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En La Guerra, En Mi Cabeza

I

"Y las lágrimas se convertirán en semillas, y las lágrimas llamarán el agua, y de la tierra humedecida por el dolor, la prosperidad quizá brote".

Sonidos estridentes resonaban por ambos de sus oídos, fuertes, húmedos, cargas, ráfagas, gritos, uno, y otro y otro, y otro. Apestando a pólvora, lodo y metal. Una voz masculina le llamaba ferozmente, pero su cuerpo no podía moverse, e intentarlo aumentaba el dolor en su brazo derecho.

—¡Ergo, con una mierda, levanta tu puto culo!—gritó el hombre a su costado asiendo el brazo izquierdo de Ergo.

Ergo dio una gran bocanada de aire y el pitido en sus oídos desapareció gradualmente. Abrió los ojos y se limpió la suciedad en ellos apartando su brazo de la mano de su compañero.

—¡Ergo! ¡Levántate!

Ergo parecía quedar dormido y comenzaba a ver borroso nuevamente ante la perdida de sangre.

—¡Vamos Ergo!—gritó nuevamente el hombre y asió el brazo izquierdo de Ergo nuevamente para levantarlo colocándose debajo de él—. ¡Tenemos que salir de aquí, por favor reacciona!

Ergo quería hablar, pero no podía. La adrenalina anterior que le había llevado a abatir a los soldados enemigos se esfumó repentinamente y ahora le cobraba factura haciéndole sentir sus músculos destruidos por las balas incrustadas.

—Estás perdiendo demasiada sangre... Necesitamos ir de regreso a la retaguardia—dijo su compañero mientras comenzaba a avanzar lentamente saliendo de la trinchera.

Ergo podía ver durante breves segundos antes de que la visión borrosa regresará, fracciones del escenario alrededor. Montañas de humo en el horizonte, el lodo debajo, sus botas hundiéndose en él, cuerpos, piernas, cascos, brazos, seccionados y dispersos. El fuego en lo alto del cielo y los gritos de compañeros que se movían entre las trincheras.

—Aguanta Ergo, te ayudarán una vez lleguemos allí, por favor no te desplomes de nuevo.

Ergo miro a su compañero. No le conocía, se veía demasiado joven, y su cabello rubio ligeramente corto hacía resaltar la sangre y el lodo en su rostro.

Avanzaron con prisa, mientras Ergo sentía como los nervios de su mano se desconectaban más y dejaba de sentir. Su temperatura corporal también bajaba. Era imposible volver a tener otro shock de adrenalina. El casco medianamente destrozado—y que le había salvado momentos antes de un disparo—se deslizó al costado de su cabeza y se enterró en el lodo.

Sintió la fuerza de su compañero por cargarlo. El lodo debajo quedaba marcado por dos líneas paralelas marcadas por los pies inmóviles de Ergo.

Antes de quedar completamente perdido, cayeron ambos en una trinchera, pero no salieron de allí, el estruendo de una nave surcando y rasgando el cielo hizo presencia e hizo que su compañero y él se mantuvieran inmóviles para no ser vistos como objetivos vivos.

Ergo finalmente cayó inconsciente, y su compañero aun así, le siguió jalando hasta la carpa médica. Cumplida su misión, su compañero asió el arma que había colgado tras su espalda y con ella en manos, regreso al campo de batalla sin seguridad o afirmación de una vida después de ello.

...****************...

Ergo se levantó con una fuerte punzada en su brazo derecho. Se encontraba sentado sobre una cama del laboratorio médico.

—¿Qué hago aquí?—preguntó.

El ingeniero y el médico miraron a Ergo con nervios y confusión.

—Eso es bastante obvio Ergo. Fuiste herido en batalla; tus músculos del brazo derecho fueron remplazados, pero ahora el trasplante de brazo derecho debería estar lo suficientemente conectado para recibir las señales nerviosas de tu sinapsis y contraerse—dijo el doctor.

Ergo miro su brazo derecho y lo levanto sobre su rostro, apoyándose de la luz blanca del lugar. Cerró y abrió la mano hasta conseguir que sus dedos tronaran. Intento dar una brazada, pero se interrumpió.

—¿Puedo?

—Claro. El brazo está cauterizado con láser y reforzado con la unión de nanotecnología más reciente—dijo el ingeniero mientras el doctor salía de la habitación con el brazo dañado de Ergo en un carro médico.

Ergo sonrió ligeramente y dio la brazada. Su extremidad estaba como nueva y se sentía natural.

—¿Qué paso con la batalla? ¿Ganamos?—preguntó Ergo mientras se giraba en la cama y bajaba de ella aún con la bata médica puesta.

