El aire tenía un ligero aroma salino, y a lo lejos se podía escuchar el suave arrullo de las olas al chocar con las piedras. Era un día magnífico. El sol estaba en su punto más alto, y el cielo estaba tan claro y despejado como un cristal de cuarzo. Sus brazos se extendían detrás de su espalda, mientras que sus manos se apoyaban en la arena húmeda. Era una sensación agradable. Los rayos tocaban su piel casi como una acaricia, y sintió ganas de levantar la vista para apreciar la belleza de ese círculo brillante: era negro, tan absurdamente oscuro que se le hizo imposible la cantidad de luz cegadora que éste desprendía. La negrura en su centro era como el vacío mismo…
¿Cómo el vacío mismo? Lentamente, el oleaje se detuvo, y el viento dejó de danzar sobre sus vellos. Los sonidos se apagaron, y por un largo segundo el mundo decidió no girar. Aún así, sus ojos siguieron anclados en la figura siniestra que se alzaba sobre él. Cuando por fin comprendió lo que veía, sintió un frío que le recorrió cada fibra de su ser. Era un agujero negro, nacido en el mero centro de la estrella, y la estaba absorbiendo. Aquello provocaba que un aro de luz incandescente se formara en los bordes, tan potente que era más de lo que él podía soportar. Hecho que lo obligó a levantar su mano para protegerse el rostro.
Los que en algún momento fueron suaves rayos, ahora penetraban su piel creando pústulas dolorosas. La arena comenzaba a ser atraída hacia el firmamento, y el resplandor que se filtraba entre sus dedos aumentó en intensidad. Era como si ese punto brillante se estuviera acercando cada vez más a él, arrastrándolo hacia el núcleo de la singularidad. Cuándo toda luz hubo desaparecido, y su vista quedado sumergida en las más profundas tinieblas, abrió los párpados de golpe.
Lo primero que sintió fue el ardor en sus retinas. No podía ver: su corazón latía con fuerza; apenas podía respirar, y sus pupilas se resistían a contraerse. Creyó encontrase todavía dentro de su sueño y, levantando el brazo por instinto, creó con su palma una barrera entre la fuente de luminosidad y su línea de visión. Sin embargo, cuando sus ojos lograron adaptarse al entorno, se percató de que lo que brillaba no era un sol negro; sino que se trataba de la luz blanca que emanaban los bombillos dentro de la habitación.
Tardó un poco en comprender que lo anterior había sido sólo una pesadilla, y si no fuera por que ya estaba despierto, él habría jurado que alguien le había encendido una linterna en la cara. No tenía idea de cuánto tiempo había estado inconsciente, pero asumió que debió haber sido lo suficiente como para sentirse tan desorientado.
Descansó los párpados y tomó un poco de aire, para luego exhalarlo con calma: algo le decía que eso conseguiría tranquilizarlo. Cuando los volvió a abrir, las imágenes de su alrededor se volvieron más claras, como si antes no hubiese sido capaz de captar la realidad tal cual era. Eso no significaba que lo que registraban sus ojos fuese positivo. Ese lugar, en definitiva, no era su cuarto.
Sin importar a dónde mirara, sólo se encontraba con paredes blancas y lisas, aparentemente sólidas. No parecía haber ninguna entrada visible. No había ventanas, ni siquiera un hueco por donde pasara un ratón. Creyó que sus ojos le engañaban, ¿Cómo era posible que estuviera en una habitación hermética? Entonces, ¿Cómo es que había ingresado? Más allá del par de camas blancas y sosas, la habitación estaba casi vacía, a excepción de dos elementos: un aparato grande y metálico, y un hombre con un pijama amarillo que lo estaba manipulando.
Se preguntó si debía sentirse aliviado o receloso por estar en compañía de un completo desconocido. Al menos, hasta ese momento, el otro muchacho no se había percatado de que él ya se encontraba despierto. Supuso que aquel joven no tenía mente para más nada que revolver en las entrañas de la máquina. Aún así, antes de generar cualquier tipo de sonido que lo pudiera alertar, trató de advertir qué elementos tenía cerca para protegerse en caso de que el sujeto fuera peligroso. No tardó mucho en darse cuenta de que la búsqueda sería inútil: ese lugar parecía a prueba de tontos; lo único que estaba a su alcance eran sábanas y almohadas. Incluso, cuando apoyó su pie en el suelo, lo recibió la cómoda sensación que te deja un tatami más acolchado de lo normal.
La situación no estaba a su favor: en un estudio rápido, cálculo que su compañero debía ser al menos veinte centímetros más alto, con el doble de espalda, y los brazos fornidos. Viéndose a si mismo, él era un enclenque a comparación de aquél tipo. Perdería aparatosamente en un combate cuerpo a cuerpo.
Negó con la cabeza ¿Por qué se planteaba el peor de los escenarios? Ni siquiera lo conocía, no había razón para asumir que le haría daño. Necesitaba cesar con la paranoia, aunque, algo se le hizo extraño: ¿Por qué lucía un pijama amarillo? Genuinamente se veía tan cuál el prófugo de un manicomio. En ese momento la realidad le golpeó en la cara, ya que él también tenía puesto un pijama, pero de color menta. Decidió que ya era hora de decir algo. Apenas soltó un leve “eh”, y notó que su voz le temblaba y perdía fuerza. Carraspeó un poco para limpiarse la garganta y apretó los puños.
