El grupo llevaba horas bebiendo, charlando y burlándose de cualquier cosa que saliera en la conversación. Clara, sentada en una silla plegable que no podía lucir más fuera de lugar, era el centro de atención. Vestía unos shorts blancos carísimos, una blusa que gritaba "esto no es ropa para acampar", y botas de trekking que parecían de catálogo.
—Miren esta pinta. Parezco lista para un desfile de "campistas elegantes". Si me embarran los zapatos, alguien va a perder los dientes, ¿me oyen? —anunció mientras se servía un trago.
—Clara, ¿por qué viniste si tanto te quejas? —preguntó Marta, tratando de encender la fogata con poca gracia.
—Porque me rogaron. Admitan que sin mí, esta excursión sería un velorio. —Clara puso los ojos en blanco y levantó su copa—. ¡Salud por mi sacrificio!
Cuando por fin lograron encender la fogata, Marta sacó una tabla de ouija de su mochila. El grupo se quedó en silencio.
—¿Qué carajos es eso? —preguntó Clara, levantando una ceja.
—Es una ouija. Vamos a hablar con los espíritus —respondió Marta emocionada.
Clara se rio tan fuerte que casi derrama su trago.
—¿Espíritus? Marta, si quiero hablar con muertos, llamo al SAT, que ahí seguro me contestan más rápido.
El grupo soltó una carcajada, pero Marta se puso seria.
—Habla en serio, Clara. Esto no es un juego.
—¡Ah, claro que no! Porque lo que todos sabemos es que los muertos tienen tiempo libre para atender nuestros caprichos. —Clara dejó su copa en el suelo y se acomodó en el círculo, fingiendo interés—. A ver, Marta, ¿cuántos muertos tienes en tu WhatsApp?
El grupo volvió a reír, aunque Marta intentaba mantener la seriedad. Colocó la ouija en el suelo y les pidió que pusieran sus dedos sobre el puntero. Clara lo hizo con desgano, suspirando como si estuviera a punto de leer las instrucciones de una licuadora.
—Espíritu, si estás aquí, danos una señal —dijo Marta con voz solemne.
Clara no pudo evitarlo.
—Espíritu, si estás aquí, tráeme unas empanadas y un jugo de lulo. Estoy que me muero de hambre.
—¡Clara, ya basta! —protestó Marta.
—¿Por qué? Si son fantasmas colombianos, seguro traen algo para picar. No seas envidiosa.
El puntero no se movió. Clara chasqueó la lengua.
—Ah, ya entendí. Están esperando propina. Marta, pásame un billete de veinte mil para invocar al "fantasma del aguacate caro".
Todos rieron, menos Marta, que se levantó indignada.
—¿Sabes qué? Haz lo que quieras. Pero cuando algo raro te pase, no me vengas a buscar.
Clara rodó los ojos y miró a Daniel.
—¿Tú crees en esta pendejada?
—No mucho, pero prefiero no jugar con eso. —Daniel trató de sonar serio, pero Clara ya estaba cansada de tanta solemnidad.
—¡Por Dios, Daniel! Has jugado más con mis sentimientos que con cualquier cosa seria en tu vida. —Lo miró con picardía—. ¿O miento?
Él no pudo evitar sonreír, aunque no respondió.
La noche continuó con más burlas de Clara, haciendo voces terroríficas cada vez que alguien intentaba hablar en serio. Cuando finalmente todos se fueron a dormir, ella y Daniel compartieron su pequeña carpa.
—Están dormidos, ¿cierto? —susurró Clara mientras se quitaba las botas con poco cuidado.
—Creo que sí… —respondió Daniel, aunque su tono no era muy convincente.
—Pues que se jodan. —Clara se acercó a él, acomodándose en el espacio reducido—. Porque te advierto algo: esta carpa puede ser pequeña, pero mi paciencia es más chiquita. Y llevo todo el día queriendo que me beses como la gente decente.
