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Mariel: Entre 2 Mundos

Capítulo 1

La promesa rota

El amanecer iluminaba suavemente las montañas del mundo semibestia, pero para Mariel, el día se sentía gris.

Hoy hbía cumplido los veinte años.

El día que él le prometió regresar.

Caleb, su alma gemela.

El único que, desde niña, supo leer sus silencios, consolar sus miedos y besar su alma antes que sus labios.

Cinco años atrás, cuando ella apenas tenía quince, Caleb regresó a la Tierra para atender sus responsabilidades.

“Volveré cuando cumplas veinte, lo juro,” le había dicho aquella noche bajo las estrellas, acariciándole la mejilla con ternura.

Pero el día llegó. Y Caleb no.

Mariel caminó en silencio por el jardín, con la brisa helada en la cara, sin poder detener la opresión en el pecho.

No lloraba, no aún. Pero sus ojos cargaban el peso de la espera… y del abandono.

Fue entonces cuando Isac, su hermano mellizo, la encontró sentada bajo el árbol donde solía esperarlo.

—¿Aún nada? —preguntó, su voz baja, cuidada.

Ella negó con la cabeza.

—Lo prometió, Isac… Prometió que regresaría. —susurró, bajando la mirada.

Isac apretó los puños en silencio.

Odiaba ver a su hermana así.

Siempre había sido fuerte, decidida, valiente.

Y ahora la veía rota por alguien que no había cumplido su palabra.

—Tal vez no puede volver, —dijo con suavidad—. Pero si no puedes encontrar respuestas aquí… ve por ellas.

Mariel alzó la mirada.

Y en ese momento supo lo que tenía que hacer.

Horas más tarde, los cinco esposos de Luciana estaban reunidos en el salón principal.

Luciana observaba en silencio, sin interrumpir.

Y frente a todos, Mariel, de pie con el rostro firme, soltó la decisión que llevaba en el pecho.

—Voy a ir a la Tierra. Lo buscaré. Necesito saber por qué no volvió.

Garrik se levantó de golpe.

—¡No! ¡Ni hablar! No voy a dejar que mi hija cruce sola a ese mundo lleno de peligros.

Kael frunció el ceño.

—Mariel, entiendes que ser el portal te debilita. Si algo pasa…

—Lo sé. Pero no puedo quedarme aquí esperando eternamente. ¡Él es mi alma gemela! Algo le pasó. Lo siento.

Lior desvió la mirada, sabiendo lo que significaba sentir a alguien en la distancia.

Tairon se mantenía en silencio, pero su ceño reflejaba su preocupación.

Rhazan, directo como siempre, murmuró:

—Y si simplemente no quiso volver… ¿lo aceptarías?

Mariel tembló, pero no retrocedió.

—Lo aceptaré… solo si me lo dice él. A la cara.

Fue entonces cuando una nueva voz habló desde la entrada.

—Entonces no irá sola.

Todos se giraron.

Valen.

El primogénito.

Fuerte. Inteligente. Líder por naturaleza.

—Isac irá con ella. —dijo con firmeza—. Es su hermano mellizo, su protector. Y entre ambos… pueden abrir el portal sin ponerla en peligro.

Isac dio un paso adelante, sin apartar la vista de sus padres.

—Confíen en nosotros. Ya no somos niños. Y no voy a dejar que Mariel sufra sola.

Luciana se acercó finalmente, con los ojos brillando por las lágrimas.

Acarició el rostro de su hija, besó su frente y susurró:

—Entonces ve. Encuentra tus respuestas. Pero vuelve a casa, hija. Con el corazón completo… o libre.

......................

El regalo de un hermano

La habitación de Mariel estaba iluminada por la luz dorada del atardecer, y el aire olía a hojas secas y flor de luna.

Sobre su cama, cuidadosamente extendidos, yacían los vestidos que su madre le había confeccionado con tanto amor a lo largo de los años.

Vestidos con bordados del mundo donde provenia su madre, La Tierra.