–¡Buenas!
El chico vio cómo las orejas del otro muchacho se movieron en señal de alerta. Había sido leve, pero perceptible desde dónde él se encontraba. Se asustó: eso no podía ser real; seguramente estaba viendo cosas imposibles porque, al fin y al cabo, no hacía mucho que había despertado. El de amarillo sacó las manos de la caja metálica para luego girarse sobre sí.
–¡Que bueno que ya despertaste! –exclamó mientras se limpiaba las manos en la camisa, manchándola de grasa– ¡Vaya! Sé que no nos conocemos, pero necesito ayuda con este traste.
Él pudo ver cómo a su compañero le recorrían perlitas de sudor por la frente. Lo notaba exhausto. Se preguntó cuánto tiempo llevaba arreglando la máquina, pero eso no hizo más que generarle la duda del porqué el muchacho estaba haciendo eso.
–No creo que te sea de mucha ayuda. Yo no sé de mecánica –admitió con algo de vergüenza. No sabía por qué, pero sintió que él debía tener algún conocimiento acerca de ello. Al menos, si quería serle útil.
–¡Vamos! ¡No me digas eso! –replicó el otro joven de manera enérgica– no tienes que hacer nada demasiado complicado ¡Es sólo girar una palanca!
Miró al de amarillo perplejo.
–¿Está trabada la palanca?
–Sí, así es.
Esta vez la incredulidad se le reflejó en el rostro al momento de arquear sus cejas.
–Si tú, que se te nota que eres más fuerte que yo, no pudo mover la palanca ¿Qué te hace pensar qué yo voy a hacer alguna diferencia?
Si bien no había sido su intención, dejó escapar inadvertidamente un leve atisbo de sarcasmo. El otro chico negó con la mano.
–No me estás entendiendo. Me refiero a que los dos tiremos de la palanca.
–¡Oh, vale!
Casi prefirió haberse callado la boca. Ahora tenía sentido. Se acercó a dónde estaba situada la máquina, que era en una de las esquinas de la habitación, y le echó un vistazo por dentro. Era una fiesta de cables y partes mecánicas de los cuáles él no conocía su función. La palanca no estaba tan profunda, pero era cierto que se hallaba anclada a su soporte, sin libertad para moverse.
–¿Qué esperas lograr después de girarla? –le preguntó confundido.
–No te preocupes, ya me encargué de averiguar cómo trabaja este armatoste.
Por un segundo dudó si es que aquel hombre era tonto o si acaso se estaba burlando de él. Suspiró.
–De acuerdo, ¿pero me puedes decir para qué quieres mover esta cosa?
–Bueno, –se rascó la cabeza el grandulón- sospecho que debe ser un tipo de freno que evita que los engranajes internos del aparato se pongan en funcionamiento después de que lo enciendes.
Tuvo que admitir que no había entendido lo que su compañero le había querido decir ¿Un freno? ¿Por qué una máquina como esa tendría un freno dentro de ella? ¿Qué razones había para provocar ese resultado?
–Y yo quiero que después de que presione ese botón en el fondo, –señaló un punto negro que se hallaba en uno de los laterales, difícil de discernir– mi brazo no quede atrapado ¿Sabes la fuerza que ejercen estas piezas? ¡Me destrozarían los huesos!
Miró al castaño dubitativo ¿Cómo había llegado a esa conclusión? Más aún ¿Por qué el mecanismo para encender el artefacto era tan engorroso? No parecía bien planificado. Se dio cuenta de que algo no estaba quedando del todo claro ¿Para qué querían encenderlo? Entonces, recordó aquello que le había llamado la atención desde un principio acerca de esa sala: que no tenía accesos, por pequeños que estos fueran. Comprendió que la máquina debía estar relacionada.
La idea que se había formado del chico que ahora tenía al frente cambió. En realidad, sí que había captado correctamente las pistas que les habían dejado para escapar de ese lugar. Tragó saliva al imaginarse lo que hubiese sucedido si es que a él no le hubiese tocado alguien tan perceptivo cómo pareja. Un chasquido de dedos lo sacó de sus pensamientos.
–¡Hey!, ¡Despierta!
El de amarillo ya tenía una de las manos sobre el tubito de metal que conectaba las partes de la palanca.
–¿Me vas a ayudar, o no?
–¡Sí, claro!
Se unió a él y tomó la barra con fuerza. Se sentía como si estuvieran tratando de hacer mover la pata de un elefante. No recordaba haber hecho tanto esfuerzo en toda su vida, y se le hacía frustrante que, aún así, en ese momento no le estuviese dando frutos. Por más que apretara los dientes y pusiera el abdomen como una roca, aquel tubo no cedía. Ya se imaginaba las ampollas que se le iban a formar con tanto maltrato. Asumió que su compañero experimentaba lo mismo, porque lo vio apoyar su pie sobre el lateral de la propia máquina, y creyó que hacía eso para obtener un mayor impulso. De hecho, las venitas se le hincharon en la frente y el cuello, y la piel se le puso tan colorada que cualquiera hubiera pensado que se le iba a salir la sangre por la nariz y los oídos. .