Daniel rió por lo bajo y se inclinó hacia ella.
—¿Gente decente? Tú y yo sabemos que eso no nos describe.
Los besos comenzaron a subir de intensidad, y Clara, con la gracia de quien no le importa nada, se movió hasta quedar sobre él. En medio del silencio del bosque, soltó una carcajada.
—¿Qué pasa? —preguntó Daniel, confundido.
—Nada, es que acabo de pensar en lo que diría Marta si nos escuchara. Probablemente llamaría a los espíritus para separarnos.
—Clara, cállate —dijo él entre risas, intentando que bajara la voz.
—¿Por qué? ¿Te da pena? Mira, Daniel, si alguien nos escucha, que se considere con suerte. Les estamos dando entretenimiento gratis.
Daniel negó con la cabeza, aunque su sonrisa lo delataba.
Al regresar a casa
Después del campamento, Clara regresó a su enorme mansión. Cuando abrió la puerta, su nana, Gloria, la recibió con una sonrisa cálida.
—¡Feliz cumpleaños, niña!
—Gracias, Gloria. —Clara dejó caer su bolso en el suelo y se estiró, luciendo más cansada que agradecida.
—¿Y mis papás? ¿Llegaron?
Gloria negó con la cabeza.
—Dejaron una nota y regalos para ti en la sala.
Clara resopló.
—¡Ay, qué sorpresa! Porque nada dice "amor de padres" como dejarme un montón de cajas y un papelito.
Entró a la sala y vio la montaña de regalos perfectamente envueltos. En la cima, una nota. La tomó y la leyó en voz alta:
"Feliz cumpleaños, hija. Pásala fenomenal. Con cariño, mamá y papá."
—¡Ay, sí, fenomenal! Qué bonito detalle no estar en mi cumpleaños número… ¿cuántos cumplo, Gloria?
—Veintidós, niña.
—Eso, veintidós. Lo mismo que las veces que han faltado a mis cumpleaños. —Clara dejó caer la nota sobre la mesa y se dejó caer en el sofá.
Gloria la miró con preocupación.
—¿Estás bien, mi niña?
Clara suspiró y se encogió de hombros.
—Pues sí, Gloria. Total, yo ya sabía que estos dos eran más fantasmas que los de la ouija de Marta.
La nana no pudo evitar reír, aunque trató de ocultarlo. Clara miró los regalos y sonrió de medio lado.
—Bueno, al menos me queda consuelo en forma de bolsos y zapatos caros. ¡Feliz cumpleaños a mí misma!
Y así terminó el día, con Clara rodeada de regalos y reflexionando sobre lo absurdo de su vida. Para ella, todo estaba bajo control, sin imaginar que su mundo estaba a punto de cambiar por completo.
(ya esta novela la habia publicado, pero la elimine por razones un poco personales, pero aquí esta de vuelta)
La noche estaba en su punto máximo. Clara, como siempre, era el centro de atención, brillando con cada paso que daba en la pista de baile. Su vestido negro corto brillaba bajo las luces intermitentes de la discoteca, y su energía no se detenía. Moviéndose al ritmo de la música, se sentía libre, tan viva que el mundo entero parecía girar a su alrededor.
Daniel estaba a su lado, pegado a su cuerpo, disfrutando de la noche tanto como ella. De vez en cuando, él la miraba con una sonrisa cómplice, mientras ella hacía uno de esos movimientos que dejaban a todos con la boca abierta. Clara no tenía miedo de ser el foco de atención, al contrario, le encantaba. En su mente, los ojos de todos estaban fijos en ella y solo en ella, como debería ser.
Mientras tanto, Marta estaba apartada, observando a su amiga con preocupación. Sabía que Clara se estaba divirtiendo a lo grande, pero no podía dejar de sentir un extraño escalofrío recorriéndole la espalda. Algo no estaba bien, y Marta lo sentía en lo más profundo de su ser. Había visto algo aquella tarde, algo en la ouija. Algo que no podía ignorar, pero no sabía cómo advertirle a Clara sin que se burlara de ella, como siempre hacía.
