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Me Divorcié Del Protagonista Masculino

Capitulo 1

Era un día maravilloso en el gran Ducado de Lehman. La Duquesa Lavender disfrutaba de sus labores, aunque, a veces, el trabajo era exigente. Sin embargo, para alguien como ella, que había escalado desde lo más bajo, nunca nada era demasiado. Su esposo, el Duque Maxon Lehman, se encontraba fuera, supervisando el extenso territorio del Ducado, que requería de su constante atención. Lavender pensó que Maxon había estado trabajando mucho últimamente. Cuando regresara, le sugeriría que se tomara algunos días para descansar con ella. Lo extrañaba profundamente. Con un suspiro, se acercó a la ventana de su estudio y observó el paisaje exterior, añorando su regreso. Luego, retomó sus tareas, tratando de disipar el vacío que sentía.

Lavender era una mujer admirada por muchos, no solo por su posición como Duquesa, sino también por su origen humilde, que nunca había sido motivo de vergüenza para ella. Sin embargo, el número de sus detractores no era menor de aquellos que la admiraban.

Solo unos pocos años atrás, el Reino de Tarcia se había sumido en un caos que amenazaba con destruir la vida de sus ciudadanos cuando Karman, un país bárbaro, intentó invadirlos, desatando una feroz guerra.

En ese tiempo, Lavender era una joven de apenas dieciséis años, viviendo en un pequeño pueblo rural de Tarcia, sin nadie a quien recurrir, más que a sí misma. Cuando la guerra se desató, no dudó en enlistarse como voluntaria en el sector de enfermería. Sin embargo, al ver que la situación empeoraba cada día, tomó una decisión aún más audaz: se ofreció como voluntaria para luchar. Tras un breve entrenamiento, fue puesta bajo el mando del Duque de Lehman. Desde el primer momento en que cruzaron miradas, ambos sintieron una conexión extraordinaria.

Durante dos años, Lavender luchó al lado de Maxon, y a medida que las batallas continuaban, su relación se fortalecía, así como sus sentimientos. Maxon, un hombre estoico y disciplinado, empezó a mostrar un lado más vulnerable con ella. Finalmente, en la última batalla, Lavender estuvo a punto de perder la vida. Fue entonces, en la delgada línea entre la vida y la muerte, cuando tuvo una revelación. En su visión, comprendió que el mundo en el que vivía era parte de una novela, una historia que giraba en torno a su amor con Maxon, y cómo, al finalizar la guerra, él se declararía y la convertiría en su esposa, desafiando las normas sociales y los prejuicios sobre sus humildes orígenes.

Cuando Lavender despertó tras varios días de inconsciencia, abrió los ojos para ver a Maxon a su lado, sosteniendo su mano con fuerza. Su rostro, normalmente imperturbable, estaba desarmado; sus ojos llorosos reflejaban una mezcla de alivio y miedo. La abrazó con tanta intensidad que Lavender apenas pudo respirar, pero sintió el calor de su amor envolviéndola. Fue en ese momento cuando Maxon, incapaz de contener sus emociones, le confesó sus sentimientos, justo como ella había visto en su revelación.

—Pensé que te había perdido —murmuró Maxon, su voz ronca por el sufrimiento acumulado—. No me imagino este mundo sin ti.

Lavender sonrió débilmente al recordarlo, murmurando para sí misma: —Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.

Volvió a suspirar mientras sus pensamientos seguían girando en torno a esos días de guerra y amor, de lucha y redención. Maxon había cambiado su vida para siempre, y ahora, mientras miraba el horizonte desde la ventana de su estudio, no podía evitar desear con más fuerza que regresara pronto.

Al caer la tarde, Lavender pensó que hacía días no veía a Violett, su mejor amiga. Decidió escribirle una carta y la envió a la mansión del Barón Wagner, el padre de Violett, donde ella residía. Sin embargo, no recibió la rápida respuesta a la que estaba acostumbrada. Tres días después, aún no tenía noticias de ella, lo que la inquietó. Tal vez algo le había sucedido. Con esa preocupación, Lavender decidió ir personalmente hasta la mansión Wagner.

