"En este mundo, solo los fuertes gobiernan. Solo ellos pueden alzar la voz, decidir quién vale y quién no. Y los débiles… los débiles solo existen para ser pisoteados, para servir de entretenimiento, para ser tratados como basura."
Laebe lo sabía mejor que nadie. Había vivido esa realidad en carne propia desde que tenía memoria. Pero nada la había preparado para esto.
El salón en el que estaba era uno de los más alejados del instituto, un lugar casi olvidado en un edificio que pocos usaban. La luz tenue de la tarde se filtraba por las ventanas polvorientas, iluminando con frialdad la escena que se desarrollaba dentro.
Sus mejillas estaban húmedas, el temblor en su cuerpo la hacía sentir como si fuera a romperse en cualquier momento. Sus labios abiertos en un intento de respirar, pero sin lograr emitir un solo sonido. Estaba en el suelo, con las piernas dobladas de forma incómoda y los brazos temblorosos tratando de cubrirse, tratando de encontrar algo de dignidad en medio de todo.
Frente a ella, Ángel terminaba de abrochar su camisa, mientras otros dos chicos se arreglaban la ropa, riéndose en voz baja, intercambiando comentarios que Laebe no podía escuchar. No quería escucharlos.
El silencio en la habitación era sofocante. Solo el sonido de su respiración entrecortada y los movimientos de ellos rompiendo la quietud.
Ángel se acercó con una sonrisa que a cualquiera le parecería encantadora, pero que en ella solo causó escalofríos. Se arrodilló frente a ella y tomó su rostro con una suavidad cruel. Laebe intentó apartarse, pero no tenía fuerzas. No después de todo.
— Te quiero atenta del teléfono, perrita. Cuando te llame, sabrás que hacer. — Susurró antes de besar sus labios con burla, sin importarle que su rostro estuviera manchado de lágrimas. — Nos divertiremos más después.— Dio una suave bofetada a su mejilla y después se levantó para ir hacia la puerta.
Los otros rieron, saliendo del salón como si nada hubiera pasado, como si la escena a sus espaldas no significara nada. Como si ella no significara nada.
Cuando la puerta se cerró, Laebe quedó en completa oscuridad. Su cuerpo dolía, su mente se negaba a procesarlo todo. Quería vomitar, quería gritar… pero solo se quedó ahí, con la mirada perdida en el suelo, esperando que el tiempo la tragara.
Finalmente, con movimientos torpes, comenzó a vestirse. Cada prenda le pesaba como si fueran cadenas, recordándole lo que acababa de pasar. No lloró más. No le quedaban lágrimas. Solo quedó el vacío, la certeza de que en este mundo, los débiles solo existen para ser destruidos...
Caminó con dificultad por los pasillos, sintiendo la ropa pegajosa sobre su piel y un temblor involuntario en sus piernas. Cada paso era un recordatorio de lo que acababa de ocurrir, una sensación que la hacía querer desaparecer. Pero no tenía a dónde ir, así que se obligó a entrar a su salón, esperando que las pocas clases que restaban transcurrieran sin incidentes.
Al sentarse, agachó la cabeza, evitando las miradas curiosas. Sus compañeros la observaban, algunos con desinterés, otros con un brillo cruel en los ojos. Sin embargo, nadie dijo nada. Nadie se acercó.
Las horas avanzaron lentamente, con cada minuto sintiéndose más largo que el anterior. Finalmente, el sonido de la campana anunció la salida. Como siempre, los estudiantes recogieron sus cosas y abandonaron el aula entre risas y conversaciones animadas, sin prestar atención a la pequeña figura que permanecía en su asiento.
El salón quedó vacío… o al menos eso creyó Laebe hasta que escuchó el sonido de pasos acercándose.
—Mírala, todavía sigue aquí — La voz de Nicolle sonó con burla.
Laebe sintió un escalofrío recorrer su espalda. Levantó la vista y vio a Nicolle, acompañada por dos de sus amigas. Sus sonrisas maliciosas le dejaron claro que no tenían intenciones de dejarla ir tranquila.
—Te ves asquerosa, ratoncita — Murmuró una de ellas, cruzándose de brazos. — Aunque supongo que ya estás acostumbrada, ¿no?— Se burló.
