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Talvez Contigo Si.

El comienzo

Hola, me llamo Mia, tengo 19 años. Me crié en un orfanato hasta los 16 años, cuando decidí salir adelante por mí misma. Ahora rento un cuarto amueblado y estudio por las tardes, porque trabajo durante el día para poder pagar mis estudios, especialmente ahora que entraré a la universidad.

Hoy me gradúo de la preparatoria junto a mi novio Mario. Llevamos dos años juntos y estoy muy feliz porque conoceré a sus padres, quienes vendrán a la graduación. He esperado tanto por este momento, y tenemos planes de casarnos.

Trabajo en un despacho de abogados, soy la recepcionista, la encargada de pasar avisos y agendar citas. Fui recomendada por un maestro y, aunque no hago gran cosa, el sueldo es muy bueno. Soy la más lista de mi clase, eso me ayudó a conseguir una beca casi completa para estudiar en la mejor universidad. Elegí la carrera de arquitectura, y Mario también la cursará; tenemos planes de crear nuestra propia empresa, pues sé que su familia se dedica a eso, y a mí me gusta ser independiente.

Al salir del trabajo, pasé por la plaza para comprar el vestido que usaría esa noche. Era un día muy especial, así que llegué a mi cuarto, me bañé y me puse el vestido. Regresé a la plaza y entré a una estética donde me maquillaron y peinaron. Al pagar, me repetí que me lo merecía.

Salí de la plaza y llamé a Mario, pero no respondió. Me pareció raro, porque siempre contesta mis llamadas. Le envié un mensaje diciendo que nos veríamos en el salón.

Pedí un taxi y, al llegar, vi a mis compañeros felices. Me uní a ellos, porque siempre me ha gustado mantener buena comunicación. Me preguntaron por Mario, pero les dije que ya venía. Entramos al salón y me tomé fotos con mi grupo. Nos sentamos, pero Mario no aparecía y empecé a preocuparme.

Entregaron los diplomas y cuando pasé a recoger el mío, que era el primer lugar, vi a Mario sentado. Lo saludé con la mano, y él sólo me sonrió a medias. Sacada de onda, me senté de nuevo y un compañero avisó:

—Mario ya llegó.

Asentí, y empezaron a entregar los documentos. Esta vez Mario pasó a recoger los suyos, y luego fui yo, pero evité mirarlo.

Cuando todo terminó, anunciaron que abrirían la disco para quienes quisieran quedarse. Me dolió, porque esto lo habíamos planeado por dos años y él me estaba haciendo esto.

Me serví ponche y mis compañeros se acercaron a platicar conmigo.

—¿Puedo quedarme sola? —les dije con una sonrisa forzada.

—La mayoría no hubiera pasado si no fuera por tu ayuda —me dijo uno.

—Vamos, Mía, a bailar —me jaló una compañera.

Subí a la pista con ellos, nos reímos bailando y por un momento olvidé todo, hasta que sentí que alguien tiraba de mi brazo.

—¿Qué haces con ese idiota? —me dijo Mario, señalando a uno de mis compañeros.

—¿Qué quieres, Mario?

—Hace rato te busco para presentarte a mis padres, y tú bailando con otro. ¿Qué crees que pensarán? —me reclamó enojado.

Estaba por responder cuando vi que se acercaban sus padres.

—Tú eres Mía, ¿verdad? —preguntó la señora.

—Sí, mucho gusto —respondí, saludándolos.

—Mi hijo no deja de hablar de ti, y cómo no si eres una joven hermosa y, por lo que vi, la más lista —dijo ella.

—Gracias, señora.

—Cuéntanos, ¿qué harás? ¿Cuáles son tus planes? —preguntó el señor.

—Aún no lo decide —respondió Mario, serio.

—Deja que tu compañera responda —dijo su padre, molesto.

—¿Compañera? —pregunté dudosa.

—Dinos quiénes son tus padres, tu apellido —pidió la señora.

—Madre, por favor —dijo Mario entre dientes.

—No tengo padres, señora, y mi apellido no cambiará nada —respondí seria.

Ella me miró asustada y lo que me dijo me hizo sentir tan mal que contuve el nudo en la garganta.

—No quieres decirnos tu apellido porque piensas que puedes llevar el nuestro —dijo.

—Señora, tengo un apellido, y con eso me basta y sobra.

—Mía, por favor déjanos solos —dijo Mario.

Pasé a su lado, pero lo que escuché de su padre me dejó paralizada.

