Han pasado tres años desde la Tercera Guerra Heroica, y el mundo ha cambiado drásticamente. La delincuencia ha disminuido y los villanos son cada vez más escasos. Todo gracias a Junior y sus amigos, quienes han logrado cumplir la promesa que él le hizo a Ray antes de su muerte. Desde que Junior se convirtió en Dios, ha trabajado incansablemente para mantener la paz, aunque no lo ha hecho solo.
Los chicos han crecido, aumentando unos cuatro centímetros desde entonces, pero la diferencia de estatura entre hombres y mujeres sigue presente. Ahora son figuras admiradas en todo el mundo. En honor a los caídos, las mujeres llevan un mechón rojo en el cabello, simbolizando la sangre derramada en la guerra, mientras que los hombres portan collares con los nombres de los tres profesores que fallecieron: Rubén, Edgar y Mayorca.
Junior, Valentina y Figueroa son los que regresaron de la muerte, pero Junior es ahora el nuevo Dios. Sin embargo, no le gusta que lo llamen así. Han madurado y ya son adultos. Junior y Camila tienen veintitrés años, Valentina veintidós. Nicole, Figueroa, Ome, Johan, Karoth, Isabela, Ordoñez y los demás nacidos en 2007 tienen veintiún años, mientras que Daniela, Sharon y los nacidos en 2008 tienen veinte.
Estos héroes se han convertido en los más poderosos del planeta, inspirando a nuevas generaciones. Sin embargo, las cicatrices de la guerra con el demonio aún pesan sobre ellos. A pesar de la paz, siguen enfrentando conflictos personales: Nicole tiene problemas con Ome y Camila está profundamente enamorada de Junior. Hace tiempo que desea casarse con él, pero espera que sea él quien dé el primer paso.
Por otro lado, la Academia Técnica ha visto un incremento en sus ingresos, ya que cada vez más jóvenes sueñan con seguir los pasos de los héroes y salvar vidas. El mundo es un lugar mejor, y todo gracias a Junior.
En Bogotá.
Valentina acababa de derrotar a un villano extremadamente peligroso con la ayuda de Catalina. A pesar de haber logrado la victoria, ambas quedaron algo lastimadas. Mientras se alejaban del lugar de la batalla, Catalina no podía ocultar su frustración:
—Debes ser más cuidadosa —dijo Catalina, con el ceño fruncido.
—Sí, no te preocupes —respondió Valentina con una sonrisa forzada.
Las dos caminaron en silencio por un rato, reflexionando sobre lo mucho que el mundo heroico había cambiado. Sin embargo, sabían que aún quedaban amenazas por enfrentar. Esa noche, en su habitación, Valentina no pudo evitar recordar la última conversación que tuvo con Junior hace tres años. Desde entonces, no volvieron a hablar, ni siquiera por WhatsApp.
El planeta ha cambiado y ha dejado atrás muchos de los horrores del pasado. Durante tres años, la paz ha reinado, aunque todavía quedan algunos villanos activos. Mientras tanto, la relación entre Junior y Camila ha avanzado significativamente. La boda parece inminente, pero antes de eso, Camila quiere hablar con su madre. Aunque Junior no ha mostrado un gran interés en casarse, Camila está convencida de que en su interior sí lo desea. Solo es cuestión de tiempo para que él dé el primer paso.
Mientras tanto, Figueroa y Nicole rescataron a un grupo de niños de un villano hecho de tierra. La batalla fue intensa, pero ambos sintieron que la paz estaba cada vez más cerca.
—Ya falta poco para conseguir la paz. Ha sido genial —dijo Figueroa con una sonrisa de satisfacción.
—Tienes razón —respondió Nicole, asintiendo.
—Creo que pronto no tendremos que salvar a nadie más. No habrá nada que temer. Todo estará en santa paz —comentó Ome, confiado.
El planeta parecía estar en calma, sin mayores preocupaciones.
Dos semanas después.
Camila visitó a su madre y la encontró en buen estado, pero notó algo extraño: su pasaporte estaba sobre la mesa y había varias maletas en su habitación. Algo no cuadraba.
—Madre… ¿por qué tienes el pasaporte y esas maletas? —preguntó Camila con inquietud.
—Bueno… Me voy a México —respondió su madre con tono sereno.
—¿Qué? ¿Por qué, madre? ¿No hemos estado bien en Colombia? —preguntó Camila, sorprendida.
—Hija, me di cuenta de que este no es nuestro país. Me quedé aquí por ti, pero ahora que tienes tu vida, es mejor que regrese. Tú tienes a Junior y pronto te casarás. Quédate aquí y sigue con tu camino.
