Oscar Cooper y su representante, David Jones, llegaban a la nueva ciudad. David acompañó a Oscar hacia su nuevo departamento. Al entrar, Oscar echó un vistazo a su nuevo hogar temporal. No era lo más lujoso del mundo, pero era aceptable. Tampoco era tan grande.
—Esto está bien para mí —dijo Oscar, con una mezcla de resignación y determinación—. ¿Cuánto tiempo estaré aquí?
—Tranquilo, recién llegamos. Estaremos aquí hasta que consiga un lugar decente donde puedas volver a pelear. Resiste. Recuerda que esto no hubiera pasado si no le hubieras dado una paliza a tu antiguo representante.
—Se lo merecía —respondió Oscar, mientras sus ojos se posaban en un cuadro colgado en la habitación.
—Entonces, esperamos a que pase el tiempo... Luego, cuando todo se calme, tengo pensado volver a luchar —dijo Oscar.
—Por supuesto. Si quieres, puedes buscar algún trabajo temporal. Hay un club muy popular por aquí donde podrías trabajar de bartender. Si te quedas aquí sin hacer nada, te aburrirás. Aunque tenemos suficiente dinero para aguantar un buen tiempo, gracias a tus peleas —respondió David con una sonrisa.
—No lo sé —contestó Oscar—. Aunque tal vez lo considere. Sería mejor que estar aquí sin hacer nada.
—Sí, solo te pido que no llames la atención en esta ciudad. Recuerda que estás colgando de un hilo —le advirtió David.
Su representante se marchó del departamento de Oscar, pero antes le dejó la dirección del lugar, por si a Oscar le interesaba ir.
Oscar quedó solo. Se echó en la cama, tratando de pensar con más claridad. La noche ya casi caía.
Decidido, se levantó. Iba a ir al club; tal vez allí se divirtiera un poco, en lugar de quedarse sin hacer nada.
Salió de su departamento y cerró todo con llave. Caminó un rato por las calles, disfrutando de la fresca brisa nocturna. Preguntó a varias personas sobre la dirección que le había dado su representante, ya que no conocía bien la ciudad.
Finalmente, logró llegar. Al ver el club desde afuera, se dio cuenta de que era bastante grande. La emoción comenzó a invadirlo antes de entrar.
Oscar entró al club y quedó fascinado. Era bastante grande y bonito, con mesas de billar y otros juegos de mesa para apostar. La música vibraba y había mucha gente disfrutando del ambiente.
Sin embargo, Oscar solo tenía un objetivo en mente. Miró hacia la parte del bar y comenzó a caminar hacia allí.
Al llegar, se acercó al bartender para hablarle.
—Oye, disculpa, ¿sabes si queda lugar aquí para trabajar? —le preguntó.
—De eso yo no me encargo —respondió el bartender mientras agitaba una bebida—. Tienes que hablar con los encargados; ellos te dirán si hay vacantes.
El bartender le indicó con un gesto, señalando una mesa donde estaban reunidos unos hombres riendo y tomando alcohol.
—Gracias —dijo Oscar al bartender.
Oscar caminó hacia esos hombres y se detuvo frente a su mesa.
—Disculpen, caballeros, ¿saben si quedan vacantes para trabajar aquí?
—No, no lo sabemos. Espera, le avisamos a nuestro jefe —respondió uno de ellos.
Uno de los hombres alzó el teléfono y llamó a alguien.
—Disculpe, jefe, ¿queda algún trabajo? Aquí hay un muchacho que quiere saberlo —dijo en voz baja.
Rápidamente, el hombre colgó el teléfono después de escuchar a su jefe.
—Sí, quedan vacantes, muchacho. Necesitamos otro bartender. Si te interesa...
Oscar sonrió; era justo lo que necesitaba.
—Sí, claro que lo quiero —respondió con entusiasmo.
—Está bien, empezarás mañana. Ahora puedes hacer otra cosa —dijo el hombre.
Oscar asintió, emocionado. Se alejó de la mesa y se sumergió de nuevo en el ambiente del club. Se recostó sobre una columna, observando el panorama que lo rodeaba.
De pronto, Oscar fijó su mirada en una camarera que estaba repartiendo bebidas. No podía dejar de mirarla; quedó encantado solo con verla.
El cabello de la chica, con ondas al final, le provocó escalofríos por todo el cuerpo.
—Creo que me enamoré —murmuró en voz baja—. ¡No! ¿Qué me está pasando? Yo no suelo enamorarme fácilmente, y menos solo por mirar. Pero... ella tiene algo diferente.
