Punto de vista de Elena
"Felicidades, señora Hernández. Está usted embarazada". Las palabras resonaban en mi mente como un eco aterrador. No podía creerlo; era imposible que estuviera embarazada. Siempre se había dicho que era estéril, que nunca podría ser madre. Y ahora, esta noticia desbordaba mis pensamientos.
Soy Elena Hernández, tengo treinta años, cabello negro y ojos azules. A lo largo de los años, había descuidado mi apariencia personal; últimamente me sentía desaliñada y hasta parecía mayor de lo que realmente era.
Llevaba cinco años casada con Andrew Linares. Se suponía que nos amábamos y que estaríamos juntos para siempre. Recuerdo vívidamente el día en que lo conocí. Ambos éramos estudiantes universitarios: yo en primer año y él en el último. Al principio, no le prestaba atención; mi enfoque estaba en graduarme y ayudar a mis padres. Antes de iniciar la universidad, trabajé arduamente para reunir el dinero necesario, así que tardé casi cinco años después de terminar la secundaria para poder comenzar mis estudios.
Con el tiempo, comenzamos a salir y nos casamos. Mi padre no estaba de acuerdo con nuestra decisión, pero yo ya era mayor de edad y deseaba tomar mis propias decisiones. Pensaba que la vida matrimonial sería más sencilla; sin embargo, las cosas se complicaron rápidamente. No había dinero suficiente para continuar mis estudios, así que tuve que dejarlos a mitad del camino y dedicarme al trabajo. Según Andrew, éramos una pareja y debíamos apoyarnos mutuamente.
Los meses se convirtieron en años y nuestra relación comenzó a deteriorarse. La intimidad se desvaneció entre nosotros hasta que llegó un punto en el que apenas hablábamos.
En nuestro quinto aniversario de bodas, decidí sorprenderlo: ese día me habían ascendido en el trabajo. Aunque mi nuevo cargo como supervisora de piso no era gran cosa, significaba un aumento salarial para mí. Con esa noticia emocionante (al menos para mí), fui a la oficina de Andrew sin avisarle; quería que fuera una sorpresa.
Al caminar hacia su oficina, sentí las miradas de sus compañeros sobre mí; algunos parecían burlarse mientras otros me miraban con lástima. Sacudí esos pensamientos de mi mente y seguí adelante. Al llegar a su oficina, noté algo extraño: su secretaria no estaba en su puesto, algo inusual.
Decidí entrar sin ser anunciada; después de todo, era la esposa del jefe y no necesitaba presentación.
Lo que vi al cruzar la puerta me dejó helada: Andrew estaba teniendo relaciones sexuales con una rubia oxigenada de curvas voluptuosas. Estaban tan absortos en su momento que ni siquiera se molestaron en ponerle seguro a la puerta.
"Disculpen si los interrumpo", dije con voz temblorosa pero firme, haciendo que ambos se detuvieran abruptamente.
"Elena, ¿qué haces aquí?". La expresión de Andrew se transformó en una mezcla de sorpresa y culpa.
No pude evitar soltar una risa sarcástica; aquel hombre cínico estaba tratando de culparme por haberlo descubierto.
"Vine a darte una sorpresa", respondí mientras los observaba vestirse apresuradamente. "Pero veo que la sorprendida he sido yo".
La amante de Andrew se atrevió a abrir la boca: "¿Esta es tu esposa? Con razón me buscaste a mí". Quería replicarle, pero al girar hacia el cristal de la puerta vi mí reflejo: mí ropa desarreglada, mi cabello desordenado y mi rostro pálido estaban lejos de ser lo mejor que podía ofrecer.
En ese instante comprendí que había dejado de ser yo misma al vivir solo para él.
"No quería que te enteraras así", continuó Andrew sin inmutarse. "Pero ahora que ya lo sabes no tiene sentido negarlo. Desde hace un año estoy con Amanda y ella me dará el hijo que tanto deseabas". Sus palabras fueron un golpe devastador: él me decía que su amante estaba embarazada cuando nosotros habíamos intentado todo para tener un hijo sin éxito.
