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LA ABOGADA DEL CAPO ITALIANO

CAPITULO 1

La mansión de los Greco Álvarez estaba vestida de fiesta. Globos blancos, azules y dorados adornaban la entrada principal, mientras los arreglos florales llenaban de aroma el ambiente. Hoy no era un día cualquiera: las trillizas Sara, Rebeca y Emma cumplían diecinueve años. La familia entera estaba reunida para celebrar.

Las tres hermanas, idénticas en casi todo, tenían el cabello negro largo en ondas y los ojos oscuros como su madre, Soledad. Pero Emma era distinta en un detalle que la hacía resaltar aún más: sus ojos verdes esmeralda, herencia de su abuela paterna, una mujer a quien nadie conoció, pues había fallecido de cáncer cuando Giacomo era apenas un niño.

Lucero llegó a la mansión con una sonrisa radiante, que no solo iluminaba su rostro, sino que también reflejaba su emoción por reencontrarse con su familia tras tanto tiempo lejos.

—Buenas tardes —saludó Lucero al entrar, irradiando alegría.

—Mi niña, por fin llegaste —dijo Giacomo al verla. Caminó hacia ella con pasos firmes y seguros, dándole un beso en la mejilla—. Te extrañé mucho, mi pequeña.

Lucero sonrió, sintiendo ese calor paternal que tanto había añorado.

—Yo también, papá —respondió ella, sosteniendo tres regalos envueltos en papeles brillantes.

—¿Dónde están las pequeñas traviesas? —preguntó Lucero mientras caminaba junto a su padre.

—En el jardín —contestó Giacomo, pero en lugar de acompañarla, subió las escaleras.

Lucero lo observó con curiosidad y un toque de tristeza.

—Papá… —susurró al verlo alejarse, quedándose sola en el primer escalón.

—Voy por tu mamá, Lucero —dijo Giacomo sin mirarla.

Lucero suspiró, entendiendo. Su madre, Soledad, siempre había sido el centro del universo de Giacomo.

—Está bien, voy al jardín —murmuró antes de dirigirse hacia donde sabía que encontraría a sus hermanas y al resto de su familia.

El jardín estaba lleno de risas, música suave y el sonido de conversaciones entrecruzadas. Al llegar, Lucero sintió un nudo en la garganta al ver a todos reunidos. Los había extrañado más de lo que quería admitir.

—Hola —saludó, atrayendo miradas hacia ella.

—¡Hermana! —gritó Emma, corriendo hacia ella para abrazarla—. Por fin se te acabó tu castigo.

—Eso creo —respondió Lucero con una sonrisa, mientras abrazaba a Emma con ternura. Saludó también a Sara y Rebeca, felicitándolas por su cumpleaños.

Después, se acercó a su hermano mellizo, Aydan, y a su hermana mayor, María. Cada encuentro la hacía sentir más en casa.

Pero mientras todos disfrutaban, Emma tenía la mente en otro lugar, o mejor dicho, en otra persona. Su corazón latía desbocado mientras miraba discretamente hacia la entrada cada pocos minutos. Esperaba a alguien con ansias, alguien que hacía meses no veía y que se había convertido en el dueño de sus pensamientos: Luigui Cardona.

Emma no sabía cuándo había comenzado a amarlo. Tal vez siempre lo había hecho, desde que era una niña que lo veía como el mejor amigo de sus hermanos. Pero ahora, como mujer, sabía que sus sentimientos habían cambiado. Ya no era un simple capricho, era amor, un amor que ardía en su pecho y que necesitaba confesarle hoy, en su cumpleaños.

El tiempo pasaba lentamente para ella, hasta que, finalmente, lo vio llegar. Luigui entró acompañado de sus inseparables amigos, Franco y Nick. Su presencia imponente no pasó desapercibida para nadie, pero para Emma, el resto del mundo desapareció en ese instante.