Oscar se sentía confundido consigo mismo. No quería perder esa oportunidad y estaba decidido a ir a hablarle. Se ajustó la chaqueta y comenzó a caminar hacia ella, lentamente pero con determinación.
La chica se apoyó en una mesa, aparentemente tomándose un momento para descansar antes de retomar su trabajo.
De repente, Oscar apareció frente a ella.
—Hola —dijo Oscar—. Mucho gusto, yo soy Oscar Cooper y tengo 28 años.
La chica lo miró, sorprendida de que alguien le hablara de la nada.
—¡Hola! —respondió ella con una sonrisa—. Mucho gusto. ¿Quieres una bebida?
Su actitud era agradable y su sonrisa iluminó el ambiente, lo que dejó a Oscar aún más enamorado.
—No —dijo nerviosamente—. No vine por una bebida... Estoy aquí porque, ya sabes, solo quería charlar. ¿Cómo te llamas?
La chica miraba hacia todos lados, como si se sintiera un poco incómoda.
—Soy Miranda Philips, tengo 26 años. Entonces, ¿no viniste por una bebida?
Miranda no dejaba de voltear a todos lados, como si no quisiera que la vieran con él.
—Oye, tranquila. Te veo un poco incómoda. Lo que menos quiero es que te sientas así. Si te incomodo, dímelo y lo arreglamos —dijo Oscar.
—No, no eres tú... Creo que es mejor que no sigamos hablando. Debería estar trabajando. Con permiso —dijo Miranda, a punto de irse.
Pero Oscar la tomó del brazo con delicadeza.
—Oye, ¿a dónde vas? No me dejes aquí como si no estuviera hablándote. Dime qué sucede.
En ese momento, un hombre puso su mano en la chaqueta de Oscar. Él sintió el agarre y volteó su rostro, mirando al tipo.
—Oye, ¿qué rayos crees que estás haciendo? —le dijo el hombre a Oscar—. Sigue trabajando, Miranda. Sabes muy bien lo que no te conviene.
Miranda se fue del lugar, dejando a los dos hombres solos.
—¿Qué sucede? Solo estaba hablando con la chica.
—Escúchame bien, soquete. Nadie puede hablar con Miranda sin la autorización del jefe.
—¿Jefe? ¿Qué quieres decir? ¿Que Miranda es parte de alguien? No me digas esas estupideces. Ella no es propiedad de nadie.
—¿Acaso no escuchaste lo que te dije? ¿O estás sordo? —le recalcó el hombre—. Largo de aquí si no quieres salir lastimado.
El tipo empujó a Oscar hacia la salida, arrojándolo del club como si fuera una molestia. En ese instante, Oscar se contuvo; decidió no hacer nada que pudiera llamar la atención y complicar aún más las cosas.
Una vez afuera, se quedó parado en la acera, sintiendo una mezcla de confusión y enojo en su interior. ¿Por qué no le permitían hablar con Miranda? Su mente se llenó de preguntas inquietantes: ¿Estaba ella realmente bien? ¿Qué estaba sucediendo dentro del club que lo mantenía alejado?
El frío de la noche le mordía la piel, pero lo que más le dolía era la incertidumbre. Cada segundo que pasaba sin saber de ella alimentaba su preocupación. Miró hacia la entrada del club, deseando que las cosas fueran diferentes.
Luego de todo lo ocurrido, Oscar se dirigió a su departamento, caminando solo por las calles. Cada paso resonaba en su mente como un eco de la confusión y el enojo que todavía lo acompañaban. Al llegar, dejó escapar un suspiro profundo al cerrar la puerta detrás de él.
Era ya medio tarde. Con un leve temblor en las manos, tomó su teléfono y decidió llamar a su representante. Era hora de compartir al menos una buena noticia.
—Hola, Oscar, ¿qué ocurre? —preguntó David con su tono habitual.
—Hola, David. Te llamo para decirte que obtuve el trabajo en el club. Empiezo mañana por la noche.
—¿En serio? ¡Esto es una gran noticia, Oscar! —respondió David, claramente emocionado—. Sigue así, recuerda que esto es solo hasta que tu caso pase desapercibido. Luego volverás a las peleas, ¡como te lo mereces!
—Por supuesto que sí. Bueno, David, te dejo. Me voy a dormir. Hoy fue un día abrumador y cansador.
