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JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

1. Lo voy a matar…

¡Buenos días, preciosas mujeres! ✨ Vengo con una maravillosa novela que es fruto de una colaboración muy especial.

Acosé a Euge hasta que no le quedó de otra que aceptarme como su coequipera 🤭🤣 ¡Y aquí estamos, listas para traerles una historia increíble!

Trabajar juntas en esta nueva historia es un reto emocionante, lleno de creatividad y sorpresas. ¡No puedo esperar para compartir más detalles con ustedes!

¡No se la pueden perder! 💖📖

(…)

POV Lola Ribera.

"Día de las madres".

Me observo en el espejo con el ceño fruncido y el corazón a punto de estallar. Ni siquiera el malnacido de mi "patas de lana" ha tenido la decencia de enviarme un miserable mensaje por el Día de la Madre.

Ni un emoji.

Ni una flor.

Ni un maldito "hola".

Nada.

“Claro. Debe estar celebrándole el día a su mujercita”, pienso, mordiéndome el interior de la mejilla para no gritar.

Esa a la que dice no amar. La que supuestamente ya no significa nada para él, pero con la que sigue por “el bien de los niños”, porque la pobre es tan pésima madre que él, pobrecito mártir, no los puede dejar solos con ella..

Qué conveniente, ¿no?

A través del espejo lo veo aparecer: Mijael, mi hijo, despeinado, con cara de sueño y rascándose descaradamente entre las piernas como si estuviera en medio de la selva, sin una sola norma de urbanidad en el cuerpo.

—Mami, llamó papá. Dice que ya viene a desayunar. ¿Qué vas a preparar? —pregunta, tan fresco, mientras se acomoda la pijama sudada como si fuera una segunda piel.

Parpadeo dos veces, incrédula, tragándome el impulso de lanzarle el cepillo por la cabeza.

—¿Perdón? —digo, dejando escapar la rabia que ya no puedo contener. El muy cretino de mi ex viene como cada maldito domingo a que le llene la panza. Como si fuera su derecho divino.

—Ma… —Mijael me mira con reproche, ese gesto de superioridad moral heredado del idiota de su padre—. No vayas a comenzar. Papá viene porque nos extraña y tú ya vas a arruinarlo todo.

Me giro y lo encaro. A sus trece años ya me saca algunos centímetros. El descaro también le creció.

—Te lo voy a dejar clarito, mi terrón de azúcar —le digo con sarcasmo, me pongo en punta de pies y le aprieto las mejillas. Sé que le molesta, y justo por eso lo hago.

—¡Ma… basta! —resopla él, apartándome con una mueca de fastidio adolescente.

—Tu querido papito tiene su casa. No entiendo qué carajos hace en la mía todos los domingos, cuando ni para una libra de arroz colabora —le doy una palmadita en la mejilla como quien consuela a un idiota—. Así que si tanto lo extrañas, y él quiere verlos… que los saque a desayunar afuera.

Mijael cruza los brazos y bufa. La actitud del “hombrecito” que quiere negociar con mi paciencia.

—Pero mamá…

No quiero discutir. De verdad que no quiero. Es mi hijo, y en el fondo sé que me duele joderle el momento. Pero yo también estoy harta de fingir que todo está bien.

—Tienes razón, mi amor. También es tu casa —le digo con voz suave, pero afilada como navaja.

Tomo mi bolso, me lo cuelgo al hombro, me acerco y le planto un beso rápido en la mejilla. Le susurro con ternura envuelta en sarcasmo:

—Ahí te quedan las ollas, el mercado y el gas pago. Nos vemos por la tarde, disfruta el día con tu padre… y cuida a tu hermanito. No se les vaya a incendiar nada —y salgo sin darle oportunidad de decir una palabra más.

Doy un portazo, que me retumba hasta en el alma. Siento una mezcla salvaje de rabia y alivio.

Hoy no tengo que verle la cara al desgraciado.

Hoy no quiero fingir que me alegra su presencia.

Hoy, quiero darme un puto respiro.

Hoy no tengo ni a mi tinieblo para hacer "cositas".

Aunque... ¿qué cositas son esas con esa pequeña berenjena en medio de sus piernas? Donde debo fingir por caridad y él ni un miserable mensaje me ha enviado.

¡A la mi£rda!

Con los cinco miserables dólares que tengo en la billetera me voy al salón. Apenas me alcanza para depilarme las cejas y el bozo. Pero al menos salgo sintiéndome menos yeti.

