Alex, que vivía abiertamente su homosexualidad, era un muchacho de 18 años, con cabello abundante, castaño ondulado y largo, ojos marrones oscuros, estatura ligeramente más baja que el promedio. Vestía una camisa blanca y chaqueta blanca, junto a un pantalón de vestir azul marino.
Debido a su situación económica Alex necesitaba compartir un departamento, de modo a estudiar en la Universidad, de lo contrario su familia no podría proveerle lo suficiente para seguir adelante.
Así que publicó en todas las redes sociales, un anuncion en el que pedía un compañero de piso, de modo a compartir los gastos y puedan tener un techo sobre sus cabezas.
Marcos, un hombre de piel morena, sonrisa encantadora, pelo corto, negro y abundante, ojos marrones oscuros, con un tatuaje enorme de Dragón en sus trabajados músculos, vestía de una remera de un club deportivo con rayas verticales azules y rojos, un short que dejaba ver sus piernas entrenadas en un gimnasio, fue el que reunía las condiciones que esperaba Alex para cerrar el trato.
Se encontraron en una plaza en un día caluroso de verano.
Marcos enseguida se dio cuenta que su compañero era gay, por sus ademanes y forma de expresarse, no le agradaba mucho la idea de compartir con él un espacio. Alex notó, cierto desdén en la mirada del otro, fiel a su personalidad, decidió ser directo con respecto a sus gustos.
—Hola, yo soy Alex. Seré directo: necesito compartir con alguien los gastos del departamento, pues no me cuadran los números y no quiero ser una carga para mis padres —dijo Alex, con una mirada desafiante.
—Pues estoy en las mismas —respondió Marcos, que tampoco dio su brazo a torcer
—. Solo que no parece que te gusten mucho los gays, por tu expresión. Pero te cuento que, si no tomamos este lugar ahora, lo perderemos— Alex, sin embargo estaba consciente de su situación, así que debería tomar ese departamento o no encontrará otro—Hay mucha demanda y nos quedaríamos sin lugar.
—No es así, solo que no me gusta que hagan sus cosas en público, tampoco todo este tema de la ideología de género —replicó Marcos con tono serio.
Alex procesó por unos segundos lo que acababa de oír "qué lástima se dijo y se ve tan guapo"
—Pues te tocará aguantar. No pienso esconder lo que soy —dijo Alex con firmeza, levantando la barbilla—. Tampoco seré discreto. Lo tomas o lo dejas decidido ahora.
Debido a su aspecto frágil, lo único que quedaba a Álex, era ser directo y parecer hasta desvergonzado, pero era su manera de defenderse. En el pequeño pueblo que vivía debía mostrarse fuerte, por la homofobia de sus habitantes.
Marcos pensó por unos instantes antes de contestar "tampoco le violaría el gay, no?":
—Lo tomo. Espero que podamos llevarnos bien.
Esa misma tarde, Alex y Marcos se mudaron al nuevo departamento. Aunque no se conocían bien, estaban decididos a compartir el espacio y organizarse para reducir gastos. Marcos ayudó a Alex con las cosas pesadas. Gracias a su complexión más robusta, no le costó trabajo hacerlo, mientras Alex, con su mentalidad más práctica, visualizaba en su mente la mejor manera de ordenar los objetos dentro del lugar. Juntos se complementaban bien y lograron formar un gran equipo.
Una vez que terminaron de acomodar todo, ambos quedaron exhaustos y se dejaron caer sobre el sofá, cada uno en un extremo. Alex, con una expresión despreocupada, arrojó unos auriculares sobre la mesa y dijo:
—Un regalo para ti, Marcos.
Marcos, sorprendido, lo miró con curiosidad.
—¿Un regalo? —preguntó, levantando una ceja—. Ni siquiera nos conocemos bien, ¿por qué lo harías?
Alex esbozó una sonrisa traviesa antes de responder:
—Es para que en la noche no te molesten los ruidos que haré con mis posibles amantes.
La ironía en el tono de Alex fue evidente, pero Marcos se quedó en silencio, procesando la respuesta.
