Capítulo 1
Mi nombre es Minji, y soy una joven común de Hanbuk, Corea. A decir verdad, ni siquiera soy especial. Mis sueños siempre fueron demasiado grandes para alguien como yo. Siendo honesta, no sé cómo he llegado hasta aquí, pero hoy, mientras trabajo en el restaurante "Sarang Jib", me siento como si estuviera atrapada en un ciclo interminable de esfuerzo y cansancio, siempre al borde de rendirme.
La noche, como siempre, es lo peor. El aire está impregnado con el olor a kimchi y carne asada, mientras corro de un lado a otro llevando platos que nunca parecen acabar. Mi jefe, apenas me dirige la palabra, solo cuando hay algún error o cuando no le traigo la cuenta a tiempo. Los clientes, por otro lado, se sienten con el derecho de mirarme como si fuera un mueble más del lugar. Y los borrachos... esos son los peores. Siempre gritando, siempre haciéndome sentir incómoda con sus bromas groseras.
—¡Ey, mesera! —grita uno de ellos, levantando la copa de soju en el aire, con una sonrisa ladeada que ni siquiera intenta disimular lo burdo de su mirada—. ¿Cómo te llamas, preciosa? —
Lo ignoro, como todos los demás. Sé que si respondiera, solo seguirían. No quiero que me vean como una simple sirvienta. Aunque, en el fondo, es todo lo que soy, ¿no? Una chica común, atrapada en la rutina diaria, que trabaja demasiado y es recompensada con nada más que propinas miserables. Solo pienso en los pocos billetes que caen al final del turno, los cuales ni siquiera alcanzan para cubrir la comida del día siguiente.
El calor de la cocina es insoportable, y cada vez que salgo de ahí para atender a una mesa, siento que me queman los pies. Mi cuerpo ya está acostumbrado al dolor, a las ampollas y a la fatiga. Al final del día, mis piernas son solo peso muerto. Pero aun así, sigo adelante. Porque, ¿qué más puedo hacer?
A mis 22 años, ya he aprendido que no hay otra opción. Mis sueños de ser chef, de ser algo más que una mesera, parecían un lujo inalcanzable. En casa, mi madre siempre me lo recordaba. “Tu lugar está en la casa, Minji. No eres más que una mujer, ¿qué esperas? No puedes soñar con cosas que no están hechas para ti.” Eso era lo que me decía cada vez que mencionaba la universidad, cada vez que les hablaba de la beca que había conseguido. No me lo permitió, y aunque intenté pelear, mi madre siempre tenía la última palabra.
Así que, cuando cumplí 18 años y pude salir de la casa de mi padre, ya no dudé ni un segundo. Tomé mis cosas y me fui, con la esperanza de que algún día podría cambiar mi destino. Me fui, también, para dejar atrás a mi madre y a mi hermano menor, quien, en su desdén, parecía ser un niño mimado, incapaz de ver más allá de su pequeño mundo.
Los primeros años fueron duros, claro. No solo luchaba con el cansancio y el maltrato en el trabajo, sino que también vivía bajo la constante preocupación de no tener suficiente para comer. A veces me quedaba despierta, mirando el techo de mi habitación, preguntándome si alguna vez lograría ser lo que realmente quería ser. Estudiar en la universidad no fue fácil. La beca solo cubría la matrícula, así que me vi obligada a trabajar en el restaurante de noche, después de clases. Cada jornada se volvía más pesada que la anterior.
Mis compañeros de clase no entendían. Todos ellos venían de familias que podían permitirse pagar la universidad, sin tener que preocuparse por el alquiler, la comida o el transporte. Ellos dormían tranquilamente mientras yo me arrastraba de un lado a otro, luchando por mantenerme despierta y rendir en las clases.
Pero lo hice. A pesar de todo, conseguí terminar la carrera. Me gradué en cocina, mi sueño. Y a pesar de no tener ninguna conexión ni apoyo, al menos pude hacerlo por mí misma. Con esfuerzo y sacrificio, me convertí en chef, aunque mis primeras oportunidades fueran en lugares tan pequeños como este restaurante. Pero al menos ya estaba allí.
Esa noche, mientras caminé de nuevo hacia la mesa de los borrachos, me sentí especialmente cansada. Estaba agotada, mi espalda me dolía, y el cuello, tenso por el peso de tantas horas de trabajo, no parecía querer aliviarse. Dejé los platos con una sonrisa, casi automática, pero en el fondo, mi mente no podía dejar de preguntarse si algún día las cosas cambiarían.
Fue entonces, cuando regresaba a la sala de descanso, que sentí mi teléfono vibrar en el bolsillo del delantal. Lo saqué rápidamente, al mirar la pantalla, me quedé sin aliento.
