Venecia Messina
–No quiero que llores –le pido a mi mamá mientras seco mis lágrimas. Lanzo todos mis vestidos a la maleta sin molestarme en doblarlos.
–No es justo –susurra mamá–. No has hecho nada malo, cariño.
Me siento y me rompo en cientos de sollozos, que nacen desde lo más profundo de mi corazón.
Mi mamá me abraza con fuerza mientras pedazos de mi corazón son arrancados de mi pecho para nunca más volver.
–Eso no es verdad –susurro–. Sí hice algo malo, confié en él.
–Tu papá quiere matarlo –devuelve tan furiosa, que creo que ella también quisiera matarlo.
–No. No lo hagan.
–No merece tu compasión, mi niña.
Seco las lágrimas que corren por mis mejillas y me obligo a respirar a través del dolor. –No, él no merece nada, pero no podemos lastimar a Eva.
Mamá niega con su cabeza. –Todavía no puedo creer lo que tu hermana te hizo…–calla cuando sus ojos me miran con pesar–. Ni siquiera puedo imaginar cómo te sientes.
Me obligo a tragar el nudo en mi garganta. –Me siento tan pequeña –susurro–, tan insignificante.
Mamá seca mis lágrimas mientras niega con vehemencia. –No eres ni pequeña ni insignificante. Eres grande, mi amor. Eres una Guzmán y una Messina, nunca olvides eso –declara antes de que su mirada se pierda–. Me duele el corazón decirlo, pero no creo que seas tú quien tiene que mudarse a otro continente, es ella quien te traicionó. Además, Eva vive en Manhattan, casi no la verás. Podemos pedirle que no venga a casa cuando tú estés, o quizás turnarnos con tu papá para los asados familiares.
Niego con mi cabeza mientras me pongo de pie. –No –le pido–. Sé que Eva tiene siete años más que yo y que ya vive sola, pero ella y Stefania siempre han sido más inmaduras. Mis hermanas siempre los han necesitado más que yo. Y Eva –digo sin poder evitar que mi voz se quiebre–, los necesitará si Iván le rompe el corazón como lo hizo conmigo. –Mi pecho duele y un grito lleno de dolor sale de mi garganta–. Me usó, mamá. Me usó para acercarse a Eva, y no le importó que yo le entregué mi corazón y…–callo cuando el dolor me enmudece por algunos segundos–, le di partes de mí que nunca podrá devolverme. Pensé que me amaba –agrego avergonzada por haber creído en sus palabras de amor–. Pensé que mi hermana… No importa –digo mientras seco las lágrimas con la manga de mi sweater–. Tengo que mirar hacia adelante y avanzar… y alejarme de ellos. No podré verlos juntos, mamá –reconozco–. Sé que suena horrible, pero ver a Eva feliz me lastimará y no estoy dispuesta a soportarlo. Sé que debería alegrarme por ellos, pero no puedo.
Mamá toma mi mano. –Tienes todo el derecho a sentirte así, cariño. No podemos normalizar estar al lado de personas que nos han lastimado, aunque sea tu propia familia.
–Pero amo a mi hermana y quisiera sentirme feliz por ella.
–Sé que la amas, y quizá algún día verla te dolerá menos, pero no tienes que obligarte a nada, porque lo único que conseguirás será lastimarte más –devuelve con firmeza–. No me gusta que te vayas tan lejos, pero lo entiendo. Es tu oportunidad de empezar de nuevo.
Sonrío a pesar de que estoy llorando. –Y es una gran oportunidad. Nunca pensé que me elegirían. Envié la petición a Lusso solo por diversión –comienzo a decir mientras mi corazón late desbocado en mi pecho. Ellos me eligieron a mí. A mí entre cientos de postulantes. Mi ego se desinfla cuando me doy cuenta de algo–. Fue papá, ¿no? Es por él y por su asociación con la mafia siciliana que me eligieron.
Mamá sonríe. –Si tu papá se hubiese enterado de que enviaste una solicitud para trabajar como becaria tan lejos de casa, estoy segura de que hubiese obligado a la Cosa Nostra a quemar tu solicitud. Stefano no quiere perder a su pequeñita.
Respiro profundamente al escuchar a mamá. Entré a Lusso por mis capacidades, no por la alianza comercial que tiene mi familia con Mauro Farina.
Mi estomago cae cuando me doy cuenta de que trabajaré en la empresa de ese fastidioso hombre. Farina es el típico hombre que cree que es un regalo para las mujeres, y espera que todas caigamos de rodillas a sus pies con tan solo una mirada.
