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Destruyeme

Capítulo 1 | Lucia

Cuarenta horas. Dos mil cuatrocientos minutos. Ciento cuarenta y cuatro mil segundos atrapada en este coche.

El viejo Chevelle tiembla bajo la furia de la tormenta mientras permanezco sentada al volante, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante. Estoy furiosa, exhausta y congelada hasta los huesos. He cruzado el país entero solo para terminar varada en medio de un diluvio, justo en la entrada del puente de Brooklyn.

La lluvia golpea con fuerza, convirtiendo la carretera en un espejo resbaladizo. Pocos autos pasan y, cuando lo hacen, ninguno se detiene. He intentado agitar los brazos, gritar, incluso pararme en medio del camino, pero es inútil. Nueva York no tiene piedad con los recién llegados.

—¿Por qué no me quedé en Los Ángeles? —gruño para mí misma mientras palmeo el capó del coche como si con eso pudiera hacer que se encendiera mágicamente.

Un destello de luz me obliga a girar el rostro. Un auto se detiene justo frente a mí, sus faros iluminando la lluvia como un par de ojos espectrales en la noche. El miedo se mezcla con la esperanza en mi estómago. He oído demasiadas historias sobre asaltos y asesinatos en esta ciudad, así que no bajo la guardia.

Cuando la puerta del conductor se abre, un chico sale al exterior.

No es un hombre adulto ni un anciano con buenas intenciones. Es un chico de mi edad, con el cabello negro empapado cayéndole sobre la frente. Sus ojos azul grisáceo brillan bajo la luz de su auto, enmarcados por unas cejas oscuras y una expresión de diversión.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta, elevando la voz para hacerse oír sobre la tormenta.

Su tono es tranquilo, sin prisas, como si rescatar a extraños en medio de un diluvio fuera algo cotidiano para él.

Me abrazo a mí misma y lo analizo con rapidez. No es el chico más alto que he visto, pero su presencia es imponente. Su piel morena resalta bajo la lluvia, y noto un moretón desvaneciéndose sobre su pómulo izquierdo.

Un pensamiento absurdo cruza mi mente. Es el chico más atractivo que he visto en mi vida.

Él arquea una ceja, divertido.

—¿Hola? Me estoy empapando aquí.

—Realmente necesito una mano —admito, finalmente.

Una media sonrisa se forma en sus labios antes de avanzar hacia mí. Me apresuro a abrir el capó del coche, permitiéndole examinar el motor.

—¿Se apagó de repente?

—Sí. Iba bien y de pronto murió.

—¿Segura de que tenía gasolina? —pregunta, y yo resoplo, indignada.

—No soy idiota.

Creo escuchar una risa ronca, pero se ve interrumpida por el estruendo de un trueno.

—Creo que lo tengo —dice después de unos segundos, gruñendo mientras manipula algo dentro del motor—. Intenta encenderlo.

Obedezco y, para mi sorpresa, el motor cobra vida con un rugido familiar.

—¡¿Cómo hiciste eso?! —exclamo, sin poder ocultar mi sonrisa.

Él cierra el capó con facilidad y se sacude las manos.

—Los autos viejos tienen una especie de mecanismo de defensa. Cuando se sobrecalientan, botan la batería y se apagan. ¿Cuánto tiempo llevas conduciendo?

—Desde Los Ángeles —digo con orgullo.

Él silba, sorprendido.

—¿Los Ángeles? Has tenido suerte de que no te haya dejado tirada antes. ¿Viniste a trabajar?

—A estudiar —respondo, aún sonriendo—. Filosofía y Letras.

—¿En serio? ¿Irás a la UNY? —pregunta, alzando las cejas—. Yo estudio Periodismo.

Mi boca se abre en sorpresa.

—Supongo que te veré por ahí, entonces.

—Eso parece —dice, mirándome de arriba abajo con descaro. Un escalofrío recorre mi espalda, aunque no sé si es por el frío o por su mirada.

—Soy Leonel.

—Lucia. Lucia Hale.

—Lucia Hale —repite mi nombre, como probándolo en sus labios. Su mirada se vuelve intensa—. Dime, Lucia… ¿qué clase de chica eres?

