Violeta perdió a su madre a la temprana edad de 15 años. Su madre falleció junto con el bebé que esperaba en ese momento, dejando a Violeta y a su padre solos. Poco a poco, fueron encontrando la manera de vivir sin extrañar demasiado. Construyeron una relación sana y unida, se amaban y cuidaban mutuamente. Cuando Violeta cumplió 20 años, su padre, Osvaldo, le presentó a la tercera novia que tuvo después de la muerte de su madre. A Violeta no le causaba gracia tal comportamiento, pero lo aceptaba, ya que deseaba que su padre fuera feliz.
Esta nueva mujer no le causaba molestias, al igual que ninguna de las anteriores, ya que Osvaldo no las involucraba en su "vida familiar". Sin embargo, una mañana descubrió que María dormía en la casa. Al despertarse temprano, fue a la cocina a preparar el desayuno y la encontró sentada, mirándola desafiante. Violeta le preguntó: "¿Pasa algo?". María respondió con cierto aire altanero: "Tu padre despertará pronto, deberías levantarte antes para preparar el desayuno. Trabajaremos juntos desde hoy y seremos tres desayunando aquí todas las mañanas. Deberías ponerlo en práctica", dijo, levantándose y saliendo de la cocina con aires de grandeza. Violeta se quedó parada allí, tratando de procesar lo que acababa de pasar. Sin esperar demasiado, preparó el desayuno para tres. Tras terminar de vestirse, volvió para servir el desayuno y se encontró con su padre y María abrazándose y besándose en la cocina. María, al verla ruborizarse, le dijo en tono bromista y seductor: "Deberías tocar antes de entrar, por poco nos encuentras desnudos en nuestra propia cocina". Con los ojos blancos de incredulidad, Violeta se tensó y respondió: María, creo que tendrás que mantener el decoro, no debes olvidar que estás en mi casa y la de mi padre". Osvaldo interrumpió para aclarar que le gustaría que fuera una linda bienvenida, ya que María sería parte del equipo de arquitectos en su firma, pero que respetaba por encima de todo que la decisión final la tuviera Violeta, siendo la dueña con la totalidad del noventa por ciento de la empresa, herencia dejada notarialmente por su madre. Los ojos de furia con los que la fulminó María le dejaron claro que no sería fácil convivir. Mirándola a los ojos pronunció las primeras palabras que la harían su nueva enemiga pública: "Cálmate, querida, yo no vine a pelear contigo, solo estoy acompañando a tu padre, no voy a adueñarme de tu casa a menos que tu padre, claro, me la obsequie primero", siguió una risa tan falsa como ella. "Déjame decirte que eso no pasará nunca, esta casa como todo lo demás está a mi nombre, si no lo sabes te pondré al tanto: Todas las posesiones pertenecían a mi madre y cuando nací pasó todo a mi nombre incluso el auto en el que mi padre te trajo aquí. Así que tú mantente tranquila porque yo estoy bien". Se dirige a Osvaldo que estaba boquiabierto por tales palabras: "Papá, debo irme".
Violeta sale rápidamente de su oficina, dirigiéndose al estacionamiento, cuando de pronto se choca de frente con un joven que venía mirando su móvil y llevando un café en la mano; ambos terminaron bañados por este. El joven lanza improperios al aire mientras que Violeta lo acusaba por no mirar por dónde andaba; al segundo que se cruzan sus ojos, todo el vello se le erizó, él le dedicó una media sonrisa y dijo: "Querida, querida, debes ver por dónde corres, trata de mejorar porque no durarás mucho en esta empresa", mientras trataba de limpiar su chaqueta, le respondió: "No te vi nunca aquí, no estoy segura de que tengas tal poder". Riendo a carcajadas, le reclama que empleadas así, descuidadas y desleales, habría en muchos lugares, pero no en su empresa. "Para tu información, voy a ser él nuevo dueño de aquí, así que ya te puedes dar por despedida", le dijo pasando a su lado sin importarle si la chocaba de nuevo.
Era imposible saber qué o quién era ese tipo; tomó el móvil e hizo una llamada a su secretaria para explicar qué debía decir si ese fulano preguntaba por ella. De camino a casa habló con su amiga, quien la invitó a tomar unos tragos en el bar donde se reunían a menudo. Una vez en casa, Osvaldo le dijo que tenía que hablar de María y de cómo tendría que tratarla, a lo que se sintió encolerizada: "Papá, esta es nuestra casa y sabes que jamás te lo diría de esta manera,, pero esta mujer es una interesada, ¿o acaso no lo ves?". Luego de pensarlo un momento, le respondió: "Hija, creo que deberías ir a vivir al departamento del centro, así yo podré estar con María sin que se molesten. La casa es tuya, lo sé, pero es solo un tiempo.