—Te dije que si sólo quería sexo, lo hubiera hecho y ya. No era necesario prometer cosas que no pasarán porque eres mucho para ella.

Cuando la canción paró, escuché claramente cómo le decía:

—En eso estoy.

Me regresé y le di una bofetada a Mario. Su madre me miró enojada y su padre sólo me observó sin decir nada.

—Terminamos. No me busques ni me llames —le dije.

Salí del salón. Sé que muchos vieron lo que pasó. ¿Me duele? Claro que sí. Le confié secretos y sueños, pero a él no le importó.

Pedí un taxi porque quería alejarme lo más posible. Cuando estaba por subir, escuché a Mario hablarme.

—Mía, espera, te amo, ¿vale? Te amo como no tienes idea. Lo que dije adentro fue sólo para que mis padres te dejaran en paz.

—¿Y qué sigue? ¿Vernos a escondidas? Tus padres son personas que les falta humildad, y sabes que no quiero nada que ver con ellos.

—Sólo quería que supieras que te amo. No podremos vernos más, pero sabes que no fue sólo sexo. Si fuera así, desde que hicimos el amor, ya te hubiera dejado.

—No lo repitas. No te atrevas. Olvídate de mí, y más te vale que ni tú ni nadie de tu familia se meta en mi camino —le dije, empujándolo.

—¿Y qué podría hacernos una huérfana como tú? —dijo su madre llegando.

—Cuide sus palabras, señora, porque un día me encargaré de que se las trague todas.

Les di la espalda y subí al taxi que me llevó a mi cuarto. Me limpié las pocas lágrimas que corrían por mi mejilla, me abanique la cara y el taxista me habló:

—Mala noche, señorita?

—Sí —respondí.

—No esté triste. Yo tengo una hija de tu edad y créame que si alguien la hiciera llorar y yo la viera, se me partiría el corazón. Así que, a ver, muéstrame una sonrisa, porque me imagino que eres mi hija y eso me duele.

Le sonreí y él me sonrió de vuelta. Llegamos y me dio su tarjeta.

—Hago todo tipo de viajes.

Le pagué y la agarré, dándole las gracias.

Entré a mi cuarto y vi en el celular llamadas perdidas y mensajes de Mario.

Dejé todo de lado y me acosté tratando de dormir. Aunque tenga vacaciones antes de entrar a la universidad, tengo que trabajar. En estos días pienso doblar turnos para no pensar tanto y así ganar el dinero que me hará falta con los gastos de la universidad.

Asi me imagino a su novio Mario.

Un adiós definitivo

Me despierto con el sonido de la alarma, pero al recordar lo que pasó ayer, la tristeza me invade.

Me cambio y salgo rumbo al trabajo. Hago parada al autobús y subo, poniendo mis auriculares. De pronto, suena mi teléfono: es Miguel, uno de mis amigos.

—Hola, no pudimos ir a visitarte, porque Mario estaba esperando que lo hiciéramos para enfrentarnos —dice.

—Gracias, ya voy al trabajo —le cambio rápido de tema.

—No entiendo cómo es que él no sabía dónde vivías, pero creo que al final estuvo bien así.

—Miguel, te dejo, ya casi llego —le digo, pero él insiste.

—¿Irás por tus cosas? Hoy es la despedida y hay que vaciar los lockers.

—Sí, nos vemos allá.

Termino la llamada y me preparo para bajar del autobús. Entro al despacho y los veo casi corriendo.

—Mía, por favor, los pendientes —me dice mi jefe directo.

Busco en la agenda y se la entrego.

—Qué cara, muchachita —me dice mientras sigue escribiendo—. ¿Todo bien?

—Quería comentarle que quisiera doblar turnos —respondo.

—Claro, en estas vacaciones hay más trabajo.

Le agradezco y regreso a mi puesto. Las horas pasan y escucho lo mismo en todas partes.

—El señor Walter regresa hoy de viaje y busca al mejor abogado —oigo a algunos compañeros.

—Si elige nuestro bufete, seremos los mejores de la ciudad.

—¿Por qué está buscando uno?

—Como es una agencia grande de infraestructura, arquitectura y bienes raíces, y saben que compran empresas para demolerlas, necesitan un abogado para cualquier eventualidad.

—Mía, tus citas —me llama el jefe.

Me levanto a entregarlas.

—¿Ya terminaste? —me pregunta.

Veo a alguien entrar con un ramo de rosas.

