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Un Omega Disfrazado~

Capítulo 1

—¡Perdón! —suplicó Elliot desesperado, con la voz temblorosa. Sus ojos estaban empañados por las lágrimas mientras retrocedía instintivamente. —Por favor, detente...

Pero su ruego cayó en oídos sordos.

El golpe llegó de lleno a su abdomen, haciéndolo perder el equilibrio. Su cuerpo delgado cayó al suelo con un sonido sordo. Intentó inhalar, pero el dolor lo paralizó. Su visión comenzó a oscurecerse mientras una última palabra se filtraba en su conciencia.

—¡Inútil! —gritó Julian con desprecio.

Y después, solo hubo oscuridad.

.

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Horas después, Elliot despertó con el cuerpo adolorido, como era habitual. Cada músculo le dolía, pero no tenía tiempo de quejarse. Sabía que si no se levantaba a tiempo, recibiría más castigos.

Desde que perdió a su madre, la única casa que le dejaron sus padres pasó a estar bajo el control de su tía Bell. Elliot, un omega sin apoyo ni recursos, fue relegado a vivir en el ático y obligado a trabajar como sirviente. No importaba si cometía errores o no, siempre era golpeado.

Se incorporó con dificultad y se obligó a moverse. Su piel estaba cubierta de moretones, y cada paso le recordaba la brutalidad de la noche anterior.

Cuando bajaba las escaleras para dirigirse al baño, la voz de su primo lo detuvo en seco.

—¡Elliot! —llamó Julian con tono autoritario.

Elliot suspiró internamente y dejó de lado su intención de asearse. Sabía que oponerse no era una opción.

—Sí, señorito —respondió con la cabeza gacha, apresurando el paso hacia él.

Julian lo observó con el ceño fruncido, su expresión de fastidio evidente.

—¿Por qué no has preparado el desayuno?

—Lo… lo siento mucho —balbuceó Elliot, su voz apenas un susurro.

No esperó a que le dieran otro golpe y corrió hacia la cocina. Sabía que su tía Bell pronto se uniría a Julian, así que preparó dos platos de tostadas lo más rápido posible.

Y, efectivamente, Bell apareció momentos después.

—¿Todavía no está listo el desayuno? —preguntó con evidente desdén.

—Este flojo se levantó tarde —soltó Julian con un bufido. —¡Por su culpa llegaré tarde a la universidad!

Elliot, tembloroso, llevó los platos a la mesa.

—Las tostadas ya están listas… —susurró, esperando que eso calmara la situación.

Pero en lugar de recibir alguna clase de reconocimiento, Bell lo empujó con fuerza.

Elliot cayó al suelo sin poder sostenerse, sintiendo cómo el impacto le sacudía los huesos.

—¡No te acerques! —gritó su tía con repulsión. —¡Apestas y eres repugnante!

Elliot agachó la cabeza, conteniendo las lágrimas. Sabía que llorar solo les daría más razones para despreciarlo. Pero el dolor en su pecho era insoportable. Si su madre estuviera viva, él también estaría en la universidad, estudiando, siendo un omega normal… pero la vida le había arrebatado todo.

Más tarde, mientras limpiaba la casa, ocurrió un accidente.

Un leve chasquido resonó en la habitación, y Elliot sintió cómo la sangre abandonaba su rostro.

El anillo favorito de Julian yacía en el suelo, partido en dos.

El pánico lo envolvió.

—Si se enteran, estoy muerto… —murmuró con un hilo de voz, sintiendo cómo sus manos temblaban.

No podía seguir allí. No después de esto.

Con el corazón desbocado y sin un plan claro, Elliot hizo lo único que podía hacer: huyó.

.

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.

El sol abrasaba su piel pálida mientras corría sin rumbo. Sus piernas débiles fallaron antes de que pudiera alejarse demasiado. Su cuerpo, agotado por el hambre y las heridas, no resistió más.

Elliot cayó de golpe sobre el pavimento, su respiración entrecortada.

—¡Detente! ¡Hay un chico tirado! —una voz femenina resonó en la calle.