Después de escuchar la noticia del embarazo de la amante de Andrew, me sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. La sonrisa que había puesto para él y su pareja se desvaneció en cuanto di la vuelta y salí del edificio. En ese instante, una mezcla de rabia y tristeza me invadió. Así que, sin pensarlo dos veces, llamé a Lucía, mi confidente.
“¿Qué? Ese tipo no merece ni una lágrima tuya”, dijo ella con un tono firme. “¡Espérame ahí! Estoy en camino”.
Mientras esperaba, caminé sin rumbo hasta encontrarme en un puente. Era un lugar donde el viento soplaba libremente, y el murmullo del agua me hizo sentir menos sola. Pero la furia seguía ardiendo dentro de mí. Cuando finalmente me detuve a pensar, dejé escapar todo ese dolor que llevaba dentro.
“Vine a estar solo, no a escuchar a alguien llorar como si el mundo se fuera a acabar”, dijo una voz detrás de mí. Me giré para ver a un desconocido que tenía un aire desafiante.
“¡Estoy en un lugar público! Si quiero llorar, lo haré y no necesito tu permiso”, respondí, más enfadada de lo que esperaba.
“No estoy aquí para discutir”, dijo él antes de alejarse. Pero su mirada intensa dejó una chispa en mí. Con un suspiro profundo, decidí que no valía la pena seguir pensando en él.
Lucía llegó pocos minutos después, con su energía contagiosa y preocupada por mí. “¿Estás bien? Te veo... diferente”.
“Sí, estoy bien. Me da rabia haber perdido tanto tiempo con alguien que no valía la pena”, respondí mientras subía al auto.
“Vamos a casa. Necesitas calentar esos pensamientos fríos”, sugirió Lucía mientras encendía el motor.
Mientras conduciamos hacia su apartamento, sentí que este momento podía ser el principio de algo nuevo. No quería hablar con mis padres; sabía que eso solo traería más reproches y sermones sobre lo que había pasado. En cambio, quería concentrarme en lo que realmente importaba: mi bienestar y las oportunidades que aún tenía por delante.
A medida que nos alejábamos del puente y del pasado, empecé a imaginar un futuro sin Andrew; uno donde yo pudiera ser verdaderamente feliz.
Punto de vista de Elena
Esa noche fue un torbellino de emociones y decisiones impulsivas. Cuando llegamos al apartamento de Lucía, la tristeza me consumía. La traición de Andrew no solo había herido mi corazón, sino que también había arrastrado mi autoestima por el suelo. "¿Y bien, qué quieres hacer?" preguntó Lucía, tumbándose en el sofá con su energía habitual.
En ese momento, todo lo que deseaba era escapar de la realidad, dejar atrás lo que fue mi vida y empezar de cero siendo una mejor versión de mí, así que respondí sin pensar: "Quiero desahogar la rabia que siento. Me gustaría ir a un bar o algo así; necesito beber hasta perder la conciencia".
La emoción de Lucía era contagiosa. Ella siempre había sido la chispa en mi vida, mientras que Andrew había sido una sombra oscura que apagaba mi propia luz. Así que decidí dejar atrás sus recuerdos y concentrarme en disfrutar del presente. Lucía se dirigió a su closet y sacó vestidos que me parecían imposibles de llevar. "Ni en mis sueños más locos usaría algo así", le dije al ver los atrevidos diseños esparcidos sobre la cama.
"Esta noche se vale todo. Además, es hora de mostrar esas curvas que el cielo te dio", insistió Lucía con esa confianza que siempre tenía. A pesar de mis dudas, su entusiasmo fue suficiente para convencerme. La transformación fue sorprendente; al mirarme al espejo después de su ayuda con el maquillaje y el peinado, apenas podía reconocerme.
"¿Realmente esta soy yo?, pregunté al aire. El vestido negro con lentejuelas se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel, y por un momento, olvidé mis preocupaciones.
La discoteca era un mundo aparte: luces brillantes y música vibrante llenaban el aire mientras nos dirigíamos a una mesa. Comenzamos a beber y a bailar, dejando atrás las penas por un rato. Sin embargo, cuando vi a Miguel acercarse y la sonrisa iluminada en el rostro de Lucía, una punzada de tristeza me atravesó. Ella estaba feliz y yo me sentía como una sombra en su alegría.