—¡Qué bonito, Mía! —me dicen quienes lo ven.

El muchacho que las trae se acerca y me entrega una tarjeta. La abro y leo:

“He tratado de localizarte. Hablé con mis padres y no se meterán entre nosotros. Nuestros planes siguen adelante. Sé que necesito hacer mucho para que me des otra oportunidad. Sólo espero que estés dispuesta a dármela. Te amo.”

Agarro las flores y firmo de recibido.

—Ya entendí por qué esa cara triste —me dice mi jefe—. Ahora está iluminada de felicidad.

Me despido y salgo, llevando las flores conmigo. Tomo otro autobús rumbo a la preparatoria. Al entrar, mis compañeros están felices.

Me cuentan que Mario se enojó con sus padres y les preguntó dónde vivía, pero ellos no quisieron decírselo.

—Gracias, chicos —les digo.

—Ojalá esta vez Mario haga las cosas bien, porque sus padres son muy especiales —comenta Miguel.

—Como esta escuela es de las mejores, es para gente con dinero. Quizás por eso pensaron que venías de una familia como la de ellos —dice una compañera, pero se arrepiente rápido.

—Quizás, pero yo nunca fingí tener algo que no tenía.

—Eso sí.

Camino a mi casillero y saco mis cosas, pero veo algo que no es mío: una caja blanca. La abro y encuentro un anillo. Me doy la vuelta y está Mario parado ahí.

—Dime que aceptas —me dice mientras me quita la caja y saca el anillo—. ¿Quieres casarte conmigo?

—Tenemos muchas cosas que hablar —respondo.

—Pero esto es lo que siempre hablamos. Cuando nos graduáramos, nos casaríamos.

—Fue antes de darme cuenta de que no conoces mucho de mí.

—Ahora viviremos juntos y ya no habrá secretos. Por favor, nos están viendo, acepta el anillo y vámonos a otro lado a hablar. No tires a la basura dos años de noviazgo solo porque mis padres no saben lo que tú y yo hemos pasado.

Toma mi mano y me pone el anillo. Estoy sorprendida, no sé qué responder, pero tampoco impido que lo haga.

Salimos juntos hacia una cafetería. Ordenamos y pongo el ramo en la mesa; cualquiera que lo vea se sorprendería. Él toma mi mano y me da un beso, como suele hacerlo.

—Rentaré cerca de la universidad. Mis padres no quieren que viva en las habitaciones ahí, quieren que me concentre en mis estudios para lograr mi sueño de manejar una empresa grande como la de mi tío.

—¿Tu tío? ¿El que dices que toda tu familia odia?

—Bueno, no toda la familia, solo mi padre, porque su hermano logró llegar más lejos que todos.

Suena su celular y él se levanta para contestar. Me llega un mensaje de mi jefe: hoy empiezo a doblar turno.

Miro el anillo y me lo quito justo cuando la mesera deja los postres en la mesa. Mario regresa.

—Lo siento, habrá una reunión en mi casa. Como verás, es mi familia y tengo que cuidarlos para que no piensen que estamos en crisis. Pero ellos no se meterán en nuestra relación.

—¿O sea qué?

—Mía, por favor, no quiero discutir.

—Mario, no nos vamos a casar ni a regresar. No me conoces y yo no te conozco. Anoche, cuando vi a tus padres, me di cuenta de que no quiero tener nada que ver con gente así. ¿Una boda? ¿Formar una familia? Nada me asegura que por cualquier problema no corras a tus padres.

—No pasará. Yo te amo, y solo imaginar perderte hace que nada valga la pena.

—Eso dices ahora.

—¿No lucharás por esto? ¿Por lo nuestro? —me pregunta, intentando agarrar mis manos.

Pero alejo las manos, dejo el anillo sobre la mesa y me levanto, sacando dinero de mi cartera para pagar.

—No hagas esto —me dice.

Me doy la vuelta y camino. Quise darle una oportunidad, pero algo en mí dice que no. Claro que lo amo, pero no quiero hacerme daño. Su familia nunca me aceptará y él tiene sus propios planes. Ya es hora de que yo haga los míos.

La hija que muchos quisieran.

Entro al trabajo, dejo mis cosas y me concentro en lo que requiere mi atención.

Sale la hora de la comida y voy al puesto donde siempre me gusta estar.

Mi celular no deja de sonar, así que le pongo silencio y deslizo la pantalla para ver los mensajes de Mario, sin abrirlos.