Laebe bajó la cabeza, sintiendo su garganta cerrarse. No podía hablar, no podía moverse.
—¿Qué pasa? ¿No tienes nada que decir? — Insistió Nicolle, acercándose peligrosamente.— Vamos, después de lo que te pasó hoy, pensé que estarías un poquito más… receptiva.— .
El comentario hizo que las otras chicas rieran, y Laebe sintió que su pecho se comprimía.
—Deberíamos ayudarla a entender su lugar, ¿no creen? — Sugirió una de las amigas de Nicolle.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió un jalón brusco en su cabello, obligándola a levantar la cabeza. Un golpe seco le cruzó el rostro, haciendo que un ardor punzante se extendiera por su mejilla.
—Deberías agradecer que aún te dirigimos la palabra — Susurró Nicolle cerca de su oído, con una sonrisa cruel. Laebe se estremeció.
—Qué desperdicio de espacio — Murmuró otra de las chicas antes de tomar la mochila de Laebe y vaciarla en el suelo, pisoteando sus libros y cuadernos.
—Oh, y esto también se ve inútil —agregó Nicolle, arrancando algunas hojas y lanzándolas al aire como si fueran confeti.
Laebe sintió un nudo en la garganta. Todo su esfuerzo, sus apuntes, su única manera de mantenerse a flote en la escuela… Todo estaba siendo destruido frente a sus ojos, y ella no podía hacer nada para detenerlo.
Un empujón la hizo caer de rodillas junto a sus cosas. Las chicas rieron, disfrutando de su humillación.
—Nos vemos mañana, ratoncita — Dijo Nicolle antes de girarse y salir del salón con su grupo.
Laebe permaneció en el suelo, temblando. Las lágrimas caían silenciosas, sin que pudiera detenerlas.
...
Algunas horas pasaron, la noche ya había caído y Laebe se encontraba en su casa: un pequeño departamento de estudiante que sus padres le habían dado, haciendo tareas. Se mantenía acostada sobre el suelo, rodeada de apuntes que le servían para terminar los nuevos. La televisión estaba encendida, y podía escuchar las noticias nuevas de la noche, aunque apenas y les prestó mucha atencion: "Un choque entre pandillas dejo dos heridos y un muertos cerca del sector norte".
Se había puesto a repetir algunos de los apuntes sucios, aunque, pensó que seguro Nicolle volvería a destruirlos. Fue en ese momento que tuvo una idea. Rápidamente se puso de pie y comenzó a recoger sus apuntes limpios, se vistió con algo rápido para salir: una habitual falda larga, y un suéter largo, unas zapatillas y después su cartera.
No tardó en salir de casa, con sus apuntes en manos. Aunque dolía todo su cuerpo, esperaba que esto de alguna manera pudiera aliviar un poco su tensión...
Había llegado a un ciber-café que estaba a apenas unas cuadras de su departamento, saco algunas impresiones a todos sus apuntes y después se dispuso a volver a casa. Ya estaba todo bastante oscuro, y solamente habían algunas personas en las calles.
Para llegar más rápido, tomo una serie de callejones que evitaban que tuviera que rodear toda la zona. Al doblar por una esquina mal iluminada, su cuerpo se tenso notando a varios hombres allí.
Sus vestimentas desalinedas y despreocupadas, tatuajes por todos lados, y sonrisas llenas de perversión y maldad.
— Mira que tenemos aquí... Parece que la noche nos trajo un lindo ratoncito.— Dijo uno de ellos acercándose.
Laebe de inmediato se giro para irse, pero su camino fue bloqueado por otro de ellos.
— ¿A dónde vas preciosa? Acabas de llegar.— Dijo él. Laebe tembló toda, temiendo por su vida. Sintió una mano recorrer su cabello, mientras otra se posaba en su hombro, claramente... Eso no iba para bien.
Estaba congelada del miedo, y se sentía incapaz de poder hablar o moverse. Solo cerró los ojos, como si buscará que todo pase más rápido...
Claramente ellos no tenían buenas intenciones, se deleitaban viendo como se cubría de lágrimas y como su cuerpo temblaba como una hoja.
— Por favor... Déjenme ir. — Suplico, su voz quebrada por el miedo.
