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Me Casé Con El CEO Enmascarado Y Discapacitado

—1—

Estaba sentada en la tumba de mi madre, llorando sobre la desdicha que nos acompañó desde que ella falleció.

Mi padre se volvió violento y adicto a los juegos de mesa donde apuesta y pierde cada vez, la empresa está en bancarrota y no sé cuánto pagaré están sobre su escritorio. Mi familia está en la ruina.

Soy Elena Coen, tengo 17 años, hija de Mario Coen, un hombre que era una eminencia en los negocios, Pero con la muerte mi madre entró en depresión, se hundió y de ahí no salió.

Tengo una hermana mayor, Loren Coen, de 25 años. Ella es una mujer mimada y muy egocéntrica. Le gusta la buena vida y las cosas fáciles. Ella y yo somos como el agua y el aceite.

Regresé a casa. Mi padre salió al casino. Y mi querida hermana Loren, lo acompañó. Ella cree que puede conseguir un hombre millonario que puede complacer sus caprichos.

Mi casa es un basurero, ya no hay empleadas que nos hagan las cosas pero ellos no se ocupan de nada. Me sentía frustrada ver la casa un tiradero de todo.

Empecé a recoger el desastre que había en la cocina. Platos por un lado, vasos por el otro lado. No había ni un solo cubierto limpio. Me sentía como Cenicienta.

Terminé de ordenar y limpiar la cocina a media noche.

Me fui a mi cuarto. Estoy a un mes de cumplir la mayoría de edad, cuando ese momento llegue juro que me iré de aquí y dejaré todo como está.

Escuché que mi padre y mi hermana llegaron a la casa. Loren era reír y reír. Bajé a la sala. Mi padre estaba medio borracho.

—Hermanita, nos sacamos la lotería. Nuestros problemas están resueltos.

— Mi padre ganó en uno de sus juegos— le pregunté.

— No. Él perdió, pero contra quién perdió y lo que perdió es lo que nos hace ganar— Loren tocó mi mejilla y me dió una sonrisa que no me gustaba.

Loren se fue a su cuarto. Mi papá se había sentado en el sofá.

— Papá vamos a tu cuarto. No podrás dormir bien aquí.

— Aquí déjame.

— Está bien. Pero no deberías dormir aquí.

— Que me dejes, que no escuchas.

Dejé a mi papá en la sala. Fui al cuarto de Loren.

— Deberías ocuparte de papá. Si sales con él cada noche, por lo menos llévalo a su cuarto.

— Él quiere quedarse ahí, solo déjalo.

— Se supone que eres la hermana mayor, deberías hacerte cargo de la casa, de la empresa, Pero te estás cayendo en el mismo hoyo que mi papá.

Me tomó por los hombros y me sacó de su cuarto. Aventó la puerta.

No puedo más con esto. Me fui a mi cuarto. No pude pegar el ojo en lo que quedaba de la noche. Me levanté y me arreglé. Bajé a la cocina para prepararme unos huevos fritos. Mi papá había vomitado todo el sofá. Él ya no estaba ahí.

¡Qué asco! Ya no más. Me fui a mi cuarto e hice mi maleta. No me importa a donde voy, pero esto es insostenible.

Loren asomó su cara por mi cuarto.

— Ya estás lista para irte.

— Sí. Es demasiado con ustedes. No soy su empleada para estar limpiando cada cochinada tuya o de mi papá. Ve a limpiar tú ese vómito, porque yo no lo haré.

— Dicen que el CEO usa máscara porque su cara está desfigurada.

— ¿De qué diablos hablas?

— No te lo ha dicho papá aún. Mi querido padre jugó con el gran señor Mondragón, ese señor que todo mundo teme por su gran influencia y carácter duro. Él tiene un hijo que es un monstruo, tiene su cara desfigurada y está en silla de ruedas, eso dicen los chismes. Nadie se quiere casar con él porque ¿Quién en su sano juicio se casaría con alguien así? Entonces — Loren miraba sus uñas— mi padre perdió contra el señor Mondragón.

— ¿Apostó la casa? ¿Es eso? Tu estabas ahí pudiste impedirlo. Ya no tenemos nada, la empresa está en bancarrota, perdió propiedades, ha perdido todo. ¿Por qué no has hecho algo?

