4 meses antes del primer incidente.
—Ésta será la fase final. —dijo un chico, de pelo castaño despeinado, con una barba que parecía de una semana, el chico iba por las nubes como si volara, pero no, caía, muy despacio, pero caía, y en medio de ese planeo parecía estar disfrutando, o al menos eso se veía en su expresión.
Voló a través de unas cuantas casas hasta que volvió a caer al acercarse a una ciudad, hasta que aterrizó con firmeza, dobló las rodillas y apoyó una mano en el suelo para equilibrarse. No se detuvo; en un solo movimiento fluido, se impulsó hacia arriba nuevamente, rompiendo las nubes mientras planeaba con gracia sobre el paisaje.
Sus ojos escudriñaban el horizonte, buscando algo específico, hasta que finalmente divisó lo que necesitaba: una casa con un balcón iluminado tenuemente por la luz de la luna. Sin perder el ritmo, inclinó su cuerpo en el aire, descendiendo en picada y aterrizando suavemente sobre el balcón.
Al otro lado del cristal, podía ver a una chica dormida. Su figura, relajada entre las sábanas, parecía ajena al mundo, completamente sumida en sus sueños. Sin dudarlo, atravesó la ventana como si no existiera; una de las tantas ventajas del mundo onírico: la materia era maleable si uno tenía suficiente experiencia y control.
Una vez dentro observó un poco la habitación, observó a su alrededor con la mirada y notó algunas cosas que le eran familiares, dio unos pasos hasta estar cerca de ella, la chica yacía en la cama, sumida en un profundo sueño. Sus facciones estaban relajadas, su respiración era suave y uniforme. Se acercó a ella con cautela y al tocar su frente, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo. Los ojos de ella se abrieron de par en par, revelando un mar de asombro.
Ella lo miró fijamente, sin pestañear, su respiración ahora algo agitada. Él, de pie frente a ella, irradiaba una presencia poderosa y enigmática. Su chaqueta de cuero, desgastada en las mangas, parecía absorber la luz tenue de la habitación. Sus guantes marrones, sujetos con firmeza a sus manos, apenas ocultaban la fuerza contenida en ellas.
—¿Qué pasa? —preguntó Leon al percatarse de que lo miraba fijamente.
—no me acostumbro a despertar así —murmuró la chica, estirándose y bostezando. Sus ojos, aún adormilados, se pasearon por la habitación, buscando algo familiar en la penumbra. La gabardina blanca, arrugada por el sueño, colgaba holgada de sus hombros, contrastando con las botas negras que parecían ancladas al suelo. Sus grebas, desgastadas por el uso, crujieron suavemente al moverse. Con un gesto brusco, se acomodó la coleta, dejando escapar mechones rebeldes de su cabello rubio.
—Es porque sigues sin entrenar como entrar al astral conscientemente.
La chica levantaba los hombros tratando de evadir su responsabilidad. —Por eso es que tú me vas a seguir ayudando a entrar, ¿no? —fingió una mueca de sonrisa.
Leon hizo una mueca, replicando con la lengua, y se acercó a la ventana para saltar a través.
—¡Espera! —gritó la chica con urgencia, mientras corría hacia el borde del balcón. Desde allí, vio cómo él ya se elevaba en el aire, impulsándose hacia la siguiente casa con un movimiento ágil y natural.
Sin detenerse a pensarlo, ella dio un salto suave y comenzó a volar tras él. Su cuerpo, ligero como una pluma, cortó el aire con gracia, y sus ojos, fijos en la figura de Leon, reflejaban determinación. Justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, con la intención de reclamarle por haberla dejado atrás sin decir una palabra, lo escuchó hablar.
—Mira, Pax —Leon señalo hacia el horizonte frente a ellos —nunca me cansaré de éste mundo.
El cielo parecía un vasto mar de estrellas, cada una brillando con una intensidad que parecía casi viva. Una extensa aurora, de colores que iban del verde al violeta, atravesaba el firmamento como un río celestial, ondulando suavemente en un espectáculo hipnótico. La luz de la aurora se reflejaba en el suelo y en las nubes, creando un paisaje onírico que parecía sacado de un sueño imposible.
Alrededor, unas cuantas personas más surcaban el cielo, cada una dejando tras de sí un leve destello, como si fueran cometas cruzando el firmamento. Algunos volaban en parejas, otros solos, pero todos parecían compartir una misma calma y armonía con el mundo que los rodeaba.