Se escuchó un click, y ambos fueron a dar de culo contra el suelo. El trozo de tubo salió volando y chocó contra una de las paredes de la habitación para luego caer también con cierto estruendo.
–¡Mierda!, ¡Mierda!
El de amarillo agitaba su mano derecha, y luego soplaba sobre su palma: una cortada fresca le recorría de extremo a extremo. Se veía profunda.
–¡Joder!, ¡Maldita sea! –exclamó el adolorido.
–¡Diablos! –expresó él preocupado– eso se ve mal.
La herida necesitaba ser vendada de forma inmediata, pero aquel cuarto no tenía nada que le pudiera servir para primeros auxilios. Al menos no, hasta que miró hacia las camas. Era una tristeza manchar las fundas, impolutas, pero se trataba de una emergencia, y eran la única opción viable. Sin pensarlo demasiado, desnudó una de las almohadas, y trató de desgarrar la tela con sus propias manos. Aquello no funcionó.
–Dámela –le exigió el otro muchacho– yo sé qué hacer.
El grandulón se puso un trozo de tela entre los dientes y, con la mano sana, la estiró hasta romperla. Luego, con ayuda de ambos vendaron la mano.
–¿Está bien así?
–Sí –mencionó sin darle mucha importancia– No es nada grave. He tenido peores accidentes que esto.
Pensó que si hubiese sido él quién se hubiese lastimado de esa manera, probablemente ya hubiese entrado en pánico. Su compañero se puso de pie y se acercó al lugar en dónde había ido a parar la otra parte de la palanca. Después, se puso en cuclillas y la tomó con la mano vendada.
–Y con esto, se nos va nuestra única vía de escape conocida –su compañero curvó los labios en una U invertida. Luego le miró fijamente y frunció el ceño– tendremos que sacrificar tu brazo.
–¡¿Qué?! –chilló horrorizado.
Por un segundo consideró las opciones que tenía para derrotarlo y librarse de él, pero su compañero relajó la mirada y luego comenzó a reír.
–¡Es broma! –mostró los dientes como lo haría un niño– ya se me ocurrirá algo que no involucre una parte de nuestros cuerpos hecha carne de hamburguesa.
Lo vio enderezar el torso hasta ponerse erguido para luego regresar sobre sus pasos. Cuando lo tuvo de frente, este empezó a rascarse la barba.
–Dime algo, brother, ¿Qué recuerdas tú de antes de llegar a este sitio? ¿Cuál es tu nombre?
¿Qué cuál era su nombre? Era una buena pregunta, una que no se había planteado hasta ese momento. Y es que era extraño: desde que había abierto los ojos por primera vez, su percepción y conocimiento del mundo se habían ajustado únicamente a aquello que sus sentidos iban captando del entorno, tal cuál el avatar de un videojuego. Para él, todo se había sentido como si él hubiese estado siendo sólo una especie de observador, de los que se sienta frente a una tele para ver una película. En conclusión, su identidad no había sido cuestión de gran importancia, ni de preocupación. Sin embargo, ahora que la interrogante se encontraba dispersa en el aire…¿Quién era él?
No lo sabía. Tan simple como ello, la información no se encontraba archivada en los pasillos de su mente ¿Pero cómo era posible?, ¿Qué estaba sucediendo con él? Tenía que haber una respuesta, en algún lado, debía existir. Antes de siquiera darse cuenta de lo que hacía, ya tenía las manos sosteniéndole las sienes. El desconcierto en su rostro no era más que una oda al cuadro “El grito”.
–Por tu cara de espanto, me imagino que no lo sabes, ¿Verdad? –sonrió de nuevo.
Miró a su compañero todavía anonadado y negó con la cabeza.
–¡Vamos!, ¡no te Azores!, yo tampoco recuerdo el mío –se colocó las manos en la cintura– ¿Ves? Tenemos algo en común.
¿Y eso en qué lo ayudaba? Habría querido increpar; pero la presión en su mandíbula se lo había impedido. Le resultaba molesta la actitud positivista que mostraba su compañero ante tal predicamento; una actitud que exudaba desde la primera vez en la que habían intercambiado palabras ¿Qué de bueno tenía el no poder recordar sus nombres? Inclusive, consideró que el asunto iba más allá de esa problemática: les habían arrebatado sus memorias. Entonces, ¿Por qué se encontraba él tan relajado?
–Te ves conflictuado –señaló el de amarillo mientras se rascaba la barba– No es que yo sea quién para decirte qué hacer –se alzó de brazos- pero será mejor que te vayas acostumbrando a no tener recuerdos. Ni siquiera yo sé qué hecho de mi vida hasta ahora.
Lo vio sentarse en la esquina de la camilla dónde se suponía que él había despertado, y notó como apoyaba su mentón sobre su puño izquierdo.