—No, si te vas, yo me voy contigo —dijo Camila con firmeza.
—Hija, tu vida está aquí…
—Sí, pero eres la única familia que me queda. Me apoyaste en todo y ahora es mi turno. Voy a hablar con Junior. Lo convenceré de ir con nosotras.
—Camila… —susurró su madre, conmovida.
—Esa será mi decisión —afirmó Camila, decidida.
Dos días después.
Junior viajó a Bogotá para reunirse con el presidente y entregarle un informe detallado de la situación del país. El presidente le agradeció la información, pero antes de que la reunión concluyera, una explosión sacudió la ciudad. Sin perder tiempo, Junior salió disparado hacia el origen del caos: el centro de la ciudad.
Un villano conocido como Fuego estaba sembrando el terror. Poseía un control impresionante sobre las llamas y Valentina ya estaba combatiéndolo.
—¿Cómo putas tiene tanto control? —exclamó Valentina, esquivando una llamarada.
El villano desapareció en una ráfaga de fuego y reapareció tras ella. Con un golpe brutal en el estómago, la lanzó contra un muro y la quemó parcialmente. Valentina jadeó, tratando de comprender la situación. Sabía que un elemental de fuego no debería tener habilidades de teletransportación, pero este tipo sí las tenía.
Reuniendo fuerzas, Valentina se teletransportó a su espalda y le asestó un golpe directo al estómago. El villano escupió sangre, pero antes de que pudiera reaccionar, Junior apareció de la nada y, con una sola patada devastadora, lo aniquiló.
Valentina lo observó sorprendida antes de caer al suelo, exhausta por la batalla.
Horas después.
Junior y Valentina estaban en un bar tomando unas copas. Los dos estaban felices, ya que les habían informado que ese había sido el último supervillano en el planeta. Al fin, el mundo estaba en paz.
—Tres años después de la Tercera Guerra Heroica, el mundo cambió. Ahora hay paz eterna, todo gracias a nosotros. Pero más gracias a ti. Te volviste muy fuerte y eres el más grande de todos. Además… te volviste lindo —dijo Valentina con una sonrisa.
—Gracias, pero tú sabes que no soy el más grande. Solo soy un joven de veintitrés años. Pero tú sigues igual de hermosa. ¿Cómo te va en el amor? —respondió Junior.
—Regular… ¿y tú? —preguntó Valentina.
—Bien. Camila y yo llevamos cinco años juntos. Creo que ella quiere casarse —dijo Junior, pensativo.
—Ah, qué bien —respondió Valentina mientras tomaba un trago de aguardiente.
Mientras tanto, en Neiva.
Camila se enteró de que Junior estaba en Bogotá y salió inmediatamente. Antes de irse, tomó los pasaportes de ambos. Nicole la vio partir a toda velocidad con un hechizo.
Al mismo tiempo, en Bogotá, Junior y Valentina ya estaban bastante tomados. Entre risas y miradas cómplices, comenzaron a acercarse más de lo debido.
—Jajajaja, eres un buen hombre. ¿Cómo pude dejarte ir? —dijo Valentina, ebria.
—Sí… —contestó Junior en el mismo estado.
—Eres el mejor hombre que he conocido. Sabes… me arrepiento de haberte perdido —susurró Valentina, mirándolo fijamente.
—Valentina… —murmuró Junior.
—Junior… te amo —confesó ella.
Valentina se acercó lentamente y ambos se quedaron de frente. En ese momento, recordaron los momentos felices que compartieron en el pasado… y se besaron.
Pero justo en la entrada del bar, Camila los vio. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Sin decir nada, dio media vuelta y se fue, con el corazón roto.
Junior y Valentina se separaron de golpe.
—No… no… Yo tengo novia… Nos vamos a casar —balbuceó Junior, aturdido.
—Junior… perdóname… —susurró Valentina, dándose cuenta de su error.
—Camila… siento que ella nos vio. ¡No… no puede ser! —dijo Junior con desesperación.
Sin pensarlo dos veces, salió corriendo a la entrada del bar. Se convirtió en Dios y despegó con tal fuerza que el suelo tembló y levantó una nube de polvo. Su mente estaba en caos, solo pensaba en Camila.
Voló a una velocidad inhumana y llegó rápidamente a Neiva. Se dirigió a su casa y encontró a Camila dentro, con sus maletas listas. Su corazón latía con fuerza, el miedo se apoderó de él.
Se acercó a ella, pero de repente, una gran explosión sacudió la casa y la destruyó por completo. Toda Neiva sintió el impacto y la onda expansiva hizo temblar la ciudad. Los ciudadanos corrieron al lugar de la explosión.