Mi ceño se frunce.

—¿De qué hablas?

—¿Zorra o virgen? —pregunta con una sonrisa burlona.

Todo el encanto de la situación se desmorona en un instante.

Mis expectativas caen como un castillo de naipes. ¿Qué esperaba de un chico como él? ¿Un caballero en armadura dorada?

Aprieto la mandíbula y abro la puerta del auto. Él suelta una carcajada, inclinándose sobre la ventanilla.

—Vamos, no te ofendas. Es solo una pregunta.

Lo fulmino con la mirada y levanto el mentón.

—No voy a responder eso.

Él chasquea la lengua, divertido.

—Virgen. Completamente virgen —afirma como si fuera un hecho, encogiéndose de hombros—. Qué lástima, Lucia. Nos habríamos divertido mucho.

El agua escurre por su rostro, pero no parece inmutarse.

—Nos vemos por ahí.

No espero más. Pongo el coche en marcha y me alejo, furiosa, decepcionada e indignada.

Cuando llego al campus, la tormenta ha menguado. Encuentro el edificio donde renté una habitación y subo las escaleras con mi maleta pesada. Al llegar al cuarto piso, busco el número 342 y toco la puerta, esperando que mi compañera no esté dormida.

La puerta se abre y me recibe una chica con el cabello rubio platino y rizos desordenados. Sus brazos están decorados con tatuajes intrincados y lleva un par de expansiones en las orejas.

—Te esperaba hace una hora —dice con una sonrisa ladeada.

Levanto los brazos, mostrando mi ropa empapada.

—Tuve un pequeño percance.

Ella me hace espacio y entro a la habitación. Es pequeña pero acogedora. En una de las paredes hay cientos de fotografías encimadas y el aire huele a incienso.

—Soy Lucia Hale —digo, extendiendo mi mano.

—Cleo Miller —responde, estrechándola con firmeza—. Ahora ve a tomar un baño antes de que mueras de hipotermia.

Después de una ducha caliente y una larga charla con Cleo, me voy a la cama, sintiéndome un poco menos sola en esta ciudad.

A la mañana siguiente, el aroma a café me despierta.

—¿Qué hora es? —pregunto con voz ronca.

—Siete y media —responde Cleo sin mirarme—. Hay café si quieres.

—No tomo café.

Ella suelta una risa.

—Deberías. Será tu mejor aliado en este lugar.

Me visto rápidamente y salimos al campus. Todo es un caos de estudiantes corriendo, parejas besándose y chicos en patineta.

De repente, Cleo se tensa a mi lado.

—Oh, Dios… cada vez está más caliente.

Sigo su mirada y mi estómago se encoge.

Leonel camina hacia la entrada principal con una sonrisa fácil y segura.

—Si no fuera tan jodidamente escalofriante, me lanzaría sobre él —dice Cleo.

Levanto una ceja.

—¿Escalofriante? A mí me parece un imbécil.

Cleo me mira, sorprendida.

—¿Lo conoces?

—Me ayudó con mi coche anoche.

Su expresión cambia.

—Lucia, por lo que más quieras, mantente lejos de Leonel Álvarez. Es peligroso.

Sus palabras me inquietan. ¿Qué es lo que no sé sobre él?

Capítulo 2 | Leonel

La cafetería está atestada de gente.

La fila para la comida es tan larga que busco a alguien conocido para colarme. En la mesa que suelo sentarme, se encuentran los tres idiotas que se hacen llamar mis amigos: Charles, Will y Alex.

 Doy una ojeada a la fila una vez más y vislumbro un familiar color de cabello. Estoy a punto de echarme a andar, cuando siento una mano enredándose en mi muñeca.

Me giro sobre mis talones y me topo de frente con una chica. Es casi tan alta como yo, su cabello rubio teñido cae sobre su pronunciado escote; sus ojos verdes están maquillados con colores oscuros, y el color rosa de sus labios resalta la blancura de su piel. Sé que la conozco, pero no puedo recordar su nombre.

— ¿Qué tal tus vacaciones, Leonel? —su voz suena tan sugerente que reprimo una sonrisa. Me encojo de hombros y le dedico mi sonrisa más encantadora.