Por suerte papá me enseñó desde pequeña a mantenerme alejada de hombres como él. Hombres que son la personificación del pecado.
La puerta se abre y entran Theo y Stefania.
–No quiero que te vayas. Hablaré con esa desconsiderada –gruñe mi hermano. El mejor hermano mayor del mundo.
–Yo también hablaré con esa idiota –agrega Stefania–. Pensé que nosotras éramos una unidad indivisible, ya sabes, las tres contra el mundo –explica–. No quiero que te vayas, te necesitamos –dice mientras muerde su labio inferior, nerviosa.
Mamá se levanta de mi cama para darle espacio a mis hermanos, los cuales se lanzan sobre mi cuerpo con tanta fuerza, que caemos sobre la cama mientras soltamos una carcajada.
El famoso abrazo de oso Messina.
–Te amo, enana –dice Theo.
–Y yo te adoro –agrega Stefania–. No sé qué haré sin mi hermana mayor.
Me rio. –Si sabes que eres tres años mayor que yo, ¿no?
Niega con su cabeza mientras su cabello rubio golpea mi barbilla. –Creo que nuestros papás nos mintieron y tú eres la mayor.
–¿Por qué harían eso? –pregunto con una sonrisa.
–Para divertirse –devuelve–. Yo tengo quince años, estoy segura.
–Mentalmente, quizá –bromea Theo–. Papá está encerrado en su despacho, se niega a creer que te vas a otro continente.
–Ya hablé con él –les cuento a mis hermanos, quienes me miran con sus bocas abiertas–. No fue fácil –reconozco–, pero entendió mi decisión.
Theo y Stefania se miran antes de comenzar a apostar.
–Mil dólares a que papá llora en el aeropuerto –ofrece Stefania.
–Tres mil a que sigue llorando todo el camino de vuelta a casa –dice mi hermano.
–Hecho –acepta Stefania y ambos se dan la mano para cerrar el trato.
Papá golpea el marco de mi puerta con sus nudillos y puedo ver el dolor en sus ojos cuando mira que ya empaqué casi todo. Hoy me iré de mi hogar y una voz muy dentro de mí me dice que no volveré, y sé que mi papá también lo cree.
–Es hora –susurra–, a menos que hayas cambiado de opinión –se apresura a decir sonando esperanzado.
Me levanto de la cama y abrazo a papá. Entierro mi rostro en su pecho y suspiro cuando me siento en casa.
–Estoy lista –miento. Nunca estaré lista para decirle adiós a mi familia.
–Eva llamó –dice y siento como todo mi cuerpo se tensa–. ¿Quieres saber que quería?
Me apresuro a negar con mi cabeza. –No. Lo siento, todavía no estoy lista.
Papá toma mi rostro entre sus manos y deja un beso sobre la cima de mi cabeza.
–Lo entiendo, y Eva también. Apenas tu hermana se dé cuenta del idiota que tiene a su lado, lo mataré.
Me rio y niego con mi cabeza. –Un corazón roto no vale una vida.
–Tu corazón vale todas las vidas del mundo –devuelve papá y rompo a llorar antes de lanzarme a sus brazos de nuevo.
–Te amo, papá.
–Y yo te amo a ti, mi pequeñita.
Puede que tenga veinticinco años, pero imagino que nunca estaré lo suficientemente grande para dejar de ser la niña de papi.
Mamá asoma su rostro sobre el hombro de papá. –Tenemos que irnos si no quieres perder el vuelo.
Respiro profundamente antes de asentir.
–Estoy lista –digo y esta vez me obligo a sonreír.
Puede que todavía no esté lista, pero llegará el día que lo estaré.
Lista para comenzar mi vida.
Mauro Farina
Trato de olvidar la desagradable conversación que acabo de tener con mi madre mientras el elevador de mi edificio sube al piso cuarenta.
No sé qué mierda me pasa, pero desde que Mei se fue todo me duele más. Sé que Mei no era mi madre, era la madre de Ming, pero siempre pudo leer a través de la máscara que uso con los demás. Esa adorable mujer llegó más profundo que cualquier otra persona lo ha hecho, y extraño esa conexión con ella.
Extraño cada maldita cosa de ella.
Mientras las palabras afiladas de mi madre se pasean por mi cabeza, sin mi permiso, me encuentro deseando, como muchas veces lo hice, poder retroceder el tiempo hasta antes de mi concepción. Retrocederlo y elegir a Mei como mi madre.
