El salón estaba repleto de la élite más alta y exclusiva que pudiera existir, la escoria humana que se viste con ropa de diseñador y joyas preciosas.
Ahí estaba yo, limpiando las mesas de ese gran evento; mientras observaba a lo lejos como mí amado charlaba con sus colegas y, a su lado, su esposa.
—Atención todos, tengo un gran anuncio que hacer. –Comenzó la mujer, ella era hermosa, no existían imperfecciones en su piel; su sonrisa era radiante. Pero, detrás de aquélla sonrisa, se ocultaba una maldad que nadie en ésta habitación conocía, excepto yo–.
Sus ojos se posaron en los míos, y juro que vi el destello de malicia cruzar por ellos, como si estuviera lista para destruirme en cuestión de segundos.
Se aferró al brazo de su esposo, Artemis Winchester, éste no la apartó y continuó observando a la multitud, dejando que su esposa completara su discurso.
—Tengo muy claro que recientemente han habido rumores, los cuales implican que mí esposo tiene una amante. –Como si todos en el lugar amaran el chisme, dejaron lo que estaban haciendo y centraron su atención en la dama de blanco–. La respuesta es sí, mí esposo tiene una amante.
Mí corazón iba a explotar, ella iba a exponerme ante todos, iba a humillarme porque me acosté con su esposo.
Mis ojos buscaron rápidamente los de Artemis, pero éste se mantuvo estoico con el brazo alrededor de su esposa. Busqué a mis compañeros, pero todos apartaron la mirada, ¿Acaso ellos lo sabían? No, no es posible, esa mujer nunca se acercaría a ningún otro sirviente que no fuera yo.
—Pero no deben culpar a mí esposo, no fue su culpa. –Lo defendió–. Porque la única culpable aquí, es la mujer que se metió en MÍ cama. Quién, curiosamente, es la misma mujer que salvé de un asqueroso orfanato. –Mi cuerpo se tensó y los murmullos comenzaron–.
—Así es, Rowellin, ven aquí. –Ordenó y, aunque no quería obedecer, sabía que no tenía escapatoria. Accedí y comencé a caminar a paso lento hacia ellos, todos me observaban con desdén, incluso asco–.
Me detuve frente a ellos, con la cabeza mirando al suelo. Mis manos sudaban y si seguían presionándome más, vomitaría delante de todos.
—Tengo un vídeo que mostrarles a todos. –Habló la mujer, y en la gran pantalla del salón, en donde se compartían fotos de ella y su esposo, comenzó a reproducirse un vídeo sexual en el que aparecíamos Artemis y yo, en su habitación matrimonial–.
Recuerdo ese día, fue hace una semana atrás, su esposa se había ido de viaje y nosotros aprovechamos el tiempo para darnos afecto.
El vídeo era largo, mí cara estaba roja de vergüenza, el salón se llenó de los ruidos sexuales que salían del vídeo; mientras los invitados tenían reacciones diferentes, algunos miraban con asco, otros con interés, y unos pocos se reían de la situación.
Quería que me tragara la tierra, prefería mil veces que aquélla mujer me despidiera o incluso, que me matara, pero no podía soportar la humillación que me estaba haciendo vivir. ¿Lo peor de todo? Es que el otro involucrado, Artemis, no hizo nada para detener a su mujer. La dejó humillarme, como si todo hubiera sido únicamente mí culpa.
El vídeo fue cortado y creí que había acabado, pero no. Otro vídeo comenzó a reproducirse, fue luego de haber tenido nuestro encuentro sexual; Artemis se estaba vistiendo y yo estaba acostada en la cama cubierta con las mantas.
Me veía nerviosa, pero en mis ojos se notaba cierta felicidad que pronto desaparecía.
—Artemis, estoy embarazada. –Aquéllas antiguas palabras, resonaron en todo el lugar, causando que los presentes jadearan en absoluto shock. Observé por el rabillo del ojo a la mujer de blanco, y ella sonreía como una maldita cínica–.
Lo entendí, ella estaba humillandome y se encargaba de hacerme comprender una y otra vez cuál era mí lugar en la vida de su esposo.
Mis ojos regresaron al vídeo, mientras éste continuaba.
