-Será un desastre gigante, Harold, una catástrofe mundial, morirán millones y millones de personas, quizás toda la humanidad se extinga en un solo momento-
-¿De qué rayos estás hablando, James?-
-De una hecatombe colosal, Harold, de una tragedia sin par en toda la historia, aún mayor que el cataclismo que acabó con los dinosaurios-
-No me asustes, James, ¿me estás hablando en serio?-
-La estación espacial Investigator está demasiado deteriorada, es imposible rescatarla, Harold, va a caer sobre la Tierra y nos matará a todos-
-¿Investigator? La abandonaron hace mucho tiempo, James, no es ningún peligro, está en desuso, ya no tiene personal a bordo y los científicos que estuvieron allí la dejaron desconectada, es un elefante blanco en el espacio, se irá a los confines del universo y vagará por el resto de los siglos, no es ningún peligro, no veo por qué tanta alarma-
-Es que no lo entiendes, Harold, la estación espacial Investigator se va a desplomar sobre la Tierra y caerá justo en medio de Europa, y cuando eso ocurra lo va arrasar con todo, será peor que nos cayera un meteorito o un formidable cometa, tendrá el efecto del estallido de un millón de bombas atómicas en el planeta-
-¿Se va a caer el Investigator? ¿De qué truenos estás hablando?-
-El Investigator quedó anclado en la órbita terrestre, la atmósfera no puede retenerlo más tiempo, la capa de ozono está tan débil que la nave se caerá en forma irremediable sobre nuestras cabezas. Ya nada la sostiene arriba, ¿entiendes? El Investigator está sujeto en el espacio por la atmósfera pero la capa ya se ha debilitado demasiado y entonces la estación espacial caerá a la Tierra y matará a todos los seres humanos, nadie podrá salvarse, moriremos y nos extinguiremos igual que los dinosaurios-
-Habrá que destruir al Investigator con misiles, no hay problema, eso es fácil, lo haremos trizas antes que pueda desplomarse sobre la Tierra-, sonrió Harold Reynolds, el jefe de la administración espacial.
-No, no, no, no seas tonto, el efecto será peor porque la estación espacial está repleto de helio, uranio, hidrógeno y plutonio, ya te digo, es una bomba atómica suspendida sobre nuestras cabezas, si lo revientas en pedazos, harás que le caiga a la Tierra una lluvia de fuego al traspasar la atmósfera y entonces ya no serán cien millones de personas, sino toda la humanidad la que morirá calcinada, chamuscada sin remedio y el desastre ecológico será sin igual, bosques arrasados, animales muertos, incendios por doquier y no solo eso, la Tierra sufrirá el ataque de miles y miles de partículas, será peor que un bombardeo mortífero acabando con la raza humana en apenas un minuto-, sopló su angustia James Hamilton, el responsable de las estaciones espaciales en órbita.
-¿Qué sugieres?-, parpadeó preocupado Harold. Recién se daba cuenta de la magnitud del peligro que amenazaba a la humanidad.
-No lo sé, pero el Investigator, de caerse, acabará con toda la humanidad en un segundo si no hacemos algo-, arrugó la cara James.
-Yo no voy volver a estar otros cien días en el espacio junto a ese sujeto-, me molesté con mi jefe, Joe Grand. Él sonreía de oreja a oreja y sabía que yo estaba incómoda por tener que compartir labores con Michael Robinson en la estación espacial Navigator.
-Eres la mejor piloto científica ingeniera de la administración espacial, Nancy, todos están de acuerdo que ayudarás en los estudios computarizados del debilitamiento de la capa de ozono-, me dijo Grand. Él tenía a su cargo todo lo referente a los vuelos espaciales. El propio presidente de la nación le había dicho de la importancia de esa labor de estudios sobre la atmósfera y el calentamiento global. -El mundo entero espera mucho de ti, el futuro del planeta está en tus lindas manos-, seguía riendo con ironía Grand.
Disculpen, no me presenté. Me llamo Nancy Guðmundsson, soy astronauta científica, licenciada en sistemas y con maestría en software, hardware, redes y manejo de ordenadores y en los últimos años me he abocado al estudio de la capa de ozono y el peligro que representa su debilitamiento, debiendo encontrar soluciones para paliar el daño que aflige a la humanidad. La última década me la ha pasado en el espacio tanto que hasta me olvidé qué es tener los pies sobre la tierra. En el Navigator tuve un tórrido romance con Michael, el ingeniero jefe de esa estación espacial. Todos lo conocen como "el loco" y dicen que es un ermitaño, porque le encanta vivir en el espacio, está enamorado de las estrellas y no desea, jamás, volver a la Tierra. Dice que su vida es estar con los luceros, viendo pasar cometas y disfrutando de las maravillas de ese infinito manto que envuelve al universo.
Robinson no sabe de computadoras ni ordenadores ni hardware ni nada, siquiera maneja bien su móvil y la verdad yo no sé cómo puede sobrevivir ese hombre tanto tiempo metido en el Navigator sin más entretenimiento que ver las estrellas fulgurando a lo lejos. Eso sí, es un piloto experto, quizás el mejor de toda la administración espacial y conoce los controles de mando tanto o más que sus propios sentimientos.