El sitio estaba en ruinas, pero en medio de los escombros, Camila seguía de pie. Junior, en cambio, yacía en el suelo, gravemente herido. Intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía. Escupió sangre y su visión comenzó a nublarse.
Con lo último de sus fuerzas, miró a Camila, pero no entendía qué estaba ocurriendo. Su corazón dolía más que sus heridas. Antes de perder la conciencia, solo pudo pensar en una cosa: arreglar su error.
De repente, un grito desgarrador resonó en el aire. Camila recordó su pasado… y algo dentro de ella despertó.
Hace veintitrés años, en un pequeño barrio de México, una pareja esperaba con ansias la llegada de su primer hijo. José Vargas, un hombre de cabello negro, ojos azules y piel morena, y María Pinzón, una mujer de cabello gris plateado, ojos grises oscuros y piel blanca, estaban casados desde hacía dos años. Siempre habían querido un bebé, pero José tenía la firme expectativa de que fuera un niño, pues en su familia, los Vargas, solo los hombres nacían con poderes mágicos. Esta tradición familiar se había mantenido por generaciones, y aunque los Vargas eran reconocidos como héroes increíbles, su mentalidad seguía siendo conservadora y machista.
José esperaba con ansias el nacimiento de su hijo varón, convencido de que seguiría con el legado familiar. En la familia de María, sin embargo, también había mujeres, lo que hacía posible que su bebé fuera una niña, pero José no parecía preocuparse por esa posibilidad. Estaba seguro de que tendría un niño.
El día del nacimiento llegó y, para sorpresa de José, nació una niña. Su primera reacción fue de decepción, pero al verla en sus brazos, decidió aceptarla con la esperanza de que su segundo hijo fuera un varón. Además, estaba convencido de que ella no heredaría los poderes mágicos, lo que evitaría conflictos con su familia. La llamaron Camila Vargas Pinzón. María, llena de amor, se dedicó completamente a su hija, pero José se mostraba distante. La familia Vargas tampoco demostraba mucho cariño por la niña, lo que preocupaba a María, quien intentó hablarlo con su esposo, aunque sin éxito.
Años después.
En un bar, José se encontraba bebiendo con sus hermanos, primos y padres:
—Ojalá la niña no tenga poderes mágicos. Seremos la burla, José —dijo su hermano con un tono burlón.
—No. Ella no va a despertar el poder mágico —respondió José con firmeza.
Los hombres continuaron bebiendo, ignorando la posibilidad de que algo inesperado ocurriera. Pero el día del despertar del poder de Camila llegó, y para sorpresa de todos, ella despertó la magia ancestral de los Vargas. La noticia cayó como un balde de agua fría en la familia, y desde entonces, los familiares de José les dieron la espalda.
A partir de ese día, la armonía en la familia se rompió. Se perdió el amor, las palabras se volvieron frías y José comenzó a refugiarse en el alcohol. Camila notaba la indiferencia de su padre, quien se negaba rotundamente a entrenarla para desarrollar su poder. No importaba cuánto insistiera, la respuesta siempre era la misma: un rotundo no. Pero Camila no se dejó vencer y decidió aprender a controlar sus habilidades por sí sola. Desde entonces, su relación con su padre se deterioró aún más, pero ella estaba decidida a demostrar que su poder no era una maldición, sino un don.
Una noche, José llegó borracho y se dirigió tambaleante hacia la habitación de Camila. Sus ojos inyectados de ira la observaron fijamente antes de extender los brazos con intenciones asesinas. Sin embargo, María irrumpió en la escena y lo detuvo con rapidez. José respondió con un ataque brutal que la hizo escupir sangre y caer al suelo. El golpe resonó en la casa, despertando a Camila, quien reaccionó al instante lanzando un hechizo de empuje.
El hechizo impactó a José, pero él rugió con furia. De repente, una gran explosión sacudió la casa y ambas mujeres fueron lanzadas por los aires. Camila sintió un dolor insoportable en el pecho y vomitó sangre. María, por su parte, quedó inconsciente al chocar contra la pared.
José, tambaleante pero determinado, avanzó nuevamente hacia Camila. Ella intentó defenderse, pero él fue más rápido. Su mano traspasó el estómago de la joven como una lanza. Camila abrió los ojos con horror y escupió más sangre.
—Papá… ¿Por qué? Soy tu hija…—susurró con la voz temblorosa.
—Tú hiciste que todos me odien—respondió José con desprecio.
—Pero… padre…
—¡No me llames así!
Con furia, retiró su mano y la arrojó al suelo como si fuera un despojo. Camila, con lágrimas en los ojos, lo miraba suplicante. Pero él solo respondió con un fuerte golpe en la cara que la sumió en la inconsciencia.