—Abortalo.
Esa había sido la respuesta que él me había dado, y todavía duele igual que la primera vez que lo dijo. El salón quedó en silencio, antes de estallar a carcajadas. Podía sentir mis ojos arder, quería correr, pero no me lo permitirían.
—P-Pero... E-Es tuyo, p-pense...
—¿Qué? ¿Qué pensaste, Rowellin? –Su voz, tan cargada de frialdad y crueldad, él ni siquiera había dudado al dar aquélla órden, porque sí, no fue una petición, fue una órden; él quería que abortara a nuestro bebé–.
En el vídeo, se ve claramente el momento en el que mis lágrimas comienzan a caer y creo que eso es algo divertido, ya que todos se ríen aún más.
—Dime... ¿Pensaste que porque me acostaba contigo me iba a divorciar? –Las risas aumentaron, mientras el vídeo continuaba–.
—N-No pero...
—¿Pensaste que te convertiría en una amante o concubina y que estarías al mismo nivel que mí esposa?
—N-No es así...
—O, quizás, creíste que al estar embarazada íbamos a ser una familia feliz, dime, ¿Eso fue lo que pensaste?
—N-No...
En cada una de mis negaciones, había mentiras. Sí, yo había pensado todo eso, pero al ver aquélla mirada gélida, esa voz cargada de burla y desdén... Supe que nunca obtendría lo que quería, tarde entendí que Artemis Winchester sólo me estaba utilizando como objeto sexual.
Volví a mirar el video, como si no se repruduciera una y otra vez en mí mente. ¿Cómo no me dí cuenta antes? ¿Cómo pude haber sido tan estúpida?
Mis compañeros trataron de advertirme, ellos decían «No te metas con el jefe, no es bueno». Pero, me dejé engañar por su rostro perfecto y su cuerpo apetecible.
—Nunca supiste mentir, Rowellin. –Ví como su mano tomó mí barbilla y, tal como recuerdo, no se ve para nada gentil. Aquéllos ojos azules, cargados de un vacío inexplicable, se posaron sobre los míos y continuó–.
—No voy a dejar a mí esposa por ti, Rowellin. –Volver a escuchar las palabras que me destrozaron, causan un dolor tremendo en mí corazón; pero debo ser valiente, no puedo darles el gusto de verme llorar–. Si pensaste que al acostarte conmigo ibas a escalar en la sociedad, si pensaste que me divorciaría y viviríamos juntos como una familia, desde ya te digo, estás equivocada.
Cada una de sus palabras resuenan en mí cabeza, desde el primer día en que lo dijo, hasta ahora. Escucho risas, susurros y burlas, pero mis ojos están fijos en aquélla pantalla, la misma pantalla que revive una y otra vez uno de los peores días de mí vida.
—Abortalo. –Volvió a repetir–. Quiero que abortes a esa cosa, o yo mismo me encargaré de quitarlo de tu vientre. –Su amenaza no eran palabras vacías y yo lo sabía, Artemis Winchester era un enfermo mental, que torturaba personas inocentes por diversión–.
El vídeo finalmente acabó y, muy lentamente volteé a ver a aquél hombre que amé y a su esposa. Ella sonreía, como si la situación le divirtiera. Él, permaneció estoico y, ni una sola vez hizo contacto visual conmigo.
El silencio volvió a inundar el gran salón y, la mujer habló.
—Así como lo vieron, amigos. Mí sirvienta, la señorita Rowellin, mordió la mano de quién le daba de comer, se acostó con mí marido y quedó embarazada; pensando que así, tal vez sería alguien. Pero eso no pasó, porque todo fue un delirio por parte suya.
Las risas volvieron a resurgir, no entendía que era lo divertido. ¿Acaso yo era la única culpable? ¿Por qué no lo atacan a él?
—El anuncio que quería darles a todos ustedes y, en especial a ti, Rowellin... –Se aferró al brazo de Artemis y sonrió–. Es que estoy embarazada, mí esposo y yo tendremos un bebé.
Mí cerebro hizo corto circuito, podía escuchar las felicitaciones por parte de los invitados hacia ella. Pero, no pude voltear, estaba en shock.