—Marta, ¿estás bien? —le preguntó uno de los chicos mientras pasaba por su lado, arrastrado por el ritmo de la música.
—Sí... sí, solo que... —Marta no pudo terminar la frase antes de que un par de risas de Clara la distrajeran.
—¡Ay, qué chistosos son estos chicos! —Clara gritó entre risas mientras Daniel, con la mirada cómplice, la giraba con fuerza en sus brazos al ritmo de la música.
La noche continuaba su curso. Todos reían y bebían, pero Clara estaba en su propio mundo, moviéndose con una energía desbordante. Los chicos del grupo comentaban a sus espaldas.
—¿Y qué tal los ruiditos en la carpa ayer, eh? —uno de los chicos, Pablo, dijo en voz alta mientras reía, mirando a Clara y Daniel con picardía.
Clara, alzando una ceja, se detuvo en seco, sacudiendo la cabeza.
—¡Ay, qué sé yo de esos ruiditos! Eso de la carpa fue cosa de un par de animalitos... —rió, mirando a Daniel, quien se sumó a la broma.
—Si claro... los animalitos esos estaban bastante "entusiastas". —Daniel soltó una carcajada, mientras el grupo de amigos estallaba en risas.
—Ay, no me hagan recordar esa noche. —Clara hizo un gesto de horror fingido—. Si alguien se enteró de los "ruiditos", que se vayan al infierno.
Todos siguieron riendo, pero Marta no pudo evitar fruncir el ceño. Ella había sentido la presencia de algo extraño, algo que no estaba bien. Aquella ouija... aquellos espíritus... Ella había visto la carta de la muerte, y no podía dejar de pensar en ella. Algo le decía que Clara había enfurecido a esos espíritus con sus bromas y su actitud despreocupada.
—Clara... —Marta se acercó a ella con cautela, su voz temblando—. Necesito hablar contigo.
Clara, que no estaba tan interesada en los dramas de Marta, solo giró hacia ella con una sonrisa burlona.
—¿Ahora qué? ¿Qué quieres? ¿Que te invite a bailar? —dijo Clara, tratando de restarle importancia al asunto.
Marta la miró fijamente, el rostro pálido.
—Lo que quiero es que me escuches. Estás jugando con algo que no entiendes. La ouija, Clara... Vi la carta de la muerte. Vi la carta que decía que... que tú... —Marta no pudo terminar la frase. Su voz se quebró, y sus ojos mostraban verdadero miedo.
Clara soltó una risa escandalosa. No podía creer lo que Marta estaba diciendo.
—¿La carta de la muerte? ¡Ja! Marta, ¿en serio? ¿Tú me estás contando que los fantasmas se toman tan en serio que me mandan cartas? No jodas. —Clara no dejó de reírse, como si todo fuera una broma más.
Marta intentó insistir, pero Clara, viendo que la conversación no iba a ningún lado, se giró y empezó a caminar hacia la camioneta de Daniel, donde los chicos estaban sentados charlando.
—Mira, Marta, justo ahora me voy a morir. —Clara le hizo un gesto como si estuviera pensando—. Lo presiento. Esos espíritus de los que hablas van a venir por mi alma. —Comenzó a caminar hacia atrás, con una sonrisa sarcástica—. Ya verás, vendrán con sus cadenas, a arrastrarme, a sacarme de aquí. ¡Mira, ya viene uno por mi, Marta! —rió, fingiendo un gesto de horror, como si viera algo aterrador detrás de ella.
Todos en la camioneta comenzaron a reírse a carcajadas, pero Marta, aunque aún preocupada, trató de mantener la calma. No quería seguir insistiendo, pero un pequeño nudo en su estómago no dejaba de apretarse. Algo no estaba bien.
