El viento soplaba suave entre los árboles del bosque Northumberland, llevando consigo el susurro de conjuros olvidados. Dentro de una cabaña en ruinas, oculta en el corazón de la espesura, un joven inclinaba la cabeza sobre un libro de páginas ennegrecidas, leyéndolo con fervor. La vela que lo iluminaba parpadeaba como si temiera la sombra que acechaba detrás de él.
Jerico Carrion, hijo de una familia de magos humildes, deslizó los dedos temblorosos sobre la tinta oscura y viscosa que formaba los antiguos símbolos en el pergamino. La bruja que le había entregado aquel tomo le prometió poder, riqueza y una vida sin sufrimiento. No había cuestionado el precio.
—La grandeza solo llega a aquellos que se atreven a tomarla. —Eran las palabras que sus padres le habían inculcado desde pequeño, las que se repetía a sí mismo, una y otra vez.
El conjuro final estaba ante él. Un rito de invocación que lo elevaría más allá de cualquier otro mago. La tinta parecía moverse, las palabras retorcerse como si el libro respirara. Sus labios se separaron, pronunciando el hechizo con un fervor desesperado. La ambición lo dominaba.
Entonces, el aire en la cabaña se tensó. Un crujido se extendió por las paredes como el lamento de la madera al romperse. Una vibración oscura recorrió el suelo. Luego, el mundo estalló.
La energía oscura devoró la cabaña en un parpadeo. El polvo de las paredes y el mobiliario se dispersó en el aire como cenizas de un incendio eterno. Cuando el humo se disipó, Jerico yacía de rodillas, con la piel marcada por las quemaduras del conjuro. Sostenía el libro entre sus manos temblorosas. Sus páginas ennegrecidas exhalaban un hedor rancio, como si la magia impresa en ellas hubiera podrido el tiempo mismo.
No quedaba nada.
Las cenizas cubrían el suelo donde alguna vez estuvo su hogar. Su madre, su padre... reducidos a sombras que el viento arrastró sin piedad. La explosión los había devorado en un parpadeo.
El silencio fue lo peor.
Jerico se arrastró por el suelo, sus manos hurgando entre las cenizas con una esperanza que se desmoronaba con cada puñado de polvo. La garganta se le cerró. El pecho le dolía. Un grito se formó en su interior, pero no encontró salida. Se quedó allí, de rodillas, con los dedos enterrados en los restos de su propia familia.
Había confiado en la bruja del bosque, en su promesa de poder. "Este libro hará de ti el mago más grande que haya existido", le había susurrado con su sonrisa envenenada. No le dijo que, al abrirlo, la magia oscura se derramaría como veneno, devorándolo todo.
Se aferró a la cubierta del tomo con los nudillos blancos. No tenía a quién llorar. No tenía a dónde ir. Solo quedaba la ira y la culpa, envueltas en un fuego ardiendo en su interior.
—No... —murmuró, su voz rota—. No puede terminar así...
Entonces, la oscuridad respondió.
Las sombras en los rincones de las ruinas comenzaron a retorcerse, como si despertaran de un sueño profundo. El aire se volvió denso, impregnado de un hedor a carne quemada. Un escalofrío recorrió su columna cuando el entorno pareció distorsionarse. Y entonces lo vio.
Un cuervo, más grande de lo natural, emergió de la penumbra. Sus plumas eran tan negras que parecían absorber la luz del mundo. Sus ojos, dos pozos infinitos, lo observaron con un deleite malsano.
—Jerico Carrion.
La voz no provenía del ave, sino del aire, del suelo, de las ruinas de su hogar.
Jerico sintió un nudo formarse en su garganta, pero no apartó la mirada. Algo dentro de él —algo roto, algo desesperado— lo sostuvo firme.
—Pides poder.
No era una pregunta.
El recuerdo de su madre tocándole el cabello, de su padre enseñándole conjuros básicos, de las risas junto al fuego... todo reducido a cenizas. Todo arrebatado en un solo instante, por culpa de su debilidad.
—Sí —susurró, su voz impregnada de veneno—. Quiero poder.
El cuervo inclinó la cabeza, su sombra alargándose hasta tocarlo.
—Entonces toma lo que deseas... y paga el precio.