Telas suaves y ligeras, telas con brillos nacarados y hermosos colores, ropa de invierno por si acaso.

Mariel los dobló con paciencia, una prenda tras otra, con la misma delicadeza que si estuviera guardando recuerdos.

También preparó frascos con ungüentos, pequeñas armas ocultas entre joyas, y libros antiguos con hechizos simples.

Iba decidida, pero no imprudente.

Mientras ajustaba las cintas del bolso de viaje, sintió unos brazos rodearla por la espalda.

No se asustó. Ese calor lo reconocería en cualquier parte.

—Valen… —susurró con una sonrisa.

Su hermano mayor la abrazó con fuerza, apoyando su barbilla en su hombro.

Tenía la misma voz grave de su padre Kael, pero con la ternura de Lior cuando no había nadie mirando.

—No podía dejarte ir sin esto. —dijo él, sacando de su bolsillo una pequeña caja de madera tallada.

Mariel la abrió lentamente.

Dentro, reposaba un collar hecho de finas perlas nacaradas, suaves como gotas de luna.

El centro tenía una pequeña piedra azulada que latía suavemente, como si guardara un corazón propio.

—¿Es… del estanque? —preguntó, tocándolo con asombro.

Valen asintió.

—Las perlas son mágicas. Las recogí yo mismo.

—Cuando lo lleves contigo… y me necesites, solo tócalo con tus dedos y piensa en mí.

—Estaré contigo de inmediato, sin importar la distancia.

Mariel giró lentamente y se aferró a él.

—Te amo, Valen. Más de lo que puedo decir. Gracias por siempre cuidarme… por siempre creer en mí.

Él le acarició el cabello y apoyó su frente contra la de ella.

—Pase lo que pase, siempre daré la cara por ti. Nunca estarás sola, Mariel.

—Eres parte de mí. De todos nosotros.

La abrazó con fuerza una vez más, como si intentara retenerla un poco más.

Pero luego soltó el aire con resignación.

—Termina de empacar. Isac ya está preparando todo con Papá Rhazan para el cruce.

—Y mamá… está poniendo flores en tu bolso sin que te des cuenta.

Mariel rió con lágrimas en los ojos.

—Entonces me voy con un pedazo de todos ustedes.

Y así, con el collar en su cuello y el corazón latiendo fuerte,

Mariel se preparaba para enfrentar el mundo al que no pertenecía…

pero donde su alma gemela la esperaba.

......................

Cuando Mariel cruzó la puerta de la cabaña con su bolso al hombro y el collar de Valen descansando sobre su pecho, el aire olía a despedida.

A pesar de la fortaleza que intentaba mantener, su corazón palpitaba con fuerza, sabiendo que este viaje cambiaría todo.

Apenas dio unos pasos afuera, una figura corrió hacia ella con la velocidad del viento.

—¡Mari! ¡Espera!

Ciel, su hermanito menor —aunque ya no tan pequeño—, llegó hasta ella con los ojos brillando y los brazos extendidos.

La abrazó con fuerza, apretando el rostro contra su hombro.

—No quería que te fueras sin esto… —dijo entre jadeos, sacando de su bolsillo un pequeño estuche tallado con símbolos de la aldea de las sirenas.

Mariel lo abrió con cuidado.

Dentro descansaban unos delicados aretes de perla azulada, iguales al tono de los ojos de Ciel.

—¿Son del estanque? —preguntó ella, conmovida.

—Sí, pero son especiales. Papá Tairon me ayudó a prepararlos.

—Cuando los uses, y yo use el otro par, podremos hablar, aunque estemos en mundos distintos.

Mariel lo miró, sorprendida por la profundidad del gesto.

—¿Puedes hacer eso? ¿Tan joven y ya manejas la magia de comunicación?

Ciel infló el pecho con orgullo.

—No soy tan niño, Mari. Y tú eres mi hermana. Quiero poder ayudarte si algo pasa allá.

Ella lo tomó del rostro, acariciando su mejilla con dulzura.

—Eres un pequeño milagro, ¿lo sabías? Gracias por esto… me hará sentir que no estoy tan lejos.

