Desde que pisé la universidad para estudiar Comunicación Social, mi vida se ha convertido en una montaña rusa. Algunos giros han sido emocionantes, otros... bueno, digamos que me han hecho querer vomitar.
Por suerte, he tenido a mi lado a Javier, mi novio. Él es súper tierno, aunque también un poquito celoso. A veces discutimos, pero siempre terminamos haciendo las paces.
Ya llevamos un tiempo considerable juntos, lo que sigue dejando boquiabiertos a los envidiosos que no apostaban ni dos centavos por la diferencia de edad. Él con sus veintitantos largos—veintiséis, para ser exactos—y yo, recién salida del cascarón con mis veinte primaveras. No voy a hacerme la valiente diciendo que nunca he pensado en mandarlo a freír huevos, pero aquí seguimos, tercos como mulas.
—No estás enfadada, ¿verdad?—preguntó con una vocecita que parecía sacada de un dibujo animado, seguramente imaginando su propio funeral.
—¿Yo? ¡Para nada! Solo estoy planeando como lanzarte de un edificio sin ser descubierta. Pero nada del otro mundo—le respondí con una dulzura que daba escalofríos.
—Cariño, serán solo un par de días, mientras ponemos la denuncia y todo el rollo—explicó, como si estuviera hablando del clima.
—Ah, perfecto. Y mientras tanto, ¿reavivan la llama en medio de las cenizas y se ponen al día sobre sus respectivas vidas sentimentales?
—¡Que está embarazada, Helen, por el amor de Dios!—exclamó, poniendo los ojos en blanco como si yo fuera la extraterrestre.
—Ajá. Y es tu exnovia, tiene útero y tú tienes la coartada perfecta de que la criatura no lleva tu ADN. El combo ideal para una escapadita romántica sin que nadie sospeche.
—Sabes que solo tú haces que pierda la cabeza, amor. Eres la única chica en mi universo. Lo de ella es prehistórico, pasado de moda. No causa ninguna reacción en mí—no le creí a tanta cháchara.
—Por favor, ¿podrías largarte de mi apartamento? Tengo unas ganas irrefrenables de cometer un crimen pasional y la cárcel no combina con mi carrera universitaria.
Javier se fue con cara de perro regañado, seguramente pensando que yo era la villana de la película. Yo suspiré, tratando de que mi presión arterial volviera a niveles normales.
Había días en los que me preguntaba si tanto drama valía la pena. El camino no había sido precisamente un paseo por el parque y a veces me asaltaba la terrible idea de que todo este drama terminara en un "colorín colorado, este cuento se ha acabado... sin final feliz".
Mis sentimientos eran un desastre: le quería, sí, pero a veces me hacía querer lanzarle un zapato; me encantaba su compañía, pero no lo veía como el protagonista de mí "vivieron felices para siempre". ¿Boda? Esa palabra aún no aparecía en mi diccionario. ¿Será porque era muy joven y no estaba lista para semejante maratón, o simplemente mi corazón no latía con la intensidad suficiente como para querer compartir Netflix y pañales con él en el futuro?
Quizás me estaba adelantando mmásde la cuenta. Tal vez solo debía vivir el ahora y pensar solo en lo que estaba pasando en el momento.
Y lo que estaba pasando en ese instante era un gran conflicto que me causaba rabia pura. Me sentía como la protagonista de una comedia romántica barata que descubre la infidelidad en el peor momento posible.
Fui a su casa, toda ilusionada, con una sorpresa de aniversario bajo el brazo, y me encontré con el "detrás de cámaras" de su pasado amoroso.
Cuando la vi, su rostro parecía haber tenido un encuentro cercano con un ladrillo. No voy a mentir, su aspecto era terrible. estaba toda golpeada, hinchada, roja, morada, verde...de todos los colores.
Pero eso no me garantizaba que no fuera una estrategia para que Javier se sintiera culpable y la protegiera. ¿Por qué Javier, mi dulce y a veces celoso novio, estaba actuando como su caballero de brillante armadura? Y lo más importante, ¿qué significaba todo esto para mi futuro, que hasta hace unas horas parecía prometedor?
—¡Qué se vaya al mismísimo infierno! Está delirando si cree que voy a actuar natural ante semejante locura.
—Helen, en serio. Tienes que cortar por lo sano. Eso no es amor.
—¿Y tú vas a darme lecciones de amor, Lilly, si huyes de los hombres como de un testigo de Jehová?