 —Estuvieron de lo más aburridas, ¿las tuyas? —pregunto cortésmente.

 Su mirada se ilumina por completo antes de morder su labio inferior y murmurar—: Jodidamente malas. Te extrañé un mundo.

 Los recuerdos se agolpan en mi memoria a una velocidad impresionante. Ella en la fiesta del campeonato el año pasado, ella besándome, ella en mi cama durante tres días…

Mi sonrisa se ensancha y acaricio su mejilla con el dorso de mi mano. —Oh, cariño. Sobre eso… —me acerco a ella, sólo un poco, pongo un mechón de cabello detrás de su oreja y susurro para que sólo ella pueda escucharme —, ha sido un error. No quiero nada serio con nadie por el momento. Tú sabes, el campeonato está a punto de comenzar una vez más, y esta vez, no pienso perder. Necesito estar concentrado.

 No le miento. Todo lo que le digo es verdad, no quiero una relación, necesito concentrarme en el campeonato y no voy a permitir que nada se interponga entre mi meta y yo.

Veo su rostro transformándose en una mueca de disgusto y decepción. —Pero creí que…

 —Escucha, cariño —la interrumpo—, lo siento. Pero yo no tengo relaciones serias. Lamento que creyeras lo contrario.

 Antes de que pueda responder, me giro sobre mis talones y avanzo hacia la chica que vi con anterioridad. Estoy ansioso por tener a Lucia Hale entre mis brazos, cuando de pronto, la veo…

La chica del Chevelle está ahí, a pocos metros de distancia, colocando comida en una bandeja. Su cabello es más oscuro de lo que recordaba, sus pestañas maquilladas casi cubren sus ojos, su nariz pequeña y delicada le da un aspecto infantil y entonces, me encuentro caminando hacia ella. ¿Qué demonios estoy haciendo?...

 —Hola, virgen —murmuro contra su oreja y ella da un respingo. La satisfacción de provocar eso en ella me hace querer sonreír, pero lo reprimo.

 Ella se gira y me mira durante una fracción de segundo, antes de hacer una mueca de desagrado. ¡Malditas sean sus muecas!, ¡Me encantan!

 —Seré un caballero contigo y pagaré tu desayuno —digo sacando la cartera de mi bolsillo trasero.

 —Puedo pagar mi comida, gracias—dice girándose sobre sus talones. Yo sonrío con irritación—. Ve a ser caballeroso con otra persona.

 —Escucha, ¿Lucia, cierto? —Digo, a pesar de que no he podido olvidar su jodido nombre—, la cosa está así: no me gusta que me digan que no. Pónmelo sencillo y coopera. Prometo que vamos a divertirnos mucho.

Sólo estoy fanfarroneando. No soy tan idiota. Sólo quiero molestarla. Ella se vuelve hacia mí y me encara con una ferocidad que me toma desprevenido. No estoy acostumbrado a que me reten. Nunca; nadie se atreve a retarme.

—Escucha, Louis —dice y aprieto mi mandíbula, ¿no recuerda mi nombre? —, la cosa está así: estás acostumbrado a tener lo que deseas, cuando lo deseas y como lo deseas; pero yo no soy así. A mí no me apetece cumplir cualquiera de tus caprichos. Así que, por favor, déjame en paz.

Tengo que hacer acopio de toda mi fuerza para no estallar. Estoy hirviendo del coraje, quiero golpear algo con mucha fuerza en este momento, pero aprieto los puños y tomo una respiración profunda.

Le dedico mi mejor sonrisa y asiento. —De acuerdo. Te dejaré en paz…

 —Gracias —me interrumpe.

 — ¡Pero! —digo, y capto su atención antes de que vuelva a girarse. Noto las miradas curiosas que empiezan a dirigirse hacia nosotros—, tienes que salir conmigo. Sólo una vez. Una cita, sin compromiso alguno.

 Ella me observa y yo la observo a ella. Sus ojos marrones son más expresivos y grandes de lo que recuerdo, su boca es pequeña y mullida… Besable. Su piel morena clara hace resaltar sus delicadas facciones y, por un momento, me quedo sin aliento. Es la niña más bonita que he visto en mi vida.