—Prométeme que volverás. —dijo él en un susurro. Con él… o sin él. Pero volverás.

Mariel asintió, las lágrimas apretadas en su garganta.

—Lo prometo. No importa qué encuentre, volveré a casa.

Ciel le colocó los aretes con cuidado, besó su frente y se alejó lentamente, sin dejar de mirarla.

En su pecho, Mariel sentía el peso del viaje, pero también la fuerza de su familia.

Las perlas del collar de Valen,

los aretes de Ciel,

las caricias de su madre,

y los abrazos y consejos de sus padres y demás hermanos.

Era hora.

Capítulo 2

Entre gigantes de concreto

El portal giraba con fuerza contenida, sus luces danzaban como olas mágicas chocando entre mundos.

Mariel sostenía la mano de Isac con firmeza, mientras su mirada se llenaba del reflejo dorado y azul que vibraba frente a ellos.

Detrás, su familia los observaba en completo silencio.

Luciana había dado las últimas indicaciones con calma, aunque sus ojos estaban vidriosos.

La casa que había dejado en la Tierra estaba en el corazón de una gran ciudad, rodeada de edificios gigantescos que nunca dormían.

—"Busca la calle del reloj dorado. Está escondida entre edificios de cristal. Nadie se fija en la casa, pero sigue allí. Las llaves están bajo una maceta azul. Te estará esperando."

Las palabras de su madre resonaban en su mente mientras cruzaban el umbral del portal.

El cambio fue brutal.

El olor a aire puro se perdió al instante.

El aire de la ciudad era espeso, lleno de humo, luces y ruido constante.

Carros rugían por las calles cercanas, luces intermitentes parpadeaban desde todos los ángulos, y cientos de voces se entremezclaban en una sinfonía urbana que resultaba abrumadora para quienes venían de un mundo donde el viento y el canto de los pájaros eran los sonidos más fuertes.

Mariel e Isac aparecieron en un callejón estrecho, oscuro, con paredes de concreto agrietado y letreros brillando débilmente por encima.

—Bienvenidos a la Tierra, —murmuró Isac, observando a su alrededor con el ceño fruncido—, donde la gente vive amontonada y sin mirar al cielo.

Mariel inspiró profundamente.

El lazo seguía allí. No fuerte… pero sí latente.

Caleb estaba en algún lugar de ese mundo.

—Vamos. Mamá dijo que la casa está en medio de la ciudad. Hay que buscar la calle del reloj dorado.

Después de caminar por varias calles, cruzar puentes peatonales y evitar las miradas curiosas de algunos transeúntes, llegaron al centro.

Edificios altísimos los rodeaban, con luces brillantes y anuncios flotando en pantallas digitales.

Y entonces la vieron.

Una calle estrecha, casi invisible entre dos torres de cristal.

Y al fondo… una casa antigua, de ladrillo y ventanas redondeadas, como un recuerdo perdido entre la modernidad.

Mariel se acercó.

La verja estaba cerrada con una cadena oxidada, pero bajo una maceta de cerámica azul, encontró las llaves exactas que Luciana le había descrito.

—Aquí es. —susurró con alivio.

Abrió la puerta con cuidado.

El interior estaba cubierto de polvo, pero el ambiente era cálido.

Había fotografías antiguas, una manta doblada sobre el sillón, y una sensación familiar, como si la esencia de Luciana aún flotara allí.

Isac se dejó caer en un sofá con un suspiro.

—Tenemos techo. Ahora solo falta encontrar respuestas.

Mariel, de pie en medio de la sala, apretó los puños suavemente.

El lazo seguía allí. Silencioso. Vivo.

—Me prometiste regresar Caleb. Y te juro… que te voy a encontrar.

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Afuera, entre la sombra de los callejones y los reflejos de los grandes ventanales, dos figuras se mantenían ocultas.

Ambos con ropa oscura, audífonos discretos y lentes de vigilancia.

Habían estado vigilando esa casa desde hacía años, por orden directa del hombre que mandaba sobre ese sector… Caleb.