Y, como si fuera poco, ella me sonrió.
—Estás feliz, ¿Verdad, Rowellin? Tus patrones van a tener un heredero, uno de verdad, no como el bastardo en tu vientre. –Agarró una copa de champaña y arrojó el contenido al piso–. Limpialo, ahora.
Las risas resonaban en mis oídos, una vez más, ahí estaba; el recordatorio incesante de que no soy nada, ni nadie, sólo una sirvienta que se permitió soñar de más. Con toda la vergüenza del mundo, tomé un trapo, me agaché y comencé a limpiar como me habían ordenado. Ahí estaba yo, limpiando el lugar, mientras aquéllos bastardos estirados se reían de mí por haber sido tan estúpida.
—Buen trabajo, Rowellin. Cariño, ¿No crees que ella hizo un buen trabajo? –Preguntó a Artemis, con una voz dulce y una sonrisa venenosa–.
Artemis, por primera vez, me miró. Y, una vez, en sus ojos no había nada. Él no respondió, sólo apartó la mirada y continuó hablando con sus colegas, como si nada hubiera pasado.
Su esposa sonrió con sorna al verme de rodillas.
—Ya puedes irte, Rowellin.
Asentí y salí del lugar, ignorando las burlas y los comentarios despectivos. Nunca me habían humillado de ese modo, ¡Malditos Winchester!
Te abandonaré, Artemis Winchester; y nunca volverás a saber de mí, ni del hijo al que me ordenaste matar. Tú y tu esposa pueden vivir felices en su matrimonio tétrico, porque me largo, aunque tenga que morir en el intento.
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¡¡¡ATENCIÓN!!!
Ésta historia es moralmente cuestionable, sensible e incorrecto para cierto público. Si no te gusta éste tipo de historias, te recomiendo que te retires. Si te gusta, entonces bienvenido🫶
...~1~...
^^^~16 años atrás~^^^
Sor Carmela y la novicia Ethel, habían ido a buscar algo de comida para los niños del orfanato. Siempre hemos tenido necesidades, porque hay muchos padres inconscientes que tienen hijos y luego abandonan a los niños a su suerte.
Incluso, existen niños que tienen padres pero, aún así, vienen a buscar comida a nuestro orfanato. Antes era un convento, pero el padre Maximiliano Pérez, decidió convertirlo en un orfanato luego de ver la cantidad de niños sin hogar que existían en ésta ciudad.
Logramos conseguir leche, pan y arroz. No es mucho, sólo tres cajas de cada uno; deberemos controlar las raciones pero, gracias a Dios, al menos los niños tendrán algo de comer hoy.
Mientras caminábamos, escuchamos el llanto incesante de un bebé. Nos detuvimos de golpe, buscando el lugar del sonido.
—Novicia Ethel, ¿Escuchas eso? –Preguntó Carmela, mientras comenzaba a mirar a su alrededor, buscando a un bebé con su madre pero, lo que encontró fue aún peor, en el contenedor de basura, había una bebé recién nacida, quien lloraba por ser rescatada–.
—Díos bendito... –Ella dejó caer la caja que cargaba, se quitó el abrigo y cubrió a bebé con el, mientras la acunaba en sus brazos, calmándola–. Vamos a llevarla con nosotras. –Dijo, mientras comenzaban a caminar de regreso al orfanato–.
Llevaron a la bebé al orfanato, limpiaron a la niña y le pusieron ropa abrigada, la cual le quedaba muy grande. Aún así, no importaba, ella estaba segura ahora.
—Rowellin... Así te llamarás, pequeña flor roja. –Sor Carmela había decidido llamarla por ese apodo, ya que la pequeña Rowellin, tenía el cabello rojo cómo la sangre, era adorable, dulce e inocente... Igual que una pequeña flor roja–.
Así fue como Rowellin llegó al orfanato, en el que vivió 16 años de su vida.
~Tiempo actual~
—Lamentamos informarles que ya no podemos seguir manteniéndolos aquí, el orfanato ha sido vendido a un hombre muy poderoso y no hay nada que podamos hacer al respecto. Los niños pequeños serán enviados a otros lugares de acogida, y los demás... –El pesar inundó su voz–. Lo siento, niños, pero estarán por su cuenta.