—Precisamente, porque conozco del amor verdadero, el que no te hace sentir que vives en una telenovela turca, es que espanto a esa fauna masculina disfuncional. A veces, soledad con dignidad es mejor que andar rogando migajas. No te lo tomes a mal, pero... a veces creo que le tienes pánico al botón de "single". Te entiendo, eh. Después de cinco años, volver a la soltería suena como reiniciar Windows. Pero piénsalo, ¿es tan diferente a cómo estás ahora? Ya el cable entre ustedes se está desconectando. Apostaría mi colección de Funko Pops a que estarías más tranquila sola qué mal acompañada.
—Es complicado, Lilly. No puedo darle la patada así, sin más.
—Oh, claro que puedes. Solo necesitas aplicar el comando de "Suprimir Emociones". Dices: "Mira, Javier, te aprecio como a mi par de calcetines favoritos, pero creo que esto no da para más. Fin del comunicado"
—No lo sé... No quiero herirlo, y la verdad, no hay una prueba como tal de que debamos terminar. Él me demuestra que me quiere, a su manera intensa, y a veces no sé cómo interpretarlo.
—Mira, no eres más estúpida porque estoy yo. Haz lo que te plazca... o lo que el miedo a la soledad te diga, lo que llegue primero. Pero luego no quiero el cuento de "ay, debí hacerte caso". Las dos sabemos que esta relación tiene más grietas que mi celular. Y sí, una ruptura duele, pero el tiempo es la mejor curita, aunque a veces tarde en pegar.
Lilly solo quería ayudarme, pero la situación era más complicada de lo que parecía.
Le di un buen trago a mi bebida, observando el bullicio de la universidad a lo lejos. De repente, una voz nos sobresaltó por la espalda.
—¡Ay, amiga! Yo en tu lugar, ya estaría cazando un sugar daddy—exclamó Daniel, mi compañero de clases con su habitual teatralidad—. ¡Uy, perdón, tú! ¡Quítate, que tú... enorme culo impide mi asiento!—añadió, empujando a Lilly con la delicadeza de un rinoceronte para hacerse hueco en la banca.
—¿Ahora qué quieres, drama queen?—se quejó Lilly, girando los ojos con la elegancia de una bailarina de ballet.
—Nada en particular. Solo sufro de un agudo caso de aburrimiento universitario—dijo, robándole unas papas fritas a Lilly con la sutileza de un mapache—. ¿Y ustedes? ¿Destripando al pobre novio-lombriz de Helen? Con todo respeto, pequeña, tienes un gusto... peculiar.
—¿Alguien te preguntó, Sócrates de pacotilla?
—Nadie, pero mi sabiduría es un bien público. Jamás tendrías el valor de abrirle los ojos a Helen como yo lo hago. Ah, ya recordé a qué vine. Es Iván. Dice que vayan a verlo jugar este domingo. Especialmente tú, "China"—su cariñoso apodo para Lilly, cortesía de sus ojos rasgados.
—Que se quede esperando sentado. Tengo cosas más interesantes que hacer, como ver pintura secarse.
—No seas tan cruel, mujer de hielo. Está más emocionado que perro con dos colas por verte. Dice que eres su amuleto de la buena suerte. Además, ¿qué planazo puede superar ver hombres sudorosos, en su estado más primitivo, correteando una pelota? Si yo fuera mujer, sería como un spa con testosterona. Y yo también voy a estar ahí, claro. Mi mera presencia ya justifica tu asistencia.
—Ahora tengo doble motivo para quedarme en casa—replicó Lilly con una sonrisa más falsa que billete de tres dólares.
Aunque Lilly actuara como si Daniel fuera un dolor de muelas, en el fondo se llevaban a su extraña manera. Y él, inexplicablemente, seguía orbitando a su alrededor a pesar de sus desplantes.
—Pero hablando en serio, Helenita, Iván necesita pedirte un favor o algo así. No quiso soltar prenda. Dijo que lo discutiría contigo después del partido.
—¿Un favor? ¿A mí?
—Ajá. Así que no tienen escapatoria. Las veo el domingo a las once. Les guardo sitio. Si me disculpan, voy a cobrar una apuesta que hice ayer con Milton. Y que conste, ¡fue por necesidad, no por vicio! ¡Chao, pescao!—añadió,
desapareciendo tan rápido como llegó.
—Está completamente chiflado.
—Yo creo que ese es su "no sé qué". Tiene una personalidad... intensa. Lo raro es que no tenga club de fans—Justo en ese momento, mi celular vibró. Era un mensaje de Javier, actuando como si nada hubiera pasado.
—¿Es él?—asentí—. ¿Qué dice el susodicho?
—Está en una pastelería preguntándome qué dulce se me antoja.