—¿Lo viste? —preguntó uno de ellos, enfocando con el visor nocturno.

—Sí. Una chica y un chico. Entraron sin titubear. Tienen las llaves.

Una pausa.

—No es posible que sean intrusos… pero tampoco pueden ser conocidos. Nadie se ha acercado a esa casa en varios años.

El segundo hombre asintió, sacó un pequeño dispositivo del bolsillo y pulsó un botón.

—Código 32.

—Se activó movimiento en la residencia de Luciana. Intrusos desconocidos.

—Enviar informe inmediato al jefe.

Del otro lado de la ciudad, en la cúspide de un imponente edificio de cristal y acero, un teléfono vibró sobre un escritorio de roble negro.

Caleb, de pie frente a la enorme ventana, observaba la ciudad bajo sus pies.

Cuando el mensaje llegó y leyó el contenido, sus ojos se oscurecieron.

—¿Qué dijiste…? —murmuró con incredulidad.

Leyó el informe una vez más.

“Intrusos ingresaron a la residencia antigua. Usaron llave. Están dentro.”

Cerró el puño con fuerza.

El mismo puño que, hacía cinco años, había acariciado el rostro de Mariel mientras prometía regresar.

La misma mano con la que había jurado proteger ese hogar, aunque nunca volvió a cruzar el portal.

Se ajustó el saco negro con movimientos controlados, fríos.

La rabia apenas contenida vibraba bajo su piel.

Fue entonces cuando una voz dulce, quejumbrosa y cargada de afectación, lo interrumpió.

—¿A dónde vas, cariño…? —preguntó la mujer a su lado, levantándose lentamente del sofá de cuero blanco.

Llevaba un vestido elegante que marcaba claramente su vientre redondeado.

Un embarazo avanzado.

Sus ojos estaban maquillados con perfección, pero tras esa belleza había algo... frío.

Caleb no la miró.

—No me llames así, y tengo asuntos que atender.

Ella frunció los labios, caminando tras él con lentitud.

—¿Otra vez esa casa verdad? ¿Por qué te importa tanto un lugar que ya no tiene nada para ti?

Caleb se detuvo en seco. La miró por fin. Su expresión era una máscara de acero.

—Esa casa es el único lugar que jamás debe salir de tu sucia boca—dijo fríamente.

Y sin dar más explicaciones, giró sobre sus talones y se fue, dejando atrás el perfume caro, el falso brillo… y una promesa incumplida que ahora ardía más que nunca.

...----------------...

El silencio dentro de la casa contrastaba con el bullicio lejano de la ciudad.

Mariel terminaba de limpiar una habitación cuando Isac, tenso, se detuvo en medio del pasillo y frunció el ceño con el olfato agudo que había heredado de Garrik.

—Mariel… —susurró—, hay alguien afuera. No… hay dos.

Ella dejó el paño y lo miró confundida.

—¿Estás seguro?

Isac caminó hacia una de las ventanas con pasos silenciosos.

Movió ligeramente la cortina con el dedo y asomó solo lo necesario para mirar entre los reflejos del vidrio.

Allí estaban.

Dos hombres parados al otro lado de la calle, disimulando con auriculares y revistas.

Pero no eran peatones comunes.

La postura recta, la mirada fija hacia la casa y la forma en que se turnaban para mirar sus relojes… todo en ellos gritaba vigilancia.

—Nos están observando. —dijo, apartándose de la ventana—. Y no se esconden mucho que digamos.

Mariel se acercó con cautela.

—¿Cómo es posible que sepan que estamos aquí? Apenas cruzamos hace unas horas.

Isac gruñó bajo.

—Tal vez no sabían quién… pero alguien estaba esperando que esta casa se activara. Lo tenían vigilado.

Mariel cruzó los brazos, su expresión endureciéndose.

—¿Crees que fue Caleb…?

Isac no respondió de inmediato.

—O fue él… o alguien que se mueve por él. En cualquier caso, no pienso esperar sentados. Si vienen a buscar pelea, estoy listo.