Cuando Lucía se alejó para buscar a Miguel, me sentí completamente sola, las imágenes de mi esposo con otra mujer y la noticia de su embarazo me estaban taladrado el cerebro. Envié un mensaje para decirle a Lucía que me iba; no podía soportar verlos juntos mientras yo lidiaba con mi dolorosa realidad, no quería arruinar su noch, ella no lo merecía. Pero antes de salir, tropecé con un desconocido.
"Lo siento", murmuré, tratando de continuar mi camino.
"Un lo siento no es suficiente, ahora tendrás que acompañarme con un trago", respondió él con una voz que resonaba en mí como si ya lo conociera.
A pesar del riesgo evidente, acepté su invitación para ir a un lugar más tranquilo. Era como si estuviera buscando una forma desesperada de sentir algo diferente. Mientras hablábamos y reíamos, la tensión entre nosotros creció hasta que nos encontramos besándonos apasionadamente en el asiento trasero del auto.
La ciudad pasó volando mientras recorriamos sus calles; todo parecía surrealista pero liberador al mismo tiempo, las luces nocturnas de la ciudad te llamaban a vivir a ser libre y en ese instante así me sentía. La química entre el desconocido y yo era innegable y cada momento se sentía más electrizante que el anterior. Terminar en esa habitación de hotel fue casi inevitable; todo lo que había reprimido durante tanto tiempo estalló en ese instante.
Esa noche experimenté algo completamente nuevo: la lujuria y la conexión física con alguien desconocido me hicieron olvidar por completo las heridas del pasado. Fue un recordatorio de que aún podía sentir placer y deseo, incluso después de haber perdido tanto. Y aunque sabía que era solo un escape momentáneo, me aferré a esa sensación como si fuera lo único real en medio del caos emocional en el que estaba atrapada.
La noche había comenzado como cualquier otra. Estaba atrapada en la rutina de cinco años de matrimonio, sintiendo que algo faltaba. Pero cuando ese desconocido apareció, todo cambió. Su mirada intensa y su sonrisa desinhibida me llevaron a un mundo de locura y pasión que nunca imaginé que necesitaba. Fue como si me hubiera despojado de todas mis inhibiciones y me hubiera mostrado un lado de mí misma que creía perdido.
Despertar con esa resaca aplastante fue un regreso brusco a la realidad. El lugar desconocido me llenó de confusión y miedo. Recordé fragmentos de la noche: sus besos, las risas, la libertad. Pero también la inquietud por no saber quién era realmente y qué había hecho. “¿Qué pensaría Lucía?”, me pregunté, sintiendo una punzada de culpa al pensar en mi amiga, que siempre había estado a mi lado.
Al salir corriendo hacia su apartamento, una mezcla de ansiedad y emoción invadía mi pecho. La idea de ser una "desconsiderada" me perseguía, pero al mismo tiempo, había un pequeño rincón en mí que disfrutaba recordar cómo me había sentido: viva, deseada, renovada. Eso era lo que más me asustaba; el deseo de más.
Cuando llegué a casa de Lucía, su expresión preocupada me hizo sentir como una niña atrapada en una travesura. Sus regaños resonaban en mis oídos, pero no podía evitar sonreír al recordar cada detalle de la noche anterior. La forma en que se enfocó en mi cuello solo incrementó mi nerviosismo y emoción; era un recordatorio tangible de lo ocurrido.
Al empezar a contarle sobre mi aventura, vi cómo su sorpresa se transformaba en curiosidad y luego en risa. En ese momento, entendí que aunque había cruzado una línea, también había recuperado una parte de mí misma que había estado escondida. La locura puede ser aterradora, pero también puede ser liberadora.
Y así, entre risas y confesiones, el peso del arrepentimiento se desvaneció un poco. Quizás lo que había hecho no era tan terrible después de todo; tal vez solo era parte del viaje hacia redescubrir quién soy realmente, dejar salir a aquella mujer reprimida que solo veía por los ojos de su esposo, un hombre que nunca me había valorado.