"Los documentos los tienes tú, ya tienes veintitrés años y controlas todo, déjame controlar mi vida el tiempo que me queda". Con lágrimas en los ojos asintió, se giró, fue al cuarto, armó una pequeña valija y luego al despacho, abrió la caja fuerte y retiró las carpetas con los documentos importantes, los dejó en su portafolios y salió dando un beso y un abrazo interminable a su padre.
Llamó a su amiga y le contó lo sucedido y le pidió que la viera en el bar más temprano de lo que habían quedado. Cuando hubo desempacado y guardado todo, se duchó y fue a encontrarse con su amiga Norma; la charla se hizo extensa contando cada detalle, entretanto fueron llegando el resto de sus amigos; el bar era muy bonito, contaba con tres salas de estar bien distribuidas, varios reservados y dos pistas de baile en dos niveles diferentes. Los amigos se dirigieron al nivel de abajo para iniciar una cacería romántica y Violeta, que estaba animada por el alcohol, los siguió. Mientras iba tras ellos bailando y cantando a su paso, sin darse cuenta perdió el brazalete VIP que llevaba en la muñeca. No lo había notado hasta que bailaba en medio de la pista con sus amigos y se dirige a la barra a pedir unos tragos, pero sin su pase VIP no podrían cargárselo, dirige la vista al piso tratando de ver dónde lo dejó caer, pero al levantar la vista ve a un guapo hombre delante ofreciéndole la mano, mirándola le dice con una voz grave: "Tengo un pase, pide lo que quieras, te lo pagaré. Soy Eric". La voz le salió casi en un susurro: "Soy Vita, gracias, te lo pagaré, Eric". Sonríen y piden sus bebidas. Bailaron mirándose, estudiándose mutuamente, sin decir nada, la coquetería reinaba entre ellos. Vita movía sus caderas apoyándose sobre él, solo bebían y se miraban, bailaban pegando sus cuerpos por momentos y por momentos bailaban sueltos. Llega Norma por detrás de Violeta sacándola de su hipnotismo sin decir nada a Eric, se gira y salen sin mirar atrás.
Eric estuvo buscando a la desaparecida Vita de la que solo sabía eso: "Vita, la que perdió su supuesto VIP" y bebió champán. Sin intención de dejarla pasar, salió fuera del bar y estacionó su auto en la puerta esperando encontrar a la bella desaparecida. Tras media hora de espera ve salir a dos muchachos acompañados de tres bellas chicas, una de ellas era a quien él esperaba ansioso, Vita, que estaba abrazada a uno de estos muchachos, algo desilusionado por pensar que él era su novio se metió al auto como para marcharse, pero él joven la dejó a un lado y abrazó a otra joven y la besó, luego se fueron dejando a Vita con una pareja, la ve abrazar a ambos y despedirse mientras da unos pasos en dirección opuesta, él sale del auto para ofrecer llevarla en lo que ve aparcar un auto, baja un señor mayor, ella sube al asiento trasero, Eric se apresura diciendo: "¡Qué maravilla lo que ven mis ojos, Vita, olvidaste despedirte de tu salvador!", ambos rieron y con la excusa de estar sin vehículo, Vita ofreció llevarlo a casa. Antes de subir le dio la alarma a su auto y se metió al auto de Vita. Sentado cerca de ella sentía su colonia embriagadora, el tono de su voz era grave y sensual. Vita balbuceó algo a lo que Eric respondió: "No quiero que me envíes mensajes, nada, solo encontrémonos de nuevo. Te invito mañana a las nueve en la puerta", asintiendo Violeta le preguntó dónde debía dejarlo, resultó que dos cuadras más adelante de su apartamento, en lo que Violeta resolvió con su chófer. "Eduardo, por favor, yo me quedaré aquí en el depto, lleva a Eric y luego ve a casa. Mañana no te necesitaré temprano".
Se despidió y bajó entrando al edificio, Eric notó la cartera de Vita y le dice al chófer que se la llevaría: "Puedes ir a descansar, le daré la cartera e iré caminando solo son dos calles". Eduardo asintió y continuó su viaje.
Eric alcanzó a Violeta a tiempo en el ascensor, la miró y quedándose atrapado subió a lo que vio el piso 4. "Oye, te dejaste la cartera en el auto", rieron por la noche despistada que sufrió ella. Tomando su cartera se acercó y agradeció con un casto beso en los labios: "Gracias por haber venido a traerla", él tomó su rostro y la besó apoyándola contra los espejos del ascensor, ella rodeó su cuello y dejó caer su bolso en lo que pulsaba el botón de detener. Ganado por una pasión repentina tomó sus cabellos y giró su cabeza para besarle el cuello, provocando que su respiración se entrecortara.
Se besan con una pasión que enciende el aire, mientras Eric la estrecha contra él, sus manos aventurándose por las piernas desnudas que se esconden bajo su falda. La excitación crece como una llama descontrolada, pero ella, con una determinación inquebrantable, se aparta y presiona el botón del ascensor, marcando el límite de su encuentro.