 No es guapa. No es ardiente. No es hermosa… Es bonita. Hay algo en ella la hace bonita. Su mirada expresiva, la forma que toman sus pómulos cuando sonríe, su desastroso cabello… Algo en ella, la hace destacar. ¿Cómo no me di cuenta de esto anoche?...

— ¿Crees, de verdad, que yo quiero salir contigo?

 Mis ojos viajan hasta sus labios, los cuales reprimen una sonrisa, y la miro a los ojos una vez más. —Creo, de verdad, que deberías saber que yo no invito a salir a nadie. Yo no tengo citas, ni relaciones, ni todas esas cosas que les gustan a ustedes, las chicas. ¿Qué es lo peor que podría pasarte?, ¿Qué desperdicies un par de horas de tu tiempo con un idiota como yo?, prometo comportarme y no volver a molestarte después.

 ¿Por qué, en el infierno, estoy haciendo esto?, ¿Qué está mal conmigo?, ¿Le estoy rogando a una chica para que salga conmigo?, ¡Maldita sea, Leonel Alvarez, eres un imbécil!

Veo la duda en su mirada y mi ansiedad crece. Sus ojos se clavan en los míos y contengo el aliento. Mi corazón se dispara en latidos irregulares. ¡Al jodido demonio con Margaret!, Lucia Hale tiene que ser mía. Tengo que robarle un maldito beso. ¡Tengo! Qué. Robarle. Un. Maldito. ¡Beso!

—Me han hablado sobre ti —dice y un hoyo se forma en la boca de mi estómago. Quiero preguntar qué le han dicho, quiero que me diga quién se lo ha dicho y quiero ir a golpear a esa persona. ¿Por qué no dejan de meterse en mi vida?

—Todo lo que te digan es mentira —miento, pero noto que ella no me cree. Una punzada de decepción alcanza mi pecho.

— ¿Estás a la defensiva? —su pregunta me saca de balance una vez más.

 — ¡No! —espeto y ella alza las cejas con incredulidad.

 — ¡Ya dile que sí y muévanse de la jodida línea! —grita una voz al fondo de la fila.

Ni siquiera miro cuando alzo mi mano derecha y le dedico una seña obscena. — ¿Sales conmigo? —vuelvo a preguntar y esta vez tengo miedo de su rechazo. ¿Por qué tengo tanto miedo de escuchar un: ¿no?...

 — ¿Me dejarás en paz?

 —Te doy mi palabra.

 —No estoy segura de que seas un hombre de palabra —hace una mueca, y quiero plantar mis labios donde los suyos se fruncieron.

 —Lo soy —afirmo. De verdad lo soy. Soy un hombre de palabra. Seré un hijo de perra, un imbécil y un mujeriego, pero tengo palabra. La tengo.

 Suspira, como si estuviera tomando la decisión más difícil de su vida y quiero golpear a quien sea que le haya dicho cualquier cosa sobre mí. —De acuerdo —dice finalmente—. Me gusta la comida mexicana y la puntualidad. Vivo en el edificio Gamma, te veo el sábado a las ocho en el estacionamiento de donde vivo. Si llegas un solo minuto tarde, no iremos a ningún lado.

Una sonrisa se filtra por mis labios y asiento. — ¡Señor, sí, señor! —hago una seña militar y ella rueda sus ojos, reprimiendo una sonrisa—, te veo el sábado, Lucia.

Me giro sobre mis talones y me echo a andar por la cafetería, intentando lucir despreocupado, cuando en realidad estoy eufórico. Lucia Hale va a ser mía. Tiene que serlo.

~*~

Estoy bañado en mi propio sudor. Concentro toda mi atención en el saco frente a mí y golpe con mucha fuerza. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces, con ritmo…

Los nudillos me duelen, mis pulmones arden con cada bocanada de aire que inhalo, mis piernas tiemblan debido al esfuerzo físico y gruño, exigiéndole aún más a mi cuerpo.

El metal pesado ruge en mis orejas por los auriculares de mi reproductor y sigo el ritmo pesado de la batería.