Colgó el teléfono y se dejó caer sobre la cama, sintiendo el peso del día deslizarse lentamente de sus hombros. Sin embargo, sus pensamientos regresaron a Miranda; muchas preguntas giraban en su mente como un torbellino. Quería profundizar en todo lo que había sucedido y entender qué había detrás de esa conexión que no podía ignorar.
Al menos tenía la tranquilidad de saber que mañana la volvería a ver en el club. Pero ¿sería suficiente para aclarar sus dudas?
Oscar decidió dejar de sobrepensar las cosas y se dejó llevar por el cansancio, cerrando los ojos hasta que el sueño lo envolvió. Cuando finalmente despertó, ya era un poco tarde. Se levantó, se estiró y comenzó a prepararse para su nuevo día.
Con la energía renovada, decidió salir a correr por la ciudad. Mientras corría, sentía que cada paso lo conectaba más con la vitalidad de la vida urbana que lo rodeaba. No podía permitirse perder condición en este nuevo entorno; cada kilómetro era un recordatorio de su propósito.
Al llegar a un parque, se detuvo y comenzó a hacer algunos ejercicios. El aire fresco le llenaba los pulmones y le daba una sensación de claridad mental.
—Me siento mejor —se dijo a sí mismo, guardando su botella de agua en la mochila—. Necesitaba este entrenamiento. No puedo perder condición. Debo prepararme para volver a luchar dentro de poco.
Mientras se secaba el sudor de la frente, reflexionó sobre lo que significaba realmente "prepararse". No solo se trataba de estar físicamente listo para las peleas; también era un momento para fortalecer su mente y encontrar claridad en medio del caos emocional que había experimentado últimamente.
Después de un duro entrenamiento, Oscar regresó a su departamento, sintiendo el cansancio en cada músculo. Se metió en la ducha fría, el agua helada chocando contra su piel lo ayudó a relajar esos músculos adoloridos y a despejar la mente.
Al salir, preparó un almuerzo sencillo: un sándwich cargado de proteínas que le daba energía para el resto del día.
—Perfecto... Me siento muy bien —dijo, golpeando el aire con un puño cerrado—. Sigo intacto. Sigo igual de rápido, esto es genial.
Pero luego, una sombra cruzó su rostro. La emoción se desvaneció al recordar que su sueño de volver a la UFC parecía cada vez más distante.
—Aunque ya no creo que pueda... Estoy tachado como fugitivo —susurró para sí mismo, sintiendo cómo esa etiqueta lo pesaba.
Mientras se sentaba en la mesa, Oscar se dio cuenta de que tenía un compromiso esa noche: trabajar en el club. Decidió que aprovecharía la tarde para relajarse y despejarse un poco antes de enfrentarse a la noche.
Oscar se distraía con diferentes actividades, una de ellas era leer la Biblia. Había pasado por muchas complicaciones en el pasado, y su fe en Dios se había convertido en un pilar fundamental de su vida.
Mientras hojeaba las páginas, el tiempo voló sin que se diera cuenta. Con un pequeño papelito, marcó la página donde había estado y cerró la Biblia, dejándola al lado de su cama. Hizo la señal de la cruz sobre su pecho, sintiendo una oleada de paz al hacerlo.
—Es un nuevo comienzo —se dijo a sí mismo, levantándose de la cama y sintiendo el peso del día menos pesado.
Sabía que debía prepararse para el club. El hecho de no tener móvil lo obligó a salir un poco más temprano, pero no le importó; caminar le hacía bien, le daba tiempo para pensar y reflexionar.
Mientras caminaba por las calles, el aire fresco llenaba sus pulmones y le recordaba que cada paso era una oportunidad, no solo para llegar a su destino, sino también para encontrar claridad en medio de sus dudas.
Al llegar al club, Oscar se encontró con un ambiente vibrante y lleno de vida. Era evidente que ese lugar siempre estaba a tope, una mezcla de risas, música y ruido de copas. Se acercó al mismo hombre de la vez pasada, quien lo recibió con una sonrisa cómplice.
—¡Pontelo y ve a trabajar! —le dijo, mientras le pasaba un delantal extraño.
Oscar sintió un ligero rubor en sus mejillas. La idea de llevar ese delantal le daba un poco de vergüenza, pero al mismo tiempo, había algo emocionante en el desafío. Después de todo, era una oportunidad para salir de su zona de confort.
Con un suspiro decidido, aceptó el delantal y se dirigió al bar. El aroma a cócteles y risas llenaba el aire, también sentía una chispa de adrenalina. Estaba listo para preparar y repartir bebidas.
A su lado, otro bartender lo miró con curiosidad.