—Nunca podría ser padre de alguien que arruinó mi vida. No eres mi hija—espetó antes de darse la vuelta para marcharse.
Justo cuando estaba por salir, un sonido extraño lo detuvo. Un latido. Un latido tan fuerte que pareció hacer vibrar el aire. José se giró con el ceño fruncido y vio cómo un humo anaranjado emergía del cuerpo de Camila.
Sus uñas se alargaron, su respiración se volvió pesada y sus ojos se abrieron de golpe. Su iris ahora era de un rojo intenso con una delgada línea negra recorriéndolo verticalmente. El humo anaranjado comenzó a envolverse a su alrededor, tomando la forma de un gigantesco zorro. José retrocedió, sintiendo por primera vez en su vida un temor genuino.
Camila se puso de pie. Sus movimientos eran lentos y fluidos, como los de un depredador. La forma del zorro se desvaneció, pero el humo seguía emitiéndose de su cuerpo. En un parpadeo, se movió con una velocidad imposible. José apenas tuvo tiempo de prepararse antes de que un chorro de sangre cayera al suelo.
María, que comenzaba a recobrar la conciencia, abrió los ojos y vio la escena con horror: Camila, con el brazo extendido, había atravesado el pecho de su padre. José, con la boca llena de sangre, sonrió con una mueca torcida.
—Nada mal… pero serás la destrucción… jajajaja—fueron sus últimas palabras antes de que sus ojos se cerraran y su cuerpo cayera pesadamente al suelo.
Camila miró su brazo empapado en sangre. Sus ojos reflejaban puro terror. La adrenalina se disipó y, de inmediato, perdió el conocimiento.
Minutos después, la Liga de Héroes irrumpió en la casa. Gracias a la intervención de María, lograron impedir que Camila fuera arrestada por asesinato. Sin embargo, la verdad quedó grabada en sus corazones: el poder que había despertado en Camila era inmenso… y peligroso. Un poder ligado a sus emociones más intensas.
Aquel día marcó su destino. Al cumplir diecisiete años, ella y su madre abandonaron México y se trasladaron a Colombia. Allí, Camila ingresó a la Academia Técnica, buscando un nuevo comienzo. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que ese poder aún dormía en su interior, esperando el momento para despertar nuevamente.
En la actualidad.
Camila revivió en su mente el momento en que su padre la atacó. Mientras tanto, todos los conocidos de Junior llegaron al lugar de la explosión, encontrando su casa completamente destruida. En el centro del caos, Junior yacía herido en el suelo, pero lo que más llamó la atención fue Camila. Algo en ella no estaba bien. Pegó un grito desgarrador, su cuerpo emanaba un humo denso y claro anaranjado. Nadie se atrevió a moverse al principio, pero un hombre moreno y musculoso decidió actuar.
Sin titubeos, caminó hacia Camila con la intención de detenerla. Sin embargo, en un parpadeo, ella apareció frente a él y, con un solo movimiento, le arrancó el brazo de cuajo. La extremidad salió volando mientras un chorro de sangre empapaba el suelo. El hombre cayó al piso, gritando de dolor. El resto del grupo se paralizó, observando con horror la escena.
—Cami…—murmuró Ome, pero antes de terminar su frase, Camila se abalanzó sobre él y lo hizo caer con un golpe seco.
Ome sangraba, pero aún estaba consciente. Los demás decidieron intervenir, lanzándose al combate en un intento desesperado por detenerla. No obstante, era inútil. Camila se movía con una velocidad sobrenatural y cada uno de ellos caía uno tras otro, brutalmente heridos.
Nicole intentó esquivar sus ataques, buscando una oportunidad para hacerla reaccionar.
—¡Camila, por favor, despierta! ¡Reacciona, no eres tú!—gritó desesperada.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Camila le clavó sus garras en el estómago y la lanzó lejos. Nicole chocó contra los escombros, dejando una mancha de sangre en el suelo.
Figueroa fue la siguiente en intentarlo. Se movió con rapidez, golpeándola repetidamente, pero era como si sus ataques no tuvieran efecto. En un abrir y cerrar de ojos, Camila la derribó con un solo golpe, dejando su cuerpo inmóvil en el suelo. La escena era aterradora; los amigos de Camila sentían que no estaban peleando contra una persona, sino contra un demonio.
En ese momento, Valentina apareció en el campo de batalla. Camila la vio y, sin dudarlo, se lanzó contra ella con una velocidad imposible. Pero antes de alcanzarla, Junior, aún sin transformarse en su forma de Dios, logró sujetar su pierna en el último segundo. Camila desapareció por un instante y reapareció a su lado, golpeándolo contra el suelo con una fuerza devastadora, generando una explosión de tierra y polvo. Sin embargo, Junior se levantó a tiempo, con los puños apretados.