Mi corazón duele cuando recuerdo su sonrisa, pero me obligo a borrar cualquier rastro de dolor de mi rostro cuando las puertas del elevador se abren en la planta cuarenta.
Este dolor pasará algún día.
La voz oscura en mi cabeza me dice que pasará más rápido si inhalo cocaína o me meto una jeringa de heroína, pero me sacudo violentamente para ahogar a esa voz.
No quiero volver a perder el control.
El control me ha llevado a donde estoy hoy. El control me ha dado a Lusso.
Respiro profundamente cuando veo el logo de mi mayor orgullo.
Lusso es lo que me impulsa a levantarme cada día. Lusso es lo que me ayuda a soñar. Y sin duda, Lusso es mi mejor venganza contra mi padre.
Ese viejo asqueroso debe estar revolcándose en el infierno viéndome triunfar con mi marca de ropa y diseño.
Recuerdo sus floridos insultos cada vez que me veía dibujando diseños de vestidos en mi croquera, y sonrío.
La moda me ha llevado tan alto, que ni siquiera el recuerdo de ese viejo puede alcanzarme, o al menos es lo que trato de creer.
Mi sonrisa desaparece cuando veo a Natasha en el puesto de Bianca.
Mierda, olvidé que esta semana Bianca no estará. Se fue a Paris junto a su esposo para visitar a su hija, quien acaba de tener otro bebé.
–Señor, la señora Cipriano no se encontrará esta semana, pero yo estaré encantada de ayudarlo en lo que necesite –se apresura a decir mientras lucha por cerrar la página de su Instagram en el computador.
–El ocio lo dejas para tu tiempo libre –musito molesto–. El uso de redes sociales en el trabajo está prohibido. Deberías releer tu contrato.
Natasha enrojece. –Sí, señor. Lo siento mucho, de verdad que sí…
–No te disculpes solo haz tu trabajo –devuelvo antes de caminar a mi oficina–. Quiero un macchiato sin espuma con una cucharada de azúcar rubia. Ochenta grados Celsius –ordeno antes de entrar a mi despacho.
Me siento en mi silla y miro la nota que me dejó Bianca con su pulcra caligrafía. Repaso los pendientes y arrugo el ceño cuando leo que tengo que darle la bienvenida a la nueva becaria.
No sabía que ya había sido seleccionada la becaria de este año. Solo damos una plaza cada año y elegimos a la persona que tiene un real potencial, ya que, si hacen bien su trabajo, generalmente quedan trabajando con nosotros. Pero nunca me ha tocado recibir a los nuevos aspirantes a un puesto permanente en Lusso, eso siempre lo hace Bianca.
Quisiera poner morritos como un niño y negarme a tener que hablar con la nueva becaria, pero decido salir de eso lo antes posible.
Presiono el interfono y espero pacientemente a que Natasha conteste, pero nada sucede. Cuando la llamada rebota a la recepción, lo intento nuevamente y nada.
Me levanto furioso. Si la veo perdiendo el tiempo con su celular o alguna otra estupidez, es todo, se va de mi empresa. Hay cientos de personas que querrían su puesto.
Abro la puerta y casi choco con ella.
–¿Señor? –pregunta cuando se repone.
–¿Dónde estabas? –pregunto furioso.
–Preparando su café, señor –responde y me enseña la taza con espuma.
–Dije sin espuma.
Palidece. –Lo siento, lo haré de nuevo.
–Deja eso, ya no estoy de humor para un macchiato. Solo dame un espresso doble sin azúcar y dile a la becaria que suba ahora. Tengo diez minutos antes de la reunión con uno de mis proveedores.
Parpadea una docena de veces antes de asentir.
–Sí, señor –responde, pero no se mueve.
–Ahora, Natasha –ordeno.
La chica frente a mis ojos vuelve a parpadear antes de enrojecer y salir corriendo.
Cuando vuelvo a mi silla estoy tentado de llamar a Bianca y rogarle que vuelva. Ya es el cuarto o quinto nieto que tiene, imagino que después de las primeras veces todo pierde su encanto.
Mi celular vibra en mi bolsillo y hago una mueca cuando leo un mensaje de Renji disculpándose.
No pasan ni diez segundos y llega uno de Ming pidiéndome un momento para hablar conmigo.
Apago el celular y enciendo mi computador.
Hoy no quiero hablar con nadie.
