¡Hola, querido lector!
¡Qué emoción tenerte aquí para comenzar juntos esta nueva historia! Este es mi primer libro en el género BL (ABO) y no puedo estar más emocionada por compartirlo contigo. Antes de sumergirnos en este mundo lleno de intriga, secretos y pasión, déjame presentarte a los protagonistas principales:
El resto de los personajes serán revelados al finalizar la historia. Por cierto, si es la primera vez que lees mis historias, quiero invitarte a explorar mis libros anteriores:
- Solo un Deseo: Una historia de romance juvenil, magia moderna y demonios con momentos divertidos y conmovedores.
- Promesas de Medianoche: Una mezcla de romance histórico, fantasía y drama, ideal para quienes buscan emociones intensas y épicas.
Ambos libros ya están finalizados y disponibles para leer en la plataforma.
Sin más que decir, la historia de Dylan y Christopher comienza ahora. Gracias por acompañarme en este viaje. Espero que disfrutes cada página y que este libro se convierta en algo especial para ti.
Te saluda,
Mya Lee
Esa noche debí haber previsto cada posibilidad, como siempre lo hacía en mis misiones. Cada pasa, cada decisión… nada debía quedar al azar. Pero, por alguna razón, bajé la guardia. Tal vez subestimé la situación y creí que podía manejarlo. O quizá, en el fondo, quise convencerme de que todo saldría bien.
Me equivoqué.
Uno tras otro, mis errores y mi silencio se fueron acumulando hasta volverse un desastre. Y cuando por fin lo noté, ya era demasiado tarde.
Entrar fue demasiado fácil, tanto que casi me pareció un insulto que llamaran a este edificio “impenetrable”. Quizá lo era para otros, pero no para mí. No cuando conocía cada rincón y había neutralizado cada obstáculo sin levantar sospechas. Alarmas desactivas, cámaras manipuladas y los accesos restringidos abiertos. Con el traje oscuro ajustándose a mi cuerpo, todo parecía estar bajo control.
O eso pensé. Qué iluso. Todo se torció en cuanto crucé la puerta.
Entonces lo sentí.
Un sonido apenas perceptible, algo que solo yo notaría. No estaba solo.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente lo procesara. Me aparté de la tenue luz de las pantallas y me deslicé en las sombras. Mi mano, cubierta por guantes de cuero, se dirigió al arma en mi cinturón, una pistola compacta, perfecta para esta clase de misiones.
Y, de pronto, el aire cambió.
Las feromonas me golpearon como una embestida brutal. El aroma se filtró en mi cuerpo con la intensidad de una droga letal. Ámbar y sándalo. Lo reconocería en cualquier lugar.
Mis rodillas flaquearon. El aire se atascó en mi garganta y mis dedos se aflojaron y el arma resbaló de mi mano, chocando contra el suelo con un sonido que pareció ensordecedor en medio del silencio. No porque quisiera, no porque me rindiera, sino porque mi propio cuerpo se doblegó antes su presencia.
«Respira. Mantente en pie. No pierdas el control», me repetí mientras me aferraba a la pared.
Él lo sabía. Sabía que no iba a doblegarme. No ahora y no frente a nadie.
Y entonces, al levantar la cabeza, lo vi.
Ahí estaba.
Parado en el umbral, sujetando un arma. Envuelto en la oscuridad, su silueta se recortaba como una sombra elegante, impecable. El traje a medida solo reafirmaba lo inalcanzable que siempre había sido. Al principio, no dijo nada. Ni una palabra. No hacía falta. Lo entendí en ese instante: caí en su trampa. No fue casualidad ni un error de cálculo. Él lo planeó todo, con la paciencia de un depredador esperando a que su presa bajara la guardia. Y yo… lo hice.
—Creí que mi noche sería aburrida… —murmuró Christopher, dejando su arma sobre el escritorio.
Se movió antes de que pudiera reaccionar.
El golpe fue limpio, directo a mi abdomen. Rápido, demasiado rápido. Lo suficiente para hacerme doblar sobre mí mismo y derribarme. En un parpadeo, ya estaba encima, atrapando mis muñecas con fuerza, la necesaria para hacerme entender que no tenía escapatoria.
Luché, forcejeé, peo no cedió ni un milímetro. Su peso me inmovilizó con una facilidad insultante. Su respiración era lenta, controlada, como si esto no le costara nada. La mía, en cambio, estaba agitada. Atrapada en esa maldita sensación caliente y pesada que se me mezclaba con su presencia… y el aroma embriagador de sus feromonas.
Y entonces, lo vi de cerca.
