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En el corazón de un vasto y opulento palacio, la luz del sol se filtraba a través de los altos ventanales, bañando la sala de estar en tonos dorados. La decoración era lujosa, con cortinas de terciopelo rojo que caían pesadamente y muebles tallados en madera oscura, todos ellos testigos mudos de la profunda discordia que imperaba en el hogar de los Novac.
Teresa Novac, la emperatriz, se encontraba sentada en un elegante sillón, su figura esbelta perfectamente recostada mientras acariciaba la suave tela de su vestido blanco. Su largo cabello azabache caía en cascada sobre sus hombros, resaltando aún más la intensidad de sus ojos azules, que destellaban con matices violetas, como un cielo tormentoso a punto de estallar. Sin embargo, en vez de reflejar belleza y gracia, su mirada estaba cargada de una fría despreocupación, una mezcla de arrogancia y rencor.
Frente a ella, el pequeño Gael jugaba en el suelo, rodeado de coloridos bloques de madera. Su risa era pura y despreocupada, un canto de inocencia que contrastaba con la oscuridad del ambiente. No obstante, los ojos de Teresa no mostraban dulzura alguna; en cambio, su mente calculaba meticulosamente cada oportunidad para menospreciar al niño que nunca deseó. La imagen del pequeño que se divertía era un recordatorio constante de sus propias cadenas, de un rol que la obligaron a desempeñar.
— Gael —dijo ella con un tono entrecortado, sin levantarse de su asiento— callate. Tus risas me provocan náuseas.
El pequeño de tan solo 3 años, incapaz de comprender la dureza en la voz de su madre, sonrió, sin atisbar el veneno de sus palabras. Continuaba construyendo torres inestables, riendo cada vez que alguna de ellas se caía, sin imaginar que su risa solo alimentaba el desdén que Teresa sentía por él.
Años atrás. Cuando el niño solo apenas era una semilla en el vientre de esa mujer. Teresa intentó abortar, pero fue detenida por su esposo causandos que él perdiera la paciencia por este matrimonio que fue arreglado y que a pesar de eso, él intento llevarlo mejor que podía. Intentar asesinar al hijo dentro de ella era un crimen que no podia perdonar, aún así, lo hizo, ofreciéndole un trato. Howard era un hombre de lleno de bondad y fuertes valores, que había tolerado su fría naturaleza y deseaba que por lo menos, este trato la cambiará un poco; cuando Gael cumpliera cinco años, ella podría despojarse del título de madre, pero no antes.
Teresa lo reconsideró muchas veces y aceptó. La idea de disfrutar de la libertad que tanto anhelaba le producía un ligero alivio, pero una chispa de emoción maligna en su interior nació. La manipulación y el sufrimiento del niño se convertían en un juego para ella, una forma de demostrar su poder sobre él dentro del poco tiempo que tenía como su madre.
A pesar de que en ese tiempo, Howard esperó a que ella cambiara luego del nacimiento de su hijo, pero no fue así, al contrario, su maldad se intensificó al punto de que las criadas cuidarán el niño por temor a lo que ella le hiciera algo al príncipe; lo ocultaba de Teresa.
5 años era el tiempo estipulado en este contrato. Sí, Teresa tendrá su libertad, pero con el papel de divorcio sobre la mesa. 5 años es el tiempo de cláusulas de espera para firmar el divorcio. Fue el lapso que le dió a su esposa para cambiar y aún así, no lo hizo.
En el día de hoy. Fuera del palacio, los súbditos veneraban al emperador, admirando su compasión y amor paternal, mientras que Teresa permanecía atrapada en sus frustraciones, expresando su aversión a través de gestos crueles. Ver al pequeño Gael sonreír era como una daga en su corazón; aunque era un niño, su luz parecía opacar la negrura de su madre. Aquel niño de cabellos blancos con tonalidades grises, y ojos como lo su madre, era semejante ante la actitud de su padre. Fuerte a pesar de todo lo malo que Teresa le hacía. La emperatriz miraba al hijo que jamás quiso, con la fría determinación de quien asegura que la libertad está a la vuelta de la esquina; solo un año era lo que faltaba. No obstante, ella no sabía del divorcio que Howard estructuraba a espalda suyo. Ama el poder más que nada en el mundo. Y si le he arrebatado se volvería loca al punto de cometer una catástrofe.
En el quinto cumpleaños del pequeño. Howard le organizó una pequeña reunión solo con él, pues Teresa no estaba en el palacio. Aquel niño disfrutó de la compañía de su padre, aunque anhelaba mucho el amor de una madre. Fue entonces que se sintió una tristeza profunda. Él sabía que su madre no lo quería. Y en esa misma noche, el emperador le presentó el divorcio.