Era la señora Rosa, quien regresaba del mercado. Bajó apresurada de su coche y se acercó a Elliot.

—¡Ayuda… por favor! —susurró él débilmente.

La mujer frunció el ceño con preocupación.

—¡Llévalo al hospital, rápido! — le ordenó al chofer.

.

.

.

Horas después, Elliot abrió los ojos.

Las luces blancas del hospital lo deslumbraron, y la sensación de una vía en su brazo le recordó que aún estaba con vida.

A su lado, la señora Rosa lo observaba con paciencia.

—¿Ya estás despierto?

Elliot asintió débilmente. Su garganta se sentía seca.

—¿Fue usted quien me ayudó? —preguntó con la voz quebrada.

—Sí. ¿Qué te ocurrió?

Elliot bajó la mirada. No podía contar la verdad… pero tampoco quería regresar.

Las lágrimas escaparon de sus ojos mientras suplicaba:

—No quiero volver… No tengo nada, pero puedo trabajar. Por favor, ayúdeme a esconderme.

La señora Rosa lo observó en silencio. Luego, con un tono sereno, dijo:

—Tranquilo. Soy el ama de llaves de la familia Lancaster. Te llevaré conmigo.

Elliot parpadeó, sorprendido.

—¿La familia Lancaster…?

No sabía que esa decisión cambiaría su destino para siempre.

...

...Elliot...

...Omega Puro y Dominante...

...19 años...

Capítulo 2

Elliot no podía regresar. Insistió en que la señora Rosa lo llevara con ella de inmediato, su miedo a ser encontrado por su primo y su tía era demasiado grande. Con un suspiro resignado, la mujer accedió, pero en su mente ya había ideado un plan. Si lo llevaba a la residencia Lancaster, podría conseguirle un empleo y, con suerte, protección.

Elliot no era ajena al apellido Lancaster. En varias ocasiones había visto noticias sobre ellos en la televisión. Eran una familia poderosa, con negocios que abarcaban múltiples industrias y una presencia inquebrantable en la alta sociedad. Sin embargo, lo que más se mencionaba en los círculos de chismes era el joven heredero, Cassian Lancaster, un alfa de carácter frío y una ambición desmedida.

—Antes de llegar, explícame qué es lo que te pasó —pidió la señora Rosa.

Elliot tragó saliva, bajó la mirada y comenzó a hablar. Le contó cómo su vida se convirtió en una pesadilla tras la muerte de sus padres, los abusos que sufrió por parte de su tía y su primo, y las innumerables veces que intentó escapar sin éxito.

—Es muy extraño. Si ya se adueñaron de la casa de tu familia, ¿por qué no simplemente te echaron? —comentó Rosa con un tono de sospecha.

—Tal vez porque querían tener a un sirviente sin pagarle —respondió Elliot con amargura.

—¿Los papeles de la casa ya están a nombre de tu tía? —preguntó Rosa con curiosidad.

Elliot negó con la cabeza. —No lo sé. Lo único que sé es que no se quedarán de brazos cruzados y me buscarán. De hecho, esta no es la primera vez que huyo. Antes lograron encontrarme y reforzaron la seguridad de la casa, pero después de un tiempo se confiaron y la descuidaron.

Rosa frunció el ceño. Algo no encajaba del todo. Si realmente solo querían su casa y un sirviente gratuito, no tendrían razones para aferrarse tanto a Elliot. Había algo más en esa historia, algo que aún no entendía.

—No puedes volver a encontrarte con ellos. La única solución es cambiar tu apariencia —dijo Rosa con firmeza.

Sabía que un Omega tan hermoso como Elliot destacaría en cualquier lugar, y ese collar que llevaba consigo le hacía pensar que su linaje podía ser más importante de lo que él mismo creía.

—Es la única reliquia que me dejó mi madre —dijo Elliot, notando la mirada de Rosa en el collar que colgaba de su cuello.

Poco después, llegaron a la mansión de los Lancaster. La señora Rosa usó un camino trasero para evitar miradas curiosas y llevó a Elliot directamente a una habitación en la zona de servicio.