—¡Camila, basta!—gritó Junior con todas sus fuerzas mientras bloqueaba uno de sus ataques—. ¡No me voy a transformar! ¡No voy a pelear contigo! ¡Tienes que reaccionar!
Pero Camila no respondía. Sus ojos se volvieron completamente rojos y, de repente, una serie de ondas de choque explotaron a su alrededor. Junior recibió el impacto de lleno y escupió sangre mientras su cuerpo salía despedido por los aires. Mientras volaba por la fuerza del golpe, su mente se llenó de preguntas.
—Camila… ¿Cómo puedes ser tan fuerte? ¿Por qué no reconoces a tus amigos?—pensó mientras la veía desde la distancia.
Junior se estrelló contra un edificio con un estruendo que sacudió los alrededores, pero Camila siguió atacando sin piedad. Sus amigos, que intentaban detenerla, eran golpeados brutalmente, y la sangre se esparcía por el suelo. Viendo la situación descontrolada, algunos de los presentes comenzaron a considerar la posibilidad de matarla, pero esperaron a que se dirigiera a Junior.
Este, incrustado en la estructura del edificio, comenzó a reflexionar mientras se reincorporaba lentamente.
—Esto es mi culpa… Me besé con Valentina mientras estaba con ella. Teníamos planes, un futuro juntos… ¡Nos íbamos a casar! Tantos años de relación tirados a la basura. Está molesta y con razón… Pero si no la detengo ahora, va a matar a alguien.
La determinación en su voz creció con cada palabra. Entonces, su cuerpo brilló con un resplandor celestial mientras se transformaba en Dios. Su energía explotó a su alrededor y se lanzó hacia Camila a una velocidad sobrehumana.
Camila estaba a punto de atravesar a Nicole con sus garras cuando Junior apareció de repente y la abrazó con fuerza.
—¡La va a matar!—gritó Figueroa.
Pero Junior no se movió. Poco a poco, su brillo divino comenzó a desvanecerse mientras la aferraba con todo su ser.
—¡Camila, perdóname!—gritó con desesperación—. ¡Ya no más! ¡Tú no eres así! Eres una mujer fuerte, valiente y hermosa, pero también noble y calmada. ¡Por favor, reacciona! ¡Por favor, Camila, despierta!
El cuerpo de Camila tembló por un segundo, pero en un movimiento feroz, le hizo un profundo corte en la espalda con ambas manos. Un chorro de sangre brotó violentamente, tiñendo el suelo de rojo.
—¡Junior!—gritó Nicole, aterrorizada.
Junior cayó de rodillas, respirando con dificultad, pero sin soltar a Camila. Su voz se quebró mientras hablaba:
—Sí, lo sé… ¡Me equivoqué! Cometí el error de besar a Valentina cuando yo estaba contigo. Arruiné cinco años de nuestra vida juntos y fui un completo idiota. Tienes todo el derecho de estar furiosa conmigo y me merezco todo el dolor que me estás causando ahora mismo. ¡Cada rasguño, cada golpe, cada corte y cada gota de sangre que pierdo es mi castigo!
Sus palabras hicieron eco en la mente de Camila. Sus ojos rojos se abrieron desmesuradamente y un grito ahogado escapó de sus labios. Las imágenes de su pasado juntos comenzaron a aparecer en su mente: los momentos felices, las risas compartidas, las dificultades que superaron juntos. Las salidas, las aventuras, las promesas. Todo aquello que los unió alguna vez.
Junior sintió su cuerpo temblar dentro de sus brazos.
—Ahí debes estar, Camila…—dijo con voz débil pero firme—. Sé que duele, sé que quieres destruirlo todo por la rabia, pero el enojo no puede llevarte hasta el extremo. No dejes que te domine, porque puedes herirte y también dañar a quienes te aman.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Camila. Sus movimientos comenzaron a debilitarse, pero aún golpeaba a Junior con desesperación.
—Me lo merezco, Cami…—susurró Junior, con la sangre resbalando por sus labios—. ¡Desahógate conmigo! No me importa… No importa el dolor…
Finalmente, Camila se detuvo. Sus garras se retrajeron, su respiración se agitó y su mirada se desenfocó. Un jadeo escapó de sus labios y su voz salió quebrada:
—Junior…
Junior la miró fijamente.
—Perdóname…—murmuró Camila, su voz temblorosa—. No debí hacer esto… Soy una completa idiota…
Junior la abrazó con todas sus fuerzas, ignorando su propio dolor.
—No… Lo soy yo.
