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El Alfa Y Su Luna Prohibida

Una extraña atracción

La Torre Blackwood se erguía como un monolito de cristal y acero, una estructura imponente que dominaba el skyline de la ciudad. Su arquitectura moderna contrastaba con las historias oscuras que se tejían en su interior. En sus pisos más altos, donde las vistas panorámicas de la ciudad podían hacer que cualquiera se sintiera pequeño, se encontraba la sede de Blackwood Enterprises, una de las corporaciones más poderosas del mundo, un imperio que operaba en sectores como tecnología, biotecnología y desarrollo sostenible. Pero, tras su fachada de innovación y éxito, se ocultaba una realidad mucho más profunda y secreta.

Gran parte de sus empleados formaban parte de una sociedad oculta, tan misteriosa como antigua, hombres lobo.

Pero, Blackwood Enterprises no solo empleaba hombres lobo, una sociedad que había logrado ocultarse a los ojos del mundo durante milenios, sino también le daba empleo a humanos cuyas capacidades fueran lo suficientemente aptas para hacer crecer el antiquísimo imperio.

Los hombres lobo, estos seres sobrenaturales, conocidos como cambiantes, convivían con las personas, habían logrado adaptarse al ritmo de vida humano llegando al punto de que a menudo ninguno de ellos se daba cuenta, ni idea de su verdadera naturaleza.

En la cima de este imperio oculto, estaba Damián Blackwood, el Alfa de una de las manadas más poderosas que existían, uno de los hombres más fuertes y poderosos en todos los aspectos existentes en ambos mundos.

Damián no era solo un hombre de negocios, era el líder de una comunidad que había decidido mantenerse oculta y a salvo, Damián era dueño de una capacidad de control que desbordaba todo lo que los humanos podían imaginar, poseía un aura de poder y autocontrol absoluto. Cada movimiento suyo era calculado, cada palabra medida con frialdad. No era un hombre que sonriera con facilidad ni que diera confianza a cualquiera. Sus empleados lo respetaban, algunos lo temían, pero nadie podía negar su inteligencia y su capacidad para hacer crecer el imperio que había construido desde cero.

Para los humanos, era un magnate implacable. Para su manada, era un líder firme pero justo. Proteger a su especie era su prioridad, y por eso, había diseñado la empresa como un refugio para los suyos, ofreciéndoles estabilidad y seguridad en un mundo donde debían ocultar su verdadera naturaleza.

Su presencia en la sala de juntas era inconfundible: con casi un metro noventa de estatura se veía imponente, su figura esculpida por años de entrenamiento físico genereraba muchas charlas entre las mujeres que allí trabajaban, y su elegancia natural hacía que todos, sin importar en la habitación que él estuviera, y sin excepción o distinción de raza, sintieran su dominio sin que le fuera necesario levantar la voz. Sus ojos, de un azul profundo, parecían perforar el alma de cualquiera que se atreviera a sostenerle la mirada, y su cabello, rubio casi blanco, estaba siempre perfectamente peinado, reflejando una meticulosidad que se dejaba entre ver hasta en los detalles más pequeños.

Era un hombre que había construido un imperio desde cero, y lo había hecho con una mente fría y calculadora. En los negocios, Damián era conocido por su eficiencia y su inteligencia, pero dentro de su manada, era venerado como un líder imparable y sobre todo justo. Para los humanos, era solo un magnate implacable; pero para los hombres lobo que trabajaban en Blackwood Enterprises, era mucho más. Era su protector, su líder, y el único capaz de mantener a salvo a su especie en un mundo que, si llegaba a descubrir su existencia, los destruiría sin piedad.

Damián no mostraba debilidades, porque de hecho no las tenía. No ante sus empleados, no ante su manada, y mucho menos ante sí mismo. Su autocontrol era absoluto, y había aprendido a mantener a raya cualquier emoción que pudiera interponerse en sus decisiones. Sin embargo, había algo que últimamente comenzaba a quebrantar su equilibrio. Algo que le resultaba completamente ajeno a su naturaleza de Alfa: la atracción extraña que sentía por una de las nuevas empleadas de la empresa. Una joven humana que había logrado llegar a un puesto sobresaliente dentro de la corporación gracias a su inteligencia y perseverancia.