La sombra se aferró a su piel como un manto de tinta viva. Algo dentro de él se desgarró, como si su propia alma se fragmentara. El dolor fue insoportable, una tormenta de fuego negro devorando su carne. Vio destellos de recuerdos que no eran suyos, visiones de guerras, de sacrificios, de magia tan antigua que su mente apenas podía comprenderla.
Cuando el dolor cesó, el cuervo estaba posado sobre su hombro, sus garras hundidas en su piel. Sus ojos brillaban con la promesa de caos.
Jerico se levantó entre las cenizas de su antigua vida. Su rostro ya no mostraba lágrimas. Su corazón ya no conocía el amor.
Solo quedaba el vacío... y el poder.
¡Aviso importante para todos mis lectores!
Holi mis queridas florecitas quiero informarles que mi novela "El Aura de la Luna" será publicada en otra plataforma además de esta (Noveltoon). Esto significa que, si la ven en otro sitio, no se preocupen, no es un plagio ni una copia no autorizada.
Aprecio muchísimo su apoyo y sus comentarios en cada capítulo. Si desean seguir disfrutando de la historia en ambas plataformas, ¡son bienvenidos a hacerlo! Tengan en cuenta que las actualizaciones estarán a la par. Si tienen alguna duda, pueden escribirme.
¡Gracias por su comprensión y por seguirme!
Besitos en el Miocardio.
El crepitar del otoño se filtraba por las altas ventanas del pequeño departamento de Ivonne. Una brisa fría se colaba entre los vidrios antiguos y amarillentos, llevando consigo el aroma húmedo de las hojas y la tierra mojada.
Después de seis meses, se había acostumbrado al edificio en el que vivía. Había sido un manicomio décadas atrás, y aunque lo habían reformado, seguía teniendo esa presencia imponente, como si su pasado se resistiera a desvanecerse. Los techos eran altos, las puertas pesadas y los pasillos, a pesar de la luz eléctrica, parecían atrapados en otra época.
Permanecía sentada en el borde de la cama, mirando hacia su pequeño balcón. La vista era una extensión infinita de árboles teñidos de ocres y dorados, un cuadro melancólico que se fundía con la neblina matinal.
Le gustaba la calma de aquel rincón del mundo, la sensación de estar aislada, lejos del bullicio y, sobre todo, lejos de la magia. Tras la muerte de su madre, había decidido vivir cerca del bosque en busca de paz.
No conocía bien la ciudad, apenas algunos rincones cercanos, como el pequeño café de la esquina con su viejo letrero de neón titilante o la tienda de discos que aún vendía casetes y CDs a pesar del auge del MP3.
Su departamento estaba en el segundo piso, justo encima de la biblioteca, en lo que antes había sido la sala de observación de los pacientes. Los niños del pueblo solían decir que era una casa de terror, y no era difícil entender por qué. Las paredes eran gruesas, con grietas en las esquinas cubiertas de pintura blanca envejecida, y las puertas conservaban los picaportes de bronce originales, fríos al tacto.
El suelo de madera oscura crujía con cada paso, y la cocina compartía espacio con la sala, donde un televisor de caja descansaba sobre una mesa baja, rodeado de montones de revistas y algunos VHS dispersos. Justo enfrente del sofá para dos igual que el pequeño comedor.
Su compañera de piso, Violeta, ya vivía allí cuando ella llegó. Solo eran ellas dos y la señora Thompson, la casera, quien residía detrás de la biblioteca.
Violeta Cisero, era su compañera, una mujer extraña y aunque había pasado mucho tiempo con ella aun no se había acostumbrado. Apesar de todo su convivencia funcionaba.
Su cuarto a diferencia del de Ivonne, era su propio santuario, lleno de estanterías cubiertas de libros viejos y velas consumidas. Aunque la había invitado varias veces a pasar, siempre declinaba la invitación. Violeta era una bruja, aunque no como las de los cuentos infantiles. Su magia era más sutil, más antigua, y aunque nunca lo decía directamente.
Ivonne sabía que Violeta usaba su magia para preservar algo dentro de ella.
Quizás recuerdos, quizás secretos.
Se llevaban bien en la medida en que dos personas tan distintas podían hacerlo. Ivonne evitaba la magia; Violeta la abrazaba como parte de su esencia. Aun así, cuando hablaban, la alegría y las amenas conversaciones de Violeta lograban hacerla olvidar, aunque fuera por un instante.