Ambos se quedaron en aquel abrazo, mientras el silencio los envolvía. A su alrededor, sus amigos los miraban con miedo y asombro, incapaces de comprender todo lo que acababa de suceder.
Dos días después, Junior llevó a Camila y a María al aeropuerto. Camila se detuvo un momento para hablar con él, mientras su madre hacía la fila para abordar.
—Perdóname por lo que pasó —dijo Camila con la voz entrecortada.
—No pasa nada. Tenías todo el derecho de enfadarte conmigo —respondió Junior con una sonrisa triste.
—Adiós…
—No. Un hasta pronto.
Se abrazaron, y Camila no pudo evitar llorar.
—Ve con alegría. Iré a despedirme de tu madre —dijo Junior.
—De acuerdo.
Junior se acercó a María, quien lo miró con amabilidad.
—Doña María… ¿Qué fue lo que le pasó a Camila? —preguntó con seriedad.
—Es el despertar de la bestia. Una forma de poder mágico puro, pero aquellos que no lo controlan se convierten en bestias violentas. Solo despierta con una emoción extrema… y bueno, ya lo viste.
Junior se quedó en silencio. Camila y María abordaron su avión, y él las vio partir, con el corazón pesado. Sabía que no era una despedida definitiva, sino solo el inicio de algo más.
Tres semanas después del accidente de Camila.
En la ciudad de Caquetá, Figueroa se encontraba sola, sentada en una cafetería, disfrutando de un café mientras leía un libro. Aunque la tranquilidad de los últimos días le resultaba agradable, también sentía un profundo aburrimiento. Desde el incidente con Camila, nada interesante había sucedido, y aunque valoraba la paz, deseaba encontrar algo nuevo que hacer. Tal vez estudiar algo, conseguir un trabajo o incluso entrenar sus habilidades. Cualquier cosa que le permitiera entretenerse y mantenerse ocupada.
A pesar de disfrutar la calma, no podía evitar sentirse frustrada con su rendimiento. En el grupo, ella era la tercera más rápida, pero antes ocupaba el segundo lugar. Junior siempre había sido el más veloz, pero con el despertar del poder de Camila, ella había sido desplazada al tercer puesto. Aquello la inquietaba.
Decidida a probarse a sí misma, Figueroa salió de la cafetería y comenzó a correr. En pocos minutos, había llegado a Bucaramanga. Se detuvo y analizó su velocidad. Aunque seguía siendo rápida, no había mejorado lo suficiente. Sabía que, según las reglas del mundo heroico, cada persona tenía un límite con sus poderes, pero en el caso de Junior y Camila le demostraba que era posible romper esas barreras.
Figueroa recordó un afiche que había tomado semanas atrás. Sacó el papel de su bolsillo y lo leyó detenidamente:
“Tema de Viajes en el Tiempo”
“¡Ven y únete a nuestro grupo de investigación! Aprende sobre el funcionamiento del tiempo, sus misterios y las posibles consecuencias de los viajes temporales. ¡Clases de ciencias después de la batalla contra los villanos!”
“¡Anímate y ven!”
Figueroa frunció el ceño. Le parecía extraño que unas clases de ciencias estuvieran relacionadas con los viajes en el tiempo. Sin embargo, la idea le pareció intrigante, así que decidió asistir.
Al día siguiente.
Figueroa llegó al lugar donde se impartirán las clases, en Bogotá. Para su sorpresa, solo había seis personas en la entrada. Algo no cuadraba. A pesar de la extrañeza, entró en el auditorio y tomó asiento. Frente a ella, un profesor organizaba unos documentos. Era un hombre de gafas, cabello crespo negro, ojos cafés y una estatura promedio.
El profesor ajustó su postura y miró a los asistentes antes de hablar:
—Buenos días a todos. Hoy hablaremos sobre los viajes en el tiempo. Este concepto se define como la capacidad de trasladarse a través del tiempo, ya sea hacia el pasado o el futuro. A lo largo de la historia, científicos han intentado hacerlo realidad. Desde principios del siglo XX, muchos han trabajado en máquinas del tiempo, pero todos fracasaron, y algunos incluso murieron en sus intentos.
El profesor hizo una pausa y miró a los estudiantes.
—Durante décadas, la humanidad se rindió ante la imposibilidad de viajar en el tiempo… pero yo no. Lo intenté y fracasé muchas veces. Estuve a punto de abandonar hasta que apareció Saavedra con sus cuatro poderes. Fue entonces cuando comprendí que en este mundo todo es posible.
El murmullo de los asistentes aumentó. Figueroa cruzó los brazos, interesada en la dirección que estaba tomando la conversación.
