...Al salir de trabajar las tres amigas y colegas se marcaban a sus hogares....
Maru les dijo - Chicas y si vamos a cenar?
Dayana respondió - Me parece genial! ¿Que dices Ivette?
-Mmm, no lo sé, no me gusta dejar a mis hijos en casa tanto tiempo - respondió Ivette.
Maru y Dayana casi unísono le dijeron, tus hijos ya están grandes.
Maru continuó diciendo - Es solo un rato, además esta la chica que los cuida, no están solos, anímate todos necesitamos un momento de relax después de un día de trabajo tan estresante.
Ivette asintió con su cabeza - ok vamos.
Fue una buena cena, hablaron de todo y de todos contando anécdotas y percances vividos en el trabajo, recordaron qué de todos los trabajadores ellas tres entraron a trabajar el mismo día y de allí se hicieron amigas inseparables, se apoyaban en todo lo laboral y el equipo funcionaba muy bien.
Cada cual en sus vidas tenía su historia personal; Dayana era la mayor de todas y se había separado hace veinte años, nunca volvió a casarse, pero si le gustaban los encuentros casuales y tenía muchas historias para contar, Maru era la más joven, estaba casada, no tenía hijos y era muy recatada, ella siempre hablaba correctamente y era muy dedicada a su trabajo, ivette tenía una historia que la había marcado en lo profundo de su alma, se había casado cuando tenía veinticinco años, fruto de ese amor tenía dos hijos, ambos adolescentes, había tenido vivencias muy dolorosa, desilusionada del amor, después de separarse nunca más intentó tener alguna relación, aunque sea pasajera, ella decía "La soledad es la mejor compañía".
Esa noche después de aquella agradable cena, al regresar a casa, Ivette comenzó a sentirse mal, un fuerte dolor agudo y punzante en su pecho derecho la obligó a ir a urgencias médicas.
-Cuál es el motivo de su consulta? — preguntó la recepcionista.
—Tengo un fuerte dolor en mi Pecho.
Una vez estando con el médico y respondiendo todas las preguntas fue sometida a exámenes médicos.
No tardó mucho en llegar la respuesta de los resultados. Ella tenía un pequeño tumor cancerígeno en su mama derecha. No había dudas, y la voz del médico era esperanzadora
— Ivette, está en primera etapa, hemos detectado a tiempo y si te sometes al tratamiento cuanto antes tendrás muchas probabilidades de superar este cáncer. — el médico continuó diciendo — por ah probaremos el tratamiento en forma oral, tomarás una píldora de (tamoxifeno) diariamente— le explicó los efectos secundarios y que obviamente no era una noticia fácil de digerir, le preguntó —alguien que pueda acompañarte en las consultas? es necesario que venga un familiar ante cualquier situación que pueda surgir.
Ivette solo bajó la cabeza — no tengo a nadie, mi familia está en el extranjero, mis hijos son menores de edad.
—Y su marido? —Interrumpió el Médico.
—No tengo marido — respondió con firmeza.
La charla siguió un poco más y luego Ivette se retiró del lugar caminó por la calle casi con su mirada perdida, fue invadida por un miedo que jamás había sentido, ella siempre podía todo, era vivaz, talentosa, fuerte y guerrera, había salido adelante con sus dos hijos a quienes mantenía económicamente y moralmente ella sola desde hace muchos años, pero ahora era algo que no dependía solo de ella superar esa lucha, el cáncer no era nada fácil de superar.
Entre que caminaba sin destino cruzó una calle sin mirar, ni siquiera escuchó la bocina del vehículo, cuando de pronto sintió que algo la empujó con rudeza.
—Fíjese por donde camina— Gustavo le dijo, mientras la sostenía en sus brazos con fuerza apartándola de la calle.
En ese momento escuchó las bocinas y el conductor que la insultaba sin parar. Ella no sabía que estaba pasando, apenas volvía de su letargo.
Gustavo le preguntó —se siente bien?
Ella dijo —Si disculpe — se apartó de él dando las gracias.
Gustavo Martínez sintió que algo no estaba bien con ella, llamó su atención su triste mirada, un vacío en ella, le pareció una mujer bella, pero había algo que opacaba su mirada.