–Lo que sí sé –prosiguió su compañero– es que no podemos comunicarnos entre nosotros mismos si no nos asignamos un nombre para cada quién, así sea provisional ¿Qué me dices tú? Por ejemplo, a mí me puedes decir Blonde.
Deseó que el tiempo fuera más despacio. Apenas podía procesar el hecho de no conocer su pasado, y ser consciente de ello le resultaba abrumador. Blonde lo observaba curioso y a la vez expectante. Incluso alzó una ceja como queriendo decir <<¿y tú qué piensas?>>. Hizo un esfuerzo para concentrarse, porque reconocía que no era productivo quedarse estancado en sus miedos. Arrugó el entrecejo y miró fijamente al suelo blanco. Debió haber pasado tiempo demás porque Blonde soltó una leve risita.
–En serio que te tomas las cosas muy a pecho. Pareciera que te la vives pensando y analizando las cosas mucho, y más de lo normal ¿Sabes a quién me recuerdas? –sonrió– A Neo, de Matrix. Con esa pijama verde y tu cara de no saber qué diablos sucede en cada momento… ¡Vamos, que te quedaría como anillo al dedo!
No era una mala idea. Neo sonaba interesante y bastante apropiado. No pudo evitar sonreír, lo cuál su compañero tomó de buena gana. Sin embargo, después de aquella alegría momentánea, sintió que algo extraño sucedía con ese nombre. Sus cejas volvieron a juntarse, mientras sus ojos miraban a un punto en la distancia. <
–¿Sucede algo?
Neo sintió que había algo que se le estaba escapando, hasta que repentinamente se percató de que había un hecho que no tenía sentido ¿Por qué recordaba que existía una película llamada Matrix? ¿Cómo era posible que tanto él como Blonde supiesen que el protagonista se llamaba Neo? Se suponía que habían perdido sus recuerdos. Miró a Blonde desconcertado, y él lo notó al instante.
–¡¿Qué pasa? ¡Tienes la cara de un psicótico!
El joven no estaba seguro de por qué cada cosa que descubría le afectaba tanto. A pesar de que era consciente de la imagen hipersensible que mostraba de sí mismo, necesitó calmarse un poco primero antes de explicarle a Blonde aquello que ahora le estaba perturbando. Al terminar, este último se alzó de hombros y negó con la cabeza.
–¿Por qué te sorprende tanto? Simplemente estamos empezando a recuperar nuestras memorias. Iba a pasar tarde o temprano. No deberías darle tantas vueltas a tu mente.
Pero Neo no creía que fuese tan fácil. Si en ese momento le hubiesen puesto a prueba en un desafío de conocimiento general, lo hubiese superado con creces. No sólo se trataba de películas: aunque no fuese persona de seguir tendencias, reconocía cuáles eran las redes sociales más usadas en la actualidad. También tenía conocimiento sobre los conflictos bélicos que estaban sucediendo alrededor del globo. Él mismo había aclarado antes que en su vida nunca se había visto en la posición de tener que realizar un trabajo de mecánica. Sin importar si recordaba o no quién era él, sabía cosas que no debía; al menos no en una persona que pasa por una amnesia. Resuelto a no ceder, pues estaba seguro de que tenía la razón, le insistió a Blonde su punto de vista.
–De acuerdo –suspiró Blonde con un deje de incredulidad– digamos que tienes un punto. Aún así creo que esto tiene una explicación más sencilla; pero por ahora, quiero enfocarme en el problema que tenemos con la máquina.
Se levantó de la camilla y se acercó de nuevo a la caja metálica. Neo, por su parte, se fijó en el trozo de palanca que Blonde había dejado sobre el colchón. Lo tomó, y lo puso sobre su palma. Con ello pudo comprobar que, a pesar de ser pequeño, el tubo de metal era algo denso.
–Blonde… ¿Qué te parece si dejamos caer este trozo de metal sobre el botón? Quiero decir, ¿Cuáles crees tú qué podrían ser las probabilidades…?
–¡Whoah! –exclamó el grandulón, a la par que interrumpía lo que Neo quería decirle– ¡Eso sí que es una buena idea! –Se llevó la mano a la frente y luego murmuró <<¿Cómo es que no se me ocurrió antes?>> en voz baja– ¡Dámelo!
–Espera, Blonde. Tantéalo primero –El de amarillo cruzó de nuevo el cuarto y Neo se lo entrego en la mano sana– ¿Crees que es lo suficientemente pesado?
Blonde alzó el tubo al aire a una distancia corta y lo dejó caer de nuevo en su mano.
–mphm… –se rascó la barba– creo que puedo agregarle más peso si lo envuelvo con tela. No demasiada, claro; porque sino se atascaría entre los cables.