Pax quedó absorta, sin palabras. La mezcla de colores, movimientos y sonidos era sobrecogedora. El leve susurro del viento se mezclaba con risas lejanas y el sonido casi imperceptible de la energía que mantenía a todos suspendidos en el aire.
—¡Vamos! ¡Tenemos que ir a verlo de cerca! —gritó Pax, su voz vibrante resonando en el aire mientras se adelantaba, volando con entusiasmo hacia uno de los espíritus gigantescos que cruzaban majestuosamente el cielo.
El espíritu era una criatura colosal, casi transparente, su cuerpo brillando con destellos de luz dorada y plateada que ondulaban como si fueran corrientes de agua. Su forma era fluida, cambiante, pero de una imponente belleza que parecía desafiar cualquier descripción terrenal. Mientras se movía, dejaba tras de sí un rastro luminoso que parecía fundirse con la vasta aurora que decoraba el firmamento.
Pax miró hacia el horizonte por un instante, y sus pensamientos comenzaron a divagar mientras seguía la silueta del ser luminoso.
“El mundo astral,” pensó, “un lugar que yace entre las costuras de nuestra realidad, invisible a la mayoría. Un lugar donde los límites de lo físico desaparecen, y solo queda la esencia de quienes somos. Algunos lo visitan sin saberlo, a través de sueños, dejándose llevar por sus mentes mientras sus espíritus vagan libres, explorando dimensiones desconocidas. Pero Leon...” Pax giró ligeramente la cabeza para observarlo, notando cómo él seguía saltando entre casas detrás de ella "él ha logrado trascender de ello, llevando nuestra conexión a otro nivel.” Pensó Pax y sonrió levemente, sus ojos brillando con complicidad.
La chica rubia observo a Leon mientras pensaba en todo aquello ya que aquel hombre es quien le mostró ese mundo, mientras tanto Leon fue dando varios saltos al lado de Pax, hasta estar a una distancia prudente Pax preguntó.
—de verdad, ¿cuándo vas a volar? Siento que me mientes cuando no lo haces.
—Hablo en serio cuando te digo que no puedo volar, caigo, muy lento pero siempre lo hago.
Leon se detuvo en una terraza y empezó a dar pequeños saltos y caía lentamente para probar lo que decía, hasta que se detuvo y volteo, algo había llamado su atención como para quedarse callado y centrar toda su atención ahí, Pax hasta luego de ver a Leon con el ceño fruncido también lo había notado, una sensación extraña, tensa.
—¿Qué es eso? —preguntó Pax, rompiendo el silencio.
—Un sitio peligroso... —respondió Leon, su voz baja y cargada de precaución. Sin apartar la mirada, se inclinó hacia adelante, preparándose para irse. —Será mejor evitar problemas por ahora.
—Pero, ¿qué es? —insistió Pax, intrigada y algo frustrada por su evasiva.
Leon no respondió de inmediato. Flexionó las piernas para impulsarse y alejarse con un gran salto, pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, algo los interrumpió.
De la nada, una figura apareció frente a ellos, como si el aire mismo la hubiera materializado. Era una chica pequeña; en comparación a Leon; y delgada, de cabello rojo que parecía flamear como fuego bajo la brisa del mundo astral. Sus ojos azules intensos, tan vívidos que parecían perforar el espacio entre ellos, se encontraron con los de Leon.
—Meave..!? —dijo Leon, su voz cargada de emoción. Pax, sorprendida por la aparición tan repentina, se apartó elevándose un poco, sintiendo una extraña sensación de desasosiego.
—¿Amm... te sentí cerca y decidí venir a ver qué hacías? ¿Interrumpo? —preguntó Meave, inclinando ligeramente la cabeza mientras hablaba. Su cabello rojizo flameaba como si compartiera su energía vivaz, pero sus ojos azules se movían con rapidez, examinando a Pax con discreción, como intentando descifrar la situación.
Pax cruzó los brazos, manteniendo una expresión neutral, aunque por dentro sentía el incómodo peso de la atención de la recién llegada.
—¿Entrenando, tal vez? —añadió Meave, su tono despreocupado, pero con un tinte de curiosidad.
Leon soltó un suspiro apenas perceptible y, sin levantar la mirada, respondió con voz apagada:
—Es más bien como un largo tutorial.
La respuesta dejó un aire extraño en el ambiente, una mezcla de incomodidad y algo más que Pax no lograba identificar del todo. Meave, sin embargo, no dejó que el comentario la detuviera. Dio un paso hacia adelante, cerrando un poco la distancia entre ella y Leon, su mirada fija y penetrante en él.