—¿Tienes experiencia en esto? —le preguntó su compañero, con una sonrisa amistosa.
Oscar dudó un momento. Era verdad que no tenía mucha experiencia, pero había aprendido a adaptarse rápido. La idea de compartir este momento con alguien más le dio confianza.
—Muchacho, me das una bebida de esas, por favor, una copa —le pidió un hombre a Oscar, con una sonrisa.
—¡Sí! —respondió Oscar, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.
Con determinación, agarró la botella y comenzó a servir el líquido, inclinándola con gracia y sirviendo como si tuviera años de experiencia. Mientras lo hacía, mezcló otra bebida y la agitó con confianza. Era como si cada movimiento estuviera coreografiado en su mente.
—¡Listo! Aquí la tienes. Disfrútalo —dijo Oscar, entregando la copa con una sonrisa.
El hombre tomó un sorbo y asintió satisfecho.
—Oye, no lo haces nada mal. No tienes cara de ser bartender —comentó su compañero, sorprendido.
Oscar soltó una risa nerviosa.
—No, de hecho no lo soy. Pero hay que adaptarse a las cosas. Nunca sabes qué te depara la vida.
En ese momento, Oscar se dio cuenta de que había algo liberador en salir de su zona de confort. Quizás no era un bartender profesional, pero estaba aprendiendo a disfrutar del proceso.
Después de repartir varias bebidas, Oscar finalmente pudo suspirar, sintiendo un ligero alivio. Aprovechó para mirar a su alrededor, buscando a Miranda en medio del bullicio. Su corazón latía con más fuerza cada vez que la pensaba.
Finalmente, la vio: ella estaba repartiendo bebidas, como toda una camarera profesional. Esa imagen lo tranquilizó; al menos podía verla. Pero no era suficiente solo con mirarla; quería hablarle, conocerla un poco más. La mente de Oscar estaba llena de preguntas sobre cómo sería esa conversación.
De repente, Miranda comenzó a acercarse, su figura destacándose entre la multitud. Oscar deseaba que se acercara aún más, que notara su presencia, pero parecía completamente absorbida en su trabajo, ajena a él.
Oscar miró a su alrededor, asegurándose de que nadie lo estuviera observando. Buscaba el momento perfecto para actuar. Luego, se volvió hacia su compañero de al lado y le hizo un sonido con la boca: ¡pish!
Su compañero bartender levantó la vista y, al notar la expresión en el rostro de Oscar, le hizo una señal con la cabeza, como preguntándole qué necesitaba.
—¿Me cubres un rato el puesto? —susurró Oscar, intentando mantener la voz baja para no llamar la atención—. Tengo que atender un asunto importante.
El compañero asintió sin dudarlo, entendiendo que a veces había cosas más allá del trabajo.
—¡Gracias! Te lo agradezco —respondió Oscar, una mezcla de alivio y emoción llenando su pecho mientras dejaba su puesto atrás.
Con cada paso que daba, sentía cómo se incrementaba su determinación. El mundo a su alrededor se desvanecía; todo lo que importaba era lo que estaba por venir.
Mientras tanto, el mismo hombre que había corrido a Oscar del lugar el día anterior notó su presencia. Sus ojos se entrecerraron al verlo dejar su puesto. —¿Es él el nuevo bartender que contrató el jefe? —se preguntó, una sombra de desconfianza cruzando su rostro—. No parece un tipo de confianza.
Con una mueca, el hombre se dio la vuelta y se dirigió hacia la habitación privada del club, donde Thomas Brown, el dueño, descansaba en un cómodo sofá. La habitación era un reflejo de su éxito: una televisión de última generación brillaba en la pared, y los lujos estaban por todas partes, desde las obras de arte hasta los muebles de diseño.
—Jefe —comenzó el hombre, con un tono que insinuaba preocupación—. Acabo de ver a ese nuevo bartender... no me da buena espina.
Thomas levantó la vista de la pantalla, su expresión fría y calculadora. —¿Por qué? ¿Qué has notado?
El hombre dudó un momento, buscando las palabras adecuadas. —Pues... Temo decirle que a ese sujeto lo corrí ayer de aquí.
—¿Eso debería importarle, Jhon? —Thomas Brown se levantó del sofá con un suspiro, su mirada fría como el acero—. Si tiene problemas de comportamiento, le enseñaremos a respetar. Eso es todo.
Jhon sintió cómo la presión aumentaba en el aire. —No, jefe, es algo peor. Lo corrí ayer porque lo vi hablando con la camarera.