Todavía quedaba trozos de la funda esparcidos en el tatami. Neo lo vio recoger uno de ellos, para luego formar un bulto alrededor de lo que quedaba de palanca. Ambos se aproximaron al aparato, y esperando que todo saliera bien, el más grande de ellos apuntó sobre el botón y dejó caer el pedazo de tubo con la suerte de que cayera justo en el punto negro. Este al encenderse, se volvió verde. Cómo Blonde había previsto, las piezas internas de la máquina también se habían puesto en funcionamiento junto al motor, pero eso no fue lo que les llamó la atención. A un lado de la máquina, una gran placa del suelo empezó a desplazarse de tal forma que dejaba ver unos escalones que conducían a un piso inferior. Neo no pudo ocultar su sorpresa, pero estaba más que feliz. Por fin habían encontrado una salida.
A Neo jamás se le hubiese ocurrido que se encontraban en una especie de ático. Desde arriba, la iluminación que provenía del agujero era mucho más cálida que la de la habitación blanca. Al iniciar el descenso, supo de inmediato la razón: Los largos y profundos pasillos contaban con antorchas, otorgándoles un aspecto cavernario. Sin embargo, aquello no era la única razón por la cuál sorprenderse. Al pie de la escalara, 2 pares de ojos femeninos y bien abiertos les veían con absorta impresión. Una de las chicas levantó su índice y los señaló, mientras le decía a la otra <<¡Oh, mira! Dos personas más>>.
Ambas parecían tener una edad similar a la de Blonde. Como si aquel lugar albergase únicamente a fugitivos de un instituto de enfermos mentales, vestían pijamas de colores. La chica de azul lucía una cabellera larga y rizada, de tono cobrizo, y su rostro estaba salpicado de pecas que adornaban el puente de su nariz. Sus ojos, semejantes a dos fragmentos de hielo, denotaban una expresión dura, como si estuviera en constante alerta. Por otro lado, la otra joven podría confundirse con una Blancanieves moderna. Sus ojos, de un verde acuoso, evocaban la imagen de un estanque en medio de la selva amazónica. A diferencia de su homóloga, su actitud no era defensiva, sino contemplativa e indudablemente curiosa. Neo sintió que lo devoraba con la mirada, y no tardó en darse cuenta de que debía ser por su pijama de color menta, idéntico al de ella. Se preguntó qué significaría aquello.
Recién llegados al piso inferior, fue Blonde quien rompió el silencio:
–No sabía que había más gente aquí. ¿Tienen idea de qué está pasando? –La voz de Blonde resonó contra las paredes, creando un eco profundo.
La pelirroja tardó unos segundos en responder, aún analizando a Blonde con la meticulosidad de un robot en busca de señales de alerta. No la culpaba; la apariencia de su amigo distaba de ser inofensiva. Sin embargo, tras la media hora compartida en aquel cuarto, Neo podía asegurar que no representaba ningún peligro.
–No. Ninguna de nosotras sabe nada todavía. Más extraño aún, ambas padecemos de una amnesia inexplicable –se dio toquesitos en la cabeza con la yema de sus dedos– ¿Qué me dicen ustedes de eso? –No tenía reparos en mostrar su desconfianza en cada palabra que pronunciaba.
–Nosotros también –exclamaron tanto Neo como Blonde al unísono.
Sin apenas advertirlo, Neo ya había tenido el presentimiento de que su condición iba a ser una constante en cualquier persona que hallara dentro de ese lugar; inclusive, si no llegaba a toparse con nadie más.
–¿Están solas? –preguntó esta vez Blonde–. Quiero decir, ¿hay alguien más por aquí?
–No –respondió la morena con una voz dulce y aireada, propia de una niña. Abrazaba a su compañera por el brazo, y cualquiera que las viera en otra situación habría pensado que eran mejores amigas–. Llevamos horas caminando y ustedes son los primeros con quienes nos hemos encontrado.
–¿¡Horas!? –se exaltó el de amarillo– ¿Es este lugar tan grande?
–Sí, lo es –confirmó la de azul–. Aunque nos hemos encargado de explorarlo por completo. Diría, de hecho, que ya me lo conozco de memoria –se apartó un mechón de cabello de la cara con un soplido–. Solo hay una salida, por si se lo preguntaban. Y no –arrugó la nariz–, no hay acceso: la puerta está bloqueada por barrotes de acero.
¿Barrotes? En la mente de Neo, varias imágenes y conceptos comenzaron a entrelazarse convirtiéndose en las piezas de un rompecabezas, que al encajar, formaron un patrón ominoso que delineaba las circunstancias de su cautiverio y el de sus nuevos compañeros. Anteriormente, no había reflexionado de manera adecuada sobre la situación en la que se encontraba. Supuso que se debía al shock inicial de despertar en un lugar desconocido. No obstante, ahora era capaz de pensar con mayor claridad. Se contempló a sí mismo, despojado de recuerdos, alienado de su estilo de vida habitual y sometido a una amnesia que lo convertía en un lienzo en blanco. Para los estándares sociales y civiles, era un don nadie. Él y la nada eran una misma cosa. Al borrarle la memoria, sus captores lo deshumanizaban; y las pijamas uniformes que llevaban él y los demás eran una sutil manera de indicar que ninguno era especial. Los barrotes en la puerta eran el mensaje definitivo de que ellos eran prisioneros sin escapatoria. Sin quererlo, todos se habían convertido en conejillos de indias.