— Sabes algo, mi padre no perdió la casa, esa aún es nuestra, no te preocupes por eso. Él perdió algo que nos hará ganar mucho dinero.

— ¿Qué perdió?

— A ti— Loren puso una sonrisa en sus labios.

— ¿Qué broma de mal gusto? Mi padre jamás haría eso. ¿Por qué me odias? ¿Acaso no soy tu hermana? Nacimos de la misma madre.

— No te odio. Somos hermanas pero no completas.

— ¿Qué dices?

—Mi madre te crió pero no es tu mamá. Así que deja de creer y de decir que somos hermanas. Siempre quise decírtelo en tu cara, me fastidiaba cuando mi mamá te daba más cariño a ti que a mí, que era su verdadera hija.

Mis lágrimas salieron solas. Ahora veo porque soy la única que tiene los ojos azules y porque mi piel es tan blanca como un papel. Hasta había pensado que era uno de esos genes que se manifiesta a la cuarta generación por ser un gen recesivo.

Tomé mi maleta y salí del cuarto. Busqué a mi papá en su cuarto, necesitaba saber la verdad. Él no estaba.

Decidida a irme, bajé por las escaleras con mi maleta. No me había percatado que habían dos hombres vestidos de negros.

Un señor salía del despacho de mi padre con unos papeles en manos. Ese señor le hizo señas a los hombres quienes se acercaban de aprisa. Yo retrocedi, empecé a subir por las escaleras, de regreso a mi cuarto, ellos me seguían.

¿Qué es lo que está pasando? Loren me bloqueó la pasada.

— Te dije que mi papá te perdió en la apuesta. Todo es por nuestro bien. Estaremos en los días de gloria, gracias a ti— Loren beso sus dedos y me tiró el beso.

Los dos sujetos me tomaron de las manos. Yo peleaba para que me soltaran.

— Papá — gritaba— papá ayúdame. Papá...papá...

Mi padre nunca salió de su despacho.

Me sacaron a la fuerza de la casa. Y mi papá no salió ayudarme. Loren sonreía.

— Esto es un delito. Esto es trata de persona. Lo voy a denunciar con la policía. Dejénme salir. Papá ayúdame, papá.

Me pusieron un trapo en la nariz. Solo sentí como ese olor inundó todo mi sistema respiratorio. Cerré los ojos porque sentía mucho sueño.

—2—

ELENA COEN

Desperté en un cuarto que no conocía. Me sentía mareada aún. Me dolía la cabeza, tenía el estómago revuelto. Recordé que me habían traído a la fuerza.

Me acerqué a la puerta y la golpeé tan fuerte como pude. Tenía miedo, mucho miedo. No tenía idea de dónde estaba.

— Abran la puerta. Dejénme salir. Juro que los voy a denunciar. Malditos.

Una dosis de realidad me dio fuerte en mis pensamientos, recordando las palabras de Loren. Habia sido apostada por mi padre, ¿Qué padre le hace eso a su hija? Acaso soy su hija. Empecé a llorar sin consuelo. ¿Quién soy? ¿tan mala hija he sido que me haces esto, padre?

Golpeé la puerta otra vez, y ahora con más fuerzas.

— Juro que me mataré si no abren la maldita puerta — Grité tan fuerte que mi garganta dolía.

Miré en el cuarto y esto era una locura. Era un cuarto solo con una cama, sin ventana, sin closet, sin nada. Había otra puerta, me acerqué para abrirla y está era del baño, con un papel higiénico y un simple jabón.

Mi ropa y mi celular quedaron en la maleta que nunca salió de mi casa.

Me fui a un rincón de aquel cuarto a llorar.

Mi madre que no es mi madre biológica, fue la única que en realidad me quiso, ¿Realmente me amaba? Cerré mis ojos un momento.

La puerta se abrió. Levanté mi cara para ver. Entró un señor acompañado de los dos hombres que me trajeron aquí.

— De pie — lo dijo con voz gruesa.

No obedecí, lo miré muy seria con mi entrecejo fruncido.

— Te dije que te pongas de pie— los dos hombres me pusieron de pie a la fuerza.

— Ya déjenme, suéltame.

— Da la vuelta. Quiero ver tus atributos.

— No lo haré. No solo soy carne,soy una persona. Soy menor de edad. Cuando salga de aquí todos ustedes irán a la carcel.

El señor me dió en la cara con unos guantes negros. Me callé. Realmente estaba asustada, la mejilla me dolía.

