...[ P R E L U D I O ]...
~Liam
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Sujetaba su brazo con bastante firmeza, luchando entre mis principios y la tentación que me provocaba esa maldita.
—Allison, deja de hacer eso.
Dije, tratando de contenerme todo lo que pude. Pobre de mí, una loca estaba acosándome y hacía con mi cuerpo lo que placía. Todavía me quedaban fuerzas para decidir y quitarla con un movimiento de determinación. Y aquellas fuerzas me fueron arrebatadas cuando dijo lo siguiente...
—Está... muy dura —sonrió, complacida de saber lo que estaba causando.
Y a mí me mató.
Vete al diablo, Allison. No digas cosas así. Qué querías hacer de mi frágil mente.
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...[ Un par de meses atrás ]...
~ Allison
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En el primer mes de clases de este año, para celebrar el aniversario de la institución, la facultad de Derecho organizaba una conferencia en donde participarían figuras renombradas de la abogacía a nivel nacional. Se sabía que la espera de la decisión sobre la persona que representaría a la universidad con un discurso, tardaría aproximadamente una semana o dos.
Se dice que la elección final no fue nada sencilla. Y no me extrañaba. No por nada mi nombre estaba entre los dos últimos candidatos. Pero al final, la selección no fue a mi favor. Y ese día pude entrever una sonrisa en el rostro de Liam Morelli dentro de esa calurosa y minúscula sala, seguramente le complacía ver cómo la humillación me carcomía por dentro.
¿Cuál era la necesidad de solicitar mi presencia específicamente para notificar que mi solicitud había sido rechazada? Entiendo que pudo haber sido meramente cortesía, pero lo único que habían conseguido con eso era que fuera la burla de este payaso, por ese momento y lo que quedaba del semestre.
—Igualmente, mis felicitaciones por haber sido casi elegida.
Casi, qué palabra tan vacía. La profesora me había extendido la mano y yo se la había estrechado por puro compromiso. Pero ¿Perdona? No quería sus felicitaciones de lástima y consuelo, el conformismo definitivamente no era lo mío, y si no iba a ser la mejor, prefería no haberlo intentado en absoluto.
—Estoy cansada de ti —musité al salir del despacho.
Traté de contenerme para no azotar la puerta en la cara de mis superiores. No lo miré, sabía la sonrisa que se dibujaría en su rostro al confirmar mi enojo.
—Ni siquiera sé por qué te importa tanto, ¿acaso estás celosa?
Preguntó el imbécil a mi costado mientras me seguía los pasos como un perro molesto. Yo reí de inmediato y con entonación sarcástica
—¿Celosa? Evidentemente, esta selección no fue objetiva.
Al escuchar mi comentario, sentí que se detuvo detrás, cuando giré me estaba mirando con rabia.
—¿Estás insinuando que no lo merezco?
Lo cierto era que, sobre Liam, los rumores abundaban. Era tan fácil como preguntarle a cualquiera que compartía clases con él, cómo engatusaba a las viejas roñosas que tenía por tutoras, a sabiendas o no, el hecho es que las tenía a sus pies. Y la doctora Baudelaire, la persona repudiable que había tenido la poca decencia de llamarme hasta aquí solo para hacer el ridículo, no era la excepción.
—¿Vamos a fingir que las miradas que te ha dedicado todo el rato en ese salón —señalé la puerta detrás—, son muy éticas de su parte?
Eso le molestó, supongo que estaba ofendiendo su raciocinio.
—Tú sabes que no es cierto. Soy el estudiante con las mejores calificaciones en toda la universidad —me apuntó con el dedo. Dios, qué nefasto. Todo el tiempo hablando con una condescendencia que me sacaba de quicio—. Pero eso no te deja tranquila porque tú eres solo una petulante insoportable que no puede evitar meterse en mis asuntos.
Increíble. Siempre era “yo”, “yo”, “yo”. El chico claramente tenía el ego del tamaño del mismo campus.