— no lo acepto.
— no. Se qué no. Pero hace 5 años firmaste este acuerdo de que sería libre del cargo de Gael. Eso implica el divorcio.
— me engañaste. Maldito.
— cuida tu lenguaje. Al firmar, tú aceptaste las condiciones que puse en ese trato que hice. De igual manera puedo utilizar esa firma como justificación al divorcio.
— eres un traidor. Planeaste todo esto para sacarme del poder. Ese mocoso tampoco te importa. Se que lo utilizas para el trono a futuro.
Howard con toda la tranquilidad del mundo firmó su parte. Eso fue lo último que esperó escuchar.
— estás loca. Teresa. Intenté llevar bien éste matrimonio. Cómo amigos y míranos. Yo enemigos de la madre de mi hijo. Ni siquiera debería llamarte así. No lo eres y nunca lo fuiste.
Howard se marchó y Teresa enloqueció. No firmo, pero el emperador tenía un buen respaldo para validar este divorcio, uno de hace 5 años.
Tras esto, la emperatriz, consumida por los sentimientos más amargos y crueles nacieron. Secuestro al pequeño Gael solo para debilitar al emperador. Cuando Howard se enteró, buscó de una manera desesperante a su hijo hasta que dio con él. Aquel pequeño, atemorizado por el acto de aquella mujer, dentro de una cabaña vieja y desolada. Lloraba y pedía por su padre. Algo que dentro de Howard cruzó los límites y con una señal disimulada ordenó aprisionar a Teresa.
Él logró tomar a su hijo y alejarlo de esa mujer. Lejos de ella, unos de los guardias tenía la orden directa de ejecutar a la emperatriz. Era la segunda vez que intentaba atentar con la vida de su propio hijo y no lo podía dejar pasar. Ella jamás tendría su cambio.
Murió decapitada. En esa cabaña. Y quien siempre odio a un niño que jamás causó daño a nadie.
Al final de esta historia, Howard vivió muy feliz con su hijo. Tiempo después, con el dulce corazón de la mujer que cuido al pequeño como su nana que conoció antes de la muerte de la emperatriz. Tania. Amable y gentil con el niño que Gael la quiso como su madre. Con ello, una nueva historia se formó con este romance.
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Ginny Maxwell. No era lectora, y este fue el primer libro que leyó. Le causó tanta indignidad que se fue a beber. No una taza de café, no una taza de té. Un ron añejo. Ya era una adulta de 34 años y siempre prefiero bebida de ese calibre. Además, fue una semana dura y está lectura la empeoró más.
Borracha y con algo de compañía del trabajo. Ginny camino más adelante que su amigos, ella sin darse cuenta del estado en qué estaba que cayó en una alcantarilla abierta. Lo más insólito era que estaban los conos de seguridad pero ella solo caminó y cayó al vacío hasta tocar fondo.
Murió, si esa era la duda. Ella era conocida por su alto índice de alcohol. Y aunque trató de dejarlo a un lado, está noche quería despejar la mente. Tanto así, que su subconsciente descansó en paz
.... Por unos segundos.
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Ginny abrió los ojos lentamente, sintiendo el suave roce de las sábanas sobre su piel. Al mirar a su alrededor, se encontró en una habitación iluminada por la tenue luz de la mañana, con antiguas cortinas de encaje que filtraban los rayos del sol. La decoración era austera, iluminando un ambiente que sentía, de alguna manera, fuera de su tiempo.
Fue entonces cuando su mirada se posó en el extraño a su lado; un hombre semidesnudo, con la cubierta de una sábana caótica que apenas le llegaba a la cintura. Su cabello blanquecino caía desordenado sobre su frente, dándole un aire de despreocupación que contrastaba con la seriedad de la situación. Ginny sintió que su corazón se disparaba, y como en un mal sueño, se incorporó de un salto.
— ¿¡Qué demonios!?
Exclamó mientras su rostro se ruborizaba, más por la sorpresa que por la vergüenza.
El hombre no despertaba de su sueño.
“¿Dónde…? ¿Quién…?” pensó, frunciendo el ceño y tratando de recordar cómo había llegado allí. Pero... Lo último que recuerda era la borrachera con sus amigos y él ni siquiera se asemejaba a uno de ellos.
Ginny, ahora con la mano en el corazón como si intentara calmarlo, soltó una risa nerviosa.
