus ojos se suavizan. Y eso me basta.

Bajamos del auto. Al ver cómo su padre abre la puerta, con esa mirada inquisidora que parece perforarme el alma, sé que esto apenas comienza. Pero estoy listo. Por primera vez en mucho tiempo, estoy listo.

Narrador omnisciente

Erick, sin detenerse a pensar en los juicios que pudieran cruzar la mirada del señor Francisco, rodeó el auto con paso firme. Abrió la puerta del copiloto y extendió su mano con naturalidad. Ayudó a Daniela a bajar con suavidad, cuidando cada uno de sus movimientos como si fueran frágiles piezas de porcelana.

Apenas sus pies tocaron el suelo, ambos levantaron la vista… y allí estaba él. Francisco Montero. Su postura erguida, la mandíbula tensa, y los brazos cruzados firmemente sobre el pecho. Era evidente que no se esperaba aquella visita, y mucho menos en esa combinación. Su mirada pasó de la hija al hombre que había firmado su divorcio hacía apenas unos meses. Y luego, inevitablemente, descendió hasta el vientre de Daniela.

No necesitó preguntar. Lo entendió todo.

Daniela sintió cómo su pecho se cerraba. Su padre era un hombre justo, sí, pero también de carácter inquebrantable. Con él nunca había necesitado ocultar nada, jamás había tenido secretos… hasta ahora. Y esta vez no solo había mentido. Le había escondido el mayor acontecimiento de su vida.

Sintiendo que su corazón comenzaba a acelerarse, tomó una bocanada de aire. Luego otra. Y sin atreverse a mirar al hombre que le había enseñado a montar bicicleta y a amar con valentía, murmuró apenas para que Erick pudiera oírla:

—Por favor, no me dejes caer.

Él entrelazó sus dedos con los de ella en un gesto inesperadamente cálido. No dijo nada. Pero apretó su mano. Firme. Seguro. Como una promesa silenciosa.

Francisco dio un paso al frente, sin apartar la mirada de su hija. Su voz resonó con un control ensayado, pero no pudo ocultar del todo el temblor que se escondía tras las palabras:

—¿Van a explicarme qué significa todo esto?

Daniela tragó saliva. Su padre no gritaba. No necesitaba hacerlo. Bastaba con ese tono para hacer temblar el suelo bajo sus pies.

Y sin soltar la mano de Erick, lo miró con decisión. No iba a retroceder. No esta vez.

—Papá... necesitamos hablar.

capítulo 2

Francisco, al oír las palabras de su hija, sin cambiar su postura firme frente a ambos, respondió con seriedad.

—Por supuesto que debemos hacerlo… tienes mucho que explicar, jovencita.

Daniela, al ver el enojo reflejado en el rostro de su padre, dio los primeros pasos en su dirección junto a Erick. Pero el señor Francisco agregó con voz tajante:

—Hablaremos tú y yo a solas. Luego hablaré con usted, señor Martínez.

Erick sintió cómo el cuerpo de Daniela temblaba a su lado. No iba a permitir que su ex suegro la juzgara o cargara con toda la culpa de aquella situación. Así que, sin vacilar, respondió:

—Tendrá que disculparme, señor Montero, pero esta vez ambos debemos hablar de lo mismo.

Francisco alzó una ceja. Su mirada, afilada como un cuchillo, pasó de su hija al hombre que una vez le prometió cuidarla. El aire se volvió denso, tenso, como si el tiempo se hubiera detenido.

—¿Perdón? —inquirió con frialdad, cruzando los brazos con más fuerza—. No estoy acostumbrado a que me contradigan en mi propia casa, señor Martínez.

Erick sostuvo su mirada sin pestañear. Su tono fue firme, sin altivez, pero con una convicción inquebrantable.

—Y yo no suelo involucrarme en discusiones familiares, señor Montero, pero esto no es solo un asunto entre usted y su hija. Yo también soy responsable. Y tengo tanto que decir como ella. —Miró a Daniela, que parecía debatirse entre el miedo y el alivio—. No voy a dejarla sola en esto.

Francisco bajó la mirada a sus manos entrelazadas. Por un instante, pareció dispuesto a estallar, pero luego respiró profundo. Cuando volvió a alzar los ojos, ya no era solo el padre indignado. Era también un hombre herido, confundido.