La habitación de Ivonne era pequeña e impersonal. Lo único que llamaba la atención en el lugar era un escritorio sin silla, repleto de libros, junto a él a un armario de madera con puertas viejas y pintura corroída. Dos ventanales daban a un balcón aún más pequeño, donde la silla del escritorio parecía desterrada. La cama, junto al ventanal, y una puerta blanca que conducía al baño compartido. Nada de decorados en la pared, solo un calendario de gatitos que le recordaba las fechas importantes.
Al salir se miró en el espejo del pasillo. El espejo era antiguo, con el marco de hierro forjado corroído en algunas esquinas, un vestigio de los años en los que ese reflejo había pertenecido a otras vidas.
Su cabello castaño oscuro caía en ondas sobre sus hombros, siempre algo desordenado, con mechones rebeldes que no lograba domar. Vestía una de sus comunes camisas blancas, recordándole que su ropero consistía solo en prendas blancas y negras, además de sus muy abrigados suéteres. Sus ojos, de un azul grisáceo y levemente inflamados, reflejaban más de lo que quería admitir. La gente decía que había algo inquietante en su mirada, como si viera más de lo que debía. Y tenían razón.
Desde que tenía memoria, podía ver las auras de las personas. No era un don, como muchos podrían pensar, sino una maldición. Los colores vibraban a su alrededor como llamas danzantes, sus emociones expuestas ante sus ojos sin que ella lo pidiera. No podía apagarlo, no podía ignorarlo. Sabía cuándo alguien mentía, cuándo sufría, cuándo estaba a punto de romperse. Y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Para Violeta, era fascinante. No se lo había dicho, pero ella lo había notado. Siempre intentaba hacer que Ivonne usara su don o se divirtiera con él, pero ella se negaba.
Su habitación daba al final del pasillo. Antes de bajar se dirigió a la cocina y tomó un vaso de jugo de naranja, que justo tenia al lado una nota de Violeta que ni se molestó en leer.
Llegaba con cinco minutos de retraso.
Suspiró y abrió una puerta, justo al lado del refrigerador.
Un pastillo medianamente iluminado y unas cortas escaleras llegaban hasta el almacén de la biblioteca.
Para ella el ida era perfecto pues la biblioteca estaba tranquila a esa hora de la mañana, con solo un par de personas hojeando libros en las mesas de lectura. Se dirigió al mostrador, justo frente a las amplias escaleras, y saludó a la anciana señora Thompson, quien siempre llegaba antes que ella. La mujer le sonrió con esa calidez que solo ella tenía.
—Buenos días, Ivonne. ¿Dormiste bien?
—Tan bien como siempre —respondió con una sonrisa cortés. No tenía sentido decirle que sus noches eran largas y llenas de insomnio.
Comenzó a organizar los libros devueltos, sintiendo la familiaridad del papel bajo sus dedos. Los libros no tenían auras, no escondían secretos. Eran simples y directos, y por eso le gustaba estar rodeada de ellos.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, subió las escaleras hasta su departamento. Encendió la tenue luz de la sala y preparó una taza de té. Notó el sándwich cuidadosamente preparado que Violeta le había dejado con una pequeña nota: "Come aunque no tengas hambre".
No tenía apetito, pero de todas formas tomó el té y el sándwich y se dirigió al balcón de su habitación. Se sentó en una pequeña silla de metal corroída, pero que seguía siendo más cómoda que estar de pie, y era perfecta para disfrutar del silencio. Sin embargo, algo la hizo detenerse.
Una sensación extraña recorrió su espalda, un escalofrío que nada tenía que ver con el frío de la noche. Caminó lentamente hacia el balcón, empujando la puerta de vidrio con cautela. La brisa otoñal revolvió su cabello mientras se apoyaba en la baranda, sus ojos recorriendo el bosque que se extendía frente a ella.
Y entonces lo vio.
Una sombra oscura entre los árboles, un movimiento sutil que no pertenecía al vaivén de las hojas. Frunció el ceño, entrecerrando los ojos para enfocar la silueta. Era un lobo, un animal grande y de pelaje oscuro que se movía con una elegancia inquietante. No era un lobo común, lo supo de inmediato.
Su aura lo delataba.
Un resplandor dorado y rojo lo rodeaba, ardiendo como fuego contenido, vibrante y poderoso. Jamás había visto algo así. La intensidad de su presencia la dejó inmóvil, incapaz de apartar la vista. No era solo un animal, eso era seguro. Había algo más en él, algo que no podía comprender del todo.