“No tengo ni idea de cómo llegué aquí. Creo... Creo que recuerdo que morí cuando caí y-... ¡¿Estoy en el paraíso con este bombón?!.”
La realidad la golpea cuando recuerdos inéditos interrumpe su asombro. Gimió y cayó de la cama. Al abrir los ojos, sus voz se entrecorto y palideció más de lo debido al saber que era este lugar.
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— ¿Teresa?— la voz del albino sonó detrás de ella.
Teresa cuyo nombre fue enunciado por el hombre detrás de ella. Por un momento sintió el tiempo lento, su debilidad se tornó en sus piernas que difícilmente podía mover por la impresión de los recuerdos ajenos.
— no estás bien...— se acercó a su lado sin tocarla, pues ella no le gustaba tal gesto.— iré por el médico. Estás pálida.
— H-Howard...— con debilidad en sus labios, pronunció.
Él se queda inquieto porque comúnmente ella lo llamaba, majestad o eminencia. Mas por su nombre jamás. Hasta ahora.
— definitivamente, no estás bien.
Antes de irse, la ayudó a sentarse en la cama. Luego se coloca una bata y sale.
En la habitación oscura, Teresa se revolvía en las sábanas, atrapada en un mar de recuerdos ajenos. Despertar en un cuerpo que no era el suyo era desconcertante; la realidad del nuevo mundo la abrumaba.
Finalmente, Howard entró con el médico, un hombre mayor con mirada experta. Se acercó a Teresa, que los observaba con ojos nublados. Tras un examen rápido, el diagnóstico fue claro; solo le faltaba vitamina y necesitaba una dieta mejor. No había nada más grave.
Teresa no respondió, solo cerró los ojos, sintiendo el peso de un dolor de cabeza que la consumía, llenándola de memorias que no le pertenecían. La incomprensión la envolvía mientras miraba a Howard, quien intentaba mantener la calma, sin saber que su esposa cargaba una nueva existencia en su interior.
— me encargaré de eso...
— procure que descanse hoy. Veo que también tiene jaqueca. Le dejaré los analgésicos.
Teresa se levanta y le pide de inmediato un analgésicos ya que el dolor era insoportable. Posteriomente, vuelve acostarse y pide en voz apacible que se retiren. Howard solo la miró desconcertado, sin dejar su lado serio. Una vez que ambos ya no estaba en la habitación, ella se reincorpora y camina débilmente hasta la ventanas que era cubierta por un par de cortinas de tela cara.
— soy Teresa Novac. Casada con el emperador y madre del príncipe heredero...
Ahora mismo, Teresa era consciente de su realidad. Despertando en el cuerpo de la emperatriz malvada un año antes del divorcio y de la tragedia que le sigue por sus maldades. Masajeando su frente, ella asume está responsabilidad a regañadientes. ¿El por qué? Porque jamás le gustó este personaje. Un ser sin escrúpulos que daña a su propio hijo.
— ¡No puede ser!— golpeó el marco.— si hubiera sabido que reencanaria en este cuerpo no hubiese bebido como loca.
Su frustración era grande. Entendible a su situación no era nada favorable. A no ser que ella misma pueda cambiar las cosas a su favor.
— ¿Pero como?— se preguntó. Vuelve a la cama y se acostó rendida ante el dolor.
Duerme con un hombre a que poco interés tiene. Era extraño. Ella simplemente podía dormir en otra habitación si su relación solo era política. Sin embargo, así era como estaba en escrito en los acuerdos de su matrimonio. Viviría, comería e irían a eventos siempre juntos, por supuesto que dormir en una sola habitación iba incluido.
— los recuerdos de Teresa son una abominación ante mi... ¿Cómo es posible que exista un ser como ella?
Cerrando los ojos, quiso descansar para despertar de este posible sueño o pesadilla. Un solo minuto le bastó para quedar completamente dormida. Además, el efecto del analgésicos hacia su cometido.
Las horas pasaron y la mañana se convirtió en tarde y la tarde en noche. Era impresionante el sueño profundo que había tomando la emperatriz. Sus sirvientas se cuestionaban el tiempo de descanso de su señora y más alguien, que a pesar de ser el más marginado por ella, su ingenuidad gana ante toda inseguridad.
Abriendo la puerta de manera lenta. Un ser pequeño entra a la habitación. Pasos chiquitos y suaves resonaban. Sus zapatos dejan ese sonido con cada movimiento. Poco a poco se acercó a ella. Y mirándola con inocencia le susurró.
— mamá... ¿Está bien?