Selene, o Luna, como la llamaban sus amigos, era una joven brillante de veinticinco años. Con una mente estratégica que no pasaba desapercibida, había logrado destacar en la Universidad ganándose gracias a eso la oportunidad de trabajar en Blackwood Enterprises, obteniendo un puesto estratégico en el departamento de marketing. Su habilidad para generar ideas innovadoras había catapultado a Blackwood Enterprises a nuevas alturas. Desde que había comenzado en la compañía, se había ganado el respeto de todos a su alrededor por su dedicación y su forma de enfrentar los retos que se le presentaban con total valentía.

Pero había algo más que la hacía destacar. No solo era su mente afilada o su capacidad para asumir responsabilidades con una calma sorprendente, sino su belleza. La joven tenía el cabello largo y oscuro que le caía en ondas suaves hasta la cintura, una mirada profunda de ojos color café que a menudo parecían ver más allá de la superficie de las cosas, y una figura que, si bien podría haber causado celos en otras mujeres, o haber sido motivo para saltarse algunos peldaños para ascender en su carrera, nunca la usó a su favor. La joven se mantenía firme en su profesionalismo, buscando siempre el reconocimiento por su trabajo y no por su apariencia.

Aún así a pesar de su actitud segura y determinada, había algo en Damián Blackwood que la desconcertaba. Algo que no podía entender, pero que la atraía irremediablemente. Sabía que él era diferente a todos los demás: su presencia dominante, la manera en que se movía por la oficina, la forma en que sus ojos siempre parecían observar todo con una intensidad que inquietaba. A menudo, Selene se encontraba desconcertada por él, por ese magnetismo oscuro que emanaba a pesar de su comportamiento distante y frío.

En las reuniones, Damián no dudaba en imponer su criterio, y Selene, aunque respetuosa, a veces no podía evitar desafiarlo. Sus ideas eran innovadoras, pero a veces chocaban con la visión inflexible del CEO. A pesar de la tensión que se sentía entre ellos, nunca lograba evitar esa corriente subterránea de atracción que parecía entrelazarlos en cada palabra, en cada mirada que se cruzaba en la sala de juntas.

Una mujer obstinada

La sala de reuniones de Blackwood Enterprises era un espacio elegante y moderno, con enormes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. En la cabecera de la mesa, Damián Blackwood observaba a los presentes con su típica expresión dura e imperturbable. Frente a él Selene, sostenía su tableta con firmeza, conteniendo la frustración que comenzaba a formarse en su interior debido a las constantes interrupciones o refutaciones de su jefe ante sus propuestas.

—Con todo respeto, señor Blackwood —dijo, manteniendo la compostura— creo que deberíamos enfocarnos en una estrategia más interactiva para atraer a las nuevas generaciones. Las redes sociales nos ofrecen una oportunidad única de conexión con el público.

Damián cruzó los brazos, y recostándose en su asiento con un aire de paciencia forzada la miró directamente a los ojos.

Ella no apartó la mirada.

—No necesitamos conexión, señorita Montero, necesitamos resultados —replicó con voz firme—. Nuestra empresa se ha construido sobre bases sólidas, y dudo que cambiar nuestra imagen para complacer a un público volátil sea la mejor estrategia.

Selene sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su tono autoritario le resultaba insoportable, y aunque deseaba enfrentarlo, darle un par de bofetadas para hacerlo entrar en razón, sabía que no podía. El sujeto autoritario era su jefe, el dueño de la empresa, el que con solo chasquear los dedos podía hacer que los chicos de seguridad la sacaran a la calle sin darle oportunidad de nada. Aún así la muchacha quiso argumentar su estrategia.

—Pero, señor… Si tan sólo me diera la oportunidad de extender mi propuesta...

—La decisión está tomada, señorita Montero—la interrumpió él, con una mirada cortante— Implementaremos la estrategia propuesta por el equipo financiero. Se acabó la discusión.

La reunión continuó unos minutos más, pero Selene apenas escuchó el resto. Su orgullo herido la obligó a mantener una expresión neutra, aunque por dentro hervía de indignación. Aún no comprendía porque el hombre rechazaba sus propuestas, aunque había aceptado algunas antes, esto era porque ella le había pedido a sus compañeros que las presentaran como propias. La conclusión las rechazaba porque era ella quien las presentaba.