Para ocultarlo mejor, le aplicó un polvo negro en la piel y desordenó su cabello plateado hasta que su apariencia quedó desfigurada. Ahora, su atractivo natural estaba camuflado bajo una máscara de suciedad.

—¿No te molesta? —preguntó Rosa con cierta preocupación.

Elliot se observó en un espejo y sonrió. —No, ¡me gusta! Es mejor así.

—Escucha bien —Rosa continuó mientras terminaba de arreglarlo—. En esta mansión viven el señor y la señora Lancaster. Tienen dos hijos, la señorita Celine y el joven Cassian.

Elliot prestó especial atención al último nombre. Lo había escuchado antes. Cassian Lancaster, el genio Alfa que a los diecinueve años ya se había graduado de la universidad y estaba por iniciar una segunda carrera. Era famoso por su frialdad y exigencia.

—Casualmente, el joven Cassian necesita un sirviente y asistente personal. Trabajarás para él y cubrirás sus necesidades. Es un hombre brillante, pero tiene un carácter difícil. Hasta ahora, nadie ha soportado estar a su servicio por más de un mes. Si logras aguantar, recibirás un buen salario —añadió Rosa con un tono esperanzador.

Elliot sintió un atisbo de emoción. Hacía tanto que no tenía dinero en sus manos, y esa oportunidad podría ser su salvación.

—Trabajaré muy duro, lo prometo —aseguró con determinación.

—Bien. Ven conmigo, debes presentarte ante el joven Cassian.

Rosa lo llevó a la biblioteca de la mansión, un lugar imponente con estanterías que alcanzaban el techo y enormes ventanales por donde entraba la luz tenue de la tarde. Allí, Cassian estaba sentado en un escritorio de madera oscura, concentrado en un libro. Su cabello negro y sus ojos oscuros le daban un aire aún más intimidante.

Rosa carraspeó antes de hablar.

—Joven, disculpe la interrupción. Quiero presentarle a su nuevo asistente personal.

Cassian levantó la vista con visible molestia por la interrupción, pero cuando sus ojos se posaron en Elliot, su expresión cambió drásticamente. Frunció el ceño y se echó hacia atrás en su asiento, mirándolo con incredulidad.

—¡Dios mío! —exclamó, llevándose una mano al pecho—. ¿Cuántos años lleva sin bañarse esa persona?

Elliot se tensó, sin saber si debería sentirse ofendido o reírse ante aquella reacción. Rosa, por su parte, suspiró, anticipando lo difícil que sería la convivencia entre esos dos.

...

...Cassian Lancaster...

...Alfa Dominante...

...19 años...

....

...Rosa...

...Beta...

...49 años...

Capítulo 3

—No es que no se haya bañado, joven maestro —intentó explicarle la señora Rosa a Cassian —. Su nombre es Elliot. Tiene la misma edad que usted… y su sangre es negra.

—¿Negra? —murmuró Cassian, frunciendo el ceño con incredulidad.

—Por favor, acepte a Elliot como su nuevo sirviente personal, joven maestro. En esta mansión ya no quedan más candidatos —pidió la señora Rosa con seriedad.

Cassian exhaló con frustración. No tenía paciencia para lidiar con sirvientes incompetentes, pero tampoco quería complicarle las cosas a Rosa, así que, a regañadientes, aceptó.

—Está bien —dijo con desinterés.

—Gracias, joven maestro —respondió la señora Rosa, dándole una palmada en el hombro a Elliot como diciéndole que trabajara bien.

Elliot no dijo nada, solo asintió en silencio, sintiendo la mirada del alfa sobre él.

La señora Rosa se retiró, dejándolos solos en la enorme biblioteca.

—¿Hay algo que el joven maestro necesite? —se atrevió a preguntar Elliot, manteniendo la cabeza baja.

Cassian volvió a centrarse en su lectura, hojeando un grueso libro de negocios.

—Vaya, parece que sabes hablar —comentó con un deje de burla.

Elliot apretó los labios, incómodo.