—¿Van a decirme entonces que todo esto —hizo un gesto vago hacia el vientre de su hija— ocurrió después del divorcio?

—No —respondió Daniela con un hilo de voz—. Estaba embarazada antes de firmar los papeles… solo que no lo supe hasta después. Y cuando lo supe... ya era demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde para qué? ¿Para venir a casa? ¿Para decirme que iba a ser abuelo? —Francisco alzó la voz, sin llegar a gritar, pero con cada palabra cargada de decepción—. Daniela, tú y yo siempre fuimos honestos. ¿Por qué me excluiste?

Daniela sintió las lágrimas arder detrás de los ojos. No quería llorar. No frente a él. No con Erick allí.

—Porque tenía miedo —admitió—. Miedo de decepcionarte. De que pensaras que arruiné todo.

Francisco bajó la vista. Su postura férrea tambaleó. Frente a él ya no estaba su niña, sino una mujer hecha y derecha, con secretos que había llevado sola.

—Hija… no hay nada que puedas hacer que me haga dejar de ser tu padre. Pero debiste confiar en mí.

Luego miró a Erick.

—Y usted, señor Martínez… si vino a buscar redención, le aviso que no será fácil.

—No he venido a pedir perdón —dijo Erick, sin amedrentarse—. He venido a asumir mi responsabilidad. Y si me lo permite… quiero formar parte de la vida de mis hijos. Porque aún no se lo hemos dicho, pero… son dos.

Francisco parpadeó. El silencio cayó como una manta espesa.

—¿Dos? —repitió, como si no pudiera procesarlo de inmediato—. ¿Me están diciendo que voy a ser abuelo por partida doble?

Erick asintió. Francisco dio media vuelta en silencio.

—Entonces entren. Si vamos a discutir, que sea con café de por medio. —Y sin mirar atrás—. Daniela, no me hagas esperar…

Daniela se quedó inmóvil por un segundo. Erick le puso una mano en la espalda, suave.

—No estás sola —murmuró.

Ambos cruzaron el umbral. La casa olía a canela y recuerdos. La madera crujía bajo sus pasos, y el silencio parecía más denso que el que dejaron afuera. Francisco fue directo a la cocina, sin decir una palabra. Daniela y Erick se sentaron en la mesa del comedor, uno frente al otro.

Minutos después, el sonido de la cafetera rompió el silencio. El aroma del café se esparció lentamente, como si tuviera el poder de deshacer, aunque fuera un poco, la tensión entre ellos.

Francisco volvió con una bandeja y colocó tres tazas sobre la mesa. No adornó el momento con gestos amables. Simplemente se sentó, la taza en la mano.

—Bien —dijo con voz firme—. Ahora quiero la verdad. Toda. Sin rodeos.

Daniela bajó la mirada. Erick entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Después del divorcio —empezó ella— me fui a casa de Dylan. Me sentía perdida, dolida. Me enteré semanas después que estaba embarazada.

—¿Y por qué demonios no me lo dijiste? —interrumpió Francisco.

—Porque tenía miedo —repitió Daniela, con voz quebrada—. Fuiste tú quien más me presionó con ese matrimonio. Pensé que si sabías del embarazo me obligarías a regresar con Erick… y no podía con eso otra vez.

Francisco abrió la boca, pero Erick lo interrumpió.

—Con todo respeto, señor Montero, Daniela no lo hizo por venganza ni para complicar las cosas. Lo hizo porque ustedes la empujaron a algo que ella nunca eligió del todo.

Francisco golpeó la mesa con la palma abierta. No con violencia, pero con la fuerza de quien siente que todo se le escapa.

—¡No me hables como si no supiera lo que hice! ¡Era mi hija, intentaba protegerla! ¡Creí que ese matrimonio le daría estabilidad!

—¿A costa de qué, papá? —gritó Daniela, por fin—. ¿De mi libertad? ¿De mi felicidad? Yo obedecí porque te amaba… pero me rompí en el proceso.

Una figura apareció en la entrada del comedor. Mariana, la madre de Daniela, con los brazos cruzados y el rostro serio. Había escuchado todo.

—Eso es suficiente —dijo, con calma firme—. Ya hay suficiente culpa en esta familia como para seguir lanzándola como piedras.