¿Qué estaba pasando? El orfanato único lugar al que he llamado mí hogar, y ahora lo estaban cerrando. ¿Qué va a pasar con mis amigos? ¿Qué va a pasar conmigo?
Désde que tengo memoria, he estado en éste lugar, es frío, sucio y hay humedad por todas partes. Pero, es mí hogar.
Aquélla noticia nos dejó fuera de lugar, mis amigos y yo no podíamos evitar preocuparnos. Sí, éramos más grandes que los niños, pero aún no éramos adultos. No teníamos familia, ni siquiera teníamos un perro que nos ladre. Y ahora nos estaban echando a la calle.
—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? –Cuestionó Christian, mientras comenzaba a empacar la poca ropa que poseía–.
—¿Cómo voy a saber? –Rodé los ojos–. No puedo creer que nos echen como si fuéramos basura, éste es nuestro hogar. ¿Qué acaso no es obvio? ¡Allá afuera nadie nos quiere! –Exclamé furiosa, mientras guardaba mí ropa en una maldita bolsa de residuo, porque ni siquiera tenía una puta maleta–.
—Bueno... No importa a dónde vayamos a parar, siempre estaré a tu lado, Rowellin. –Declaró Christian, mientras me sonreía de forma dulce y amable, como si quisiera tranquilizar la inquietud en mí interior–.
—Incluso podemos vivir bajo un puente y, aún así, estaría feliz ya que te tendría a mí lado. –Confesó, era muy cursi, pero definitivamente causaba algo en mí interior–.
—¿Lo prometes? –Logré decir, mientras lo observaba directamente a los ojos–.
Él asintió levemente, con una dulce sonrisa en sus labios, tomó mis manos entre las suyas y simplemente dijo.
—Lo prometo.
Sólo éramos niños, sin familia, ni amigos. Nos teníamos mutuamente y, en ese momento, no necesitábamos nada más.
Esa misma noche, Sor Carmela se escabulló a nuestra habitación. Christian y yo no estábamos dormidos ya que, apesar de nuestro optimismo, era una situación difícil y complicada.
—Niños... –Nos llamó, ambos la observamos atentamente–. Sé que están inquietos por la noticia de que él orfanato fue venido, ya no puedo seguir quedándome en ésta ciudad y, aunque los amo, no puedo adoptarlos. –Confesó, haciéndonos sentir aún más miserables–.
—Pero hay una mujer que está interesada en llevarlos con ella, vengan conmigo y los llevaré ahí. –Ambos asentimos y comenzamos a seguirla–.
Luego de caminar por horas, llegamos a un galpón, estaba rodeado de árboles, como si tratarán de ocultarlo del resto del mundo.
—Deben hacer todo lo que ella diga, no cuestionen nada, no reprochen ni se quejen por nada de lo que les ordenen hacer. Tienen una oportunidad de vivir una buena vida, no la desperdicien. –Ambos asentimos en silencio, al entrar notamos que el lugar era enorme, pero estaba vacío–.
Excepto por una mujer, quien estaba sentada en una silla en medio del lugar, su cabello era negro con algunas canas. Muy bien vestida, hermosa, por decir lo menos.
Ella nos observó con atención y, por primera vez en nuestras vidas, nos sentimos avergonzados de nuestra apariencia.
Porque ella usaba un hermoso vestido negro, con un tapado de piel que seguramente perteneció a algún animal. Poseía joyas y los zapatos más hermosos que nunca antes he visto.
Mientras que nosotros usábamos trapos sucios, estar ante ella se sentía incorrecto, pero ya no podíamos dar marcha atrás.
Ella se puso de pié y caminó a nuestro alrededor, como si estuviera inspeccionando una mercancía.
—¿Qué sabes hacer, muchacho? –Preguntó directamente a Christian, quien se tensó repentinamente–. –Sé... Sé hacer jardinería y carpintería, señora. –Respondió con nerviosismo–.
—Mm... –Tarareó–. ¿Sabés que edad tienes? –Cuestionó y él asintió–. –Tengo diecisiete. –Comunicó ya con más confianza–.
Los ojos color cafés de la mujer se posaron sobre los míos.
