__Hay un problema, Aurora__. La doctora dejó la frase suspendida en el aire, como una sentencia. Aurora sintió un escalofrío. Toda su vida ha anhelado ser madre, y ahora, que finalmente se ha atrevido a desafiar a su esposo y a su propio destino, un simple papel amenaza con arrebatarle su sueño. El miedo le apretó la garganta.
__Doctora... ¿qué ocurre? ¿Aún puedo... tener hijos?__. La pregunta salió entrecortada, un hilo de voz que refleja la desesperación de Aurora. Siente que el suelo se abre bajo sus pies, que su mayor anhelo se desvanece en el aire. Una respuesta negativa, y su vida se derrumbara.
__A pesar de tu edad, Aurora, tu fertilidad aún es viable. Puedes concebir__. La doctora le dedicó una mirada preocupada.
__El problema es otro__. El alivio inicial de Aurora se desvaneció, reemplazado por una punzada de miedo, y un nudo en el estómago que le impide respirar.
__Si no es la edad, si no es la fertilidad, entonces ¿qué es? Dígame, doctora. Ya me está asustando con tanto misterio y vueltas para decirmelo__. La voz de Aurora, aunque temblorosa, tiene un tono de exigencia. Necesita saber la verdad, sin importar cuán dolorosa sea esta.
__El examen de HIV ha dado positivo, Aurora. Tienes VIH, una infección de transmisión sexual. Si te embarazas sin tratamiento, el riesgo para el bebé es altísimo: Transmisión del VIH al bebé, bajo peso al nacer, parto prematuro, progresión del VIH en ti, riesgo de infecciones durante el embarazo porque tu sistema inmune está inmunocomprometido... la lista es larga y devastadora. Necesitamos determinar la carga viral del VIH y bajarla hasta que sea indetectable antes de que consideres el embarazo__.
HIV positivo. Infección de transmisión sexual. Daño al bebé, complicaciones en ella. Las palabras retumban en el corazón de Aurora, como un eco de pesadilla. La tierra se abrió a sus pies, amenazando con engullirla. Miedo y rabia la invadieron, una mezcla tóxica de incredulidad y traición. ¿Cómo es posible? Solo ha estado con un hombre en su vida, su esposo.
__No puede ser, doctora. ¡No puede ser! Solo he estado con mi esposo. Y mis análisis anuales siempre salen perfectos. ¿Cómo voy a tener VIH?__. La voz de Aurora se quebró, un grito ahogado de incredulidad y desesperación. La lógica no tiene cabida en su mente.
__Aurora, lamento mucho darte esta noticia. El HIV positivo indica VIH. Dado que tu esposo es tu única pareja, él es la fuente de la infección. Si tus análisis recientes estaban limpios, esto sugiere que el contagio es reciente y él también está infectado. La buena noticia es que, al ser reciente, la carga viral no debería ser tan alta, por lo que es más rápido bajrla. Podrás retomar tus planes de maternidad el próximo año__
Las palabras de la doctora confirmaron lo que Aurora se negaba a creer: su esposo la ha traicionado. No solo la ha engañado, sino que la ha expuesto a una infección venerea. La rabia le quema las entrañas, una furia silenciosa contra la injusticia de ser engañada.
__Así que no solo me negó el sueño de ser madre, sino que también me engañó. Me contagió una enfermedad. ¡Todo lo que me cuidé, todo lo que esperé! Y él, ese infame, pisoteó mi dignidad por revolcarse quien sabe con quién. ¿No tuvo el valor de decirme que ya no me amaba? ¿No pudo pedirme el divorcio?__. Engañada, herida, traicionada, usada, estúpida... Aurora siente el peso de casi veinte años de matrimonio, una vida dedicada a un hombre que ahora es un extraño. El hombre que amó se ha desvanecido, reemplazado por un desconocido que, para colmo, la ha contagiado de una ITS.
__Aurora, no puedo entender completamente tu dolor, pero estoy aquí para apoyarte. Ahora, lo más importante es tu salud y tu deseo de ser madre. Necesitamos determinar la carga viral de la infección para que puedas iniciar el tratamiento y cumplir tu sueño__. Aurora se secó las lágrimas, asintiendo a las palabras de Azucena. Ese monta cachos y traidor no le seguirá arrebatando su sueño de ser madre. ¡No lo permitirá! Y cuando salga del consultorio, él la escuchará. Se arrepentirá de haberla contagiado, traicionado, de haber desechado todo el amor y sacrificio que ella le había entregado desde que se conocieron.