—Ay, qué horror. Clara, de verdad, no me hagas esto. —Marta se alejó, mirando a su alrededor, como si esperara ver algo extraño.
Clara, a lo lejos, volvió a lanzar un comentario jocoso:
—¡Marta, si me muero, que al menos no me quiten el maquillaje! —y siguió riendo como si estuviera en el mejor momento de su vida.
De repente, un grito desgarrador se escuchó en el aire.
—¡Clara, cuidado! —gritó Daniel, pero fue demasiado tarde.
Un camión a gran velocidad se acercó desde la oscuridad, sin frenos. Clara, sin darse cuenta, dio un paso atrás en la dirección equivocada. El impacto fue brutal.
El sonido del choque, seguido del silencio total, se apoderó de la noche. Todos los amigos gritaron, corrieron hacia la escena, pero fue demasiado tarde. Clara yacía en el suelo, inmóvil, su vida arrebatada en un instante.
Marta se arrodilló junto a Clara, con lágrimas en los ojos. A pesar de todo lo que había intentado advertirle, nada había detenido el destino.
—No... no puede ser... —susurró Marta, con los ojos desbordados de lágrimas.
Daniel, con la mirada perdida, apenas podía comprender lo que había sucedido. Nadie pudo hacer nada.
Clara había muerto, y con ella, se fueron las risas, los chistes y toda su despreocupada arrogancia. En la oscuridad de la noche, solo quedó el eco de su risa, flotando en el aire... como una advertencia.
Clara abrió los ojos lentamente, el primer indicio de vida tras lo que parecía haber sido su final. Su cabeza daba vueltas, y un dolor punzante la hacía fruncir el ceño. Miró a su alrededor, pero todo estaba oscuro, como si la noche hubiera tragado el mundo entero. Se sentó, tocándose el cuerpo para asegurarse de que seguía siendo ella, como si la comprobación física pudiera explicarlo todo. Respiró profundo, y el mareo poco a poco se fue disipando.
—Joder... y yo que pensé que Marta tenía razón... —murmuró, sin poder evitar soltar una carcajada nerviosa. «¿Estaré soñando?» pensó, pero el lugar era tan extraño que la duda se instaló rápidamente en su mente. Lo último que recordaba era el camión y el grito de Daniel. Ahora, parecía estar en otro sitio.
A lo lejos, una pequeña luz brillaba débilmente, como una luciérnaga en medio de la nada. Clara, desconfiada por naturaleza, comenzó a caminar hacia ella. No era la luz celestial que muchos imaginaban; más bien, parecía una simple chispa que danzaba en la oscuridad. Pero algo en ella la intrigaba. Quizás podría ser una señal... o tal vez sólo una alucinación.
De repente, la pequeña chispa luminosa comenzó a hablar.
—Hola.
Clara se detuvo en seco, retrocediendo un paso y abriendo los ojos con incredulidad.
—¡Ay, carajo! —exclamó, mirando alrededor—. Si no me morí, me volví loca... ¡Esto es una broma de mal gusto, ¿verdad?!
La chispa, como si no le sorprendiera la reacción, sonrió y siguió hablando.
—Para tu mala suerte... y la mía... sí te moriste. Lo que pasa es que estás en el limbo, buscando una segunda oportunidad. Los espíritus que enfureciste, digamos que te adelantaron la muerte un poco...
Clara se quedó en silencio, observando a la pequeña chispa con detenimiento. No estaba segura de si esto era real o solo una broma muy elaborada de alguien, tal vez de Marta, a quien le gustaba hacerle esas bromas de mal gusto. Pero cuando intentó atravesar la chispa con su mano y esta simplemente la traspasó, un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Me estás prestando atención? —preguntó la chispa, con una voz casi molesta.
Clara alzó una ceja, poniéndose seria y asumiendo una postura arrogante, como solo ella sabía hacerlo.
—La verdad... —comenzó Clara con voz de diva—, desde que dijiste que morí y que unos espíritus me adelantaron la muerte... me aburriste. Así que no, no te presto atención.