—En fin, la verdad es que no tengo tiempo para discutir contigo estas niñadas —le corté.
Me giré para marcharme y lo dejé de pie ante la nada. Le escuché murmurar algo por lo bajo pero no le presté demasiada atención. Por mucho que él pensase que era el más inteligente, también era un inmaduro y a veces, la única forma de lidiar con sus posturas, era ignorándole.
Liam se pasó el día entero, y el que le seguía a ese, indignado por mi comentario. El jueves estaba en su asiento, ojeando su cuaderno, cuando ingresé a la clase. Le vi levantar el rostro cuando pasé por su lado, y también me di cuenta de cómo lo bajó rápidamente para pretender que no me había visto en absoluto. Como si yo tuviera la mínima intención de querer interactuar con ese sujeto.
Pasando las horas, cuando todos estaban en receso, noté desde lo alto de las gradas, al maestro haciendo apuntes en su laptop y, al mismo tiempo, felicitando efusivamente a Liam, que se había sentado a centímetros de él como el adulador que era.
Al cabo de un rato, bajé los escalones, intentando aminorar mis pasos para afinar mis oídos ante su charla. Torcí los ojos hacia atrás. Al parecer, no era suficiente que tuviese encantadas a todas las mujeres que rondaban los más de treinta años. Y si iba a ser de esa forma con todos los maestros, durante todas las clases restantes que compartía con él –que no eran pocas–, me tentarían con saltármelas esta semana.
No, haciéndolo solo le daría la razón, y eso no lo haría jamás.
Regresé después de unos minutos, y me senté en las bancas fuera del aula para despejarme, a la vez que subrayaba las anotaciones que había hecho en mi libreta, luego de comprar un batido de mango y deambular por los jardines para quitarme el estrés de los hombros.
El maestro ya no estaba en su escritorio, y el idiota se había movido de su lugar. Quién sabe hacia dónde, probablemente a seguir presumiéndole a los demás para dejar que le llenen el orgullo con sus palabrerías. Sin darme cuenta, estaba agitando mi pie con fuerza y ahora que estaba consciente, ya no podía detenerme.
—Deja de comportarte así —le oí decir a mis espaldas, apareciendo de la nada.
Dejé de sorber el juguito para voltearme y mirarlo por un momento. Después, me volví a girar para hacer rayones en las hojas. Me coloqué los cascos para hacer mute su voz en mi cabeza y le subí tanto el volumen que es probable que él pudiese escuchar perfectamente la canción. Todavía miraba su silueta por el rabillo del ojo, esperando que se rindiera y se largara en algún momento; no lo hizo. En vez de eso, le vi caminar hasta quedar frente a mí. Quería obligarme a mirarle. Me quitó los audífonos sin que yo tuviese tiempo de reaccionar.
—¿Qué quieres? —pregunté cortante—. Estoy ocupada, ¿lo ves?
Se quedó ahí plasmado, admirándome con frustración. Me estaba poniendo bastante incómoda con su actitud de desdén y superioridad, ¿qué es lo que pretendía exactamente?
—Quisiera que dejaras de hacer esos gestos insolentes cada vez que algún profesor se acerca para felicitarme. Sé que estás irritada porque soy yo quien fue seleccionado para representar a la facultad, pero no tienes por qué tomarlo tan a pecho.
Ja, y ahora intentaba darme lecciones de conducta, como si él fuera un ejemplo excelente.
—Liam, cada uno a sus asuntos, ¿sí? —le desplegué mi mano para que me devolviera los cascos que todavía tenían la música a volumen alto—. ¿Sabes lo que quiero decir?
—Pero sigues metiendo la nariz en donde no te llaman —me dio los audífonos con brusquedad—. ¿Por qué no simplemente dejas de preocuparte por mi vida y te concentras en la tuya?
—Perfecto —le sonreí con falsedad—. Ahora, si no te importa —le hice un ademán, todavía con la esperanza de que se apartara de mi vista.