–¡Neo!
La voz de Blonde lo sacó de su ensimismamiento. Agitaba su mano frente al rostro de Neo, acción que buscaba reconectarlo con la realidad tangible.
–Disculpa, ¿acabas de decir que tu nombre es Neo? –interrumpió la chica de verde, alternando la mirada entre Blonde y Neo.
Aún distraído, Neo respondió sin prestar mucha atención.
–Sí… ¡No! No, no –agitó la cabeza frenéticamente–. Yo tampoco recuerdo mi propio nombre –confesó nervioso.
–Ninguno de los dos puede hacerlo –añadió Blonde, encontrando divertida la reacción de Neo– es sólo que como no sabemos cómo nos llamamos, entonces decidimos colocarnos un nombre provisional.
–¡Oh! –expresó la chica formando una O con sus labios.
–Por ejemplo –prosiguió Blonde– tú andas de verde. Ya no te puedo llamar Neo porque al que tengo al lado ya lo nombré así. Entonces…
–¿Eh? –inquirió la chica de ojos verdes perpleja.
<
_¡Aguamarina! ¡No, mentira! ¡Olivia! ¡Sí, sí! ¡Tienes más cara de Olivia que de Aguamarina!
Neo contuvo un suspiro de alivio al darse cuenta de que solo había pensado el nombre, no lo había dicho en voz alta. Debía admitir que Blonde había acertado con ese nombre. En definitiva, <
–¿Olivia? ¿Cómo el color oliva? –La pregunta de la chica flotó en el aire, con una nota de incredulidad teñida de humor.
–Exactamente –Blonde asintió, su expresión era la de alguien que había resuelto un acertijo complicado.
La chica buscó la aprobación de su compañera, quien simplemente encogió los hombros y murmuró algo como <
–Y yo –dijo con una voz que llevaba el peso de una decisión firme–, quiero que me llamen Sky
De un momento a otro, el cuarteto emprendía camino al lugar dónde se ubicaba la famosa puerta. Por boca de Sky, Neo se enteró de que ese sitio era un laberinto de pasillos, todos iguales; y terminaban desembocando en el punto dónde se situaba la única entrada, convirtiéndose así en el corazón de aquel complejo. Pronto se dio cuenta de que se había perdido parte de la conversación que habían tenido Blonde y Sky momentos antes de que su mente se dispersara. En cierto modo se sentía todavía un poco alejado de esa realidad que estaba viviendo, pero entendía que no podía hacer nada para cambiarla, así que trató de no inundarse la cabeza con ideas inútiles.
El eco de sus pasos resonaba en los pasillos, un recordatorio constante de su confinamiento. Las paredes, impasibles y mustias, parecían observarlos con indiferencia mientras discutían sobre cómo liberarse de las barras de metal que les impedían la salida: Blonde aseguraba que debía existir una forma, pero Sky insistía en que era imposible. <
–Blonde, –les interrumpió Olivia, con su voz suave; aunque tenía una mirada severa– Sky no se equivoca al decir que esas barras son inamovibles, no importa qué tanta fuerza bruta ejerzas en ella.
–¿Entonces? Cómo se supone que vamos a salir de aquí si no podemos entrar por esa puerta? –inquirió Blonde desafiante.
Era una pregunta tenaz y asertiva. Neo no tenía idea de cómo le iban a hacer para salir de allí. De lo único que él estaba seguro era que estaban atrapados, como canarios en una jaula.
–Bueno… –Olivia suavizó su expresión, la incertidumbre teñía su voz mientras se mordía la uña del pulgar– Tengo una idea, aunque no estoy completamente segura.
–¿El qué? –Le cuestionó Blonde dejando un aire de escepticismo en su voz.
Neo pensó que Blonde había usado un tono innecesariamente hostil con ella, cosa que no había empleado en ningún momento con Sky.
–mmm… Yo creo que los barrotes funcionan por medio de un mecanismo que los activa y desactiva, respectivamente.
Aunque Blonde seguía incrédulo, Olivia no dudó en explicar el por qué de su razonamiento. Según ella, en el suelo de la puerta había agujeros por dónde se insertaban los tubos de metal. Estos, a su vez, eran muy gruesos y compactos como para doblarlos o romperlos. Les preguntó tanto a Neo como a Blonde si ellos habían tenido que sortear algún tipo de desafío para poder salir de la sala de dónde ellas les habían visto salir, y ambos le confirmaron sus sospechas.
Neo no estaba seguro de a dónde quería ir la muchacha con esa pregunta, pero asumió que la hacía porque ellas habían tenido que superar un desafío similar, cosa que al final terminó siendo cierta. Olivia no daba crédito a que sus captores les permitieran escapar de esas trampas mortales si al final los iba a dejar morir a todos en esa red de pasillos estériles. Por tanto, era prescindible que se diera algún suceso específico para desactivar las barras. Ya fuese ellos encontrando ese algo que las levantara, o esperando que algo inusual ocurriera.