—Afortunadamente. Las tropas enemigas se retiraron.

—¿Qué tal el número de...?

—Aproximadamente unas 15 o 18 mil bajas de nuestra parte. Aunque sigue siendo un misterio debido a las partes mutiladas que se han encontrado—interrumpió el ingeniero la pregunta.

Ergo quedó en silencio, aún observando la movilidad de su brazo derecho.

—Todo está en orden, puedes irte—dijo el ingeniero mientras comenzaba a acomodar la máquina de láser en lo alto de la habitación y las demás herramientas las dejaba preparadas para ser limpiadas y desinfectadas—. Ve hasta la otra habitación, deja la ropa en el cesto, debe haber un uniforme limpio y nuevo. Apresúrate a subir.

Ergo hizo caso, sintió el frío del aire de las diferentes habitaciones médicas, vio a diferentes soldados en otras habitaciones, a médicos e ingenieros usando las máquinas de láseres o plenamente usando una jeringa con líquido de nanotecnología. Vio la habitación de lavado e incineración hasta el fondo y entro. Dejo la ropa en el cesto quedando desnudo y vio el uniforme disperso en la mesa junto a otra gran cantidad de los mismos.

—¿Listo para ir arriba?—preguntó otro soldado que venía en la misma situación que él.

—Ah, claro, menos mal estamos vivos—dijo Ergo mientras se vestía.

El chico se quedó incinerando la ropa médica con sangre, a diferencia de él que había perdido la mayoría en el brazo derecho. Tomo el ascensor enrejado y presionó el botón encima de todos los demás. El ascensor hizo un movimiento brusco, una franja azulada comenzó a girar en lo alto del interior, pasando por las cuatro paredes del elevador. Subió rápidamente, bajo del elevador y finalmente llegó a la planta alta. Vio a algunos médicos, a otros soldados charlando entre sí, algunas camillas y carros médicos, y siguió avanzando entre todo el lugar.

Finalmente salió y pudo ver en el horizonte montañas de verde oscuro, la bruma ligera y la extensa zona de entrenamientos de irreales kilómetros cúbicos.

II

Pude ver por el costado a algunos heridos más llegar, algunos con heridas graves como la mía: con extremidades destruidas. Otros sin una mano, con algún hueso roto, entre otras. A veces gente desangrándose, a veces gente delirando y a veces cuerpos de la gente que no soporto lo suficiente y murió en el camino.

Ignoró aquello, era rutinario. Miraba el cielo azulado de aquella zona, las nubes blancuzcas que parecían sacadas de un cuadro al óleo y respiro mientras caminaba con tranquilidad. Solía reflexionar acerca de la guerra y su situación desde hace algunas decenas de combates.

Fue en la undécima batalla cuando tras recibir la bala que rozo parte de su cabeza que comenzó a valorar más sus propios pensamientos. Con el tiempo se había vuelto una unidad como cualquier otra, se sentía a gusto con la comodidad ofrecida por la zona militar. No hace mucho que había sido trasladado desde la zona sureste con su clima frío hasta aquí. Aquí todo era algo más agradable para él, pero por alguna extraña razón, los recuerdos de sus días pasados no llegaban a su mente más que en pequeños fragmentos que le daban una sensación de dejá vu.

—Buen día Ergo, ¿listo para el desayuno?—preguntó uno de sus compañeros que iba pasando por allí cargando un par de cajas de munición en un carrito.

—¡Buen día!—gritó Ergo, meneando la mano en el aire—. ¡Espero que haya buena comida! ¡No tardes!

Usualmente el ambiente que solía caer sobre aquella zona con cada victoria era bastante infantil y demostraba un paralelismo burdo. Ganaban, entonces se alegraban enormemente. Perdían, entonces se frustraban como niños pequeños.

Siguió andando hasta llegar finalmente a uno de los tantos comedores de la zona. El bullicio se escuchaba desde algunos metros en la distancia. No había soldados fuera debido a que la mayoría seguramente comía.

Ergo fue recibido con normalidad en la fila de comida. Extendió su bandeja y entregaron su porción de carne con arroz, zanahorias, algunos frijoles y agua. Era rutinario, como le gustaba a él.

Se sentó en la mesa más vacía que pudo encontrar entre los cientos y cientos de compañeros que pudo encontrar, preparado para comer con naturalidad.

—¿La comida sabe bien?—preguntó un compañero que me vió comer durante un par de minutos.

—Si, supongo que lo natural para tener algo de energía antes del entrenamiento y trabajo—respondió Ergo—. ¿Por qué?