—Así que continué investigando. Luego de muchos estudios y experimentos, llegué a una hipótesis sorprendente: los únicos que pueden viajar en el tiempo por sí mismos… son los velocistas.
Un silencio se apoderó del auditorio. Figueroa abrió los ojos con sorpresa. ¿Podía ser posible?
El profesor sonrió.
—Y ahora, voy a demostrarlo.
Sin embargo, cuando el profesor terminó de hablar, se dio cuenta de que solo Figueroa seguía en el auditorio. Su expresión se tornó triste.
—Siempre es lo mismo—murmuró mientras recogía sus cosas y se marchaba.
Figueroa también salió del auditorio, perdida en sus pensamientos. Las palabras del profesor resonaban en su mente. Viajar en el tiempo sonaba peligroso, pero al mismo tiempo intrigante. Tal vez valdría la pena intentarlo, aunque solo fuera para matar el tiempo. Y si lo lograba, quizá podría usarlo para algo bueno.
Horas después.
Figueroa regresó a Neiva y se dirigió a un campo donde, años atrás, había realizado su prueba para pasar a noveno en la academia técnica. Se situó en el centro, cerró los ojos y respiró hondo, tratando de relajarse. Se concentró en su velocidad y comenzó a correr con todas sus fuerzas. Sin embargo, tras un breve instante, se dio cuenta de que solo había dado una vuelta al planeta. Nada más había ocurrido.
Frustrada, se detuvo un momento para analizar la situación. Tal vez no había corrido lo suficientemente rápido. Decidida, volvió a intentarlo, esta vez aumentando su velocidad al máximo. Pero el resultado fue el mismo: otra vuelta al planeta sin cambios aparentes.
Figueroa se arrodilló en el suelo, respirando con dificultad. Estaba agotada, pero no quería rendirse. Si Junior y Camila habían conseguido superar sus límites, ¿por qué ella no podía hacerlo? Esta vez, decidió concentrarse en su interior, en todos los momentos que la habían llevado hasta ese punto. Recordó sus años de entrenamiento, sus logros y fracasos, e incluso la envidia que sentía por el crecimiento de Junior y Camila. Puso su mente en blanco, exhaló profundamente y comenzó a brillar. Sintió su cuerpo más ligero, pero también un leve temblor en sus extremidades. Sabía que estaba cerca.
Al mismo tiempo, Nicole pasaba por el lugar y vio a Figueroa brillando con intensidad. Preocupada, se acercó con cautela.
—Hola. No sabía que estabas aquí. Se me hizo raro verte tan concentrada. ¿Te parece si vamos a mi finca a tomarnos un café y, tal vez, darnos un chapuzón en la piscina?—preguntó con una sonrisa.
Pero Figueroa no respondió. Ni siquiera pareció escucharla. Nicole frunció el ceño y, con curiosidad, le puso una mano en el hombro. Sin embargo, Figueroa tampoco reaccionó. De repente, sin previo aviso, comenzó a correr.
Nicole, sin tiempo de reaccionar, fue arrastrada con ella. Sintió cómo su cuerpo se elevaba y se impulsaba a una velocidad sobrehumana. Gritó, aterrada, mientras veía el paisaje a su alrededor volverse un borrón de luces y sombras. Figueroa, por su parte, estaba completamente absorta en su intento de romper los límites de su poder.
Dio la vuelta al planeta cinco veces. Luego diez. Luego cincuenta. En apenas un minuto, ya había recorrido cien vueltas al mundo. La velocidad seguía aumentando, y Nicole, temblando de miedo, notó que su propio cuerpo también comenzaba a brillar. Lágrimas rodaban por su rostro mientras intentaba procesar lo que estaba ocurriendo.
De repente, todo se volvió blanco. Figueroa y Nicole sintieron como si flotaran en un vacío infinito. A su alrededor, destellos de recuerdos y momentos pasaban a una velocidad inimaginable. Nicole, aún asustada, no podía dejar de observarlos. Era como ver su vida y la de sus amigos en una película acelerada. Entonces, una luz cegadora las envolvió.
Un fuerte impacto las lanzó contra el suelo. Rodaron por varios metros antes de detenerse. Nicole fue la primera en incorporarse, todavía aturdida. Miró a su alrededor y notó algo extraño. No estaban en el mismo lugar. Aunque reconocía Neiva, algo era diferente. La arquitectura, la ropa de las personas y, lo más llamativo de todo, la abundancia de individuos usando poderes abiertamente.
Figueroa, aún en el suelo, levantó la cabeza y esbozó una sonrisa.
—¡Funcionó!—exclamó con emoción.
Nicole se giró bruscamente.
—¿Qué cosa?
Figueroa la miró con entusiasmo.
—Viajamos en el tiempo.