—¿Por qué me evitas? —preguntó, su voz suave, pero con una firmeza que no admitía evasivas.
Leon apretó los labios, su mano subiendo instintivamente para rascarse la barba. Sus ojos finalmente se encontraron con los de Meave, pero solo por un instante antes de desviar la mirada hacia el horizonte, como si buscar respuestas en las estrellas.
La tensión era palpable, y Pax, sintiéndose como una extraña en medio de algo más grande de lo que entendía, decidió mantenerse en silencio por el momento, aunque sus ojos viajaban entre ambos, atentos a cada detalle.
La chica comenzó a descender a la terraza y Leon se acercó a la pelirroja antes de que Pax se aproximara más. La incomodidad se reflejaba en su lenguaje corporal; su mano seguía rascando distraídamente su barba mientras trataba de mantener la calma bajo la pesada mirada de la pelirroja.
—Ya sé lo que vas a decir, pero escucha... —comenzó Leon, su voz seria pero con un matiz de cansancio.
—Si es quien creo que es, vas a tener muchos problemas. —Meave lo interrumpió con firmeza, acortando la distancia entre ellos hasta quedar a escasos centímetros de su rostro. Aunque Leon le sacaba varias pulgadas de altura, ella se alzó ligeramente sobre las puntas de sus pies, sus ojos azules clavados en los de él con una intensidad casi palpable.
Leon sintió un nudo formarse en su garganta bajo el peso de esa mirada, pero no retrocedió. Sabía que Meave siempre había sido directa, implacable cuando algo la preocupaba, y esta vez no era la excepción.
—Es como una despedida, Meave. —Leon habló con una calma medida, aunque su voz llevaba una nota de melancolía. Hizo una pausa, observando cómo el rostro de Meave no se relajaba ni un poco. —Y a decir verdad, tiene mucho talento, ¿sabes? —añadió, buscando suavizar el momento.
Mientras hablaba, Leon adoptó una postura más relajada, dejando caer un brazo con naturalidad sobre los hombros de Meave. Fue un gesto familiar, casi afectuoso, que contradecía la tensión que había entre ellos momentos antes. Una sonrisa tranquila curvó sus labios, y aunque Meave no dejó de mirarlo con una mezcla de preocupación y escepticismo, sus hombros bajaron apenas, como si el contacto hubiera logrado calmarla un poco.
—Eso no cambia el hecho de que estás jugando con fuego, Leon. —Meave replicó, aunque su voz ahora sonaba un poco menos cortante. Sus ojos, sin embargo, no dejaron los de él ni por un instante, buscando en ellos una respuesta que no había pedido en voz alta.
Mientras tanto, Pax los observaba desde las alturas hasta que bajo, suavemente posando su pie derecho como si no quisiera hacer ningún ruido, pero rápidamente camino hasta ellos.
—Cambiando de tema, en realidad vine por ti. —Meave rompió la tensión mientras cruzaba los brazos, su mirada ahora más tranquila pero aún con un dejo de preocupación. —Ariel aceptó un trabajo que es demasiado para él, y quería que tú estuvieras ahí por si ocurre algo.
Leon se quedó en silencio un momento, frotándose la barba mientras procesaba lo que había dicho. Sus ojos, cansados, parecían perderse en un pensamiento distante.
—¿Por qué lo aceptó? —preguntó finalmente, su tono más serio que antes.
—Escuché que fue un reto. —Meave respondió con un encogimiento de hombros, pero su expresión mostraba claramente que tampoco estaba conforme con la decisión de Ariel.
Pax, que había permanecido en silencio hasta ese momento, decidió intervenir, dando un paso hacia ellos.
—¿Trabajo? —preguntó, tratando de entender el contexto y de insertarse en la conversación.
Leon dejó escapar un suspiro largo y algo exasperado antes de responder, como si el solo pensar en ello lo agotara.
—No es hacia allá, ¿verdad? —Leon señaló con el pulgar en dirección al horizonte donde, minutos antes, ambos habían percibido esa aura pesada y opresiva.
Meave hizo una mueca, un gesto que inmediatamente confirmó los temores de Leon.
—Pues, me temo que sí. —La pelirroja bajó la mirada un instante antes de volver a levantarla, sus ojos azules brillando con una mezcla de frustración y preocupación. —Traté de evitarlo, pero ya sabes cómo es. Es demasiado orgulloso como para dar marcha atrás.
Leon soltó un gruñido bajo, claramente molesto por la situación.