—¿Y? ¿Ni una mención del reencuentro con su ex?
—Supongo que este es su peculiar intento de disculpa.
—Helen, los problemas se resuelven con palabras, no con pastel de chocolate... Uy, esa tarta de ahí se ve sospechosamente deliciosa—cambió de tema Lilly, mirando las fotos que Javier me había enviado de los postres—. Bueno, yo digo que después de la merienda pueden tener una charla civilizada.
—Sí... yo también lo creo... ¿Quieres tarta, entonces?
—Mmm, vale—respondió con una indiferencia sospechosa—. Que sean dos... la otra es para Tita.
Lilly era mi otra mejor amiga, es la reina de la organización y la obsesión por los detalles. Estudiosa hasta la médula, cualquier mínimo error en sus planes puede desencadenar una crisis existencial. Es adicta a la astrología y a las cartas del tarot, buscando respuestas en las estrellas y los arcanos. La quiero un montón y valoro su preocupación, aunque a veces sea demasiado metódica. Ojalá algún día encuentre a alguien que desordene un poco su universo perfectamente alineado.
De Daniel, ¿qué más se puede decir? Es un torbellino de locura con patas, pero con un corazón sorprendentemente leal. Los chicos del equipo de baloncesto lo adoran, aunque él prefiera animarlos desde la banca en lugar de sudar la camiseta. Su mejor amigo es Milton, el capitán, quien ha intentado reclutarlo más veces de las que he tenido parciales fallidos. Misterios de la vida.
Mis días en la universidad son una mezcla de comedia, drama y la ocasional crisis de ansiedad por las entregas. Pero, a pesar de todo, esta etapa tiene su encanto...
—¿Hasta cuándo vas a seguir viviendo a mi costa, Helen? Dos años manteniendo tus gastos y ni una moneda veo—Ahí vamos de nuevo con el sermón económico—. Y esa excusa de que los estudios te tienen secuestrada ya no funciona conmigo.
—¿Vaga? ¿Solo porque no aporto dinero merezco ese título? Dime tú, ¿quién limpia este caos? ¿Quién prepara el desayuno y la cena como si tuviéramos un chef personal? ¿Quién se encarga de la emocionante tarea de pagar las facturas? ¿Tú? Tendrás tus ocupaciones, no lo niego, pero cada vez que te veo, estás plácidamente instalada en ese sofá viendo telenovelas.
—Eres una desagradecida. Con todo lo que hago, ¿ahora también quieres que salga a la calle a trabajar? ¡Por Dios! ¿Qué pensarán las vecinas de mí? Una mujer de mi edad debe dedicarse a su hogar, en paz y con buena compañía.
—No pongas palabras en mi boca. Cada uno tiene su rol aquí. Papá es quien trae el sustento. Solo intento que veas que no soy una carga. ¿Y quién dictaminó que a tu edad hay que vivir encerrada como en un convento? Tita —la abuela de Lilly— tiene setenta y cinco y aún dirige su florería. ¡Hasta arma los arreglos! Admite que te da pena hacer algo tan normal como trabajar porque en tu mente eso únicamente lo hace la "clase trabajadora"—Dejé caer mi bolso con frustración y fui a la cocina por un vaso de agua—. ¿Quién dejó la jarra más seca que el Sahara?
—A mí no me mires, seguro fue tu padre.
—¿Y no pudiste llenarla?
—Yo no consumí el último sorbo—Respiré hondo, reprimiendo el impulso de recordarle la incontable cantidad de veces que he llenado la dichosa jarra cuando ella la deja exhausta.
—Seguro Javier está por llegar. No quiero escenas, por favor.
—Mira, hija. Esta es mi casa y digo lo que me plazca. Y no he dicho nada ofensivo para que me hagas ese reproche.
—No, pero que cada vez que puedes saques a colación el tema del matrimonio me da indigestión. Entiéndelo: ¡no nos cases antes de tiempo en tu cabeza!
—Eres tan fría, Helen. Deberías valorar más a ese muchacho, Javier. Un hombre tan dedicado, atento, cariñoso... Si no te avivas, cualquier lagartija te lo va a arrebatar—Su comentario me encendió la sangre, justo en este delicado momento de nuestra relación.
—Ya basta, no voy a seguir con este debate. Me retiro.
Y así me libré de un sermón materno digno de un culebrón venezolano. Vive bajo la tiranía del qué dirán y se deslumbra con los billetes verdes. Simplemente no lo soporto.
Aproveché para darme una ducha exprés y revisar mis apuntes, por si acaso la universidad intentaba sorprenderme. El timbre resonó con insistencia, anunciando la llegada de mi "Romeo".