Luigui estaba tan atractivo como siempre: su cabello castaño peinado con descuido, su mirada intensa y su porte elegante que hacía suspirar a más de una. Pero lo que realmente atrapó a Emma fue la forma en que él la miró. Aunque solo fue un instante, Emma sintió su corazón detenerse.

—Buenas tardes —saludó Luigui, paseando su mirada por el jardín hasta detenerse en Emma. Se veía tan hermosa con ese vestido azul que abrazaba sus curvas de manera perfecta. Y esos ojos verdes… Dios, esos ojos lo desarmaban cada vez que los veía.

—¡Llegaste! —gritó Emma sin poder contener su emoción. Corrió hacia él, lanzándose a sus brazos sin dudarlo un segundo.

Luigui sonrió, sosteniéndola con fuerza y perdiéndose en el aroma dulce que emanaba de ella.

—Hola, enana. Feliz cumpleaños —dijo en un susurro, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. ¿Por qué Emma siempre lograba derribar sus barreras sin esfuerzo?

Emma se aferró a él como si temiera que desapareciera en cualquier momento.

—Quiero decirte algo a solas —murmuró, mirando a Franco y Nick, quienes entendieron la indirecta de inmediato.

—Ustedes dos hablen, que nosotros nos divertiremos —bromeó Nick, guiñándole un ojo a Rebeca.

Emma tomó la mano de Luigui y lo llevó a un rincón apartado del jardín, donde los arbustos altos y las flores coloridas les daban la privacidad que necesitaban. Su corazón latía tan rápido que sentía que iba a salirse de su pecho. Cada paso que daba la acercaba al momento que tanto temía y anhelaba.

Cuando llegaron al rincón más escondido, Emma soltó un suspiro tembloroso. Luigui la miró con curiosidad, pero también con cierta inquietud.

—¿Qué pasa, enana? —preguntó suavemente, aunque algo en su interior le decía que lo que estaba por venir iba a cambiarlo todo.

Emma levantó la mirada, sus ojos verdes brillando con una mezcla de nervios y determinación.

—No es fácil decirlo —susurró, jugando con los dedos para calmar su ansiedad—. Pero creo que es más fácil mostrarlo.

Antes de que Luigui pudiera reaccionar, Emma se acercó y presionó sus labios contra los de él. Fue un beso suave al principio, lleno de ternura, pero pronto se convirtió en algo más intenso. Emma derramó todo su amor, su deseo y su anhelo en ese beso.

Luigui, sorprendido, se quedó inmóvil por un momento. Pero no pudo resistirse. La atrajo hacia él, profundizando el beso, dejándose llevar por la pasión que había tratado de negar durante tanto tiempo. Su mano acarició suavemente el rostro de Emma, mientras sus labios se movían con una sincronía perfecta.

Pero entonces, la realidad golpeó a Luigui como un balde de agua fría. ¿Qué estaba haciendo? Emma era la hija menor de los Greco y no solo eso de sus padrinos, una niña comparada con él. Su conciencia gritaba que aquello estaba mal.

De repente, se apartó bruscamente, dejando a Emma confundida y herida.

—¿Qué estás haciendo, Emma? —preguntó, intentando sonar firme, aunque su voz lo traiciono por la confusión que sentía.

Emma lo miró, con el corazón latiendo dolorosamente.

—Estoy tratando de decírtelo con un beso… Te amo, Luigui. Con todo mi corazón —confesó, con su voz temblorosa pero decidida.

Luigui negó con la cabeza, intentando mantener la compostura.

—Bájate de esa nube, Emma. Tú eres una niña para mí —dijo, aunque sus ojos reflejaban un torbellino de emociones.

Emma dio un paso hacia él, negándose a aceptar su rechazo.

—No soy una niña, Luigui. Tengo diecinueve años —insistió, mirándolo fijamente.

Luigui suspiró, pasándose una mano por el cabello.

—Para mí, lo eres, Emma —exclamó, alejándose un paso más—. Soy mayor que tú por seis años. Busca a alguien de tu edad.

Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Emma, pero no iba a rendirse.

—Nadie te va a amar como yo —susurró con la voz quebrada—. Nadie, Luigui.

Él apretó los puños, intentando controlar lo que realmente sentía.

—No me importa si me amas o no. Yo no te amo —dijo con frialdad, dándose la vuelta para irse.

Emma sintió que su mundo se rompía en mil pedazos, pero aún así, su voz resonó con fuerza mientras lo veía alejarse.

—¡Luigui! —gritó, haciendo que él se detuviera por un segundo—. Escucha bien lo que te voy a decir… Serás mi amante, mi esposo y el padre de mis hijos. Cuando llegue ese día, me pedirás perdón por haberme rechazado hoy.

Luigui no respondió. Solo siguió caminando, dejando atrás a una Emma que, a pesar de las lágrimas que corrían por su rostro, sabía que su amor era más fuerte que cualquier rechazo.

Porque Emma estaba segura de algo: el amor verdadero siempre encuentra su camino. Y Luigui Cardona, tarde o temprano, sería suyo...

Continuará...

CAPITULO 2

Los días pasaban lentamente para Emma, como si el tiempo se burlara de su tristeza. Cada amanecer traía la misma rutina: despertarse con los ojos hinchados de tanto llorar, revisar el teléfono con la esperanza de encontrar un mensaje o una llamada de Luigui, solo para descubrir que seguía el mismo silencio abrumador. El rechazo de Luigui era un peso que no lograba quitarse del pecho. ¿Cómo era posible que un sentimiento tan puro como el amor pudiera doler tanto?

Sentada en su cama, abrazando una almohada que ahora parecía su única compañía, Emma dejó escapar un suspiro cargado de tristeza. Las lágrimas rodaban por sus mejillas sin permiso, mojando su rostro y su alma. No podía evitarlo. Lo amaba, lo amaba con cada fibra de su ser, pero él… él solo la veía como una niña.

Un suave golpeteo en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—Emma, el desayuno está listo, hija —dijo Soledad mientras abría lentamente la puerta.

Emma, incapaz de ocultar su estado, bajó la mirada. Soledad, al verla en con lágrimas cerró la puerta y se acercó a ella. Se sentó a su lado en la cama, envolviendo la en un cálido abrazo de madre.

—Mi rayito de sol, ¿qué pasa? —preguntó con dulzura, acariciando el cabello de su hija.

—Estoy bien, mamá —susurró Emma, apretándose más contra Soledad, buscando consuelo en ese abrazo.

—No, no estás bien, hija. Estás triste desde el día de tu cumpleaños. Dime qué pasó, mi rayito de sol —insistió Soledad, levantando el rostro de Emma con suavidad y limpiando sus lágrimas con el pulgar.

Emma tragó saliva, sintiendo que el nudo en su garganta se hacía más grande.

—Es por Luigui, ¿verdad?

Emma asintió levemente, sin poder contener más su dolor.

—Sí, es por él.

Soledad frunció el ceño, preocupada.

—¿Qué te hizo, mi niña? —preguntó acariciando el cabello de Emma con ternura.

—Me rechazó como mujer, mamá. Me dijo que era una niña ante sus ojos. Yo lo amo… solo quería que mi regalo de cumpleaños fuera ser su novia. Me quiero morir —dijo Emma entre sollozos.

Las palabras de su hija hicieron que Soledad se levantara de golpe. Una mezcla de enojo y frustración apareció en su rostro, un gesto que Emma rara vez veía en su madre. Emma se asustó al notar esa expresión.

—¡Escucha muy bien, Emma! —exclamó Soledad, mirándola fijamente—. Una Álvarez nunca se rinde. Si amas a Luigui, espera el momento ideal para amarrarlo a ti. Por ahora, termina tu carrera, conviértete en la abogada que quieres ser y deja que el tiempo pase. Sabrás actuar en el momento indicado.

Emma negó con la cabeza, sintiéndose derrotada.