—Mía, ya me hiciste sufrir mucho. ¿Qué quieres? Dime lo que sea, menos que tenga que ver con mis padres.

Y así hay infinidad de mensajes que simplemente ignoro.

Regreso al trabajo y noto que todos están tristes; parece que el señor del que hablaban eligió otro despacho de abogados.

Termino mi turno y salgo muy tarde a esperar el camión.

—Vamos, te llevo —me dice Darío, mi jefe, un hombre mayor.

—Gracias, pero tu familia debe estar esperándote.

—Vamos, me queda de pasada.

Accedo, porque siempre ha sido amable conmigo y cada vez que hay convivios, él me lleva.

—¿Todo bien con el galán? —me pregunta mientras nos subimos al coche.

—Ya no estamos juntos.

—Aún eres joven, tienes toda una vida por delante. Déjame darte un consejo: primero eres tú, después tú y, por último, tú. Siempre que quiero explicarle algo a mi hija, te pongo de ejemplo a ti. Le digo que eres una muchachita que ha llegado lejos por ti misma —me dice tocándome la cabeza.

—He tenido mucha ayuda.

—Pero tú impulsas a que te ayuden, te das a notar. No dejes que una pequeña piedra en el camino impida que logres lo que quieres.

Llegamos y le doy las gracias.

—Mañana no hagas planes, es el cumpleaños de mi hija y mi esposa dijo que te invitará.

—No tengo planes, gracias jefe —le digo, y él se va hasta que ve que entro.

Mañana es mi día de descanso y quiero distraerme un poco. Me cambio, me pongo la bata y me siento en la cama con la laptop en las piernas. En el celular anoto todos los gastos que tendré; soy muy ahorradora y me falta poco para alcanzar mi meta.

Este mes será solo trabajar y descansar.

Me acuesto y veo el peluche que me dio Mario. No quiero pensar en eso, así que me pongo a buscar información sobre arquitectura moderna.

Encuentro una foto donde salen los mejores arquitectos, y ahí están los padres de Mario. Me acuerdo de lo que hablaron en la oficina y los busco en internet, pero no encuentro fotos ni información.

Me doy por vencida y, al ver que ya es muy tarde, me fuerzo a dormir, pues mañana debo hacer unas compras. La hija de mi jefe tiene mi edad y no sé qué darle, pues seguramente tiene de todo.

De repente, escucho el sonido de la puerta. Abro y, al ser un cuarto independiente, tiene unas escaleras en la entrada.

Entra mi mejor amiga Karla, que acaba de llegar de un viaje, y me abraza apenas me ve.

—Supe lo que pasó. Ese imbécil, poco hombre, idiota, imbécil… Ojalá se le caiga el pito —me dice, y eso último me da risa.

Se sienta en mi cama.

—Amo tu estilo, deberías ser decoradora de casas.

—Como dice Shrek, lo que alguien puede hacer con poco presupuesto —le respondo, y ella se ríe acostándose en mi cama.

—Te dije que fueras conmigo al viaje. A mis padres les caes muy bien, te quieren más que a mí —me dice—. Eres la hija que hubieran querido tener.

Pongo a hervir agua para el café.

—Todos dicen lo mismo, pero eso no le impidió a mis padres abandonarme en ese orfanato.

—No sé, no sabemos si lo hicieron porque quisieron o porque les pasó algo.

—¿Ya fuiste por tus papeles?

—Sí, ya pasamos por ahí y después me escapé para venir a verte. Me castigaron por chocar el quinto carro, y no solo por eso, sino por chocarlo contra el de mi madre.

—¿Ella está bien? —le pregunto, dándole una taza mientras tomo de la mía.

—Sí, su carro estaba estacionado.

Me río de lo que me cuenta.

—Te compré algo allá —me dice, dándome una bolsa.

Saco un vestido.

—Te lo compré para que el imbécil de Mario se le caiga la baba cuando te vea con él puesto, pero ahora me da más orgullo para que vea lo que se pierde. Hoy es noche de solteras.

—Ya tengo planes.

—¿Dónde?

—La hija de mi jefe cumple años y me invitaron.

—Vamos y luego celebramos.

—¿No estás castigada?

—Si pides permiso a mis padres, me dejarán. Me quedo contigo hoy, y mañana, cuando vayas al trabajo, me voy a mi casa. Vamos.

—Está bien —le digo.

Ella lanza mis almohadas y salta en mi cama como niña pequeña.

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