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Traición Y Redención

CAPÍTULO I

El aire vibraba con la energía del concierto. La multitud saltaba al ritmo de la batería, los acordes de la guitarra eléctrica rugían en el aire y las luces de colores parpadeaban en sincronía con la música. Martina estaba ahí, sintiendo cada nota recorrerle el cuerpo. Amaba la música y, aunque sus amigas no compartían su pasión por el rock, ella no pensaba perderse la oportunidad de ver a su banda favorita en vivo. Había esperado meses para este momento, ahorrando cada peso para comprar su entrada. Ahora que estaba allí, rodeada de cientos de personas que compartían su misma emoción, se sentía más viva que nunca.

El lugar estaba repleto. La adrenalina recorría su cuerpo mientras intentaba avanzar entre la multitud, buscando una mejor vista del escenario. El vocalista de la banda levantó los brazos y el público estalló en gritos ensordecedores. Martina se dejó llevar por la emoción y comenzó a cantar junto con todos, perdiéndose en la magia del momento.

De pronto, sintió un empujón que la hizo tambalear. Alguien la había golpeado sin querer en medio del frenesí del público. Trató de recuperar el equilibrio, pero la gente seguía moviéndose sin notar su lucha por mantenerse de pie. Fue entonces cuando una mano firme la sujetó del brazo, evitando que cayera al suelo.

—¿Estás bien? —preguntó una voz masculina con tono preocupado.

Martina se giró y sus ojos se encontraron con los de un chico alto, de cabello despeinado y una sonrisa confiada. A pesar de la oscuridad y las luces intermitentes, pudo notar la intensidad en su mirada. Él la sostenía con seguridad, asegurándose de que estuviera estable antes de soltarla.

—Sí… gracias —respondió ella, aún un poco aturdida.

Él sonrió, inclinándose levemente para que pudiera escucharlo mejor en medio del ruido ensordecedor.

—Soy Sebastián —dijo con naturalidad.

—Martina —contestó ella, sintiendo que su corazón latía al ritmo acelerado de la música y de la inesperada conexión con aquel desconocido.

Por alguna razón, no podía apartar la vista de él. Había algo en su presencia que la envolvía, una energía magnética que la hacía querer seguir hablando con él. La banda continuaba tocando, pero por un momento, Martina sintió que el bullicio a su alrededor se desvanecía.

—¿Es tu primer concierto de esta banda? —preguntó Sebastián, inclinándose nuevamente hacia ella.

—No, ya los vi una vez cuando vinieron hace dos años, pero esta es la primera vez que estoy tan cerca del escenario —respondió ella con entusiasmo.

—Entonces hoy es una noche especial —comentó él con una sonrisa cómplice.

Sebastián parecía conocer bien el ambiente de los conciertos. Con una confianza natural, comenzó a abrir paso entre la gente para llevarla más adelante. Martina lo siguió sin dudar. De alguna manera, confiaba en él. Cada vez que alguien la empujaba o la multitud se volvía demasiado intensa, Sebastián se aseguraba de que ella estuviera bien. No era común que un desconocido se preocupara tanto por alguien que acababa de conocer, y ese gesto la hizo sentir aún más atraída hacia él.

Cuando finalmente llegaron a una mejor ubicación, la emoción de Martina se desbordó. El vocalista comenzó a cantar su canción favorita y ella gritó de alegría, perdiéndose completamente en el momento. Sebastián la observaba con una sonrisa divertida.

—Si me hubieras dicho antes que querías estar más adelante, te habría traído en hombros —bromeó.

Martina rió, sintiéndose increíblemente cómoda con él. Todo parecía fluir de manera natural entre ellos. Durante el resto del concierto, compartieron miradas y risas cómplices. Sebastián le hacía comentarios sobre la banda, señalándole detalles del espectáculo que ella no había notado antes. Era como si hubieran asistido juntos desde el principio.

Cuando la última canción resonó en el estadio y la banda se despidió entre aplausos y gritos eufóricos, Sebastián tomó su mano con naturalidad.

—¿Quieres ir a tomar algo? No quiero que esta noche termine todavía.

Martina dudó solo un instante antes de asentir. La emoción de la noche seguía corriendo por sus venas, y la idea de seguir compartiendo con él le parecía demasiado tentadora para rechazarla. Sin pensarlo demasiado, dejó que Sebastián la guiara fuera del estadio. La noche aún era joven, y Martina sentía que algo especial estaba comenzando.