Venecia
Sigo a la secretaria mientras seco mis manos en mi falda tubo color gris perla. Stefania y mamá me ayudaron a comprar ropa más formal cuando les dije que me habían seleccionado como becaria en la empresa Lusso. Todo mi vestuario está cuidadosamente elegido para poder mezclarme con los demás trabajadores, quienes visten exquisitamente, como la mayoría de la gente de Milán lo hace.
Milán me quito el aliento apenas puse un pie aquí. Ya había venido antes con mis padres, pero ahora la estoy viendo con otros ojos, y me está encantando este redescubrimiento.
Saber que viviré aquí por un año, si todo sale bien, hace que el dolor en mi corazón disminuya una muesca. No es mucho, pero es algo.
La puerta se abre y casi tropiezo cuando veo a Mauro Farina en persona frente a mí.
–¡Tú!
–¡Tú!
Ambos exclamamos al mismo tiempo.
–No entiendo. Estoy esperando a la nueva becaria.
Mi estómago se hunde hasta el subterráneo, pero no me dejo intimidar por él. Mi padre me dio las suficientes herramientas para enfrentarme a tipos como Farina.
–Yo soy tu nueva becaria, genio –devuelvo y me trago la disculpa que quiere salir de mis labios.
Si me veo débil acabará conmigo antes de empezar mi primer día. Y no puedo decepcionar a papá, soy una Messina después de todo.
Sus ojos se clavan en los míos y juro que puedo sentir su dominio en cada célula de mi cuerpo, exigiendo mi sumisión total. Es una sensación tan desagradable, que tengo que moverme para sentirme en control de mi cuerpo nuevamente.
Me siento en la silla frente a su escritorio y me cruzo de piernas, movimiento que sus ojos esmeralda siguen, como un felino detrás de su presa.
Farina toma una carpeta de su escritorio y saca, lo que creo, es mi ficha de postulación.
–¿Princeton? –pregunta y yo asiento–. ¿Por qué no Harvard?
–No quería irme de casa. Era Princeton o la Universidad de Nueva York –devuelvo tratando de sonar tranquila y camuflar los latidos de mi corazón, que, estoy segura, todo Milán puede oírlos.
–Veo que hiciste un magister de Administración en Empresas de Modas en la Universidad de Nueva York. Muy específico, ¿no lo crees?
–Papá siempre me decía que la diferenciación te abre puertas.
–¿Y siempre haces todo lo que tu papá te dice? –pregunta mientras sus labios se elevan en una sonrisa, que logra que toda mi sangre comience a circular a una gran velocidad hacia mi rostro–. ¿Eres la niña buena de papá?
–Lo soy –declaro y me cruzo de brazos–. Sobre todo, si sus consejos me abren puertas.
Sus ojos brillan con algo peligroso, pero me concentro en mi respiración para no dejarle ver cuan intimidada estoy.
–¿Estas calificaciones son reales? –pregunta de pronto.
–¿Reales?
–Reales –insiste.
–No te sigo –digo, indecisa de a dónde quiere llegar.
Deja mi ficha sobre su escritorio y se acomoda en su silla, viéndose muy relajado, con toda la espalda en el respaldo y los brazos cruzados sobre su cabeza.
Mis ojos siguen los movimientos de los músculos de sus brazos de forma inconsciente.
–Sé quien eres, niña.
–Sé que lo sabes –devuelvo–, pero sigo sin entender.
–Lusso es muy importante para mí y quiero tener al mejor personal que el dinero pueda pagar.
–Entiendo.
–Estoy trabajando en un campaña importante en este momento, una campaña que le dará un nuevo podio a Lusso.
Me inclino hacia adelante, atenta a cada palabra que sale de esa boca. Su acento es aterciopelado, casi hipnótico, y su voz es ronca. Me siento en la punta de la silla e inclino mi cuerpo hacia su voz, para disfrutar mejor de su cadencia. Pero no me engaño, sé que hay algo oscuro detrás de su apariencia inofensiva, esperando el momento justo para atacar. Así son los hombres como Farina.
–¿Qué campaña?
Sonríe y mi corazón se salta dos latidos. ¿Cómo puede ser posible que una sonrisa sea tan sensual?
Concéntrate, Venecia, me digo.
–No tan rápido, niña. No sé si puedo confiar en ti.
–¡Claro que puedes!
–No lo creo –se apresura a decir–. Quiero saber si estás a la altura de lo que necesito.
–Puedo hacer lo que quieras –interrumpo.
–Valientes palabras para la niña buena de papi, ¿no lo crees? –pregunta intrigado.
Enrojezco cuando comprendo lo que pudo haber entendido de mis palabras.
