La lluvia golpeaba los ventanales como si el cielo quisiera romperlos. Lyra estaba sentada en su habitación, con los audífonos puestos y la mirada perdida en la pantalla de su laptop. Otra noche sin sentido. Otra noche igual.
Pero desde hacía semanas, algo la perseguía: el mismo sueño, una y otra vez. Una torre negra entre nubes rojas. Un hombre de ojos plateados mirándola como si la conociera. Como si la odiara.
Esa noche, el sueño cambió.
Sintió el viento en el rostro, real, frío. Abrió los ojos y ya no estaba en su habitación. Estaba de pie en un bosque oscuro, bajo un cielo púrpura. A lo lejos, una fortaleza imponente se alzaba sobre un risco. Las sombras parecían vivas. Y frente a ella… él.
—Has cruzado el umbral —dijo el hombre con voz grave—. No deberías haberlo hecho.
Lyra retrocedió, confundida. —¿Dónde estoy? ¿Qué es esto?
—Aeloria —respondió él con dureza—. El reino que ayudaste a destruir.
Ella lo miró sin entender, pero algo dentro de su pecho dolió. Como si esas palabras fueran verdad. Como si ya las hubiera escuchado antes.
—No sé quién eres —susurró—. No sé nada de esto.
Él dio un paso hacia ella. Su presencia era abrumadora, poderosa. El aire a su alrededor se volvía más denso con cada movimiento.
—Soy Kael, gobernante de estas tierras malditas. Y tú… —la miró con una mezcla de rabia y deseo— tú eres la maldición que regresó.
Un destello de luz estalló entre ellos. Lyra gritó. El mundo se quebró como vidrio.
Despertó de golpe, jadeando, en su cama. Pero algo había cambiado.
Su ventana estaba abierta.
Y en el suelo… había una pluma negra, aún caliente.
La pluma seguía allí.
Lyra no podía dejar de mirarla. Era larga, brillante, con un tono negro azabache que parecía absorber la luz. Estaba tibia al tacto, como si acabara de caer de un ave... o de algo más.
Lo peor no era eso. Lo peor era que sabía que era real.
Se vistió rápidamente, metió la pluma en su mochila y salió del departamento. No podía quedarse allí, no con esa sensación en la piel, esa presión en el pecho. Caminó por las calles de la ciudad como una sombra más, mientras los autos y las luces pasaban sin notarla. Pero en cada reflejo, en cada vitrina, juraba ver algo más. Una silueta. Una sombra que la seguía.
Llegó hasta la biblioteca vieja del centro, un lugar olvidado por todos… excepto por ella. Allí trabajaba a veces, ordenando libros polvorientos y buscando respuestas a preguntas que nadie se hacía. Se sentó en su rincón favorito y sacó la pluma.
—No perteneces a este mundo, ¿verdad? —murmuró.
Un viento frío recorrió los pasillos. Las luces parpadearon.
Y entonces la vio.
Una figura al final del pasillo. Alta. Inmóvil.
Kael.
Él no debería estar allí. No en su mundo.
—¿Cómo…? —empezó a decir, pero él levantó una mano.
—El portal quedó abierto. Tú lo hiciste.
Lyra se levantó, asustada. —¡No sé de qué hablas! ¡No hice nada!
Kael caminó hacia ella con calma, su mirada fija en la suya.
—Tú abriste la grieta entre los mundos. Y ahora… estás en peligro. Ellos lo saben.
—¿Ellos?
—Las sombras que tú sellaste hace siglos. —Su voz bajó, más suave—. Te están buscando, Lyra.
Ella se quedó sin palabras. Él dijo su nombre como si lo hubiera dicho mil veces. Como si le doliera.
—¿Por qué yo?
—Porque tu alma es la misma. Y aunque no lo recuerdes, en Aeloria… todos te están esperando. Algunos para salvarte. Otros para matarte.
Kael se acercó más. Su mano rozó la de ella. La pluma flotó entre los dos y ardió en llamas negras antes de desintegrarse.
—Debes venir conmigo. Antes de que sea tarde.
Y sin darle opción, la envolvió una ráfaga de viento, un poder antiguo que no era de este mundo. La biblioteca desapareció. El suelo tembló.
Y Lyra cayó, otra vez, al abismo entre mundos.
El aire se rompió a su alrededor.
Lyra sintió cómo la gravedad se desvanecía y su cuerpo caía en un vacío sin forma. Voces susurraban en la oscuridad, palabras en un idioma que no entendía pero que, de alguna manera, le resultaban familiares.
Luego, el impacto.