—Hola, mi amor. ¿Cómo estuvo tu día?—saludó con un beso fugaz que apenas rozó mis labios.
—Lo habitual—respondí con el entusiasmo de un caracol en sal.
—Traje el arma secreta para conquistar corazones—dijo alzando la caja de la pastelería con una sonrisa que intentaba ser magnánima.
—Adelante, conquistador—me hice a un lado para que entrara.
—¿Y tu madre?
—Meditando con sus plantas.
—¿No te ha soltado alguna de sus predicciones matrimoniales?—Se acercó a la mesa y tomó asiento en una de las sillas giratorias. Lo seguí y busqué platos y cubiertos para el banquete dulce.
—Nada que no hayamos escuchado en bucle. ¿Cómo te fue en el trabajo?—pregunté, sentándome a su lado.
—No creí que te importara, estando en modo "erizo espinoso"...
—Que esté molesta no significa que no me importes. Pero sí, sigo en plan anti-Javier—Él se inclinó para limpiarme una mota de crema de la nariz.
—¿O sea que el manjar celestial no ablandó a la fiera?—No respondí, y captó la indirecta de que no estaba para juegos edulcorados. Suspiró antes de hablar—. Normal. Reuniones, hablar con gente influyente, organizar la agenda y esas cosas que te hacen bostezar. En dos semanas tengo que viajar un par de días, nada trascendental. Te aviso con tiempo para que no digas que guardo secretos—Concluyó con un mordisco considerable a su trozo de pastel.
—¿Y llevaste a la "huésped" a la oficina?
—¿A quién?
—No te hagas el amnésico selectivo, Javier, sabes perfectamente a quién me refiero—Mi tono era afilado, y su incomodidad, evidente. La conversación se dirigía al abismo, pero en ese momento me daba igual, incluso tenía ganas de discutir. Mamá diría que eran los síntomas pre-menstruales. Javier chasqueó la lengua y miró el pastel como si fuera un tratado de paz.
—Celosita—murmuró. Instintivamente, le di un suave empujón con el hombro—. Sí, la llevé, ¿qué esperabas? ¿Qué la dejara sola en el apartamento y corriera el riesgo de que se llevara el jarrón de la abuela?
—Ah, qué noble gesto. Eres un verdadero samaritano moderno—mi sarcasmo era más punzante que un alfiler—. ¿Y por qué no pensaste en esa nobleza antes de invitarla a tu... acogedora morada?
—Helen, te lo he repetido hasta la saciedad: yo no la invité. Apareció de la nada. No sabía de ella en años. Y estaba hecha polvo, así que...
—¡Así que te coronaste como el salvador! ¡Qué original! ¿Quieres que te compre una capa con una "J" brillante?
—¿Qué? ¿Preferías que la dejara tirada en la calle y luego me sintiera como el villano de la historia? Helen está embarazada de un tipo que la maltrata, ¿te entra en la cabeza?
—¡Pero es tu ex, Javier! ¡Tu EX! ¿Cómo esperas que celebre tu repentino acto de bondad dejándola entrar en tu casa? ¿Y encima me dices que te la llevaste al trabajo por si acaso tiene tendencias cleptómanas? ¿De verdad crees que me voy a tragar ese cuento? ¡Basta de rodeos!
—¿Entonces qué quieres? ¿Que me declare culpable ante el tribunal de tus celos? ¿Que diga que la acogí por puro capricho? Pues no, no lo voy a hacer. Porque las cosas no fueron así. No voy a disculparme por ser considerado. No quiero que luego me tilden de monstruo insensible. Tengo una imagen que cuidar, y tú lo sabes. Y tampoco voy a poner en riesgo la reputación de mi padre, que es figura pública. ¡Deberías disculparte tú por desconfiar así de mí! No puedo creer que hagas esta tormenta en un vaso de agua cuando esa pobre mujer ya ha sufrido bastante después de mí.
—Claro, claro. Olvidé que para ti y para esta familia, la opinión ajena es el evangelio. No importa. No tiene sentido seguir este debate si no vamos a entendernos. Lo mejor será que te marches. Seguro la dejaste sola en el apartamento, ¿no? No querrás que se lleve algún recuerdo "prestado"—Me levanté de la silla con una determinación recién descubierta y caminé hacia la puerta—. La próxima vez, elabora una narrativa con menos agujeros argumentales. No me escribas ni me llames. Lo haré cuando mi nivel de ira baje a niveles civilizados. Ahora mismo solo quiero desahogar mi frustración estampando mi puño en algo... como tu cara.
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