Capítulo III
Punto de vista de Elena
Me sente en el sofá de Lucía, sintiendo cómo el peso de la revelación me aplastaba. La luz del atardecer entraba por la ventana, tiñendo el ambiente de un cálido tono dorado, pero para mí, todo parecía desvanecerse en un mar de incertidumbre. "¿Cómo he llegado a esto?", me preguntó mientras miraba a su amiga que intentaba organizar algunos pañales y ropita de bebé que había encontrado en una tienda cercana.
"Elena, ¿estás bien? Te veo un poco pálida", dijo Lucía con preocupación mientras la miraba fijamente.
"Es solo que... no puedo dejar de pensar en lo que esto significa. Estoy embarazada, y no sé cómo enfrentar esto", respondí mirándo, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar. Lucía dejó caer los artículos que había recogido y se acercó a su amiga.
"Escucha, amiga. Esto es una gran noticia, y entiendo que estés asustada. Pero también es una oportunidad para empezar de nuevo. Tal vez puedas encontrar la manera de salir adelante", dijo con un tono alentador.
"¿Y qué hay de ese desconocido, el es el padre de este bebé? No sé si quiero tenerlo, estoy muy confundida. No sé si él siquiera querría ser parte de esto", musite, sintiéndome cada vez más abrumada. La idea de un bebé, con un desconocido y habiendo terminado su matrimonio de cinco años me tenia abrumada.
"Debes centrarte Elena. Tal vez sea el momento perfecto para tomar tus propias decisiones", sugirió Lucía mientras le daba un apretón reconfortante en el hombro. Miré por la ventana, viendo cómo las sombras se alargaban en la calle. Un mes antes había estado disfrutando de una noche desenfrenada; ahora estaba lidiando con las consecuencias. La imagen del desconocido regresó a mi mente: un rostro borroso en medio de risas y copas levantadas. Se sintió culpable y confundida.
"¿Y si me arrepiento? ¿Qué pasa si decido que no quiero ser madre?", preguntó Elena con voz temblorosa.
"Eso es algo que tendrás que decidir tú misma. Pero recuerda que hay muchas mujeres que enfrentan situaciones difíciles y aún así encuentran la fuerza para seguir adelante", respondió Lucía con firmeza. Asentí lentamente, sintiendo cómo la presión comenzaba a disminuir un poco.
"Quizás pueda hablar con alguien... como una consejera o algo así", murmuré pensativa.
"¡Esa es una gran idea! No estás sola en esto. Hay recursos disponibles para ayudarte a tomar decisiones informadas", animó Lucía, sonriendo con esperanza. La conversación continuó fluyendo entre risas nerviosas y momentos de reflexión profunda mientras ambas amigas tomaban café y compartían anécdotas sobre la maternidad y las experiencias pasadas. Lucía comenzó a contarle sobre su hermana mayor, quien había pasado por un embarazo complicado pero había logrado salir adelante gracias al apoyo familiar. Sin embargo, cuando la noche avanzó y el café se convirtió en té, sentí nuevamente el peso del futuro presionando contra su pecho.
"No puedo creer que esto me esté pasando", susurró casi para sí misma.
Lucía le tomó la mano y le dijo: "No importa lo difícil que parezca ahora, tienes el poder de decidir cómo quieres vivir esta experiencia. Y yo estaré aquí contigo para lo que necesites". Esa promesa hizo que una pequeña chispa de esperanza comenzara a encenderse dentro de mí. A pesar del caos emocional y las dudas persistentes sobre mi situación actual, sabía que no estaba sola. Al día siguiente, decidí hacer una cita con un consejero especializado en embarazo y maternidad. La idea de hablar con alguien sobre mis miedos y preocupaciones me pareció un alivio necesario. Cuando llegue al consultorio, el ambiente era acogedor; colores suaves adornaban las paredes y una suave música ambiental llenaba el aire. La consejera me recibió con una sonrisa cálida y me hizo sentir cómoda desde el primer momento. "¿Qué te trae aquí hoy?", preguntó con amabilidad.
Dudé por un momento antes de comenzar a hablar sobre mi reciente descubrimiento y todas las emociones contradictorias que lo acompañaban. A medida que hablaba, las palabras fluyeron como si hubiera estado guardándolas durante demasiado tiempo. La consejera escuchó atentamente antes de ofrecerme algunas ideas sobre cómo podría explorar mis sentimientos acerca del embarazo y lo que realmente deseaba para su futuro.