CAPÍTULO II

Sebastián y Martina caminaron por las calles iluminadas de la ciudad, todavía con la adrenalina del concierto recorriéndoles el cuerpo. La noche era fresca y el bullicio de la gente que salía del evento llenaba el aire. Sebastián, con su actitud relajada, le propuso ir a un bar cercano que él conocía.

—Tienen la mejor cerveza artesanal de la ciudad —dijo con una sonrisa encantadora.

Martina aceptó sin dudar. No quería que la noche terminara y la idea de seguir conversando con Sebastián le resultaba irresistible. Cuando llegaron al bar, encontraron un rincón apartado donde podían hablar sin el estruendo de la música en vivo que sonaba en el lugar.

Pidieron un par de cervezas y comenzaron a conversar. Sebastián tenía un magnetismo innegable. Cada palabra que decía parecía tener un peso especial, como si supiera exactamente qué decir para mantenerla interesada. Martina, por su parte, sentía que podía hablar con él sin filtros. Le contó sobre sus sueños, su familia y sus pasiones. Él la escuchaba con atención, asintiendo y sonriendo en los momentos adecuados.

—Eres diferente a otras chicas —comentó Sebastián en un momento, apoyando el mentón en su mano mientras la observaba con intensidad.

—¿Eso es algo bueno o malo? —preguntó ella, juguetona.

—Definitivamente es bueno —respondió él con una media sonrisa.

Las horas pasaron sin que se dieran cuenta. El bar empezó a vaciarse y Martina sintió una mezcla de emoción y nerviosismo. No quería que la noche terminara aún. Miró a Sebastián y, en un impulso, dijo:

—¿Te gustaría venir a mi casa? Mis padres están de viaje y la casa está sola.

Sebastián arqueó una ceja, sorprendido por la invitación, pero su sonrisa se amplió al instante.

—Me encantaría —respondió sin dudar.

Salieron del bar y tomaron un taxi hacia la casa de Martina. Durante el trayecto, el ambiente estaba cargado de una tensión electrizante. Sus miradas se cruzaban constantemente, sus rodillas se rozaban sutilmente y la expectativa en el aire era innegable.

Cuando llegaron, Martina abrió la puerta y encendió algunas luces tenues. La casa estaba en silencio, lo que solo aumentaba la intimidad del momento. Sebastián recorrió el lugar con la mirada antes de volver a centrarse en ella.

—Tienes buen gusto —comentó, admirando la decoración del salón.

—Gracias. ¿Quieres algo de tomar? —preguntó ella, sintiendo cómo su pulso se aceleraba.

—Solo si tomamos juntos —dijo él, acercándose con paso firme.

Martina sonrió y fue a la cocina, sacando una botella de vino. Sirvió dos copas y le entregó una. Sebastián la tomó, pero en lugar de beber, dejó su copa en la mesa y acercó su rostro al de ella.

—No puedo dejar de mirarte —susurró, con voz grave.

Martina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Antes de que pudiera responder, él se inclinó y la besó suavemente. Sus labios se encontraron con lentitud, explorándose al principio con delicadeza, pero pronto el beso se volvió más intenso, más urgente.

Martina dejó su copa en la mesa y se aferró a su cuello, entregándose completamente al momento. Sebastián la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él, profundizando el beso mientras sus manos recorrían su espalda.

El deseo entre ambos se volvió incontenible. Sin decir una palabra, Martina lo tomó de la mano y lo guió hacia su habitación. La luz tenue iluminaba el espacio, creando un ambiente cálido y privado. Sebastián la observó con intensidad antes de volver a besarla, esta vez con una pasión desbordante.

Las prendas comenzaron a deslizarse lentamente al suelo, revelando piel contra piel. Cada caricia era una promesa silenciosa, cada beso, una confesión sin palabras. Se exploraron con ansias, como si cada toque fuera una necesidad. El tiempo pareció detenerse mientras sus cuerpos se encontraban en una danza perfecta de deseo y entrega.

Cuando finalmente se unieron, Martina sintió que el mundo entero desaparecía, dejando solo la sensación de Sebastián contra ella, la calidez de su piel, el ritmo de sus cuerpos sincronizándose en un vaivén que los llevaba cada vez más alto. Sus respiraciones se mezclaban en la penumbra de la habitación, y en ese instante, nada más importaba.

Después, yacieron juntos bajo las sábanas, con los cuerpos aún entrelazados y la respiración agitada. Sebastián pasó una mano por el cabello de Martina, apartándolo suavemente de su rostro.

—Eres increíble —susurró, dejando un beso en su frente.

Martina sonrió, sintiéndose plena, satisfecha y extrañamente conectada con él. No sabía qué pasaría después, pero en ese momento, no le importaba. Había sido una noche mágica, un inicio que no olvidaría jamás.