Sentí sobre mí su mirada de desaprobación antes de que decidiera volver a ingresar al aula. Odiaba que hiciera eso, quería que yo me sintiera como una niña regañada y me enojaba que me viera de esa forma en su pobre mente, porque lo hacía con toda la intención.
~Liam
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Apostaría lo que fuera a que Allison Rizzo estaba maldiciéndome a mí, y a todo el personal presente en ese despacho de mil y una formas posibles dentro de su reducida cabecita. Lo veía en la forma en cómo sus ojos querían degollar a la doctora que acaba de extenderle la mano. ¿Cómo se podía ser tan falsa?
¿Y qué podía hacer yo? Me mantuve como un espectador privilegiado de aquél drama silencioso suyo. No era mi culpa que mi nivel intelectual estuviera muy por encima del de ella. Me causaba mucha gracia verla ahí, intentando controlar su compostura sabiendo perfectamente que se estaba revolviendo por dentro. Juraría que incluso le vi clavarse la uña del pulgar en la otra palma. La tipa estaba loca, cuanto menos. A menudo, me gustaba compararla con un chihuaha rabioso, con ese complejo de inferioridad.
Cuando salimos del despacho, me había declarado estar cansada de mí, pero ¿a mí qué me importaba eso? Por último, lo único que me producía era una risa contenida. Y estaba burlándome internamente de su espectáculo personal hasta que decidió soltar esa burrada. Esas sugerencias acerca de mi persona estaban manchando mi reputación desde hacía un tiempo. No era la primera vez que oía algo parecido, unos cuantos idiotas más habían tenido la osadía de repetírmelo en la cara un par de veces. A simple vista, podría parecer de lo más inocente, pero he escuchado de muchos aquí meterse en problemas por rumores así.
Y bueno, no eran del todo falsas. Era cierto que más de una vez había atrapado a alguna maestra lanzándome miradas que cruzaban lo educativo. Y por más que la ignorante de Allison pensara que disfrutaba de ello y que llenaba mi orgullo, no lo fomentaba; no me provocaba más que repulsión. No era algo que yo pudiese controlar, pero no buscaba ese tipo de atención. ¿Cómo podría? La sola idea de ser el objeto de deseo de las solteronas urgidas cuya ética dejaba mucho que desear, me daba asco. Y mucho menos me gustaba que todo mi mérito fuera opacado por ese asunto.
Me molesté más al confirmar lo que Allison había estado insinuando, pero quise mantener la calma y solo dejé que mi voz sonara seria al responderle. Ella siempre pensaba que era mejor que yo, tenía esa fijación por superarme, y no perdía la mínima oportunidad para querer demostrarlo. Yo ni siquiera me esforzaba en ello, tenía un don natural. Había nacido con una capacidad de retención, en cuanto a información, de prácticamente cualquier cosa que trajera a mi mente a voluntad.
El caso es que, aunque la ingenua de Allison se esforzara tanto en igualar mi conocimiento, no podría alcanzarme, porque simplemente escapaba a su capacidad. Y era insoportable ver cómo se esmeraba en hacerlo una y otra vez. No mentiré, la chica no era nada tonta, eso era innegable, y no estaba en discusión. Pero como ya he dicho, contra mí no podría.
En la clase de filosofía el maestro Morales se había dedicado una serie de alabanzas sobre mi desempeño para quedar en la clasificación final, no era para menos, era un reconocimiento importante que además servían como gasolina para el fuego. Sabía que la chismosa de Allison tenía las orejas en punta para escucharlo todo. ¿Qué diría ahora? ¿Diría que también estaba coqueteando con los catedráticos masculinos para que me favorecieran de alguna forma? Porque sentí su presencia bajando las escaleras lentamente, y claro que, del mismo modo, noté su expresión de fastidio cuando avanzó hasta la salida. Sin embargo, no hice ningún comentario al respecto solo porque estaba frente a él.