Cuando finalmente salió de la sala, lo hizo con una calma aparente, caminó con paso firme hasta la cafetería de la empresa, donde su mejor amiga, Carla, ya la esperaba con un café en mano.

—¿Y esa cara? —preguntó Carla, alzando una ceja apenas la muchacha estuvo frente a su mesa.

Selene se dejó caer en la silla delante de ella con un suspiro exasperado.

—¡No lo soporto!— su amiga ladeó la cabeza intentando comprender aunque ya se imaginaba por donde venía la cosa— ¡a Blackwood, no lo soporto! —soltó— Es arrogante, terco y controlador. No importa cuánto me esfuerce, al final siempre tiene que imponerse.

—Bueno… es el jefe —dijo Carla, encogiéndose de hombros— ¿Rechazó tu propuesta?

—Si, según él no quiere arriesgarse por complacer a un público volátil.

—Eso si que es nuevo— replicó su amiga— Pero no te preocupes, tal vez no seas la única que no lo soporta, si no fuera porque es insoportablemente sexy, seguro nadie lo haría.

Selene puso los ojos en blanco, aunque no pudo evitar recordar esos ojos azules intensos y esa presencia que la hacía sentir… demasiado consciente de él.

—¡Ah, pero puedo asegurarte que si le doy la misma propuesta a alguno de los chicos, la va a aceptar sin chistar!

—Bueno, amiga. No te estreses, mejor cuéntame sobre el chico que conociste la otra noche— dijo Carla cambiando de tema, y la muchacha comenzó a contarle su experiencia con un joven que conoció a través de una red social.

Mientras tanto, en la oficina de Damián…

—¡No entiendo cómo esa mujer puede ser tan obstinada! —gruñó Damián, apoyando las manos en el escritorio de su oficina.

Su Beta y amigo de la infancia, Marcus, lo observaba en silencio, disimulando la diversión que le causaba ver a su amigo en ese estado.

—¿Te refieres a Selene? —preguntó con sorna, demostrando que sabía el nombre de pila de la muchacha— No sé que te traes con ella, es una empleada muy eficaz, desde que ella trabaja con nosotros ha habido variaciones muy buenas dentro de su área.

—¿Selene?— indagó Damián ignorando todo lo que su amigo había dicho— ¡Cómo sea!

— No sabía que alguien podía sacarte tanto de quicio.

—No me saca de quicio —respondió Damián, con voz tensa— Solo que no me gusta que desafíen mis decisiones.

Marcus soltó una carcajada.

—Claro… No es que te moleste que te desafíen, es que te molesta que sea ella quien lo haga.

Damián no respondió. Se limitó a mirar por la enorme ventana, tratando de ignorar la inquietante sensación de que la joven humana lo afectaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Después de su desahogo en la cafetería, Selene volvió a su oficina con paso firme, aún sintiendo el calor de la rabia en su piel. Se dejó caer en su silla y soltó un suspiro mientras encendía su computadora. Intentó concentrarse en los informes que tenía pendientes, pero su mente regresaba una y otra vez a la reunión.

El sonido de las teclas resonó en el aire cuando empezó a escribir un correo, pero su concentración se vio interrumpida por el golpeteo de los dedos de Carla contra la puerta.

—¿Todavía sigues molesta? —preguntó su amiga desde la puerta, apoyándose en el marco con una taza de café en la mano.

—¿Molesta? — bufó la joven— No, para nada. Solo que me encanta que mi jefe sea un déspota al que le gusta tener siempre la última palabra.

Carla sonrió con diversión.

—¿Y qué vas a hacer?

—Seguir trabajando y demostrarle que mi propuesta era mejor.

Mientras tanto, en el piso superior, Damián intentaba enfocarse en la pila de documentos sobre su escritorio, pero su oído agudo captaba los sonidos del edificio con claridad: el murmullo de conversaciones en los pasillos, el repiqueteo de tacones sobre el suelo de mármol y, en particular, la inconfundible voz de la muchacha, incluso a la distancia.