Mariel negó con la cabeza.

—No quiero problemas. No aún. Si están aquí, significa que Caleb sabe que estamos. Y si eso lo hace venir, mejor. Quiero que nos vea. Que me escuche.

Isac gruñó por lo bajo.

—Solo dime si quieres que actúe. Bastará con una señal.

Mariel puso una mano sobre su brazo.

—Por ahora… observamos. Pero no más de esta noche. Si él no aparece… saldremos a buscarlo.

Mientras tanto, en las sombras de la calle, uno de los hombres susurraba por su comunicador:

—Confirmado. La chica se asomó. Nos detectaron. ¿Instrucciones?

La respuesta fue inmediata.

—No interfieran. Él ya va en camino.

...----------------...

La noche caía con fuerza sobre la ciudad, las luces de los edificios brillaban como estrellas caídas, y el murmullo del tráfico lejano era constante.

Dentro de la casa, Mariel permanecía sentada junto a la ventana, acariciando distraídamente el collar que Valen le había regalado.

Isac caminaba como lobo enjaulado, alerta.

—¿Lo sientes? —preguntó él de pronto, deteniéndose en seco.

Mariel cerró los ojos.

El vínculo.

Un tirón leve… pero claro.

Un latido en su pecho que no era suyo.

—Sí. Se acerca.

Afuera, un auto negro de ventanas polarizadas se detuvo sin hacer ruido frente a la vieja casa.

De él bajó un hombre de porte elegante, traje oscuro perfectamente entallado, y mirada firme.

Caleb.

Su cabello era más corto ahora, su rostro más afilado.

Ya no era el chico que se había despedido con ternura cinco años atrás.

Ahora era un hombre hecho y derecho, con el peso del poder en los hombros… y el corazón lleno de fantasmas.

Al ver la puerta entreabierta, su pulso se aceleró.

El olor familiar del lugar lo envolvió.

Y entre todos los aromas… uno lo golpeó como una ola.

—Mariel… —susurró.

Cruzó el umbral, su presencia fuerte, imponente.

Mariel giró lentamente.

Sus ojos se encontraron.

Y en ese instante… el tiempo pareció detenerse.

—Caleb. —su voz fue suave, pero cargada de emoción contenida.

Él dio un paso hacia ella, sus labios temblaron apenas.

—¿Cómo…? ¿Cómo es posible que estés aquí?

Ella corrió a abrazarlo y luego isac se colocó frente a ambos, como una sombra protectora.

—No sabíamos si seguías con vida. Tampoco si querías estarlo.

Caleb lo ignoró. El no se despegaba de Mariel.

—Han pasado cinco años… pero tu presencia es la misma. Inconfundible.

Mariel apretó el collar en su cuello.

—Prometiste volver. No lo hiciste. Vine por respuestas.—dijo separándose del abrazo

Caleb tragó saliva, sus ojos se oscurecieron por la culpa.

—No era seguro… para ti. Ni para mí. Pero jamás dejé de pensar en ti.

—Nunca.

Mariel dio un paso hacia él.

—Entonces dime la verdad, Caleb. ¿Por qué no regresaste? ¿Qué te lo impidió?

El silencio se hizo denso.

Y en la mirada de Caleb… algo oscuro y doloroso se asomaba.

Capítulo 3

La mentira en sus labios

El silencio entre ellos era espeso.

El tipo de silencio que nace cuando las emociones chocan con la realidad.

Mariel seguía de pie frente a Caleb, esperando, rogando internamente que sus ojos le dijeran algo distinto a lo que su mente temía.

—¿Por qué no regresaste? —preguntó de nuevo, esta vez con más firmeza.

—¿Qué fue tan grave como para romper tu promesa?

Caleb inhaló profundamente.

Podía sentir el lazo con ella arder bajo su piel, su alma temblaba ante su cercanía, pero…

no podía decirle la verdad.

No todavía.

Su rostro cambió. Endureció su mirada y ajustó el saco mientras hablaba con una frialdad cuidadosamente ensayada.