La recuerdo. Recuerdo su sonrisa, sus manos en mis mejillas, su cabello color caramelo rozando mi cara, la presión de sus labios sobre los míos, la forma de sus curvas bajo mis dedos, su voz cantarina y angelical… Sus labios sobre los de otro jodido chico, sus manos en los hombros de alguien más, sus ojos mirándolo a él…

Golpeo con furia el saco y grito con impotencia y frustración.

Más recuerdos me golpean. La sangre en mis nudillos, los gritos desesperados de ella, la cara hinchada del hijo de puta debajo de mi cuerpo, mis gritos de rabia, la ira estallando desde lo más profundo de mí ser.

Gruño de nuevo y golpeo el saco con más fuerza.

Recuerdo la celda de la delegación, la mirada aterrorizada de mis papás, los gritos del padre del hijo de puta, las amenazas, el dolor emocional, el llanto, el peso sobre mis hombros, el juicio, las fotografías de la cara destrozada del chico, el informe médico, el coma del pobre diablo… Su muerte…

La mirada horrorizada de mi madre, la frustración en mi padre, el odio en los ojos de ella… Y, finalmente, la orden de restricción.

Yo lo maté. Yo lo maté… Por ella. Ella me jodió la vida. Ella me jodió la existencia. Ella me hizo una mierda.

Golpeo tan fuerte, que el saco sale del gancho que lo sostiene y golpea la duela del gimnasio. Mis manos tiemblan, mis ojos están llenos de lágrimas, lágrimas que no derramo. Nunca las derramo. Mi respiración es agitada y entrecortada, y me odio. Me odio por lo que hice. Me odio por no saber controlarme…

—Vas a romperte una muñeca si sigues golpeando de esa forma sin guantes —la voz familiar a mi espalda me hace suspirar, intentando tranquilizarme.

—Deja de meterte en lo que no te importa —espeto sin despegar la mirada del saco.

—Leonel, si sigues exigiéndote de esa forma, vas a acabar con tu cuerpo. No vas a tener oportunidad alguna en el campeonato de este año.

Me giro y encaro a Colton, mi compañero de equipo. Ambos entrenamos con el mismo instructor. Ambos participamos en la misma categoría. Yo siempre adelante, él siempre pisándome los talones.

Yo siempre el segundo lugar en los campeonatos de boxeo, Colton siempre en tercero. Al inicio no me agradaba. Al principio, ni siquiera podía mirarlo. Ahora, se ha convertido en algo parecido a un amigo.

—Es todo tuyo —digo señalando al saco en el suelo.

Colton sonríe y niega con la cabeza. —Vete a casa, ‘backbreaking'.

Me limito a mostrarle mi dedo medio por burlarse de mi apodo de pelea y sonrío.

—Y tú vete a la mierda, ‘snake’ —me burlo de vuelta.

—Después de ti —me grita mientras me alejo.

—No cuentes con ello —grito con una sonrisa en el rostro, sin embargo, no puedo dejar de sentirme como una verdadera mierda.

Lo único que deseo en este momento es ahogarme en alcohol y no pensar más en esto. No torturarme una vez más… Lo único que deseo es encontrar a otra maldita mujer y pretender que es ella. Pretender que es la chica que me jodió la existencia.

Capítulo 3 | Lucia

La semana pasa a una velocidad alarmante.

Entre mis múltiples tareas y clases, apenas tuve tiempo para pensar en lo que había hecho: aceptar salir con Leonel Alvarez.

Me lo he cruzado por los pasillos, pero sólo se limita a guiñarme un ojo y sonreírme con galantería.

Ni siquiera se lo he comentado a Cleo porque tenía miedo de su reacción. Por otro lado, se ha encargado de presentarme a todos y cada uno de sus amigos. Hemos estado charlando tanto, que me explicó el significado de todos y cada uno de sus tatuajes, me mostró los que lleva en las caderas y aquel pequeño tatuaje en su espalda baja.

 He intentado saber cuál es la bruma generada alrededor de Leonel Alvarez, pero cada que saco el tema a relucir, Cleo termina evadiéndolo de manera impresionante.