Un mínimo gesto de dignidad.

Paso un buen rato vagando por la ciudad, matando el tiempo. Y cuando paso frente a una taberna, un letrero me atrapa como un anzuelo:

"Por el Día de la Madre: barra libre para mujeres."

¡Sonrío. ¡Por fin alguien me celebra!

Entro sin pensarlo y me pido un par de cervezas. Hoy no tengo que fingir sonrisas, ni hacerle conversación a ningún idiota. Hoy puedo beber lo que quiera, como quiera.

Después de unas cuantas cervezas, mi celular empieza a sonar sin parar. El zumbido rompe mi euforia como una bofetada en seco.

✉️ Vecina: Lola, el idiota de tu ex casi quema su casa. Venga ya.

El corazón se me cae al suelo. Siento que el estómago se me revuelve. Me arde la sangre. La rabia me sube por la garganta como lava.

Salgo del bar como alma que lleva el diablo, con una sola cosa en la cabeza: voy a matar a ese hijo de puta.

Tomo el primer taxi que veo. No tengo cómo pagar, pero sí cómo negociar. Me bajo discretamente el escote, le sonrío al conductor y me saco las tetas con naturalidad. Él sonríe como idiota, pisa el acelerador y me lleva sin chistar.

Cuando llego, el corazón se me encoge.

Lo primero que veo son las paredes negras por el humo, el techo roto, el olor a quemado pegado en el aire como una maldición.

Y él… ÉL… tan tranquilo, como si todo estuviera bien.

Se me nubla la vista. Me lanzo encima como una fiera, como una loba herida.

—¡Maldito perro desgraciado… mantenido… infeliz! ¡Tenías que acabar con lo único que tenía! —Y sí… lo muerdo. Le arranco un pedazo de oreja. Lo quiero muerto. Lo quiero borrado del planeta.

“¡LO VOY A MATAR!”

Los años de rabia se me desatan en los puños. Milton chilla como una nena, pataleando mientras intenta quitárme de encima.

Los policías que ya estaban en la escena se abalanzan para separarme. Tienen que usar fuerza bruta. Uno de ellos me esposa con un chasquido metálico.

Escupo el pedazo de oreja que tenía en la boca, la sangre aún caliente escurre por mis labios.

Milton se tira como rata asustada al piso a recoger su orejita. Grita como si lo estuvieran matando, pero no. Solo fue un trozo de carne. Aunque ya debe estar planeando cómo me va a sacar hasta el último centavo.

—¡Maldita demente! ¡Me dejaste deforme! ¡Mi sexapil! ¡Mi rostro! Me vas a pagar por el resto de tu vida —lloriquea con drama barato.

Y para rematar el show, se tira al piso como actor de quinta.

—Ayuda… me estoy muriendo… llamen a mi mamá… mis pequeños hijos van a quedar huérfanos por culpa de esta salvaje.

Yo lo miro, sin poder creer que una vez estuve casada con ese payaso.

—¡Ay, por favor! Utilízalo para alargar el maní que tienes ahí en medio —le lanzo con desprecio.

Uno de los policías interviene con ese tono que me sube más la presión.

—Señora, cálmese, ya tiene muchos problemas.

—Por agresión física, será detenida de 48 a 72 horas. Y si el caballero decide levantar cargos, el proceso será más largo —dice otro a su lado.

"Caballero, le dicen… CABALLERO".

—¿Ustedes están locos? ¿De verdad creen que ese inútil puede cuidar de mis hijos? ¡¡Quemó mi casa, me dejó en la calle!! —Les grito con los ojos ardiendo de rabia.

Pero Milton, con la cara ensangrentada y esa sonrisita de escoria, se acerca y me susurra:

—Ahora sí, Lolita. A descansar mientras espero tu cheque mensual. Ah, y ve ahorrando para mi cirugía.

El asco y la rabia me revientan en la boca del estómago. Sin pensar, le escupo la cara.

—¡Maldito perro! ¡Primero muerta antes que mantenerte otra vez!

El maldito hijo de puta se limpia despacio, buscando otra escena dramática para su drama de víctima.

Los policías reaccionan, me sujetan más fuerte, me arrastran hacia la patrulla.

—¡Señora, ya basta! —dice uno, con impaciencia.

Sigo pataleando, pero es inútil. En un abrir y cerrar de ojos, me empujan dentro del vehículo.