Thomas lo miró fijamente, su expresión transformándose en una mezcla de curiosidad y preocupación. La atmósfera se volvió tensa mientras esperaba que Jhon revelara el nombre de la camarera.
—Miranda... —dijo Jhon al fin, notando cómo el nombre resonaba en la habitación.
Un silencio pesado siguió sus palabras. Thomas frunció el ceño, su mente trabajando a mil por hora. —¿Qué estaba haciendo con ella?
Jhon se encogió de hombros, pero su rostro mostraba la incomodidad que sentía por lo que había presenciado. —No lo sé... Creo que estaban charlando, apenas lo noté actúe.
—Nadie puede hablar con Miranda sin mi permiso. Si ese muchacho tiene otras intenciones o si vuelve a acercarse a ella, házmelo saber. —La voz de Brown era como un cuchillo afilado, amenazante—. ¡Ocúpate!
Jhon asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Salió de la habitación, pero no sin antes lanzar una mirada furtiva hacia Brown, que lo seguía con los ojos, como un depredador acechando a su presa.
Mientras se alejaba, Jhon sintió una mezcla de ansiedad y determinación. Tenía que vigilar a Oscar, pero también se preguntaba si realmente podía cumplir con las expectativas de Brown. ¿Qué pasaría si no podía evitar que Oscar se acercara a Miranda?
Mientras tanto, Oscar, que había dejado su lugar un rato, se acercó a Miranda lentamente. Ella se volteó y se sorprendió al verlo de nuevo; había creído que, después de ser echado, ya no lo volvería a ver.
—Hola, Miranda, soy yo de nuevo —dijo Oscar con una sonrisa que intentaba desarmar el momento.
—Vaya... Pensé que no te vería más por aquí luego de lo que pasó —respondió ella, su voz temblando ligeramente entre la sorpresa y la curiosidad.
—Eso mismo pensé yo. Pero recordé que tengo un trabajo aquí. Sabes, soy bartender. Ayer me dieron un nuevo lugar.
—¿En serio? Eso suena fantástico... —dijo Miranda, sintiendo una chispa de emoción en su pecho. Pero rápidamente la realidad golpeó su mente—. Pero... no deberíamos estar hablando. Deberíamos volver al trabajo. Esto te lo digo para que no acabes como ayer.
La seriedad en su tono era innegable, pero en su interior, Miranda luchaba contra un torrente de deseos contradictorios. Quería hablar con Oscar; había algo intrigante en él que no podia ignorar. Sin embargo, las advertencias de Thomas Brown retumbaban en su mente como un eco amenazador.
Oscar notó el cambio en su expresión y su voz se suavizó:
—Oye, escúchame, solo quiero conocerte. ¿Tu jefe te está molestando? —preguntó Oscar, su tono serio pero cargado de empatía.
Miranda notó la mirada penetrante de Jhon Bell desde lejos. Su corazón se aceleró y, sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta y comenzó a marcharse.
—Espera, Miranda —la detuvo Oscar, extendiendo la mano hacia ella—. Te diste cuenta, ¿verdad? Yo también noté que ese hombre nos está observando. Seguro vendrá a reclamarme.
Miranda sintió el sudor frío en su frente.
—Ya comprendí que no estás bien definitivamente. Hay algo aquí que no te hace feliz —dijo Oscar con una urgencia palpable—. Dame una dirección donde pueda verte. Aquí será imposible hablar tranquilos.
Ella lo miró a los ojos; había una chispa de esperanza mezclada con miedo. ¿Podría confiar en él?
—No sé si... —empezó a decir, pero las palabras se le atragantaron. La idea de hablar con alguien que parecía genuinamente preocupado por su bienestar era tentadora.
Oscar se acercó un poco más, casi como si pudiera leer sus pensamientos:
—Solo quiero asegurarme de que estés bien. No tienes que tener miedo conmigo.
Miranda finalmente susurró una dirección a Oscar antes de marcharse rápidamente. Él sintió un alivio inmediato, observándola alejarse con una mezcla de admiración y preocupación.
Justo en ese momento, Jhon Bell apareció de la nada, colocando su mano en el hombro de Oscar y girándolo agresivamente.
—¿Qué demonios sucede contigo? ¿Acaso no entiendes con palabras? Te dije claramente que la chica pertenece al jefe —rugió Jhon, su voz llena de amenaza.
Oscar respiró hondo, tratando de mantener la calma mientras sentía la presión en su hombro.