Al llegar, se llevó una sorpresa: Violett no estaba en casa. En su lugar, fue recibida por la Baronesa Meredith, la madre de Violett. Meredith siempre había mostrado una evidente reticencia hacia Lavender debido a sus orígenes humildes. A pesar de que Lavender ya ostentaba el título de Condena de Tarth, otorgado directamente por el Rey, y de Duquesa por su matrimonio con él gran Duque de Lehman, la Baronesa no se molestaba en disimular la diferencia que marcaba entre ambas. Lavender, sin embargo, intentaba ignorar esas actitudes por el cariño que tenía hacia su amiga, quien siempre había sido todo lo contrario a su madre.

La Baronesa la guió hacia el salón, donde ambas se sentaron frente a una pequeña mesa decorada con exquisitos arreglos florales. Lavender se sintió algo incómoda, pero mantuvo la compostura.

—Es una sorpresa verte por aquí, Duquesa —comentó la Baronesa con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Supongo que es difícil encontrar tiempo para viejas amistades cuando una lleva... una vida tan ocupada.

—Violett es como una hermana para mí, siempre haré tiempo para ella —respondió Lavender con una sonrisa amable, aunque sentía el veneno oculto tras las palabras de Meredith.

—Oh, claro, claro. Violett siempre ha sido tan dulce con... todo el mundo. —La Baronesa hizo una breve pausa, evaluando a Lavender—. Pero ya sabes, hay cosas que una joven dama debe aprender, sobre todo cuando proviene de una familia... adecuada. Estoy segura de que entiendes a lo que me refiero.

Lavender sintió cómo las palabras de la Baronesa la golpeaban con sutileza, pero no le daría el placer de mostrar incomodidad. Mantuvo su expresión serena.

—Por supuesto, la educación es fundamental. Y Violett ha tenido una excelente, estoy segura de que brillará donde quiera que esté —respondió con tono suave.

—Oh, sí. —Meredith se inclinó hacia adelante, como si estuviera a punto de compartir un gran secreto—. De hecho, ahora mismo está en una... visita especial. Conociendo a ciertas personas. Uno nunca sabe cuándo se podría concretar un... acuerdo ventajoso, ¿verdad? —Su tono era despreocupado, pero la insinuación era clara.

Lavender sintió una punzada en el estómago. Un matrimonio arreglado. Pobre Violett, pensó. Pero no lo mostró en su rostro.

—Es maravilloso que Violett esté conociendo personas que podrían hacerla feliz —dijo, midiendo cuidadosamente cada palabra—. Espero que todo esté siendo de su agrado.

La Baronesa sonrió, aunque sus ojos mostraban una fría superioridad.

—El agrado es algo que llega con el tiempo, querida. Lo importante es la posición y el futuro que se construye. Eso es lo que verdaderamente importa para una dama... y su familia.

Lavender sintió que la conversación llegaba a un punto de incomodidad insoportable, pero no permitiría que Meredith la sacara de quicio. Sabía que lo que decía iba dirigido a ella, que la Baronesa seguía viéndola como una joven inapropiada para el lugar que ocupaba, pero eso no importaba. Lo único que le preocupaba era Violett.

Finalmente, tras unos minutos más de intercambio forzado, Lavender se despidió sin haber averiguado mucho sobre el paradero de su amiga, solo las vagas insinuaciones de Meredith. Al salir de la mansión Wagner y subir a su carruaje, miró por la ventana mientras se alejaba.

—Un matrimonio arreglado —murmuró para sí misma, con el ceño fruncido. El pensamiento de que Violett estuviera atrapada en un destino que no deseaba la llenaba de preocupación. Si su amiga no estaba de acuerdo, Lavender sabía que haría lo que fuera para ayudarla.

—Si necesitas mi ayuda, Violett... te la daré sin dudarlo —susurró, mientras el carruaje la llevaba de regreso al Ducado.

No permitiría que su querida amiga se viera obligada a un destino tan cruel.

Capitulo 2

Lavender apreciaba mucho a Violett, pues ella fue la primera mujer noble que se acercó a ella y la trató con amabilidad cuando Lavender fue presentada como la prometida de Maxon. A su regreso de la guerra y su llegada a la capital por primera vez, Lavender no sabía nada de la vida noble. Aunque Maxon había contratado a una institutriz, ésta resultaba ser muy rígida, y había ciertos aspectos de la etiqueta que no podía enseñarle, cosas que Lavender debía aprender por experiencia propia. Enfrentarse a esas situaciones por primera vez fue, por decirlo de alguna manera, complicado y a veces humillante.

Fue Violett quien la ayudó en esos momentos. Una radiante joven de su misma edad, Violett se acercó a ella durante la primera fiesta de té a la que Lavender asistió. Mientras las demás mujeres la evitaban y se alejaban, Violett no lo hizo. Al contrario, la recibió con una sonrisa sincera y abierta.