—Mamá, no es fácil… ¿cómo voy a hacer que él me ame algún día? —preguntó con un hilo de voz, sintiendo que su corazón se rompía aún más.

Soledad se acercó de nuevo, sentándose frente a ella, tomando sus manos con firmeza.

—Emma, las cosas importantes en la vida no son fáciles. Muchas veces hay que derramar lágrimas para ser feliz con la persona que se ama.

Emma se sorprendió por esas palabras. Siempre había pensado que el amor de sus padres era perfecto, que nunca habían sufrido por estar juntos.

—Mamá, no digas eso… tú y papá siempre han estado juntos —susurró Emma, confundida.

Soledad sonrió con melancolía.

—No siempre, Emma.

Esa confesión dejó a Emma en shock. Jamás imaginó que sus padres hubieran pasado por momentos difíciles en su relación.

—No te entiendo —dijo Emma, sentándose en la orilla de la cama, mirándola con curiosidad.

Soledad respiró hondo, como si estuviera reuniendo fuerzas para contar un capítulo de su vida que había mantenido en secreto por mucho tiempo.

—Te voy a contar una versión resumida de la historia —dijo Soledad, sentándose al lado de su hija y tomando sus manos con cariño.

El rostro de Emma reflejaba sorpresa y expectación. Nunca había escuchado esta parte de la historia de sus padres.

—El día que le iba a contar a tu papá que estaba embarazada de Lucero y de Aydan, ese día él me terminó. Me dijo que nunca me había amado, que solo había sido un entretenimiento para él durante los cinco años que estuvimos juntos —confesó Soledad, con la voz quebrada al recordar ese dolor.

Emma abrió los ojos como platos, incapaz de creer lo que escuchaba.

—¿Papá te dijo eso? —susurró, sintiendo que su corazón latía rápidamente.

—Sí. Me rompió el corazón en mil pedazos y lo dejé irse. Me ofrecieron un trabajo en Cancún y, desesperada por olvidar, acepté sin pensarlo. Firmé tantos papeles que ni siquiera supe lo que en verdad estaba firmando —dijo Soledad con una sonrisa nostálgica.

—¿Qué pasó después? —preguntó Emma, ansiosa por saber cómo esa historia terminó en el amor que conocía entre sus padres.

—Pasaron los meses y un día, tu papá apareció en el hotel donde trabajaba. Estaba furioso, reclamando que yo le pertenecía y que Aydan era su hijo. Lo que no sabía es que, al firmar los papeles para mi trabajo, también había firmado un contrato de matrimonio con él —dijo Soledad, soltando una carcajada al recordar ese enredo.

Emma no pudo evitar reír también.

—¡No puede ser! ¿Un contrato de matrimonio? Mamá, eso suena como una película —dijo Emma, divertida.

—Lo sé, fue una locura. Tu papá me obligó a vivir con él, pero lo castigué… nada de nada —dijo Soledad con una sonrisa traviesa.

—¿Nada de nada? —preguntó Emma, curiosa.

—Nada de nada. Lo tenía loquito, pero el descarado me tenía más loquita por él. Las hormonas del embarazo no ayudaban y él… él caminando desnudo por todo el apartamento —dijo Soledad, soltando una carcajada.

Emma no pudo contener la risa.

—¡No puedo creer que mi papá anduviera sin ropa por todo el apartamento!

—Sin nada, Emma, ¡sin nada! Era un tormento. Yo quería lanzarme sobre él y dejar que hiciera lo que quisiera conmigo, pero no podía. Tenía que castigarlo, vengarme por haberme roto el corazón —dijo Soledad, con los ojos brillantes de diversión.

Emma se secó las lágrimas, pero esta vez de risa.

—Mamá, ustedes de verdad han pasado por todo —dijo Emma, admirando a su madre.

Soledad tomó el rostro de su hija con ternura.