El lobo se detuvo en el claro y levantó la cabeza, sus ojos rojos centelleantes encontrando los suyos con una precisión que la dejó sin aliento. Fue solo un segundo, un instante fugaz en el que sintió que algo dentro de ella se encendía, algo primitivo y desconocido.
Y entonces, sin previo aviso, desapareció entre los árboles.
Ivonne se quedó allí, con la brisa helada acariciando su rostro, con el corazón latiendo desbocado. No sabía quién o qué era esa criatura, pero una cosa era segura: algo había cambiado en esa noche de otoño.
Algo que no podía ignorar.
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Holi mis queridas florecitas.
Les gustó el capítulo?
Ivonne Bellarose.
Violeta Sicero
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Y bueno...
Por aquí unas palabras.
Paso para avisarles que esta novela se está subiendo también en otras plataformas de lectura. (Obvio que con el mismo nombre)
Nada más aviso por si quieren dar apoyo en donde sea que la vean.
La actualización estará a la par así que... No sé
Y sí... sé que está repetido pero mejor prevenir que llorar sobre la leche derramada.
Besitos en el miocardio. 😘
La cama se sentía rígida e inquietante. Ivonne ya se había acostumbrado a tener dificultades para dormir, pero esta vez era diferente. Se sentía emocionada, ansiosa. La imagen del lobo de ojos rojos y aura electrizante se repetía en su mente como un eco persistente. Algo en él la había inquietado, no solo por su presencia física, sino por la intensidad de su energía. Había visto auras de todos los tipos durante sus 24 años, pero nunca una como esa: densa, poderosa y llena de un secreto que la llamaba sin palabras.
Se removió en la cama, cubriéndose el rostro con la almohada. —Esto es una locura—, pensó, intentando convencerse de que todo era solo una coincidencia. Sin embargo, una extraña sensación de ser observada la hizo destaparse con un sobresalto. Miró en dirección a la ventana, pero no vio nada más allá de la oscuridad de la noche. Aun así, el peso invisible de una presencia la hizo estremecer.
Frotó su rostro con las manos, intentando calmarse. Desde que había llegado a esta ciudad, su don parecía haberse vuelto más fuerte, descontrolado incluso. Tomó su teléfono y envió un mensaje a Violeta.
—¿Estás despierta?
La respuesta no tardó en llegar.
—Siempre. ¿Por qué?
—No puedo dormir.
—¿Quieres salir?
—Quizás mañana... —Con inquietud dejó el teléfono a un lado y trató de cerrar los ojos
A la mañana siguiente, Ivonne se preparó para su turno en la biblioteca. Trataba de cumplir con su rutina de todos los días y mantener su mente ocupada, pero seguía atrapada en los eventos de la noche anterior. Aquel lobo de pelaje negro volvía constantemente. Como el repicar de las manecillas de un reloj.
Desde el mostrador, sintió la mirada de Violeta clavada en ella. Su compañera de piso y colega de trabajo tenía esa habilidad de captar el más mínimo cambio en la gente, y ahora la observaba con curiosidad e intención. Violeta era una joven de piel pálida y cabello blanco como la nieve. Sus ojos eran de un azul muy claro, casi translúcido, y su mirada era penetrante y alegre. Se teñía las cejas de negro para enmarcar sus ojos y resaltar sus rasgos, y siempre llevaba las uñas pintadas de negro, un contraste que reflejaba su personalidad fuerte y enigmática.
—Oye, Bellarose —dijo Violeta, apoyando los codos en la madera con una sonrisita socarrona—. Tienes cara de haber visto un fantasma. O algo más interesante. —Su voz sonaba recelosa e Ivonne sabía que era porque quizás ella asumía que había usado sus poderes y no le había contado nada.
Ivonne suspiró.
—No es nada.
—A otro perro con ese hueso —Violeta entornó los ojos—. Llevas todo el día distraída. Vamos, dime. Si es algo turbio, prometo no contarle a nadie... a menos que sea demasiado jugoso. Sabes que me encantaría que algún día sientas el aura de un asesino y veas sus intenciones de destri...
—¡Oye, ya basta!— Dijo interrumpiendo a su albina amiga, la cual se movía evocando los movimientos de un asesino. —Primero, eso es desagradable y, segundo, deseo de verdad que tus sueños nunca se hagan realidad.— Mencionó lo último con una pequeña carcajada.