—Estaba ocupado, Mariel. —dijo con voz baja, firme—. Los negocios crecieron más rápido de lo que esperaba. No podía dejarlo todo.

Mariel lo miró como si no lo reconociera.

Sus labios se entreabrieron, y su corazón dio un vuelco.

—¿Eso es todo? ¿Trabajo?

Caleb no respondió.

Solo sostuvo su mirada sin parpadear, clavando la mentira en medio de ellos como una daga.

—No tenía opción. —añadió finalmente, girando apenas el rostro—. Es lo único que puedo decirte ahora.

Isac se cruzó de brazos, molesto.

—Qué conveniente. Cinco años desaparecido y todo se resume en trabajo. No eres tan buen actor como crees.

Caleb lo ignoró nuevamente.

Su mirada volvía una y otra vez a Mariel.

Mariel retrocedió un paso.

—Fui una promesa que rompiste.

Su voz temblaba.

—Y aún así… sigo sintiéndote aquí. En mí.

Caleb apretó los puños.

Cada palabra que ella decía dolía, porque sabía que estaba fallando de nuevo.

—Debes irte. —murmuró con frialdad—. Este mundo… no es seguro para ti.

Mariel levantó el mentón.

—No vine a pedir permiso. Vine a buscar respuestas. Y me las vas a dar, tarde o temprano.

Y con eso, se giró, caminando hacia el interior de la casa con la espalda erguida, aunque por dentro se rompía.

Isac la siguió con el ceño fruncido.

Caleb se quedó allí, en el umbral, inmóvil.

Su corazón golpeaba con fuerza.

Mentirle había sido la única forma de protegerla…

O al menos, eso quería creer.

...----------------...

El eco de los pasos de Mariel alejándose aún resonaba en los oídos de Caleb.

Se quedó de pie en el umbral, mirando el interior de la casa.

Pero ahora, cada rincón parecía juzgarlo… recordarle lo que había prometido y no cumplido.

Se frotó el rostro con ambas manos, con fuerza, como si intentara borrar la culpa que se adhería a su piel.

Luego respiró hondo, cerró los ojos por un instante y susurró:

—No era el momento. No aún.

Su alma gritaba por alcanzarla, por decirle la verdad…

Por confesarle que su ausencia no fue elección, sino consecuencia.

Pero también sabía que si lo hacía en ese instante, todo podría quebrarse de la peor manera.

Abrió los ojos, ahora decididos, apagados.

Se giró con lentitud, caminando de regreso hacia su auto con paso firme.

Su chaqueta ondeó con el viento nocturno mientras los vigilantes lo observaban desde la esquina.

—No la molesten. —dijo sin mirarlos—. Que se acomoden. Mañana volveré.

El auto negro lo recogió en silencio.

La puerta se cerró con un sonido seco.

Y Caleb partió.

Dejando tras de sí una casa con luces tenues, una joven con el corazón confundido, y una verdad aún enterrada.

Dentro de la casa, Mariel se sentó en el borde de la cama, mirando fijamente al suelo.

Isac la observaba desde la puerta.

—No le creo. —dijo él, tajante.

—Yo tampoco. —susurró Mariel, apretando los labios—. Pero aún así… no pude dejar de sentirlo. Cuando nos vimos. Cuando habló. Cuando me mintió…

Se llevó la mano al corazón.

—El vínculo sigue ahí. Pero él no es el mismo.

Isac se acercó, le puso una mano en el hombro.

—Entonces después cuando las cosas se calmen… sabremos si queda algo de verdad en lo que dice.

Mariel asintió.

Y en sus ojos… la esperanza aún ardía, aunque cada vez más tenue.

...----------------...

La oficina de cristal en lo alto del rascacielos estaba en penumbras, iluminada solo por el reflejo de la ciudad que nunca dormía.

La mujer embarazada caminaba descalza por el mármol frío, con una copa de agua en la mano y los labios apretados.

Desde que Caleb se había marchado, no había dejado de pensar en aquella maldita casa.