—Eres mi hija, Emma. Eres una Greco Álvarez y nunca nos rendimos. Luigui te ama, aunque no lo admita. Se le nota cuando te mira. Usa tus armas cuando sea el momento adecuado. Vigílalo, mantente cerca, pero deja que él crea que tiene el control. Y si tienes la oportunidad de estar con él sin que lo sepa, no veo el problema —dijo Soledad con una sonrisa cómplice.

Emma la miró, sintiendo una chispa de esperanza en su pecho.

—¿De verdad crees que me ama?

—Lo sé, hija. Y tú sabrás cómo conquistarlo. En un mes habrá una fiesta de máscaras. Tu papá y yo vamos a ir, y sé que Luigui también estará ahí este año porque los Cardona no asistirán. Ahí te dejo el dato —dijo Soledad, guiñándole un ojo—. Ahora vamos a desayunar o llegarás tarde a la universidad.

Emma sonrió por primera vez en días. Tal vez su madre tenía razón. Tal vez aún había esperanza y un Greco Álvarez no se rendía y ella no sería la excepción...

Continuara...

Personajes

Emma

Luigui

CAPITULO 3

Emma se miró al espejo y se vio radiante, hermosa y sexy con aquel vestido rojo que moldeaba cada curva de su cuerpo como si hubiera sido diseñado, solo para ella. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al imaginar la reacción de Luigui al verla. Caminó hacia la cama y tomó la máscara negra que completaría su atuendo. Se la colocó lentamente, observando cómo su reflejo adoptaba un aire misterioso y seductor. Aquella noche, nadie la reconocería, y ella tendría el control absoluto sobre Luigui.

Mientras tanto, en el lugar del evento o fiesta, Luigui estaba rodeado de sus amigos, conversando y disfrutando de un buen whisky. Las risas y charlas llenaban el ambiente, junto con la música elegante que ambientaba el salón. Él, con su porte imponente y atractivo natural, captaba la atención sin siquiera intentarlo. Vestía un traje negro perfectamente ajustado a su figura, y su máscara le daba un aire aún más intrigante.

De repente, el murmullo del salón se apagó y todas las miradas se dirigieron hacia la entrada. Una mujer de vestido rojo avanzaba con una seguridad arrolladora. Cada paso que daba con sus tacones resonaba en el suelo, marcando su presencia. Su máscara negra acentuaba el misterio que la rodeaba, haciendo que cada hombre en el salón se preguntara quién era, esa tan hermosa mujer.

Luigui sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando su mirada se cruzó con la de ella. Había algo en esos ojos, algo familiar y, al mismo tiempo, desconocido. No podía apartar la vista de aquella diosa de rojo que avanzaba con la determinación de quien sabe exactamente lo que quiere. Sintió su corazón acelerar y su curiosidad no paro de crecer poco a poco por ella . ¿Quién era aquella mujer?.

Emma notó la expresión absorta de Luigui y una sonrisa juguetona apareció en sus labios. Su madre, Soledad, le había contado cómo iría vestido, qué máscara usaría, y ahora estaba allí, frente a él, lista para jugar su mejor carta. Se acercó a la barra con movimientos elegantes y seguros, como una cazadora que tiene su presa en la mira.

—Esos ojos… —susurró Luigui, embelesado, antes de caminar hacia ella sin apartar la vista.

Se sentó a su lado, pidiendo otro whisky, y le dedicó una sonrisa encantadora.

—Buenas noches, hermosa.

—Buenas noches, guapo —respondió Emma con un tono atrevido, asegurándose de que él no sospechara quién era realmente ella.

La conversación fluyó con naturalidad, llena de miradas cómplices y sonrisas provocadoras. Emma jugaba con el vaso en sus manos, rozando sus labios con el borde del cristal, dejando que su lengua tocara ligeramente el licor antes de tragar. Luigui la observaba y estaba muy embelesado al lado de ella preguntándose por qué le resultaba tan magnética y le recordaba un poco a la pequeña Emma , pero apartó esa idea de su cabeza rápido.