—Si, me encanta esto, y encima puedo escoger tener una de estas—dijo con entusiasmo y mostró su botella de cerveza en el aire.

...****************...

<> repetía Ergo en su mente mientras hacía el entrenamiento diario del día. Seguramente sus compañeros se repetirían lo mismo en sus propias mentes.

Repitió frente a sus altos mandos—siendo observado por ellos desde lo alto—las palabras en coro con sus compañeros: ¡Entrenamiento! ¡Atención! ¡Silencio! ¡Respirar y apuntar! ¡Matar!

El alto mando se esfumó feliz del desempeño diario de los hombres. Debían ser apenas las 5 de la tarde cuando Ergo y un selecto grupo más de soldados fueron llamados mediante sus relojes. La notificación de una noticia impactante y de alto valor podía leerse en la pantalla del dispositivo.

<<¿Qué es?>> pensó Ergo y espero trabajando en el abastecimiento de las armas de pólvora y energía de plasma. Debía haber suficientes armas cargadas y cartuchos en cada unidad.

Finalmente, el laburo sucumbió ante el tiempo con eficiencia característica de los soldados. Nuevamente, el reloj notifico, marcando diez minutos antes del momento citado. Ergo había terminado sus labores unos minutos antes, así que solamente fue al baño y se encaminó hacia dónde le indico el mensaje.

Eran apenas las 8:49 marcadas en el reloj, y Ergo ya estaba en camino. Confiado en ser el primero en acatar la orden. Comenzó a indagar en el camino acerca de su situación y la de sus compañeros. Recurrían a charlas algo banales en su opinión con tal de hacer el trabajo más agradable. Hablaban de sus hazañas, la guerra y se alegraban ante juegos donde uno debía terminar su parte del trabajo más rápido. No obstante, Ergo era consciente de una sola cosa y la cual había llevado pensando desde que ocurrió ese incidente con la bala rozando su cabeza y cortando parte de ella: nadie hablaba del pasado. Nadie. Ningún compañero, incluso si acaso se dejaba escuchar por los demás para mostrar su superioridad, mencionaba nada del pasado, de su pasado. Ni el más temeroso o silencio. Absolutamente nadie. Y Ergo no sabía por qué cuestión, pero era demasiado extraño para él. Incluso el mismo reconoció desde hace tiempo que aquellos fragmentos del pasado, pese a las vívidas imágenes, no le generaban un estado de memoria real.

Finalmente estaba lo suficientemente cerca de aquel remedo de domo oscuro con múltiples cápsulas de aterrizaje a lo largo de sus muros. Busco a simple vista en la oscuridad la pista de alguien que estuviera esperando, pero no noto nada, y decidió rodear el extenso domo para entrar por la puerta de emergencia que usualmente no estaba tan bien protegida. Noto la misma entreabierta y, cuando intentaba entrar por ella casi dando el primer paso, el sonido de pasos le hizo detenerse. Miro ligeramente por la pequeña abertura y vio a dos de los altos mandos hablando cerca de la puerta.

—La máquina ha hablado. No podemos permitir más derroche—dijo el hombre de la derecha, de barba canosa y figura regordeta y achaparrada.

—Lo sé, por eso llamé aquí a esos soldados. La máquina quiere estadísticas, y todo el grupo selecto ha sido un desperdicio. No sé ha tenido el resultado esperado por su parte. Cada vez llegaban más heridos y se usan más extremidades y órganos—dijo el hombre a la izquierda y de aspecto más joven, de pelo oscuro y barba corta, tosco.

Ergo se mantuvo aún con el oído más pegado incluso que su propia mirada. La noticia impactó de lleno y su cuerpo le traicionó con temblores.

—¿Entonces serán mandados al límite?—preguntó el hombre viejo mientras abría la puerta de emergencia. Carter se había ocultado detrás del generador de electricidad al costado del domo.

—Así es. Cómo normalmente ha sido, seguramente mueran gran parte de ellos ahí, ello nos indicará quién es buen soldado bajo los criterios de la máquina—respondió el hombre tosco saliendo detrás de su compañero—. Cómo sea, debemos esperar casi nada, el grupo ya debe estar llegando—concluyó mirando su reloj.

III

Era demasiado tarde para cualquier clase de arrepentimiento o idea que pudiera ejecutar para evitar el destino. Los demás dormían plenamente mientras él se comía a sí mismo en la angustia y el dolor estomacal causado por la misma. A diferencia de sus compañeros y debido a la acción que ahora maldecía, el conocer repentinamente sobre tal derroche de soldados que se hará al día siguiente no lo hizo sentir bien de ninguna forma. Sus compañeros habían sido convencidos mediante un discurso político carismático e imponente respecto a la gloria de la guerra, sus insignias y aún de sus dolores, y su euforia por el mañana era un paralelismo burdo con la situación de Ergo. Promesas de todo tipo de recompensas acallan el fervor de la angustia y la huida entre tantas mentes.