Cayó de rodillas sobre tierra húmeda. La brisa olía a cenizas y a tormenta. Un cielo rojo sangre se extendía sobre su cabeza, con nubes pesadas que giraban en espiral. A lo lejos, torres afiladas se alzaban como garras contra el horizonte.
—Bienvenida a Aeloria —dijo Kael, de pie junto a ella, con la capa ondeando por el viento.
Lyra intentó levantarse, pero un mareo la detuvo. La energía del lugar vibraba en su piel, diferente, salvaje.
—¿Por qué… por qué me trajiste aquí?
Kael la observó en silencio, como si analizara cada centímetro de su ser. Finalmente, respondió:
—Porque no tenías opción.
Ella frunció el ceño, pero antes de poder replicar, un estruendo retumbó a lo lejos. Al levantar la vista, vio figuras acercándose desde la bruma.
Jinetes.
No eran humanos. Sus ojos brillaban como brasas, y la piel grisácea estaba marcada con símbolos oscuros.
—Los Guardianes de la Maldición… —murmuró Kael con el ceño fruncido—. Llegaron demasiado rápido.
Lyra sintió el miedo atenazar su garganta.
—¿Qué quieren?
Kael giró lentamente hacia ella.
—A ti.
Un relámpago iluminó el cielo, y los jinetes cargaron.
Kael sacó su espada. Y entonces, el aire se llenó de sombras.
El primer jinete llegó como un relámpago.
Kael se movió sin esfuerzo, su espada chocando contra la lanza del enemigo. El impacto hizo temblar el aire, y un destello negro recorrió la hoja. Lyra apenas podía respirar. Todo sucedía demasiado rápido.
Otro jinete saltó desde la bruma, dirigiéndose directamente hacia ella. Lyra gritó y cayó hacia atrás, sintiendo el suelo frío contra sus manos. No podía moverse. No podía hacer nada.
Pero antes de que el enemigo la alcanzara, Kael apareció entre ellos.
Un giro de su espada y el jinete cayó al suelo, su armadura crujiendo como si estuviera vacía por dentro. Kael giró hacia ella, con la mirada encendida.
—¡Levántate!
Lyra tragó saliva y, con esfuerzo, se puso de pie. Sus piernas temblaban, su corazón latía con furia.
—¡¿Qué demonios son esas cosas?!
Kael bloqueó otro ataque antes de responder.
—No son humanos. Son sombras hechas carne, nacidas de la maldición que tú dejaste atrás.
La sangre se heló en sus venas.
—¡Yo no hice nada!
Kael le lanzó una mirada feroz.
—Tú aún no recuerdas… pero ellos sí.
El último jinete descendió del caballo, caminando con calma hacia ellos. Era más alto que los demás, su armadura negra reflejaba el fuego del cielo. Sus ojos, dos pozos oscuros, se clavaron en Lyra.
—Así que la hechicera ha regresado —su voz era profunda, como el eco de mil susurros—. El Rey Inmortal te protege… pero ni siquiera él puede escapar del destino.
Kael levantó su espada.
—Vuelve a tu abismo.
El jinete sonrió.
—No sin ella.
Un remolino de sombras los envolvió. Y Lyra sintió, por primera vez, el poder dormido en su interior… despertar.
Las sombras la envolvieron.
Frías. Opresivas. Como si miles de manos invisibles la estuvieran arrastrando al abismo. Lyra luchó por respirar, por moverse, pero su cuerpo no le respondía.
A través de la negrura, vio a Kael lanzarse contra el jinete con un rugido de furia. Su espada brilló con un resplandor azulado antes de impactar con la armadura oscura. El choque sacudió el aire y lanzó chispas en todas direcciones.
—¡Lyra! —la voz de Kael rompió el vacío, fuerte y desesperada.
Las sombras se cerraron sobre ella.
Su corazón latía con fuerza, el miedo la consumía. Pero dentro de ese terror, algo más comenzó a arder. Algo que no pertenecía a este mundo. Algo que había estado dormido durante demasiado tiempo.
El suelo bajo ella tembló.
Un calor abrasador recorrió sus venas.
Y de repente, las sombras se incendiaron.
Lyra gritó, pero no de miedo. Era poder. Sus manos brillaban con un fuego dorado, extendiéndose como un torbellino a su alrededor. Las sombras chillaron y se apartaron, retorciéndose como criaturas vivas antes de evaporarse en el aire.
El jinete retrocedió un paso.
—Así que la magia sigue dentro de ti —murmuró con una sonrisa oscura—. Interesante.
Kael aprovechó el momento y atacó con toda su fuerza. La espada atravesó la armadura del enemigo, quien soltó un gruñido gutural antes de disiparse en una explosión de humo negro.
El silencio cayó de golpe.