Teresa al sentir unas pequeñas manos en su rostro no evitó abrirlo de golpe. Aún seguía asombrada de estar en un mundo extraño que estaba alerta. Se asustó de imprevisto, pues jamás había visto a un angelito descender del cielo. Aquellos cabello plata que ilumina la habitación, sus ojos de un combinado entre el azul y el violeta y un rostro redondo que va con su pequeña anatomía.
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— Gael...
— papá dijo que estabas enferma... Yo-...
Entra una sirvienta y asustada le pide a la emperatriz.
— por favor, perdoname. Me descuide un momento y el niño entró a la habitación. No es su culpa. No lo regañe, le suplico. Vámonos Gael. La emperatriz está cansada.
— pero...
No dejó terminarlo cuando ya le tomó la mano y se lo llevó afuera de la habitación. Al ver aquel gesto de protección, deja en claro que Teresa era un demonio en el cuerpo de una hermosa mujer.
Este momento la había afligido de tal manera que solos se sentó en su cama. Una frustración grande afronta ahora mismo. Los recuerdos llegaron hace horas, pero los sentimientos comenzaron a llegar. Triste y melancólica lloró en silencio. No sabía que podía existir una mujer así. Hasta que está en los zapatos de ella.
Removiendo recuerdo que creyó haber sepultado hace años, vuelven a su mente y con ese sabor agrio y amargo que casi hundió con su vida. Conoce el dolor de una madre, porque ella alguna vez lo fue. Y estar en este tipo de personas; al cual despreciaba hasta su propio hijo antes de nacer, es un proceso dificultoso.
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— su majestad.— tocaron la puerta.
El sirviente personal de la emperatriz y emperador. Un joven con talento. Un gran desempeño es capaz de mostrar este joven hombre. Al cuál, la Teresa original agradó por poseer; la perfección.
— he oído que no se ha sentido bien.
En ello, Teresa se coloca una bata y va tras la puerta para abrirla. Sorprendiendo al joven albino de ojos zafiro y de buen porte, ella preguntó solo una cosa.
— yo... Estoy bien, Constantine.
— entiendo.
Constantine es un hombre recto y de buenos principios. Él ha servido a la corona y más que todo a Teresa por su petición. Su familia siempre se ha caracterizado por prestar servicios ante la familia imperial debido a su gran talento de educación, presentación y ayuda en algunos de los deberes que requiera otra opiniones. Sin embargo, de un tiempo atrás, la emperatriz lo usa como su esclavo laboral.
Constantine es un hombre perfecto y a la antigua Teresa le encantaba las cosas perfectas. Y gracias a su código de honor y de herencia, Constantine debe hacer todo lo que digan los emperadores por su linaje. Por ende, él joven ha estado haciendo el trabajo por ella. Y obligado a guardar silencio por Teresa.
Pero ahora. Era diferente. Se podía notar que las ojeras eran parte de su día a día por la culpa de la otra Teresa. No evitó sentirse mal por algo que ella no hizo, pero como ahora vive en el cuerpo de la responsable, no le toca más de otra que asumir las consecuencias.
— ¿El emperador te mando?
Miró hacia abajo, y aclaró con simple palabras.
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— si. Quiere saber cómo está la emperatriz.
— comprendo.
— ¿Desea que le anuncie que no la molesten?
— no hará falta. Puede retirarte y descansar. No habrá más trabajo por hoy.
— no he terminado sus pendientes asignado, majestad.
— mis pendientes lo podré terminar pronto. Puedo ver tu rostro agotado. También le sirves al emperador por eso debe guardar energía. Ve, descansa. Es una orden.
Constantine solo miro e inclinó la cabeza. Ya fuera de su alcance, solo pensó lo incómodo que fue escuchar una amabilidad por parte de ella.
¿Producto del cansancio? No ¿Las horas en el escritorio contra el papel y tinta afecto su manera de percibir las cosas? Tampoco. Pero estaba tan agotado que solo fue a seguir esa orden.
Ya en unos quince minutos. Teresa sale de la habitación. Un vestido ligero color durazno y flores en el estampado usó. No podía salir en bata y si solo necesitaba presentarse ante el emperador para darle información sobre su salud prefirió vestirse cómoda y sin nada de accesorio. Al final, volvería a su dormitorio y dormirá un poco más.
“ aún sigo cansada. El dolor en mi pecho no se va. Jamás se había ido. Y ahora que vivo en este cuerpo, solo me doy cuenta de ello. Hablar con Howard será solo un pequeño inicio. No haré más que dar pasos pequeño para que no sospechen de quien soy por ahora. Usurpar el puesto de una emperatriz es castigado con la muerte."