Desde aquel día, Lavender aprendió mucho de ella y su noble gracia. La amistad entre ambas floreció rápidamente. Violett solía elogiar a Lavender, admirando su valentía y su coraje, diciendo cómo había luchado en el campo de batalla hasta el punto de ser reconocida por el mismo Rey.

—No cualquiera sería capaz de hacer lo que tú hiciste, Lavender —decía Violett en más de una ocasión—. Yo, por ejemplo, no tomaría una espada ni aunque mi vida dependiera de ello. ¡Soy una cobarde!

Lavender, siempre con un gesto protector, le sonreía.

—No tienes por qué preocuparte por eso —respondía con suavidad—. Si alguna vez te encuentras en peligro, yo te defenderé.

Ambas terminaban riendo ante esa promesa. Con el tiempo, más personas dejaron de lado sus prejuicios y comenzaron a ver el verdadero valor de Lavender. Poco a poco, se ganó el respeto de la sociedad, demostrando ser alguien fuerte y digna de su título.

De regreso en el Ducado, Lavender sonrió al recordar aquellos momentos. Sin duda, Violett era una gran amiga, y Lavender estaba dispuesta a hacer lo que fuera para protegerla.

—No te preocupes, Violett —murmuró para sí misma, con determinación en la mirada—. Siempre estaré aquí para ti.

En la noche, mientras se preparaba para ir a dormir, la doncella que asistía a Lavender le recordó:

—Mi señora, mañana tiene usted una invitación al evento de la señorita Lydman.

Lavender asintió, aunque no parecía demasiado emocionada por asistir. Sin embargo, al pensar que tal vez Violett estaría presente, su interés no se desvaneció por completo.

Al día siguiente, puntualmente a la hora indicada, Lavender se dirigió a la mansión Lydman. Al ingresar al jardín, observe con detenimiento lo esplendorosamente preparado que estaba todo. Las flores perfectamente alineadas, los manteles de encaje finísimo y las mesas decoradas con la mejor porcelana. Era evidente el esmero que la señorita Scarlett había puesto en cada detalle para impresionar a sus invitados. Mientras la saludaba, Lavender pensaba en lo hermosa que se veía como siempre. Scarlett, sin duda, era una de las mujeres más atractivas de Tarcia, con su cabello rojo como el fuego y sus ojos del mismo tono que irradiaban un aire de seducción.

Lavender tomó asiento y miró alrededor , pero Violett tampoco estaba ahí, Lavender se decepcionó un poco. Mientras escuchaba las conversaciones sin intervenir demasiado, sus pensamientos vagaban hacia la razón detrás de todo aquel esfuerzo por parte de Scarlett. Esa reunión no era simplemente un encuentro de damas nobles; también habría una subasta cuya recaudación sería destinada a los albergues que acogían a las personas que habían perdido sus hogares tras la guerra. Las intenciones de Scarlett parecían nobles y altruistas a simple vista, pero Lavender sabía la verdad detrás de todo ello. Ocupando la posición que tenía, con acceso a información privilegiada, sabía que Scarlett solo buscaba una cosa: atraer la atención del príncipe Silver, uno de los solteros más codiciados de Tarcia.

— Qué perdida de tiempo... la señorita Scarlett ignora que él principe busca esposa en otro Reino— pensó Lavender.

A medida que las piezas de la subasta se desfilaban ante los ojos de las invitadas, algo capturó la atención de Lavender: un broche masculino adornado con una esmeralda de un verde intenso y un corte impecable. Era una pieza destacada, cuyo precio inicial era de mil monedas de oro, una suma que no cualquiera podría permitirse pagar. Sin pensarlo dos veces, Lavender ofreció por la pieza.

El murmullo de sorpresa recorrió la sala, seguido de aplausos. Nadie pudo superar su oferta, y de inmediato, el broche fue adjudicado a la Duquesa.

—Duquesa —preguntó una de las damas, incapaz de contener su curiosidad—, ¿por qué decidió ofrecer una suma tan elevada por esta pieza, cuando no se había interesado por ninguna otra antes?

Lavender respondió con naturalidad, sin vacilar:

—Me recordó a los brillantes ojos verdes de mi esposo. Pensé que sería un buen regalo para él cuando regrese de sus labores.