Era un mensaje de la universidad.
Minji, necesitamos hablar contigo sobre tu solicitud de trabajo como chef. Tu solicitud ha sido aceptada. El puesto está disponible, si deseas aceptarlo.
Mis manos temblaron ligeramente. No podía creer lo que estaba leyendo. Después de todo lo que había pasado, después de tanto esfuerzo, finalmente tenía la oportunidad de trabajar en algo que realmente amaba. Algo que no fuera servir a borrachos ni cargar bandejas de comida. Mi corazón latió con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que, quizás, mi vida estaba por cambiar.
Capítulo 2
Después de aquel mensaje de la universidad, mi vida comenzó a transformarse de una manera que ni en mis sueños más salvajes habría imaginado. El tiempo pasó volando. En un abrir y cerrar de ojos, pasé de ser una joven que apenas lograba sobrevivir a las horas interminables de trabajo en un restaurante coreano a convertirme en una de las chefs más reconocidas del mundo.
Al principio, el éxito fue un proceso lento. Las puertas no se abrieron de inmediato. A veces, dudaba si lograría realmente destacar en este mundo tan competitivo. Pero, con cada plato que creaba, con cada crítica que recibía, sabía que estaba en el camino correcto. Los años de sacrificio, las noches de insomnio, los días sin descanso, todo eso comenzó a dar sus frutos. Y así, con el tiempo, mi nombre comenzó a sonar en el mundo culinario, primero a nivel local, luego nacional, y finalmente internacional.
Mi restaurante, “Minji's Essence”, en la ciudad de Seúl, se convirtió en un lugar de peregrinaje para aquellos que querían probar lo mejor de la cocina coreana con un toque moderno. Llegué a estar en la cima, con un reconocimiento que traspasaba fronteras. La prensa internacional me cubría con admiración, y mi nombre aparecía junto al de los chefs más prestigiosos. La gente venía de todas partes del mundo solo para probar mis platos. Yo, Minji, la chica que alguna vez sirvió comida a borrachos y fue rechazada por su propia familia, era ahora una leyenda viviente en la cocina.
Pero como ocurre en todos los cuentos, cuando las cosas van bien, el destino no tarda en mostrar su cara oscura. Fue en el apogeo de mi carrera, cuando ya no tenía nada que probar y me sentía más segura que nunca, que ellos aparecieron: mis padres. Después de más de diez años sin saber nada de ellos, llegaron a mi restaurante con una cara llena de exigencias.
Me lo contaron sin preámbulos. Mi hermano, el que siempre fue el consentido y nunca hizo nada en su vida, había metido las manos en un negocio con unos "amigos", y claro, el negocio fracasó estrepitosamente. Ahora, ellos querían que yo les ayudara, que les diera dinero para que mi querido hermano pudiera seguir derrochando, sin que se le cayera la "careta" de joven emprendedor. Y lo peor de todo, decían que debía hacerlo porque “me habían criado” y “me habían dado todo lo que tenía”.
—¡¿Lo qué?! —me solté a reír con fuerza. Mi risa no solo era de incredulidad, sino también de rabia. Era casi irónico. ¡Ellos, que nunca hicieron nada por mí, ahora pretendían que los mantuviera!
Durante mis primeros años, mi abuela fue la única que me educó, me cuidó, y me enseñó a ser fuerte, independiente. Ella fue quien me compraba ropa y calzado, incluso lo básico de la escuela, mientras mis padres, como siempre, se desentendían. Y cuando ella falleció, me las tuve que arreglar sola, con trabajos pequeños, algunos por conocidos, otros por simples favores. Incluso iba a la iglesia local a ayudar, y el párroco me permitía elegir lo que quisiera de las donaciones: ropa, comida, lo que fuera. Si quería comer, debía ser por mi cuenta, cocinando lo que pudiera conseguir. En mi casa, después de la muerte de mi abuela, si no cocinaba, no tenía derecho a un plato de comida. ¿Y ahora estos dos querían que les diera dinero? ¡Por favor!
Los miré fijamente, con el rostro más indignado que había tenido en años, y les solté sin pensarlo
—¡Cuenten a todos lo que realmente son! Tengo pruebas, mamá —les dije señalando a mi madre—. ¿Recuerdas cuando rechazaste la beca que había conseguido? Lo hiciste para que no estudiara, para que no tuviera una vida mejor. Tú misma me desechaste, me intentaste hundir… y miren ahora. Después de diez años sin saber nada de mí, ¿quieren seguir arruinándome la vida? ¡Lárguense! —
Mis palabras resonaron en el aire, y con un gesto impaciente, los eché de mi restaurante. Ellos, sorprendidos por mi reacción, intentaron defenderse, pero no lo permitiría. Salieron entre gritos, y mi madre amenazó con ir a los medios a contar su "versión de la verdad". Me dieron risa, la verdad. Les miré con desprecio y les respondí con una sonrisa sarcástica.