— Tú estás aquí para complacer a mi hijo. No hagas nada loco porque la vida de tu padre y de tu hermana están en mis manos. Ahora obedece.

Uno de los hombres me dio media vuelta.

— Creo que serás una buena incubadora para los hijos que le darás a mi hijo.

— ¿Incubadora? Yo no soy incubadora de nadie.

A cómo pude me solté de aquellos gorilas y salí corriendo del cuarto. Lo que me detuvo fue ver qué fuera del cuarto estaba un hombre que tenía casi toda la cara tapada con una máscara y estaba en sillas de ruedas. Ese hombre miró a un lado tratando que no lo viera más. Me dio miedo. Tenía una mirada gélida.

Me tomaron por los brazos los dos hombres.

— No, no , no, nunca seré la incubadora de nadie, menos de ese monstruo. Suéltenme. No quiero estar aquí.

Me encerraron de nuevo en aquel cuarto. Mis piernas me temblaban del miedo. Era cierto lo que había dicho Loren. El hijo de este señor es un monstruo, que usa máscara y está inválido.

¿Por qué me ofrecieron a mí? ¿Por qué tengo que sacrificarme por sus tontas decisiones?

Ese día grité tanto que lo único que quería era que me escucharán y me salvarán. Los siguientes días fueron igual, solo que me sentía sin fuerzas y sin voz. No había probado alimento durante una semana. Nadie venía a verme, sabían que está viva por mis berrinches.

Me sentí perdida, sola, sin ganas de pelear. Ahí entendí que mi vida ya no tenía valor. Me desnudé y me metí al baño. Dejé que el agua cayera en mi cuerpo por horas, quería morir, Pero no había nada con que quitarme la vida.

Me senté en el piso del baño. Una tristeza me invadió. Era como si mi espíritu hubiera perdido su voluntad de lucha. Cerré mis ojos.

— ¿Cuántas horas debió estar debajo del chorro del agua fría? — era la voz de una mujer.

No tenía ni fuerza para abrir los ojos. Solo sentí que me pusieron en la cama y que algo caliente me cubría. Mi cuerpo tiritaba cada vez menos. Mis lágrimas salían. Yo solo quería morir.

— Señorita tomé esto— Solo giré mi cara en sentido contrario de donde venía la voz— por favor señorita, usted está muy mal.

Me giré dándole la espalda. Entré metiendo mi cara en la almohada.

— Le voy a dejar el chocolate caliente. Está a un lado de la cama. Tómelo y hay una muda de ropa, póngaselo — solo escuché que la puerta se abría y se cerraba. Ella había salido del cuarto.

Me quedé en esa posición, en medio de la oscuridad del cuarto.

Un sonido erizó mi piel del miedo. Era como un chirrido suave que se acercaba a la cama. En mi mente recé el padre nuestro varias veces. Apreté mis ojos con mucha fuerza. La puerta se abrió y alguien salió. No supe quién era la tercera la persona. Tal vez era ese hombre de la máscara.

Elena Coen, 17 años.

—3—

ELENA COEN

— Levántate muchachita — era la voz del señor Mondragón.

Abrí mis ojos, me enrollé la cobija alrededor de mi cuerpo. Recordé que la señora antes de salir me dijo que había dejado ropa. Aún seguía desnuda bajo la cobija.

Me puse de pie.

— He tomado una decisión para ti— lo miré fijo sin nada — Te casarás con mi hijo Dustin este sábado.

— Aún soy menor de edad.

— Tu padre ya firmó el permiso. No habrá problema porque en dos semanas tendrás 18 años.

Siendo honesta siento que mi vida no vale nada. En cuanto pueda huiré de las manos de esta maldita familia. Me iré lejos, muy lejos de todo.

— Mi padre firmó — mis lágrimas caían al piso — está bien.

El señor aplaudió y tras ese aplauso entraron dos sirvientas que traían ropa en sus manos, zapatos y maquillaje.

El señor Mondragón salió del cuarto.

— La voy a ayudar a vestirse— una de las empleadas me quiso quitar la cobija que envolvía mi cuerpo.

— No lo hagas. No quiero que ustedes vean mi cuerpo. Soy capaz de vestirme sola. Dejen la ropa en la cama y salgan de aquí.

— Solo seguimos órdenes.