__Aurora, entiendo que esto es difícil. Necesito que te tranquilices lo mejor posible. Y regresa en tres días para que podamos realizar un examen físico completo y solicitar pruebas de laboratorio. Así determinaremos la carga viral de la infección e iniciaremos el tratamiento adecuado__. Con voz suave, la doctora intenta guiar a Aurora a través de su dolor. Sabe que la ira es natural, y justificada, pero también sabe que, en este momento, la razón es su mejor aliada. Dejar que la furia la consuma solo beneficiará a quien la ha traicionado.
Las palabras de Azucena lograron calmar a Aurora, permitiéndole ver la situación con mayor claridad. Su esposo es el responsable de la fractura en su matrimonio, no ella. Él la había utilizado durante diecinueve años, ignorando sus sueños y ambiciones, manipulándola para alcanzar sus propias metas. Ella había sacrificado sus deseos, postergando la maternidad, mientras él ascendía en su carrera.
Al salir del consultorio, Aurora condujo sin rumbo, y solo se detuvo cuando llegó a un parque con un lago sereno y una vista que la aleja del caos urbano. Un escape que ella nunca había deseado, pero que aceptó por amor a su esposo. Anhelaba el campo, la naturaleza que la hacía sentir libre y radiante. Esa libertad, ese brillo, se habían apagado lentamente, consumidos por los años de encierro y sacrificio, dedicados a impulsar el éxito de su esposo en la ciudad.
El parque al que llegó Aurora es un oasis de vida, un refugio de altos árboles y arbustos cuidados. El lago, con su verde esmeralda, refleja una paz profunda, la cual aurora no tiene en este momento, mientras varios senderos, invitan a escapar del bullicio urbano. Un rincón de naturaleza en los límites de la ciudad, un respiro para el alma, el cual aurora necesita más que nunca para procesar toda la información que recibió de su doctora y que le ha fracturado el alma por ser traicionada por el hombre que eligió como compañero de vida.
En la soledad del parque, Aurora se dejó caer en un banco, con la mirada perdida en el lago. Las lágrimas, como un río desbordado, buscaron alivio al dolor que le hiere el alma. Traición, engaño, años desperdiciados... la amargura se mezclo con la rabia. ¿Cómo había podido él hacerle esto? Cuando ella dejó todo por él y sus sueños de ser alguien exitoso.
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Las lágrimas resbalan por las mejillas de Aurora, un río salado incapaz de lavar el dolor. El tiempo perdido, los sueños de maternidad aplastados por la ambición de un hombre que la convirtió en su sombra: asistente, ama de casa, proveedora. Todo para que él alcanzara el éxito, mientras ella se diluía en el olvido.
Las lágrimas se secaron de golpe, como si un cortocircuito hubiera apagado su dolor. La mirada de Aurora, antes perdida, ahora arde con la sed de venganza de quien ha sido humillada hasta el tuétano. Todo por un hombre que tomó su vida como un préstamo sin intereses, devolviendo apenas migajas. Se levantó, tiene un nuevo propósito latiendo en su pecho, y regresó al coche. Ya no será la sombra de nadie. Ahora va a enfrentar a su esposo, a su destino, a la verdad que la había mantenido prisionera: VIH, servidumbre, invisibilidad. Nunca fue su esposa, solo un recurso, un secreto bien guardado al que se le negaba incluso la entrada a su propio lugar de trabajo.
El camino se convirtió en un túnel de recuerdos, cada uno de ellos un puñal en el corazón de Aurora. La furia creció con cada imagen, con cada recuerdo de su entrega incondicional, de su esperanza ciega en los votos matrimoniales que él había profanado. Diecinueve años de una farsa, de un amor unilateral, de señales ignoradas y detalles enterrados bajo la alfombra de la negación. La mujer que se aferró a la esperanza, que perdonó lo imperdonable, había muerto. Él la había asesinado, con su desprecio, con su indiferencia, con el veneno de una enfermedad incurable.