Nicole abrió los ojos con sorpresa.
—¿Qué? ¿Viajamos en el tiempo?
—¡Sí! Pero no sé en qué época estamos.
Nicole miró a su alrededor, analizando los detalles del entorno.
—Bueno, seguimos en Neiva, pero la pregunta es…
—Cuándo estamos—completó Figueroa.
Miraron a su alrededor una vez más. Personas con habilidades sobrehumanas realizaban actividades cotidianas sin ocultar sus poderes. La escena les resultaba familiar, pero al mismo tiempo extraña.
—Veo que todos usan poderes con normalidad—dijo Figueroa, emocionada.—Eso significa que estamos después de la Caída de la Luz. El momento en que los poderes se hicieron parte de la humanidad.
—Eso es bueno, supongo—murmuró Nicole.—Pero hay que averiguar en qué año exacto estamos.
—Habrá que preguntar.
Ambas se miraron, sintiendo la adrenalina del momento. Habían logrado lo imposible. Ahora, debían descubrir cuándo y cómo regresar.
Ellas avanzaron y vieron un periódico en un puesto callejero. La fecha en la cabecera las dejó boquiabiertas:
1 de enero de 1960.
Nicole y Figueroa intercambiaron miradas llenas de asombro.
—¡Estamos en los sesenta!—exclamó Nicole.
—Una buena época—contestó Figueroa con una media sonrisa.
—Hay que tener cuidado—advirtió Nicole.
Sacó su celular y lo revisó, pero la pantalla solo mostraba la falta de señal.
—No tengo señal—dijo, frunciendo el ceño.
—Es obvio. Nuestro operador de internet ni siquiera se ha creado—señaló Figueroa con ironía.
Mientras caminaban por la ciudad, notaron las diferencias con su época. La arquitectura, los automóviles, incluso el aire tenían un aroma distinto. Sin embargo, también reconocieron lugares que apenas habían cambiado con el tiempo. Algo que les llamó la atención fue la moda: la ropa de los sesenta les parecía vibrante y no tan llamativo, pero en contraste, sus atuendos modernos destacaban demasiado. Sin pensarlo mucho, decidieron cambiarse.
—Hay que ser cuidadosas. Estamos en el pasado—recordó Figueroa.
—Podríamos evitar tragedias—sugirió Nicole. —Como la muerte de nuestros maestros. ¡Incluso podríamos cambiar muchas cosas!
Figueroa negó con firmeza.
—No. Podría generar un hueco argumental en la historia como la conocemos. El tiempo se debe respetar.
—Pero, ¿cómo sabemos qué afecta y qué no?
—No toquemos nada. Solo esperemos a que me recupere para regresar a nuestro tiempo—sentenció Figueroa.
A medida que avanzaban, atrajeron varias miradas. Los silbidos y piropos no tardaron en llegar. Ambas llevaban faldas cortas y blusas ombligueras, lo que en aquella época resultaba demasiado atrevido. Unas señoras las miraron con desaprobación.
—Esas señoras nos ven mal—murmuró Nicole.
—No olvides que, para esta época, las jóvenes no pueden vestirse como nosotras—explicó Figueroa.
Los comentarios no paraban, hasta que un grupo de hombres se acercó.
—Buenas, ¿cuánto cobran?—preguntó uno con descaro.
Nicole, indignada, estuvo a punto de responder con un puñetazo, pero Figueroa la sujetó y se la llevó de inmediato, regañándola en el proceso.
—¡Cálmate! No puedo llevarnos al futuro todavía. A mí también me indigna, pero no podemos hacer nada.
Antes de que pudieran continuar la discusión, una explosión sacudió la calle. Ambas se giraron de inmediato y corrieron hacia el origen del estruendo. Un coche estaba destruido, y en medio de la escena, un héroe luchaba contra un villano.
Las chicas decidieron mantenerse al margen y se alejaron del lugar. Sin embargo, un niño estaba a punto de ser aplastado por escombros. Sin pensarlo, corrieron y lo salvaron.
Se refugiaron en un callejón, jadeando.
—¡Esto es malo! Nos metimos con el tiempo—dijo Figueroa con preocupación.
—Fue pura inercia de héroe. No creo que sea grave—replicó Nicole.
Respiraron hondo para calmarse, pero un ruido extraño las alertó. Al asomarse, vieron un portal en forma de prisma abriéndose. Cuatro figuras emergieron de él, vestidas con armaduras y cascos numerados. Cada uno empuñaba un sable de luz verde. Sus posturas eran de combate.
Las chicas se pusieron en guardia.
—Bueno… Esto se pone interesante—murmuró Figueroa con una sonrisa desafiante.
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