— Jaja, ¿la nena va a llorar? Te vez adorable con el rostro así..~ — Expresó uno de los hombres. Laebe no podía evitar sentir su corazón a punto de reventar, se preguntaba a si misma si alguna vez había merecido que todo lo malo le pasará.
Se preparó para lo peor, pensando en que quizá nadie lloraría su muerte o mucho menos le importaría. Y justo en ese momento...
— Sueltenla.— Ordenó una voz en el callejón. Era una voz intimidante y gruesa, que no cargaba en sus palabras ni enojo ni urgencia, solo una calma fría y preocupante.
Los hombres miraron al origen de la voz, un hombre increíblemente alto y se notaba; bien entrenado, con una sudadera negra. Llevaba algunos tatuajes que eran visibles en su cuello, manos e incluso rostro, igual que aretes y perforaciones.
— Y tú... ¿Quién te crees? ¿Un maldito héroe?— Se burló uno de ellos.
— No lo repetiré.— Advirtió, teniendo en mano un cigarrillo al cual le dió una última probada antes de tirarlo al suelo. Uno de los maleantes se noto molesto con su presencia y rápidamente se acercó.
— Si no quieres que deforme esa linda carita, será mejor que te largues.— Le advirtió. Sin embargo, aquel hombre, tan solo hizo un movimiento con el cual sujeto su brazo con tanta fuerza que parecía romperlo, el hombre se quejo y soltó el cuchillo y antes de poder defenderse, un puñetazo lo tiró al suelo.
Los otros maleantes se notaron más que molestos, rápidamente se dejaron ir contra aquel hombre, cuyos movimientos para esquivar golpes y devolverlos, era la de un experto. La pelea fue rápida, pronto los hombres terminaron por salir corriendo despavoridos.
— Idiotas...— Expresó él para después mirar a Laebe, quien ahora yacía en el suelo inconsciente; posiblemente por el shock. — ¿En serio? Que molestia..— Chasqueo la lengua y se acercó a ella.
Con el cuidado que contrastaba con lo de hace un momento, la levanto un poco hasta comenzar a revisar sus pertenencias. Logro encontrar una identificación escolar, por lo que supo dónde estaba su casa. Sin embargo, viendo la fotografía de la identificación y a Laebe ahora en sus brazos, le costó encontrar parecido. La Laebe en sus brazos era mucho más delgada y pálida que la de la foto.
Dio un suspiro y sin más remedio la cargo en sus brazos para llevarla hasta su departamento. Al llegar, abrió la puerta de una patada, notando tan solo con la sensación del interior, que estaba sola. Sin más, entro con ella y la llevo directo al pequeño sofá. Allí, la dejo con cuidado y después comenzó con sus intentos de despertarla.
Primero intento hablarle con golpes pequeños a sus mejillas, pero no dió resultado, después se puso de pie y comenzó a buscar por toda la casa algo en especial.
— Alcohol... Alcohol...— Murmuró esperando encontrar algo. Fue al baño buscando eso, pero no había, después fue a su habitación y busco entre sus pertenencias.
Logró encontrar una pequeña botella de alcohol, en medio de muchas otras cosas de curación, sin embargo, también noto algo. En la cesta de ropa sucia, habían algunas prendas, pero la ropa estaba rota y con manchas que el sabía perfectamente de que eran.
Sin más, volvió a la sala, donde ella seguía prácticamente dormida. Se arrodilló con cuidado frente a ella y mojo la manga de su sudadera con el alcohol para después acercarlo a su nariz, buscando que el aroma fuerte del alcohol la despertara. Mientras lo hacía, noto algo que lo congeló por un momento.
Su mirada se oscureció.
Sobre su piel delicada había moretones esparcidos en distintas zonas: algunos apenas visibles, otros más marcados y recientes. No parecían golpes accidentales ni las marcas que dejaría un forcejeo. No… eran signos de maltrato constante.
Su mandíbula se tensó.
Esto no era obra de los tipos del callejón. Él sintió un frío ardiente recorrerle el pecho.
Bajo un poco el suéter para revisar sus hombros y noto que habían más moretones, le quitó el suéter y pudo ver sus brazos y abdomen repletos de esto.