Alex, en el fondo tenía vergüenza, ya representó su papel que le servía para establecer su punto, pero lo canso, al final no pudo pronunciar palabra y desvió la mirada. Sentía que el otro, con su presencia masculina, lo hacía sentir pequeño, frágil y tal vez un poco inseguro.
Marcos, en cambio, soltó una leve risa antes de responder:
—No te preocupes, Alex. Los usaré.
A la mañana siguiente, Marcos y Alex estaban sentados en la mesa del comedor. El ambiente era algo tenso después del incidente de la noche anterior, pero ambos sabían que era necesario aclarar las cosas.
—Bueno… creo que tenemos que hablar de lo de anoche —dijo Marcos, rompiendo el silencio mientras removía su café.
Alex asintió y luego, Marcos continuó
— Necesitamos ponernos de acuerdo en algunas cosas. Esto de compartir departamento no va a funcionar si no hay reglas claras —respondió Marcos, tratando de sonar razonable.
Alex suspiró, sabiendo que tenía razón.
—Ok, está bien. ¿Por dónde empezamos?
—Primero, lo más obvio: tocar la puerta antes de entrar. Si uno de los dos tiene compañía o simplemente quiere estar solo, pues hay que respetar. ¿Te parece? —propuso Marcos, alzando una ceja.
—De acuerdo. Es lo mínimo. No quiero "sorpresas", créeme —dijo Alex con una sonrisa nerviosa.
—Bien. Otra cosa: si vas a traer a alguien, avísame con tiempo, ¿está bien? No digo que pidas permiso ni nada, pero al menos un "oye, voy a tener visita", para que yo me prepare o salga, si es necesario.
Alex soltó una pequeña risa irónica.
—¿Salir? ¿Qué? ¿No quieres escuchar los "ruiditos"? —bromeó, mirándolo con picardía.
—¡Por favor, es en serio! —respondió Marcos, lanzándole una servilleta—. ¡Eso justo es lo que quiero evitar!
Ambos rieron, y la tensión se disipó un poco.
—Ok, ok, aviso con tiempo. Lo prometo. ¿Algo más? —preguntó Alex.
—Sí. Los gastos del lugar al 50%. Todo parejo, ni más ni menos. ¿Está bien para ti? —dijo Marcos, serio.
—Perfecto. Mis números no dan para pagar más de lo justo, así que estamos de acuerdo.
—Bien. Ah, y con la comida... si uno cocina de más, puede invitar al otro, pero nada de lavar los platos del otro. Cada quien lo suyo —dijo Marcos, señalándolo con el tenedor.
—¡Eso me gusta! No soy chef, pero cuando me pongo creativo, no me importa compartir. Pero, lavar tus platos... olvídalo —dijo Alex, sonriendo.
—Entonces queda claro. Y por último... esto es importante: no meternos en la vida privada del otro. Lo que hagas en tu cuarto o con tus amigos, es asunto tuyo. ¿De acuerdo?
Alex asintió, mirándolo con sinceridad.
—De acuerdo. Cada quien a su vida, pero con respeto. Solo pido que me respetes por cómo vivo mi vida.
—Lo haré. Y espero que tú tampoco me juzgues por ser yo... bueno, un poco gruñón —dijo Marcos, esbozando una leve sonrisa.
Ambos se quedaron en silencio un momento, asintiendo.
—Bueno, ¿ya podemos desayunar en paz? —preguntó Alex, rompiendo la seriedad.
—Por mí, sí. Pero no te acabes el café, que es mío —respondió Marcos, rodando los ojos.
—Lo compartimos, ¿recuerdas? —replicó Alex con una tenue sonisa.
Si les gusta la historia dale like :)
El café burbujeaba y el pan estaba en el punto exacto para ser consumido. Marcos le echó una mirada a Alex, lo vio concentrarse profundamente en la lectura de un libro de Serway para entender Física.
—Toma —le dijo, pasándole el café y el pan tostado—, si no te alimentas no podrás rendir adecuadamente.
Alex cerró el libro con suavidad y lo dejó sobre la mesa de la cocina. Luego frunció el ceño, visiblemente confundido.
—Pensé que no te agradaban los gays.
El otro no respondió, apenas movió los labios, luego se recostó en la silla y soltó un suspiro teatral.