Murmullos de admiración por la gran relación entre el Duque y la Duquesa comenzaron a escucharse en el jardín. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que surgieran los cuestionamientos. Algunas de las damas empezaron a criticar el hecho de que Lavender hubiera gastado una suma tan elevada en la subasta, señalando que estaba derrochando el dinero del Ducado sin medida.

—¿Por qué gastar tanto dinero tan irresponsablemente? —preguntó Lira Stanford, la amiga más cercana de la señorita Scarlett, en un tono que, aunque pretendía sonar inocente, estaba cargado de veneno—. Entiendo que el dinero será usado para una buena causa, gracias a la labor de Scarlett, pero comprar un regalo para el Duque con dinero del Duque, es como autoregalarse algo, ¿no les parece? No tiene sentido. Además, aunque la Duquesa tenga sus logros en la guerra, creo que Scarlett es mucho más admirable. En lugar de destruir, se dedica a ayudar.

Varias de las damas asintieron ante las palabras de Lira. Ella sonaba razonable, y el ambiente empezó a cambiar de admiración a crítica. Entonces, Scarlett intervino, como si quisiera suavizar la situación:

—Lira, querida, creo que has sido demasiado dura con la Duquesa. Por favor, discúlpala, Duquesa —dijo Scarlett con una sonrisa amable—, a veces la sinceridad de mi amiga puede incomodar.

Las palabras de Scarlett, que parecían una defensa, en realidad solo buscaban hacer ver peor a Lavender. Lo que había sido un conmovedor gesto de la Duquesa ahora parecía una frivolidad innecesaria y descuidada a los ojos de las demás.

Pero entonces, una sutil sonrisa apareció en los labios de Lavender, lo que hizo que tanto Scarlett como Lira se estremecieran. Lavender comprendió rápidamente el juego que intentaban jugar: humillarla públicamente para enaltecer más a Scarlett. Sin embargo, no dejaría que eso sucediera a costa de ella.

—Ciertamente, sus palabras son acertadas —comenzó Lavender con calma.

Las damas se miraron entre sí, desconcertadas, creyendo que Lavender reconocería las críticas hacia ella. Pero antes de que pudieran sacar conclusiones, la Duquesa continuó con serenidad.

—Sin embargo —añadió—, sus palabras serían acertadas si no fueran más que simples opiniones sin fundamento. Verán, la joya que he comprado la he pagado con mi propio dinero, ya que, por si no lo recuerdan, yo también poseo el título de Condesa. Esto me confiere propiedades y una fortuna que sé manejar debidamente.

Las expresiones de las damas cambiaron al instante. Lavender, viendo el impacto de sus palabras, continuó con la misma compostura.

—En cuanto a las labores de ayuda, me alegra que mencionen ese tema. En el Ducado también nos encargamos de ayudar a los afectados. De hecho, no nos limitamos a ofrecer refugios temporales. Nos esforzamos por resolver el problema de raíz, creando puestos de trabajo y ofreciendo préstamos accesibles para que las personas puedan reconstruir sus hogares. Incluso hemos construido algunas de esas casas de forma gratuita. Si desean comprobarlo, es bastante sencillo; solo tienen que visitar los pueblos afectados y hablar con sus ciudadanos.

El jardín quedó sumido en un silencio sepulcral. Ninguna de las damas se atrevía a contradecir a Lavender, cuya respuesta había sido impecable. Scarlett y Lira, por su parte, no pudieron ocultar la incomodidad en sus rostros, mientras la Duquesa mantenía su elegante postura, habiendo defendido su posición sin perder la calma. No era el bocadillo fácil que creían que sería sin la señorita Violett a su lado.

—Vaya, eso es admirable —dijo Scarlett, intentando retomar el control de la situación—. Pero, ¿por qué no sabíamos nada de esto?

Lavender dejó con calma su taza de té sobre la mesa antes de responder. Su mirada serena no dejó de analizar a Scarlett mientras pronunciaba cada palabra con precisión.

—Porque es mi trabajo —respondió—. No considero necesario ostentar sobre ello. Eso no contribuiría en nada a la labor que estamos haciendo.

Las palabras de Lavender se clavaron en Scarlett como flechas certeras, hiriendo su orgullo. La afirmación de la Duquesa iba directamente en contra de lo que Scarlett acababa de hacer: anunciar sus acciones con un aire de grandiosidad. El rubor que ascendió por el rostro de Scarlett fue casi imperceptible para las demás damas, pero no para Lavender, quien reconoció en ese instante que había tocado un nervio sensible.