—¡Que lo hagan! ¡Que vayan a los medios! ¡Cuéntales lo buenos padres que fueron! Tengo la foto, mamá. Tu firma está ahí, en la carta donde declaras que no creías que tuviera talento, por lo que rechazabas la beca, decir que los directivos de la universidad son más amables que mi propia familia, por lo que la beca me la otorgaron de igual manera. ¿Sabes qué? ¡Ni siquiera quiero que se acerquen a mí nunca más! —
Cuando finalmente se fueron, no sin antes hacer un escándalo que incluso obligó a que llamara a la policía, pude respirar aliviada, pero aún furiosa. Mi cabeza seguía llena de pensamientos y de recuerdos amargos. Me dirigí nuevamente a la cocina para terminar el caldo de pollo que había estado preparando, aunque, debo admitir, estaba tan distraída por todo lo que acababa de pasar que no presté la atención debida.
Tomé el cucharón, lista para probar el sabor, cuando de repente, algo pequeño y duro se deslizó por el líquido espeso. Me detuve en seco. Un pequeño hueso, probablemente de la carne de pollo que estaba utilizando, se coló en mi garganta sin darme tiempo para reaccionar. Intenté toser, tragar, todo lo que podía, pero el hueso no se movía. Mi respiración se volvió cada vez más difícil, mi vista comenzó a nublarse, y el aire se fue agotando lentamente. No podía respirar.
Caí al suelo de la cocina, con la última imagen que vi siendo la oscuridad que me envolvía.
"Chef famosa muere de forma insólita: Atragantada con un hueso de pollo. La ironía culinaria alcanza su punto máximo"
Imaginen el titular, ¿no? Después de todo lo que había logrado, ¡iba a ser conocida por morir como una cualquiera! Morir de asfixia por un hueso de pollo. ¡Qué humillación! ¡Hasta me morí en mi propia cocina, donde se suponía que todo debía ser perfecto! ¿Cómo lo iban a contar? ¿"Minji, la chef mundialmente reconocida, muere en lo que parecía ser un accidente culinario más digno de un desastre de televisión"? ¡La ironía de mi vida!
Si alguien alguna vez lee esa noticia, va a pensar que el destino tenía un extraño sentido del humor, o que mi vida era en sí misma una comedia de enredos.
Pero bueno, al menos me reiría desde el más allá. ¡Y qué mejor manera de irse, no?
Capítulo 3
Desperté lentamente, con una sensación extraña que me recorría todo el cuerpo. Estaba flotando en un mar de suavidad, rodeada de una sensación de calor, de confort. Mi cuerpo, que antes estaba tan acostumbrado al cansancio y las tensiones de mi vida pasada, ahora se sentía ligero y suave, casi como si no fuera el mío. Al abrir los ojos, todo parecía borroso. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la vista, pero el entorno seguía siendo una confusión de colores difusos.
Poco a poco, la niebla comenzó a disiparse y lo que vi me dejó completamente en shock.
Estaba acostada en una cama de terciopelo rojo, rodeada de cortinas finas y con un dosel adornado con hilos dorados. El aire a mí alrededor estaba perfumado con flores y algo... algo más que no podía identificar. Al intentar moverme, sentí una extraña incomodidad, como si mi cuerpo fuera más pequeño de lo que recordaba. Miré mis manos, pero ya no eran las de una mujer adulta, sino las de una niña pequeña, probablemente de unos diez años. No podía entenderlo. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era esto posible? ¿Era una pesadilla? No, no podía ser.
Me levanté con esfuerzo, observando a mí alrededor. La habitación en la que me encontraba era lujosa, demasiado para lo que había estado acostumbrada. Había muebles de madera tallada, espejos con marcos dorados, y tapices con escenas de batallas medievales. A lo lejos, podía escuchar los ecos de una conversación suave, y al girar la cabeza, vi a una mujer parada cerca de la puerta, mirándome con una expresión de sorpresa.
—¡Mi lady, por fin despierta! —exclamó, acercándose rápidamente. Su rostro reflejaba una mezcla de alivio y preocupación.
Era una mujer de edad avanzada, vestida con un sencillo pero elegante vestido de sirvienta. Su cabello gris, recogido en un moño apretado, no dejaba de moverse ligeramente mientras se acercaba. Su nombre, según mi mente, surgió al instante. Era Madame Eudora, mi niñera.