—Tranquila, gata salvaje. Esta noche te toca calabozo. A ver si así aprendes a comportarte —se burla antes de cerrar la puerta con un portazo.

Respiro hondo, las esposas me cortan las muñecas, la rabia me arde hasta en los huesos. Pero una cosa tengo clara:

Esto no se va a quedar así.

LOLA RIBERA

GRACIASSSSS INFINITAS ❤️ ❤️

2. La apuesta.

Narrador omnisciente

En otro lugar de la ciudad, Marilyn Monroe sale corriendo de uno de sus trabajo. Tiene que comprar la leche de su pequeña, junto con los pañales que su ex debía darle, y que, otra vez, nunca llegaron.

Se pregunta qué vio en él. ¡Qué idiota fue al dejarse llevar por una bonita sonrisa y un par de palabras amables!

¿De qué le sirvieron cinco años de desvelos y estudiar hasta altas horas de la noche, si antes de graduarse ya tenía una enorme barriga?

Flashback

Martín está en la cafetería con su grupo inseparable de amigos, un puñado de buenos para nada, charlando de trivialidades.

De pronto, sus miradas se desvían hacia la entrada cuando una joven cruza la puerta. Su cabello castaño oscuro cae en suaves ondas, sus ojos color miel reflejan una tímida curiosidad, y su cuerpo proporcionado no pasa desapercibido.

Fabián le da un codazo a Martín y la señala con disimulo.

—Esa es la cerebrito de Ingeniería de Sistemas. Podrías conquistarla para que te ayude a pasar las materias… así tus papis no te quitan el apoyo.

La idea queda resonando en la mente de Martín, pero frunce el ceño con desdén.

—Está linda la chica, pero se le nota la pobreza encima —dice haciendo una mueca de disgusto—. Nadie va a creer que estoy enamorado de ella.

Fabián sonríe con ironía y replica:

—No es para que te cases con ella. ¿O acaso no tienes las suficientes bolas para llevarla a la cama?

Martín entrecierra los ojos, volviendo a mirarla.

—Te apuesto tu carro contra mi moto que, antes de que finalice el semestre, tengo sus zapatitos durmiendo bajo mi cama. ¿Qué dices?

Fabián extiende la mano con una sonrisa de reto.

—Hecho.

Martín la estrecha con firmeza antes de levantarse y caminar con seguridad hacia su presa.

Marilyn está haciendo fila en la cafetería, preguntando por una vacante de mesera, cuando siente una presencia a su lado.

—Hola, preciosa, hoy los ángeles están cayendo del cielo —dice Martín con su mejor tono seductor.

Ella parpadea, desconcertada, mirando a su alrededor. Su corazón se acelera al reconocerlo.

"El chico más rico de la universidad me ha hablado… que alguien me pellizque. No, mejor que no me despierten."

—¿Preciosa, te molesta mi compañía? —insiste Martín con una sonrisa perfecta.

—¿Me estás hablando a mí? —pregunta Marilyn, señalándose con timidez.

—Por supuesto. ¿A quién más? No hay otra mujer más hermosa que tú en este lugar. Acepta un café conmigo.

Ella pestañea, sintiendo el rubor subir a sus mejillas. Nunca un chico como él se había fijado en alguien como ella. Finalmente, asiente con timidez.

Martín pide el café y, mientras Marilyn toma la bandeja, él se gira disimuladamente hacia sus amigos y levanta los pulgares en señal de victoria.

Solo le tomó un par de meses llevarla a la cama.

Marilyn, una chica vulnerable, tímida y desesperada por ser amada, cayó en sus garras sin sospechar que era solo un juego.

Poco a poco, la conquistó pareciendo ser el hombre perfecto con su sonrisa y promesas vacías. Y cuando por fin la tuvo en su cama, ella creyó que era amor.

Hasta ese día.

Marylin sostiene el test de embarazo en sus manos. Está nerviosa y ansiosa por contarle la noticia a su novio. La idea de tener ese bebé la aterra, pero también la llena de una extraña sensación de felicidad...

Fin del flashback.

Adora a su hija, pero siente el peso de la injusticia sobre sus hombros. Es ella quien tiene que trabajar limpiando casas.

Cada día, en la madrugada viaja una hora con su pequeña hasta la casa de su hermana quien es la que la cuida y en la noche el recorrido es un poco más largo, depende la casa que deba limpiar.