Todos voltearon. Francisco quedó congelado. Mariana se acercó a su hija y le acarició el hombro.

—Francisco, creíste que podías protegerla con decisiones duras, pero no viste el daño. Y tú, hija, debiste confiar más… incluso cuando creíste que no podías.

Tomó una taza de la bandeja y suspiró.

—Ahora que lo importante está dicho… enfoquémonos en lo que viene. ¿Van a criar a esos niños juntos o cada uno por su lado? Eso es lo que importa ahora.

El silencio que volvió ya no era áspero. Era reflexivo. Daniela miró a Erick. Él asintió. Luego, ella habló.

—Cuando estemos listos para volver a Italia, regresaré. Por fin estoy haciendo lo que me apasiona allá. Estoy construyendo mi empresa.

Erick la miró sorprendido, pero también admirado.

—Aún no lo hemos hablado, pero si eso es lo que quieres, encontraremos la forma de hacerlo funcionar.

Francisco frunció el ceño.

—¿Italia? ¿Vas a llevarte a mis nietos al otro lado del mundo?

Daniela sostuvo su mirada con firmeza.

—No me los voy a llevar. Quiero que estén con su padre. Y si él lo desea, puede venir con nosotros. Si no… tendremos que encontrar la manera de que sepan que tienen dos hogares.

Erick asintió, conmovido.

—Yo solo quiero estar con ellos. No importa el país, el idioma o las horas de vuelo. Si me dejan ser parte de sus vidas… estaré donde tenga que estar.

Mariana asintió. Francisco se levantó y miró por la ventana. Su voz, al volver, fue más baja.

—No me gusta, Daniela. Pero tampoco voy a detenerte. Solo prométeme que no me ocultarás nada más.

—Te lo prometo, papá —dijo ella, con un nudo en la garganta.

Francisco se giró hacia Erick.

—Y usted… más le vale estar a la altura. No por ella. Por esos niños. No quiero que algún día se pregunten dónde estaba su padre.

Erick se puso de pie.

—No lo harán. Nunca les daré motivos para dudarlo.

Francisco asintió con un gesto breve. Se dirigió a la cafetera y, con tono más relajado, dijo:

—Bien. Si van a criar gemelos… será mejor que empiecen con otra taza de café. Lo que viene no será nada fácil.

Daniela sonrió. Por primera vez, su sonrisa no era un disfraz. Era real. Porque, pese a todo, estaban empezando a sanar.

capítulo 3

Luego de aquella intensa conversación, el ambiente que antes parecía un campo minado comenzó a calmarse poco a poco. Francisco, aunque todavía severo, permitió que la charla se suavizara. Mariana, más serena, aprovechó para preguntar a su hija sobre su vida en Italia, su embarazo y todo lo que había ocurrido durante su ausencia. Por primera vez en meses, parecía que podían hablar como una familia.

Pero la tregua no duró mucho.

El timbre de la gran mansión sonó con fuerza, rompiendo el frágil momento de calma. Mariana se levantó con curiosidad para abrir la puerta, y poco después, las voces familiares de Dylan y Sebastián se escucharon en el recibidor. Al cruzar la puerta y ver a su hermana sentada junto a Erick, sus pasos se detuvieron en seco.

Sebastián, el mayor de los hermanos Montero, frunció el ceño al instante. Pero fue su mirada la que lo dijo todo: pasó del desconcierto al asombro… y de ahí a una furia silenciosa cuando sus ojos se posaron en el vientre abultado de Daniela.

—¿Qué…? —musitó sin terminar la frase.

Daniela se levantó al verlo, con una sonrisa emocionada, pero esa sonrisa se desdibujó al instante al notar cómo los ojos de su hermano se inyectaban de sangre y su mandíbula se tensaba con rabia.

—Sebastián… espera —dijo, poniéndose frente a Erick en un gesto instintivo—. Déjame explicarte, por favor, escúchame…

Pero Sebastián no escuchó razones.

Con pasos largos y una furia incontenible, se abalanzó sobre Erick, tomándolo con fuerza por el cuello de la camisa y levantándolo apenas unos centímetros del asiento.

—¿Qué diablos significa esto, Erick? —escupió entre dientes apretados—. ¿¡Te atreviste a dejar a mi hermana estando embarazada!?