—Mirá, a mí no me importa si sos gay, marciano o coleccionista de cucharitas… pero si te morís de cansancio ahora, ¿quién va a pagar mi parte del alquiler? —dijo, medio en broma, aunque bajó el tono al final.
Hizo una pausa, lo miró de nuevo y agregó con menos sarcasmo:
—No sos útil ni para discutir cuando estás así. Andá a comer algo y dormí.
—Pues lo soy. Es una parte de mí que no puedo, no quiero cambiar. ¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué no te agradamos?. clavandole la mirada al moreno.
Marcos se detuvo un momento, su mirada se desvió hacia la ventana, como si buscara escapar de los recuerdos que estaban a punto de aflorar. Su voz tembló ligeramente cuando continuó.
—Mi madre lloraba desconsoladamente. Yo me sentí confundido, no entendía por qué mi padre reaccionaba de esa manera. Joel intentó explicarle que ser gay no era algo que pudiera cambiarse, que era parte de quién era como persona. Pero mi padre no quiso escuchar.
Alex dejó su café a medio tomar, se levantó y se acercó a Marcos, su rostro reflejaba una profunda empatía. Aún así, pensó que la ira debería dirigirse al padre, pero las emociones no siguen una lógica. Le puso una mano en el hombro.
—¿Qué pasó después? —preguntó Alex con suavidad.
Marcos tragó saliva antes de seguir hablando.
—Mi padre comenzó a distanciarse de Joel. Dejaba de hablar con él durante días, semanas incluso. Mi madre intentaba mediar, pero todo empeoraba cada vez más. Un día, mi hermano decidió irse de casa porque no soportaba más la tensión y el rechazo.
La voz de Marcos se quebrantó al recordar aquel momento tan doloroso para él y su familia.
—Recuerdo cómo me sentí solo y confundido después de que Joel se fue. Mi familia ya no era la misma. La relación entre mis padres empeoró aún más hasta que finalmente decidieron divorciarse.
—Lo siento mucho —dijo Alex con sinceridad— Debe haber sido muy difícil para ti —"Y por sobre todo para tu pobre hermano" pensó, pero se abstuvo de opinar, en su familia le habían enseñado a no juzgar al que está dolido, sino escucharlo.
Marcos asintió con una sonrisa leve, pero su mente todavía estaba envuelta en los recuerdos de su familia y el impacto que tuvo el divorcio de sus padres en su vida.
Alex se dio cuenta de repente, que tenía la mano sobre los hombres de un hombre atlético y atractivo, retiró su mano lentamente, de modo a que el otro no se de cuenta, luego con calma dijo.
—Alexis vendrá hoy. Nos conocimos en una fiesta y —Alex se detuvo un momento, como si estuviera eligiendo las palabras adecuadas— desde entonces, hemos estado pasando tiempo juntos.
La curiosidad de Marcos se despertó.
—¿Es el mismo de la otra vez? —preguntó con un tono neutro, intentando no mostrar demasiado interés.
Alex se rió suavemente, sintió que su compañero de piso ya no estaba tan a la defensiva como antes, se sintió aliviado, podría convivir con él en paz.
—No exactamente. Digamos que estamos explorando cosas. Es complicado explicar. Pero sí, nos llevamos bien y nos divertimos mucho juntos.
Marcos asintió comprendiendo, o al menos intentando hacerlo. La idea de que Alex comparta tiempo con otro, parecía extraña, "supongo que paso demasiado tiempo con él, aunque claro forzosamente" pensó él. Mas que extraño, se semejaba a una sensación de vacío.
—Ponte los audífonos cuando llegue Alexis, ¿de acuerdo? No quiero que te sientas incómodo —repitió Alex por segunda vez, esta vez con un toque de seriedad en su voz, no como la primera vez, que fue con cierto sarcasmo. Realmente no quería incomodarlo.
—Alguien tocó el timbre, debe ser Alexis —dijo con una sonrisa anticipada—. ¿Quieres conocerlo?
Marcos dudó por un instante antes de negar levemente con la cabeza. La curiosidad no le ganará. Se puso los audífonos como había acordado, listo para dejar a Alex y a su invitado disfrutar del tiempo juntos sin sentirse incómodo o como un tercero en discordia.