La chispa susurró con un tono derrotado, casi como si estuviera cansada de tratar con Clara.
—Qué desgracia la mía... Este es mi primer día...
Clara la miró con desdén, su actitud arrogante a flor de piel.
—¿Qué dijiste? —preguntó, su mirada ahora fija en la pequeña chispa, como si estuviera desafiándola.
La chispa suspiró, resignada, y levantó la vista.
—Nada que importe... —respondió, sacudiendo su diminuta forma luminosa con una expresión que Clara no alcanzó a comprender.
Luego, con un cambio de tono, la chispa continuó.
—Mira, debido a tu adelanto de muerte... se te ofrece la oportunidad de volver a la vida. Solo tienes que caminar hacia la luz.
La chispa señaló la luz brillante que parecía estar esperando a Clara, como una señal de esperanza. Clara, en su naturaleza incrédula y cínica, esbozó una sonrisa esceptica.
—Sí, claro. Como no. —rió con desdén—. ¿Crees que soy tonta? ¡Siempre dicen que no hay que ir hacia la luz! Así que, ¿sabes qué? No voy. Me quedaré aquí, y dile a los espíritus que ya se vayan a mejor vida en vez de estar fastidiando.
La chispa se encendió un poco más, visiblemente irritada.
—¡Camina hacia la luz, no me jodas! —ordenó la chispa, su voz temblando de frustración—. ¡Es mi primer día de trabajo guiando almas y no puedo tener a alguien como tú de cascarón!
Clara se cruzó de brazos, abriendo la boca en una mueca burlona, como si se sintiera ofendida por la sugerencia de la chispa de que ella tenía que hacer algo. Nadie le decía lo que debía hacer.
—¡Ay, pobrecita! —Clara hizo un gesto de compasión fingida—. Pues creo que te quedarás desempleada en tu primer día. No voy a ir a ningún lado. No me interesa.
La chispa, claramente cansada de la actitud de Clara, lanzó su pequeña agenda al suelo y, con un chasquido de su diminuto dedo, utilizó su magia para empujar a Clara hacia la luz.
—¡Déjame! —gritó Clara mientras intentaba zafarse—. ¡No quiero ir allí! ¡Suéltame, gota maldita!
Pero la chispa no cedió, y Clara, a pesar de su resistencia, fue empujada hacia la luz, perdiendo el control de su cuerpo mientras su entorno se iluminaba con una intensidad cegadora. Todo a su alrededor se difuminó, y en un abrir y cerrar de ojos, Clara se encontró en una sala grande, con una pantalla gigantesca frente a ella.
—¿Qué es esto...? —musitó Clara, mirando a su alrededor. La sala estaba vacía, pero la pantalla comenzó a encenderse, mostrando imágenes de su vida. Desde que era bebé, hasta ese momento en que había muerto en el accidente.
Clara no pudo evitar sentir un nudo en el estómago cuando vio el momento de su muerte. El camión acercándose. El grito. Y el impacto final. Pero, en lugar de horrorizarse o sentirse triste, Clara solo estalló en una carcajada.
—¡Esto es demasiado bueno! —dijo, entre risas—. ¿De verdad estoy aquí viendo mi vida como si fuera una película de mierda?
La chispa apareció a su lado, con la cara llena de frustración.
—¡No puedo creer que me haya tocado guiar a alguien tan despreciable! —dijo, con los ojos cerrados, claramente cansada de Clara.
Clara la miró y, sin dejar de reír, levantó un dedo en señal de desafío.
—¡Venga! Si esto es lo que me toca, entonces que empiece el espectáculo. Estoy lista para mi segunda oportunidad, ¿qué me tienes que ofrecer ahora, gota maldita?
La chispa suspiró profundamente. Era su primer día, y ya se sentía derrotada. Pero, con una pequeña chispa de esperanza en su interior, sabía que su tarea apenas comenzaba.
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