Howard quién se encontraba sumergido en trabajo. Escuchó la puerta tocar dos veces. A lo cuál creyó que era Constantine que pedía permiso. Así que no se esperaba verla una vez accedido el paso.
— Teresa...— susurró fuerte y con impresión.— ¿Qué haces aquí? Creí que aún no estaba bien como...
— lo estoy... Solo fue una terrible jaqueca... El inconveniente fue momentáneo. Solo vine para anunciarte eso.
Al sentarse en su amplía silla de madera fina, amueblado de la mejor tela y colchón. Se masajea la frente en modo de derrota. Agotado de todo lo que tenía, tanto en los documentos como en ella. Creyendo que solo vino a darle excusas y quejas, Howard mueve los labios para murmurar. Está vez, más bajo.
— un años... Solo uno...
Era cierto que está Teresa despertó al cuarto año del contrato que se había hecho en la historia. Al quinto cumpleaños del príncipe, ellos se divorciaría por ser legal. Ella asumió esa pesada carga en su rostro. La decepción de tener una esposa así y el dolor porque su hijo no tiene una madre que necesita y quiera.
— Teresa... ¿Que necesitas?... Aún no estoy disponible que digamos.
— yo. Solo...— suspira y deja a un lado sus palabras.— no. Nada. Me retiro.
Quizás el cansancio igual que Constantine lo dejó consternado. Escuchar esa apacible voz no era común. Pero a diferencia del sirviente, él solo continuó haciendo caso a la razón.
«No cambiará jamás»
En la afuera de la oficina. Teresa camina sola. Observa los grandes ventanales que tenía a la izquierda. Un vasto palacio que se extendía más allá. Y si abajo de ese más allá, estaba el imperio con el cuanto Howard y su ante pasados han cuidado. Se detuvo en una ventana. La hermosa luna nueva acompañada de las estrellas dan un paisaje acogedor y suave. Al otro lado de ella, una habitación semi abierta. La luz de la vela da a entender que alguien seguía despierto. Por curiosidad se asomó y observó a una sirvienta que le leía un cuento al pequeño Gael. Un dulce niño que se dormía a la melodía de la voz de aquella joven sirvienta.
— nana Tania... ¿Por qué mamá no me quiere?— interrumpió él, con cansancio en su suave hablar.
Ella no sabía que decirle. Pero no sé contuvo y le comentó algo que Teresa sabía perfectamente.
— su majestad es un poco fuerte. Y quizás sea por eso que su carácter no sea compatible al tuyo... Pero...— le hace cosquilla y el ríe— yo podré cuidar y darte mucho cariño.
Después de la risa. Teresa quedó recostada de la pared y antes de marcharse, escuchó la voz de Gael como un deseo.
— yo solo quiero me quiera... Una vez y ya.
— ¿Es lo que quieres?
Él asintió y poco a poco quedó dormido. Aquella sirvienta suspiro y lo arropó. Dándole un beso gentil en su frente. Al salir de la habitación, solo encontró el susurró del silencio y del pasillo desierto. Caminó del lado opuesto. Mientras que Teresa se encontraba escondida y agachada reprimiendo ese sentimiento de tristeza que crecía otra vez.
“ pobre niño... Vive con la conciencia de que algún día su madre lo querrá. Pero en la historia ella jamás lo hace y por consecuencias de eso, lo usa como escudo para no perder su corona. Me duele el alma. Yo fui madre, pero lo perdí en ese día trágico. Desde ese día, lo perdí todo. Aún así. Aunque este niño no es mío, jamás le haré sentir la desgracia de lo que está mujer le causó. Cumpliré con ese pequeño deseo"
Retrayendo las lágrimas, hizo una pequeña pausa y limpio las gotas que descendía de su rostro ruborizado. Suspiro fuerte y luego se marchó a la habitación principal de su dormitorio. No había llegado Howard ya que siempre llega más tarde por el trabajo excesivo que tiene.
— debo cambiar el curso de esta familia. Está claro que no soy Teresa. Pero tomaré su lugar a cambio del deseo de ese niño. Ya está decidido.
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Muchas gracias por leer. En esta nueva entrega habrá una etapa que casi no he escrito, el protagonismo dentro de una madre y un padre. Donde el amor no comenzará directamente con la pareja sino en la forma en la que se nace una verdadera familia.
Espero que estos capitulo le hayan gustado. Y aparecería de todo corazón su gran apoyo que me motiva a darle lo mejor de mí. Gracias ❣️
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