—¿Qué sabes hacer, niña? –Indagó, respiré hondo, no dejándome intimidar por ella–. –Sé lavar ropa, coser, y... Cocinar, un poco. –Admití, mirando al suelo, aunque quise parecer valiente, estaba aterrada–.
Ella tomó mí barbilla, observando mí rostro con atención.
—¿Tu edad? –Quiso saber–. –Dieciséis, señora. –Revelé y ella asintió–.
—Vendrán a casa conmigo. –Dijo, soltándome, la emoción me llenó y no pude contenerme–. –¿V-Va a adoptarnos? ¿S-Seremos sus hijos? –Pregunté con emoción apenas contenida, ella me observó de forma inexpresiva y dijo–.
—Serás mí sirvienta. –Declaró con frialdad–. Y él, será el jardinero de mí casa.
Ese había sido otro golpe de realidad para el que no estaba preparada. Yo había vivido toda mí vida dentro de las paredes del orfanato y el vecindario era igual de humilde que nosotros, así que nunca me había sentido verdaderamente inferior.
Pero eso cambió ese día.
Pronto supimos que el nombre de esa mujer es Malenka Novikova. Para mí; su nombre no significa nada. Pero para Christian y las demás personas en el mundo, sí.
Christian era más perspicaz que yo, él fue abandonado a los once años en el orfanato, así que él conocía el mundo real, a diferencia de mí.
Me informó sobre ella, Malenka Novikova es hija de un politico ruso, ni siquiera sabía que significaba eso, según entendí, su padre es la mano derecha de un jefe de la mafia rusa. Por lo que tiene muchas conexiones poderosas y peligrosas.
Está casada con Artemis Winchester, uno de los hombres más poderosos en el mundo.
Christian dijo que, los Winchester, en el pasado se hicieron millonarios por su famosa creación «Los rifles Winchester». Generación tras generación, la dinastía Winchester a logrado fomentar su fortuna, convirtiéndose en uno de los siete clanes más poderosos del mundo.
Y confirmé sus palabras cuando llegamos a aquélla mansión, la mansión Winchester.
He leído sobre castillos y palacios en los libros de cuentos pero, éste lugar, era el epítome de la opulencia.
Al entrar, fuimos recibidos por criadas mayores de edad, y un mayor domo que nos observó con atención.
—Dile a la jefa de criadas que entrene a la niña para que sea mí sirvienta personal. Y tu encargate del niño. –La señora Milenka ordenó, mientras comenzaba a subir las escaleras, dirigiéndose al segundo piso–.
El mayordomo sintió y sus ojos se posaron sobre los nuestro.
—Soy Buford McLoren, el mayordomo de la mansión. –Se presentó–.
—Soy... –Dudé un momento, pero recordé que debo obedecer a todo, entonces continué– ¡Soy Rowellin! –Comuniqué, con mis ojos fijos en los suyos, el señor me observó y noté que se detuvo en mí ropa andrajosa por unos segundos, antes de mirar a Christian–.
—Soy Christian. –Respondió él, sin darle mucha importancia–.
—Vengan conmigo. –Ordenó, y comenzó a guiarnos a través de la enorme mansión–.
Dios, nunca había visto algo tan magnífico, ni siquiera me he permitido soñar con algo así. El lugar estaba repleto de pinturas, esculturas, columnas personalizadas y mucha clase.
No me alcanzan los dedos de las manos para contar la cantidad de habitaciones que la mansión posee, limpiar éste lugar debe llevar años.
Llegamos a una enorme cocina, en donde había una mujer mayor, unos cincuenta años, o sesenta, quizás.
Ella volteó y nos observó detenidamente, no nos juzgaba, pero no le agradaba la vista.
—La señora quiere que la niña sea una de sus criadas. –Informó el hombre y la mujer asintió–. ¿Y el niño? –Cuestionó ella–.
—Ya veré. –Respondió–. Deben tener hambre, hazles algo de comer, yo iré a prepararles un baño.
Buford se fue del lugar, dejándonos solos con aquélla mujer. Ella comenzó a calentar leche, mientras buscaba unos pasteles en la nevera.