No se atreve a dejarla con una desconocida. Trabaja hasta tarde, tratando de juntar lo necesario para darle a su hija una vida digna: un techo donde dormir, una cuidadora, comida.

Sus días son desgastantes.

Llega al supermercado y no encuentra espacio para estacionar su coche, decide dejarlo en la calle. No tardará más de cinco minutos.

Baja de prisa, toma los pañales y la leche de los estantes, paga a la cajera y sale apresurada del supermercado.

Su día no podría terminar peor: su coche está siendo cargado por una grúa.

Se acerca al oficial de tránsito e intenta mediar.

—Señor agente, por favor, no se lleve mi coche. Es mi único medio de transporte —suplica—. Dígame, ¿cómo podemos arreglar esto?

El oficial la mira de arriba a abajo. Tiene el ceño fruncido y está de mal humor; acaba de discutir con un hombre que lo golpeó y le rompió el labio.

—Señorita, ¿acaso no sabe que sobornar a la autoridad es un delito? —dice con tono amenazante.

Marilyn siente rabia. ¿Por qué todo le tiene que pasar a ella?

—Yo no he dicho eso, y si usted lo interpretó así, es porque así lo siente —responde, elevando la voz.

—¿No sabe que soy la autoridad y que puedo enviarla a la cárcel para que se le quite lo alzadita? —la amenaza nuevamente.

—Ustedes siempre hacen lo que les da la gana con los ciudadanos de bien, en vez de ir tras los delincuentes.

—No tengo tiempo para sus rabietas. Queda detenida por irrespeto a la autoridad pública —dice el policía, esposándola y subiéndola a la patrulla.

—¡Usted no puede hacerme esto! Tengo una niña pequeña por la que debo ir —grita desesperada, sollozando.

—¡Cállese! O serán más horas las que pasará en el calabozo —le grita otro policía.

Al llegar a la estación, la llevan a una celda donde hay varias mujeres con cara de pocas amigas. Se siente indefensa y temerosa. El marido de su hermana debe estar furioso…

Marylin Monroe

MARTÍN DÍAZ

3. En la comisaría.

Narrador omnisciente

La insistencia del teléfono a esa hora de la noche, hace que el pulso de Monic Benavides se acelere tanto que es incapaz de tomar el teléfono sin temblar.

—Residencia Sánchez- Benavides, ¿quién habla? —pregunta temerosa, temiendo lo peor.

"¿Un accidente? ¿Algo le pasó a Miguel?"

—¡Monic! ¡Soy yo, Leticia! —responde la voz de su amiga, entrecortada y acelerada.

Monic cierra los ojos aliviada, lo que le dura unos segundos. No es el hospital ni la policía con malas noticias sobre Miguel. Pero algo anda mal. Leticia suena... diferente.

—¿Leticia? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?

—En la comisaría, amiga. Fue una tontería. Un malentendido con unos idiotas... Necesito que vengas por mí —explica Leticia, apurada, como si alguien pudiera escucharla.

—¿En la comisaría? ¿Qué demonios hiciste ahora?

—Nada grave, ¡te lo juro! Pero necesito salir de aquí antes de que la prensa aparezca. Y no tengo a nadie más a quien llamar... Ayúdame, Monic, por favor.

Monic se pasa la mano por el cabello, desordenando. Suspira y mira la hora en el reloj de pared. Las manecillas marcan las 11:37 de la noche.

—Dame unos minutos, ¿sí? Necesito llamar a una niñera. Miguel no contesta nunca cuando está en... "Reuniones importantes". —Su voz se torna amarga al final. Leticia lo nota.

—Reuniones, claro… —dice Leticia en un tono cargado de insinuación, pero sin añadir más.

—Ya hablaremos de eso... —dice mirando por la ventana—. Déjame organizarme por los niños y voy para allá.

Cuelga luego de que Leticia le dé el nombre de la comisaria donde está y marca el número de Miguel otra vez.

El teléfono suena tres veces antes de irse directo al buzón de voz. Aprieta los labios con fuerza, sintiendo una oleada de rabia mezclada con inseguridad. Lleva meses sospechando que algo anda mal, pero cada vez que intenta confrontarlo, Miguel la evade con excusas y sonrisas forzadas.

—Idiota… —murmura, colgando el teléfono bruscamente.

Monic vuelve a sentarse, se frota las sienes y busca el número de la niñera en su agenda.