—¿Qué tan grave es? —preguntó, sus ojos entrecerrados mientras volvía a mirar hacia el horizonte, como si pudiera medir el peligro solo con observar.
—Grave. —Meave respondió sin rodeos, su tono tan directo como siempre. —Lo suficiente como para que Ariel no pueda manejarlo solo, pero también lo suficiente como para que no pidiera ayuda directamente.
Pax, todavía algo perdida, miró a ambos con curiosidad.
—Por orgullo no se pone en juego la vida de personas, me sorprende que Yuri o Coralie lo permitieran.- Leon camino en dirección hacia la perturbación. —ese es un trabajo para alguien de primera clase como mínimo.
—Bueeeno, técnicamente Ariel ahora es de primera clase... —Meave alargó las palabras con un tono juguetón mientras entrelazaba sus dedos, desviando la mirada como si intentara suavizar la noticia.
Leon dejó caer los hombros y suspiró profundamente, llevándose una mano al rostro.
—¿Qué demonios pasó mientras no estaba? —murmuró, con evidente frustración.
—Pasaron un par de cosas. —Meave levantó las manos en un gesto defensivo, aunque su sonrisa nerviosa delataba que no todo había sido tan casual como intentaba hacerlo parecer.
Leon negó con la cabeza y, resignado, volvió su atención hacia el camino que tenían por delante.
—¿Tienes alguna idea de cuánto tiempo tenemos? —pregunto Leon.
—No mucho. —Meave negó con la cabeza, su tono apremiante. —Si no llegamos pronto, ni siquiera sabremos si sigue vivo cuando lo hagamos.
Leon apretó los puños un momento, luego soltó el aire de golpe.
—Bien, vamos. —Se giró hacia Pax, que los observaba con curiosidad y algo de desconcierto. —Pax, vamos a una perturbación, así que quédate cerca de mí y estarás bien.
Pax asintió, aunque no podía evitar sentirse un tanto confundida. Esta chica, Meave, había aparecido de la nada, y de inmediato el comportamiento de Leon había cambiado. Su actitud desenfadada y tranquila había sido reemplazada por un aire más serio y centrado, como si la mera mención de Ariel y el peligro que enfrentaba lo hubiese llevado a un modo de alerta total.
“Ni siquiera se han presentado...” pensó Pax mientras los seguía, sus ojos pasando de Leon a Meave con cierta cautela. La situación parecía haberse complicado de repente, y ahora iban directamente hacia esa extraña sensación que ambos habían decidido evitar momentos antes.
El grupo avanzaba con rapidez, volando en perfecta formación. Meave lideraba, moviéndose con una gracia que hacía parecer el vuelo algo completamente natural, mientras Leon mantenía su posición ligeramente detrás de ella, dándole la mano de vez en cuando para no caer, al contrario de cuando estaba con ella, que decidía bajar y volver a saltar. Y Pax, algo más insegura, los seguía, esforzándose por no quedarse rezagada.
Mientras se acercaban al punto que irradiaba esa aura pesada y opresiva, el paisaje del mundo astral comenzó a cambiar. Las nubes luminosas que antes adornaban el cielo se tornaban más densas y oscuras, como si una tormenta estuviera formándose en la distancia. La energía a su alrededor se sentía más densa, casi como si tratara de empujarles hacia atrás.
Pax tragó saliva, sintiendo un nudo de ansiedad formarse en su estómago. "¿Siempre se siente así? " se preguntó mientras trataba de omitir la sensación.
—Me gusta tu nombre, Pax. Es único. —Meave le dedicó una sonrisa amistosa mientras se ajustaba al ritmo de vuelo de Pax, moviéndose con una gracia que parecía completamente natural.
—¿Tú crees? —Pax ladeó un poco la cabeza, sorprendida por el cumplido. —Yo siempre pensé que era raro... pero gracias. Emmh... —Hizo una pausa, esperando que la pelirroja dijera su nombre.
—Meave, mi nombre es Meave.
—Sin duda el tuyo es más bonito, Meave. —respondió Pax con una pequeña sonrisa, un tanto tímida pero genuina.
Continuaron volando juntas durante un rato, mientras Leon avanzaba delante de ellas, alternando entre volar y dar saltos largos que le permitían mantenerse por delante sin perder de vista al grupo.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Pax de repente, girando su rostro hacia Meave. —¿Qué es exactamente una perturbación?
Meave entrecerró los ojos, como si buscara la mejor manera de explicar algo complicado.