—Oye, relájate. Estoy trabajando para tu jefe. No estoy haciendo nada malo, solo estaba hablando con ella —respondió Oscar, su tono firme—. Por cierto, no veo a tu jefe por ningún lado. ¿Acaso él es dueño de ella? Nadie va a impedirme que hable con Miranda.
Jhon lo miró con desdén, sus ojos chispeantes de ira.
—¿Acaso quieres que te saque de este lugar como ayer? ¿O prefieres obedecer? —dijo Jhon, su voz resonando con una amenaza palpable.
Oscar solo sonrió desafiantemente, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a burbujear en su interior. Sabía que podía dejarlo nocaut en cualquier momento, pero ese no era su estilo. Su representante le había advertido que no llamara la atención.
Justo en ese momento, apareció Thomas Brown, con su traje negro elegante y una corbata blanca con bandas rojas que contrastaba con su aura autoritaria. Jhon se percató de su presencia y lo miró mientras se acercaba.
—Yo soy Thomas Brown, y este es mi club —dijo Thomas con seriedad—. Así que tú eres el bartender que contratamos. Normalmente no suelo prestarle atención a los bartenders.
Oscar mantuvo la mirada fija en Thomas, noto que ya era un tipo con una edad considerable, algunas canas resaltando de su cabeza.
—Mi hombre aquí presente me ha dicho que quieres hablar con Miranda —prosiguió Thomas, sus ojos fijos en Oscar—. Las palabras que quieras decirle, te las puedes tragar o guardar para otra chica. Nadie puede acercarse a ella sin mi permiso.
Oscar sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no iba a dejarse intimidar.
—No quiero problemas... Solo quiero hablar con ella. Me parece una chica buena... No parece estar contenta con su situación actual —exclamó Oscar, su voz firme.
—¿Pero qué estás diciendo, muchacho? —dijo Thomas en tono burlón, dejando escapar una risa despectiva—. Tú no conoces en lo más mínimo a Miranda. Estás despedido. No quiero volver a verte pisar mi club. Ni mucho menos... —Se puso frente a frente con Oscar, sus ojos desafiantes como si estuviera buscando debilitarlo— ver que te acerques a Miranda.
La tensión era palpable; el aire parecía electrificado mientras Oscar y Thomas mantenían sus miradas fijas, como si el tiempo se hubiera detenido.
—Lárgate de aquí —le dijo Thomas con desdén.
Oscar caminó lentamente hacia la salida del club, cada paso resonando como un eco en su mente. Sin embargo, mantuvo la cabeza en alto. Una parte de él estaba feliz; ya tenía la dirección de Miranda y, aunque lo habían echado, eso no le importaba tanto.
Mientras salía, una mezcla de emociones lo invadió: frustración por la confrontación, pero también una chispa de esperanza. La idea de poder hablar con Miranda le daba fuerzas.
Miranda observó con pena cómo echaban a Oscar. Un nudo se formó en su estómago; algo en él le parecía diferente.
—Quiero que estés atento, vigílalo, ¿entendido? —le dijo Brown a Jhon, su tono autoritario resonando en el aire.
—De acuerdo —respondió Jhon, sin cuestionar.
Una vez que Oscar se fue del club, Thomas Brown se acercó a Miranda con una confianza inquietante. Ella no podía evitar sentirse incómoda mientras él se acercaba.
Finalmente, se detuvo frente a ella, sus ojos buscando algo que ella no estaba dispuesta a dar. Intentó besarla, pero Miranda apartó el rostro, una oleada de desagrado recorriendo su cuerpo. Thomas, sin embargo, no se detuvo; terminó besándole el cuello con una fuerza que la hizo sentir vulnerable.
—Por favor, basta. No me siento cómoda —le dijo Miranda, su voz temblando ligeramente.
—¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Acaso actúas así porque eché a ese tipo de aquí? —dijo Thomas, su molestia palpable—. Espero que no vuelva a aparecer por aquí; si lo hace, lo meto en un ataúd.
Exclamó el hombre antes de marcharse hacia su habitación, dejando a Miranda sola con sus pensamientos. Un suspiro escapó de sus labios mientras la música y el bullicio del lugar parecían desvanecerse ante ella. Era como si estuviera atrapada en una burbuja donde todo se volvía borroso y distante.
"No puedo seguir así", pensó. La impotencia la invadía; sabía que no podía hacer nada al respecto. Pero resignarse no era una opción. Así que decidió seguir trabajando, aunque cada movimiento le recordaba lo que aún le quedaba por enfrentar.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play