Se obligó a concentrarse, hojeando los reportes de finanzas con el ceño fruncido. Sin embargo, el eco de su discusión con ella seguía en su cabeza. La forma en que lo había enfrentado, sin miedo ni sumisión, lo irritaba… y, al mismo tiempo, despertaba algo en su interior que prefería ignorar.

Marcus, sentado en un sillón frente a su escritorio, no pudo evitar sonreír al notar la rigidez en la mandíbula de Damián.

—Sigues molesto —comentó con fingida indiferencia.

—No estoy molesto.

—No, claro que no —se burló su Beta— Estás perfectamente tranquilo. Tanto que llevas cinco minutos mirando la misma hoja sin leer una sola palabra.

Damián cerró el archivo de golpe y se levantó, dirigiéndose a la ventana. Desde allí podía ver el ajetreo de la ciudad, las luces parpadeando en la distancia.

—No me gusta cuando la gente cuestiona mis decisiones —dijo en voz baja.

Marcus arqueó una ceja.

—Tal vez no es la gente en general, sino una persona en particular. Y creo que deberías averiguar la razón. Convengamos que no es la propuesta de Selene lo que no te gustó, sino que fuera ella quien la presentara.

—Eso no es cierto— replicó Damián.

—¿Ah, no? Entonces, ¿Por qué las anteriores propuestas las aceptaste, sabiendo que eran suyas? Porque no puedes negarme que quienes las expusieron no eran los que las habían ideado.

Damián no respondió. Pero en su mente, la imagen de Selene, con sus ojos brillando de desafío, permanecía grabada con una nitidez que lo frustraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Comprobando una teoría

El trabajo en Blackwood Enterprise no daba tregua ni descanso, mucho menos después de que Damián Blackwood habiendo sido convencido por Marcus, su amigo y mano derecha, decidió otorgar al equipo creativo la oportunidad de presentar una nueva propuesta. Una semana era el tiempo que les había dado.

De más está decir que Selene estaba con el enojo más allá de las nubes, y estaba decidida a comprobar que su teoría de que el CEO tenía un problema específico con las propuestas que ella presentara no era pura imaginación suya, entonces le propuso a Alán, uno de sus compañeros, que presentara la misma propuesta que ella había presentado días atrás, le aseguró que no habría problemas con que la declarara como suya.

El joven, que sabía que la propuesta de Selene era sumamente viable aceptó de inmediato, pues la muchacha tenía valores muy firmes y siempre cumplía con su palabra.

Así que cuando llegó el día de presentar la propuesta nuevamente, todo el equipo de trabajo se reunió en la sala de juntas.

Obviamente, el CEO estaba a la cabecera de la mesa, Damián Blackwood dominaba la escena con su imponente presencia. Su porte impecable, el traje perfectamente entallado y la expresión seria que jamás abandonaba su rostro, lo convertían en una figura que inspiraba respeto y, para algunos, temor. Sus ojos azules recorrieron con severidad a los presentes hasta detenerse en Selene.

Desde el momento en que Alán comenzó con la presentación de su propuesta, el CEO le dedicó toda su atención, por momentos afirmaba con la cabeza, en otros tomaba alguna que otra nota.

Selene observaba cada una de sus reacciones y sabía perfectamente cuál sería el resultado de la reunión.

La tensión en la sala de reuniones se podía cortar con un cuchillo.

La muchacha mantenía una expresión neutra, aunque por dentro sentía que la sangre le hervía. Frente a ella, Alán seguía exponiendo la propuesta, apoyándose en gráficos y proyecciones que Selene le había entregado, los mismos que en la reunión anterior el CEO no le había dado oportunidad de exponer.

Damián, sentado en la cabecera de la mesa, tamborileaba los dedos contra la superficie de madera pulida. Su mirada, como dos brasas intensas, se paseaba por algunos documentos mientras escuchaba a su director de ventas con aparente interés.

Cuando Alán finalizó, se hizo un breve silencio. Los ojos de Selene buscaron instintivamente a Damián, esperando, que diera su veredicto. La propuesta tenía muy buen alcance, era innovadora, con los mejores márgenes a largo plazo. Ella lo sabía porque había pasado noches ajustando cada detalle, anticipando objeciones, preparando respuestas.