–No quise decir…–callo cuando mi voz comienza a titubear–. Estoy altamente capacitada para cualquier tarea que me quieras dar. Relativo a la empresa –agrego cuando su sonrisa se amplía.
–Me gusta tu ingenuo entusiasmo, pero no estás calificada, niña.
–Claro que lo estoy –devuelvo–. Mis calificaciones son perfectas. Aprobé el magister con distinción y he hecho muchos diplomados sobre los procesos de producción, venta y marketing de empresas de moda. Incluso hice un diplomado de post venta y fidelización con los clientes –explico mientras resisto el escrutinio de sus ojos felinos navegando por mi cuerpo, seguramente evaluando mi vestuario y accesorios–. Estoy calificada.
Vuelve a sonreír. –Esto no significa nada –dice enseñándome mi ficha.
–Lo hace, por algo estoy aquí. ¿No lo crees? Por algo fui seleccionada entre cientos de aspirantes. Soy lo que Lusso está buscando.
–Lusso soy yo –gruñe–. Y ten por seguro que no eres lo que estoy buscando.
Todo el calor abandona mi rostro cuando me doy cuenta de que toda acción tiene su reacción, y la estoy viendo en este momento.
Mierda.
–¿Esto es porque no quise bailar contigo?
–¿Perdona? –gruñe.
–Lo que escuchaste. ¿Tu ego es tan delicado que no puedes trabajar codo a codo con la chica que te rechazó una vez?
Mauro suelta una carcajada que me hunde más en mi asiento. –Ni siquiera lo recordaba hasta que lo mencionaste.
–¿Estás seguro?
Se levanta y se sienta en la esquina del escritorio, haciéndome sentir más pequeña de lo que Iván pudo hacerlo, como si no fuera más que una molesta pelusa que arruina su impecable pantalón.
–Seguro, niña. Solo estaba siendo amable, y créeme cuando te digo que no necesito rogar por compañia femenina. –Acerca su rostro al mío–. Son ellas las que ruegan por mí –susurra y soy golpeada por la calidez de su aliento en mi rostro.
Me inclino más cerca de forma automática, pero me obligo a retroceder. No caeré en sus trucos baratos, soy mucho mejor que eso.
–Si me das una oportunidad seré un aporte para Lusso –digo mirando hacia la pared de cristal. Las nubes surcan el horizonte, anticipando un día soleado en Milán, pero no logro que eso consiga inflamar mi corazón.
Por favor, déjame quedarme, ruego en silencio. No puedo volver a la ciudad donde mi hermana y mi ex están viviendo su romance. No puedo.
Sus ojos se estrechan en los bordes y vuelve a tomar mi ficha.
–Como dije esto no es más que letra muerta. No tienes experiencia real. Conoces la teoría, al menos eso puedo deducir por tus calificaciones, a no ser que no sean reales –dice mirándome intensamente–. ¿Papá no pagó para que su pequeña tuviera las mejores notas?
El calor que perdí vuelve a mí de golpe. Me siento tan insultada que me levanto, y ahora soy yo la que me acerco a él.
–¿Cómo te atreves a dudar de mi trabajo? –pregunto ofendida–. Sudé por cada una de esas calificaciones. Pasé noches sin dormir. Estuve semanas enteras encerrada en los talleres de costura –gruño–. Esto no es un juego para mí, señor Farina, esto es lo que me apasiona y ten por seguro que lucharé con cada aliento de mi cuerpo para hacerme un nombre en la industria. Sin importar si en el camino me encuentro con personas como tú –suelto antes de tomar mi cartera Birkin y prepararme para salir.
Esto fue un error. Por supuesto que un hombre como Farina no podrá ver más allá de mi apellido, sobre todo él, que conoce las implicancias de ser una Messina y una Guzmán.
–Estás contratada.
Me giro cuando escucho su voz.
–¿Qué?
–Empiezas ahora. Te quiero trabajando en este piso, así que dile a Natasha que te consiga una oficina. Y te quiero en la reunión con los nuevos proveedores que tendremos a las cinco de la tarde.
Parpadeo sin entender mientras Mauro se acerca tanto, que puedo sentir su calor atravesando mi cuerpo, calentando lugares que estaban apagados desde Iván.
Mueve su brazo y me tenso cuando creo que va a colocar su mano en mi cintura, pero no lo hace. En cambio, toma mi cartera y sonríe.
–Lusso va a destronar a Hermès, y esta cartera va a valer una basura cuando lancemos la nueva campaña –declara y mi corazón comienza a martillear–. Bienvenida a bordo.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play