En la comisaría, Leticia Casallas se cruza de brazos mientras un oficial la empuja sin demasiada ceremonia de regreso a la celda común. La puerta de metal se cierra con un rechinido que hace eco en el pasillo.

Dentro, unas cuantas mujeres se acomodan en los bancos contra las paredes. Una de ellas, alta y con el cabello teñido de rubio platinado, discute con un policía en voz alta.

—¡Te digo que fue defensa propia! —gruñe la mujer, con las manos en la cintura—. Ese cabrón quería largarse sin pagar. ¿Yo qué se supone que haga? ¿Despedirlo con una sonrisa?

—Vamos, Cherry, ¿cuántas veces vas a usar la misma excusa? Deberías ser más amable con tus clientes si quieres conservar el negocio.

Cherry da un paso al frente, clavándole la mirada.

—¿Sabes qué? ¡Que te lo lleves tú a la cama la próxima vez! Seguro que lo haces mejor con lo que te pagan aquí.

Leticia sonríe de lado, apoyándose contra los barrotes.

—¿Y tú quién eres? No tienes pinta de pertenecer a este lugar —comenta, cruzando los brazos.

Leticia se encoge de hombros.

—Un mal día, nada más. Tú eres Cherry, ¿cierto? El oficial parecía conocerte bien.

—No tanto como cree. Pero sí, Cherry, a tus órdenes —responde con una sonrisa irónica, extendiendo una mano.

Leticia la estrecha y señala el banco vacío.

—Cuéntame, ¿al menos valió la pena el altercado?

Cherry bufa con fuerza, rodando los ojos.

—Por supuesto que no. Le subí la tarifa porque el muy desgraciado la tenía chiquita y ni siquiera sabía usarla.

Leticia se echa a reír, cubriéndose la boca para no hacer demasiado ruido.

—¡Ay, por favor! Yo lo he hecho gratis con uno así durante años. ¿Te imaginas lo que es eso?

Cherry la observa por un segundo antes de estallar en carcajadas. Ambas ríen con ganas, hasta que una de las otras mujeres las mira mal, chasqueando la lengua.

—Bueno, ahora ya lo sabes. Hay que saber cobrar. Al menos tú deberías aplicarlo —bromea Cherry, dándole un codazo amigable.

Leticia asiente, todavía sonriendo…

—No tuve elección, mi padre decidió el maldito matrimonio… Mateo parecía un hombre gentil, trabajador y servicial.

Cherry levanta una ceja y suelta con ironía:

—Me imagino que eso fue hasta que peló el cobre.

Leticia frunce el ceño, dejando ver que no entiende.

—Ay, güera, lo que te falta es mundo —dice Cherry, respirando hondo—. Hasta que enseñó su verdadero rostro.

Leticia asiente y sonríe con amargura.

—Sí. Al principio acepté mi suerte y, con el tiempo, decidí darle una oportunidad a Mateo. En la empresa automotriz que mi padre me dejó, los hijos de puta no me aceptaron como CEO porque, según ellos, dirigir una empresa era cosa de hombres. Como si un p£ne y un par de pelotas te hicieran más inteligente.

Cherry suelta una carcajada.

—Pero tú tienes una lengua afilada. Y, sinceramente, creo que tienes más huevos que ellos.

Leticia baja la mirada, esboza una sonrisa de medio lado y sacude la cabeza con ironía.

—Puede que sí… pero esos hijos de su… —respira hondo, conteniendo la rabia— no me dejan ocupar el lugar que me corresponde. Al final, Mateo pasa de ser el hijo de un pobre diablo a quedarse con mi puesto como CEO… y darse la gran vida.

Cherry resopla y chasquea la lengua.

—Pero el desgraciado pito chiquito te debe tener en un altar.

Leticia suelta una risa amarga.

—Ya quisiera. Salta como una maldita pulga de cama en cama, mientras yo parto el lomo trabajando… y ese cabrón solo firma y se lleva los halagos.

Aprieta la mandíbula y se pasa una mano por el rostro, respirando hondo, tratando de contener la furia y la frustración que la carcomen. Deja escapar una risa sin humor.

—El imbécil cree que acostándose con cuanta p£rra se le cruce en el camino le va a crecer el chitø.

Hace una pausa, cruza los brazos y habla con total ironía.

—Pero eso sí, el cabrón sí salió fértil… En la primera cøgida me hizo mellizos. Me tocó mandar a sellar la fábrica.

LETICIA CASALLAS

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