Luego, nos sirvió una taza de leche caliente a ambos, junto con pasteles. Nos sorprendimos, pero actuamos con calma.
—N-No tenemos hambre, señora...
Ni siquiera pude intentar negarme a la comida, porque mí estómago me traicionó. Comenzó a rugir como si hubiera una bestia salvaje allí.
Mis mejillas se pusieron tan rojas que no pasó desapercibido.
—Claro, no tienes hambre. –Declaró sarcastica–. Están hasta los huesos, tienen que comer o moriran por mala alimentación. –Nos regañó–.
Obedecimos y comenzamos a comer, la señora no tenía aspecto amable. Pero al menos nos dió algo de comer, eso es mucho para nosotros.
Al terminar, quise lavar los platos pero ella se negó.
—Ese es mí trabajo, vayan a tomar un baño. –Solicitó, mientras comenzaba a ponerse los guantes para no tocar el agua caliente–.
—Pero, señora...
—Nana. –Dijo, interrumpiendome–.
—¿Perdón? –La observé con confusión–.
—Me llamo, Nana.
Ambos seguimos a Buford, nos obligó a tomar un baño y luego nos llevó a una habitación pequeña y algo descuidada, apenas tenía dos camas y una lámpara. Aún así, se veía mucho mejor que las habitaciones del orfanato.
—Mañana comenzarán su día como empleados de la mansión Winchester. Ambos tendrán su propio sueldo y, si lo hacen bien, cuando renuncien tendrán un dinero para buscar un nuevo hogar. –Nos comunicó mientras observaba su reloj de bolsillo–.
—Ahora duerman, tendrán mucho trabajo que hacer al despertar.
Sin nada más que agregar, él se fue, dejándonos solos en nuestra nueva habitación.
—No puedo creer que lo logramos. –Verbalizó Christian, la incredulidad en su expresión no tenía precio–.
Me dejé caer en la cama, sintiendo la suavidad de las mantas sobre mí piel.
—No podemos arruinarlo, Chris. No quiero volver a pasar necesidades ahí afuera, Sor Carmela dijo que debemos hacer todo lo que nos ordenan, sólo así podremos vivir en paz. –Remarqué y él asintió–
—Lo prometo, me encargaré de ahorrar cada centavo para poder irnos de aquí y no pasar necesidades. Te lo prometo, Rowellin. –La seriedad y determinación en sus palabras, era sorprendente. Sonreí al verlo, Christian siempre era así, para él yo era su mundo entero–.
—¡De acuerdo!
Al día siguiente, más precisamente a las cuatro de la mañana, la señora Nana vino a despertarme. Me dió el desayuno, para luego entregarme un uniforme de sirvienta. Consistía en un vestido negro corto con volados blancos. Una diadema de tela de color blanco y medias hasta los muslos.
Me veía bonita.
Pero no entendía porque debía usar ese tipo de uniforme. Ciertamente las demás criadas no usaban ese tipo de ropa.
Tal vez sea porque todas son señoras mayores pero, aún así, era una diferencia bastante notable. Pero no dije nada, porque mí trabajo es obedecer, no cuestionar.
—A partir de hoy, despertarás todos los días a las cuatro de la mañana. Prepararás el café con los granos molidos en el momento. Panqueques dulces y waffles salados. Frutas, varios tipos. Y también jugo de naranja exprimido sin pulpa. Eso es lo que la señora desayuna.
La seguía por cada parte de la mansión mientras escuchaba cada una de sus instrucciones.
—Si no le gusta, o no come, no digas nada. Aquí ellos son la realeza y nosotros la servidumbre. No cuestionamos, obedecemos. No nos quejamos, aceptamos. ¿Entiendes? –Preguntó y asentí–.
Ví cómo se detuvo a unos pasos delante de mí, volteó y sus ojos color verdes se posaron en los míos.
—Y lo más importante es que nunca, y escúchame bien, nunca te acerques al señor Winchester. –La observé con atención, sin comprender porque me daba aquélla órden, la cual más que una órden, se sentía como una advertencia–.
Simplemente asentí en silencio.
—La señora es muy celosa y sobreprotectora con su esposo. Y el señor... Bueno, como decirlo... Es peligroso. –Sentenció con absoluta seriedad–. Así que nunca te acerques a él.