Era tarde cuando Marcos, aún recostado en el sofá del departamento, vio su teléfono vibrar. Era un mensaje de Esther, su hermana mayor, quien siempre encontraba el momento adecuado para hacer preguntas que sacaban a relucir los temas que él prefería evitar.
Esther: Hola, hermanito. ¿Sigues vivo?
Marcos: Más o menos. Hoy fue un día largo. ¿Qué pasa?
Esther: Nada importante, solo que mamá me llamó. Dice que te escucha distante últimamente. ¿Todo bien?
Marcos se quedó mirando el mensaje. Su madre tenía esa forma particular de hacer que cualquier asunto pareciera más grande de lo que era. Pero sabía que Esther era su aliada en momentos como estos.
Marcos: Estoy bien. Solo mucho trabajo. Dile a mamá que deje de exagerar, como siempre.
Esther: Lo sabes, ¿verdad? No lo hace por molestar. Solo quiere sentir que estamos cerca, aunque no siempre lo sepa expresar.
Marcos: Lo sé, pero a veces es agotador.
Esther tardó un momento en responder, y Marcos aprovechó para tomar un sorbo de agua. Cuando llegó su respuesta, notó un cambio en el tono.
Esther: Hablando de "distante", mamá mencionó algo sobre tu nuevo compañero de departamento. ¿Es cierto lo que me contó?
Marcos: ¿Qué te contó exactamente?
Esther: Que vives con un chico… gay.
Marcos suspiró, sabiendo exactamente cómo había surgido ese comentario. Su madre era buena para conectar detalles e inferir conclusiones, aunque no siempre acertara en el tono.
Marcos: Sí, Alex es gay. ¿Por qué?
Esther: No lo digo con mala intención, solo me sorprendió que no lo mencionaras antes. ¿Te sientes cómodo con eso?
Marcos sintió cómo una punzada de incomodidad lo atravesaba. La pregunta era genuina, pero también implicaba más de lo que Esther decía directamente.
Marcos: ¿Por qué no debería estar cómodo?. Es un buen tipo, mejor que muchos que conozco.
Se sorprendió al decir eso, recordó las veces que le prestó para su pasaje o le traía la cena cuando él no podía, a pesar de sus diferencias notaba una profunda empatía por parte de él hacia los demás.
Esther: ¡Tranquilo! No estoy juzgando, solo preguntaba. Sabes lo que pensaría papá con estas cosas.
Ese comentario lo hizo fruncir el ceño. Su padre siempre había tenido ideas muy rígidas sobre lo que estaba “bien” o “mal”. Y aunque Marcos nunca había compartido esas opiniones, sabía que la sombra de esas creencias seguía presente en su familia.
Marcos: Papá no vive aquí, Esther. No tiene nada que ver con cómo manejo mi vida.
Esther: Lo sé. Pero no me negarás que a veces es difícil escapar de todo lo que nos inculcó.
Marcos apretó los labios, sintiendo un leve nudo en el pecho. Su hermana tenía razón. La dinámica familiar había estado marcada por el perfeccionismo, las expectativas y los juicios silenciosos.
Marcos: Alex no es el problema, si eso te preocupa. De hecho… creo que he aprendido más de él en estos meses que de muchas personas en toda mi vida.
Esther: ¿Aprendido? ¿Cómo así?
Marcos dudó antes de responder. No quería que Esther pensara mal ni sacara conclusiones raras sobre su compañero de piso. Eligió sus palabras con cuidado.
Marcos: Es difícil de explicar. Solo… me siento escuchado, ¿sabés? Estar lejos de ustedes me pegó más de lo que pensé. A veces me agarra una melancolía rara.
Esther: Wow, eso suena… intenso. ¿Algo más que quieras contarme?
Marcos se permitió sonreír. Su hermana siempre sabía cuándo empujar un poco más y cuándo detenerse. Pero esta vez, decidió abrirse un poco más con ella.
Marcos: Digamos que me hace cuestionar muchas cosas. Y admito que me asusta, tal vez esté equivocado en ciertas cosas.