¿Usted sabe lo que significa estar cien días en el espacio con un tipo así de loco? Ay, es demasiado asfixiante. Y lo peor, para mí, es que Mike es guapo, enorme como un cerro, con una espalda propia de un mastodonte, con unos brazotes gigantes y sus piernas parecen troncos de árbol. Me enamoré, pues, de inmediato. Verlo todos los días, compartir con él cada minuto del día, terminó por sucumbirnos a ambos en la pasión. Hicimos el amor no una sino un millón de veces, disfrutando de los encantos de la emoción, subyugados por el romance y la poesía de ser suya, bajo las estrellas y en medio del infinito.
-Eres muy hermosa, Nancy, no tengo la culpa de enamorarme de ti-, me confesó Mike cuando yo parpadeaba extasiada, después que él conquistó todos mis rincones, mis innumerables curvas y redondeces y llevarme al delirio con sus besos y caricias. Mi corazón era una pelota rebotando en el busto y sentía el fuego chisporroteando por todos mis poros. Ansiaba que me hiciera suya una y otra vez.
-Todas las chicas de la administración espacial suspiran por ti-, le respondí, echando humo en mi aliento, después que él llegó hasta los parajes más profundos e íntimos de mis entrañas.
-Solo algunas, je je je-, estalló en risotadas Mike. Eso me enojaba de él, que fuera mujeriego y que yo era tan solo una cifra más en sus conquistas cotidianas.
-No, no Nancy, no eres una más, eres el amor de mi vida-, me decía loco enamorado, haciendo brillar sus ojos y esturando esa sonrisa tan varonil y deliciosa que me volvía loca y desataba mis deíficas cascadas. -Idiota-, me enervaba y volvíamos a besarnos con pasión, emoción y encono, eufóricos de arder en nuestras propias llamas.
-Es una orden, Nancy-, me devolvió a la realidad Grand. Arrugué mi naricita, me di vuelta furiosa, apretando los puños y me fui meneando las caderas y haciendo eles con mis manos, muy disgustada y malhumorada.
-Le mandas saludos a Mike, je je je-, no dejaba de reír Grand. Él sabía todo de nuestro romance, en realidad todos en Houston y Cañaveral lo sabían, desatando por supuesto las furias y celos de las otras chicas de la administración espacial.
La estación Navigator está suspendida en el espacio ya desde hace diez años, cumpliendo labores científicas, y se han turnado en sus instalaciones diferentes científicos y astronautas. Ya cumplía cinco años de estar allí Michael Robsinson ayudado ahora de Wolgfanf Kaltz el piloto que me reemplazó cuando volví a la Tierra. Michael se quedó porque él es un obsesionado de las estrellas. A veces creo que tiene complejo de meteorito porque nada más quiere estar en el espacio sideral. Grand ha querido revelarlo muchas veces, pero Mike no quiere y se opone en forma rotunda. -Aquí soy feliz-, le dice resoluto, convencido que su vida le pertenece a los luceros y a la vía láctea.
Tampoco voy a mentir. Esos cien días a su lado de Mike me parecieron maravillosos. Yo me enamoré demasiado de él. Me encantaba estar entre sus brazos, suspirando hundida en su pecho, viendo a las estrellas fugaces, admirada de la belleza del espacio, de aquel infinito manto oscuro de muchas luces y colores como millones de luciérnagas, rodeándonos, como una postal que solo habla de amor, romance y de versos rendidos.
Yo sabía, además, de la fama de mujeriego de Mike. Tampoco lo culpaba. Él es demasiado guapo y por eso rendía, fácil, a las mujeres. A mí también, je. Entonces, acepté, encantada la misión. Ya llevaba un año trabajando, en forma febril, en torno a la capa de ozono y necesitaba ahondar mis investigaciones desde el espacio y era una ocasión única. Tenía el apoyo de Joe Grand que sabía de mi dedicación a tan delicado y sensible tema, y él había defendido a capa y espada mi designación frente a un centenar de candidatos. Y aparte estaba el incentivo del irresistible Mike. ¡¡¡Era la oportunidad de mi vida!!!
La vida de un astronauta es emocionante. Llevé varios años de entrenamiento y alcancé el grado de teniente coronel. Fui reclutada de la fuerza aérea de Islandia ( yo nací en Reikiavik) porque además de piloto, era científica y era titulada en medicina, en la especialidad de cirugía. Para trasladarme al Navigator, abordé un transbordador que me dejó en medio del espacio. A Wolgfanf Kaltz, que estaba a cargo de la misión, le dio mucha risa. -Ahora te toca ir a pie-, me dijo divertido. ¿Caminar en el espacio? sí que él muy gracioso.
Para llegar al Navigator usé cables. Es una estación pequeña destinada justamente para estudios de la órbita y la atmósfera. Su función es simplemente monitorear el espacio. Cuenta con cocina, dormitorio, desván, una consola de mando y un ambiente para las computadoras. Su periodo de vida es de veinte años, es decir ya estaba a la mitad de su existencia cuando lo abordé. Mike me esperaba sonriente.
-¿A quién tenemos aquí?-, estaba él encandilado de mis ojos. Yo no quería relacionarme con él, menos sentimentalmente, sin embargo Robinson era irresistible. Quedé eclipsada al momento. -Nancy Guðmundsson-, le hice una venia coqueta. Esa también fue una gran equivocación porque él quedó prendado de mí, casi de inmediato.
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