— Que se vayan de aquí— las dos empleadas se salieron.

Entraron los dos gorilas y me sacaron del cuarto cargada. Me llevaron a otro cuarto donde estaba él, el hombre que usaba la máscara. Su padre, el señor Mondragón, estaba con él.

Me agarré fuerte la cobija. No podía dejar de verle la cara que estaba cubierta por un antifaz negro. Una de la empleada entró con la ropa y la puso en la cama.

— De hoy en adelante dormirás aquí con mi hijo. Lo único que tenías que hacer era dejar que mis empleadas te vistieran, Pero te encanta llevar la contraria. Estaba siendo amable porque eras la hija de tu padre, pero ya me cansé de tu berrinche.

— Me voy a dejar vestir.

— No. Ya perdiste tu oportunidad. De ahora en adelante este es tu cuarto.

El señor salió. Cerró la puerta. Caminé un poco hacia la puerta y la abrí, y ahí estaban los dos gorilas. Cerraron la puerta. Tenía la sensación de que estaba en la jaula de un león a punto de ser devorada.

Dustin me miró con una mirada tan fría.

— La próxima vez que me veas así, lo vas a lamentar— Dustin habló siendo grosero.

Giró su silla a la ventana. Me quedé de pie, no sabía qué hacer. Me veía de reojos.

— Vístete.

— Sal del cuarto.

—¿Por qué?

Tomé la ropa y visualicé el baño.

— No entres ahí. No estás autorizada.

Su voz y su mirada me dan miedo. Me vestí en un rincón, sentía su mirada. Mi cuerpo temblaba, era algo que no podía controlar. Me quedé de pie.

¿Qué le habrá pasado para quedar así?

Pasó una hora, él seguía a un lado de la ventana y yo parada en mi mismo lugar. Me dolían los pies.

Se escuchó un disparo. Di un pequeño grito, que luego fue ahogado con mis manos. Y las lágrimas que tanto me contuve, salieron.

Dustin me miró con su cara sería.

— ¿Por qué lloras? No me gustan las lloronas.

Él escribió algo en su celular. Los guardaespaldas, gorilas o lo que sea que sean, entraron.

— Llévatela. No soporto a las mujeres lloronas.

Ellos me sacaron del cuarto y me llevaron al cuarto de antes. Me sentí un poco aliviada. Me senté en la cama.

Pensé un poco en Erick, mi novio de la escuela. Al graduarnos del High School, él se fue a estudiar a España y llegando allá perdí comunicación con él. Nunca supe si es porque tenía a otra chica o porque mi padre empezó a perder todo.

Cómo extraño a mi mamá. ¿Por qué haces esto papá? Me sentí resignada a mi destino. Ser la esposa de ese hombre tan frío.

Llegó el sábado. Eran las 7:00 de la noche.

Las empleadas me vistieron, está vez no hubo resistencia. Los dos gorilas me escoltaron en la sala. Ahí estaba mi padre y Loren. Sentía asco por ellos.

El abogado me pidió que firmara. Dustin no bajó, pero ya había firmado.

— Felicidades, hermanita. Ahora eres la esposa del CEO feo— me susurró en el oído.

— No puedo con tanta felicidad, Loren. Me voy a asegurar que ustedes dos no reciban ni un solo centavo. No me digas hermanita, maldita hipócrita.

Mi padre se acercó a darme un abrazo y a felicitarme.

— No lo hagas, padre. No quiero tu falsa felicidad. Sacrificaste a tu hija menor. ¿Por qué no lo hiciste con Loren? Los odio a los dos. Te odio padre. Espero no volver a verte.

No podía huir con tantos hombres acompañando la boda.

— Señora acompañame— una de las empleadas.

La seguí.

Llegamos a un cuarto que no era el de Dustin y no era el cuarto donde estuve confinada.

Dustin estaba ahí.

—Este es su cuarto y del señor Dustin. El armario está lleno de ropa y de todo lo que usted pueda necesitar. Me retiro. Disfrute de su noche de bodas.

¿Noche de bodas? Tendré que entregarle mi virginidad a este hombre que seguro tiene como 30 años.

— Cámbiate. Puedes acostarte. No te haré nada. ¿Cómo si pudiera?

Tomé una pijama y fui al baño a cambiarme. Cuando salí Dustin no estaba.

Dustin Mondragón, 27 años.

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