El coche se detuvo, no frente al hogar que había compartido con Arnold, sino ante la casa de su antigua confidente, la amiga de la universidad. Esa voz que, en su momento, le había dicho con crudeza lo que nadie más se atrevía: que Arnold la empequeñecía, que el amor no es una prisión. Pero Aurora, en su ceguera, había preferido escuchar a su esposo, alejándose de la única persona que la quería lo suficiente como para decirle la verdad.
Con manos temblorosas, Aurora pulsó el timbre, un grito silencioso de auxilio. El timbre resonó con la urgencia de su desesperación. Aurora suplica, en cada pulsación, encontrar a su amiga, a la confidente que había perdido. Solo ahora, con el corazón roto, entiende la verdad: el amor la había cegado, la había hecho sorda a la razón, alejando a quienes intentaban protegerla de Arnold.
Tras una lluvia de timbrazos, la puerta cedió. Y Aurora, al ver a Amina, se rindió. Cayó, sin fuerzas, sin aliento. ¿Cómo no llorar, cómo no gritar, cuando el cuerpo le duele, cuando el alma sangra por la traición, por la enfermedad? La fortaleza se ha roto, dejando solo un vacío de dolor y lágrimas contenidas.
La urgencia del timbre la hizo correr a la puerta. Lo que vio la dejó sin aliento: Aurora, su amiga, su hermana, arrodillada, deshecha. A pesar del silencio impuesto por el tiempo y por Arnold, el dolor de Aurora la atravesó. La impotencia, la furia, la consumieron. La guio al sofá, la recostó, y la abrazó, acariciando su cabello, intentando ser un refugio en medio de la tempestad.
__Aurora, por favor, habla__. Suplicó Amina.
__No tengas miedo. Sabes que jamás te juzgaré, pase lo que pase__. Amina observa con angustia el estado de shock de Aurora. Sus ojos, vacíos, parecen haber olvidado cómo llorar.
El shock de Aurora preocupa a Amina. Sus ojos, secos de lágrimas, refleja un dolor mudo. Pero al escuchar la voz de su amiga, el dique se rompió. Las lágrimas, incontenibles, fluyeron.
__Amina, tenías razón. Arnold me ha destrozado por completo. Mis sueños, mi profesión, todo se ha desvanecido. Pero lo más doloroso es que me ha contagiado de VIH. Una carga que llevaré para siempre, una enfermedad que jamás elegí__. Las palabras de Aurora golpearon a Amina con la fuerza de un puñetazo. Agradeció estar sentada, o habría caído. Ese hombre despreciable ha marcado a su amiga para siempre, con una enfermedad cruel e injusta. Aurora, que se había guardado para el matrimonio, llena de ilusiones, ahora carga con la traición y la enfermedad. Ese monstruo ha destrozado sus sueños sin piedad.
__Ese maldito superó mis peores expectativas__. Escupió Amina.
__Ni perdón, ni lágrimas, ni sacrificios. Ese ser despreciable lo único que merece es ser castrado por infiel y una patada en el trasero por inútil. No puedes seguir desperdiciando tu vida a su lado__. Las palabras de Amina, duras pero necesarias, resonaron en Aurora. Ahora, sin la venda del amor, puede ver la verdad: su amiga tiene razón. Cortar lazos con Arnold es esencial para su bienestar. Es hora de elegir su propio camino, lejos de la sombra de Arnold y su familia.
__Me divorcio. Retomo mi vida, mis sueños, mi deseo de ser madre. Primero, lucharé contra esta enfermedad que él me regaló. Pero no puedo hacerlo sola, Amina. Necesito tu mano, tu fuerza. Sé que no merezco tu ayuda, después de alejarte, de no confiar en ti. Pero sin ti, siento que no podré__.
Amina sonrió, aliviada. Casi veinte años, pero Aurora por fin ha despertado. La ayudará qen todo. Ese idiota no volverá a aprovecharse. Su "gallina de huevos de oro" se ha ido, y por más que llore y suplique no volverá a su lado para seguir resolviendo su vida.
__Me alegra que te liberes de ese parásito. Busca al mejor abogado. ¡Divórciate! No permitas que siga apagando tu luz. Ese título es tuyo, no de él, pero como el karma es precioso dejaremos que su ineptitud demuestre que el no es el brillante abogado que presume, porque su fama llegó fue gracias al trabajo silencioso de su esposa__.