— ( Claramente esto no es reciente... No sé los pudieron hacer esos hombres, apenas llevaba unos minutos allí... Esto es provocado por más de una persona... )— Analizó mientras seguía mirando las marcas. Algunas más recientes que otras, y otros más graves que el resto. — (No hay nadie aquí, por lo que... Alguien la lastima fuera de estas paredes... Que mierda...)— Concluyó.
Finalmente, Laebe soltó un pequeño gemido de dolor, y con el, comenzó a despertar.
— Por fin. — Expresó apartándose de ella.
Laebe se despertó con una confusión punzante en su cabeza, le dolía mucho. Seguro por el golpe que se dió al desmayarse. Al ver con claridad, noto al desconocido frente a ella y casi dió un salto.
— T-tu...— Se encogió sobre el sillón. Él, la miro con atención, su mirada aún fija en aquellos moretones y hematomas.
Sin darle tiempo a reaccionar, su voz gruesa irrumpió con severidad.
—¿Eres estúpida?— Preguntó claramente molesto.
Laebe parpadeó, confundida.
—¿Q-qué…?—
Él chasqueó la lengua, cruzándose de brazos.
—¿Por qué demonios estabas sola en la calle a esta hora? ¿No tienes sentido común?— Su tono era frío y autoritario, como si realmente estuviera molesto con ella. Laebe bajó la mirada, sintiéndose pequeña ante él.
—Solo… solo quería llegar rápido a casa…— Dijo, su voz apenas un susurró ante el reclamo de él.
—Y por poco no llegas nunca mas. — Espetó, aún furioso. —¿Siempre haces estupideces como esta? ¿O acaso tu pequeña cabeza no es capaz de entender los peligros de las calles? — Continúo.
Ella se encogió un poco, agachando la cabeza y sintiéndose un poco mal.
— Lo... Siento...— Dijo, su voz apenas un susurró. Él frunció el ceño, claramente irritado y después se puso de pie.
— Laebe, que nombre tan irritante y dulce... ¿Eres realmente tonta? Pero, como estoy de buen humor... Te haré un favor. — Dijo él caminando hasta ponerse de rodillas frente a ella. Laebe, se sentía nerviosa quería escaparse de allí y temía que él fuera a lastimarla. — Dime quién te hizo todo eso.— Le ordenó mirando los moretones.
Has ese momento, Laebe no se dió cuenta de que no llevaba su suéter, por lo que casi de inmediato tomo el mismo y se cubrió con el.
— Nadie... Yo.. tuve un accidente.— Dijo ella mirando hacia otro lado. A él casi se le saltaban las venas de la cara por el enojo.
— Mira mocosa, más te vale decirme ahora mismo... Dije que estaba de buen humor, no hagas que eso cambie...— Dijo forzando una pequeña sonrisa que claramente mostraba su enojo...
—¿Quién te hizo eso? — Repitió su pregunta. Él la miraba con una seriedad cortante, señalando los moretones en su cuerpo.
Su cuerpo se tensó de inmediato, abrió los labios para decir algo, pero no salió nada. Con un ligero temblor, se puso el suéter apresuradamente, cubriendo su piel.
—No es nada… — Susurró con una sonrisa nerviosa, evitando su mirada. Él entrecerró los ojos, enojado, se levantó y camino hasta darle la espalda. Laebe se levantó apresuradamente.—D-de todas formas, gracias por traerme… Si quieres, puedo pagarte por la molestia…— Metió la mano en su bolso para sacar su billetera, pero en cuanto la levantó, él se movió.
Antes de que pudiera reaccionar, él la sujetó firmemente por las muñecas y la empujó de espaldas contra el sillón.
Laebe ahogó un grito de sorpresa. Él la miraba desde arriba, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de ira y frustración.
—¿Quién. Te. Lastimó? — Preguntó con la voz baja, pero fue amenazante. Laebe tembló bajo su agarre.
—Y-yo… n-no…—
—No me vengas con excusas.— Gruñó.— ¿Quién fue?— Repitió sin soltarla.
Ella cerró los ojos con fuerza, sintiendo las lágrimas arder en sus párpados.
—P-por favor… suéltame…— Suplicó, su voz temblorosa y llena de miedo.
Él apretó la mandíbula, su furia contenida chocando contra su propia impotencia. Odiaba esa expresión de miedo en su rostro. Odiaba que ella se encogiera como un animal herido.