Lo que me sorprendió aún más fue la forma en que me miraba, como si me hubiera estado esperando, como si no estuviera sorprendida por verme despertando en un cuerpo tan joven.
—¿Mi lady? — Repitió con suavidad, casi temerosa, mientras me tomaba la mano con delicadeza—. ¿Está usted bien?
Intenté responder, pero mi voz sonaba extraña, como si tuviera algo de rasposa, y lo único que pude hacer fue mirarla confundida. ¿Era esto realmente mi vida ahora? ¿Era esto lo que había sucedido después de... lo de la cocina? No entendía nada. No recordaba nada de cómo había llegado aquí.
Madame Eudora, viendo mi desconcierto, hizo una reverencia rápida, pero sin perder la dulzura en su expresión.
—Mis disculpas, mi lady. No debería haberme precipitado. Permítame ayudarla a levantarse — dijo, mientras me ofrecía su mano para ayudarme a sentarme en la cama.
Sentí un nudo en el estómago al darme cuenta de que todo esto era real. ¡Este no era el mundo que conocía! ¿Estaba... reencarnada en otro cuerpo? ¿Había saltado a través del tiempo?
El sonido de la puerta abriéndose me distrajo de mis pensamientos. Al girar hacia la entrada, vi a dos personas que entraron con aire solemne. Sus vestimentas eran elegantes, y sus rostros, serios y llenos de preocupación, me resultaban... familiares, aunque no podía reconocerlos. Tenían una elegancia innata, como si pertenecieran a una nobleza antigua.
—¿Está mejor, querida? —Preguntó la mujer, con una voz cálida, mientras se acercaba a la cama—. Hemos estado tan preocupados.
Era una mujer de rostro delicado, de cabello oscuro y largo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Su figura esbelta estaba vestida con un elegante vestido de seda, y su porte era tan majestuoso que casi parecía estar hecha de pura gracia.
A su lado, el hombre que la acompañaba era alto y de hombros anchos, con una postura erguida y una mirada protectora. Su rostro, aunque serio, mostraba una bondad oculta. Era un hombre apuesto, con una barba bien cuidada y un par de ojos oscuros que me observaban con amor.
—Mi querida hija, ¿cómo te encuentras? —dijo el hombre, acercándose a mí. Su voz tenía un tono suave, pero autoritario, como el de alguien acostumbrado a tomar decisiones.
Dije en voz baja, como si intentara encontrar respuestas: —¿Hija...?
Madame Eudora me miró preocupada, como si fuera la única que podría explicar lo que ocurría.
—Mi lady, ellos son sus padres. El Marqués y la Marquesa de Leyland, su familia.
La información me golpeó como un trueno. ¡Ellos... eran mis padres! Mis nuevos padres, en este mundo desconocido. El Marqués y la Marquesa, los nobles que me habían dado la bienvenida en esta vida. Pero había algo más, algo que me hacía sentir un extraño vacío. Aunque veía su amor en sus ojos, sentía que no pertenecía aquí. No conocía sus nombres, no recordaba haber nacido en esta familia. Y lo más desconcertante de todo: ¿por qué había llegado hasta aquí?
Mi cabeza daba vueltas mientras los miraba, con las manos en mi regazo, sin saber qué hacer o decir. ¿Cómo podía ser esto posible? ¿Por qué, después de todo lo que había vivido en mi vida pasada, estaba aquí, con una nueva identidad, en un cuerpo joven y en una familia noble?
La Marquesa sonrió con dulzura, como si notara mi confusión, y acarició mi cabello con ternura.
—No te preocupes, querida. Sabemos que debes estar confundida, pero aquí, en nuestro hogar, serás muy feliz. Siempre te hemos amado, y ahora que estás bien, podemos disfrutar de nuestra familia junta. —
Madame Eudora asintió, como si confirmara las
palabras de la Marquesa.
—Sí, mi lady. Todo está bien ahora. Su familia está aquí para usted, y nadie la hará daño. —
Pero yo no podía dejar de preguntarme: ¿quién era realmente en este lugar? ¿Qué significaba ser la hija de los Marqueses de Leyland? ¿Y cómo podría adaptarme a este nuevo mundo, a esta nueva vida, en la que todo parecía tan ajeno y tan distante?
Una cosa era clara, aunque no comprendiera por completo lo que estaba pasando: estaba atrapada en una nueva vida, una que me esperaba para ser vivida. Y aunque el miedo se instalaba en mi pecho, también sentí un atisbo de emoción. ¡Este era un nuevo comienzo! Pero ¿sería capaz de aprovecharlo?
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