Al llegar al cuarto piso, una sonrisa ilumina el rostro de Vita. "Te veré mañana, gracias", susurra, y un beso fugaz roza los labios de Eric. Él la observa desaparecer tras la puerta del departamento número diez, y una urgencia lo invade. Baja las escaleras corriendo y se lanza en busca de un taxi que lo lleve de vuelta al bar, donde lo espera su auto.
Mientras tanto, en el departamento, Violeta se despoja de sus zapatos y de la ropa que la cubrió durante la noche. La bañera la recibe con un abrazo de agua caliente, y tras el baño reparador, se desliza entre las sábanas de su cama. Desnuda, la imagen de Eric invade sus pensamientos. ¡Qué hombre tan hermoso y dulce! Y ese beso... ¡Un manjar exquisito! El sueño la envuelve en un manto de recuerdos placenteros, y se duerme en un suspiro.
Al día siguiente, el timbre del teléfono la arranca de su sueño. Es su padre quien la invita a almorzar: "Hija, es domingo, ven a comer con nosotros. Hay una persona que quiero presentarte, por favor, ¿vas a venir?". Un escalofrío recorre la espalda de Violeta al imaginar a la mujer que ocupará el lugar de su madre. Con un suspiro resignado, responde: "Papá, claro que sí, te veré en una hora".
En la casa de los horrores, María, con una sonrisa falsa dibujada en el rostro, decide recibir a Vita "Osvaldo, cariño, déjame manejar esto a mí, tu hija es adulta y sabrá entender que nos queremos, la voy a tratar bien, no debes preocuparte". Osvaldo, con el corazón en un puño, asiente. Ama a su hija por encima de todo y no permitirá que nadie la lastime.
Al abrir la puerta, Eduardo, la recibe con una mirada triste. "¿Dónde está Esther?", pregunta Violeta, extrañada. "La señora María la despidió ayer, señorita", responde Eduardo con la voz quebrada. La furia se apodera de Violeta. Sin pensarlo dos veces, se dirige a la sala, donde la espera María con su sonrisa fingida. "Bienvenida a casa, hija, qué bueno que almorzaras con nosotros", dice con un tono meloso.
Justo en ese momento, Osvaldo entra en la sala. Violeta, con la mirada llena de ira, exclama: "Nunca jamás vuelvas a llamarme hija. No le llegas ni a los talones a mi madre, así que cuida tus palabras. ¿Y cómo es eso que echaste a Esther?".
Osvaldo, confundido, mira a María y le pregunta: "¿Dijiste que el ama de llaves renunció o la echaste tú?".
Violeta, fuera de sí, arremete contra María: "¿Qué derecho te crees que tienes para venir a mi casa a echar a mi gente, que tiene más derecho de estar aquí que tú? Padre, quiero fuera de mi casa a esta mujer, hoy mismo".
Osvaldo, con la mirada llena de tristeza, se dirige a su hija: "Hija, ¿adónde iremos?".
"Padre, ella, antes de conocerte, tenía su casa. Que vuelva allí. Y tú, si insistes en estar con ella, tendrás que ir tras ella. Podrán ir al apartamento, pero en esta casa no la quiero", sentencia Violeta con voz firme.
Con el rabillo del ojo, ve a Eduardo parado en la puerta. "Eduardo, por favor, ve y dile a Esther que regrese. Todo seguirá como antes, ahora viviré aquí", ordena con autoridad.
"Si el departamento del centro es apropiado", interrumpe Osvaldo, buscando una excusa para defender a María.
"Papá, me voy", responde Violeta, ignorando las palabras de su padre.
María, desesperada, la detiene: "Pero, hija... Violeta, tu padre quería que conozcas a alguien que es muy trabajador, de verdad puedes aprender de él".
"María, francamente, no me interesa conocer a nadie que venga de ti", responde Violeta con desprecio.
Al girarse para marcharse, un joven, no mucho mayor que ella, se interpone en su camino. "Así que tú debes ser la niñita de papá", dice con una sonrisa burlona.
Violeta, sin dignarse a mirarlo, se limita a rodearlo y continuar su camino.
Al salir de la casa, se lleva a Eduardo con ella. En el departamento, guarda en una maleta todas las pertenencias valiosas y las deja en el auto junto a su maleta personal y su maletín.
De vuelta en la casa, Esther ha recuperado su puesto. Violeta, con la autoridad que le pertenece, se dirige a Esther, Eduardo y Susana, otra empleada de confianza: "A partir de hoy, estaré yo aquí. Mi padre se trasladará al departamento del centro. Si necesitan cualquier cosa, ya saben, me lo dicen. Todo seguirá como antes".
Osvaldo y María, con las maletas preparadas, se despiden de la casa. Violeta, con un nudo en la garganta, se dirige a su padre: "Padre, sabes que puedes volver cuando quieras, pero solo".
Osvaldo, con la mirada perdida en las paredes de la casa, responde: "Hija, cómo creciste tan de pronto. Mañana nos veremos hijita"
Y así, padre e hija se despiden, cada uno siguiendo su camino.
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