Ivonne negó con la cabeza, pero la insistencia de Violeta la hizo sonreír otra vez.
—Solo... ha sido una noche extraña. Nada importante.
Violeta ladeó la cabeza, analizándola como si pudiera descifrar sus pensamientos.
—Perfecto. Entonces vamos a un bar. Necesitas relajarte y un par de tragos siempre calma el cuerpo y la mente.
—No creo que sea...
—Ni lo intentes, Bellarose. No acepto un no por respuesta.
Y así, sin darle oportunidad de negarse, Violeta tomó la decisión por ambas. Emocionada, avisó a la señora Thompson que no estarían esta noche.
El horario durante el resto del día pasó siendo un agobio para Ivonne. Había muchos estudiantes y se sentía casi incapaz de controlar su poder para ver las auras, pero cada vez que se sentía mal, de la nada aparecía Violeta, casi como si la llamaran con el pensamiento.
Horas después, Ivonne se encontró en las calles iluminadas por faroles parpadeantes. El aire nocturno era fresco y la brisa llevaba consigo el aroma de la lluvia reciente. Al doblar la esquina, vio a Violeta esperándola junto a la entrada de un bar. Su largo cabello blanco relucía bajo la luz tenue, y su expresión despreocupada contrastaba con la ansiedad que Ivonne sentía.
—Pareces un fantasma —comentó Violeta con una media sonrisa.
—Mira quien habla.—Ambas soltaron una carcajada y entraron.
Violeta se movía con soltura entre la reducida multitud, saludando aquí y allá con su carisma natural, mientras Ivonne la seguía con más mesura. Se sentaron en una mesa cerca del ventanal, y Violeta no tardó en pedir las primeras copas.
Justo cuando Ivonne comenzaba a relajarse, sintió un cambio en el ambiente. Una energía densa, imponente. Miró hacia la entrada y no había nadie, pero podía sentirlo, algo se removía en su interior con ansiedad. Volteó al lateral del bar y, de una habitación que parecía una sala de reuniones VIP, vio salir a dos.
Eran imponentes. El primero tenía el cabello negro y corto, muy bien peinado hacia atrás, y caminaba con la confianza de alguien que sabía que dominaba el lugar. Sus ojos eran afilados, y la energía a su alrededor vibraba con intensidad. Su mirada era fría. El segundo, un poco más alto y de facciones más suaves, llevaba una presencia igualmente fuerte, aunque más contenida. Su cabello caía en ondas marrones sobre sus hombros y tenía una mirada pacífica, pero muy segura.
Ivonne sintió que su corazón se aceleraba. Reconoció la energía de inmediato. El aura del hombre de cabello negro era igual o mucho más intensa que la criatura del día de ayer.
—Wow —murmuró Violeta, tamborileando los dedos sobre la mesa—. Esos dos... no están nada mal. —Dio un trago a su copa y suspiró pesadamente, como si le doliera ver a esos chicos.
Ivonne despegó la vista de ellos.
—No los conozco.
—Yo tampoco, pero están buenísimos. Aunque... —Violeta le dio otro sorbo a su copa—. No quiero involucrarme en cosas complicadas.
El ceño fruncido de Violeta, quien ahora dejaba caer parte de su larga cabellera blanca sobre la mesa, hizo que Ivonne olvidara por un momento el tema de los hombres.
Ivonne asintió. —Tienes razón. Involucrarse solo causará problemas y que tenga que estar viendo auras, tú haciendo magia y todas esas cosas aburridas.— Ambas soltaron una carcajada, volviendo a su atmósfera de disfrute y soltura, sin notar que, desde la distancia, los dos hombres también parecían observarlas con interés.
Las horas pasaron, y Violeta, en su entusiasmo, bebió más de la cuenta. Primero fueron charlas animadas sobre libros y trabajo, pero poco a poco, la conversación se tornó más personal.
—Sabes, Bellarose... —balbuceó Violeta—. Eres muy... misteriosa. Como que te guardas todo. Eso no es sano.
—Y tú hablas demasiado cuando bebes.
Violeta soltó una carcajada y se tambaleó en su asiento. Ivonne suspiró y la ayudó a levantarse.
—Hora de irnos, antes de que termines durmiendo en la mesa.