Esther: Suena a que este chico no es cualquier compañero de departamento.
Marcos se rió en silencio, sacudiendo la cabeza.
Marcos: No empieces.
Esther: No digo nada. Solo que… tal vez sea momento de escucharte a ti mismo por una vez. Deja de pensar tanto en lo que los demás esperan de ti.
Marcos leyó ese último mensaje varias veces. Era un consejo simple, pero sabía que llevaba mucho peso detrás. Su familia, especialmente Esther, siempre había estado ahí para recordarle lo importante que era no perderse a sí mismo en el proceso de complacer a otros.
Marcos: Gracias, Esther. Lo intentaré.
Tal vez su hermana tenía razón. Tal vez, por primera vez en mucho tiempo, valía la pena dejar de preocuparse tanto por las expectativas de otros y empezar a pensar por sí mismo. Total las cosas entre Alex y él solo hay una amistad conveniente, el de compañeros de piso, ¿no?
La luz del atardecer se filtraba por las cortinas del departamento, bañando todo con un tono dorado. Alex estaba sentado frente al espejo del baño, observando su reflejo con una mezcla de fascinación y resignación. Había algo en sus ojos que siempre delataba más de lo que quería mostrar. Ese día, el cambio era sutil pero inconfundible: el marrón oscuro que usualmente los caracterizaba había cedido, transformándose en un tono más claro, casi dorado.
Suspiró. Sabía lo que eso significaba.
—Otra vez… —murmuró, tocándose el rostro como si pudiera borrar lo que veía.
Alex no podía evitar notar el patrón. Cada vez que alguien se acercaba demasiado a él, ya fuera amor o sexo, sus ojos cambiaban de color. Al principio lo había ignorado, pensando que eran juegos de luces o su imaginación. Pero ahora sabía que era real. Era el precio del pacto, la señal de que algo dentro de él reclamaba lo que no era suyo.
La voz de Marcos lo sacó de sus pensamientos.
—¡Alex! ¿Qué haces encerrado? Sal a respirar aire fresco.
Alex cerró los ojos, inhaló profundo y salió del baño, intentando recuperar su fachada despreocupada. Marcos estaba en la sala, con una cerveza en la mano, mirando por la ventana. Cuando Alex se acercó, Marcos lo miró de reojo y frunció el ceño.
—¿Estás bien? —preguntó. Ya lo conocía suficiente, para saber que no. Solo esperaba que le revelara el origen de sus preocupaciones.
—Sí, solo... tenía un poco de sueño —respondió Alex, evitando el contacto visual.
Pero Marcos no era tonto. Había algo diferente en Alex, aunque no lograba precisar qué. Sus ojos, normalmente oscuros y profundos, ahora tenían un brillo extraño, un tono más claro que captaba la luz de una forma casi hipnótica.
—Tus ojos… —dijo Marcos de repente, inclinándose un poco hacia él—. ¿Siempre han sido así?
Alex se tensó, pero rápidamente recuperó la compostura.
—¿Así cómo? —respondió con una sonrisa, tratando de desviar la atención.
—No sé… más claros. Se ven diferentes, como si estuvieran… ¿vivos?
Alex rió, aunque la risa le salió nerviosa.
—Debe ser la luz. Siempre me pasa cuando hay un buen atardecer.
Marcos lo observó por un momento más, dudando, pero finalmente decidió dejarlo pasar. La alternativa de que los ojos del compañero de piso cambiara porque si, no sonaba lógico. Algo, sin embargo le decía que Alex tenía secretos, pero también sabía que no los revelaría fácilmente.
—Si tú lo dices —respondió finalmente, encogiéndose de hombros.
Alex se dejó caer en el sofá, tratando de ignorar el calor que sentía en su pecho, esa sensación de que algo dentro de él se estaba alimentando de la conexión que compartía con Marcos. Era lo mismo que había pasado con Víctor, con Alexis y con todos los demás. Al principio, sus relaciones eran intensas, llenas de energía y emoción. Pero poco a poco, algo cambiaba. Sus parejas empezaban a mostrarse agotadas, emocionalmente drenadas, mientras que él sentía un vigor extraño, como si estuviera absorbiendo algo de ellos sin querer.