Pasaron los días y no dejaba de pensar en ella, recordaba constantemente el cruce de su mirada triste, llegó a pensar que tal vez quería ser atropellada por un vehículo dado a su tristeza.
Gustavo era un hombre de cincuenta años, separado hace cuatro años había tenido un matrimonio de veinticinco años, tenía dos hijos, ambos mayores de edad, se había tomado un tiempo para sanar después de la separación y en ese lapso había tenido una relación con una mujer que había sido su amiga durante mucho tiempo, pero no resultó la relación, aunque siempre se veían como amigos mantuvo su amistad con ella, en este entonces cuando conoce a Ivette estaba solo.
Al llegar a casa ese día, Ivette se sentía muy triste, como que el mundo había caído sobre ella, pensaba en sus hijos, una niña de doce años y un varón de quince qué solo dependían de ella. No tenía a nadie que la apoye y ese cáncer, si bien era el comienzo, estaba en primera etapa con muchas posibilidades de superar, el miedo la embargo de tal forma que se nublaba su razón, los dos días siguientes fueron duros, pero el tercer día se dijo a si misma" me toca vivir esto, lo llevaré con dignidad y lo que tenga que pasar será igual" así que sentó a sus dos hijos.
—Mis pequeños, ¿cómo están? — le dijo sin mucho preámbulo, — voy a contarles algo y lo hablaré solo esta vez, no quiero que me pregunten más sobre este tema.
Sus hijos la miraban fijamente sin entender mucho, además era una charla inesperada, — Mamá que pasó?— hicimos algo? Le preguntó su hijo.
—No hijo, es algo mio que debo contarles. Respondió Ivette, — Quiero que sepan que padezco algo, que espero que todo salga bien.
—Qué tienen mamita? La interrumpió su hijo.
Ivette suspiró, respiro profundo y les dijo —descubrieron que tengo cáncer —
los ojos de sus hijos se fijaron en ella esperando quizá que diga que era una broma de mal gusto, pero no fue así, ella siguió diciendo —el médico dijo que tengo grandes posibilidades de revertir este resultado ya que lo han descubierto a tiempo, aún así quiero hacer todo el proceso que me piden y no quiero que me pregunten nada, si hay algo importante que decir yo se los comunicaré...
Su hija era un poco más dura de carácter, casi no mostró expresión en su rostro, no significa que no sintiera nada, pero era más fuerte, pero su hijo tenía su mirada llena de desespero, o dolor, como mamá no podía identificar que decían en sus ojos.
—Estoy segura que estaré bien, solo tengan paciencia porque no es fácil para mí — bajó su rostro, no podía soportar el dolor que veía en su hijo quien en silencio escuchaba confundido se volvió a él y le dijo —hijo ten confianza, hemos sido nosotros tres siempre y seremos así siempre.
Dentro de ella igual pensaba en sí respondería bien al tratamiento, tenía miedos inexplicables y en ese momento solo quería salir de ese proceso cuanto antes y volver a disfrutar de sus hijos.
Gustavo no dejaba de pensar en esa desconocida mujer que se cruzó en su camino se preguntaba día a día si es que ella se cruzó a propósito delante del vehículo, si solo estaba distraída o era tanto su angustia que no sabía lo que hacía. Le parecía bonita en su recuerdo, con ojos tristes, los más tristes que había visto en su vida.
¿Pero que tenía ella que no podía olvidarla? ¿Por qué se sentía tan absorbido por el recuerdo de su fugaz encuentro? Deseaba encontrarla nuevamente para calmar esa inquietud. No muchos días después fue a un centro urbano, un edificio que era una metrópolis el quería comprar un regalo para su hija y estaba mirando desde la vitrina un vestido, de pronto al girar para retirarse reconoció a Ivette qué estaba sentada en un café, solo bebía agua, su rostro era pálido, con aspecto de cansancio o enfermedad.
Quería acercarse, no encontraba la excusa o la forma, no quería que sintiera que estaba acosando y persiguiendo, la miraba desde una distancia prudente.