Dylan, sorprendido por la escena, intentó intervenir.

—¡Sebas, basta! ¡Suéltalo! ¡Escucha primero!

—¡No! —rugió Sebastián sin apartar la mirada de Erick—. ¡Dímelo tú! ¿¡Cómo fuiste capaz de algo así!?

Erick no forcejeó. No trató de defenderse. Sus ojos, fijos en los de Sebastián, estaban serenos.

—Tienes todo el derecho a estar molesto —dijo con voz firme—. Pero no la dejé sabiendo que estaba embarazada. Me enteré hace apenas unas horas. Y estoy aquí para enmendarlo. No voy a huir de esto, ni de ella, ni de mis hijos.

Sebastián apretó más la tela bajo sus puños, como si intentara controlar el impulso de golpearlo, pero entonces escuchó la voz de su madre.

—¡Sebastián, basta! —gritó Mariana desde el otro lado del comedor—. ¡No es así como resolvemos las cosas!

El mayor de los Montero parpadeó. Soltó a Erick con un empujón, haciéndolo retroceder apenas. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Se llevó una mano al pecho, como si intentara contener una tormenta interna.

Daniela se acercó y tomó su mano.

—Todo esto lo hice sola, Sebas. Pero tampoco me atreví a decirles nada. No podía.

—¿Por qué, Dani? ¿Por qué no nos dijiste? ¿Crees que no te hubiéramos apoyado? —la voz de Sebastián se quebró. Había más tristeza que furia en su expresión ahora—. ¡Soy tu hermano! Me dolió no saber de ti… ¡Y ahora llego y me encuentro con esto!

Dylan dio un paso adelante y puso una mano en el hombro de Sebastián.

—Hermano… tenemos que calmar las cosas. Hay dos bebés en camino. No podemos repetir los errores de papá. No con ella… no con ellos.

El silencio se hizo otra vez.

Francisco, desde su sitio, observaba en silencio. En su mirada había orgullo por la lealtad de sus hijos… pero también una sombra de culpa.

Sebastián cerró los ojos y se frotó la frente.

—Será mejor que salga a tomar un poco de aire. Volveré cuando esté un poco más tranquilo.

Daniela, al ver el estado de su hermano, suspiró y, disculpándose con todos, lo siguió por los pasillos hasta el jardín trasero.

Por otro lado, Dylan, al ver a su mejor amigo mirarlo con recelo, le hizo señas para que lo siguiera. Erick, al igual que Daniela, se disculpó con los padres de la joven y siguió a Dylan hasta el jardín delantero. En cuanto ambos estuvieron a solas, Erick comenzó.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No me correspondía decírtelo, amigo. Eres mi hermano del alma, sí… pero ella es sangre. Y si me toca fallarle a alguien, no va a ser a ella. Cuando te casaste con mi hermana, te pedí que la cuidaras. Y te dije que no estaría de tu lado si algo malo entre ustedes pasaba.

—Esto es distinto, Dylan. Estamos hablando de mis hijos...

—Pues antes que tus hijos, está mi hermana. Y le prometí que no te diría nada hasta que ella hablara contigo. Insistí para que lo hiciera, pero no podía hacer más que eso. Aún no sé toda la historia entre ustedes dos… y sinceramente, no estoy seguro de querer saberla.

—¿Qué estás insinuando? ¿Piensas que la engañé?

—No lo sé. Mi hermana estaba enamorada de ti, pero aun así firmó los papeles del divorcio y se marchó. Eso me dice que...

—¿Qué? Yo no la engañé. Solo quería que ese estúpido contrato terminara. Yo también estaba comenzando a perder la cabeza por ella, pero en cuanto le di los papeles del divorcio, no me dejó explicar nada y simplemente se marchó. Intenté buscarla, pero no tuve respuestas, ni una sola pista de dónde estaba...

—Ay, hermano… tú sí que eres un bruto...

—No, no lo soy... quería proponerle comenzar de nuevo, sin presiones familiares, ni acuerdos de matrimonio. Solo quería que me eligiera por quien soy… pero huyó.

Dylan bajó la mirada, sin saber si perdonarlo o golpearlo. Había demasiadas verdades en juego, y ninguna fácil de aceptar.

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