CAPÍTULO III

La luz del sol se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Martina abrió los ojos. Por un instante, se sintió desorientada, pero en cuanto sintió el calor del cuerpo de Sebastián junto al suyo, todos los recuerdos de la noche anterior inundaron su mente. Giró la cabeza lentamente y lo vio dormir, su respiración tranquila, su pecho subiendo y bajando de manera pausada. Se veía tan diferente a la versión segura y encantadora de la noche anterior. Ahora parecía vulnerable, casi tierno.

Martina sonrió y se quedó observándolo por unos minutos, hasta que él comenzó a moverse. Sebastián abrió los ojos despacio y al verla, una sonrisa ladina se dibujó en su rostro.

—Buenos días, preciosa —murmuró con voz ronca.

Martina sintió un cosquilleo en el estómago al escucharlo. Se mordió el labio y desvió la mirada, algo avergonzada. No estaba acostumbrada a este tipo de intimidad, pero con Sebastián todo se sentía natural.

—Buenos días —respondió con suavidad.

Él extendió la mano y acarició su mejilla con el dorso de los dedos.

—¿Dormiste bien? —preguntó con una expresión divertida.

—Sí… muy bien —confesó ella, sintiendo cómo su rostro se calentaba.

Sebastián sonrió con satisfacción y, sin previo aviso, la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos. Martina dejó escapar una risa sorprendida mientras él la aprisionaba con su cuerpo.

—No me mires así —dijo él—, o no me dejarás otra opción más que besarte otra vez.

—¿Y quién dijo que no quiero que me beses? —replicó ella con picardía.

Sebastián alzó una ceja, divertido por su respuesta, y cumplió con su promesa. El beso fue lento, perezoso, como si quisieran prolongar aquel momento para siempre. Pero un ruido en la calle los sacó de su burbuja, recordándoles que el mundo seguía girando afuera de aquella habitación.

—Creo que deberíamos levantarnos —dijo Martina con una risita.

—Mmm… o podemos quedarnos aquí todo el día —propuso Sebastián con un tono sugerente, deslizando su mano por su cintura.

Martina rió y lo apartó juguetonamente.

—Nada de eso. Necesito una ducha y café. Mucho café.

Se levantó y tomó una camisa que tenía cerca, cubriéndose con ella mientras caminaba hacia el baño. Sebastián la observó con una sonrisa satisfecha antes de levantarse también.

Mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, Martina dejó que sus pensamientos la inundaran. La noche anterior había sido increíble, pero un pensamiento inquietante comenzó a formarse en su mente: no habían usado protección. Su estómago se encogió ante la posibilidad. ¿Cómo había podido ser tan irresponsable? Siempre había sido cuidadosa con esas cosas, pero la pasión del momento la había cegado por completo.

Intentó tranquilizarse. Sabía que un solo encuentro no significaba necesariamente que algo malo pasaría, pero la preocupación ya se había instalado en su pecho. Tal vez debía hablarlo con Sebastián, pero ¿cómo reaccionaría él? No quería parecer exagerada ni arruinar la atmósfera que se había creado entre ellos, pero tampoco podía ignorarlo.

Cuando salió del baño, se encontró con Sebastián en la cocina, sirviendo café. Se veía despreocupado, como si todo estuviera bien, como si no hubiera ninguna consecuencia que afrontar. ¿Debería decirle algo? ¿O simplemente esperar a ver qué pasaba?

Un rato después, ambos estaban sentados en la cocina, compartiendo un desayuno improvisado. Martina notó cómo Sebastián la miraba con intensidad mientras bebía su café. No parecía alguien que acostumbrara a quedarse después de una noche así, y sin embargo, ahí estaba.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, sintiéndose un poco cohibida.

—Nada. Solo pensaba que me gusta estar aquí contigo —respondió él con sinceridad.

Martina sintió que su corazón se aceleraba. No sabía qué significaba eso exactamente, pero no podía evitar sentirse emocionada.

—A mí también me gusta que estés aquí —admitió en voz baja.

Sebastián sonrió y, sin decir más, extendió la mano para tomar la suya. El contacto fue simple, pero significativo. Era el inicio de algo más, algo que ninguno de los dos podía definir aún, pero que ya comenzaba a tomar forma.

Sin embargo, en la mente de Martina, la preocupación seguía latente. ¿Debería mencionarlo o dejarlo pasar? No quería arruinar el momento, pero tampoco podía ignorar la realidad. Lo único que sabía con certeza era que esta relación, fuera lo que fuera, ya estaba empezando a volverse más compleja de lo que imaginaba.

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