Una vez intenté preguntárselo a Jessica, una de las amigas de Cleo, pero se limitó a mirarme con expresión horrorizada y decir—: Créeme cuando te digo que no quieres saberlo.

Me levanto especialmente tarde el sábado y holgazaneo un rato, navegando en internet y desayunando una nada nutritiva big mac.

Pasadas las tres de la tarde, Cleo me acompaña al cuarto de lavado del edificio y me enseña cómo funciona eso de lavar en máquinas traga monedas. Paso el resto de la tarde sentada con Cleo, charlando y lavando ropa y, cuando menos lo pienso, son casi las siete de la tarde.

— ¡Maldición!, ¡necesito ducharme ahora mismo! —chillo cuando me doy cuenta de la hora.

Cleo está pintando sus uñas de negro y me sonríe —Así es, debes estar lista porque a las ocho iremos a un bar con los demás —dice, soplando hacia sus uñas.

Yo me congelo en la puerta del baño y cierro los ojos mientras me vuelvo hacia Cleo. —E-En realidad tengo otros planes —mascullo, mirando hacia mis pies descalzos.

Siento la mirada de Cleo clavada en mí, pero no la miro. — ¿Qué clase de planes?

Rasco detrás de mi oreja con nerviosismo. —Es algo así como… —me aclaro la garganta y la miro—, una cita.

Las cejas de mi compañera de cuarto se disparan al cielo mientras una sonrisa sugerente se desliza por sus labios. — ¿Tienes una semana aquí y ya conseguiste una cita?, ¡Dios mío, mujer, debes decirme cómo hacerle! —se burla y yo me relajo un poco.

—En realidad es una cita de amigos —miento.

Una parte de mí grita que debo decirle con quién voy a salir, pero otra, más fuerte e insistente, me grita que mienta. Que sólo será una cita y que no volverá a repetirse, ¿qué caso tiene angustiarla?, no es como si estuviera iniciando una relación, ¿o sí?...

—De acuerdo, ¿a dónde irán?, ¿cómo se llama?, ¿lo conozco?, ¿está bueno? —Cleo se acomoda sobre la cama, mirándome con expectación.

Yo no puedo evitar soltar una risita nerviosa. —Iremos por comida mexicana. Y no, no lo conoces. Es alguien de mi semestre —miento.

— ¡Su nombre, Lucia!, ¡quiero su nombre! —chilla con emoción y yo cierro mis ojos.

—John. John Hudson —miento. John es, en realidad, uno de mis mejores amigos en Los Ángeles. Y es gay…

—No me suena —hace una mueca y yo hago un gesto desdeñoso con la mano, restándole importancia.

—Debo estar lista en una hora, me ducharé—digo, escabulléndome al baño.

Al salir del baño, escojo algo rápido: unos shorts, unas medias, mis viejas botas de combate y una blusa de botones a cuadros.

— ¡Eres todo un chico! —se burla Cleo al salir del baño. Lleva una toalla enredada en la cabeza y otra en el cuerpo.

Yo sonrío mientras me aplico un poco de corrector debajo de mis ojos y algo de labial rojo. Tomo una servilleta y quito el exceso de labial hasta que queda un tono suave y rojizo, casi natural. Maquillo mis pestañas y me pongo un poco de rubor rosado.

— ¿Sigo siendo un chico? —pregunto, sonriendo.

—Algo así —se burla y veo cómo se enfunda en un bonito vestido negro.

Aliso mi cabello lo mejor que puedo y tomo mi bolso junto con mis llaves y mi cartera. — ¡Me voy! —digo hacia Cleo, quien está maquillando sus ojos con sombra para párpados color negra.

— ¡Usa condón! —me grita cuando estoy cerrando la puerta y no puedo evitar echarme a reír.

Miro mi reloj. Son las ocho en punto. Bajo las escaleras rápidamente. Estoy nerviosa, ansiosa, y estoy casi segura de que Leonel no ha llegado y pienso que ésa será mi mejor escapatoria.