Esa mirada…
No era enojo. Era furia.
Nunca imaginé que unos ojos pudieron causar tanto daño. Un simple cruce de miradas y sentí cómo algo dentro de mí se rompía en mil pedazos. Ningún disparo, ninguna herida, ni siquiera el peor de los golpes dolería más que esa expresión en su rostro.
Antes, en esos ojos verdosos, tan profundos como las hojas de un pino en su máximo esplendor, encontraba calor, seguridad… un refugio que me hacía olvidar, aunque fuera por un segundo, lo jodido que estaba este mundo.
Pero ahora…
Ahora solo veía rabia contenida, vibrando en cada línea de su rostro, en la tensión de su mandíbula y en la presión de sus dedos alrededor de mis muñecas. Y, por primera vez, lo sentí.
Ese miedo.
El miedo que solo un omega experimenta cuando un alfa está al borde de volverse loco.
—Resultaste ser la rata que me faltaba descifrar… —se burló, sus ojos fijos en los míos—. Ahora dime, antes de que te rompa las muñecas, ¿quién carajo te contrató?
No respondí.
Me maldijo entre dientes, su voz cargada de veneno y reproche. Evité su mirada, un acto reflejo estúpido de esquivar la realidad de lo que acababa de suceder, pero no me lo permitió.
—¿Así me pagas todo lo que hice por ti…? —su tono estaba impregnado de sarcasmo, pero hubo algo más oscuro detrás de sus palabras—. No pensé que fueras tan hijo de puta…
Me soltó de golpe. Peinó hacia atrás su cabello oscuro como el jade negro y, sin apartar la vista de mí, se deshizo del saco con un movimiento rápido, dejándolo caer al suelo.
—Debiste ser obediente mientras te mimaba, pero parece que no aprendiste nada… Dylan.
No tuve tiempo de reaccionar antes de que sus labios chocaran contra los míos.
No fue un beso. Fue una sentencia.
Un choque brutal de emociones que no debían estar ahí: resentimiento, furia contenida… y algo más jodido, algo que ardía como fuego en mi interior. Su lengua invadió mi boca sin permiso, reclamando territorio, sin dejarme espacio para respirar. Su ataque mordaz… me hizo temblar.
Cuando se apartó, mis labios ardían y mi respiración estaba descontrolada, pero su mirada seguía siendo un desafío silencioso.
—Ya que no tienes ganas de hablar… —murmuró agitado, limpiándose la sangre de la boca mientras deslizaba los dedos por su corbata, aflojándola con lentitud—. Veamos cuánto te dura el silencio cuanto te esté follando…
No pude apartar la vista de él.
El juego apenas comenzaba, y por mucho que intentara resistirme… ya estaba atrapado.
Seis meses… Seis malditos meses desde que todo esto comenzó. Si alguien me hubiera dicho que una simple misión cambiaría mi vida por completo, me habría reído. Para mí, en ese momento, solo era un trabajo más.
Las alarmas del edificio resonaba por los pasillos subterráneos, un chillido que alertaba a todos en ese laboratorio oculto en medio del bosque. Luces rojas parpadeaban en las paredes, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de acero mientras los guardias corrían en mi dirección.
—Hawk, cuatro en el pasillo, dos más en la intersección —la voz de Frost sonó en mi auricular, serena como siempre.
Giré antes de que pudieran cerrarme el paso, siguiendo sus indicaciones. Los disparos rompieron el aire y el silbido de las balas rebotaron en las paredes de metal. Saqué dos pistolas y apreté en gatillo sin dudar.
Dos disparos, dos cuerpos al suelo. Los otros intentaron reagruparse, pero ya era tarde. Me lancé de lado, rodé sobre el suelo y disparé de nuevo, volándole la rodilla a uno que se cubría detrás de una caja. Su grito me dio tiempo de saltar sobre otro, torcerle el brazo hasta que crujió y rematarlo de un disparo.
Los siguientes cayeron igual. Uno de ellos disparó tan cerca que sentí cómo un mechón de mi cabello se desprendía, pero solo logró arrancarme una sonrisa.
—Hawk, muévete, ya deja de jugar. El sistema de defensa se está reiniciando. Si no te apuras, te van a encerrar ahí abajo —la voz de Frost sonaba más tensa.
—Relájate. Ya me conoces, no sería yo si no hiciera un poco de espectáculo.
Corrí, esquivando los últimos disparos y sintiendo el calor del fuego propagarse en los pasillos. Me detuve solo lo necesario para activar la secuencia de autodestrucción del laboratorio.
—¿Confirmas que tienes el dispositivo? —preguntó Frost.