—Mmmh... —murmuró, alzando una mano y gesticulando suavemente mientras hablaba. —Es como una anomalía en la energía astral. Es decir, el flujo normal de energía se distorsiona, creando inestabilidad. Cuando eso pasa, se vuelve un punto vulnerable.
—¿Vulnerable? —Pax frunció el ceño.
—Sí. —Meave asintió, su tono más serio ahora. —Una perturbación puede ser un portal, una entrada para cosas... no tan buenas. En el mejor de los casos, solo es un desbalance temporal. Pero si la perturbación crece o es forzada, puede convertirse en una grieta.
—¿Y qué pasa si se convierte en una grieta? —preguntó Pax, inclinándose ligeramente hacia Meave, como si sus palabras fueran algo de lo que necesitaba estar completamente segura.
—Entonces ya no sería solo energía desbordada. Una grieta conecta el astral con el bajo astral. —Meave hizo una pausa, sus ojos azules centelleando bajo la luz cambiante del mundo onírico. —Eso significa que los entes y seres de allí pueden cruzar a este mundo. Y créeme, no quieres enfrentarte a algo que haya logrado cruzar.
—¿Por qué pasa eso? —insistió Pax, su curiosidad creciendo con cada respuesta.
Meave ladeó la cabeza, su expresión se volvió más reflexiva, incluso un poco melancólica.
—Hay muchas razones. Algunas perturbaciones son naturales, producto de un desequilibrio en la energía de un lugar. Pero básicamente, sucede porque en el mundo físico, ese lugar se ha saturado con mucha energía negativa u oscura. Como sentimientos opresivos o negativos, gran cantidad de odio o asesinatos. Pero otras veces... alguien las causa.
Meave miró al frente, hacia Leon, quien parecía ajeno a la conversación pero que, claramente, escuchaba cada palabra. —Y las grietas nunca aparecen solas. Si hay una, significa que algo o alguien está manipulando la energía astral desde el otro lado.
Pax sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dejó que eso apagara su entusiasmo.
—Entonces... ¿vamos hacia una grieta?
—No exactamente. —respondió Meave, sacudiendo la cabeza. —Por ahora, solo es una perturbación. Pero si no hacemos algo, podría convertirse en una grieta.
Leon, que había estado en silencio hasta ese momento, habló sin girarse.
—Y si Ariel está ahí, probablemente ya esté intentando evitarlo. Por eso tenemos que darnos prisa.
Meave y Pax intercambiaron una mirada antes de acelerar su vuelo, siguiendo a Leon con renovada urgencia. A pesar de su seriedad, Pax no podía evitar sentirse fascinada. Cada palabra de Meave era como una pieza de un rompecabezas más grande, uno que apenas comenzaba a entender.
—Y como sabrás —añadió Meave después de un momento, esbozando una sonrisa amable—, nosotros, los onironautas, somos quienes se toman estas cosas en serio. Nos encargamos de estos trabajos para mantener el equilibrio.
Su intento de parecer simpática fue claro, y aunque no completamente natural, hizo que Pax le devolviera una sonrisa tímida. Aun así, la rubia no podía evitar sentirse abrumada por las dudas que le bullían en la mente. Había tanto que no entendía, pero algo en la actitud de Meave le decía que no obtendría más respuestas por ahora.
Pax se perdió en sus pensamientos, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. La idea de que el mundo físico pudiera influir tanto en el astral era desconcertante, y aunque todavía no entendía del todo lo que significaba ser una onironauta, empezaba a vislumbrar la magnitud de la responsabilidad que conllevaba.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que habían llegado a su destino, hasta que sintió la mano de Meave tomándola suavemente.
—Ya hemos llegado. —La voz de Meave rompió su trance mientras soltaba la mano de Pax con cuidado.
Pax parpadeó, aún un poco desorientada, y miró alrededor. Estaban descendiendo lentamente hacia un claro rodeado por una atmósfera opresiva. El aire se sentía más denso, y aunque no podía explicarlo, había algo inquietante en el lugar. La energía a su alrededor era diferente, como si el ambiente estuviera cargado de tensión y peligro.
—Mantente cerca, Pax. —dijo Leon con voz firme, sin apartar la mirada del horizonte.
Pax también observó hacia abajo, donde estaba una gran casa, de un estilo rústico y vetusto, exhibía una mezcla de madera oscura, piedra gris y amplios ventanales que luchaban por iluminar su interior. Sin embargo, no era la arquitectura lo que más la impresionaba, sino la atmósfera que emanaba: un aura pesada, deprimente aún a la lejanía y opresiva que parecía colgar en el aire como una niebla espesa.
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