—Eres increíblemente hermosa —susurró Luigui, inclinándose cerca de su oído, haciendo que un escalofrío placentero recorriera el cuerpo de Emma.

—Y tú, increíblemente eres muy guapo y sexy —replicó ella, sintiendo cómo el deseo crecía entre ambos.

Luigui extendió una mano y la invitó a bailar. Emma aceptó con una sonrisa misteriosa y se dejó guiar hasta la pista. Sus cuerpos se acercaron peligrosamente mientras se movían al ritmo de la música. Él la sostenía con firmeza, sintiendo el calor de su piel a través de la tela del vestido.

—Bailas como si supieras exactamente lo que quieres —susurró Luigui con una sonrisa traviesa.

—Y tú me sostienes como si no quisieras soltarme nunca —respondió Emma con la misma picardía.

Él la atrajo un poco más, acercando sus rostros. La música envolvía el momento, cada movimiento cargado de tensión y deseo contenido crecía con cada paso entre ellos . Sus miradas se encontraron una vez más, y el aire entre ellos se volvió eléctrico.

—Me gustaría pasar más tiempo contigo esta noche —dijo Luigui, sin apartar la mirada de sus labios.

Emma inclinó la cabeza, acercándose a su oído.

—Entonces salgamos de aquí —susurró.

Luigui no lo dudó ni un segundo. Tomó su mano y, sin necesidad de más palabras, ambos se dirigieron juntos hacia la salida, perdiéndose en la noche que aún tenía muchas promesas por cumplir.

El aire fresco de la noche los envolvió mientras caminaban juntos hacia el coche de Luigui. Emma sentía la adrenalina recorrer su cuerpo, disfrutando de la sensación de tener el control de la situación. Se inclinó levemente y le sonrió con misterio.

—¿Y ahora qué sigue? —preguntó ella, con un tono juguetón.

Luigui abrió la puerta del auto y la invitó a subir.

—Creo que esta noche apenas comienza —dijo él, encendiendo el motor con una sonrisa confiada.

Conforme avanzaban por la carretera iluminada por las luces de la ciudad, ambos disfrutaban del silencio cómodo que los envolvía. Emma sabía que estaba jugando con fuego, pero no le importaba. La emoción del momento lo valía todo y esa noche todo estaba saliendo a la perfección como ella lo había planeado.

—Admito que no esperaba encontrar a alguien como tú esta noche —confesó Luigui, sin apartar la vista de la carretera.

Emma sonrió y, con la mirada fija en él, respondió:

—Y yo admito que esperaba encontrarte a ti.

El juego de seducción continuaba, cada palabra, cada gesto, llenando de tensión el ambiente. Luigui giró el volante y tomó un camino más tranquilo, alejándose del bullicio de la ciudad. Emma lo observó con curiosidad, preguntándose cuál sería su siguiente movimiento.

—Te llevaré a un lugar especial —dijo él, con un brillo en la mirada.

Emma no necesitaba saber más. Sabía que aquella noche quedaría grabada en su memoria por mucho tiempo.

—Me gustaría pasar esta noche contigo —murmuró Luigui, sin apartar la mirada de la carretera.

Emma sintió como su cuerpo se empezó a encenderse ante sus palabras, pero no quería que fuera tan fácil. Se acercó a su oído y le susurró con voz seductora:

—Me encantaría ser tuya por esta noche, pero tengo una condición.

—Dímelo —pidió él, atrapado en su hechizo.

Emma se inclinó aún más y, con un tono cargado de sensualidad, dejó que sus labios rozaran suavemente su lóbulo antes de susurrarle:

—Nos podemos quitar toda la ropa… menos nuestras máscaras.

El deseo en los ojos de Luigui se intensificó, y sin dudarlo, respondió con una sonrisa encantadora:

—Como digas, hermosa.

El resto de la noche prometía ser una batalla de seducción y placer, donde la identidad quedaría oculta, pero el deseo sería más real que nunca, entre ellos dos...

Continuara ...

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