Neo se encontraba maravillado por la capacidad deductiva que tenía Olivia. Sin duda alguna era una chica brillante. Blonde, por su parte, parecía menos entusiasmado con la teoría de la morena, pero a Neo no le podía importar menos. Sin embargo, ello implicaba que había una interrogante sin resolución ¿Qué se les estaba escapando?
Sky les advirtió que se estaban acercando a la entrada. Apenas habían dado unos pasos cuando, de nuevo, Neo pudo observar cómo las orejas de Blonde se movían. Antes, había pensado que era cosa de su imaginación, pero ahora no tenía dudas ¿Cómo diablos hacía eso? El de amarillo se detuvo en seco, cosa que Neo no se esperaba y terminó chocando con él.
–¿Sucede algo? –preguntó Sky.
Blonde se llevó el dedo índice entre los labios y apenas emitió un leve murmullo.
–¿Escucharon eso?
Sólo un silencio sepulcral los recibió. Cualquier sonido, por pequeño que fuera, iba a rebotar en las paredes de esos corredores, así que Neo no estaba seguro de qué había oído Blonde. De todas formas escudriñó en la oscuridad, buscando alguna señal que confirmara las palabras del grandulón, pero no había nada. La consternación era evidente en las miradas de las chicas.
–¿Qué cosa? –Insistió Sky.
–Shhh… –siseó Blonde– puedo oír voces al final del pasillo ¿Pensé que habían dicho que no habían visto a más nadie por aquí?
–Y es la verdad –replicó Sky, su tono ahora en un gruñido de frustración– quizás estás imaginando cosas.
Aún así, caminaron con cautela hasta el fondo. Los murmullos lejanos se entrelazaban con el sonido de sus pasos, creando un coro fantasmal que se intensificaba con cada metro que recorrían. Al acercarse a la entrada de la sala, varias siluetas femeninas se hicieron visibles, congregadas en un círculo de estudio y reflexión en frente de la puerta. Eran 4, también vestidas con pijamas. 2 de ellas de un inconfundible amarillo, al igual que Blonde. Una más de verde, cosa que provocó que tanto Olivia como Neo cruzarán miradas de asombro; y por último, Una de morado. Las mujeres estaban inspeccionando los barrotes y no parecían haberse dado cuenta todavía de la presencia del cuarteto detrás de ellas.
Neo notó dos pares de escaleras en espiral a cada lado de la puerta, por donde presumiblemente habían descendido las chicas. Supuso que cuando Sky y Olivia abandonaron ese lugar horas antes, éstas no se encontraban allí. Con lo que debieron aparecer después. Eso le dio una idea: quizás, había más gente atrapada en ese lugar; por lo que, aquello que debía suceder para hacer desaparecer las barras era que todos superaran todas sus pruebas y lograrán encontrar la salida. No podía asegurar que realmente fuese así, pero lo veía posible.
Como cosa rara, cuando estaban a punto de entrar en la sala, fue Blonde quien rompió el silencio:
_¡Hola! -saludó enérgicamente.
Las chicas se sobresaltaron y se giraron para ver quién hablaba. Una de las de amarillo preguntó con hostilidad:
_¿Quiénes son ustedes?
_Eso, amiga mía, es lo que quisiéramos saber –dijo Sky, con una mano en la cintura y un tono desafiante.
Después de haberse presentado cada uno de ellos con las chicas, Neo se dio cuenta de que había cierta similitud en la personalidad de una de las dos que llevaba ropa amarilla con Blonde. Él mismo le había dicho que el mejor nombre para ella era Sol, pues parecía alegre y extrovertida. La otra chica, por el contrario, se negó a que el grandulón le apodara <
Todos de repente se fijaron en ella y en lo que empezó a sacar de su bolsillo. Era un trozo de papel arrugado que cuando lo desenvolvió se pudo leer "ISTP". Nadie pareció entender lo que estaban viendo.
–Me di cuenta de que tenía este papel en mi bolsillo cuando desperté.
–¿sabes lo que significa? -preguntó Neo.
–Sí, pero no tiene sentido –Negó ella con la cabeza mientras miraba el papel con recelo, como si en cualquier momento le fuese a atacar.
–Eso es casi como decir que no sabes lo que significa –Exclamó Sol rodando los ojos mientras se llevaba las manos a su cintura esbelta.
_¿Por qué no tiene sentido? -volvió a inquirir Neo obviando lo que había dicho la otra chica.
_No soy ISTP –respondió con un cierto tono de reproche, como si esas letras representaran un insulto para ella.
A Neo le causó molestia cuando Sol volvió a insistir que aquello no les revelaba nada contundente. Sintió ganas de mandarla a callar, pero Sky fue más rápida que él: <
–Lilith, cariño, yo creo que eres capaz de explicarnos a todos lo que esas letras significan de manera un poco más asertiva. Sólo tienes que empezar por ahí.
Cualquiera habría pensado que esas palabras provenían de la amable Olivia, pero para la sorpresa de Neo, era la propia Sky quien se dirigía a Lilith. Neo pensó que ni la pelirroja se creía ese tono comprensivo que resultaba falso a los oídos.