Podía llegar a comportarse como toda una berrinchuda, aunque si se lo decías a la cara, seguro te acusaría a ti de serlo.
Al final, el maestro terminó por irse a su oficina para arreglar algunos asuntos, dejándome libre de halagos, y yo aproveché para guardar mis cosas dentro del maletín, y acercarme a ella. Estaba sentada fuera del aula. No tenía intenciones de discutir, hablo con total honestidad cuando digo que traté de ser lo más amable y razonable que pude, pidiéndole que dejara de tomar sus actitudes infantiles, pero no me lo puso fácil y me dio la razón, ignorándome explícitamente con los audífonos puestos.
No voy a negar que ese gesto me molestó, no era la primera vez que evadía sus problemas de esa forma. Quedé como un estúpido tratando de llamar su atención, pero si seguía simplemente hablándole, no iba a funcionar. Ni siquiera escucharía la alarma de incendios con tal cantidad de volumen que llevaba encima.
Entonces, le quité los audífonos obteniendo como resultado la reacción que esperaba. Contuve el enojo ante sus respuestas tajantes, era como discutir con una adolescente en su etapa de rebeldía, hasta me echaba de su vista con ademanes de desprecio, como si ella estuviera por sobre mí para tratarme de esa forma. Tendría que haberle dejado los audífonos puestos para que se quedara sorda.
Era mi culpa, eso me ganaba por intentar ser civilizado con personas de esa índole. ¿Qué ganaba yo con insistir? Nada. Absolutamente nada. Lo único que estaba haciendo era darle la atención que quería. Así que me di la vuelta y me fui de su vista.
~ Allison
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Yo era una alumna becada. Lo que, en ese lugar, era el equivalente a ser la servidumbre no remunerada del personal educativo. Mi educación tenía un precio y así la pagaba; el tiempo era dinero, y como yo no tenía dinero, les debía mi tiempo.
Desde el primer día de mi carrera, se me había asignado a dos de los maestros para que fuera su asistonta personal, sumado a la obligación de mantener un promedio intachable para que pudiera conservar mi vacante. Apenas llevaba dos años en ese lugar, y honestamente, el cerebro me pesaba de solo pensar qué tanto más tendría que aguantar hasta el día de mi graduación.
Una de esas docentes era precisamente la doctora Baudelaire. Sí, la misma traidora que había quebrado toda lógica eligiendo al idiota de Liam en lugar de a mí para dar el dichoso discurso, a pesar de saber que yo debía esforzarme el doble que él para estar a la altura de las exigencias. Yo me lo merecía en verdad.
En cuanto a la beca, no es que yo o mi familia estuviéramos en la miseria, pero mi realidad económica era mucho menos cómoda que la mayoría de los privilegiados aquí. Por eso, tenía que tragarme el orgullo y dejar que me pisaran cuanto quisieran.
El otro bufón al que tenía que resolverle la vida era el doctor Morales, maestro de filosofía –por desgracia mi curso favorito– y otro lamebotas del señor Liam. Si alguna vez tuve dudas de ello, ese día quedaron completamente despejadas. Aunque sin duda él era un poco más tolerable que la primera arpía.
Esa tarde, yo me estaba encargando de digitar el registro de notas del alumnado desde su cuaderno hasta el sistema de Baudelaire, una de las cosas que me asignaban con alarmante frecuencia y de las que más me quejaba. Ya era una tarea tediosa antes de todo lo ocurrido, y ahora lo era mucho más debido a que tenía que soportar en el mismo espacio, detrás de la pantalla del monitor, en vivo y en directo el ensayo de la introducción del discurso para el que se me rechazó.
Ella, como parte de la directiva del evento, tenía que corregir las bobadas que Liam había redactado, dos veces por semana, que lamentablemente coincidían con mis actividades de sirvienta becaria para con esa sujeta. Cualquiera con medio cerebro se podría dar cuenta que sus sugerencias eran más halagos que críticas reales. Tenía la desfachatez de hacer comentarios como si lo que hubiera escrito fuera digno de un genio incomprendido.