...****************...

Había dormido miserablemente al menos un par de horas, pero nadie indagó en ello aunque fuera obvio.

Habían tomado el carguero y se habían colocado dentro de las cápsulas de aterrizaje hace tan solo un par de horas. El vuelo no era turbulento, pero Ergo se sentía sofocado dentro de la cápsula.

—¿Están listos para lucirse muchachos?—preguntó la voz de un compañero a través de los intercomunicadores en las cápsulas.

Caso todos al unisono afirmaron, Ergo no.

En la disociación de Ergo podía percibirse la respiración acelerada y el sonido de la saliva deslizándose por la garganta. Sus compañeros hablaban, pero él simplemente estaba aterrado. Miraba la enorme compuerta del carguero y escuchaba el viento romperse ante el imponente gigante de hierro alado.

Sus ojos se movían de un lugar a otro cuando entraron a la zona de guerra finalmente y la repentina explosión al costado de la nave hizo que todos se alarmaran. El piloto indicó que serían lanzados de una vez y que ellos deberían avanzar a pie para llegar directamente al epicentro. Una enorme ráfaga de aire, haces de luz, humo y estridentes sonidos brotaron mientras los soldados caían uno a uno con sus cápsulas hacía la batalla.

Ergo sintió moverse su cápsula y en un par de segundos se vio a sí mismo cayendo por el cielo. Miro una última vez el carguero únicamente para ver sus últimos segundos de vida al ser impactado de lleno por un avión caza y desplomarse.

La cápsula cayó con normalidad amortiguando la caída. Ergo pateó la puerta de la misma y salió. La máquina repitió la frase: "se motivo de orgullo" y extendió un arma y múltiples cargadores desde su costado. Ergo las tomo con naturalidad. Múltiples cosas venían a su mente y él miedo gobernaba sobre él. Vio a algunos compañeros en la lejanía moverse apresuradamente con arma en mano, y vio a decenas más por mucho y muchos metros en todas direcciones. Ráfagas tras ráfagas de tiros, el aroma de la zona, la adrenalina de los riñones, la sinapsis neuronal, lo húmedo del suelo, el andar de las máquinas y los gritos. Todo era una amalgama infernal y bíblica.

Veía los aviones volando por los cielos y descargando furia a diestra y siniestra, los rayos de energía de los tanques modernos destruir grupos enteros de soldados, y en la lejanía, en el epicentro, más clamor, y más fuego, y muerte, le esperaban.

Se atrincheró en cuanto llegó a la primer trinchera segura. Respiraba con dificultad. Observo a soldados que ya estaban allí desde antes de él con la mirada completamente perdida. Avanzo arrastrándose por el suelo hasta caer por la otra extensión de la trinchera y cayó encima del cuerpo de alguien, pero le ignoro y observo ligeramente la situación. Cualquier cosa o estrategia que pensará y le viniera a la mente se veía opacada por el miedo. La adrenalina no era suficiente para hacerlo cargar de lleno contra sus enemigos y era más consciente de su posible muerte que de sus posibles logros allí.

En algún punto entre su camino de trinchera en trinchera pudo percibir la muerte bastante cerca cuando comenzó a ser objetivo de diversas balas que le hicieron ocultarse. Un par de tanques pasaron sin problemas por encima y dispararon. Ergo sabía que era cuestión de tiempo perder e incluso perderse a sí mismo, y presa del medio, salió con velocidad de la trinchera sin rumbo y corrió. Las ráfagas no se hicieron esperar, y Ergo uso su arma una única vez para disparar ciegamente con el cañón apuntando por detrás. Corrió hasta que la adrenalina se agotó y junto a ella sus energías, deteniéndose en un punto indeterminado. No había sonido, sus tímpanos tenías solamente un pitido incesante. Vómito espontáneamente. Avanzo con lentitud ahora al ver que no ocurría nada, no había compañeros a la vista o tanques. Vio una especie de zona separada por una reja y se rrecargóen ella. La sangre salía con lentitud por el costado, entre su cadera y costillas. Quizá tenía un órgano perforado. No lo sabría. La adrenalina y el miedo de aquel momento le había hecho soportar el dolor en su huida y no darse cuenta hasta después.

Se vio, finalmente, a si mismo, dando su último suspiro, y cayó inconsciente, recargado en el enrejado.

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