Y ni siquiera se inmutó cuando Damián habló

—Excelente propuesta, Alán, aceptada.—dictaminó con firmeza, como si no hubiera discusión posible.

Las palabras cayeron como una sentencia. Breves. Contundentes.

Selene sintió que un nudo se le formaba en el estómago, pero lo disimuló a la perfección. No permitió que la decepción se reflejara en su rostro, aunque por dentro una furia silenciosa empezaba a bullir con fuerza creciente. Su postura siguió recta, profesional, aunque en su mente la aceptación de la propuesta se repetía una y otra vez.

Lo peor de eso era que desde hacía un par de presentaciones atrás, las objeciones de Damián parecían cebarse con sus propuestas. No importaba cuánto respaldo técnico tuviera, ni los análisis exhaustivos que presentara. Él las descartaba con la misma indiferencia con la que acababa de elegir la opción que acababa de presentar Alán, que no era otra más que la suya.

—¿Algún comentario? —preguntó Damián, cruzando la mirada con cada uno de los presentes, deteniéndose apenas un segundo sobre Selene.

Ella sostuvo su mirada, firme, casi desafiante.

—No de mi parte—respondió la muchacha con voz serena, aunque debajo de la mesa, sus uñas se clavaban discretamente en la palma de su mano.

No iba a darle el gusto de verla flaquear.

Damián asintió, dando por concluida la reunión. Los asistentes comenzaron a levantarse, recogiendo sus cosas entre murmullos, ya que más de uno se dio cuenta de que la propuesta de Alán era igual a la de la semana anterior.

Mientras Alán se marchaba con una sonrisa y una mirada de agradecimiento hacia su compañera, Selene sintió que la rabia le quemaba por dentro como una brasa encendida. No era solo la frustración profesional. Era algo más profundo, una sospecha creciente de que Damián Blackwood no estaba siendo objetivo. De que, por alguna razón que se escapaba de su comprensión estaba decidido a llevarle la contraria.

¿Qué demonios tiene en mi contra?, pensó, respirando hondo para calmarse.

Toda la situación le era desconcertante.

Por su parte Damián, se había quedado en su asiento, pensativo, tratando de entender la actitud de la joven, él se había enfrentado a muchos empleados antes, a socios de la junta, a rivales, a directores ejecutivos de otras compañías, incluso a otros Alfas que pretendían desafiar su autoridad. Pero ninguno había despertado en él ese nivel de irritación que sentía cuando ella le sostenía la mirada sin mostrar un ápice de temor.

"Que mujer más irritante", pensó con una mueca que no supo si era una sonrisa o un gruñido reprimido.

Se levantó de la silla, caminó hacia la ventana y cruzó los brazos sobre el pecho, contemplando las nubes que comenzaban a teñirse de un gris tormentoso. El clima le resultaba casi simbólico. En el fondo, sabía que ella tenía razón en algunos puntos, pero aceptar sus ideas directamente significaría ceder terreno en una batalla silenciosa que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.

Marcus, que seguía en la oficina, lo miró con gesto socarrón.

—¿Si te diste cuenta de que era la misma propuesta de la última vez?¿verdad? —indagó. Damián lo observó como pidiéndole que no siguiera.

Pero como Marcus además de su Beta, era su mejor amigo y lo conocía desde hacía casi un siglo no se quedó callado.

—¿Sabes qué es lo peor de todo? —comentó, acercándose con una carpeta en la mano, su amigo lo miró a través del vidrio del ventanal sabiendo que aunque él no le preguntara Marcus igual hablaría— Que en el fondo te agrada que te lleve la contraria.

—¡No digas tonterías! —replicó Damián de inmediato, pero su tono no tenía la convicción de otras veces.

Marcus dejó la carpeta sobre el escritorio con un golpe suave.

—Puedes engañar a todos, Damián. Pero no a mí —dijo, saliendo de la oficina antes de que el Alfa pudiera responder.

La tarde cayó lentamente sobre la ciudad. En su oficina, Selene revisaba los últimos informes con la mandíbula apretada. El malestar de la reunión no la había abandonado, pero en su interior, una chispa de rebeldía crecía con fuerza.

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