Esa era la verdadera razón por la que no duraba con nadie. No eran ellos, era él. Su energía, su presencia, su esencia… todo lo que hacía que las personas se sintieran atraídas a él, también las agotaba.
Marcos encendió la televisión, distraído, mientras Alex lo miraba de reojo. No podía evitar preguntarse cuánto tiempo pasaría antes de que Marcos también lo sintiera. Antes de que esa chispa de amistad, de confianza, comenzara a desmoronarse. Sabía que era inevitable, pero aún así, algo dentro de él se aferraba a la esperanza de que, esta vez, fuera diferente.
Miró sus manos, temblorosas, y luego levantó la vista hacia el reflejo en la pantalla apagada de la televisión. Ahí estaban de nuevo, sus ojos. Ese brillo dorado que nunca traía nada bueno.
Y aunque Marcos seguía ajeno a lo que realmente pasaba, Alex no podía dejar de preguntarse: ¿Cuánto tiempo más podrá soportarlo antes de que lo aleje también?
Los días se convirtieron en semanas, y Alex empezó a notar algo extraño. Por lo general, cuando alguien pasaba tanto tiempo cerca de él, el cambio era inevitable: cansancio, irritabilidad, una especie de agotamiento que drenaba lentamente su energía emocional. Pero con Marcos, era diferente. Él no mostraba ninguno de los signos habituales. Si acaso, parecía incluso más vital, más presente.
Alex trató de no pensar demasiado en ello al principio. Tal vez Marcos era una excepción. Tal vez sus emociones estaban tan blindadas que simplemente no podía afectarlo. Pero cuanto más tiempo pasaban juntos, más evidente se hacía: algo en Marcos resistía la energía que solía consumir a otros.
Era una noche tranquila cuando Alex decidió probar algo. Estaban sentados en el sofá, viendo una película que ninguno realmente estaba siguiendo. Marcos, relajado, tenía una pierna cruzada sobre la otra, con una expresión serena mientras miraba la pantalla. Alex, en cambio, no podía dejar de observarlo de reojo.
—¿Por qué siempre estás tan... tranquilo? —preguntó Alex de repente, rompiendo el silencio.
Marcos giró la cabeza hacia él, arqueando una ceja.
—¿Tranquilo? No sé si alguien me ha llamado así antes.
—Sí, tranquilo —insistió Alex, estudiándolo—. La mayoría de las personas que pasan tanto tiempo conmigo... bueno, no se sienten así.
—¿Así cómo? —preguntó Marcos, interesado.
Alex vaciló por un momento, buscando las palabras adecuadas.
—Cansados, irritados, como si estar conmigo les pesara. Pero tú… parece que nada te afecta.
Marcos soltó una risa suave, casi incrédula.
—¿Pesado? Por favor. Si alguien aquí tiene quejas, soy yo. Eres tú quien a veces parece estar en otro mundo.
Alex frunció el ceño, sus ojos bajando al suelo. Había algo en las palabras de Marcos que lo hizo sentir expuesto, vulnerable. Pero también había algo más: curiosidad. ¿Por qué Marcos era diferente?
—Quizás soy raro —agregó Marcos, encogiéndose de hombros—. O tal vez tú no eres tan insoportable como crees.
Alex lo miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de intriga y frustración.
—No lo entiendes. No es algo que yo haga conscientemente. Es algo que simplemente… pasa.
Marcos ladeó la cabeza, tratando de entenderlo.
—¿Qué pasa, exactamente?
Alex suspiró y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Las personas que se acercan demasiado a mí… siempre terminan yéndose. No porque quieran, sino porque algo en mí los desgasta. Es como si mi presencia los consumiera.
Marcos lo miró, sorprendido por la sinceridad de Alex.
—¿Y crees que eso me va a pasar a mí? —preguntó, con un tono que no era de burla, sino de genuina curiosidad.
Alex levantó la vista, sus ojos ahora más claros, casi dorados bajo la tenue luz de la lámpara. Había algo profundamente humano y al mismo tiempo inquietante en ellos.