Era como la tercer advertencia que me daba sobre el señor Winchester, no soy una persona con problemas aditivos, tampoco de comprensión. Así que no entendí porque tantas banderas rojas con respecto al jefe. Aún así, no cuestioné nada.
Siendo honesta, sentía incomodidad cada vez que escuchaba nombrar al señor Winchester. Cómo si un escalofrío recorriera mí columna cada vez que alguien habla de el.
Nana me dejó sola en la cocina, aún era muy temprano y cada uno de los empleados estaban cumpliendo con su tarea asignada. Yo fuí asignada a la cocina del ala Oeste.
El ala Oeste de la mansión, es el sector de la señora Malenka. Mientras comenzaba a preparar los panqueques, observé por la ventana. Ahí estaba Christian, junto con el señor Buford.
Él estaba dando instrucciones, mientras que Chris cortaba unas plantas feas. Tenía el ceño fruncido, estaba molesto. No me sorprende, nunca le ha gustado seguir órdenes.
—Parece que tu novio está molesto. –Una voz femenina detrás de mí, me hizo saltar de sorpresa. Volteé y me encontré con la señora Malenka–.
—¡S-Señora! –Tartamudeé–.
Ella simplemente me observó de arriba a abajo, como si estuviera juzgando mí apariencia. No mentiré, me sentí avergonzada. No por su mirada desdeñosa, sino por el maldito uniforme que me obligaban a usar.
Se sentó en la mesa, esperando ser atendida, y obedecí. Le serví de la forma que Nana me enseñó. Puse sus panqueques frente a ella, el café caliente recién hecho. Los waffles salados y la fruta. Tampoco olvidé el jugo de naranja exprimido y la miel para los panqueques.
Parecía un jodido festín, me sentí orgullosa de mí misma. Pero mí orgullo se fue por el desagüe cuando la señora Malenka Novikova, arrojó todo lo que le serví al suelo.
—Asqueroso. –Declaró–.
Ella ni siquiera había probado un maldito bocado, ¿Cómo podía saber si estaba asqueroso o no? Me hirvió la sangre, quise gritarle, pero recordé las palabras de Sor Carmela. También las de Christian.
—Sólo obedezcan a todo lo que les digan, no se quejen, tampoco protesten. Tienen la oportunidad de vivir una buena vida, no la desperdicien.
—Cuando tengamos suficiente dinero, nos iremos de aquí y viviremos juntos en un lugar bonito sin tener que pasar necesidades.
Sin decir nada, me agaché y comencé a juntar la comida del suelo. Para luego arrojarlos a la basura.
Ella me observó con atención, como si estuviera estudiando cada uno de mis movimientos.
Cuándo terminé, volví a ponerme de pié.
—No te has puesto a llorar, eso es bueno. —Comentó, comientras se acomodaba en su asiento y agarraba su laptop–.
—El lado Oeste de la mansión, es mía, mí sector. Sin embargo, mí esposo se ha encargado de poner a sus asquerosos subordinados a mí alrededor para controlarme. –Informó–. Estoy cansada de estar rodeada de ancianas y viejos decrépitos.
Debe estar hablando de Nana y Buford...
—Por eso te traje aquí, Rowellin. –Sus ojos se posaron sobre los míos–. No eres una anciana bajo las órdenes de mí marido. Tampoco tienes la edad como para pensar en seducirlo, eres ciertamente... ¡La sirvienta perfecta!
No respondí, simplemente la observé mientras escuchaba su declaración. No parecía estar mintiendo, pero tampoco me estaba halagando.
—El ala Oeste es mía, el lado Norte le pertenece a mí marido. Y los demás sectores se reparten entre sus hermanos. –Comunicó y asentí en reconocimiento–.
—Debes tener algo muy en claro, Rowellin. A dónde yo vaya, irás conmigo. Mí palabra es ley para ti. Y si en algún momento olvidas cuál es tu lugar debajo de mí techo... –Sus ojos, antes verdes, ahora se pusieron negros; ella estaba amenzandome– Te recordaré de la peor manera que aquí sólo eres una sirvienta, ¿Entendido?