Su expresión dulce de antes ahora era solo un velo.

La incomodidad del embarazo y el creciente sentimiento de desplazamiento la tenían al borde de estallar.

Se sentó en el sofá, con el ceño fruncido, y marcó un número que conocía de memoria.

—¿Alguna novedad? —preguntó con frialdad apenas fue atendida.

Del otro lado, el vigilante tragó saliva.

—Sí, señora… el señor Caleb llegó hace unos minutos.

—¿Y luego? —inquirió con un tono cargado de veneno.

Hubo un breve silencio.

—Señora, entró… y una chica salió a abrazarlo. Una joven de su edad, a él se le notaba afectado, pero aún así correspondió el abrazo. Luego de hablar con la joven se retiró.

El cristal de la copa en su mano crujió suavemente.

—¿Una chica?

—¿Cómo era? ¿Te acercaste lo suficiente?

—No lo suficiente para escuchar. Pero se veía joven… decidida. El muchacho que estaba con ella la protegía, parecía su hermano.

—¿Hermano…? —repitió con desdén.

—¿Y qué más? ¿Caleb dijo algo sobre regresar?

—Solo que no los molestáramos. Que volvería mañana.

Ella cerró los ojos, se recostó con lentitud y acarició su vientre.

Su mirada se endureció, el cristal de la copa se quebró levemente en su mano.

—Sigue vigilando.

—Entendido, señora.

Colgó sin más.

El reflejo de su rostro en la ventana no mostraba tristeza… sino fuego.

—¿Así que vienes a querer lo mío?

—Pues veremos cuánto dura tu estancia antes de que lo pierdas.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

La grieta se abre

La mañana siguiente amaneció nublada, como si el cielo también presintiera que algo estaba por romperse.

Mariel despertó temprano, no había podido dormir bien. Sus pensamientos giraban en torno a la mirada de Caleb, al frío en su voz y al calor que aún sentía cuando él la había observado.

Isac ya estaba despierto, vigilando desde la ventana, con los músculos tensos y la mirada aguda.

—¿Crees que venga? —preguntó ella, peinando su largo cabello con los dedos.

—Vendrá. Nadie mira así sin dejar algo pendiente. —respondió Isac sin quitar la vista de la calle.

Un auto negro apareció exactamente a media mañana.

Caleb descendió con paso firme, el saco colgando sobre el hombro y el rostro algo más sereno que la noche anterior.

Sus ojos se alzaron hacia la ventana del segundo piso.

Y allí estaba ella.

Mariel bajó las escaleras y salió al porche.

El mundo pareció detenerse.

No había palabras al principio. Solo el cruce de miradas. El lazo invisible tensándose entre ambos.

Y entonces, sin pensar, Caleb abrió los brazos… y ella fue hacia él.

Se abrazaron. Fuerte. Con necesidad. Con memoria.

Fue un momento breve… pero eterno.

Desde la acera contraria, oculta detrás de un auto, la mujer de ojos pintados y vientre abultado observaba.

Su rostro se crispó al ver el abrazo.

La forma en que Caleb la sostenía, con ternura, con deseo contenido…

Era la confirmación que temía.

No lo pensó dos veces.

Cruzó la calle decidida, el taconeo suave pero firme.

—¡Caleb cariño! —su voz cortó el momento como una daga.

Caleb se tensó. Mariel también. Ambos giraron al mismo tiempo.

Allí estaba ella.

Vestido claro, cabello recogido con elegancia, y una mano reposando sobre su vientre con dramatismo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él, en voz baja pero cargada de enojo.

La mujer ladeó la cabeza con una sonrisa forzada.

—¿Cómo que qué hago? Te sigo. Porque cuando el padre de mi hijo se va sin decir palabra… yo no me quedo esperándolo como una tonta.

Mariel retrocedió un paso. El mundo se desmoronaba bajo sus pies.

—¿Hijo…? —susurró, mirando a Caleb.

Él no respondió.

Y en ese silencio…

Mariel lo entendió todo.

O al menos, eso creyó.

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