—No lo sé. Pero siempre pasa. Así que, si empiezas a sentirte diferente… solo prométeme que me lo dirás.
Marcos lo estudió en silencio por un momento antes de asentir.
—Lo prometo.
Marcos, se soprendió al escucharse así mismo, "qué hacía prometiendo no abandonar a un chico"
Con el paso de los días, Alex intentó mantenerse distante. Evitó largas conversaciones y trató de limitar el tiempo que pasaba con Marcos, aunque eso lo hiciera sentir miserable. Pero Marcos no lo permitió. Siempre encontraba una excusa para pasar tiempo con él: cocinar juntos, ver alguna película o simplemente charlar sobre el día. Y cada vez que lo hacía, Alex notaba algo peculiar.
Había momentos en que su propia energía parecía fluir hacia Marcos, pero en lugar de drenarle como a los demás, Marcos la devolvía, como si fuera un reflejo. Esto nunca le había pasado con nadie antes. Normalmente, las personas absorbían su energía y quedaban vacías, pero Marcos parecía devolverla amplificada, como si fuera inmune a lo que cargaba Alex.
Una noche, mientras lavaban los platos después de cenar, Alex decidió enfrentarlo directamente.
—Marcos, ¿alguna vez has sentido algo extraño cuando estás cerca de mí? —preguntó, tratando de sonar casual.
Marcos lo miró de reojo, secándose las manos con un paño.
—¿Extraño cómo?
—No sé. ¿Como si te afectara de alguna manera?
Marcos se apoyó en el fregadero, estudiándolo.
—¿Quieres saber la verdad?
Alex asintió, su corazón latiendo con fuerza.
—Sí.
Marcos sonrió, esa sonrisa despreocupada que parecía desarmar a Alex cada vez.
—Lo único extraño es que, cuando estoy cerca de ti, siento… calma. Como si todo tuviera sentido, incluso cuando no lo tiene.
Alex se levantó de la silla y caminó hacia su cuarto, dejando atrás la sala con las luces tenues y el leve olor a café frío. Abrió la puerta con cuidado y entró en su pequeño refugio: un espacio modesto y ordenado, donde la luz amarilla de una lámpara de mesa dibujaba sombras suaves sobre las paredes gastadas.
La cama, cubierta con una colcha sencilla y un par de almohadas un poco aplastadas, parecía invitarlo al descanso. Al lado, una pequeña mesita sostenía un vaso de agua y algunos libros apilados con cuidado. En una esquina, una mochila descansaba apoyada contra la pared, junto a un par de zapatos desgastados.
Alex se quitó la chaqueta, la colgó en un gancho detrás de la puerta, y se dejó caer sobre la cama con un suspiro. Cerró los ojos y se permitió por un momento perderse en el silencio tenue del departamento, mientras su mente aún jugaba con las imágenes del sueño.
Luego despertó sobresaltado, con la sensación de que su mente había recorrido kilómetros mientras su cuerpo permanecía inmóvil. Se pasó una mano por la frente, notando el sudor frío que empapaba su piel. Había soñado con su pueblo natal, pero no era un sueño cualquiera. Todo era tan vívido: las casas desgastadas, los campos que rodeaban el lugar, y sobre todo, la figura frágil de su abuela sentada en la vieja mecedora de madera.
Pero había algo más. En el sueño, ella había tosido con fuerza, su rostro arrugado por el esfuerzo. Sus palabras resonaban aún en su mente: "Alex, no queda mucho tiempo."
—¿Qué demonios fue eso? —murmuró para sí mismo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
En la sala, Marcos estaba preparando café cuando Alex salió de su habitación, todavía desorientado. Marcos lo miró de reojo, notando las ojeras que adornaban su rostro.
—¿Noche difícil? —preguntó, ofreciéndole una taza.
Alex tomó la taza sin responder de inmediato. Bebió un sorbo y finalmente murmuró:
—Soñé con mi abuela. Se veía mal… enferma.
Marcos se apoyó en el marco de la puerta, mirándolo con curiosidad.
—¿Fue un sueño normal o uno de esos raros que tienes?
Alex levantó la mirada, sorprendido.
—¿Qué sabes de mis sueños?