Ella se veía mal, era su primer día de tratamiento y había quedado mareada, no tenía quien la acompañara al médico, el centro médico estaba cerca y pudo caminar para sentarse en este café, no podía siquiera comer algo, tenía náuseas, se sentía mareada, agotada y perdida.
Desde cierta distancia Gustavo seguía observando a Ivette, esa mujer desconocida lo tenía hipnotizado, no sabía que era lo que ella le provocaba, pero quería estar allí mirando su existencia.
Pasado un tiempo recordó que había ido al centro comercial para comprar un regalo para su hija, así que se quedó cerca mirando las prendas que podía elegir sin perder de vista a Ivette, quien tardó bastante en tomar fuerza para retirarse del lugar, en el momento que ella se levanta de la mesa Gustavo estaba comprando el regalo, no se dio cuenta en qué momento ella desaparece de esa mesa, sale del local dirigiendo la mirada a la mesa y ya no estaba, sintió curiosidad y empezó a buscarla entre las personas.
Ivette tenía su cabello recogido, con rizos un poco desordenado, era de cabello castaño oscuro, su estatura era mediana, de contextura delgada y bien formada, siempre vestía formal, usaba tacones no muy altos, se veía estupendamente bien para su edad, sin embargo no era su cuerpo lo que Gustavo miraba, sino que buscaba algo en interior, en su alma a través de sus ojos, ella parecía tierna, pero también desolada.
Gustavo comenzó a caminar por el centro comercial, caminaba apresurado buscando dilucidar a esa mujer que le había robado el pensamiento de pronto la ve, ella caminaba despacio, un poco agachada por las molestias del tratamiento, se acercó a ella sin pensar en lo que hacía y estando junto a ella la saludo cordialmente.
—Hola! Cómo estás?
—Hola —respondió ella con una voz muy baja.
—¿Te sientes bien?
—No muy bien, tengo un pequeño dolor de estómago.
—¿Necesitas algo? Agua o lo que sea
—No gracias —Dijo ella amablemente, la verdad no quería ni hablar, pero siempre se caracterizó por ser una mujer respetuosa y políticamente correcta.
Gustavo insistió — ¿necesitas que te acompañe a algún lugar o que llame a alguien?
—No, gracias. —Respondió fríamente.
—OK — Por un momento pensó que no sabía que más preguntar para entablar una conversación, y se animó a seguir hablando — ¿Me recuerdas? Soy el que el otro día te salvó del auto.
Ella levantó su rostro para verlo a la cara, él esperaba ese momento de volver a cruzar su mirada, buscando respuestas a tantas preguntas que se hacía sobre ella desde aquel día.
— Gracias por eso, la verdad yo iba... La verdad no era mi mejor día y no presté atención.
—Tranquila, solo pienso que debes tener más cuidado al cruzar la calle.
—Lo tendré, si no mis hijos se quedarán sin madre, — continúa diciendo — así que gracias, tal vez en este momento estaría hospitalizada y toda hecha pedazos si no hubieras hecho aquella hazaña.
Él se sintió reconfortado con la respuesta, ella no quería atentar contra su vida y solo ya se respondió de una de las preguntas que se hacía, el problema que ahora tenía otras preguntas.
Pensaba... Tiene hijos, ¿tal vez está casada? ¿Cuántos hijos tiene? ¿ Por qué no llama a algún familiar si se siente mal?
La charla era muy corta había sacado una duda y ahora tenía muchas otras más, lo peor es que quería seguir escuchando su voz que a pesar de hablar bajo le pareció la voz más dulce y hermosa que había escuchado. Es que todo de ella le llamaba la atención.
—Me tengo que ir a casa, así que me despido y una vez más... Gracias por salvarme — dijo ella mientras salía del centro hacia la vereda donde extendía la mano cada vez que pasaba un taxi.
— ¿quieres que te lleve yo? Digo porque es peligroso que estés en la calle sola. —trataba de arreglar un poco el arrebato qué tuvo al hacerle una pregunta así cuando ni siquiera sabe su nombre.
—No gracias, esperaré taxi — respondió ella mirando disimuladamente las bolsas de compras qué él tenía en mano, era más que obvio era ropa femenina, pensó, debe tener esposa o alguna mujer en su vida.
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