Me congelo al verlo. Está recargado sobre la puerta de su viejo Camaro, con los brazos cruzados sobre su pecho. Lleva unos vaqueros oscuros y una camisa de botones arremangada hasta sus codos y los dos botones superiores están abiertos. Su cabello luce tan alborotado como siempre y lleva unos cómodos tenis vans negros. Se ve tan guapo que mi nerviosismo aumenta.

Me alegro al instante por mi elección de ropa y miro mi reloj. —Ocho en punto.

 —En realidad llegué a las siete cincuenta y dos —se encoge de hombros, pero noto la arrogancia en su gesto.

Una sonrisa incrédula se desliza por mis labios y mi corazón se salta un latido cuando lo veo rodear el auto y abrir la puerta del copiloto. Yo me quedo congelada en mi lugar, cruzada de brazos, mirándolo fijamente.

—Prometo que no muerdo —se burla reprimiendo una sonrisa. Me armo de valor y avanzo hasta el auto. Estoy a punto de entrar al auto cuando, de pronto, siento su aliento rozando mi oreja. Un escalofrío estalla en mi columna vertebral y entonces, susurra con la voz enronquecida—: A no ser que tú quieras.

Me vuelvo para mirarlo. Está muy cerca. Está tan cerca que puedo percibir la loción fresca de su cuerpo. Está tan cerca que puedo sentir el calor que emana su cuerpo y la calidez de su aliento golpeando mi mejilla. Él mira mis labios durante una fracción de segundo y luego fija su vista en mis ojos.

Noto cómo los suyos se Lucia oscurecido un tono. O quizás es la poca iluminación del edificio. No puedo evitarlo, miro sus labios.

Son mullidos, gruesos, rosados… Lo miro a los ojos y siseo—: No te atrevas a morderme. O a poner tus manos en mí. O a hacer cualquier cosa que requiera contacto físico entre tú y yo.

Una sonrisa radiante se apodera de sus labios. —Lo tendré en mente —me guiña un ojo y le sostengo la mirada.

Dudo en meterme al auto, pero él hace un gesto exasperado y me deslizo en el asiento.

Leonel cierra la puerta y lo veo recorrer la parte delantera del coche antes de introducir su cuerpo en el asiento del piloto.

El auto enciende con un rugido y yo salto en mi lugar cuando escucho el metal pesado proveniente del estéreo. Leonel baja el volumen y sonríe. —Lo lamento, debí bajar el volumen antes de apagar el auto.

Yo reprimo una sonrisa y él desliza el auto por la grava hasta que salimos a la carretera. Conduce durante varios minutos y yo jugueteo con la correa de mi bolso. —Entonces, un compañero del gimnasio me habló de este lugar de comida mexicana al que iremos. Nunca he probado otra cosa que no sean tacos, ¿verdad?, pero me ha dicho que la comida ahí es deliciosa.

Lo miro una fracción de segundo y sonrío. —No tienes idea de lo que te estás perdiendo si sólo has comido tacos. ¡La comida mexicana es deliciosa! —exclamo.

—No me lo tomes a mal, pero prefiero comer sushi todo el día a comer cualquier cosa mexicana que me pongas enfrente —dice encogiéndose de hombros.

—El sushi también es delicioso —concuerdo con él, y entonces, el silencio se apodera de nosotros.

Recuerdo aquel estúpido juego que solía jugar en secundaria cuando conocía a alguien nuevo. Era sencillo, sólo tenías que preguntar cosas que quisieras saber acerca de la otra persona y responder las preguntas que esa persona te hiciera. Si no querías responder algo, perdías y hacías cualquier cosa que la otra persona quisiera.

—Juguemos a algo —digo, intentando sonar despreocupada cuando en realidad estoy bastante nerviosa.

— ¿A qué? —noto cómo sus labios se curvan hacia arriba en una pequeña sonrisa.

—Pregunta y respuesta. Nos preguntamos cosas el uno del otro y, quien no quiera responder algo, hace cualquier cosa que el otro quiera —digo y mis palabras suenan estúpidas ahora que Lucia salido de mi boca.

—De acuerdo —asiente, sin despegar la vista del camino, pero noto un atisbo de sonrisa en sus labios—. Las damas primero.

— ¿Tu nombre completo?

— ¡Oh, Dios mío! —hace un gesto horrorizado.