Ésta maldita mujer era aterradora, ¡Estaba amenzanandome a primera luz del día! ¿Quién demonios hacia eso?
Aún así, asentí. No tenía intenciones de traicionar a mí jefa, tampoco pretendía olvidar mí lugar como sirvienta. Quería cumplir con mí deber, para que luego me paguen y así poder irme de aquí en el futuro.
—Entiendo, señora. –Asentí y ella sonrió–.
—Eres una buena niña, Rowellin, sigue así y te pagaré bien.
★★★
He estado trabajando aquí desde hace tres meses y, por fortuna, nada malo ha ocurrido.
Christian poco a poco fue ganándose su lugar entre los empleados masculinos de la mansión. Por mí parte, sólo tengo contacto con Nana y Buford.
Eso se debe a qué las demás empleadas son señoras muy mayores que me miran feo por ser la sirvienta personal de la señora Malenka.
Aunque no me importa en absoluto, no vine aquí a hacer amigos, vine a hacer dinero.
—¿Qué vas a hacer hoy? –Pregunté, mientras comenzaba a arreglar mí uniforme–.
—Tengo que dejar el jardín perfecto para ésta noche. –Respondió Christian, quien salía de tomar una ducha–.
—¿Hoy? –Cuestioné– No puedes, es domingo, nuestro único día libre en la semana. –Le recordé y bufó–. Lo sé, pero se dice que los señores Winchester vendrán hoy luego de su largo viaje de negocios. –Reveló, dejándome atónita–.
¿Los señores Winchester vendrán a la mansión? Tiene sentido... Es su casa... Pero, aún es raro, es la primera vez que los veremos desde que comenzamos a trabajar aquí.
Antes de que pudiera decir algo más, escuchamos a Buford abrir la puerta.
—Rowellin, la señora te espera en su habitación. –Comunicó–.
Maldición...
Rápidamente salí y comencé a dirigirme a la habitación de la señora Malenka, mientras caminaba, no pude evitar notar lo alterados que estaban los demás empleados de la mansión.
Todos corrían de un lado, moviendo cosas sin parar. Las expresiones en sus rostros sólo decía una cosa; estaban aterrados.
La pregunta es, ¿Por qué?
Estaba tan distraída que al doblar en uno de los pasillos de la mansión, no noté a la persona frente a mí. Choqué contra él, haciéndolo tumbar su celular.
—¡Oh, Dios! –Rápidamente me agaché y tomé el artefacto, volví a ponerme de pié y levanté la vista–.
Aquélla visión me dejó inmóvil, un hombre alto de cabello negro, ojos color verdes profundos, mandíbula bien definida. Y su cuerpo estaba bien trabajado.
Maldición, aquélla imagen me hizo olvidar como respirar, no porque fuera atractivo; él era aterrador.
—Yo... –Intenté recomponerme–
—¿Quién eres? –Me interrumpió repentinamente–.
Su voz salió muy bajo, casi como un gruñido ronco. Me hizo estremecer, quizá, por el miedo. Éste hombre era peligroso.
—S-Soy...
—Rowellin. –La voz de la señora Malenka me interrumpió, la observé y ella estaba cruzada de brazos en el umbral de la puerta, mientras me observaba con notable irritación–.
Agaché la cabeza y rápidamente me acerqué a la señora Malenka, esperando algún tipo de órden, pero ella no dijo ni una palabra. Al contrario, se limitó a observarme antes de mirar a su esposo nuevamente.
—¿Quién es ella? –Insistió el hombre, pero ésta vez se dirigía a ella–.
—Mi criada. –Informó, y pude ver cómo el rostro estoico del hombre Winchester se fruncía con molestía–.
—Tienes muchas sirvientas en la mansión. –Dijo con obviedad–.
—No, esas ancianas son tus criadas, ninguna es realmente mía. Pero Rowellin sí lo es. –Ella hizo un gesto con el brazo, indicando que diera un paso al frente–.
A pesar de mí incomodidad, obedecí. Dí un paso al frente, y los ojos del hombre recorrieron mí cuerpo, dejando un rastro de fuego sobre mí piel. Sin embargo, él no dijo nada, se dió media vuelta y siguió su camino sin mirar atrás.
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