Soltó un resoplido y la liberó abruptamente.
—Tch… qué jodido fastidio.— Sin decir más, se dio la vuelta y salió de la casa, cerrando la puerta con un golpe fuerte.
Laebe se quedó paralizada, aún temblando.
Cuando sus piernas finalmente respondieron, se apresuró a cerrar la puerta con seguro, asegurándose de que estuviera bien cerrada antes de retroceder con el corazón desbocado.
Se dirigió a su habitación y se dejó caer en la cama, abrazándose a sí misma... No pudo si quiera dormir...
...
El sonido de pasos firmes resonó en el callejón oscuro. Bajo la tenue luz de un farol parpadeante, un grupo de hombres esperaba con expresiones relajadas, algunos fumando cigarrillos, otros charlando en voz baja.
Sin embargo, en cuanto vieron lo vieron aparecer, todos guardaron silencio.
Su líder había llegado.
Él avanzó sin mirar a ninguno en particular, sus manos en los bolsillos de su sudadera negra y su ceño levemente fruncido. Algo en su semblante indicaba que no estaba de humor.
Uno de los tipos, un hombre robusto de cabello rapado y cicatriz en la mejilla; Nathan, dio un paso al frente con una sonrisa ladeada.
—Tarde como siempre, Kael —comentó con burla.
Kael no respondió. Simplemente se apoyó contra la pared del callejón y sacó un cigarrillo, encendiéndolo con movimientos mecánicos.
Los demás intercambiaron miradas. Era inusual que su líder no respondiera con su usual sarcasmo o algún comentario mordaz.
El hombre de cabello azul neon, llamado Castian, entrecerró los ojos con curiosidad.
—¿Qué pasa? Pareces distraído.— Le dijo él con una pícara sonrisa.
Kael exhaló el humo lentamente, su mirada fija en un punto indefinido.
Castian cruzó los brazos, evaluándolo con interés.
—Déjame adivinar… — Sonrió con diversión.— ¿Una mujer?— Preguntó. Un leve tic apareció en la mandíbula de Kael. Ese pequeño detalle fue suficiente para que todos en el grupo reaccionaran con sorpresa.
—No jodas, ¿en serio? — Soltó uno de los más jóvenes, entre risas.
—Tsk… No me hagan perder el tiempo con estupideces —Gruñó Kael, pasándose una mano por el cabello desordenado.
Pero Castian ya lo estaba estudiando con perspicacia.
—No es cualquier mujer, ¿verdad?— Preguntó con más curiosidad.—¿Es bonita?— Insistió. Kael chasqueó la lengua, irritado.
—Cállate. — Le ordenó. Castian se rio con burla.
—Mierda, esto es oro puro. El jefe, el tipo más cabrón de esta ciudad, está jodido por una chica.— Se burlo dando varios aplausos.
Kael le lanzó una mirada fulminante, pero eso solo pareció divertir más a los demás. Sin embargo, la molestia de Kael no venía de las bromas.
Lo que realmente lo tenía inquieto era la imagen de Laebe en su mente: su fragilidad, su voz temblorosa, la forma en que intentaba ocultar esos moretones…
Por más que quisiera ignorarlo, algo dentro de él se removía cada vez que recordaba su expresión asustada. Y eso lo estaba volviendo loco.
Mientras sus compañeros seguían riéndose, pensó en lo que por ahora debía de ser más importante.
— Cierren ya la boca. — Ordenó al terminar su cigarrillo y dejarlo caer al suelo. — Más de esos idiotas han estado entrando a la ciudad, encontré a varios en el sector norte. Creí haberles pedido que todo debía de estar vigilado.— Dijo Kael.
— Más de esos idiotas... ¿No aprendieron con lo de la otra vez?— Dijo Nathan con una sonrisa.
— Lo de "la otra vez", casi nos lleva con los federales... Debes de tener más cuidado con eso.— Dijo Kael, molesto.
— Bueno, la gente solo así entiende.— Suspiro Nathan.
— Como sea... Quiero que ordenen mas vigilancia en el sector norte, si esos idiotas hacen algo, atraerán a los federales. Debes evitar que hagan algo que nos perjudique.— Ordenó antes de seguir de largo por el callejón...
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