— ¡Oh, vamos!, es la primer pregunta, debes responderla.

— ¿No te burlarás?

—Lo prometo.

—De acuerdo… —toma una inspiración profunda —, soy Leonel Wade Alvarez.

— ¿Wade?, ¿qué clase de nombre es Wade? —reprimo una sonrisa, pero noto la expresión exasperada de él. Me trago mi risa y me aclaro la garganta—, de acuerdo, tu turno.

—Primero dime tu nombre completo y luego te hago una pregunta —alza las cejas con superioridad.

—Lucia Lynn Hale —respondo con naturalidad.

—De acuerdo, es mi turno. ¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho, ¿tú?

—Diecinueve.

—Mi turno —digo y lo pienso un poco—, ¿Qué es lo que haces en tu tiempo libre?

—No tengo tiempo libre —responde—. Saliendo de la escuela voy al gimnasio, después del gimnasio voy a casa a hacer tareas y por las noches voy a fiestas.

— ¿Vas al gimnasio?, ¿Por qué?, ¿Vas a fiestas todas las noches? —las preguntas burbujean en mi garganta sin que pueda detenerlas.

— ¡Es sólo una pregunta! —Exclama con una sonrisa, pero luego responde—: Voy al gimnasio porque entreno. Soy boxeador, el año pasado entré a la liga profesional en peso ligero y quedé en segundo lugar en el campeonato nacional. Y si, voy a fiestas casi todas las noches.

— ¡No puedo creerlo! —Exclamo con asombro—, ¡estoy en una cita con un campeón nacional de boxeo!

Él hace una mueca y me corrige—: En realidad no soy un campeón. Fui segundo.

— ¡Segundo nacional!, ¿tienes idea de cuántos matarían por lo que lograste?, debes ser impresionante —sonrío con entusiasmo.

Él está serio. No sonríe conmigo y me quedo callada. Estaciona el auto y me doy cuenta de que hemos llegado. Baja del auto y yo bajo después de él. Tiene la mandíbula apretada, y noto el coraje en su mirada.

Toma un par de inspiraciones profundas y yo espero, recargada en la puerta del copiloto, con la cabeza gacha.

Él se acerca a mí con expresión más serena y siento un dedo calloso en mi barbilla, haciéndome levantar la cabeza. —Es mi turno —dice y sonríe, pero la sonrisa no toca sus ojos. Yo no respondo. Me limito a observarlo fijamente.

— ¿Eres virgen? —noto la diversión bailando en sus ojos y quiero golpearlo. ¿Acaso sólo piensa en sexo?... Me obligo a sostenerle la mirada a pesar de sentirme completamente humillada.

No puedo evitar sentir el rubor agolpándose en mis mejillas, pero tomo acopio de toda mi dignidad, levanto la barbilla y contesto con un hilo de voz—: Sí.

La diversión desaparece de los ojos de Leonel y me mira una fracción de segundos antes de hablar una vez más—: ¿Por qué?

—Sólo es una pregunta —susurro con un hilo de voz.

Niega con la cabeza y se acerca un poco más. —Tú hiciste cuatro. Lo justo es que yo pueda hacer cuatro también.

Cierro mis ojos y trago saliva. —S-Soy virgen p-porque estoy esperando al indicado —susurro.

Una sonrisa burlona se desliza por sus labios. —Sea quien sea, te va a follar y va a disfrazarlo diciendo que te ama —su voz suena amarga y la ira hierve dentro de mi pecho.

— ¡No todos son como tú! —espeto.

De pronto, un puño vuela cerca de mi rostro y es estrellado justo a mi lado, sobre el metal de la parte alta de la puerta del auto, haciéndome chillar del horror. El cuerpo de Leonel acorrala el mío y lo único que puedo ver es ira en su mirada. Ira cruda, fría, aterradora…

Mi respiración se vuelve agitada. Mi corazón late a una velocidad impresionante, mis manos tiemblan, quiero gritar, quiero golpearlo y correr...

Lo único en que puedo pensar, es en aquellas tres palabras que me dijo Cleo al iniciar la semana:

Leonel es peligroso.

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