Con la decisión de Aurora tomada, Amina puso el plan en marcha. Mañana, cita con el abogado para el divorcio. Ahora, lo urgente: sacarla de esa casa tóxica. Ese idiota pronto lamentará haber cambiado diamantes por baratijas. La rutina de Arnold, llegar solo para dormir, facilitó la mudanza. Aurora y Amina sacaron lo esencial. Aurora, decidida a demostrar su independencia, a probar que él sin ella no es nadie. Ni sus súplicas de rodillas la harán volver. Sus oportunidades se agotaron.
El portafolio de Arnold se balancea al ritmo de sus pasos apresurados, reflejando la urgencia de su alegría. Al abrir la puerta de su casa, un suspiro de satisfacción se escapó de sus labios. Los últimos meses han sido un torbellino de éxitos: victorias en juicios clave, clientes influyentes y elogios de sus superiores. El camino hacia la sociedad en el bufete de abogados más prestigioso de la ciudad se despeja ante él.
Al cruzar el umbral, un silencio inusual lo recibió, un vacío que resonaba en cada rincón de la sala. No estaba Aurora, con su sonrisa cálida y el ritual de siempre: el saco liberado de sus hombros, el maletín arrebatado de su mano, la suave guía hacia el comedor. Por primera vez en años, la casa se sentía extrañamente deshabitada, y una opresión desconocida le apretó el pecho.
La luz inundó la sala, pero no disipó la inquietud de Arnold__Aurora__. Gritó, esperando el sonido de sus pasos, la aparición inmediata que siempre seguía a su llamado. Pero solo el silencio le respondió, un silencio espeso y perturbador. La encontró en el dormitorio, el lugar donde la intimidad era una rareza, un evento programado. La ausencia de su calor, la frialdad de la habitación, le revelaron una verdad que no quiere y se niega a ver.
__Aurora, ¿qué demonios te pasa?__. Su voz, cargada de desprecio, resonó en la habitación.
__¿Acaso la vejez te ha dejado sorda? Ni siquiera fuiste capaz de recibirme en la puerta. ¿Dónde está mi cena? ¿Y por qué estás aquí, inmóvil, como si esta casa se mantuviera sola?__. Las exigencias de Arnold se disolvieron en el aire, sin encontrar respuesta en Aurora. Ella se movió, no con la sumisión esperada, sino con una determinación silenciosa. Arnold anticipó el beso de bienvenida, un gesto que pensaba rechazar, pero en lugar de labios, sintió el impacto seco de un papel contra su piel.
__Quiero el divorcio, Arnold__.La voz de Aurora es un corte frío, sin espacio para réplicas.
__En este papel encontrarás la razón principal, el detonante. Pero créeme, hay una larga lista de motivos por los que ya no puedo soportar ni un minuto más a tu lado__. Una risa burlona escapó de los labios de Arnold, un ruido cruel que resonó en el silencio de la habitación. Aurora sintió un escalofrío, no de miedo, sino de una profunda y dolorosa verdad que se revela ante ella, haciéndole ver que Arnold no es el hombre que ha idealizado por años.
__¿Divorciarte__. La burla en la voz de Arnold hizo que el corazón de Aurora se encogiera. Sabe que él se creé indispensable, el centro de su universo. Pero bajo la aparente seguridad de Arnold, Aurora vislumbró una sombra de duda, un miedo a perder el control que tanto valora.
__La verdad siempre sale a la luz, Arnold. Este papel es la prueba irrefutable. Tarde o temprano, mis resultados darían positivo. Entonces vería tu engaño, tu traición en toda su magnitud. No solo me robaste diecinueve años de mi vida, sino que me has condenado de VIH, por tu falta de pantalones al no decirme que ya no me querias__. La furia de Aurora se desató, sus palabras afiladas como cuchillos, perforando el corazón de Arnold. Él se tambaleó, incapaz de asimilar la noticia. Si Aurora tiene VIH, entonces él también... La verdad lo golpeó con la fuerza de un huracán, dejándolo sin aliento.