"Es normal sentir miedo e incertidumbre en situaciones como esta", dijo la consejera suavemente. Después de esa primera sesión, me sentí más ligera; era como si hubiera comenzado a despejar el nublado cielo emocional que había estado cubriendo mi mente durante semanas. Con el paso del tiempo, comence a imaginar diferentes caminos: ser madre soltera o quizás encontrar una manera o buscar al padre de mi bebé —si él decidía estar presente— o incluso explorar otros caminos completamente diferentes. Decidí también olvidarme de Andrew y de su traición; aunque sabía que podría ser difícil, sentía que era necesario para seguir adelante y tener una vida estable que ofrecerle a su hijo. Esa noche Lucía y yo nos sentamos en la sala como ya era costumbre y empezamos a hablar del futuro y de nuestros sueños.
"Lucía... tengo algo importante que contarte." Ella giró hacia ella con curiosidad pero sin mucha atención. "Decidí tener al bebé". Las palabras salieron como un susurro entrelazado con miedo e incertidumbre. Lucía parpadeó varias veces sintiendo una ola de felicidad atravesar su cuerpo; finalmente abrió la boca y emitió su opinión.
"¿Qué? ¿Estás segura?". Asentí lentamente; podía ver cómo sus emociones cambiaban rápidamente entre sorpresa y emoción.
"La consultora que fui a ver me hizo analizar la situación y ahora se que un hijo es una gran bendición". mis palabras surgían suavemente mientras veía en los ojos de mi amiga la emoción por la decisión que tome.
Llevaba tres meses de embarazo, casi cuatro cuando mi jefe me pidió hablar con él, algo me parecía extraño; la forma en la que mis compañeros me miraban me daba mala espina; sin embargo fui a la oficina del jefe para saber que quería.
El hombre cerró la puerta con llave después de que entre, me aterre al ver su mirada lasciva sobre mí. Sin mediar palabra alguna el sujeto se abalanzó sobre mí, empecé a pedir ayuda, pero nadie parecía escuchar mis gritos. Pensé lo peor, tenia miedo por mi hijo, temía perderlo. De un momento a otro la puerta de la oficina se abrió abruptamente y ahí estaba él, mi desconocido de hace cuatro meses.
"¿Estás bien?", preguntó el desconocido protagonista de mi alocada noche, mientras me miraba con preocupación. Su presencia era imponente, pero había algo en su mirada que me transmitía calma.
"¿Quién eres?", logré preguntar, aún temblando de la adrenalina y el miedo que había sentido segundos antes.
"Soy Leonardo. Escuché los gritos y vine corriendo. No podía quedarme de brazos cruzados", respondió, manteniendo al asqueroso de mi jefe a raya con una mano firme en su hombro.
Sentí una mezcla de alivio y confusión. ¿Por qué un extraño arriesgaría tanto por mí? "Gracias, pero no debiste hacer esto. No quiero que te metas en problemas", le dije, intentando controlar mi respiración.
"Lo que estaba pasando es inaceptable. Nadie debería tener que lidiar con eso en su lugar de trabajo", dijo Leonardo, liberando a mi jefe, quien se dejó caer al suelo como un saco de patatas, aún aturdido por lo ocurrido.
Mi jefe se levantó lentamente, su rostro rojo de rabia y humillación. "¡Esto no se quedará así!", gritó mientras se retiraba de la oficina, dejando tras de sí un aire tenso y cargado de amenazas.
Me volví hacia Leonardo, buscando respuestas en sus ojos. "No sé cómo agradecerte", murmuré, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir.
"No tienes que hacerlo. Solo haz lo correcto y cuida de ti...", respondió él con una sonrisa cálida que iluminó el oscuro momento.
Su mirada se centró en mi abultado vientre haciendo que mis nervios se desataran sin control.
"¿Estas embarazada?", pregunto con asombro.
Me quede muda ante la interrogante, no sabia que hacer ni que decir, ya que estaba embarazada y el padre de mi hijo estaba frente a mí.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play