Ahí estaba él, se encontraba frente a mí, hablando y hablando con aires de confianza, apoyado sobre una mesa con las piernas enlazadas en las que se balanceaba ligeramente mientras parloteaba. He de decir que su discurso no era nada especial, no era la mejor pieza de oratoria del siglo. A duras penas lograba ser coherente. Ni siquiera los auriculares de cable que traía en ese momento lograban apagar totalmente su voz irritante, por eso me resigné a escuchar fragmentos de su absurda verborrea.
Luego de un rato de escuchar sus murmullos sin sentido, supuse que debió haber terminado porque Baudelaire empezó a juntar sus palmas para aplaudir encantada, asintiendo con aprobación como si fuese merecedor a un premio.
Ridículo.
Yo seguía con la vista clavada en el computador, viendo la escena por el rabillo del ojo, pero no pude evitar disminuir el ruido de la música para enterarme de lo que pasaba.
—Excelente trabajo, Liam. Es claro que has estado practicando. Sin embargo, hay algunas ideas aquí —le señaló una hoja con el bolígrafo—. Anoche me tomé la molestia de anotarlas. Y estoy segura de que podrías incorporarlas para mejorar aún más.
No sé si eran ideas mías, pero su voz parecía agudizarse más cuando hablaba con él que cuando se dirigía a mí. Tal vez era un reflejo condicionado al puro morbo que ya tenía. Era una total queda bien. Él movía la cabeza con afirmación y falsa modestia a cada recomendación que la doctora le hacía. Parecía estar orgulloso de sí mismo, y se enorgullecía constantemente por su trabajo.
No levanté la vista por completo, pero sentí que me estaba observando por algunos momentos. Otra vez, seguro estaba disfrutando la gran humillada que eso significaba para mí. Continué simulando que aún sonaba música en mis oídos, no iba a darle ningún gusto.
Después de unos minutos, la maestra miró su teléfono, pidiendo disculpas para salir a atender la llamada un rato, yo respondí con educación forzada y seguí indiferente a todo. Liam estaba ordenando las hojas en su folder y no pudo resistir más las ganas de perturbar mi paciencia.
—¿Es que acaso no puedes quitarte esos malditos audífonos ni por un momento? —soltó sin preambulos.
Me quité uno, frunciendo el celaje de la vista.
—¿Te supone algún problema? Ocúpate de tu discurso, yo tengo trabajo —le recalqué la última palabra con fastidio— que hacer. Déjame en paz.
Seguí tecleando con más fuerza de la necesaria, solo para enfatizar. Soltó un suspiro.
—Eso no significa que tengas que actuar de esa forma. Al menos sería agradable que mostraras un poco de respeto por la doctora. No creas que no se nota el desaire con el que te diriges a ella. Se supone que es tu figura de autoridad.
¿Por qué a esa señora la tenía que ver como mi autoridad? Ajá, enseñaba de forma decente, y luego de eso, ¿qué?, ¿qué había hecho por mí? En todo caso, ella tendría que estar a mi disposición, pero la vida quiso darme un peso extra para molestarme y ponerme a hacer un buen porcentaje de su trabajo para que se diera la libertad de jugar a ser la mentora benevolente y estar persiguiendo a alumnos como él todo el día.
Pero no dije nada, solo porque ella podría volver a ingresar por la puerta en cualquier momento, pero la lengua me estaba picando, y sabía que si empezaba, no podría detenerme. Así que me limité a usar el silencio a mi favor, esperando a que Liam tomara el sonido de los clics que soltaba con el ratón, como respuesta, como si su comentario no mereciera ni una palabra.
La docente entró, disculpándose –más bien con él que conmigo– de nuevo por la interrupción, y él volvió a hacer como si nada y a prestarle atención con su postura seria, revisando su trabajo.
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