Lyra respiraba entrecortadamente, con las manos aún temblando. Miró sus palmas, donde el resplandor dorado aún titilaba.
Kael la observaba, con el ceño fruncido y la mirada fría.
—No debiste hacer eso.
Lyra levantó la vista, atónita.
—¿Qué…? Te salvé la vida.
—Sí —su voz era tensa—. Pero ahora saben que la hechicera ha regresado.
Ella sintió un escalofrío.
—¿Quiénes?
Kael guardó su espada y se acercó lentamente.
—Los que llevan siglos esperando para verte arder.
Kael no dijo una palabra más. Se limitó a tomarla del brazo y comenzar a caminar con paso firme por el bosque oscuro que rodeaba el lugar de la batalla.
Lyra intentaba procesar lo que acababa de pasar, pero su cuerpo aún vibraba por la magia. Cada hoja, cada sombra, parecía reaccionar a su presencia. Era como si la tierra misma supiera que había vuelto.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella, tropezando tras él.
—Al Bastión. El último refugio seguro —respondió Kael sin mirarla.
—¿Y si no quiero ir?
Él se detuvo, giró y la miró con esos ojos plateados que no parecían de este mundo.
—Entonces morirás antes de que amanezca.
Lyra tragó saliva. No respondió.
Caminaron durante horas, en silencio. El bosque se hacía cada vez más extraño. Había árboles con cortezas negras, raíces que se movían como si respiraran, y luces flotantes que se escondían cada vez que Lyra las miraba directo.
Al cruzar un puente de piedra, el aire cambió. Un cuerno sonó a lo lejos. No era un sonido normal. Era un llamado.
Kael se detuvo al instante.
—No puede ser…
—¿Qué pasa ahora?
—Los Cazadores de Sangre. Están más cerca de lo que creía.
Del otro lado del río, figuras encapuchadas comenzaron a aparecer entre los árboles. Eran altos, delgados, con ojos como cuchillas y garras en lugar de manos. Cada paso que daban hacía marchitar la tierra.
—¡Corre! —gritó Kael, empujándola hacia el bosque.
Pero Lyra se detuvo en seco. Una de las criaturas tenía colgado algo del cinturón. Un relicario de plata, abierto. Dentro, una foto.
Su cara.
—¿Cómo…? ¡Eso es mío!
Kael maldijo en un idioma que no entendía y la cargó sobre el hombro sin dudar.
—¡Te lo dije! ¡Ahora todos saben que volviste!
Detrás de ellos, los Cazadores comenzaron la persecución.
Y esta vez, venían por su alma.
La carrera era brutal. Raíces retorcidas, ramas que parecían manos, una noche tan densa que Lyra apenas distinguía el suelo bajo sus pies. Kael corría delante, guiándola entre senderos invisibles.
Detrás, los Cazadores no se detenían. Se movían como sombras líquidas, atravesando árboles, saltando por encima de rocas, siempre cerca.
—¡No vamos a lograrlo! —gritó Lyra, jadeando.
—¡Sí lo haremos! ¡Solo no mires atrás!
Pero lo hizo.
Y fue un error.
Uno de los Cazadores estaba a solo metros de ella. Extendió la garra, casi tocándola. Lyra gritó, alzó las manos y, sin pensar, el fuego dorado brotó otra vez.
Pero esta vez… no se detuvo.
Una llamarada inmensa explotó desde su pecho, quemando todo a su paso, incluso parte del bosque. Uno de los Cazadores fue reducido a cenizas en un segundo… pero el fuego siguió creciendo.
Kael se giró con los ojos abiertos de par en par.
—¡Lyra, contrólate!
—¡No puedo! ¡NO PUEDO!
La magia ardía en sus venas como si tuviera vida propia. Los árboles alrededor comenzaron a prenderse fuego, y el bosque se iluminó con un resplandor dorado y violento.
El fuego rugía.
Y luego, algo peor ocurrió. Una figura surgió desde las llamas: una silueta femenina con ojos negros, idéntica a Lyra… pero distorsionada.
La réplica sonrió.
—Hola, Lyra. Me preguntaba cuándo me dejarías salir.
Kael lanzó su espada directo al fuego, creando una onda de energía que apagó parte del incendio. Corrió hacia Lyra, la tomó por la cintura y la arrojó al suelo. La réplica se desvaneció entre humo y risa.
—¡¿Qué fue eso?! —jadeó Lyra, aterrada.
Kael la observó con el ceño fruncido, su voz más baja ahora.
—Tu magia está rota. Dividida. Hay algo dentro de ti… algo que quiere controlarla. Y si no la dominas, no solo te matará a ti.
—¿A quién más? —susurró ella.
Kael se acercó, más serio que nunca.
—A todos nosotros.
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