Scarlett, incómoda, intentó disimular el golpe cambiando rápidamente de tema.

—Bueno, en todo caso, te felicito por tu adquisición, Duquesa. Ahora, continuemos con la subasta —dijo con una sonrisa que no alcanzó a iluminar sus ojos.

Lavender observó cómo Scarlett se esforzaba por mantener su compostura, y por un momento sintió una pequeña punzada de culpa. No había tenido la intención de avergonzarla públicamente, pero al mismo tiempo, Scarlett se lo había buscado al intentar humillarla frente a las demás. Lavender inhaló profundamente y, con la misma serenidad que había mantenido hasta ese momento, se dijo a sí misma que todo había sido una consecuencia natural de las circunstancias.

Capitulo 3

Algunos días habían pasado desde aquella reunión. Maxon aún no regresaba y Violett tampoco se había comunicado con Lavender. La frustración se acumulaba en su pecho, y después de mucho tiempo sin hacerlo, decidió tomar su espada y dirigirse al campo de entrenamiento del Ducado. Necesitaba liberar todo el estrés que la agobiaba.

Rafael, el capitán de la guardia del Ducado, fue su rival en un pequeño combate. Mientras los sonidos del acero resonaban en el aire, Lavender rompió la guardia de Rafael con un movimiento preciso. Este, sorprendido y sin poder ocultar su admiración, la observó con asombro.

—Sus habilidades no están oxidadas como creí —dijo Rafael, mientras intentaba recuperar el aliento.

Lavender, sonriendo divertida, apuntó su espada hacia él, observándolo desde arriba.

—¿Oxidadas? —rió suavemente—. ¿De qué estás hablando, Rafael? Apenas tengo veintidós años.

Rafael, aún en el suelo, se dejó llevar por la risa de la Duquesa y, aceptando su derrota, se levantó con su ayuda.

—No me refería a su edad, mi señora —replicó, sacudiendo el polvo de su uniforme—, sino a que hacía tiempo que no tomabas una espada.

Lavender asintió mientras enfundaba su arma.

—Tienes razón. No tomé una espada porque me gustará, sino por necesidad. Aunque, en ocasiones como esta, me sirve para liberar la mente.

Rafael la observó en silencio durante un instante, como si quisiera decir algo más. Luego, sin rodeos, expresó lo que le rondaba la mente.

—Realmente es alguien admirable, Duquesa. Tenemos mucha suerte de que sea nuestra señora.

Lavender lo miró, curiosa ante sus palabras inesperadas.

—¿Por qué dices eso, Rafael? —preguntó, con una leve inclinación de su cabeza.

—Solo quería que lo supiera —respondió él, con seriedad—. Es alguien muy apreciada por todo el personal del Ducado.

Una suave sonrisa se dibujó en los labios de Lavender.

—Gracias, Rafael —respondió con calidez.

Mientras se retiraba, él la observó alejarse, con una mezcla de culpa y tristeza en sus ojos. En un murmullo apenas audible, susurró para sí mismo.

—Pobre señora, no merece esto.

Sin embargo, sus palabras se las llevó el viento, y Lavender, con la frente en alto, se adentró de nuevo en su rutina.

Finalmente, después de días sin saber de Violett, Lavender recibió una carta de ella. Violett se disculpaba por no haber podido contactarla antes y le preguntaba si podían reunirse. Lavender, al leer la carta, sintió una mezcla de alivio y emoción. Sin embargo, percibió algo distinto en las palabras de su amiga, un cambio sutil en su forma de escribir. Pensó que quizás Violett estaba pasando por algo, pero decidió no presionarla. Confiaba en que, si algo iba mal, Violett lo compartiría a su debido tiempo, así que le respondió que estaría encantada de recibirla en el Ducado.

Al día siguiente, Violett llegó al Ducado. Una joven con un cabello de un suave color violeta, del mismo tono que sus ojos, descendió del carruaje con entusiasmo. Apenas vio a Lavender, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

—¡Estoy tan feliz de verte! —exclamó Violett con una sonrisa luminosa.

Lavender correspondió al abrazo, contagiada por la emoción de su amiga.

—Yo también, Violett. Me alegra mucho que estés aquí.

Ambas se dirigieron al interior de la mansión, donde les esperaba una mesa con té y aperitivos. La relación de amistad entre Lavender y Violett era, sin lugar a dudas, envidiable. Parecían compartir una conexión única.