Abrí un pequeño compartimiento en mi cinturón y toqué el frasco sellado.
—Confirmado. Ahora sácame de aquí.
El suelo tembló bajo mis pies mientras las primeras explosiones destruían los cimientos.
—El helicóptero está listo. ¡Sal, ahora! —ordenó Frost.
—¿Qué haría sin ti? Ah, si… quizá ya esté muerto…
—¡Deja de hablar tanto, idiota! ¡Sal de una vez!
Salté. El viento me recibió y me aferré a la cuerda del helicóptero sintiendo la adrenalina quemando mis venas.
Desde arriba, miré hacia abajo. El señor Jung, un hombre corpulento y de baja estatura, estaba rodeado de los pocos que lograron escapar de la explosión y me observaba con furia.
—¡INÚTILES! ¿CÓMO ES QUE UN SOLO HOMBRE PUDO PASAR POR TODOS USTEDES? ¡¿QUÉ CLASE DE ESTÚPIDOS TENGO TRABAJANDO PARA MÍ?!—gritó, rojo de ira.
Antes de subir por completo, alcé la mano y le dediqué el dedo medio.
—¡GRACIAS POR EL REGALO, IDIOTAS! ¡NOS VEMOS EN OTRA VIDA!
—Hawk, ¿en serio? —Frost suspiró— ¿No puedes hacer una misión sin dejar un desastre?
—Vamos, si no hay explosiones, no es divertido —respondí con una sonrisa cansada.
—Olvídalo. Mueve tu trasero de vuelta a la agencia.
—Deja que disfrute un poco. ¿Qué tal la vista desde tu monitor? Seguro te encantó…
—No me quejo. Misión cumplida y sigues vivo…
—¿Qué tal una cena para celebrar? —pregunté, subiendo por la cuerda.
—Seguro. Yo elijo el lugar, pero tú pagas. Que sea caro, casi me matas del susto hace unos minutos…
Solté una risa y me acomodé en el asiento. Me quité la peluca rubia y los lentes de contacto dejando que mi cuerpo reposara.
“Hawk”. Asi me conocían en la agencia. Alguien que inspiraba respeto y a su vez envidia. Gané mi apodo con esfuerzo debido a que mi instinto nunca fallaba como un halcón en plena caza, siempre iba un paso adelante.
Cuando volví con el dispositivo en perfecto estado, ya sabía lo que venía.
—¡Increíble como siempre, Hawk! No sé como lo haces. —uno de los agentes me miró con admiración.
—Es simple.
Las risas y comentarios envidiosos me rodearon, pero los ignoré. Después de meses de trabajo, por fin tendría mis amadas vacaciones. O eso pensé.
—Hawk… —esa voz, cerré los ojos un segundo antes de girar, sintiendo que mis planes se fueron al carajo.
Daniel Kang, el director de la agencia secreta estaba de pie al otro lado de la mesa. Aquel hombre tenía poco más de cuarenta años, ojos grises claros que parecía perforarte cuando te equivocabas y el cabello en tono marrón almendrado, siempre peinado hacia atrás. Su barba y bigote recortados con precisión y vestía un traje azul marino con una camisa blanca. Era un alfa y también mi mentor. Alguien a quien, a pesar de todo, respetaba. Pero no significaba que no quisiera mandarlo a la mierda en ese momento.
Frente a él, mientras se quitaba el saco y lo colocaba en el respaldar del asiento, un sobre y un USB estaban colocados en la mesa.
—Director, ¿qué es esto? Ya entregué más de lo que me pidieron esta semana…
—Un simple intercambio. No pondrás tu vida en riesgo…
—¿No puede hacerlo otro? Tengo asuntos importantes.
—Será en un evento de polo donde lo entregarás a un agente internacional. Un lugar seguro y discreto. Nadie sospechará de un intercambio en un ambiente así.
Parpadeé.
—¿Un evento de polo? —dejé escapar una sonrisa sarcástica mientras me recostaba en la silla— ¿Por qué no en una cafetería como la gente normal?
El director Kang sonrió apenas, y eso nunca significaba nada bueno.
—Eres el mejor. Y, como beta, no te afectan las feromonas de los alfas que asistirán. Por eso confío en que puedes manejarlo.
Yo, Dylan Park o Hawk como me conocían en la agencia, no era un beta. Nunca lo fui, pero ese pequeño detalle me permitió llegar hasta aquí.
—Bien, lo haré. —aseguré, forzando una sonrisa.
No valía la pena rehusarse, cuando más rápido terminara con eso, más rápido podría salir de allí. Solo era un simple intercambio y nada podía salir mal.
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