__Aurora, dime que esto es una pesadilla. No puedes tener VIH. ¡No! Si tú... si tú lo tienes, entonces yo también... No puede ser... esto no puede estar pasando__. El estruendo de la bofetada resonó en la habitación, un eco que silenció el cinismo de Arnold. Su rostro se giró, la marca roja un testimonio de su hipocresía. Pero esta vez, Aurora no se dejará engañar por sus lágrimas falsas, por su papel de víctima. Lo miró con desprecio, sus ojos fríos como el acero.
__¡Deja de fingir, Arnold! Tu cinismo me repugna. Si estoy infectada, es por tu culpa, por tu engaño quien sabe con cuántas mujeres. Me traicionaste como esposo, como pareja y me condenaste a esta enfermedad. ¡Todo por tu cobardía! Si me hubieras dicho la verdad, nada de esto habría pasado__. Para Arnold es imposible de creer. No había forma de que eso fuera cierto. Él había tomado precauciones, solo había estado sin protección con Aurora y su amante, ambas libres de enfermedades. Debe haber un error, una confusión. ¿Pero cuál? La negación lucha contra la creciente certeza de la verdad.
El karma lo golpeó con la fuerza de un recuerdo: su decimonoveno aniversario de bodas. Esa noche, la ausencia de su amante habitual, siempre dispuesta a satisfacer sus deseos, lo había llevado a buscar consuelo en otra parte. Una exuberante castaña en el club, una aventura impulsada por el alcohol, un desliz que había olvidado... hasta ahora. La ironía lo aplastó: su aniversario, la noche en que había sellado su destino.
__Aurora, no seas ridícula. ¿Divorciarte? ¿Quién te va a querer ahora, con más de cuarenta años, sin trabajo y con VIH? Además, no te engañé por gusto. Soy hombre, tengo necesidades. Y contigo... contigo solo encuentro rutina. Eres mi esposa, tu lugar es aquí, cuidando de mí y de la casa. No esperes que te trate en la intimidad como a una amante__. Durante años, Aurora había vivido en una ilusión, creyendo en el amor de Arnold. Ahora, sus palabras la despiertan a una realidad cruel. Él nunca la había amado, solo la había utilizado. La ira la consume, una mezcla de dolor y rabia que la impulsa a liberarse de esa prisión.
__Tu hipocresía me asquea, Arnold. Eres lo peor que me ha pasado. Después de hoy, no existes para mí. No quiero que tu sombra vuelva a oscurecer mi vida. Eres un estorbo del que me libero desde este momento__. Antes de que Aurora pudiera alcanzar la puerta, Arnold la bloqueó, su agarre en su brazo como un grillete.
__¿A dónde vas, Aurora? Eres mía. El juramento es claro: hasta que la muerte nos separe. Y aún estamos vivos__. Su tono de voz es una mezcla de posesión y desafío. La furia le dio a Aurora la fuerza para liberarse del agarre de Arnold. Sintió un escalofrío donde su piel había estado en contacto con la de él, y al bajar la mirada, notó las marcas rojas, un recordatorio de la violencia de la situación.
__Los votos matrimoniales, promesas de fidelidad, amor y respeto, se convirtieron en palabras huecas en tu boca. En este matrimonio, asumí el papel de ambos, la mujer y el hombre, mientras tú te convertías en una sombra, un parásito que se nutría de mi esfuerzo y aniquilaba mis anhelos de un hogar__.
El silencio se apoderó de la habitación, denso y cargado tras la inesperada actitud de rebeldía de Aurora. Arnold, petrificado, la observó deslizarse hacia la puerta, su figura esbelta desapareciendo sin un último vistazo. Cuando por fin reaccionó, el portazo resonó como un disparo. Corrió hacia la ventana, justo a tiempo para ver el coche de Amina alejarse a toda velocidad, y a Amina, con una sonrisa burlona, dedicarle un gesto obsceno.
__Aurora, Aurorita... tu patética súplica de atención tendrá consecuencias. Si quieres el divorcio, lo tendrás. Pero no te equivoques, saldrás de aquí sin nada. Mujeres como tú, o mejores, me sobran. Todo lo que hemos construido juntos se quedará conmigo. Y cuando te des cuenta de que sin mí eres una sombra, vendrás a rogar mi perdón. Te arrodillarás, besarás el suelo que piso, y tal vez, solo tal vez, te conceda el honor de ser mi esposa de nuevo__.
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