—Entonces me quedaré callado.

Cassian arqueó una ceja.

—Siéntate. Esa es tu primera tarea.

Elliot obedeció de inmediato y se sentó en una silla cerca de él, atento a cualquier instrucción. Sin embargo, el agotamiento lo venció. No había comido ni dormido bien en días y, antes de darse cuenta, terminó quedándose dormido, su cuerpo incapaz de resistir más.

.

.

Pasaron varias horas. Cuando Elliot despertó, sintió algo mullido bajo su cuerpo. Parpadeó varias veces, confundido. Ya no estaba en la silla de antes, sino en un sofá de la biblioteca.

—¿Joven maestro…? —llamó en voz baja, pero Cassian ya no estaba.

El pánico se apoderó de él.

—¿Me habré metido en problemas por dormirme? ¿Me despedirá?—

Asustado, decidió buscar a la señora Rosa para explicarle lo sucedido, pero la mansión era demasiado grande y terminó perdiéndose en los interminables pasillos.

—¿Cómo regreso a la zona de los sirvientes? —murmuró para sí mismo, sintiéndose como si estuviera en un laberinto.

Mientras tanto, la señora Rosa, al notar su ausencia, revisó las cámaras de seguridad para localizarlo.

—Elliot… —suspiró la mujer al encontrarlo. Había terminado en un pasillo poco transitado, cerca del almacén.

Cuando Elliot la vio, corrió hacia ella.

—Señora… creo que cometí un error. ¡Seguramente el joven maestro me despedirá!

—¿Quién te dijo eso? El joven maestro no ha dicho nada —respondió Rosa con calma—. Vamos, regresa a tu habitación. Debes prepararte para la cena.

Elliot asintió y comenzó a alejarse.

En la familia Lancaster, era tradición que todos los miembros se reunieran a cenar.

—¿Se supone que debo alimentarlo? —murmuró Elliot, aún sin entender completamente su papel como asistente personal.

"De todas formas, debo disculparme por haberme quedado dormido", pensó Elliot, decidido a no rendirse.

En su habitación, encontró un uniforme de sirviente y algunas prendas de recambio. Se cambió, agradecido por la ayuda de Rosa, y prometió hacer su mejor esfuerzo.

Cuando llegó la hora de la cena, Elliot recibió su primera tarea: ir a buscar al joven maestro.

Otro sirviente lo guió hasta la habitación de Cassian.

—Toca la puerta y anúnciate —le indicó el compañero.

—Gracias —respondió Elliot con un leve asentimiento.

Tomó aire y golpeó la puerta.

—Joven maestro, soy yo…

—Entra.

La voz de Cassian resonó desde el interior, grave y autoritaria.

Elliot abrió la puerta con cautela.

La habitación era amplia y lujosa, con un diseño europeo clásico que le recordaba a los palacios de la realeza que había visto en la televisión.

Cassian estaba aplicándose perfume tras haber salido de la ducha y cambiado de ropa.

Elliot recordó lo sucedido en la biblioteca y bajó la cabeza.

—Perdóneme, prometo que no volveré a quedarme dormido —dijo con humildad.

Cassian lo observó con indiferencia.

—No importa. Aunque te pedí que te sentaras, terminaste durmiéndote —comentó sin darle demasiada importancia.

El Alfa se acercó y se detuvo justo frente a él, su aroma impregnando el aire.

Elliot tragó saliva, sintiéndose algo intimidado por la presencia dominante de Cassian.

—Lo siento mucho, joven maestro. Por favor, no me despida.

Cassian lo miró fijamente.

—No tengo intención de despedirte porque tienes una cualidad especial.

Elliot alzó la vista con sorpresa.

—¿Una cualidad…?

Cassian se inclinó levemente hacia él, sus ojos oscuros brillando con un atisbo de diversión.

—Tu única cualidad es que eres feo, omega.

Elliot parpadeó, confundido.

—¿Ah? ¿Eso es un cumplido o un insulto, joven maestro? — Dijo mientras ladeaba la cabeza.

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