Ya sentadas, Lavender no pudo evitar expresar su preocupación.

—Me preocupé mucho por ti. No saber nada durante tanto tiempo me inquietó, incluso fui a tu residencia a buscarte —dijo, con una suave mirada inquisitiva.

Violett bajó la mirada con un atisbo de culpa.

—Lamento haberte preocupado, Lavender. Y lo siento aún más por haberte hecho lidiar con mi madre. Ya sabes cómo es ella... —respondió Violett con una ligera sombra de pesar en su voz.

Lavender negó con la cabeza.

—No tienes que disculparte por eso, en absoluto. Me alegra verte bien.

Un breve silencio se extendió entre ambas. Lavender esperaba que su amiga ofreciera alguna explicación sobre el motivo de su ausencia, pero Violett permaneció en silencio. Lavender pensó que quizás no era algo tan importante como para comentarlo, o por el contrario, que se trataba de algo delicado que necesitaba tiempo para ser compartido. Fuera lo que fuese, decidió no insistir. Confiaba en que Violett hablaría cuando se sintiera lista.

La tarde transcurrió entre risas y extensas conversaciones, las horas pasaron casi sin que lo notaran. Cuando el sol comenzó a ponerse, Lavender sacó una pequeña caja que había traído consigo.

—Quiero mostrarte algo —dijo, mientras abría la caja—. Es el broche que compré para Maxon.

Violett observó el broche con atención. Era una pieza fina y elegante, con una gema que reflejaba un tono similar al de los ojos del Duque.

—Es hermoso, ¿verdad? —comentó Lavender, sonriendo mientras sostenía el broche—. Es tan parecido al color de los ojos de Maxon...

Violett se quedó en silencio por un instante, como si sus pensamientos estuvieran en otro lugar. Luego, una repentina sonrisa se formó en su rostro mientras devolvía la pequeña caja a Lavender.

—Claro que sí, amiga. Muy parecido —dijo con entusiasmo—. Tienes un gusto impecable, estoy segura de que al Duque le encantará.

Lavender recibió el broche con una sonrisa apenas perceptible, aunque algo en el tono de Violett le resultó extraño. Sus palabras parecían forzadas y una rigidez que no era propia de ella. Cerró la caja con cuidado, intentando sacudirse la incómoda sensación. —Debo estar imaginando cosa—, pensó.

Mientras Lavender acompañaba a Violett hasta el carruaje, sintió que la calidez de la tarde comenzaba a desvanecerse. El viento acariciaba suavemente los jardines del Ducado, y el cielo teñido de un leve naranja hacía que todo pareciera en calma. Antes de despedirse, Lavender le comentó a su amiga:

—En un par de días debo ir al palacio real.¿Te gustaría acompañarme?

Los ojos de Violett se iluminaron y, con una sonrisa entusiasta, respondió:

—¡Por supuesto! Estaría encantada.

Entrar al palacio real no era algo que cualquiera pudiera hacer. Si no eras invitado por algún miembro de la realeza o trabajabas allí, era casi imposible acceder. Para Violett, la oportunidad de acompañar a Lavender era un privilegio único.

Antes de que Violett subiera al carruaje, Lavender la detuvo suavemente, sosteniéndola de la mano.

—Violett —dijo, con una expresión seria pero afectuosa—, si necesitas algo, lo que sea, no dudes en confiar en mí. Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte. Lo único que quiero es que seas feliz.

Ambas se miraron a los ojos, sus manos unidas en un gesto que reflejaba la profunda conexión entre ellas. El rostro de Violett, que había estado iluminado por su habitual sonrisa, cambió apenas. Ladeó la cabeza y su tono se volvió frío, aunque su boca seguía curvada en una sonrisa.

—¿Lo que sea? —repitió con suavidad.

Por un instante, un escalofrío recorrió la espalda de Lavender. No entendía el motivo, pero algo en la forma en que Violett pronunció esas palabras la inquietó. Sin embargo, no tuvo tiempo de reflexionar sobre ello. Violett se apresuró a subir al carruaje, agitando la mano con entusiasmo mientras exclamaba:

—¡Nos vemos en dos días!

Lavender apenas pudo levantar la mano para devolver el gesto, su sonrisa un poco más débil que antes. Observó cómo el carruaje de Violett se alejaba, perdiéndose entre los árboles del camino. A pesar de la sonrisa en su rostro, una ligera sensación de inquietud permanecía en su pecho.

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