Marcos se encogió de hombros.
—Te he escuchado hablar de ellos antes. Y, para ser honesto, hay algo en ti que siempre parece estar... conectado a otro lugar.
Alex suspiró y dejó la taza sobre la mesa.
—No lo sé, Marcos. Pero este sueño… se sintió diferente. Como si no fuera solo un sueño.
Marcos cruzó los brazos, estudiándolo.
—¿Y qué piensas hacer?
Alex se quedó en silencio. Sabía que no podía ignorarlo. Si había algo que su abuela necesitaba, debía averiguarlo, aunque eso significara volver a ese lugar que había dejado atrás.
Esa noche, Alex decidió intentar algo loco, había escuchado en varias ocasiones de parte de su abuela que sus descendientes podían viajar a través de los sueños, en el pasado creía que eran tonterías de una persona anciana. Se recostó en su cama, cerró los ojos y dejó que su mente se sumergiera en el mundo de los sueños. Respiró profundamente, concentrándose en la imagen de su pueblo, en los detalles que recordaba: el aroma de la tierra húmeda, el sonido del viento entre los árboles, el viejo velador roto y reparado de porcelana en forma de caballo.
Poco a poco, el entorno a su alrededor cambió. La habitación desapareció, y cuando abrió los ojos, estaba allí: en el pequeño pueblo donde había crecido. La sensación era abrumadora. Cada detalle era tan real que casi podía sentir el frío de la noche en su piel.
Caminó por las calles polvorientas hasta llegar a la casa de su abuela. Las luces estaban encendidas, y a través de la ventana vio a su abuela sentada en la mecedora, exactamente como en su sueño. Pero esta vez, la escena era aún más inquietante. Su tos era más frecuente, su respiración más pesada.
—Abuela… —susurró Alex, acercándose a la ventana.
De pronto, ella levantó la cabeza, como si lo hubiera escuchado. Sus ojos, cansados pero llenos de amor, parecieron buscar algo en la oscuridad.
—Alex… —murmuró ella, como si supiera que estaba allí.
El sonido de su voz lo estremeció. Esto no podía ser solo un sueño. Estaba viendo algo real.
Alex despertó de golpe, jadeando. Era como si su mente hubiera sido jalada de regreso a su cuerpo. Miró el reloj: eran las tres de la madrugada, pero sabía que no podía esperar. Se levantó de la cama y tomó su teléfono.
—¿Qué haces despierto? —preguntó Marcos desde el sofá, donde había estado viendo una película de terror.
Alex se detuvo, sorprendido.
—¿No estabas durmiendo?
—Estaba esperando. Sabía que ibas a levantarte. —Marcos lo miró con seriedad—. ¿Qué pasó?
Alex dudó, pero finalmente respondió.
—Tengo que llamar a mi mamá. Algo le pasa a mi abuela.
Marcos lo miró fijamente, como tratando de medir la intensidad de sus palabras.
—¿Es por el sueño? —preguntó.
Alex asintió lentamente.
—No sé cómo explicarlo, pero... fue real.
Marcos no dijo nada por un momento,estaba dispuesto a creerle, aunque sonaba loco.
—Entonces llámala —dijo finalmente—. A veces, las cosas que no podemos explicar también son ciertas.
Minutos después, Alex estaba al teléfono con su madre. Su corazón se aceleró cuando ella confirmó lo que temía.
—Sí, Alex, tu abuela ha estado mal estos días. No quería preocuparte, pero... la tos no mejora, y se cansa mucho.
Alex cerró los ojos, sintiendo una mezcla de alivio y angustia. El sueño había sido real. Lo que había visto era cierto.
—Voy a ir este fin de semana —dijo, sin dudarlo.
—No tienes que hacerlo… —empezó a decir su madre, pero Alex la interrumpió.
—Voy a ir.
Cuando colgó, se dejó caer en el sofá, su mente aún procesando lo que acababa de ocurrir. Marcos, sentado cerca, lo observaba en silencio.
—¿Estaba bien? —preguntó finalmente.
—No, está muy enferma —murmuró Alex.
Después de un momento, se incorporó del sofá. Ya estaba buscando pasajes en su celular.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play