_Sky tiene razón, ¡tú puedes! -le dijo Esmeralda levantando los pulgares, aunque inmediatamente prefirió no haber abierto la boca. Lilith le lanzó una mirada de odio.
_Sí, Lilith. Por favor, Lilith. Vamos, Lilith -empezó a cantar Sol con el mismo ritmo que habría utilizado una porrista para animar a su equipo, sólo que con un claro tono despectivo y burlista- todos estamos esperando por ti, Lilith.
Aquel acto no había sido del agrado de nadie, y el primero en demostrarlo fue Blonde, quién le exigió que parara con la burla. Otros también alzaron su voz en tono de reproche, pero lo que nadie logró notar fue cómo Lilith se hundía entre sus hombros con una expresión de hartazgo y ganas de morir ahí mismo. Neo la escuchó susurrar <
_¿Para dónde van? -preguntó Blonde, quién giró su cabeza en dirección a ellos apenas notó un movimiento extraño.
_Ya venimos -alcanzó apenas a decir Neo.
No sé alejaron mucho aunque sí lo suficiente como para que ya no escucharan las voces de los demás.
_Tienes el papel en el bolsillo, ¿verdad? –Le preguntó ella mientras no le quitaba la mirada al lugar dónde Neo había palpado aquel trozo de papel.
_Sí -dijo mientras lo sacaba del bolsillo.
_¿Qué dice?
Neo lo desdobló y observó que decía "INFP".
_¡Vaya! Entonces por eso es que estamos vestidos así -dijo de repente Lilith obviando la existencia de Neo.
El chico no podía ocultar la intriga que le causaba todo lo concerniente a al misterio de los papelitos, y a pesar de que tenía muchas preguntas rondándole la cabeza, prefirió dejar que Lilith se explicara a su ritmo. El primer dato interesante que pudo sacar de esa conversación era que les estaban faltando 8 personas por conocer. La razón de esto era inherente a la naturaleza de las letras escritas, las cuáles eran las siglas asociadas a un tipo de personalidad en el indicador de Myers-Briggs, el cuál planteaba que existían un número de 16 posibilidades para la personalidad humana. Lilith sospechaba que al igual que a Neo y a ella misma, a cada uno de sus compañeros se les había asignado también un tipo de personalidad basado en ese indicador, y por lo tanto, debía haber al menos 8 personas más en ese recinto cavernoso. Más allá de las propias siglas, algo que secundaba su sospechas era la vestimenta que traía cada uno de ellos: Si bien la teoría del MBTI, que era su acrónimo, era tomada por cierta para algunos especialistas; para el resto de personas era más como un juego de rol, y por esa razón es que existían páginas web hechas con un aire mas <
Neo realmente no lograba captar el significado exacto de lo que aquellas letras significaban, pero no por ello consideraba que la información que tenía la chica para ofrecer fuese inútil. Al menos tenía una idea general de lo que estaba pasando y de lo que podía esperar en un futuro. Lo único que se le hacía extraño era el cómo ella estaba tan segura de que las siglas que le habían asignado eran erróneas, como si recordase claramente su pasado. No obstante, su intuición estaba mal: la misma chica INTJ, que era así como se autoproclamada, no era capaz de rememorar su vida anterior. Ella sólo sabía lo que sabía porque estaba segura, casi como un hecho, de que había pasado gran parte de su tiempo investigando sobre esos temas. Ella no podía explicar el como, Pero sabía que su resolución era que su tipo de personalidad no podía ser otra que aquella con la que se identificaba. Por esa misma razón, ella creía que el responsable de todo lo que les estaba pasando se estaba guiando por información superficial y poco estudiada.
Aún así, Neo sospechaba que ello no implicaba que el organizador de este rapto fuese un completo idiota. La prueba estaba precisamente en el impedimento que Neo y sus compañeros parecían para poder tener acceso a sus memorias. Y es que la forma en como les habían arrebatado sus recuerdos era tan particular y complicado que rallaba la ficción.
_Ahora -empezó a decir Lilith- es indudable que los barrotes de la puerta sólo se abrirán cuando los 16 de nosotros estemos frente a ella. Lo que no sé es qué nos espera detrás de esa puerta.
Neo recordó por unos instantes la teoría que les había propuesto Olivia unas horas atrás antes de encontrar al nuevo grupo de personas, y no pudo reprimir una sonrisa al darse cuenta de que ella tenía razón. Sin embargo, las últimas palabras de Lilith le generaron cierta preocupación.
_¿Entonces no crees que esa sea realmente la salida?
Los ojos de Lilith, tan profundos como un poso sin fin se quedaron observándole unos segundos antes de responder.
_¿Para qué se tomarían la molestia en secuestrarnos y borrarnos la memoria de la manera en la que lo han hecho, para luego dejarnos libres unas horas después? Está claro que esta situación es más turbia de lo que parece. Tampoco nos han dejado alimento ni agua. A menos de que esperen a que nos comamos los unos a los otros, detrás de esa puerta debe haber suplementos y cosas para garantizar nuestra supervivencia. Eso no significa que sea nuestra salida. Las pruebas que logramos pasar no fueron más que un abrebocas para lo que nos viene.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play