Luego de pagar las bebidas de las dos, salió de la mano de su amiga mientras aun podia mantenerse en pie. El aire frio las golpeo a las dos mientras con esfuerzos trataban de caminar.
—Sabes, los hombres pueden llegar a ser unos miserables a veces —dijo Violeta después de un rato, con la voz más calmada. Se apoyaba en Ivonne mientras avanzaban lentamente por la calle oscura, el aire fresco de la noche movía suavemente su cabello plateado.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Ivonne, ajustando el agarre sobre su amiga—. Hablas como si tuvieras muchísima experiencia. —Su tono llevaba un matiz de sarcasmo, pero también de curiosidad.
—La verdad, sí... —respondió Violeta entre sollozos—. Fue terrible.
Ivonne suspiró, sin saber bien qué decir. Con un movimiento torpe, sacó un pañuelo de su abrigo y lo pasó a su amiga. Mientras seguían caminando, sintió por primera vez que alguien realmente la entendía.
—No sé mucho del amor y esas cosas —se encogió de hombros—, pero sé cómo los hombres pueden llegar a ser unos desgraciados.
Sus manos apretaron ligeramente el brazo de Violeta mientras su mente se llenaba de recuerdos. Una infancia rota, marcada por golpes y abusos, la invadió por un instante. Pero, así como llegaron, los desterró con un suspiro. No era el momento para pensar en ello.
El camino hasta el departamento fue más largo de lo que esperaba. Violeta apenas podía mantenerse en pie, por lo que Ivonne terminó cargándola a cuestas. Su amiga reía de vez en cuando en un murmullo adormilado, sin dejar de apoyarse en ella.
—Eres más pesada de lo que pareces —bromeó Ivonne cuando por fin llegaron al edificio.
—Mmm... gracias —murmuró Violeta con una sonrisa somnolienta.
Fueron por unas escaleras laterales en el edificio, las cuales estaban en un callejón que daba directamente al apartamento de las chicas.
Subieron las escaleras con esfuerzo hasta que finalmente Ivonne logró abrir la puerta de la habitación de Violeta. Al entrar, el olor a incienso y libros viejos la envolvió de inmediato. Las paredes oscuras, iluminadas por la luz parpadeante de múltiples velas, le daban un aire místico al lugar.
Sin embargo, lo que captó su atención no fue la decoración, sino la figura de un ser pequeño junto al balcón.
Sus escamas negras brillaban bajo la luz artificial, y su larga cola terminaba en una punta afilada. Dos grandes alas de murciélago se plegaban suavemente a su espalda. Cuando giró la cabeza, Ivonne se encontró con unos ojos serenos de un azul profundo, similares a los de Violeta. Su hocico alargado y sus garras afiladas le dieron la certeza de que no era una ilusión. Él era del tamaño de un perro grande, pero con la calma y los movimientos delicados de un gato.
Un dragón.
Aquel ser resopló con cierto fastidio y avanzó con paso tranquilo hacia Ivonne, como si intentara relevarla de la carga de Violeta.
—No... Tranquilo, yo puedo con ella —dijo Ivonne de inmediato, aunque su voz sonó más baja de lo que esperaba.
El dragón la observó fijamente. No gruñó ni hizo ningún movimiento amenazante, pero su mirada era intensa. Una extraña sensación recorrió el cuerpo de Ivonne, como si algo en su interior reaccionara a su presencia.
—Erasmos, no seas grosero —murmuró Violeta con una risa suave—. Los presentaré. Ivonne, él es Erasmos, mi familiar. Erasmos, ella es Ivonne... —Señaló a ambos con un movimiento torpe de la mano—. Aunque creo que eso ya lo sabes.
El dragón inclinó levemente la cabeza en señal de saludo.
Ivonne lo miró con recelo, pero también con una inesperada calma. Sí, era un dragón, pero no parecía una amenaza.
Decidió dejar a Violeta en la cama, acomodándola con cuidado mientras Erasmos la observaba con la misma cautela. Cuando terminó, se enderezó y le dedicó una última mirada al pequeño ser antes de salir de la habitación y cerrar la puerta con suavidad.
El silencio del departamento la envolvió. Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió completamente sola.
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Hola florecitas.
Gracias por leer el capítulo 2.
Jarlen Blade Darkwolf.
Claus Northam Darkwolf
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Y bueno... Gracias por darle apoyo a este libro.
Besitos en el miocardio.
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